31 IRRACIONALISMO
Ante la decepción
de quienes esperaban encontrar en la razón una condición necesaria y suficiente
para llegar a la verdad, se fue llegando al extremo de buscar en el irracionalismo
una guía para ese fin, o al menos para solucionar problemas filosóficos. Th. Maulnier escribió: “El actual
resentimiento contra la inteligencia no es, sin duda, más que la consecuencia
del racionalismo eufórico del siglo XIX: el hombre retrocede, como
descorazonado ante la magnitud de los problemas. El irracionalismo no es sino
el reverso del racionalismo: un racionalismo decepcionado” (Citado en el
“Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié
– Ed. Labor SA).
El racionalismo comienza en la antigua
Grecia. Aristóteles afirmaba que los cuerpos pesados caían a tierra antes que
los livianos, porque era “lógico” que así ocurriera.
En esa época se confiaba en la razón y no se molestaban en realizar
verificaciones experimentales respecto de las afirmaciones hechas, algo que
caracterizó a la ciencia experimental que aparecería muchos siglos después.
José Ortega y Gasset escribió: “La razón pura se
mueve siempre entre superlativos y absolutos. Por eso se llama a sí misma pura.
Es incorruptible y no anda con contemplaciones. Cuando define un concepto, le
dota de atributos perfectos. Sólo sabe pensar yéndose al último límite,
radicalmente. Como opera sin contar con nada más que consigo misma, no le
cuesta mucho dar a sus creaciones el máximo pulimento. A este uso puro del
intelecto, a este pensar more geometrico se suele llamar racionalismo. Tal vez fuera
más luminoso llamarle radicalismo” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”)
Incluso el filósofo Georg
W. Hegel afirmó: “Lo que es racional es real y lo que
es real es racional”. Desde el punto de vista de la ciencia experimental,
podemos decir: “Lo que es racional puede ser real y lo que es real debe ser
racional”. Esto se debe a que toda descripción debe ser verificada
experimentalmente y, además, deberá tener cierta coherencia lógica, al menos no
existen casos en que algo verificado no tenga tal coherencia.
En la física moderna existen varios
conceptos no intuitivos y, aparentemente, “irracionales”. Sin embargo, como la
física está estructurada en base a relaciones matemáticas entre magnitudes
físicas, tales modelos presentan una coherencia matemática que es, justamente,
la guía existente para los futuros desarrollos de tal rama de la ciencia.
El irracionalismo presenta dos aspectos
básicos:
a) Irracionalismo gnoseológico: afirma que la razón humana no es capaz de
explicar la realidad, pues su intrínseca complejidad está más allá de los
límites de la mente humana. En este sentido estricto ciertas doctrinas
filosóficas del pasado podrían calificarse de irracionalistas; así, por
ejemplo, el escepticismo, que antiguamente negaba la existencia de todo tipo de
verdad; en la Edad Media el misticismo y la teología negativa, que reducían
todo conocimiento a una simple y pura forma de intuición; y también el moderno
romanticismo, que plantea que el arte y los sentimientos son la única forma
posible de conocimiento.
b) Irracionalismo ontológico: afirma que es la propia realidad la que se
rige por los principios no racionales del azar, de la casualidad, de la vida
entendida como proceso imprevisible. Esta forma absoluta y metafísica de
irracionalismo, que considera al mundo como algo absurdo, ilógico, insensato y
falto de objeto, es típica y exclusiva de la época contemporánea y elocuente
expresión de su crisis. (Del “Atlas Universal de Filosofía” – Ed. Océano )
Es oportuno decir
que la ciencia experimental no adhiere a ninguna de estas dos formas de
irracionalismo, porque supone que todo lo existente está regido por leyes
naturales invariantes, incluso el azar subyacente al comportamiento de las
partículas elementales está regido por leyes precisas y se supone, además, que
el hombre podrá describir la mayor parte de las leyes existentes, con la
posibilidad que da el tiempo que tiene por delante la humanidad.
La postura irracionalista típica de nuestra
época puede sintetizarse en los siguientes aspectos:
a) La desconfianza respecto a las posibilidades del pensamiento
científico, lógico o histórico para explicar la realidad. Rechaza la idea de
que el conocimiento se produzca mediante la intervención de la razón e
intelecto, y propone que éstos sean sustituidos por la intuición y la acción:
es decir, por la experiencia concreta de la vida.
b) El rechazo de los modelos tradicionales y de todo valor moral,
político o religioso (a partir del cristianismo), ya que los considera
expresiones de un mito racionalista y metafísico. Es una posición que puede
llegar al rechazo total de la civilización occidental desde sus orígenes. Nietzsche también adoptó una posición extrema al respecto,
afirmando la negatividad de toda filosofía desde Sócrates en adelante.
c) El difícil intento de inventar e imponer un nuevo sistema de valores
distinto del tradicional. La doctrina del superhombre de Nietzsche
ha aportado el modelo para la asunción programática de conductas consideradas
socialmente desviadas, comportamientos revolucionarios, contestatarios y
provocadores. (Del “Atlas Universal de Filosofía”)
Nietzsche considera
al cristianismo como una religión que promueve la seguridad de los débiles a
quienes les ofrece una protección trascendente, pero, por ello mismo, los aleja
de la realidad constituyéndose dicha religión en una perversión del espíritu,
en algo negativo y decadente. Con el progreso del conocimiento, el hombre va
dejando de lado esta creencia, por lo cual Nietzsche
proclama “la muerte de Dios” en la mayoría de los hombres. Ante el extravío
existencial que tal abandono ocasiona, Nietzsche
ofrece la solución aportada por su propia actitud: la del Superhombre, que
acepta el fin de toda metafísica, de toda religión y de todo sistema de
valores, siendo capaz de soportar las consecuencias psicológicas del cambio.
