86 ACTITUDES
Puede considerarse a la actitud como el vínculo existente entre el
conocimiento adquirido por un individuo y la acción que realizará en el
presente y en el futuro.
En su memoria, cada individuo lleva depositada la influencia del pasado.
También la acción que de él provenga vendrá “influenciada por el futuro”, ya
que la información depositada nos inducirá proyectos, ambiciones y objetivos a
realizar.
La actitud frente a la vida está relacionada con la visión que
tengamos del mundo que nos rodea. De ahí aquello de que “lo que influye en cada
uno de nosotros depende de la opinión que tengamos de los hechos antes que de
los hechos mismos”.
La actitud proviene esencialmente de la información que llevamos
grabada en nuestra mente. De ahí que nuestra actitud cambiará si también lo
hacen nuestras opiniones y nuestras creencias.
Ya que es posible hablar del conocimiento o de las creencias
dominantes en un grupo social, es posible también considerar la existencia de
una actitud asociada al grupo.
Factores
determinantes de la actitud:
Siguiendo a Leo Kanner, podemos mencionar los siguientes factores:
1) Todas las actitudes se expresan como reacciones afectivas
provocadas por las personas y las situaciones, y así es como las ve el observador.
2) El significado que tiene una situación para el individuo depende
menos de sus factores reales, “objetivos”, que de la forma en que aparece ante
él y de la impresión que le produce, o sea de la actitud que el individuo asume
ante la situación.
3) Las actitudes se desarrollan. Unas veces el origen se ve
claramente, pero otras veces está incrustado tan profundamente en relaciones
anteriores, que se requiere un gran esfuerzo y mucha habilidad para comprender
el “tema” total.
4) Las actitudes son creadas por las actitudes de los demás, que
influyen en ellas y pueden modificarlas, favorable o desfavorablemente; éstas
son, por consiguiente, determinantes esenciales del desarrollo de la
personalidad y de la conducta.
Otras definiciones:
Además de las
definiciones mencionadas tenemos las siguientes:
F. H. Allport: “Una actitud es una disposición mental y
neurológica, que se organiza a partir de la experiencia y que ejerce una
influencia directriz o dinámica sobre las reacciones del individuo respecto de
todos los objetos y a todas las situaciones que les corresponden”.
R. H. Fazio & D. R. Roskos-Ewoldsen: “Las actitudes son asociaciones entre objetos actitudinales (prácticamente cualquier aspecto del mundo
social) y las evaluaciones de esos objetos”.
C. M. Judd: “Las actitudes son evaluaciones duraderas de diversos
aspectos del mundo social, evaluaciones que se almacenan en la memoria”.
Kimball Young:
“Se puede definir una actitud como la tendencia o predisposición aprendida, más
o menos generalizada y de tono afectivo, a responder de un modo bastante
persistente y característico, por lo común positiva o negativamente (a favor o
en contra), con referencia a una situación, idea, valor, objeto o clase de
objetos materiales, o a una persona o grupo de personas”.
Actitud y
sociología:
El concepto de
actitud, como una tendencia a responder de igual manera en iguales
circunstancias, no sólo es de interés en Psicología Social sino también en
Sociología.
Desde el punto de
vista afectivo, es posible encontrar algunas actitudes básicas en el hombre,
que servirán para describir su comportamiento social.
Baruch de Spinoza,
en su “Ética” describe al amor como la tendencia a compartir penas y alegrías
de nuestros semejantes, mientras que al odio lo describe como la tendencia a
alegrarnos del sufrimiento ajeno y a entristecernos por su alegría.
Si a éstas
actitudes les agregamos el egoísmo, como tendencia a interesarnos sólo por cada
uno de nosotros mismos y a la negligencia como tendencia a desinteresarnos por
todos, tenemos prácticamente cubierta la totalidad de las actitudes afectivas
posibles.
Podemos decir que
todo ser humano posee, en distintas proporciones, algo de amor, algo de odio,
de egoísmo y de negligencia, preponderando una de ellas en cada caso.
Es posible hablar
de una “actitud característica” en cada persona, por lo que habrá tantas
actitudes distintas como personas existan en el mundo. Dicha actitud, precisamente,
caracteriza a cada ser humano y no es algo fijo o permanente, sino que puede
cambiar debido a la educación o bien a la influencia recibida desde el medio
social.
Tanto en
Psicología Social como en Sociología se buscan variables observables y
cuantificables que sirvan de soporte a descripciones que puedan encuadrarse en
el marco de la ciencia experimental, de ahí que es posible definir a la actitud
característica como el cociente entre respuesta y estímulo: A = R/E
Así, la actitud
del amor implica compartir penas y alegrías (que habría de ser la respuesta),
mientras que el estímulo serían las penas y alegrías originales que luego
habríamos de compartir.
