56  CONTROVERSIAS  INTELECTUALES

 

Así como hay quienes se sienten ciudadanos del mundo, además de sentirse ciudadanos de su propio país, están los que se identifican tanto con la ciencia, como con la filosofía y la religión, además de “pertenecer” a una de ellas. Ello se debe a que todas estas actividades intelectuales se caracterizan por tener como principal objetivo la búsqueda de la verdad, si bien con distintos métodos y orientadas por distintos interrogantes. Hay veces en que se producen, sin embargo, conflictos debidos a la superposición de más de una de ellas, de donde surgen “distintas verdades”; situación que es necesario compatibilizar.

 

   Tales actividades del hombre tienen un carácter social. Sus resultados, de alguna forma, influirán sobre la sociedad. De ahí que cada miembro de la misma tendrá plenos derechos a opinar sobre aquello que le afecta, o que le puede afectar, de distintas maneras. Como integrantes de la sociedad podemos, y debemos, cuestionar tanto la ciencia, como la filosofía y la religión.

 

       La responsabilidad social del intelectual debe vincularse a los efectos que sus ideas podrán ocasionar en los demás. Estamos acostumbrados a observar el accionar de Iglesias y religiones que producen serios antagonismos, lo mismo en el caso de ideologías originadas en la filosofía, sin que nadie se haga cargo por los efectos producidos. Así como en un paquete de cigarrillos está escrita la advertencia: “Fumar produce daños a la salud”, los religiosos y los filósofos, incluso los científicos sociales, deberían advertir de alguna forma sobre los peligros que pueden ocasionar ciertas ideologías de dudosa veracidad.

 

   Los conflictos intelectuales aparecen, generalmente, cuando se considera que alguien posee la “concesión exclusiva” para dedicarse a determinados temas y rechaza al que quiere “usurpar” dicha concesión. Este es el principal motivo que lleva a la total descalificación del adversario intelectual, por lo cual no se rebate cada una de sus propuestas concretas, sino que se rechaza a toda la persona. Ello nos hace recordar la actitud de quienes no aceptan a alguien por su origen racial, o por su color y, haga lo que haga, diga lo que diga, será desvalorado totalmente.

 

   Estos conflictos se dan principalmente en el caso de las ciencias humanas y sociales, en donde se superponen ciencia, filosofía y religión. Afortunadamente, con la aparición de la sociología, la mayor parte de los temas de la filosofía, y algunos de la religión, han pasado a ser partes de aquélla. Así tenemos a la sociología del conocimiento, del arte, de la educación, de la ética, de la religión, de la ciencia, del derecho, etc., haciendo menos extensa la “concesión exclusiva” que, supuestamente, antes poseía la filosofía.

 

   Una de las descalificaciones más frecuentes es la realizada contra la formación intelectual inicial del que opina sobre temas filosóficos. Manuel García Morente escribió: “Nada hay más descorazonador, sobre todo en el transcurso de estos 30 o 40 últimos años, que el espectáculo que los científicos más ilustres en sus disciplinas positivas ofrecen cuando se meten a filosofar sin saber filosofía”. “Suele ocurrir lamentablemente que grandes espíritus científicos, que tienen toda nuestra veneración, toda nuestra admiración, hacen muchas veces el ridículo, porque se ponen a filosofar de una manera absolutamente pueril y casi salvaje” (De “Lecciones Preliminares de Filosofía” - Editores Unidos).

 

   Al respecto podemos decir que, como en filosofía no existe limitación alguna respecto de la veracidad y del contenido ético de sus tratados, ya que en ella “todo vale”, dándole acogida incluso a filósofos que llegaron a ser los ideólogos de movimientos políticos nefastos como el fascismo, el nazismo y el comunismo, al menos no debería restringirse la posibilidad de que autores de otras ramas del conocimiento puedan acceder a los temas de la filosofía con la seguridad de que sus efectos no serán traumáticos para la humanidad. Sería adecuado que las críticas hacia los científicos fueran realizadas luego de hacerlo con los filósofos cuyos escritos han favorecido las grandes catástrofes humanas originadas en los movimientos políticos mencionados.

 

   El autor citado no da nombres respecto de los científicos criticados, lo que hubiera sido preferible, ya que, de la forma en que lo hace, involucra a todos los científicos que escribieron sobre temas de filosofía. Entre los principales, podemos citar el caso de Werner Heisenberg, cuyos trabajos en física tienen bastante relación con problemas como “causalidad”, “determinismo”, “libre albedrío”, etc. Tenemos también el caso de Albert Einstein, cuyos trabajos tienen relación con la estructura del “espacio y el tiempo”. Quien sea un “buscador de la verdad” auténtico, no podrá oponerse a que tales científicos opinen sobre temas que atañen tanto a la física como a la filosofía.

 

   Es interesante mencionar al físico Erwin Schrödinger, uno de los fundadores de la mecánica cuántica, quien escribió algunos ensayos filosóficos y también “se entrometió” en la biología escribiendo el libro “¿Qué es la vida?”. Sin embargo, no se conocen opiniones adversas por parte de los biólogos por esa intromisión. Resulta que este libro, que no alcanzó a responder la pregunta del título, tuvo el mérito de orientar la investigación en biología molecular, incluso haciendo que varios físicos se pasaran a la biología siendo los pioneros en esta importante rama de la investigación científica.

