6 FILOSOFÍA CIENTÍFICA

 

Podemos denominar “filosofía científica” a un sistema cognoscitivo cuyas partes constitutivas son, a su vez, parte de alguna de las ramas de la ciencia experimental. Es indudable que el conocimiento filosófico del pasado ha ido restringiendo sus dominios ante el avance de la ciencia, quedando, sin embargo, la posibilidad de integrar el conocimiento en la forma empleada en los antiguos sistemas filosóficos.

 

   La síntesis del conocimiento es esencial, ya que existe una diferencia importante entre conocer y saber, siempre que asignemos a la palabra “conocer” la simple disponibilidad de información parcial, mientras que asignamos la palabra “comprender” a la integración de todos los conocimientos bajo una síntesis organizada, o sistema cognoscitivo.

 

   Hans Reichenbach escribió: “Los sistemas filosóficos, en el mejor de los casos, han reflejado la situación del conocimiento científico de su época; pero no han contribuido al desenvolvimiento de la ciencia. El desarrollo lógico de los problemas es labor del científico; su análisis técnico, aun cuando a menudo se halla dirigido hacia pequeños detalles y rara vez se realiza con propósitos filosóficos, ha ampliado la comprensión del problema hasta que, con el tiempo, el conocimiento técnico fue lo suficientemente completo para poder dar respuesta a las preguntas filosóficas”.

 

“Los libros de texto de filosofía generalmente incluyen un capítulo sobre la filosofía del siglo XIX escrito en el mismo tono que los que tratan de la filosofía de los siglos anteriores. Este capítulo menciona nombres como los de Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer, Spencer y Bergson, y comenta sus sistemas como si fueran creaciones filosóficas situadas en la misma línea de los sistemas de los periodos precedentes. Pero la filosofía de los sistemas termina con Kant, y es un error de la historia de la filosofía el discutir sistemas posteriores en el mismo nivel que los de Kant o Platón. Los sistemas anteriores reflejan la ciencia de su tiempo y dieron pseudo-respuestas cuando no podían darse otras mejores. Los sistemas filosóficos del siglo XIX fueron construidos en los momentos en que se estaba elaborando una nueva filosofía; son el producto de hombres que no se dieron cuenta de los descubrimientos filosóficos inmanentes a la ciencia de su tiempo y que desarrollaron, bajo el nombre de filosofía, sistemas de ingenuas generalizaciones y analogías. En ocasiones fue el persuasivo lenguaje de sus exposiciones, en otras la sequedad pseudo-científica de su estilo, lo que impresionó a sus lectores y contribuyó a su fama. Pero, considerados históricamente, estos sistemas podrían compararse más bien al término de un río que después de correr por fértiles tierras terminara por secarse en el desierto”

 

“El filósofo de la escuela tradicional muchas veces se ha rehusado a reconocer al análisis de la ciencia como filosofía, y continúa identificando la filosofía con la invención de sistemas filosóficos. No se da cuenta de que los sistemas filosóficos han perdido su significación y de que su función ha sido asumida por la filosofía de la ciencia. El filósofo científico no teme este antagonismo. Deja al filósofo anticuado que siga inventando sus sistemas filosóficos –para los que puede haber todavía un lugar dentro del museo filosófico que lleva el nombre de historia de la filosofía- y se pone a trabajar” (De “La Filosofía científica” – Ed. Fondo de Cultura Económica)

 

   Hay quienes ven una diferencia esencial entre filosofía y ciencia ya que en un caso es esencial el concepto de teleología o finalidad, mientras que en el otro caso es esencial el concepto de causalidad. Sin embargo, pronto se vio que el concepto de finalidad implícita puede existir en la ciencia toda vez que se utilicen sistemas realimentados en la descripción del mundo real. El objetivo a alcanzar, dentro de dicho sistema, cumple con el rol de la finalidad empleado en filosofía. Hans Reichenbach escribió: “La selección en la lucha por la existencia es un hecho irrefutable, y la causalidad en combinación con la selección produce orden. No hay escapatoria de este principio. La teoría darviniana de la selección natural es el instrumento por medio del cual la aparente teleología de la evolución se reduce a causalidad”.