Respecto de la severa crítica que este escritor
destina al cristianismo, podemos decir que existe una ética cristiana, que
promueve el amor al prójimo, y que producirá resultados concretos y tangibles
en esta vida. Si uno considera el cumplimento del “Amarás al prójimo como a ti
mismo” sin haber desarrollado una capacidad de amar suficiente, se verá que no
es posible su cumplimiento. Sólo encontraremos actitudes débiles, hipócritas,
que incluso aceptan y favorecen el mal. También encontraremos actitudes de
soberbia y de desprecio cuando el hombre interpreta el significado del
mandamiento cristiano de tal forma que sea compatible con su propia actitud, en
lugar de cambiar esa actitud para ser compatible con el mandamiento mencionado.
Quien conoce el significado del amor al
prójimo, que es la actitud que nos permite compartir las penas y las alegrías
de nuestros semejantes, observará que se necesita bastante trabajo de
perfeccionamiento ético para desarrollarla, por lo cual ese proceso nos lleva a
un ser humano bastante distinto al ser débil y decadente que supone Nietzsche. Incluso este escritor muestra cierta perversidad
cuando encuentra en la compasión cristiana una muestra de debilidad. Anthony Kenny escribió: “Mientras para Kierkegaard
el goce estético era la forma más baja de existencia individual y la abnegación
cristiana el máximo, Nietzsche veía el cristianismo
como la más baja degradación del ideal humano que encuentra su expresión más
alta en valores puramente estéticos”. “Sería antifilosófico ver la locura final
de Nietzsche como una razón para descartar su
filosofía, pero, por otro lado, no es fácil sentir demasiada piedad por alguien
que consideraba la piedad como la más despreciable de todas las emociones” (De
“Breve Historia de la Filosofía Occidental” – Ed. Paidós SA).
Podemos decir también que es posible
interpretar las prédicas cristianas como una tendencia hacia la adaptación al
orden natural, asociando a la idea de Dios, no un ser que distribuye premios y
castigos cotidianamente, sino un conjunto de leyes naturales que rigen todo lo
existente, con un posible objetivo implícito. De ahí que se pueda fundamentar
gran parte de las prédicas cristianas bajo este criterio.
No resulta extraño, además, que las mayores
catástrofes políticas y sociales del siglo XX hayan sido fundamentadas en
pensadores totalmente opuestos al cristianismo, como son los casos de Marx y de Nietzsche. Al respecto,
Juan José Sebreli escribió: “Más allá de la lectura
atenta de Mussolini o del pasaje apresurado de Hitler por alguna página suelta o textos de divulgación de Nietzsche, lo significativo fue que ambos dictadores lo
eligieron como mentor intelectual, encontrando en él, además, justificación
para su accionar político. Tan importante era el lugar otorgado a Nietzsche por el nacionalsocialismo que en la maqueta de un
monumento proyectado para festejar el triunfo de ese movimiento, entre los
elementos emblemáticos elegidos figuraba un ejemplar de Zaratustra
al lado del Mein Kampf” (De
“El olvido de la razón” – Ed. Sudamericana SA).
32 IDEOLOGIAS E INFLUENCIA SOCIAL
Podemos denominar
“ideología” a la acción social promovida a partir de un sistema descriptivo de
la realidad, y que ha sido basado en la religión, en la filosofía o en la
ciencia. Podrá estar destinado a todo individuo o bien a un sector de la
sociedad. Podrá adecuarse a la realidad, o bien podrá ser verdadero sólo
parcialmente. Será destinado al mejoramiento individual o bien será destinado
al hombre masa para promover pasiones violentas en contra de algún sector de la
sociedad.
Generalmente, las verdades parciales, o la mentira, conducen a pobres
resultados, mientras que la verdad conduce a metas exitosas. Sin embargo, nada
garantiza que un sistema descriptivo verdadero tenga aceptación suficiente, o
que no lo tenga la ideología carente de un fundamento válido. La aceptación, o
no, depende de cuestiones “estéticas”, como ocurre en el caso de una obra de
arte.
La información de tipo ideológico ha de
producir ciertos efectos en la sociedad. Que sepamos, o no, describir acertadamente
cuáles serán esos efectos, es otra cuestión bastante distinta. La acción
ideológica será siempre una acción con influencia social, de ahí que nos da
derechos, como integrantes de la sociedad, a cuestionar todo tipo de ideología
que se nos presente. Hay dudas, sin embargo, respecto a si el ideólogo
determina mayormente la mentalidad generalizada de la sociedad o si es ésta la
que acepta en mayor o en menor medida a tal o cual ideología. Humayun Kabir escribió respecto
de R. Tagore:
“La aparición del
genio nunca puede explicarse, puesto que el genio es por naturaleza una
excepción a la regla general. La función del genio es la de hallar la expresión
de las emociones e ideas que vivifican el espíritu inconsciente y subconsciente
de la colectividad. Entre el genio y el pueblo se establece un vínculo, lo cual
explica la admiración y el asombro con que se le acoge, pasados los primeros
instantes de sorpresa. Sus palabras y actos encarnan sentimientos y
aspiraciones vagamente sentidos que nunca pudieron manifestarse antes. Al genio
también le favorece esa relación; su fuerza y energía derivan precisamente de
los sentimientos inexpresados y de las vagas aspiraciones que abriga la mente
del hombre común” (De la Introducción de “Hacia el hombre universal” de R. Tagore – Ed. Sagitario SA)
Así como el docente sabe que su opinión y su
ejemplo producirá efectos tangibles en sus alumnos, y adopta una postura
responsable, con mayor razón deberán tomar actitudes responsables los que tengan
una mayor influencia social, algo que no ocurre generalmente. En cierta
ocasión, el pueblo peronista reclama acción a su líder con expresiones como
“¡Leña, leña!” (castigo), luego de un incidente en
Plaza de Mayo, a lo que el propio Perón les contesta: “¡Comiencen ustedes a dar
leña!”. Imaginemos un curso en la escuela secundaria en donde existe una
división en dos sectores y uno de los grupos le pide al profesor que castigue
al otro, pero éste opta por sugerirles que “hagan justicia con sus propias manos”.