 

   Ante la descalificación que un autor padeció, luego de escribir “ensayos de sociología”, debido a tener una formación inicial en ciencias exactas, no se tuvo en cuenta que sociólogos como Auguste Comte, Wilfredo Pareto y Herber Spencer tenían una formación inicial similar, por lo que tal rechazo, de tipo “racial”, quedó ampliamente injustificado. Incluso la sociología se denominó primeramente “física social” con la idea de que fuera estructurada en forma similar a las ciencias exactas, y no para llegar a ser una nueva rama de la filosofía.

 

   Debe tenerse en cuenta que una cosa es conocer de filósofos y de historia de la filosofía, y otra cosa muy distinta es saber acerca de los temas de la filosofía y acerca de la propia realidad. Es por ello que muchos graduados en filosofía conocen las opiniones cruzadas y contradictorias de los filósofos con más renombre, pero no tienen una opinión propia formada, por lo que el sinsentido es lo habitual en sus expresiones. Y este tipo de filósofos es el que generalmente reclama la validez de la “concesión exclusiva” antes mencionada.

 

   Mientras que el filósofo dice “no es serio que el científico opine de filosofía sin conocer a los filósofos”, el científico dice “no es serio que el filósofo opine de los temas de la filosofía sin conocer la rama correspondiente de la ciencia”. Cierta vez estuvo en la Argentina el Premio Nobel Ilya Prigogine, en un programa televisivo. Luego de responder algunas preguntas de tipo filosófico, que le formuló el conductor, un filósofo invitado, bastante conocido, no dejó pasar la oportunidad para afirmar que dicho científico “no era especialista en filosofía”. En lugar de rebatir una opinión a través de una respuesta concreta, que requería cierto nivel de conocimientos, se limitó a la vulgar y pública descalificación, arma utilizada generalmente por quienes están dominados por un espíritu competitivo antes de estarlo por la sana intención de buscar la verdad.

 

   Manuel García Morente escribió: “Pero, por otro lado, habremos de reaccionar con no menos violencia contra el defecto contrario, que es el de figurarse que la filosofía tiene que hacerse como las ciencias: que la filosofía no puede ser sino la síntesis de los resultados obtenidos por las ciencias positivas”. Al respecto podemos decir que no es posible, en la actualidad, que un filósofo ignore los importantes logros de la ciencia, como es el caso de los lineamientos básicos de la evolución biológica, y mucho menos es aceptable que alguien establezca una síntesis filosófica que los ignore totalmente.

 

   Es sorprendente observar el caso de los “grandes filósofos” que “resuelven” el problema ético suponiendo que no existe un orden moral en el universo. Luego, sencillamente, proponen uno a nivel personal. Este es el caso de Friedrich Nietzsche. Para conocer los fundamentos de su filosofía (al menos lo que se puede entender desde un punto de vista racional), no hace falta mucho tiempo de meditación, ya que es algo evidentemente erróneo. Luego, si alguien tiene la curiosidad de seguir sus escritos, se encontrará con cosas ciertas y con cosas falsas, pero corre el riesgo de perder el tiempo en algo que carece totalmente de sentido. Sus escritos tienen un gran valor, sin embargo, como literatura fantástica, cuyo título podría ser “¿Cómo sería el mundo si no hubiera un orden moral objetivo?” Es como si en la actualidad, en física, alguien se pusiera a profundizar sobre la teoría del “calórico”, siendo que sólo tiene interés como curiosidad histórica, como un intento fallido de los tantos que hubo en la historia de esa ciencia.

 

   En cuanto a la existencia de una ética objetiva, debemos tener presente que todo lo existente está regido por leyes naturales, al menos nadie conoce algún rincón del universo que no lo esté. A partir del conjunto de leyes existentes, hablamos de un orden natural que no fue realizado por el hombre. Para hacer una propuesta ética, debemos conocer las leyes naturales relevantes a esa propuesta. Como ello cuesta mucho trabajo, lo cual implica conocer parcialmente la verdad, existen los “grandes filósofos” que afirman que no existe una ética ni una verdad objetiva. Por lo tanto, y sin ningún fundamento, proponen una ética subjetiva y personal, que podrá ser compatible, en el mejor de los casos (y por pura casualidad) con las leyes naturales. La aceptación de tales filósofos hace de la filosofía actual algo muy poco serio que desmerece muchos aportes valiosos que quedan relegados ante la plena vigencia del facilismo que otorga el relativismo moral y cognoscitivo. Y si no hubiese sólo leyes naturales, sino también un Dios que interviene sobre el mundo en cada instante, tampoco habría una ética subjetiva, sino que habría una ética objetiva compatible con la voluntad de ese Dios.

 

   Es oportuno mencionar algunos comentarios sobre la obra de Friedrich Nietzsche, ya que no resulta fácil criticarlo desde una postura racional. Oriol Fina escribió:

 

“Resulta imposible comprender a Nietzsche desde un prisma racional. El irracionalismo es una de las claves de su filosofía, por lo que no se le pueden exigir ideas y argumentos claros. Podrá decirse que esta posición es falsa de inicio, pero con igual fundamento puede afirmar él lo mismo respecto a la actitud racionalista, y no hay posibilidad de comunicación entre quienes se sitúan en uno y otro extremo”.