 

   Hans Reichenbach escribió: “La filosofía especulativa quería certeza absoluta. Si era imposible predecir acontecimientos individuales, al menos se consideraba que podían conocerse las leyes generales que rigen todos los acontecimientos; estas leyes podían derivarse mediante el poder de la razón. La razón, legisladora del universo, revelaba a la mente humana la naturaleza íntima de todas las cosas. Esta tesis se encontraba en la base de todas las diversas formas de sistemas especulativos. Por otra parte, la filosofía científica se rehusa a aceptar cualquier clase de conocimiento del mundo físico como absolutamente seguro. Los principios de la lógica y de las matemáticas representan el único terreno en que puede alcanzarse la certeza; pero estos principios son analíticos y vacíos. La certeza y la vaciedad son inseparables: la síntesis a priori no existe”.

 

“Y a pesar de todo, todavía hay filósofos que se niegan a aceptar la filosofía científica como una filosofía, que quieren incorporar sus resultados a un capítulo introductorio de la ciencia y que pretenden que existe una filosofía independiente, que no tiene nada que ver con la investigación científica y que puede alcanzar directamente la verdad. Estas pretensiones, creo yo, revelan una falta de sentido crítico. Los que no ven los errores de la filosofía tradicional no quieren renunciar a sus métodos o resultados y prefieren seguir un camino que la filosofía científica ha abandonado. Reservan el nombre de filosofía para sus falaces empeños en busca de un conocimiento supercientífico y se rehusan  a aceptar como filosófico un método de análisis construido sobre el modelo de la investigación científica”.

 

 

 

7 PUNTOS DE PARTIDA PARA UNA ETICA NATURAL  

 

 

Es posible adoptar el actual nivel de conocimientos como el punto de partida para el establecimiento de una ética natural y objetiva, que sea independiente de las distintas posturas filosóficas y religiosas adoptadas individualmente. Los aspectos básicos considerados no sólo serán el origen de una perspectiva general, sino que constituirán también requisitos, o limitaciones, que deberá cumplir una ética de validez universal.

 

Principio de complejidad creciente: También denominada Ley cósmica de Complejidad-Consciencia, ha sido descripta por Joël de Rosnay como sigue: “Pierre Teilhard de Chardin sostiene que la materia del universo está organizada en una larga cadena de complejidad creciente. La cadena comienza en las partículas elementales, sigue con los átomos, las moléculas, las células y los organismos individuales; se extiende finalmente a los agrupamientos complejos constituidos por las sociedades humanas. En cada nivel de complejidad se encuentran los elementos constructivos a partir de los cuales se forma el siguiente, más complejo. Aparentemente, Teilhard de Chardin fue uno de los primeros en subrayar que esta clasificación por orden de complejidad creciente correspondía también a una clasificación cronológica”. (De “La aventura del ser vivo”– Gedisa Editorial).

 

   Esta tendencia implica la existencia de un sentido de la evolución y de una finalidad objetiva del universo. También puede establecerse el sentido de la historia de la humanidad como una serie de intentos por lograr mayores niveles de adaptación. 

 

Principio de invariabilidad de la ley natural: Establecido primeramente por Auguste Comte, este principio básico de la ciencia experimental implica, además, que todo lo existente está regido por esta ley. La existencia de una ley natural, como vínculo invariante entre causas y efectos, da lugar a un orden natural. Así como las leyes humanas se establecen bajo cierto espíritu, o finalidad, podemos decir que Dios es el espíritu que caracteriza la ley natural. Luego, al ser invariante, podemos identificar ciencia y religión, ya que se excluye toda interrupción de la misma.

 

Principio de adaptación cultural: El hombre no sólo participa del proceso de la evolución biológica, sino que también está inmerso en un proceso de adaptación cultural al orden natural. Julian Huxley escribió: “Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo” – Editorial Hermes).

 

   Así como el medio presiona a la vida hacia una mayor adaptación, el propio orden natural presiona a la humanidad, a través del sufrimiento, a una mayor adaptación cultural al mismo.

 

Criterio de cooperación: Podemos decir que el hombre es un partícipe activo en el proceso de la creación, o formación, de la humanidad, y que el hombre actual está en una etapa similar a la descripta en el Génesis bíblico. Henri Bergson escribió: “Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la creación”. Esta es también una insinuación a darle a nuestra vida un sentido religioso y una finalidad acorde al sentido aparente del universo. La actitud ética tiene sentido cuando previamente se encontró un sentido a nuestra vida.