Este es un ejemplo de la violencia promovida, o permitida, por personas que
tienen una enorme influencia social, con resultados nada favorables para el
pueblo dividido. Una neta división de la sociedad puede crear las condiciones
favorables para una guerra civil.
No sólo pueden surgir conflictos entre
sectores de un mismo país, sino que es posible la existencia de conflictos
entre distintos países, como ocurre en el caso de los imperialismos. Entre los
casos históricos más importantes está el de Cristo, cuyo pueblo forma parte del
Imperio Romano. Surgen dos alternativas posibles: desalojar al opresor mediante
medios pacíficos, promoviendo el fortalecimiento individual o bien por medio de
la violencia, promoviendo el odio al opresor. Con el tiempo, la religión de
Cristo llegó a difundirse entre los propios romanos, mostrando las ventajas de
la primera alternativa. Si bien buscaba la liberación del hombre respecto de
sus propias fallas morales, por añadidura logra liberarlo de la opresión
romana.
Una
historia algo similar ocurre durante el siglo XX en la India dominada por el
Imperio Británico. Con métodos similares al empleado por Cristo, el Mahatma Gandhi logra fortalecer individualmente a cada hindú y,
mediante la no violencia, logra la independencia de su país.
En todo acontecimiento social de cierta
trascendencia histórica, con efectos positivos o negativos para la sociedad,
podemos encontrar una ideología que lo sustenta y lo favorece. En el caso de la
Inquisición, lo fácil sería culpar al propio Cristo por los efectos negativos
que produjo. Sin embargo, leyendo los Evangelios, queda claro que no existe
ninguna sugerencia explícita, ni tampoco implícita, que favorezca la violencia,
en cualquiera de sus formas posibles. No ocurre lo mismo con los escritos de
Santo Tomás de Aquino, quien escribió:
“Acerca de los
herejes deben considerarse dos aspectos: uno por parte de ellos; otro por parte
de la Iglesia. Por parte de ellos está el pecado, por el que no sólo merecieron
ser separados de la Iglesia por la excomunión, sino aún ser excluidos del mundo
por la muerte; pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que
falsificar moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales
falsificadores y otros malhechores justamente son entregados sin más a la
muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, al momento de ser
convictos de herejía, podían no sólo ser excomulgados sino ser entregados a
justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia, está la misericordia para la conversión
de los que yerran. Por eso no condena luego, sino «después de una primera y
segunda corrección», como enseña el Apóstol [Epístola de Pablo a Tito, 3,10].
Pero, si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su
conversión, lo separa de sí por la sentencia de excomunión, mirando por la
salud de los demás. Y aun va más allá, legándolos al juicio seglar para su
exterminio del mundo por la muerte” (Citado en “Crítica de la Religión y la
Filosofía” de W. Kaufmann – Fondo de Cultura Económica).
En cuanto al nazismo, se considera a Friedrich Nietzsche como el
filósofo cuyo pensamiento estuvo ligado a tal movimiento político. Juan José Sebreli escribió al respecto:
“¿Es posible
interrogarse hasta qué punto Cristo fue responsable de Torquemada,
Marx de Stalin y Nietzsche de Hitler?. Sin
embargo, no es arbitrario preguntarse por qué los nacional-socialistas
eligieron como sus precursores a Schopenhauer y a Nietzsche y no a Kant o Hegel. Por muy degradadas y tergiversadas que hayan sido
las ideas de Nietzsche, no está demás indagar en sus
escritos en busca de los conceptos que sirvieron al fascismo y al nazismo para legitimizar su ideología.
El discurso
fascista no podía dejar de recurrir al de ese profeta apocalíptico que
anunciaba el advenimiento de una nueva edad heroica; ese profesor de energía
que enseñaba a «vivir peligrosamente», justificaba las castas, el racismo, la
esclavitud, la opresión de los débiles y predicaba la inferioridad de la mujer
y su necesaria subordinación al varón. Ese aristocratizante despreciaba la
democracia, el sufragio universal -«dominio
de los hombres inferiores»-,
adoraba la «bestia rubia que hay en el
fondo de todas las razas aristocráticas». Acerca de la democracia sus
juicios eran lapidarios:
«…el sufragio universal dominio de los
hombres inferiores. La democracia es una forma de decadencia del Estado, de
degeneración de las razas, de preponderancia de los fracasados…un
desencadenamiento, de perezas, de cansancio, de debilidades»
El pobre profesor
jubilado por incapacidad, que rodaba por pensiones familiares cuando la
enfermedad no lo recluía al cuidado de la madre y la hermana, proponía: «Los débiles y los fracasados deben
desaparecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y
hay que ayudarlos a perecer». Ese «solitario
achacoso» -epíteto con que él menospreciaba a Spinoza-
hubiera sido una víctima propicia para sus nefastas ideas a favor de la
eliminación de los débiles.
El fascismo -«nietzscheanismo popular» lo llamó Paul
Ricoeur- tenía cierto derecho a reclamar la herencia
de Nietzsche, en cuanto apologista de la violencia y
la crueldad, ya que había opuesto, en sus escritos, la fuerza contra el
derecho, los instintos contra la razón, el mito contra la historia. También
porque había sido uno de los iniciadores de la Kriegideologie, literatura que
exaltaba la guerra como estímulo de la energía y la barbarie como
rejuvenecimiento de los pueblos…..” (De “El Olvido de la Razón” – Ed. Sudamericana SA)
La situación de mayor riesgo la constituye
la existencia de dos bandos bien definidos que entran en conflicto y uno de
ellos llega al poder absoluto a través del Estado. Esta situación fue
favorecida a través de los escritos de Karl Marx, con los lamentables resultados por todos conocidos.