 

“En realidad, tampoco él ofrece argumentos para demostrar que la religión, la moral y la filosofía tradicionales son falsas. No, la argumentación no es su método, ya que entonces caería precisamente en lo que trata de destruir: la lógica y la aceptación de la razón. Se limita a destruir las concepciones tradicionales, a hacerlas sospechosas caricaturizándolas. No contestará a las objeciones que puedan ponerse a su modo de ver la vida, limitándose a exclamar en tono patético: «Oh, hermanos míos, el precursor es siempre inmolado»”.

 

“Un filósofo según el concepto tradicional, un buscador de la verdad, debería cambiar de actitud para entablar diálogo con Nietzsche. Debería situarse en su actitud irracionalista, buscando el contacto con la vida. De lo contrario se entablaría un verdadero diálogo entre sordos” (De “Gigantes de la Filosofía” – Ed. Bruguera SA).

 

   La oscuridad, la falsedad y la irracionalidad latente en muchos escritos filosóficos constituyen la perfecta protección contra posibles críticas. Así, Marx propone la abolición de la propiedad privada, lo que conduce a una sociedad totalmente estatal. Luego, en otra parte de sus escritos, supuestamente está a favor de la disolución del Estado, suponiendo que casi por arte de magia se va a transformar la sociedad de capitalismo estatal (socialismo) en una sociedad “sin Estado” (comunismo). Si uno critica a Marx por favorecer la concentración absoluta de poder por parte  del Estado, alguien va a decir que uno “no leyó a Marx”, que “es ignorante”, etc., porque en otra parte dice lo contrario.  

 

   Además, si alguien realiza un escrito claro y racional, podrá ser descalificado por el oscurantista por “carecer de profundidad”, incluso se negará a aceptar lo evidente adoptando una actitud similar a la de los aristotélicos que se negaban a mirar por el telescopio que Galileo les ofrecía, diciéndole: “No tenemos necesidad de tu telescopio: nos bastan los ojos que Dios nos ha dado. Ni tenemos necesidad de tus fórmulas matemáticas: nos bastan los textos escritos en lenguaje ordinario, que nos han legado Aristóteles y sus comentaristas”.

 

 

 

57 LOS ROSTROS DEL RELATIVISMO MORAL

 

Se denomina “nihilismo” a la postura filosófica que sostiene la inexistencia de un orden moral objetivo, es decir, al no existir un sentido del universo (“la nada”), no tiene significación alguna hablar de acciones que favorecen, o que desfavorecen, el logro de un objetivo que no existe. Henry B. Veatch escribió: “Casi no es preciso decir que la afirmación de que «Ningún orden moral hay en el universo» no equivale a la de que «Dios ha muerto»; tampoco es consecuencia necesaria de esto segundo aquello primero que se afirma. Sin embargo, tanto Nietzsche como Sartre consideran que en el mundo moderno la pérdida de la fe en que haya un orden moral es, de hecho, una consecuencia de la pérdida de la fe en Dios. Por eso propenden ambos autores a emplear aquellos dos asertos como si fuesen prácticamente intercambiables” (De “Ética del ser racional” - Ed. Labor SA).

 

   En el libro mencionado aparece, simbólicamente, el pensamiento que surge con la falta de confianza, o de fe, en la existencia de un orden moral. Henry B. Veatch escribió:

 

“Como todos los códigos de valores son infundados y puesto que ningún género de vida o manera de comportarse es, en realidad, superior a cualesquiera otros, evidentemente lo que yo tengo que hacer es:

 

1)      Procurar una actitud de gran tolerancia con los diversos modos de vivir y maneras de conducirse que los hombres se hayan escogido (Ruth Benedict) o

2)      Crearme mi propio código de valores y tratar de reforzarlo con toda la energía de que yo sea capaz (Benito Mussolini) o

3)      Echar por la borda todos los códigos o normas morales de la conducta y seguir, sin más, todos mis impulsos e inclinaciones (el joven «liberado») o

4)      Condescender con las masas y atenerme simplemente a los patrones de la comunidad de que soy miembro, por considerar que ésta es la línea de conducta que requiere el mínimo esfuerzo y la menos expuesta a meterme en líos y dificultades (el «cínico escéptico»)”.

 

Esta postura lleva en sí una contradicción que ha sido señalada por el propio autor citado:

 

“Puesto que ninguna manera de actuar es en realidad mejor o superior a cualquier otra, concluyo que, para mí, la mejor manera de actuar es proceder de tal manera concreta”.

 

   La primera de las actitudes mencionadas, en la cual aparece la figura representativa de la antropóloga Ruth Benedict, se denomina “relativismo cultural” y asume que todas las culturas tienen los mismos derechos a existir y a ser respetadas, algo que, en general, todos estamos de acuerdo. Pero pocos podrán negar que las distintas culturas producirán distintos efectos en quienes las practiquen. De ahí que podrán existir atrasos culturales de los cuales es necesario advertir, en beneficio de los propios pueblos, acerca de los errores encontrados. Por supuesto que no es admisible tratar de imponer culturas propias con fines puramente competitivos o que lleven a una posible dominación cultural, que es algo muy distinto.