 

Criterio de las decisiones accesibles: Epicteto escribió: “De lo existente, unas cosas dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros”. La acción ética requiere de sugerencias prácticas que sean accesibles a nuestras decisiones. Si tenemos en cuenta esta restricción, es posible dejar de lado muchos planteamientos de tipo filosófico que no conducen a una acción concreta y que sólo llevan a conflictos sin solución.

 

Criterio de simplicidad: Es evidente que toda ética propuesta debe ser accesible a la totalidad de las personas, en forma independiente de su nivel intelectual. De ahí que Cristo expresó: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los listos y las has revelado a los insignificantes” (Mt.)

 

Criterio de universalidad: Inmanuel Kant escribió: “Actúa como si el motivo que preside tus actos pudiera convertirse, por obra de tu voluntad, en una ley general”.

 

Criterio del amor intelectual a Dios: Baruch de Spinoza escribió: “Pero el amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma con una alegría singular y libre de toda tristeza, lo que hace que sea tan deseable y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas”.

 

Criterio de inmortalidad: No sólo la felicidad es un aliciente para el logro de una actitud ética adecuada, sino también la existencia de la inmortalidad, como premio a esa acción. Ignace Lepp escribió: “Pero si no hubiera tal eternidad, mi fe en el mundo recibiría un golpe peligroso. ¿Podría concebirse que el mundo evolucione durante miles de millones de años hasta originar la vida espiritual, consciente de sí misma…para que dicha vida vuelva a caer al fin nuevamente en la nada? Todo mi ser se rebela contra tal hipótesis, que rebajaría y reduciría a un absurdo el mundo, en el que tan firmemente creo” (De “La nueva Tierra” – Ediciones Carlos Lohlé).

 

Criterio de la influencia social: Wolfgang Goethe escribió: “Trata a la gente como si fuera lo que debería ser y la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.

 

Criterio de la respuesta característica: En los seres humanos existe una respuesta, o actitud, característica. Mediante cuatro actitudes básicas podemos describir todo el espectro de las respuestas posibles, y ellas son: amor, odio, egoísmo y negligencia. A la primera le asociamos el Bien, y a las últimas el Mal. De ahí que el éxito de la adaptación cultural del hombre al orden natural, está asociado al predominio del Bien sobre el Mal.

 

Criterio de los sentimientos humanos: es indudable que toda actitud ética deberá basarse en los sentimientos humanos. La sugerencia práctica ha de ser el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, que puede también enunciarse como: “Compartirás las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias”.

 

 

 

8 OBJETIVO Y SUBJETIVO

 

Cuando adoptamos como referencia a la propia ley natural, tratamos de que nuestro conocimiento sea objetivo, es decir, tratamos de describir las cualidades que dependen del objeto de estudio antes que del sujeto que realiza la descripción. Por el contrario, cuando adoptamos como referencia a las opiniones de algunos pensadores o bien a la opinión mayoritaria de la gente, estamos, quizás sin quererlo, buscando un conocimiento subjetivo, es decir, que depende con preponderancia de quienes emiten las opiniones antes mencionadas.

 

   Casi siempre adoptamos una de ambas referencias, aunque, en cualquiera de los casos, es conveniente tener presente las descripciones ya hechas, ya que nos ayudarán a ver mejor la realidad. Immanuel Kant escribió: “La autoestima moral, que descansa en la dignidad de la humanidad, no ha de basarse en la comparación con los demás, sino en la comparación con la ley moral” (De “Lecciones de Ética” – Editorial Crítica).

 

   Incluso cuando buscamos un mejoramiento personal tenemos la opción de compararnos con la gente que nos rodea o bien con la propia ley natural que nos rige. Ello dará lugar a una moral relativa, en el primer caso, y a una moral objetiva, en el segundo caso. Nótese que tanto en el caso del conocimiento como en el caso de la mejora ética, empleamos un proceso de comparación similar. Por algo se ha identificado el conocimiento con la virtud y la ignorancia con el pecado. Immanuel Kant escribió: “La conciencia moral es un instinto: el de juzgarse a sí mismo conforme a la ley moral”.

