1 INTRODUCCIÓN

 

   Así como existe una introspección psicológica, por medio de la cual cada individuo mira hacia dentro de sí mismo, en la búsqueda de un posible mejoramiento, es posible también establecer una introspección sociológica en la que cada individuo mira hacia dentro de su propio entorno social tratando de comprenderlo en la búsqueda de una mejora de ambos, es decir, del individuo y de la sociedad.

 

   Las decisiones humanas dependen, principalmente, de las ideas que llevamos depositadas en nuestra mente. De ahí que es necesario disponer de una ideología, de breve extensión, que nos permita razonar en base a ella para adaptarnos al mundo en el que estamos inmersos.

 

   Uno de los principales objetivos de la sociología ha de ser la obtención de esta ideología de adaptación, que deberá ser accesible a la mayoría de los seres humanos y deberá tener una validez que no dependa de la época ni de las sociedades en la que se ponga a prueba su validez. Esto es posible sólo si tal ideología está realizada acorde a las leyes naturales que rigen al hombre y a la sociedad.

 

    Aceptando que todas las ciencias, tanto las naturales como las sociales, admiten una misma metodología, debemos buscar una descripción del hombre y de la sociedad que pueda ser expresada en forma axiomática, buscando cierta exactitud y cierto orden. Este es un requisito básico requerido para la formulación de una teoría científica.

 

    Cuando en una sociedad está en crisis la economía, las instituciones, la política, la cultura, etc., esto significa que lo que está en crisis es el nivel ético de los individuos que la integran. Y es al individuo al que hay que tratar de sacarlo de esa crisis que lo afecta.

 

 

2 ETICA CIENTIFICA

 

   Uno de los cuestionamientos claves para el desarrollo futuro de la humanidad es el de la unificación de ciencia y religión. Y esto ha de ser posible en cuanto seamos capaces de encontrar una ética natural y objetiva, lo que implica lograr una ética científica, es decir, que esté constituida por aspectos observables, verificables y comunicables a todo individuo, de cualquier pueblo y de cualquier época.

 

   El concepto básico para este logro proviene de la Psicología Social y es el concepto de “actitud”.  Podemos leer en la Enciclopedia de la Psicología:

 

“Hemos definido la actitud como una «manera de pensar y de actuar», lo cual constituye una acepción que se aplica habitualmente a esta palabra. En Psicología Social, el término de actitud encierra un significado muy preciso, que lo convierte en el concepto más importante y en uno de los instrumentos esenciales del psicosociólogo”. “Según el psicosociólogo americano Allport, «una actitud es una disposición mental y neurológica, que se organiza a partir de la experiencia y que ejerce una influencia directriz o dinámica sobre las reacciones del individuo respecto a todos los objetos y a todas las situaciones que les corresponden»”. “Las palabras importantes en la definición de Allport son: «directriz» y «dinámica». Es decir, que la actitud se sitúa en el plano del conocimiento y en el plano de la acción” (De “Psicología Social” Tomo 1 – Plaza y Janés Editores SA)

 

   También podemos decir que la Actitud característica, o respuesta característica, de cada persona, en la relación Respuesta/Estímulo, ya que existe la tendencia a responder de igual manera ante iguales circunstancias, al menos durante una determinada etapa de nuestra vida. De ahí que podemos definir a las actitudes en una forma general:

 

                Actitud característica =  Respuesta / Estímulo

 

   Es posible clasificar la gran variedad de posibles actitudes del hombre, mediante las cuatro actitudes básicas que a continuación se menciona:

 

 

 

AMOR: Compartir penas y alegrías

 

 

EGOISMO: Interesarnos sólo por nosotros mismos

 

 

ODIO: Alegrarse de las penas ajenas y

entristecerse por su alegría

 

 

NEGLIGENCIA: No interesarnos por nadie, ni por nosotros mismos

 

 

   En este caso, se ha considerado sólo el aspecto afectivo al considerar las posibles respuestas de las personas, dejando de lado otro tipo de respuesta, como menos importantes o menos relevantes en cuanto a nuestro comportamiento social.