 

   La segunda actitud es una respuesta inmediata ante la supuesta ausencia de un orden moral objetivo. Es el origen de la tendencia de los hombres que juegan a ser Dios, tratando de imponer a los demás sus códigos éticos personales. El autor pone como ejemplo a Benito Mussolini, aunque también podría haber mencionado a Hitler, a Stalin o a Mao Tse Tung. Es oportuno señalar que en cierta oportunidad Hitler obsequia a Mussolini las obras completas de Nietzsche, lo que a nadie debe sorprender. También Marx considera la inexistencia de una ética objetiva, ya que asocia su validez a la clase social de donde cada individuo proviene. Los filósofos que adhieren al relativismo moral son los que pretenden llenar el vacío que ellos mismos han imaginado.      

 

   La tercera postura implica la ausencia de normas en el individuo (anomia), que puede llevarlo a una tendencia autodestructiva, tal como lo describe Emile Durkheim.

 

   La cuarta postura, la de hacer lo que los demás hacen, es la típica actitud del hombre-masa, que pierde su identidad y su individualidad para perderse en la marea humana que se mueve en direcciones indefinidas. Es oportuno recalcar que tanto el marxismo, el fascismo y el nazismo son, precisamente, movimientos políticos dirigidos al hombre-masa, quien, por lo general, acepta tales propuestas con la esperanza de encontrar un sentido para sus vidas, aunque sea “artificial y convencional”.

 

   La tendencia hacia la masificación ha llegado incluso hasta los propios intelectuales. Muchos aceptan lo que piensa y escribe la mayoría, y se rebelan contra el que se opone a lo que está generalizado. Es una búsqueda similar a la que orienta al hombre-masa, y es la del “mínimo esfuerzo intelectual” con los “mayores reconocimientos sociales”. La fe en el orden moral objetivo ha sido reemplazada por la fe negativa respecto de su existencia. Henri Poincaré dijo: “Creerlo todo o dudarlo todo, son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.

 

   Como se dijo antes, el relativista moral, al suponer la inexistencia de un orden moral objetivo, trata de llenar de alguna manera esa supuesta ausencia. Friedrich Nietzsche escribió: “Es tiempo de que el hombre se fije su meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza….Decidme camaradas, ¿si no existe una meta para la humanidad, no es cierto que la misma humanidad está dejando de existir?” (De “Así habló Zarathustra” – Ed. Planeta Agostini).

 

   Al respecto, Nicolai Hartmann escribió: “El error más fatal de Nietzsche se halla precisamente en la doctrina que en su tiempo causó mayor sensación: la doctrina de la «transmutación de todos los valores». En ella se ocultaba la tesis del relativismo moral. Si los valores se pueden «transvalorar», también se los puede desvalorar, crear y aniquilar, son obras humanas, arbitrarios como las ideas y las fantasías. De este modo el sentido del gran descubrimiento queda aniquilado con el primer paso; y el camino transpone el umbral de un reino desconocido e inexplorado” (Citado en el “Tratado de Filosofía” de J. HessenEd. Sudamericana).

 

 

 

58 DIALÉCTICA, POLARIDAD Y CAMBIO

    

Para algunos filósofos, la dialéctica no es sólo un método para describir la realidad y el cambio que en ella existe, sino que es una propiedad inherente a la propia realidad. Así, leemos en la “Enciclopedia Concisa” de J. O. Urmson: “Hegel le dio un nuevo giro a la dialéctica, a la que consideraba un proceso que no era meramente de razonamiento sino que se encontraba en la historia, y en el universo como un todo, y consistía en un movimiento necesario de la tesis a la antítesis, y después a una síntesis de las dos. Es la dialéctica hegeliana la que fue adoptada por Marx, que la hizo parte de su filosofía del materialismo dialéctico, sustituyendo el «espíritu de Hegel» por la «materia», como la base del proceso dialéctico” (De la “Enciclopedia Concisa de Filosofías y Filósofos” – Ed. Cátedra SA).

 

El filósofo de la ciencia Mario Bunge escribió:

 

“La frecuencia con que aparecen los términos «proceso dialéctico» y «método dialéctico» en un campo de estudios es un buen indicador del bajo grado de desarrollo de éste. Los físicos, químicos, biólogos, psicólogos y sociólogos matemáticos no hablan de objetos dialécticos ni dicen emplear el método dialéctico: emplean el método científico, que les permite formular concepciones precisas y comprobables. Si lo que se proponen los pensadores dialécticos es tan sólo subrayar el carácter cambiante de todas las cosas y la naturaleza conflictiva de algunos procesos, no necesitan salirse de la ciencia, ya que esta estudia las leyes del cambio y, en particular, de la competencia. La dialéctica es dinamicista, pero no científica; la ciencia no es dialéctica pero es dinamicista y, además, clara y a veces duradera”

 

En cuanto a la “polaridad”, Mario Bunge escribió:

 

“Los historiadores de las ideas han mostrado que es característica del pensamiento arcaico y aun antiguo el reducirlo todo a pares de opuestos: día-noche, mortal-inmortal, comestible-incomible, móvil-inmóvil, etc. Esta característica se conserva en la primera fase del tratamiento científico de un problema: así como el neurofisiólogo de principios del siglo XX intentaba reducirlo todo a un juego de excitaciones e inhibiciones, el sociólogo del subdesarrollo cae en la tentación de explicarlo todo en términos de dependencia e independencia y de pares de opuestos similares”. “Sin duda algunos sistemas reales, sea físicos, sea culturales, presentan características polares. Pero también presentan otras que no lo son. La ciencia moderna ha demostrado que la realidad no cabe dentro de los esquemas polares, sea de Pitágoras, sea de Hegel: los sistemas polares son la excepción no la regla” (De “Epistemología” – Ed. Ariel SA).