La eliminación de la propiedad privada es el fundamento del marxismo y de la
violencia promovida para ese logro. Si bien Marx
propone en sus escritos la abolición final del Estado, como un deseo, resulta
totalmente irrealizable luego de la expropiación generalizada.
La secuencia típica que se dio en la década
de los setenta, en la búsqueda de la expansión del ex Imperio Soviético, fue la
siguiente:
1) Acción ideológica marxista
2) Acción marxista armada y/o terrorista
3) Reacción violenta e ilegal
El primer eslabón
de la secuencia de causas y efectos, la del ideólogo, casi no es tenida en
cuenta y en la actualidad son los mismos iniciadores de la violencia los que
dan lecciones de “ética” al resto de la sociedad.
Se promueve la acción armada a través de la
figura de Ernesto Che Guevara, quien luchó junto a Fidel Castro, y a otros
cubanos, para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Logrado el propósito
inicial, traicionan a varios de sus camaradas e instalan otra dictadura, de
tipo marxista. Guevara fue Ministro de la Producción con muy pobres resultados.
Luego intenta establecer un gobierno marxista en el Congo, pero fracasa en su
intento. Mientras tanto escribe una carta a Castro, para ser guardada
secretamente, en la que afirma desligarse de Cuba, para evitar que ese país
pueda recibir algún tipo de sanción internacional. Pero Castro lee la carta en
público (posiblemente cuando Guevara prepara su acción militar en Bolivia) y
deja de prestarle apoyo, cayendo Guevara fácilmente dada la inferioridad
numérica de su grupo de combate.
Es oportuno decir que la acción guerrillera
apunta no sólo contra la autoridad constituida, sino contra los empresarios que
dan trabajo y constituyen el fundamento material de una Nación. Son
considerados “burgueses”, explotadores y culpables de todos los males de la
sociedad “hasta que demuestren lo contrario”.
También en el continente africano,
precisamente en Sudáfrica, encontramos un caso, exitoso esta vez, de un hombre
que lucha contra la discriminación racial. Es el caso de Nelson Mandela, que estuvo encarcelado por 27 años y que, luego de
ser librado, evitó cualquier actitud de venganza contra quienes lo privaron por
tanto tiempo de la libertad. Siguió en parte el ejemplo del Mahatma Gandhi, quien fuera abogado de una empresa hindú en
Sudáfrica y que tuvo que padecer personalmente tal tipo de discriminación. Mandela también fue abogado y defendió a la gente pobre de
su país. Llega a la presidencia de su Nación y recibe el Premio Nobel de la Paz.
Por lo general, predomina la hipocresía
respecto de la verdadera capacidad de amar. Incluso muchos creen que sentir
pena o lástima por el que fracasa, o el que odia, implica una actitud favorable
para esas personas, o para la sociedad en general. La intelectualidad actual, o
gran parte de ella, pocas veces promueve el ejemplo de los hombres exitosos y
antiimperialistas (Cristo, Gandhi, Mandela), mientras que se inclinan a favor de los
fracasados y los violentos (Marx, Nietzsche,
Che Guevara), que favorecieron una mentalidad que promovió el imperialismo y la
división entre los hombres. Si la intelectualidad está en crisis, no podemos
esperar que la sociedad logre mejoras apreciables en un corto plazo.
33 BUSCANDO LA VERDAD
Los fenómenos
humanos y sociales son de interés tanto para el religioso, como para el
filósofo y el científico social. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su propia
manera de encarar la realidad y por ello a veces resulta imposible llegar a
algún tipo de acuerdo. Cada uno de ellos tiene su propio criterio respecto al
origen, y aceptación, de la verdad, acerca de determinado tema.
Para el religioso lo esencial es lo ético,
para el filósofo lo esencial es lo lógico, mientras que para el científico lo
esencial es lo verdadero. Demás está decir que lo ético, lo lógico y lo
verdadero es buscado por todos ellos, pero hay aspectos predominantes en cada
caso cuando tienen que aceptar, o tienen que rechazar, una nueva propuesta
ideológica. Generalmente se piensa que la verdad estará siempre asociada a la
coherencia lógica y a la propuesta ética adecuada. Por ello encontramos que
tanto religiosos, como filósofos y científicos adoptan en común la búsqueda de
la verdad.
Dentro del ámbito de la religión, se supone
que la verdad ha sido revelada al hombre a través de algún enviado de Dios.
Pero surge un inconveniente, porque Mahoma dice ser el último enviado, pero sus
prédicas difieren esencialmente de las de Cristo. También se le atribuyen
milagros, por lo que quedan dudas respecto de quién tiene la verdad. A partir
de esta creencia, no hay solución posible, al menos dentro del ámbito de la
religión. Y de ahí los serios conflictos religiosos entre musulmanes y judíos,
entre musulmanes e hinduistas, etc.
A partir de la existencia de verdad revelada,
aparece la religión “verdadera”, luego asociada a la descalificación de otras
religiones y de todo tipo de postura que pueda provenir de la filosofía o de la
ciencia, a menos que sean compatibles con esa verdad.
En cuanto a la filosofía, en la cual existe
una preponderancia lógica en cuanto a la aceptación o el rechazo de nuevas
propuestas, es definida por Jacques Maritain como:
“La filosofía es la ciencia que, usando la luz natural de la razón, estudia las
causas iniciales o los principios más fundamentales de todas las cosas –es, en
otras palabras, la ciencia de las cosas en sus primeras causas, en la medida en
que éstas pertenezcan al orden natural” (Citado en “Filosofía Moderna” de Roger Scruton - Ed. Cuatro Vientos).