 

   Cualquiera sea nuestra respuesta característica, en mayor o menor grado ha de caer en algunas de las mencionadas divisiones, o bien en más de una, ya que no siempre respondemos de igual forma, debido a la variedad de estímulos posibles, o a la variedad de personas posibles con quienes interactuamos cotidianamente.

 

   Si consideramos a cada una de las actitudes, en periodos largos, podremos concluir con que unas producen efectos deseables y otras producen efectos indeseables, o producirán efectos “buenos” y las otras, efectos “malos”. De ahí que estas actitudes pueden considerarse como las causas primitivas del Bien y del Mal, conceptos que dan sentido a la Ética.

 

 

 

BIEN:   Amor

 

MAL:   Odio – Egoísmo -  Negligencia

 

 

 

   Es importante tener en cuenta nuestras posibles actitudes por cuanto ello nos llevará a tratar de dejar de lado las actitudes negativas, o que producen el Mal, y a tratar de que en nosotros predomine la actitud positiva, que produce el Bien.

 

   El conocimiento de las causas del Bien y del Mal sólo conduce a una especie de “control de calidad” individual, o personal, si bien la orientación individual y social hacia el predominio de la actitud del Bien, sólo se dará como una consecuencia de haber tenido en nuestra mente una descripción del mundo en que vivimos de la cual se pueda inferir cierto sentido de cada una de nuestras vidas.   

 

 

 

3 LA RELIGION DEL FUTURO

 

   Debido a que el hombre apareció sólo hace uno o dos millones de años, y que le quedan varios miles de millones de años por delante, resulta evidente que debemos contemplar con sumo interés cómo habrá de ser la religión del futuro, pero mirando cómo ha sido su evolución desde el pasado.

 

   La religión comienza con una idea muy simple, tal la idea de Dios. Cuando vemos la realidad, tan compleja y cambiante, nos damos cuenta que todo ello no ha sido realizado por el hombre. Por lo que atribuimos el nombre de Dios a ese ser imaginario que lo hizo todo. Quizás no exista una idea más simple que la idea de Dios.

 

   Respecto del ordenamiento de todo lo existente, tenemos tres puntos de vista predominantes. Uno de ellos supone la existencia de un caos básico sobre el cual ha de ser el propio ser humano quien deberá imprimirle un sentido o una finalidad. Otro punto de vista extremo es el que considera la existencia de un determinismo estricto (fatalismo) sobre el cual poco podemos hacer, sino que tan sólo nos queda ubicarnos de la mejor manera posible dentro del riguroso orden natural impuesto. Finalmente tenemos la postura que, a la luz de los conocimientos brindados por la ciencia experimental, nos sugiere que existe un orden natural regido por leyes invariantes, con cierta finalidad implícita, pero que permite al hombre tomar decisiones respecto de la orientación que ha de seguir la humanidad.

 

   En épocas primitivas, el hombre atribuye a la voluntad de dioses especializados el comportamiento de las fuerzas de la naturaleza. Luego supone la existencia de un solo Dios para realizar esa tarea. En ambos casos se realizan oficios religiosos buscando que las decisiones de Dios, o de los dioses, sean favorables a los seres humanos. Con el tiempo surgen las religiones éticas, en donde se supone que el Dios exterior al mundo ha preferido un comportamiento definido antes que cualquier otro posible.

 

   A partir de la Ilustración, o del Iluminismo (siglo XVIII), se comienza a aceptar la idea de que existe un intermediario entre Dios y los hombres, pero que es distinto a los hombres, tal el caso de la ley natural. No habría una acción directa del Creador sobre la humanidad, ni haría  falta realizar pedidos y ruegos, ya que sólo deberíamos adaptarnos a dichas leyes. De ahí que la religión del futuro, seguramente, deberá asentarse sobre la base de la existencia de dichas leyes, que son precisamente las estudiadas por la ciencia experimental. Albert Einstein escribió: “Si llegamos a ponernos de acuerdo sobre algunas proposiciones éticas fundamentales, otras podrán ser derivadas de ellas. Tales premisas éticas desempeñan un papel análogo al que los axiomas representan en matemáticas”.