 

   Respecto de la descripción del cambio existente en los fenómenos naturales, podemos mencionar un ejemplo de la teoría de poblaciones. En este caso veremos la descripción matemática de dos subclases de una población humana. Se trata de los “parásitos” (P) (terratenientes que heredaron sus tierras y que no trabajan nunca) y de los “trabajadores” (T) (que trabajan para aquéllos). La forma matemática de las ecuaciones empleadas podrá interpretarse de la siguiente forma:

 

                  (Ritmo de cambio) = (Lo que lo hace crecer) ─ (Lo que lo hace decrecer)

 

 

1)        dP/dt = A P T ─ B P            (Ecuaciones de Lotka-Volterra)

2)        dT/dt = C T ─ D P T

 

   La primera ecuación nos indica que el ritmo de crecimiento de P (parásitos) se ve favorecido por la interacción entre P (parásitos) y T (trabajadores), mientras que P decrecerá según su propia tasa de mortalidad (siendo A, B, C y D constantes de proporcionalidad que tendrán distintos valores según sea la aplicación de este conjunto de ecuaciones).

 

   Si no existiese la interacción con los trabajadores T (constante A = 0), la población de parásitos P tendería a decrecer y a extinguirse, ya que tendría preponderancia el término negativo.

 

   La segunda ecuación indica que la cantidad de trabajadores T aumenta en función de su propia tasa de crecimiento y decrece en función de las interacciones con los “parásitos”, que tienden a limitarla.

 

   Si se desea hacer cálculos y predicciones con estas fórmulas, podemos expresarlas en forma de incrementos en lugar de diferenciales. Tendremos así:

 

ΔP = (A P T ─ B P) Δt

 

   P1 = P0 + ΔP

 

ΔT = (C T ─ D P T) Δt

 

    T1 = T0 + ΔT

 

Así, la población en el periodo de tiempo 1 (P1) se calcula a partir de la población inicial (P0) a la cual se le agrega el incremento de población ocurrido en ese periodo, es decir, ΔP. De la misma forma, a partir de P1 se ha de calcular P2, y así sucesivamente. Algo similar ocurre con la población T.

 

   Este es un ejemplo de empleo de las matemáticas del cambio, como lo es el cálculo diferencial. Así, cuando leemos “dP/dt” decimos “derivada de P respecto del tiempo t”, siendo una medida de la velocidad de cambio, o de variación, existente entre dos variables ligadas funcionalmente. En este caso, es la población de parásitos P que depende del tiempo t.

 

   El ejemplo mencionado constituye la “visión marxista de la sociedad capitalista”, en la cual el empresario es perverso, no trabaja y explota al trabajador, quien reúne en sí todas las virtudes que uno pueda imaginar. Demás está decir que, en la gran mayoría de los casos, no se ajusta a la realidad.

 

 

 

 

59 SATISFACCIÓN MORAL

 

Podemos denominar “satisfacción moral” a la gratificación asociada a nuestros afectos, o sentimientos. Esta gratificación surgirá de una actitud cooperativa y se distingue netamente de la búsqueda de placer vinculado al bienestar corporal y a la comodidad, actitud que muchas veces aparecerá junto a una tendencia competitiva.

 

   Así tenemos el caso del deportista que llega a la cima del Aconcagua. Si bien esta proeza deportiva no involucra directamente a otros seres humanos, como beneficiarios de una acción, provocará en el propio escalador cierta satisfacción espiritual que podrá llevar en su mente durante el resto de su vida. Sin embargo, desde el punto de vista del que busca el placer y la comodidad, tal hazaña tiene poco sentido “práctico”, ya que debió realizar un gran esfuerzo físico y mental.

 

   También la realización de metas intelectuales y laborales lleva asociado cierto bienestar espiritual. Sin embargo, vemos a diario el caso de estudiantes que ven en una carrera universitaria tan sólo un medio para ganar dinero, y no como una meta de realización personal, ya que, en general, no se busca la posible satisfacción moral asociada a la futura actividad.

 

   Las satisfacciones morales se llevan en la memoria y así se va acrecentando, día a día, el nivel de felicidad, que resulta ser una suma de tal tipo de satisfacciones. El placer y la comodidad, por el contrario, se “consumen con el uso” y la búsqueda de la felicidad, por ese camino, equivale casi a intentar llenar una bolsa sin fondo.

 

   Podemos hacer un esquema de ambas posturas extremas, considerando, por supuesto, que existirá una transición gradual entre ambos extremos, no existiendo el “espiritual puro” ni el “consumidor total”.

 

 

 

SUJETO

MEDIO

OBJETIVO

Ético

Trabajo

Satisfacción moral

Consumidor

Dinero

Comodidad y placer

 

 

   Ciertas posturas filosóficas, que tienden a degradar al hombre, afirman que la mayor parte de las acciones humanas, incluso las científicas, son motivadas por la búsqueda de un interés material, y no por la búsqueda de satisfacción moral. De ser así, habría muy poca cantidad de gente feliz, algo que no es real. De todas formas, la búsqueda de satisfacciones morales no se opone al logro de objetivos económicos, mientras que renunciar a ellas lleva a la inacción y a la pobreza.