 

   El subjetivismo adopta su máxima expresión cuando cada individuo toma como referencia a sus propias opiniones. Cuando ello ocurre, todo conocimiento tiene validez tan sólo para quien emite una opinión. El relativismo moral y el relativismo de la verdad adquieren su mayor dimensión. José Ortega y Gasset escribió al respecto: “Cada individuo posee sus propias convicciones, más o menos duraderas, que son «para» él la verdad. En ellas enciende su hogar íntimo, que lo mantiene cálido sobre el haz de la existencia.  «La» verdad, pues, no existe: no hay más que verdades «relativas» a la condición de cada sujeto. Tal es la doctrina «relativista»” (De “Obras completas” – Editorial Alianza).

 

   También la doctrina relativista se manifiesta cuando aparecen “verdades sectoriales”, postura que difiere de la anterior por el hecho de que una opinión personal contará con la adhesión incondicional de muchos adeptos. Ya no se buscará con preponderancia la verdad de todos, sino que se tratará de imponer la verdad particular o sectorial. Galileo Galilei escribió: “Son sus secuaces quienes han dado la autoridad a Aristóteles, y no él quien la ha usurpado o tomado; y esto es así porque es más fácil cubrirse bajo el escudo de otro que aparecer a cara descubierta, y temen y no se arriesgan a alejarse un solo paso y antes que poner cualquier alteración en el cielo de Aristóteles, pretenden de manera impertinente negar aquello que ven en el cielo de la naturaleza” (De “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”)

 

    Si un ingeniero ha de diseñar un edificio, primeramente tendrá en cuenta las leyes físicas que rigen el comportamiento de los materiales y de las formas constructivas. Lo mismo ocurre en el caso del médico que trata de sanar a su paciente, ya que previamente ha de conocer el funcionamiento detallado de las partes del cuerpo que pueden estar afectadas. Sin embargo, cuando se trata del comportamiento social de los seres humanos, la mayoría de las veces se ignora la existencia de leyes naturales básicas. Ni siquiera se las busca. De ahí la actitud subjetiva que predomina en las ciencias sociales.

 

   El grado de veracidad que tiene una descripción no depende de la época en que fue realizada. Así, la teoría de la gravitación de Newton tiene en la actualidad la misma veracidad que en el siglo XVII, si bien ha aparecido otra teoría (relatividad generalizada) que es aún más exacta que la anterior.

 

   Respecto de la relatividad de la verdad, Patricio Hopkins escribió: “Si con la expresión verdad  relativa se quiere enseñar que la misma proposición en que se afirma el mismo predicado del mismo sujeto, bajo el mismo respecto, puede ser verdadera para un individuo y falsa para otro; juzgamos que debe rechazarse este relativismo, por ser inaceptable.

 

a)      Se trata de una aseveración del subjetivismo individual. Esta escuela sostiene que la verdad del pensamiento depende del sujeto que juzga.

b)      Esta teoría es inaceptable, porque encierra una contradicción. Repugna que una misma proposición pueda ser al mismo tiempo verdadera y falsa. Si el pensamiento concuerda con el objeto conocido, entonces es verdadera; y quien lo tiene por falso, está en error. Si, por el contrario, el pensamiento no concuerda con la situación objetiva, el que lo tiene por verdadero, está en error; y el que juzga que es falso, está en lo cierto. (De “Filosofía” – Ediciones Almagro)

 

   Para quienes aceptan el relativismo de la verdad y el relativismo moral, no sólo habría que suprimir la ética y la religión, sino también la lógica elemental. Es oportuno caracterizar la mentalidad generalizada de la sociedad que acepta tal tendencia. José Manuel Saravia escribió:

 

“La ideología oculta es compleja y resulta difícil enunciarla. Considero pertinente exponer algunas ideas que la integran:

 

▪ Nada es real y verdadero si no puede verificarse a través de los sentidos y de la ciencia. Todas las demás creencias son fábulas o engaños, meras quimeras o resabios de una mentalidad primitiva, desechados por la gente razonable.

 

▪ El desarrollo científico y tecnológico permitirá al hombre aprehender toda la realidad y ponerla a su servicio, triunfar sobre la enfermedad, la pobreza, el sufrimiento y la injusticia.