 

   Lo esencial de la religión del futuro implica la adecuada interpretación de la aparente finalidad del universo, y de la propia humanidad;  es decir, debemos interpretar el “espíritu de la ley natural”. Podemos vislumbrar algunos aspectos básicos de esta tendencia:

 

1)      En primer lugar, reconocemos la existencia de una ley natural que rige todo lo existente. Esta ley nos permite hablar de un orden natural. Luego, es posible asignarle una finalidad implícita. Sin embargo, por el momento, no es lícito hacer suposiciones infundadas sobre tal finalidad. Si somos optimistas, por simple fe en el universo, supondremos una finalidad que beneficia al hombre y que lo ubica en un lugar central. Pero también es posible atribuirle una finalidad distinta. Lo que no resulta conveniente es negar tal finalidad implícita, ya que deberíamos entonces negar al propio orden natural y de ahí a la propia ley natural.

 

2)      La felicidad no se logra cuando la buscamos en forma directa, sino cuando la buscamos en forma indirecta. Esto implica que, a la larga, la obtenemos cuando involucramos a las demás personas en esa búsqueda. De ahí que el orden natural acepta la existencia de la felicidad compartida, y se opone a la felicidad individual.

 

3)      Es evidente, además, que el máximo premio es otorgado a quien posee la máxima virtud, tal la de compartir las penas y las alegrías de los demás. Recibe el mayor premio quien es capaz de promover la mayor felicidad compartida.

 

4)      En forma similar, el máximo castigo, que es el sufrimiento que proviene de la envidia, ha de estar asociado al máximo defecto, que es la burla. Mediante estas actitudes, que en realidad son los aspectos visibles de una misma actitud, nos alegramos del sufrimiento ajeno y nos entristecemos por su alegría.

 

5)      El orden natural está asociado a cierta justicia natural que, como vemos, sólo tiene en cuenta la felicidad asociada a nuestro aspecto afectivo, lo que da lugar a la ética natural. No tiene en cuenta otros factores que también afectan al nivel de felicidad logrado por cada ser humano.

 

6)      Por “justo” entendemos a lo que está de acuerdo al orden natural, mientras que “injusto” es todo lo que sale fuera de la voluntad aparente de ese orden. De ahí que “justicia natural” no significa que todo lo que le sucede al hombre sea “merecido”, sino que supone que está, o no, de acuerdo con ese orden.

 

7)      Existe una tendencia natural que busca la mayor diversidad posible entre las distintas especies vivientes. El hombre debe tratar de seguir esa tendencia, por lo que resulta poco natural la existencia de tendencias religiosas, filosóficas o políticas que sólo tienen validez sectorial. De esa forma promueven la división de la humanidad en múltiples sectores antagónicos, incomunicados y distantes, situación que impide el establecimiento de una humanidad unida y apta para el logro de la mayor diversidad posible.

 

8)      Las ideologías de validez sectorial deben ser suplantadas por aquéllas que tengan una validez universal. De ahí que la única alternativa posible consista en tomar como verdadera aquella descripción que sea compatible con la ley natural, es decir, un criterio similar al adoptado por la ciencia experimental.

 

 

4 ETICA LIBERAL, MARXISTA Y CRISTIANA

 

 

Es posible caracterizar la ética predominante en las distintas tendencias económicas, políticas o religiosas a través de alguna expresión que la represente, y que subyace al pensamiento respectivo. La ética cristiana también ha de considerarse como una actitud que se ha de manifestar incluso en los intercambios dentro del ámbito de la economía. Podemos hacer una síntesis de las ideas predominantes en el liberalismo, en el marxismo y en el cristianismo:

 

 

 

LIBERALISMO: A cada uno según lo que produce

 

 

MARXISMO: De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad

 

 

CRISTIANISMO: A cada uno un beneficio recíproco y simultáneo

 

 

 

   La actitud liberal puede dar lugar al egoísmo, por cuanto se trata de lograr bienes materiales en forma ilimitada que puede llegar incluso hasta el lujo y la ostentación. Promueve la libertad y el trabajo, y es la que mejores resultados económicos produce.