Sin embargo, a veces, debido a la necesidad
de convencer y especialmente de refutar, necesidad que acaba sobreponiéndose al
afán de verdad y al deseo de forjar racionalmente un universo armónico, la
filosofía va perdiendo su esencia. V. Brochard
escribió: “Los antiguos sofistas hallaban el medio de defender tesis
contradictorias con argumentos que parecían de valor equivalente. Lo que ellos
realizaban voluntariamente y a conciencia, lo hacemos nosotros a cada instante,
sin darnos cuenta, bajo la influencia de la pasión” (Citado en el “Diccionario
de Lenguaje Filosófico” de P. Foulquié – Ed. Labor SA).
Finalmente tenemos la postura científica en
la cual se aceptan nuevas propuestas sólo bajo el criterio de la verdad
comprobada, ya sea en forma directa o indirecta. Puede dejarse de lado lo ético
y lo lógico, pero nunca será aceptado lo que no pasa por el control de la
verificación experimental. De ahí que no todo conocimiento podrá ser parte de
la ciencia, ni por ello podrán ser considerados falsos los conocimientos que no
cumplan con tal requisito.
Por lo general, los principios de la ciencia
son simples y evidentes, lo que a veces hace confundir a algunos filósofos que
toman lo simple como “infantil” y lo oscuro como “profundo”. Leonard Susskind escribió: “Si
usted pidiera a un físico teórico que ordenara todas las teorías por orden
estético, la clara ganadora sería la teoría de la relatividad general. Las
ideas de Einstein estaban motivadas por un hecho
elemental sobre la gravedad que cualquier niño puede entender: la fuerza de la
gravedad se parece a la fuerza debida a la aceleración” (De “El paisaje
cósmico” – Ed. Crítica).
De todo esto surge una idea simple que nos
permitirá “depurar” el conocimiento que formará parte del patrimonio cultural
de la humanidad. Tal criterio implica que toda propuesta religiosa, filosófica
o científica debe ser capaz de pasar por el “filtro” del requerimiento ético,
lógico y verdadero, en forma simultánea. De esa forma podrán ser excluidas las
ideologías violentas que toman disfraces religiosos, filosóficos e incluso
científicos, y también las posturas falsas que desvían la atención respecto del
conocimiento verdadero.
En este momento es necesario definir la
verdad. Cuando decimos que alguien ha dicho la verdad, queremos decir que ha descripto correctamente a la realidad, o que es mínima la
diferencia entre la descripción y lo descripto. Lo descripto vendría a ser R, la realidad, mientras que a la
descripción realizada por el hombre podemos denominarla como M(t),
modelo de la realidad que va cambiando con el tiempo. Así, la verdad es la
diferencia entre R y M(t) cuando tal diferencia se
anula, o se hace muy pequeña. Dependiendo de la magnitud de dicho error,
convencionalmente decimos que tal descripción es científica, o no.
La realidad está caracterizada por estar
regida por leyes naturales. Cada rincón del universo, incluso el propio vacío,
está asociado a un conjunto de leyes que lo rigen. Como la materia es
invariante, tales leyes también lo serán. Sin embargo, la descripción que el
hombre hace de ellas, la ley natural humana, varía con el tiempo, ya que el
conocimiento humano se va aproximando paulatinamente a la verdad.
Que la ley natural sea invariante, no
significa que el universo sea algo carente de cambios. Por ejemplo, a partir de
las variaciones en los organismos vivos y la posterior selección natural, se
logra la “evolución creadora”, encargada de la enorme variedad de seres vivos
que pueblan el planeta. La ley es simple e invariante, pero los cambios son muy
numerosos.
A partir de la existencia de leyes
naturales, podemos hablar de un orden natural, al cual nos hemos de adaptar.
Resulta absurdo que, aún en la actualidad, muchos religiosos, filósofos y
científicos sociales ni siquiera se plantean la existencia de leyes naturales
en los campos de su especialidad. Incluso el ciudadano común tiene la sensación
de que es el hombre el que decide los aspectos importantes de la humanidad, es
decir, decide favorablemente cuando tiene en cuenta al orden previamente
establecido, pero decide negativamente cuando lo ignora totalmente.
La pregunta que antes tenía la forma de:
¿Por qué Dios lo quiso así?, podría cambiarse por una forma equivalente: ¿Qué
finalidad aparente tiene el orden natural? Decimos “aparente” porque no resulta
nada fácil tener una respuesta segura dada la complejidad del universo.
En épocas pasadas se hablaba de la
posibilidad de existencia de una verdad religiosa distinta de la verdad
filosófica, acerca de un mismo aspecto de la realidad. Por lo que un mismo
fenómeno humano o social podía ser verdadero según la religión pero falso según
la filosofía. Entonces Santo Tomás de Aquino propuso compatibilizar religión y
filosofía (Cristo con Aristóteles) buscando una verdad única.
Las actuales investigaciones en biología,
medicina, neurociencia, etc., nos sugieren que en un lapso relativamente breve
será posible establecer una unificación general que ha de involucrar tanto la
religión, como la filosofía y la ciencia. Ello se debe a que la esencia de la
religión es la ética, y la ética natural puede fundamentarse en las actitudes
básicas del hombre. Esta ética natural resulta ser compatible con la idea de
simplicidad que impera en la ciencia y también en la religión, por lo que la
actitud oscurantista de muchos filósofos deberá de dejar de ser un escollo para
llegar al progreso efectivo del hombre.