 

▪ Nada hay más importante que el progreso y crecimiento económicos, tanto para el individuo como para las sociedades.

 

▪ Las creencias y sentimientos religiosos deben ser respetados, pero con la condición de que se mantengan dentro de los límites de la conciencia individual y de la vida privada.

 

▪ La opinión pública no se equivoca. Por tanto, no puedo errar si pienso y actúo como los demás.

 

▪ La satisfacción de nuestras necesidades y ambiciones materiales nos procurará bienestar y felicidad.

 

▪ El individuo normal es sanamente egoísta y debe procurar, por encima de todo, alcanzar éxito, adquirir riqueza, prestigio y poder. En especial riqueza, porque al rico el prestigio y el poder le vienen por añadidura.

 

▪ La antigua moral ha caducado. No hay un bien ni un mal absolutos. Todo fluye y cambia, por lo que carece de sentido proponer fidelidades o compromisos permanentes.

 

▪ Cada ser humano tiene la capacidad y el derecho de decidir, por sí y día a día, cuál es el bien y cuál el mal. (De “El silencio de Dios” – Emecé Editores)

 

   Respecto de la ciencia, en general se ignora sus fundamentos y sus alcances. La mayoría cree que se trata de un método infalible y, además, considera falso todo lo que no cae dentro del marco de la ciencia experimental. Recordemos que, si bien la ciencia no puede confirmar muchas de las cuestiones derivadas de la religión, tampoco puede rechazarlas. Tampoco puede suponerse falso aquello que no ha podido describirse aceptablemente dentro del marco científico.

 

   La ciencia describe la ley natural, de ahí que implica la búsqueda de la verdad objetiva, por lo que en ese ámbito resulta extraño todo tipo de relativismo cognoscitivo. En cuanto a las incompatibilidades entre ciencia y religión, debemos tener presente que los libros religiosos fueron escritos por hombres inspirados en Dios, mientras que la ley natural es su obra directa y concreta. Galileo Galilei escribió: “Visto, pues, que tanto las Sagradas Escrituras como la naturaleza tienen el mismo origen en el Verbo divino, la una en tanto que dictada por el Espíritu Santo y la otra como obediente ejecutora de los proyectos de Dios; visto, además, que estamos todos de acuerdo en que, para que todos puedan comprenderlas, las Escrituras emplean un lenguaje que, tomado al pie de la letra, a menudo difiere de la verdad absoluta; visto también que, siendo la naturaleza inexorable e inmutable, de ningún modo puede ser afectada por las explicaciones que, con sus instrumentos limitados, pueden dar los seres humanos de sus fines recónditos y de sus modos de explicarse, porque nunca se aleja de la ley a la que está sometida; visto todo esto, puede razonablemente concluirse que no hay ningún motivo para plantear dudas ante lo que los fenómenos naturales o la sensata experiencia nos ponga ante los ojos, o ante las deducciones a las que nos conduzcan los experimentos rigurosos, oponiendo a ello pasajes de las Escrituras que aparentemente sostienen lo contrario, considerando además que toda proposición de las Escrituras no está vinculada a la obediencia severa de una ley, como sí lo están los fenómenos naturales” (Carta a Benedetto Castelli)

 

   José Manuel Saravia escribió: “Durante todo el pasado de la humanidad, unas pocas personas a las que se reconocía autoridad (sacerdotes, filósofos, sabios) opinaban sobre temas metafísicos y morales. Hoy habla con idéntico énfasis y aplomo, y sobre todo es escuchado por igual, el deportista, el político, el drogadicto o la actriz de moda. Todos pontifican con parecida autoridad, porque tanto la autoridad que provenía de Dios como la que se fundaba en la razón han sido aplastadas bajo el maremagnum de opiniones que transmiten los periódicos, la radio y la pantalla mágica.

 

¿Qué conclusión sacan de ello el hombre, la mujer, el joven, al cabo de las innumerables horas que permanecen expuestos a mensajes masivos provenientes de personajes con quienes frecuentemente se identifican? La única psicológicamente factible: que, en el fondo, todo es lo mismo, que sólo existen verdades y valores individuales, que algo puede ser válido para ti y no para mí, que todos tienen razones del mismo peso o, si se prefiere, que no hay ni una razón, ni una verdad, ni una moral, ni valores universales.  