 

   Podemos ejemplificar esta mentalidad con un hecho ocurrido en EEUU. En una reunión de vecinos en Belmont, Massachussets, se debía aceptar, o no, el ofrecimiento estatal de cierta cantidad de dinero asignada para la construcción de un hogar de ancianos. Tal ofrecimiento fue rechazado porque se aducía que el edificio iba a reducir los valores de las propiedades vecinas. Además, ello constituiría un mal ejemplo para los más jóvenes, porque les mostraría cómo la sociedad iría en auxilio de quienes no trabajaron suficientemente de jóvenes para tener que ser luego ayudados por los que trabajaron lo suficiente. (Caso citado en “Las condiciones culturales del desarrollo económico” de Mariano Grondona – Editorial Ariel Planeta).

 

   Una mentalidad distinta es propuesta por el marxismo. Se propone que el que tiene mejores aptitudes laborales produzca más que los demás, pero que consuma sólo lo que necesita. Todo esto en el marco de la abolición de la propiedad privada. En lugar de permitir que se produzca en libertad, para no limitar a los más capaces, permitiendo a través de los impuestos establecer una ayuda para quienes no puedan trabajar adecuadamente, se obliga a toda la sociedad a participar en una producción planificada por el Estado. En realidad, no se busca tanto beneficiar a los más necesitados como perjudicar a los que más tienen.

 

   Al eliminarse la propiedad privada, se establece la máxima concentración de poder en el Estado por lo que la sociedad comunista también se la denomina “sociedad de capitalismo estatal”, ya que se acentúan severamente todos los defectos atribuidos a las sociedades liberales o capitalistas.

 

   Henry Hazlitt escribió: “Supongamos que un hombre vive en un país socialista con una población de 200 millones de personas. Trabajando hasta el agotamiento logra doblar su producción. Si lo que producía anteriormente estaba dentro del promedio, el aumento conseguido en el total de la producción nacional es de una doscientos millonésima parte. Esto significa que, a pesar de su enorme esfuerzo, si el total se distribuye igualmente entre todos, sus ingresos o consumo habrán aumentado en una doscientos millonésima parte. En su bienestar material jamás se notará esa diferencia infinitesimal. Supongamos, por el contrario que, sin que nadie se dé cuenta, no trabaja en absoluto. Entonces recibirá una doscientos millonésima parte menos de alimentos. También en este caso, su privación es tan infinitesimal que no la llegará a notar. Pero se salvará de hacer cualquier trabajo” (De “Los Fundamentos de la Moral” – Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires).

 

   Una alternativa a ambas tendencias mencionadas es la sugerida por el cristianismo. En la ética cristiana se sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, lo que implica que debemos compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes, lo que lleva implícita la idea de “igualdad”.

 

   En todo intercambio comercial o laboral, esa igualdad hará que se busque siempre un beneficio simultáneo entre ambas partes intervinientes, algo distinto a lo propuesto por el liberalismo y también distinto a lo propuesto por el marxismo. El liberalismo acepta que el egoísmo humano puede llegar a ser beneficioso para la economía. Sin embargo, mejor sería decir que el sistema de libre mercado puede funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo humano.

 

   El marxismo propone una igualdad forzada en la que se trata de bajar al de arriba en lugar de subir al de abajo. Pareciera ser una tendencia liberadora de la envidia existente en muchos seres humanos. Sin embargo, la propuesta cristiana requiere menos esfuerzo para eliminarla. En lugar de proponer al comunismo a nivel mundial, propone al amor al prójimo como un antídoto contra el “veneno” de la envidia.

 

   Alexis Carrel escribió: “El homo aeconomicus es una creación del liberalismo y del marxismo, no de la naturaleza. El ser humano no está construido únicamente para producir y consumir. Desde el comienzo de su evolución ha dado pruebas de amor a la belleza, de sentido religioso, de curiosidad intelectual, de imaginación creadora, de espíritu de sacrificio, de heroísmo. Reducir al hombre a su actividad económica equivale, pues, a amputarle una parte de su ser. El liberalismo y el marxismo violan, por consiguiente, tanto uno como otro, las tendencias fundamentales de la naturaleza” (De “La conducta en la vida” – Ed. Guillermo Kraft Ltda.”