Si asociamos el
bien al amor, mientras que al odio, al egoísmo y la negligencia les asociamos
el mal, disponemos de una ética elemental que podrá incluirse en una
descripción compatible con el método de la ciencia.
87 AFECTOS
Para el neurobiólogo
Antonio Damasio, la emoción y las reacciones
relacionadas están vinculadas con el cuerpo, mientras
que los sentimientos lo están con la mente. Algunos autores consideran que,
mientras que la emoción es un proceso individual, el afecto es un proceso
interactivo que involucra a dos o más personas, si bien no existe una división
estricta entre ambos conceptos. En otros autores, las afecciones se refieren al
cuerpo, mientras que las emociones están vinculadas a la mente, como lo
considera Spinoza. De ahí que deba tenerse siempre
presente el contexto concreto en que se tratan estos temas.
Según Baruch de Spinoza, las afecciones
fundamentales son tres:
1)
Alegría
2)
Tristeza
3)
Deseo
Trató de que esas
partes fueran puramente corporales, de que estuvieran al nivel del apetito, es
decir, no acompañadas por la conciencia. Las emociones, estrictamente hablando,
suponen una idea del objeto; el [[amor]], por ejemplo, es un modo de la
conciencia que incluye una idea del objeto amado (“Historia de la Psicología”
de George S. Brett –
Editorial Paidós SA).
Podemos mencionar las
definiciones de los afectos, según Spinoza (“Ética
demostrada según el orden geométrico” de Baruch de Spinoza – Fondo de Cultura Económica)
El deseo es la esencia
misma del hombre en cuanto es concebida como determinada a obrar algo por una
afección cualquiera dada por ella.
La alegría es la transición
del hombre de una menor a una mayor perfección.
La tristeza es la
transición del hombre de una mayor a una menor perfección.
La admiración es la
imaginación de alguna cosa en la cual el alma permanece absorta, porque esta
imaginación singular no tiene conexión con las demás.
El desprecio es la
imaginación de alguna cosa que toca tan poco al alma, que el alma misma, por la
presencia de la cosa, es movida a imaginar lo que en la cosa misma no existe,
más bien que lo que en ella existe.
El amor es una alegría
acompañada por la idea de una causa externa.
El odio es una
tristeza acompañada por la idea de una causa externa.
La propensión es una
alegría acompañada por la idea de alguna cosa que es, por accidente, causa de
alegría.
La aversión es una
tristeza acompañada por la idea de alguna cosa que es, por accidente, causa de
tristeza.
La devoción es el amor
hacia aquel que admiramos.
La irrisión es una
alegría nacida de que imaginamos que hay algo despreciable en la cosa que
odiamos.
La esperanza es una
alegría inconstante nacida de la idea de una cosa futura o pretérita de cuyo
suceso dudamos hasta cierto punto.
El miedo es una
tristeza inconstante, nacida de la idea de una cosa futura o pretérita, de cuyo
suceso dudamos hasta cierto punto.
La seguridad es una
alegría nacida de la idea de una cosa futura o pretérita acerca de la cual ha
desaparecido toda causa de duda.
La desesperación es
una tristeza nacida de la idea de una cosa futura o pretérita acerca de la cual
ha desparecido toda causa de duda.
El gozo es una
alegría, acompañada por la idea de una cosa pretérita que sucedió sin que se la
esperase.
El remordimiento de
conciencia es una tristeza acompañada por la idea de una cosa pretérita que
sucedió sin que se la esperase.
La conmiseración es
una tristeza acompañada por la idea de un mal que ha sucedido a otro a quien
imaginamos semejante a nosotros.
La aprobación es el
amor hacia alguien que ha hecho bien a otro.
La indignación es el
odio hacia alguien que ha hecho mal a otro.
La sobreestimación es
estimar a alguien, por amor, en más de lo justo.
El menosprecio es
estimar a alguien, por odio, en menos de lo justo.
La envidia es el odio
en cuanto afecta al hombre de tal manera que se entristece con la felicidad de
otro, y, por el contrario, se goza en el mal de otro.
La misericordia es el
amor, en cuanto afecta al hombre de tal manera que se goza en el bien de otro,
y, por el contrario, se entristece con el mal de otro.
La satisfacción de sí
mismo es una alegría nacida de que el hombre se considera a sí mismo y
considera su propia potencia de obrar.