 

Quien se detenga a reflexionar a este respecto no podrá menos que estremecerse. La tragedia del relativismo moral no radica en que todo está permitido y sea posible, sino en que todo sea igual, en que cualquier conducta, propia o ajena, resulte indiferente para uno mismo y los demás. Los desafíos que estimulaban la conciencia moral han sido ahuyentados por el hastío complaciente de la frivolidad.

 

Paralizados por su falta de certezas morales, muchos padres se guardan de formular exigencias o inculcar valores o fines a sus hijos,  dejando que cada uno siga sus impulsos. Consideran que un proceder distinto sería expresión de un arbitrario autoritarismo. Esos hijos, cuando llegan a la adolescencia, comienzan a enunciar sus elecciones valorativas en lo referente al estudio, al trabajo, al sexo, a sus vinculaciones con los padres y con la sociedad. No creen tener que justificarlas, ni podrán hacerlo en forma racional; simplemente, las afirman y las comunican a los demás. Pero llega fatalmente el día en que deben afrontar la realidad de la vida y, necesitando encontrar una ocupación lucrativa y abrirse camino en el ambiente impersonal y competitivo de la gran ciudad, se percatan de que ya no pueden hacer lo que quieren. El impacto de este descubrimiento suele ser devastador” (De “El silencio de Dios” – Emecé Editores). 

 

 

 

9 EL ESPIRITU DE LA LEY NATURAL

 

Supongamos tener en nuestras manos la legislación que rige la relación laboral entre empleador y empleado. El conjunto de leyes y reglamentos mencionado es algo concreto y evidente, si bien requiere de una interpretación adecuada.

 

   Luego de interpretarla, podemos describirla como el resultado de una finalidad objetiva que orientó a sus realizadores. Este es el “espíritu de la ley”, que vendría a ser una intención, una finalidad o una voluntad de realización. Tal finalidad puede ser, por ejemplo, beneficiar al empleado, o al empleador, o a ambas partes equitativamente. Así, ante casos dudosos, no contemplados explícitamente, un juez habrá de guiarse por la aparente finalidad de la ley laboral.

 

   Si buscamos otro conjunto de leyes, tal el caso de las leyes naturales, también podremos hablar del “espíritu de la ley natural”; de su finalidad aparente, de su objetivo, de la voluntad de un Creador. Si bien la realidad última, que tratamos de conocer, es la propia ley natural, al interpretar su espíritu, surge la figura de un ente Creador al cual nos referimos como si fuese un hombre con capacidad de decisión y con una personalidad definida. Incluso identificamos tal Creador, o Dios, como el autor de la ley natural, por ser una forma cómoda de describir. Esta es la esencia de la religión natural.

 

   Si bien la religión ha ido perdiendo adeptos a medida que transcurre el tiempo, hay quienes afirman que, en realidad, el hombre sólo ha reprimido su actitud religiosa, la cual aparece en formas bastante complejas. Paul Tournier escribió:

 

“Se llega a la neurosis cuando se reprimió algo sin haberlo eliminado. El hombre moderno cree haber eliminado el mundo de los valores, de la poesía, de la conciencia moral, pero no ha hecho más que reprimirlo y sufre por esto”.

 

“La evolución de la sociedad a partir del Renacimiento destruyó los tradicionales marcos de referencia, y el hombre en la actualidad está perdido, tambaleando entre las doctrinas más contradictorias. El mundo le sugiere que el sentimiento, la fe, la verdad filosófica carecen de importancia. Pero este hombre conserva en el fondo de su corazón la justa intuición de que estos problemas son los importantes. No habla de su sed de amor, de su soledad moral, de su angustia respecto de la muerte, del misterio del mal o el misterio de Dios; reprime estos problemas, pero le obsesionan. Stocker dio esta definición de la neurosis: un conflicto interior entre una sugestión falsa y una intuición justa. Sugestión falsa del mundo moderno; intuición justa del alma, apasionada por cosas muy distintas a la ciencia, el poder y los bienes materiales.”

 

“El hombre moderno padece una represión de la conciencia” (De “Mitos y neurosis” – Editorial La Aurora).