34 ADOCTRINAMIENTO, DEBATE Y VERIFICACION
Cuando se trata de
validar y de transmitir la verdad, existen distintas actitudes según que esa
verdad provenga de la religión, de la filosofía o de la ciencia. En el caso de
la verdad revelada, no se la busca, se la acepta, ya que se supone que provino
de Dios. Se la adquiere por la fe y se la transmite a través del
adoctrinamiento. De ahí que no hay necesidad de debate, excepto por cuestiones
didácticas. Podemos citar el caso de la Iglesia Católica que supone la
“infalibilidad papal” en cuestiones teológicas. Tampoco existe necesidad de una
verificación de tipo científico, si bien se acepta lo que pueda resultar
favorable.
Quien supone poseer la verdad, trata de
observar todo nuevo conocimiento bajo la luz de la creencia previa. En cierta
forma, el hombre se somete intelectualmente a la creencia e incluso trata de
someter a los demás de la misma forma. No se aceptan críticas a los dogmas, por
cuanto toda crítica significa herejía. Es interesante observar que en el Islam,
la sabiduría (el Corán) está en una categoría superior al conocimiento (la
ciencia), por lo que no resulta extraño que apenas sólo un científico musulmán
haya ganado un Premio Nobel en ciencias. Se trata del
físico Abdus Salam
(desconoce el autor algún otro posible ganador).
Las ideologías filosóficas fundamentadas en
aspectos oscuros y no verificables, son aceptadas y promovidas en forma
similar. Se produce un verdadero adoctrinamiento y se castiga con severidad a
los “herejes”; algo que ha pasado bajo los regímenes totalitarios (fascismo,
nazismo, comunismo). Varios biólogos soviéticos fueron a la cárcel debido a que
enseñaban una “biología capitalista”, mientras que el pseudo biólogo Lisenko fue ampliamente aceptado por el gobierno marxista
de la época. Si se trata de ciencia, es la naturaleza la que aprueba o
desaprueba las teorías, y no los políticos.
En el ámbito de la filosofía tradicional, el
debate filosófico presenta todavía bastante aceptación. Pero el debate de por
sí, sólo puede poner al descubierto las ventajas o las desventajas lógicas de
los sistemas descriptivos, pero no garantiza la verificación de lo que está en
discusión. En el debate puede haber un “ganador”, y es el caso del que mejor
pudo rebatir las ideas del opositor, pero ello no garantiza que por ese medio
se llegue a la verdad.
Incluso se descalifica al que utiliza, para
reforzar su postura, argumentos aportados por otros autores, algo común en el
ámbito de la ciencia. De ahí que la tendencia a los debates está más cerca del
accionar de los sofistas que de los científicos, excepto como práctica
pedagógica en donde tiene una gran utilidad. Así, hay quienes suponen que la
veracidad de un sistema filosófico ha de depender de las aptitudes para el
debate que tengan sus adeptos. La veracidad de una descripción es algo objetivo,
tal la diferencia existente entre la descripción realizada y la propia
realidad.
El debate tiene su importancia cuando se
trata de lograr consenso acerca de los efectos que tendrán ciertas decisiones
en el futuro, como cuando se ha de promulgar una ley (del divorcio, del aborto,
etc.). En ese caso habrá posturas definidas y opuestas, por lo que el consenso
es necesario. De todas maneras, los efectos serán independientes de las
opiniones mayoritarias de algún sector.
La filosofía, para mantener su vigencia e
importancia, debe estar ligada cercanamente a la ciencia, por lo que debería
ser, esencialmente, una filosofía de la ciencia. Si no tiene en cuenta a la
ciencia, sólo es una Historia de la Filosofía, y no una filosofía actualizada.
En cuanto a la ciencia, encontramos en la
crítica constructiva un factor de progreso, mientras que la verificación
experimental será el medio adecuado para la validación. Y esto representa una
ventaja respecto de la filosofía, por cuanto en esa disciplina no existe la
posibilidad de realizar verificaciones experimentales (sino estaríamos en el
ámbito de la ciencia). Podemos citar el caso del físico Robert
Millikan quien dudaba de la validez de la ley del
efecto fotoeléctrico de Albert Einstein,
y se oponía a ella. Una vez que hace la verificación experimental, acepta la
validez de la ley y cambia su actitud ante la evidencia.
Sin embargo, hay muchos enunciados y teorías
físicas que no se han verificado, por lo cual persisten las discusiones y las
críticas. En algunos casos no hay verificación porque nadie pudo hacerlo, o
porque no existen los medios materiales o porque se requiere un nivel
tecnológico muy superior al vigente en una época determinada.
Es oportuno mencionar uno de los debates
filosóficos más conocidos durante el siglo XX, y es el mantenido por los
físicos Niels Bohr y Albert Einstein. Si bien ambos
aceptaban la validez de la teoría cuántica, en la cual aparecen probabilidades
en sus leyes básicas, Bohr consideraba que tal teoría
era fundamental y que el azar era una parte esencial del micromundo,
mientras que Einstein afirmaba que era una teoría
provisoria y que en el futuro se volvería a una descripción determinista. De
ahí aquella expresión de “Dios no juega a los dados”. Cuando se pudo cuantificar
y verificar aquel profundo tema, la razón estuvo de parte de Bohr, si bien las discusiones sobre el tema, de alguna
manera, todavía siguen.
Las críticas constructivas, emitida por
quienes buscan la verdad, coexisten con las críticas destructivas y las
descalificaciones. Pero también el buscador de la verdad hará críticas
aparentemente destructivas, cuando observa graves errores, ya que sólo trata
que la verdad impere en el ámbito del conocimiento humano. Como ejemplo de
“descalificación” citaremos algunas opiniones de Arthur
Schopenhauer: “…a mi juicio, Fichte,
Schelling y Hegel no son
filósofos porque les falta el primer requisito para ello: seriedad y honradez
en la investigación. Son sencillamente sofistas; querían aparentar, no ser, y
no han buscado la verdad sino su propio bienestar y provecho en el mundo.