La humildad es una
tristeza nacida de que el hombre considera su propia impotencia o flaqueza.
El arrepentimiento es
una tristeza acompañada por la idea de algo que creemos haber hecho por un
libre decreto del alma.
La soberbia consiste
en estimarse, por amor de sí, en más de lo justo.
La abyección
consiste en estimarse por tristeza en menos de lo justo.
La gloria es una
alegría acompañada por la idea de alguna acción nuestra que imaginamos que los
demás alaban.
La vergüenza es una
tristeza acompañada por la idea de alguna acción que imaginamos que los demás
vituperan.
La nostalgia es el
deseo o apetito de poseer una cosa, sustentado por el recuerdo de esta cosa y
al mismo tiempo reprimido por el recuerdo de otras cosas que excluyen la
existencia de la cosa apetecida.
La emulación es el
deseo de una cosa que se engendra en nosotros porque imaginamos que otros
tienen el mismo deseo.
El agradecimiento o
gratitud es un deseo o afán de amor con que nos esforzamos en hacer bien a
aquel que nos ha hecho un bien, con igual afecto de amor.
La benevolencia es un
deseo de hacer bien a aquel por quien sentimos conmiseración.
La ira es un deseo que
nos incita, por odio, a hacer mal a quien odiamos.
La venganza es un
deseo que nos incita, por odio recíproco, a hacer mal a quien afectado por
igual afecto, nos ha inferido un daño.
La crueldad o sevicia
es un deseo por el cual alguien es incitado a hacerle mal a quien amamos o a
aquel por quien sentimos conmiseración.
El temor es un deseo
de evitar un mal mayor, del que tenemos miedo, mediante otro menor.
La audacia es un deseo
por el cual alguien es incitado a hacer algo corriendo un peligro que sus
iguales tienen miedo de arrostrar.
La pusilanimidad, se
dice, es propia de aquel cuyo deseo es reprimido por el temor de un peligro que
sus iguales osan arrostrar.
La consternación, se
dice, es propia de aquel cuyo deseo de evitar un mal, es reprimido por la
admiración que le produce el mal que teme.
La humanidad o
modestia es un deseo de hacer aquello que agrada a los hombres y de abstenerse
de aquello que les desagrada.
La ambición es un
deseo inmoderado de gloria.
La gula es un deseo inmoderado
o también amor de comer.
La embriaguez es un
deseo inmoderado y amor de beber.
La avaricia es un
deseo inmoderado y amor de riquezas.
La lujuria es también
deseo y amor de ayuntamiento carnal.
Si la actitud del amor
ha de formar parte, en algún momento, de las descripciones que siguen los
lineamientos de la ciencia experimental, deberá definirse de manera tal que
pueda ser observada y cuantificada con cierta precisión. Baruch
de Spinoza estableció una definición que puede
encuadrar en los requerimientos de las ciencias humanas y sociales. Escribió al
respecto: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza,
también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será
mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”(“Ética demostrada según el orden geométrico” (pág.120) de Baruch de Spinoza” – Fondo de Cultura Económica).
La definición de Spinoza, en la que la actitud del amor implica compartir
alegrías y tristezas de otras personas, no difiere esencialmente de la
definición bíblica del amor, ya que el mandamiento sugiere “compartir las
alegrías y tristezas de los demás como si fuesen propias”, tal el “amarás a tu
prójimo como a ti mismo”.
No sólo esta
definición se refiere a aspectos observables y contrastables con la realidad,
sino que también presenta aspectos cuantificables, ya que indica que en mayor o
menor medida serán compartidos los afectos, mientras mayor o menor sean la
alegría o la tristeza asociada a la persona amada.
De la definición
mencionada se extraen algunas conclusiones inmediatas, tales como los
sentimientos que surgen hacia un tercero. Spinoza
escribe: “Si imaginamos que alguien afecta de alegría a la cosa que amamos,
seremos afectados de amor hacia él. Si imaginamos, por el contrario, que la
afecta de tristeza, seremos, por el contrario, afectados también de odio contra
él”(“Ética demostrada según el orden geométrico” (pág. 121) de Baruch de Spinoza” – Fondo de Cultura Económica).
Observamos, en esta
expresión, que el odio aparece como una actitud opuesta al amor, como una
tendencia a intercambiar (respecto del tercero mencionado) los papeles de
tristeza y alegría como afectos compartidos.
Odio
Spinoza da, respecto del odio, una
definición opuesta a la que establece para el amor, pero formalmente similar.