 

   En una Declaración de Principios propuesta por el cardiocirujano René Favaloro, dirigida a los nuevos médicos incorporados a su Instituto, expresa lo siguiente: “Solamente llegará a gozar de lo realizado todo aquel que ingresara al Instituto cuando en su alma sienta, en esos silencios necesarios para la reflexión, que el único premio verdadero es el que proviene del placer espiritual, limpio y sereno del deber cumplido” (Citado en “Diario Interior de René Favaloro” de Carlos PenelasEd. Sudamericana).

 

   Podemos apreciar el estado mental de una sociedad en crisis observando algunos mensajes asociados a propagandas televisivas. En una de ellas se promueve la homosexualidad, mostrando que se trata de algo “natural”, aceptando como legítimo el derecho al placer físico en cualquiera de sus posibles variantes. En otra publicidad aparece una actitud de burla que se destina a los autores de varios errores comunes y cotidianos. En otra se muestra la decisión negativa respecto de una posible ayuda a un desconocido, pudiendo realizarse con facilidad. Es indudable que estas actitudes no apuntan hacia el logro de satisfacciones morales de ningún tipo, sino que apuntan a legitimar la búsqueda del placer y de la competencia entre seres humanos. G. A. Obiols y S. Di Segni de Obiols escriben:

 

“El sujeto se autoconcibe como un individuo constituido por un cuerpo con necesidades que deben ser satisfechas constantemente y que, al mismo tiempo, se va consumiendo irremediablemente, aunque una batería de terapias logre demorar su decadencia. Este individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen su propia satisfacción; la imagen de la realización personal y la felicidad es el «relax», un estado de ausencia de tensiones, difícil de alcanzar por los esfuerzos que se requieren, precisamente, para llegar al mismo.

 

Aislado, vive su existencia como perpetuo presente, con un pasado que es el tenue recuerdo de frustraciones y satisfacciones, y un futuro que sólo es concebido como un juego de nuevas necesidades y satisfacciones. En consecuencia, busca el consumo, el confort, los objetos de lujo, el dinero y el poder, elementos necesarios para dar respuesta a las necesidades que se le plantean y que definen a la sociedad posmoderna como la apoteosis de la sociedad de consumo. Mientras la modernidad exaltaba el ahorro, ahora se estimula el crédito a través de tarjetas que con un simple «track-track» todo lo resuelven de un modo casi mágico y facilitan el consumo, porque en la antinomia tener o ser, para la cultura posmoderna soy lo que tengo.

 

Este sujeto posmoderno se halla muy lejos de aquel sujeto que hacía de la conciencia y del cultivo esforzado de una persona su mayor orgullo. Al contrario, la publicidad nos invita a adelgazar sin esfuerzo, a estudiar un idioma sin esfuerzo, a dejar de fumar sin esfuerzo y a lograr el colmo de la felicidad en una playa del Caribe, con la piel tostada, bebiendo un trago, recostado en una reposera, con los ojos cerrados y el walk-man colocado” (De “Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria” – Ed. Kapeluz).  

 

   El escritor Leonardo Sciascia relata una situación, que le tocó vivir en Sicilia, en la que muestra la mentalidad prevaleciente en ese lugar, en algún momento del pasado. Resulta que el conductor del vehículo que lo lleva advierte la existencia de un tronco sobre el camino, que impide el paso. Se baja y lo retira. Luego de pasar, se detiene de nuevo y vuelve a ubicar al tronco en el lugar inicial. El escritor le pregunta la razón de su accionar, y recibe como respuesta: “No quiero que crean que soy un tonto”. En este ejemplo puede notarse la preponderancia de una mentalidad competitiva que no busca satisfacción moral alguna, sino que busca no ser superado por otros, a los que, aún menos, se tratará de ayudar.

 

   Generalmente, la envidia la siente el que busca el placer y la comodidad, que se obtienen con dinero, mientras que el que busca satisfacciones morales, más accesibles al que no posee valores materiales suficientes, pocas veces sentirá envidia, ya que es algo que puede lograr fácilmente si se lo propone.

 

   En las sociedades en crisis, hay veces en que el propio beneficiario se opone a recibir algo positivo de los demás. No resulta raro el caso de alguien que ofrece por $ 60 algo que en el mercado vale $ 100, para beneficiar de alguna forma a otra persona, sin perjudicarse él mismo. Sin embargo, el posible beneficiario, supone que el oferente es un poco ingenuo, o estúpido, y entonces propone: “Te doy entonces $ 30……”. Como con ese precio se perjudica el oferente, la venta no se realiza y pocas ganas le quedarán, al que buscó una satisfacción moral, de seguir beneficiando a los demás.

 

    Quien no tiene definidas las metas de su vida, ni tampoco los medios para lograrlas, generalmente supone que la ausencia de una conducta ética por parte de un político, o de la clase gobernante, le da “derechos” a actuar en forma ilegítima. Por el contrario, quien está convencido de que su felicidad radica en la búsqueda de satisfacciones morales, en ningún momento verá en el accionar corrupto de los demás un justificativo para accionar en forma semejante.