 

   Muchos autodenominados “cristianos” tratan de “fortalecer” y actualizar la ética cristiana asociándola a veces al liberalismo y a veces al marxismo. Sin embargo, la ética cristiana tiene una eficacia que no le hace necesitar del apoyo de otras posturas bastante menos eficaces para conducir al hombre hacia una sociedad más justa.

 

 

 

5 LA CIENCIA COMO FILOSOFIA

 

   Si bien existen distintas definiciones acerca de ciencia, algunas se adaptan mejor que otras a la mayoría de las realizaciones científicas. Así, Mario Bunge expresa: “La ciencia es un estilo de pensamiento y de acción: precisamente el más reciente, el más universal y el más provechoso de todos los estilos” (De “La investigación científica” – Ed. Siglo XXI). Lo esencial, en ciencia, es la actitud antes que el método adecuado, ya que, disponiendo de la actitud favorable, el método se dará como una consecuencia inmediata, mientras que la inversa es poco probable que se establezca.

 

   El biólogo Ernst Mayr propone la siguiente definición: “Ciencia es el intento humano de lograr una mejor comprensión del mundo mediante la observación, la comparación, el experimento, el análisis, la síntesis y la conceptualización” (De “Por qué es única la biología” – Katz Editores). También podemos decir que «ciencia es la actividad cognoscitiva del hombre por medio de la cual describe la realidad con cierto margen de error arbitrario, o admisible». La existencia de este error está asociada al método general de «prueba y error», que caracteriza a la ciencia experimental. Además, el conocimiento científico estará organizado en forma axiomática, permitiendo establecer las secuencias que van desde lo particular a lo general (inducción) y desde lo general a lo particular (deducción).

 

   Como ejemplo del método de la ciencia, podemos citar el caso de Paul Ehrlich, quien, luego de 605 intentos fallidos, logra finalmente, con su experimento 606, sintetizar el salvarsan, una nueva medicina para curar la sífilis. También podemos citar el caso de Johannes Kepler, quien, luego de diez años de “ensayo y error” logra establecer la tercera ley del sistema planetario solar.

 

La ciencia adopta algunos principios tácitos, o implícitos, tales como:

 

a)      Se supone que todo es cognoscible

b)      Se buscan aspectos observables y contrastables con la propia realidad

c)      Existen leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente

d)      “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas” (Spinoza)

e)      Realismo y objetividad: se supone que el universo y sus leyes existirán aun cuando el hombre no los observe.

f)       Racionalismo: el método inductivo-deductivo lleva implícita cierta coherencia lógica (a veces coherencia matemática) que sería un segundo requisito de validez luego de la compatibilidad experimental.

 

   De ahí que podemos hablar de una filosofía implícita en estos aspectos aceptados por la mayoría de los científicos. Esta filosofía implícita rechaza la existencia de interrupciones de la ley natural (milagros), incluso rechaza la posibilidad de un universo dual en el cual una parte del mismo estaría regido por leyes sobrenaturales, o bien por ausencia de leyes, lo que cuesta mucho imaginar. También puede decirse que la ciencia es incompatible con las posturas idealistas, subjetivistas, irracionalistas, etc.

 

   En realidad, hasta ahora puede decirse que la postura filosófica previa de quien esto escribe le ha permitido establecer la definición de ciencia acorde a esa postura, por lo que otras posturas filosóficas distintas permitirán establecer otras definiciones distintas. Pero, como una de ellas se ajustará mejor que las otras, respecto de lo que la ciencia es, habrá también una filosofía mejor adaptada que las demás. De ahí que podamos decir que el método de la ciencia admite una postura filosófica que la identifica.