Escribe al respecto: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado
de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría,
se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor
el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (“Ética demostrada según el
orden geométrico” (pág. 122) de Baruch
de Spinoza” – Fondo de Cultura Económica).
Nótese que, cuando
alguien se alegra por la tristeza ajena, ese sentimiento puede manifestarse en
forma de burla, mientras que, cuando alguien se entristece por la alegría
ajena, estamos en presencia del sentimiento de la envidia. Por lo que podemos
decir que el odio es una [[actitud]] que se manifiesta en forma de burla y
envidia, al menos desde un punto de vista general. Spinoza
escribió: “Estos afectos de odio y otros similares se refieren a la envidia,
que por eso no es nada más que el mismo odio, en cuanto se considera que
dispone el hombre de tal manera, que se goce en el mal de otro y que, por el
contrario, se entristezca del bien de ese otro”(“Ética
demostrada según el orden geométrico” (pág. 123) de Baruch de Spinoza” – Fondo de
Cultura Económica).
88 EL BIEN Y EL MAL
Una vez que adoptamos un
objetivo a lograr, lo “bueno” es todo aquello que favorece su logro, mientras
que lo “malo” es todo lo que lo impide. Como los hombres buscamos la felicidad,
el “bien” es lo que la permite alcanzar, mientras que el “mal” es lo que impide
su logro. John Locke
expresó: “Aquello que tiene la capacidad de producirnos placer es lo que
llamamos un bien, y lo que tiene capacidad de producirnos dolor llamamos un mal”(“Diccionario de Filosofía” de Nicola
Abbagnano – Fondo de Cultura Económica).
Baruch de Spinoza
consideraba el bien como algo subjetivo, no sólo por haber insistido en la idea
de que lo bueno de cada cosa es la conservación y persistencia en su ser, sino
también por haber escrito expresamente que «no nos movemos, queremos,
apetecemos o deseamos algo porque juzgamos que es bueno, sino que juzgamos que
es bueno porque nos movemos hacia ello, lo queremos, apetecemos y deseamos»
(“Diccionario de Filosofía” de J. Ferrater Mora –
Editorial Ariel SA).
La lucha histórica:
Algunas religiones,
como la judía y la cristiana, contemplan la historia del mundo como una lucha
histórica entre el Bien y el Mal, simbolizada como una lucha entre Dios y
Satanás.
De ahí que se promueve
la virtud, como camino del Bien, y se combate al pecado, como camino del Mal.
Incluso las profecías bíblicas predicen, para el futuro, el triunfo definitivo
del Bien sobre el Mal.
89 IMPUTABILIDAD
Luego de compartir a
la distancia, con mucha indignación, el sufrimiento de los familiares de
personas asesinadas cotidianamente por delincuentes menores de edad, debemos
tolerar la (involuntaria) burla de los informativos que nos dicen que “la
policía está próxima a detenerlos”, o que “ya los detuvo”, cuando todos sabemos
que, por ser menores, son inimputables y que, en
cuestión de días o de meses, volverán a asesinar a otra persona decente.
La ley que protege y estimula la
delincuencia juvenil no es más que la continuación de los reglamentos que
protegen y estimulan las actitudes irrespetuosas de los alumnos hacia sus
maestros y profesores, tanto en escuelas primarias como secundarias. La
tendencia de los alumnos a insultar y a degradar a sus maestros, sin que exista
la menor posibilidad de ser expulsados, va formando en el niño hábitos que
luego podrán convertirlo en un delincuente potencial.
Mientras que en países como Inglaterra son
imputables los menores desde los 10 años, en la Argentina se los trata como
niños a quienes llegan hasta los 16 años, siendo imputables desde los 17 años,
lo que resulta grotesco para el sentido común.
Los políticos que han establecido las leyes
que promueven y amparan la violencia juvenil, deberán tener presente que son
los autores intelectuales, o cómplices, de muchos asesinatos que se cometen a
diario a lo largo y a lo ancho de todo el país.
En forma perversa hay quienes aducen que el
que propone bajar la edad de la imputabilidad es una persona que tiene una
actitud negativa hacia los niños o hacia los adolescentes. Justamente, quienes
fuimos niños y adolescentes en décadas pasadas sabemos que la menor tolerancia
promovía un menor nivel de indisciplina y de violencia.
En la educación actual predomina la
tendencia a promover y a enfatizar los derechos individuales, pero no así los
deberes respectivos, que son los derechos de los demás. Esta influencia nos
hace evocar aquella imagen de los nobles déspotas, que actuaban con soberbia y
desprecio ya que sólo tenían en sus mentes sus derechos irrenunciables. Estas
actitudes se hacen notorias en los casos de personas con complejos
psicológicos. Así, el ideal del noble déspota, resulta perjudicial en cualquier
niño y en cualquier adolescente.