 

   Generalmente, las propuestas éticas terminan con sugerencias prácticas similares a consejos o mandamientos. Existe la posibilidad, también, de sugerir la búsqueda del Bien y de la felicidad mediante la ya expresa búsqueda de la “satisfacción moral”, ya que en ella se reúnen todos los aspectos beneficiosos para el individuo y para la sociedad.

 

   El Dr. René Favaloro fue una víctima del país por el que trabajó y por el que dedicó su vida. Al no recibir apoyo de nadie, debido a que para él era más importante cumplir su función de médico cirujano que optimizar su ganancia monetaria, se vio en la nada agradable alternativa de terminar su vida mediante el suicidio.

 

   Admirado fuera de su país por haber creado la técnica quirúrgica del by-pass, que permitió salvar muchas vidas a lo largo y a lo ancho del mundo, debió padecer la indiferencia y el menosprecio de sus propios compatriotas. En una carta a La Nación, Favaloro escribe: “..como se me trata en el mundo en contraste con lo que sucede en mi país. Me refiero a aquellos vinculados al quehacer médico. La mayoría de las veces un empleado de muy baja categoría de una obra social gubernamental o no o de PAMI ni contesta mis llamados”. “En este último tiempo me he transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para recaudar algún dinero que nos permita seguir con nuestra tarea…”.

 

   Cuando nos lamentamos por el éxodo de científicos y profesionales argentinos, debemos en realidad decir que se los echa para poder así privilegiar la existencia de una gran cantidad de “puestos de trabajo en el Estado” (de gente que no trabaja) promovida por los políticos a cambio de votos y en la búsqueda de mayor cantidad de poder.

 

   René Favaloro escribió: “El «videoclip» es el gran devorador. La televisión y los videojuegos se han transformado en los monstruos sagrados de la posmodernidad. Sirven para vender –son el arma más poderosa de la sociedad de consumo- pero lo notable es que se hayan convertido en el eje central alrededor del cual gira hoy la educación, sobre todo para los niños y los adolescentes. Pasan las horas prendidos al televisor; desde jovencitos concurren a los salones de videojuegos atrapados por imágenes que enseñan a robar, a delinquir y principalmente a torturar y a matar. Novelitas baratas, cargadas de erotismo desmedido y apartado de la realidad, estimulan la promiscuidad. Vivir hoy gozando al máximo del sinnúmero de placeres que la sociedad de consumo puede brindar parece ser lo prioritario.

 

La TV enseña que el dinero es la medida universal. Los ídolos valen de acuerdo con el índice monetario que representan. Los valores del espíritu asoman raramente y por poco tiempo. La música y los cantos que se escuchan –no interesa el idioma (una vez más la palabra no existe)- contribuyen, entremezclados con luces, sombras y colores que van y vienen en imágenes frenéticas, al embotamiento y la embriaguez sólo comparables a los que produce la droga.

 

La TV es otra variante de la adicción. Todo es permitido en aras del «rating». Poco cuenta si su mensaje favorece o no la idiotización colectiva de la juventud del mundo. Las mismas imágenes transitan por todos los países, la tecnología facilita la diseminación irrestricta de la decadencia” (De “Don Pedro y la Educación” – Centro Editor Fundación Favaloro).

 

   A veces, a los grandes hombres, se los idealiza de tal manera que tratar de ser como ellos parece ser una falta de humildad. De ahí que es preciso tener presente que René Favaloro adopta una actitud de trabajo, que apunta a la satisfacción moral, que existe desde siempre como posibilidad de vida. Que su ejemplo y sus consejos nos sirvan para que alguna vez podamos salir de la severa crisis moral en la que estamos sumergidos. 

 

 

 

60 ¿PORQUÉ LA SOCIOLOGÍA PROGRESA POCO?

 

Las ciencias naturales se desarrollan aceptablemente por cuanto existe un principio “democrático” que acepta que lo que uno puede ver, todos pueden verlo. Además, todos están llamados a participar en la investigación por cuanto está muy claro el criterio seleccionador de la verdad, que acepta lo que sea compatible con ella y rechaza lo demás. La búsqueda de la verdad es el principio unificador que le da sentido a la ciencia. El físico Richard Feynman escribió:

 

“En la Edad Media se pensaba que la gente hace sencillamente muchas observaciones y que las propias observaciones sugieren las leyes. Pero las cosas no funcionan así. Se necesita mucha más imaginación. Por eso de la próxima cosa que tenemos que hablar es de dónde proceden las nuevas ideas. En realidad, da igual de dónde proceden con tal de que lleguen. Tenemos una forma de comprobar si una idea es correcta o no, pero no tiene nada que ver con su procedencia. Simplemente la ponemos a prueba frente a la observación. Por eso en la ciencia no estamos interesados en la procedencia de una idea”.

 

“No hay ninguna autoridad que decida qué idea es buena. Nos hemos librado de la necesidad de acudir a una autoridad para descubrir si una idea es verdadera o no. Podemos leer a una autoridad y dejar que nos sugiera algo; podemos probarlo y descubrir si es cierto o no. Si no es cierto, tanto peor, y así es como las «autoridades» pierden algo de su «autoridad»”.