 

   Otro aspecto interesante consiste en que la actitud científica, y su filosofía implícita, puede llevarse hasta la propia religión, lo que dará lugar a la religión natural, o deísmo. La aceptación de los postulados básicos de la ciencia, tales como la existencia de leyes naturales, su invariabilidad, el sentido aparente del universo, etc., trae implícita una actitud cercana a la religión natural. Ernest Renan define a la religión como: “Mi religión es, ahora como siempre, el progreso de la razón; en otras palabras, el progreso de la ciencia”.

 

   Uno de los intentos unificadores más interesantes, entre ciencia y religión, es el establecido por Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Basándose en conocimientos puramente científicos establece el principio de Complejidad-Consciencia, el cual deriva de la tendencia, desde el origen del universo, que lleva a mayores niveles de complejidad (secuencia que va desde las partículas fundamentales, átomos, moléculas,…,vida inteligente). También la evolución biológica se interpreta como una tendencia que lleva a mayores niveles de consciencia. Por lo que sólo nos queda a los hombres adaptarnos a esa tendencia impuesta por el universo a través de la realización de la adaptación cultural al mismo.

 

   Esta descripción fundamentada en hechos comprobados científicamente, o que pueden ser aceptados por tener cierta compatibilidad experimental, establece en sí una religión natural autónoma, ya que de ella puede establecerse un sentido del universo, un sentido de la humanidad, e, incluso, un sentido de la vida de cada ser humano. Teilhard de Chardin asocia esta postura con el cristianismo, dándole una nueva significación o una nueva interpretación (que resultó sacrílega o herética para varios cristianos).

 

   Es evidente que existe una única verdad, respecto de cierto aspecto de la realidad, por lo que debe existir una verdad científica, que ha de ser coincidente con la verdad filosófica y con la verdad religiosa. Esto deriva de suponer la existencia de una realidad objetiva, independiente del hombre que la observa. De ahí que el grado de aproximación respecto al conocimiento de la realidad no depende del método empleado, sino del error, o del grado de aproximación a esa realidad. Walter Kaufmann escribió: “Verdad «subjetiva» significa que algo es «verdadero para mí». Verdad «subjetiva» es un sobrenombre indulgente para el autoengaño”.

 

   Respecto de la verdad, existen criterios que separan la religión de la ciencia. Así, para el Islam existe el conocimiento (ciencia) y la sabiduría (el Corán), que es superior al primero. En el cristianismo ha pasado otro tanto. Walter Kaufmann escribe:

 

“Una distinción entre tipos de verdad es casi tan antigua como la filosofía misma: desde los tiempos de Parménides y Platón, los filósofos han distinguido conocimiento y creencia; y originalmente se creyó que éstos diferían en sus objetos. Al conocimiento se le consideró la aprehensión de lo eterno e inmutable, mientras que a la creencia se la identificó con la aprehensión de los objetos cambiantes de nuestra experiencia sensoria. Esta distinción fue acompañada por la convicción de que la creencia es inferior al conocimiento porque éste es cierto, mientras la creencia no lo es”.

 

“El cristianismo invirtió este argumento. El cristianismo afirma que el conocimiento es aprehensión de objetos sensorios cambiantes, mientras que sólo la creencia puede captar lo eterno e inmutable; y a la creencia se la considera superior porque sólo ella es cierta” (De “Crítica de la Religión y la Filosofía” – Fondo de Cultura Económica).

 

   Incluso la creencia viene fundamentada por la revelación, por lo que John Locke se preguntaba: ¿Cómo sabemos en un caso dado si estamos ante una revelación verdadera? ¿Y cómo sabemos que la comprendemos bien?

 

   En nuestras épocas podemos preguntarnos porqué debemos aceptar a Cristo, y no a Mahoma, o a la inversa, siendo que en los dos se produjo una revelación de la verdad. En este caso, sólo el criterio de la verdad aceptado por la ciencia es el que puede darnos la respuesta: una descripción es verdadera en cuanto es compatible con la ley natural, o es más verdadera en cuanto es más compatible con esa ley. Incluso el propio Cristo dijo: “…por sus frutos los conoceréis”, indicando que la verdad se mide por el grado de adaptación a la realidad antes que por el carácter sagrado de un libro o de un enviado de Dios.