Subvención del Gobierno, honorarios de discípulos y editores, y como medios
para conseguir su fin, mucha ostentación y ruido con su pseudofilosofía.
Estas eran las estrellas-guías y los genios preferidos de estos discípulos de
la sabiduría. Por eso no cumplen los requisitos para la entrada y no pueden ser
admitidos en la venerable compañía de los pensadores, bienhechores del género
humano” (De “Historia de la Filosofía” – Ed. Quadrata). En este caso, habría que conocer en detalle
todas las posturas para encontrar los “falsos filósofos”.
Otras veces, la crítica destructiva proviene
de la antigua y conocida actitud de sentir envidia por el éxito ajeno. Así, el realizador de la
teoría de conjuntos, el matemático Georg Cantor,
termina sus días con problemas mentales debido a las severas críticas que
recibe su obra. Julius R. Mayer,
quien introdujo en la física el principio de conservación de la energía, estuvo
internado en un hospital psiquiátrico debido a las críticas recibidas. Incluso Ludwig Boltzmann se suicida
debido a la no aceptación inicial de su mecánica estadística. Y así podríamos
seguir enumerando muchos casos más.
En el debate filosófico también se emplea la
antigua “táctica” de desconocer e invalidar lo evidente, tal como hacían los
rivales de Galileo cuando se negaban a mirar al cielo mediante el telescopio
que él les ofrecía. En la actualidad resulta llamativo que actitudes tan
simples y verificables como aquella por la cual se comparte las penas y las
alegrías ajenas (amor) o aquella por la cual se cambia el dolor ajeno por
felicidad propia y felicidad ajena por dolor propio (odio), sean rechazadas por
ser algo “demasiado simple”. De aceptarse lo evidente y elemental, se deduce
luego la existencia de una ética natural objetiva y una clasificación de las
causas que producen el Bien (amor) y el Mal (odio, egoísmo, negligencia).
La relación entre efectos y causas, o entre
respuesta y estímulo, que en el ser humano se denomina “actitud
característica”, es una respuesta característica que aparece ampliamente en
muchas ramas de la ciencia natural. Así, cuando la introduce Georg S. Ohm en los circuitos
eléctricos, tuvo un fuerte rechazó en Alemania, su país, porque, se aducía,
“los circuitos eléctricos no podían estar regidos por una ley tan simple y
elemental”. Al pretender ascender desde la educación secundaria a la
universitaria, Ohm pierde su trabajo. Luego de varios
años, le llega finalmente el reconocimiento a través de un premio otorgado por
la Royal Society de Inglaterra.
Las actitudes básicas del hombre vienen
implícitas en las prédicas cristianas, fundamentadas incluso en escritos del
Antiguo Testamento. El filósofo Baruch de Spinoza las redescubre y las cita en su “Etica”, y así también otros filósofos anteriores y
posteriores. Un concepto que puede posibilitar una descripción simple del ser
humano, y una posibilidad de establecer otra forma de introspección, es
rechazada principalmente por quienes apuestan a favor de la existencia del
relativismo moral, prefiriendo ignorar algo tan evidente por cuanto no se
adapta a la creencia previa. En lugar de amoldar los pensamientos a la
realidad, tratan de amoldar la realidad a sus propios pensamientos. El que
desecha lo simple, y confunde lo oscuro con lo profundo, termina aceptando
ideologías nefastas para la humanidad, como las establecidas por Marx y por Nietzsche, justamente
quienes criticaban severamente al cristianismo.
De todo esto surge un aspecto fundamental
que deberá tener siempre presente quien elija transitar su vida como un
buscador de la verdad. Primeramente deberá contentarse con el hecho de poseerla
sin esperar recibir reconocimiento alguno, del cual tampoco puede tener una
certeza total de merecerlo. Además, deberá tener presente el caso de Georg Cantor, que deterioró su salud y su vida luego de
recibir desprecio en lugar de reconocimiento. Y también deberá pensar en el
caso del químico italiano Amedeo Avogadro,
cuyos trabajos fueron reconocidos muchos años después de su fallecimiento. Sin
embargo, vivió una vida tranquila y apacible con la felicidad íntima que tenía
al saber que sus aportes alguna vez constituirían los fundamentos de la
química.
Es importante que la intelectualidad comience
a establecer criterios éticos elementales respecto de los distintos pensadores,
ya sea que provengan de la religión, de la filosofía o de la ciencia, para que
su influencia no llegue a ser perjudicial a la sociedad. Como ejemplo citaremos
el caso de Friedrich Nietzsche,
respecto del cual Karl Jaspers
escribió: “….Se debe desvanecer tal apariencia engañosa, a favor de la seriedad
profética de alguien que, quizás, haya sido el último de los grandes filósofos”
(De “Nietzsche” – Ed.
Sudamericana SA). Respecto de este “gran filósofo” veamos lo que dice un
conocido psiquiatra como H. Baruk: “….Asimismo, son
incapaces de sentir simpatía por la humanidad. Pero el hombre nada en el medio
social, que es su medio natural. Todo el que se siente extraño a su medio y no
puede vivir con él, padece. También encontramos en estos sujetos un sufrimiento
agudo, que se vuelve a menudo rencor y odio. Sintiéndose extraños al medio de
sus prójimos, tienen la impresión de ser rechazados, excluidos, y de esta
manera conciben una violenta aversión por toda la humanidad, a la que
desprecian profundamente y a la que quieren someter, dominar, aplastar bajo su
bota en un deseo ardiente de compensación y exterminio. Esta mentalidad harto
especial se encuentra en las obras de Nietzsche y de
los discípulos de Nietzsche. La psicología y la
caracterología de Klages ofrecen un ejemplo más
reciente. Por eso he designado estos estados con el nombre de «nietzscheísmo». Esta denominación es tanto más indicada
cuanto que a estas personas les atrae generalmente Nietzsche
y profesan en seguida, después de su lectura, la moral de los «amos y los
esclavos». Colocándose entre los «amos» encargados de aplastar a una humanidad de esclavos, dan satisfacción a
sus reacciones de compensación, de odio y de orgullo desmesurado” (De
“Psiquiatría moral experimental” – Ed. Fondo de
Cultura Económica).