 

“La mayoría de la gente encuentra sorprendente que en ciencia no haya interés por la formación previa del autor de una idea o por sus motivos al exponerla. Usted le escucha, y si la cosa suena digna de ser probada, que podría ensayarse, que es diferente y no es claramente contraria a lo ya observado, entonces resulta excitante y vale la pena intentarlo. Usted no tiene que preocuparse por cuánto haya estudiado él o porqué quiere que usted lo escuche. En ese sentido no importa de dónde procedan las ideas. El origen real es desconocido: lo llamamos la imaginación del cerebro humano, la imaginación creativa; es simplemente uno de aquellos «impulsos»”.

 

“Muchas ciencias no se han desarrollado hasta ese punto y su situación es parecida a la que se daba en los primeros días de la física, cuando había un montón de discusiones porque no existían tantas observaciones. Saco esto a relucir porque es interesante ver que, si existe una forma independiente de juzgar la verdad, las relaciones humanas pueden llegar a estar libre de enfrentamientos” (De “Qué significa todo eso” – Ed. Crítica).

 

   Y en esto radica la principal diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, ya que la búsqueda de la verdad objetiva es el criterio unificador y es el que le da sentido a los esfuerzos individuales conformando una empresa que los reúne.

 

   Las ciencias sociales, que siguen de cerca a los filósofos, no tienen un objetivo común, porque incluso predomina la idea del subjetivismo y del relativismo de la verdad. Mario Bunge escribió:

 

“En el curso de las últimas décadas han reaparecido en filosofía y en ciencias sociales dos antiguas tendencias que creíamos enterradas por la Revolución Científica del siglo XVII. Ellas son el subjetivismo y el relativismo. Según el primero, no hay hechos objetivos; nosotros mismos somos autores, individual o colectivamente, de todo cuanto ocurre. Todo sería subjetivo, cada cual o cada grupo tendría su propio mundo: no habría un mundo compartido por todos. Conforme al relativismo, tampoco hay verdades objetivas: lo que tu crees es tan cierto como lo que yo creo. Todo sería relativo, todo daría igual, todo valdría”.

 

“Los constructivistas han reemplazado el concepto de descubrimiento por el de construcción social. Colón y Vasco da Gama, Faraday y Cajal, y todos los demás infelices que creían haber descubierto algo importante habrían sido víctimas de engaños: no hicieron sino participar de alguna «construcción social». La vieja fórmula de Schopenhauer, «El mundo es mi representación», no ha variado mucho. Ahora es «El mundo es nuestra construcción»”.

 

“El subjetivismo y el relativismo obstaculizan la exploración de la realidad y la elaboración de normas de trabajo intelectual. Ojalá no sean sino modas pasajeras alentadas por la difusión del oscurantismo filosófico. Pero mientras tanto están causando un gran daño a las ciencias sociales y a la filosofía” (De “Elogio de la Curiosidad” – Ed. Sudamericana SA).

 

   Asociado al relativismo de la verdad aparece el relativismo moral. Juntos, anulan los dos mayores objetivos de las ciencias sociales y de la filosofía: la teoría del conocimiento, asociada a la Verdad, y la teoría de la acción ética, asociada al logro del Bien. De ahí que si alguien se pregunta porqué las ciencias sociales están tan retrasadas respecto de las ciencias naturales, debemos decir que ello se debe simplemente a que en éstas se busca la verdad, mientras que en aquéllas no ocurre otro tanto.

 

   El colmo de la falta de seriedad radica en que, en filosofía, al suponerse inexistente la verdad objetiva y un orden moral natural, simplemente se proponen modelos de hombre, o de sociedad, con un carácter puramente subjetivo, como si fuera tarea del hombre llenar el aparente sinsentido que existe en el mundo. Se ignora por completo la existencia de leyes naturales objetivas, lo que a veces se simula estableciendo pseudo-leyes que le darán un aspecto científico a la vulgar y absurda idea de intentar darle un “sentido artificial” al universo.

 

   En realidad, no todos los filósofos ni todos los científicos sociales adhieren a tales relativismos, pero no les resultará fácil liberarse mentalmente de las influencias negativas de varios de los “grandes filósofos” relativistas. Por ello es recomendable que conozcan un poco más acerca de las ciencias exactas para observar cuál es la actitud que debe imperar si uno en realidad busca llegar a la verdad.

 

   Si uno trata de reconstruir la dignidad de la filosofía y de las ciencias sociales, señalando los serios errores que se cometen, no será raro que tales reclamos sean atacados y despreciados, ya que la masificación también llega a la intelectualidad. Como siempre, son más los caminos que conducen a lo falso que a lo verdadero.

 

   El problema del retraso de las ciencias sociales no radica en la complejidad del tema, como muchas veces se supone, sino por la propia actitud filosófica predominante en ese ámbito del conocimiento. Los problemas resueltos por la física teórica tienen una complejidad matemática enorme. Ni siquiera es posible razonar en base a imágenes, o en base a un idioma conocido, sino que muchas veces es necesario razonar matemáticamente. Sin embargo, el trabajo orientado hacia un objetivo común siempre dio buenos resultados. De ahí que, seguramente, en las ciencias sociales sólo basta con un cambio de actitud para que se logre el progreso tan ansiado y tan necesario para la sociedad.