 

    Una interpretación de la aparente voluntad de Dios, manifestada a través de las leyes naturales, conforma una religión natural. Es posible que tal descripción nos sugiera un sentido de la vida acorde a la finalidad aparente de esas leyes. Sin embargo, el hombre ha adoptado otras “religiones” que poco tienen que ver con el fundamento de la ley natural. Paul Tournier escribió:

 

“Los verdaderos problemas de los hombres son de tipo metafísico, religioso y afectivo. Son los problemas que el médico descubre en las almas atormentadas que cada vez en mayor número vienen a consultarlo: el temor, la angustia de la muerte, el remordimiento, la sed de ser  amado y perdonado. Ni la ciencia, que permanece muda ante lo irracional, ni el liberalismo indiferente por la necesidad de comunión humana, ni el socialismo ciego ante el pecado responden a estos requerimientos”.

 

   La ciencia tiene por objeto describir las leyes naturales. De ahí que, cuando describe las leyes que gobiernan al propio ser humano, estamos a un paso de llegar a describir lo que el hombre es. Luego, tratando de optimizar lo que el hombre es, llegamos a la conclusión de lo que el hombre debe ser. Es importante que las ciencias sociales abandonen su tradicional neutralidad al respecto, ya que  la propia ética deberá caer bajo el dominio de la indagación científica.

 

   El vínculo concreto entre ciencia y religión radica en la conciencia moral del hombre. Localizada en alguna parte de nuestro cerebro, hace que tengamos presentes los efectos que en los demás podrán ocasionar nuestras actitudes y nuestras acciones. Este conocimiento orientará nuestras decisiones cotidianas en alguno de los sentidos posibles, es decir, buscando un beneficio de los demás, o un beneficio mutuo o el de cada uno de nosotros con exclusividad.

 

 

 

10 DE LA BIOLOGIA A LA SOCIOLOGIA

 

A partir de algunos estudios realizados en biología, se afirma que los reptiles no tienen capacidad para compartir el sufrimiento ajeno. Si una víbora, por ejemplo, observa cómo sus crías están siendo atacadas por otro animal, no experimenta ninguna sensación derivada de ese hecho. En cambio, los mamíferos traen incorporado en su plan genético cierta capacidad para compartir el sufrimiento de los ejemplares de su especie, al menos de los más cercanos.

 

   A partir de este sencillo proceso natural, es posible vislumbrar la existencia de una tendencia a la cooperación entre ejemplares de una misma especie. Como el hombre también es un mamífero, sabemos que disponemos de ese atributo genético que hace de nosotros un ser sociable y cooperativo.

 

   Cuando se nos sugiere amar al prójimo como a uno mismo, sólo se nos está sugiriendo compartir las penas y las alegrías ajenas, que no es otra cosa que hacernos conscientes de este atributo básico que poseemos. De esta forma, el sufrimiento ajeno será nuestro propio sufrimiento, lo que asegura que nunca tendremos la predisposición a perjudicar a los demás, porque ello implicará nuestro propio perjuicio. También trataremos de beneficiar a los demás, porque también será nuestro propio beneficio.

 

   Este atributo natural ha sido adoptado por el cristianismo como un principio ético básico. Aunque también debería ser adoptado en toda descripción científica, ya que es un concepto observable e incluso contrastable con la propia realidad. Albert Einstein escribió: Si llegamos a ponernos de acuerdo sobre algunas proposiciones éticas fundamentales, otras podrán ser derivadas de ellas. Tales premisas éticas desempeñan en moral un papel análogo al que los axiomas representan en matemáticas”.

 

   Si adoptamos a esta respuesta biológica como el punto de partida para posteriores deducciones, no es difícil llegar a conclusiones simples y de gran utilidad práctica. Además, no es difícil comprobar que este concepto tan simple podrá ser comprendido y aceptado por cualquier persona, en forma independiente de su nivel intelectual. Con ello estamos, en cierta forma, aceptando el criterio cristiano de la accesibilidad al conocimiento básico que todo hombre deberá poseer. Por lo que Cristo expresó: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los listos y las has revelado a los insignificantes” (Mt.)