La mentalidad prevaleciente en la actualidad
es la que proviene de una especie de complejo de persecución, ya que la
“burguesía”, o los “países capitalistas”, oprimen al individuo, por lo que es
necesario otorgarle protecciones y derechos de todo tipo, pero nunca castigos,
porque es totalmente inocente en un “sistema social” injusto.
Cualquiera sea la realidad acerca de la
posible perversión de tipo “neoliberal”, al individuo no se le deben estimular
actitudes negativas porque, de esa forma, se los margina de la sociedad en
forma efectiva, aunque se pregone lo contrario.
Antes de pensar en la marginación adicional
que se le provocará al delincuente, debemos pensar en la marginación total
(muerte) a que son sometidas las víctimas inocentes. Los derechos humanos deben
ser respetados no sólo para el delincuente, o para el izquierdista, sino
también para la persona común.
90 LA
FILOSOFÍA: ENTRE LA CIENCIA Y LA ASTROLOGÍA
Entre los que se
dedican a la filosofía, encontramos a humanistas que sienten cierta aversión
hacia la ciencia, olvidando que existen las ciencias sociales. Se jactan de que
algún filósofo griego, que existió hace más de 2.000 años, anticipó algunos de
los hallazgos de la ciencia contemporánea. Al respecto puede decirse que, si
juntamos las diversas opiniones de todos los filósofos griegos, cubren todas
las posibilidades.
Este es un caso
similar al de los astrólogos; si juntamos a varios astrólogos, entre todos
hacen variados pronósticos no quedando nada fuera de lo previsto. La ciencia,
por el contrario, encuentra y elige la mejor descripción entre todas las
posibles. Henri Poincaré dijo: “Descubrir es elegir”.
En la actualidad podemos
distinguir entre una filosofía especulativa, cuyo método se parece al de la
astrología, en donde tienen vigencia variadas y opuestas opiniones sobre un
mismo tema, y la filosofía científica, que si bien no da respuestas de unánime
aceptación, parte del conocimiento científico aceptado en una determinada etapa
del conocimiento.
Lo lamentable de la
situación es que la filosofía especulativa trata de imponer su “método” incluso
a las ciencias sociales, desconociendo el carácter científico que éstas pretenden
lograr. Pareciera que la verdad no es esencial en el conocimiento, sino la
disputa y el debate filosófico; algo que nos hace recordar las discusiones de
los antiguos sofistas. Incluso, como su lenguaje es oscuro y confuso, producto
de cierta irracionalidad subyacente, suponen estar en la cima de la
intelectualidad calificando despectivamente a quienes no son capaces de acceder
a tal enredo de frases y palabras.
Quienes se dedican a
las ciencias sociales o, incluso, a la filosofía, deben tener en cuenta estos
aspectos. El psicólogo B.F. Skinner
escribió: “He planteado preguntas acerca del organismo y no de los que han
estudiado el organismo”. Con ello indica que el científico debe tener puestos
los ojos en la realidad y no en las distintas opiniones sobre la realidad. Esta
actitud debe ser compartida por el filósofo, excepto cuando estudia Historia de
la Filosofía en donde tiene que enfatizar sobre el conocimiento de distintos
autores.
Lo que realmente
sorprende, en algunos escritos que pretenden ser filosóficos, es la ausencia de
restricciones. Veamos algunos aspectos que desconocen:
a)
Ley natural: al ignorar la
existencia de leyes naturales, sus escritos pueden conducir a mundos
imaginarios o inexistentes, tal como ocurre en el mundo de los dibujos animados
y la fantasía.
b)
Verdad: al suponer inexistente una
verdad objetiva, puede escribirse cualquier cosa y se entra en el mundo del “todo
vale”.
c)
El Bien: al suponer inexistente el
Bien, como algo objetivo, no existen restricciones éticas en cuanto a la influencia que puedan
tener los escritos realizados.
En cuanto a la
validación del conocimiento, como no se hace referencia a leyes naturales ni a
aspectos éticos ni siquiera se tiene en cuenta la posible veracidad de
contenidos, sólo queda el consenso de quienes comparten determinadas posturas,
es decir, la filosofía especulativa tiene validez para un reducido número de “intelectuales”
que intercambian elogios y admiración mutua. Y para colmo, aún ignorando la
ciencia, suponen que son ellos los que la dirigen, ya que “es ciega si no se
inspira en la filosofía” (así como es por ellos entendida).