 

   Algunos suponen que es inadecuado utilizar conceptos religiosos dentro del ámbito de la ciencia. Sin embargo, debemos pensar que un aspecto básico del comportamiento humano debe ser utilizado, no sólo en religión, sino en toda descripción de tipo científico. Y en estos aspectos simples se nota la presencia de aspectos básicos comunes a la ciencia y a la religión.

 

   Cuando el hombre va perdiendo su capacidad para compartir el sufrimiento ajeno, en cierta forma se orienta hacia un comportamiento propio de los reptiles. De todas formas, un reptil carece de la capacidad de alegrarse del sufrimiento ajeno, como a veces lo hace el propio ser humano. De ahí que existe una “categoría ética” más baja que la de los reptiles, tal la de quienes poseen la actitud de sentir cierto placer al humillar a los demás, para ocasionarle cierto sufrimiento ocasional y un daño moral permanente. Así, el que hace ostentación de la posesión de riquezas o de la posesión de conocimientos, basado en un sentido competitivo, antes que cooperativo, lo hace tratando de menospreciar a los demás y de ocasionarles sufrimiento.

 

      Con todo esto vemos que existe la posibilidad de establecer una cadena directa desde la biología a la sociología y a la ética natural. Además de proveernos la idea de la adaptación cultural al medio, la biología nos provee de este aspecto básico de la conducta animal y humana. De ahí que este otro vínculo entre biología y sociología ha de quedar materializado por la psicología de las actitudes.

 

   La actitud es una tendencia a la acción y es un concepto básico utilizado en psicología social. También es un concepto básico utilizado por algunas posturas sociológicas, las cuales establecen descripciones desde el individuo hacia la sociedad, en contraposición de otras posturas que parten de la sociedad para llegar al individuo. J.J. Macionis y K. Plummer escriben:

 

 “Tanto la sociología funcionalista como la sociología del conflicto tienen una orientación macro, esto es, el punto de arranque de la reflexión e investigación sociológica se sitúa al nivel de las grandes estructuras sociales, que permiten entender a la sociedad como un todo. La sociología de orientación macro estudia las sociedades «desde arriba»” 

 

“La teoría de la acción, por el contrario, tiene otro punto de arranque, que es el de las personas. O, más en concreto, cómo se orientan y actúan las personas en sus relaciones con otras personas, y sobre la base de significados o entendimientos acerca del mundo, que van creándose, transformándose, cristalizándose o desapareciendo continuamente. Esto implica una orientación micro, esto es, el nivel de análisis del que se parte no son las grandes estructuras sociales, sino las interacciones entre las personas en distintos contextos sociales” (De “Sociología” – Ed. Prentice Hall)

 

   Las tendencias sociológicas que parten de la sociedad para llegar al individuo, tal el caso del marxismo, suponen que el hombre actúa principalmente por la influencia del medio, mientras que las tendencias que parten del individuo suponen que el hombre actúa por influencia y también por herencia de factores genéticos, por lo que, en principio, estarían mas cercanas a la realidad.

 

   Debido a que todo ser humano responde, en general, de igual manera ante iguales circunstancias, es posible asociarle una respuesta o actitud característica definida como la relación entre respuesta y estímulo. De esta manera se le da mayor precisión al concepto de “actitud”.

 

   Si la relación entre respuesta y estímulo se asocia a los sentimientos humanos, llegamos a una teoría de la acción ética, mientras que si tal relación se asocia a los aspectos intelectuales del hombre, tenemos una teoría de la acción social. Es indudable que debemos reunir ambos aspectos del hombre para disponer de una psicología de las actitudes más general que incluya tanto los aspectos éticos como cognitivos. De ahí la existencia de una teoría de la acción general que emplea el concepto de actitud característica como variable social básica.

 

   Vemos, de esta manera, cómo puede establecerse un vínculo deductivo que parte desde el conocimiento biológico llegando hasta el comportamiento social y ético del ser humano. Es posible establecer este vínculo ya que todos los pasos intermedios son susceptibles de verificación y de contrastación empírica.

 

   A partir de esta descripción, se da implícitamente una respuesta acerca de qué es el hombre. Podemos decir que es un ser cooperativo que intenta adaptarse culturalmente a las leyes naturales que regulan todo lo existente, incluso su propia existencia.