35 LA ETICA COMO VENTAJA EVOLUTIVA
Es interesante
preguntarse acerca de la ventaja evolutiva que presentaría la existencia de una
ética natural para favorecer la supervivencia del grupo humano. En realidad, si
disponemos de una parte del cerebro que está especializada en regular nuestro
comportamiento ético, es porque ese objetivo ha sido consecuencia del proceso
evolutivo.
A partir de las actitudes básicas del hombre
podemos extraer la existencia de dos tendencias principales: hacia la
cooperación y hacia la competencia. Pero es necesario distinguir entre una
competencia constructiva y una destructiva, ya que una favorece al ser humano y
la otra no. Podemos hacer un resumen, entonces, de las tres tendencias
mencionadas junto a la producida por la inacción humana:
a) Cooperación (amor)
b) Competencia constructiva (amor propio)
c) Competencia destructiva (egoísmo, odio)
d) Inacción (negligencia)
Para lograr la cooperación, disponemos de
nuestra capacidad para compartir penas y alegrías de nuestros semejantes. Esta
actitud hace que tanto la felicidad como el dolor ajeno sean nuestra propia
felicidad y nuestro propio dolor. El vínculo afectivo entre madre e hijo nos
exime de hacer mayores comentarios sobre tal actitud cooperativa.
En cuanto a la competencia constructiva,
podemos asociarla a la actitud de competir con uno mismo. Esto nos lleva a
superarnos día a día, sin tener en cuenta lo que hacen los demás. Aún así, los
resultados obtenidos serán mejores que si hubiésemos tenido en cuenta a los
potenciales rivales. Podemos decir que el individuo tiene suficiente “amor
propio”.
La competencia destructiva es la que valora
en un mismo nivel el fracaso de los demás como el éxito propio. Incluso es una
actitud que tarde o temprano se ha de transformar en una acción negativa para
los rivales que están en competencia.
Podemos ejemplificar ambas actitudes con un
caso tomado del deporte. La competencia es constructiva cuando el equipo de
fútbol trata de superarse día a día sin apenas interesarse por lo que hacen los
demás equipos. En cambio, la competencia es destructiva cuando el fracaso del
equipo rival (o enemigo) provoca tanta satisfacción como el éxito propio.
La ética, que en otras épocas era de interés
casi exclusiva de la religión y de la filosofía, desde hace varios años resulta
ser también de interés para las ciencias biológicas y las sociales. Así, E.O. Wilson escribió: “Los científicos y los humanistas
deben considerar juntos la posibilidad de que llegó el momento de quitarle
temporalmente la ética de las manos de los filósofos, para ser biologizada” (De “Sociobiología”). Y esto se debe a que la
base del comportamiento ético radica en las emociones y los sentimientos
humanos. Incluso en los animales domésticos podemos observar la presencia de
tales aspectos emotivos de la conducta.
Es oportuno citar algunos escritos del
destacado biólogo Humberto Maturana R., quien
escribió:
“Vivimos una
cultura que ha desvalorizado a las emociones en función de una supervaloración
de la razón, en un deseo de decir que nosotros, los humanos, nos diferenciamos
de los otros animales en que somos seres racionales. Pero resulta que somos
mamíferos, y como tales, somos animales que viven en la emoción. Las emociones
no son oscurecimientos del entendimiento, no son restricciones de la razón; las emociones son dinámicas corporales que
especifican los dominios de acción en
que nos movemos. Un cambio de emoción implica un cambio de dominio de
acción. Nada nos ocurre, nada hacemos que no esté definido como una acción de
una cierta clase por una emoción que la hace posible”.
“La ética no tiene un fundamento racional
sino uno emocional. De ahí que la argumentación racional no sirva, y es
precisamente por eso que hay que crear sistemas legales que definan las
relaciones entre sistemas humanos distintos desde la configuración de un pensar
social capaz de abarcar a todos los seres humanos”.
“La preocupación
ética como preocupación por las consecuencias que nuestras acciones tienen
sobre otro, es un fenómeno que tiene que ver con la aceptación del otro y
pertenece al dominio del amor. Por eso la preocupación ética nunca se extiende
más allá del dominio social donde surge”.
“Creo que no hay
un buen entendimiento del fenómeno de convivencia y de la historia de los
fenómenos políticos si uno no entiende la naturaleza de lo social y lo ético en
el ámbito de su fundación emocional”.
“La mayor parte de
las enfermedades humanas tiene que ver con la negación del amor. Nos enfermamos
si no nos quieren, si nos rechazan, si nos niegan, o si nos critican de una
manera que nos parece injusta. Podemos, incluso, enfermarnos de cáncer, porque
la dinámica fisiológica tiene que ver con la dinámica emocional”.
“Los fenómenos
sociales tienen que ver con la biología, y que la aceptación del otro no es un
fenómeno cultural. Más aún, mantengo que lo cultural, en lo social, tiene que
ver con la acotación o restricción de la aceptación del otro. Es en la
justificación racional de los modos de convivencia donde inventamos discursos o
desarrollamos argumentos que justifican la negación del otro”.
“El amor es la
emoción que constituye las acciones de aceptar al otro como un legítimo otro en
la convivencia; por lo tanto, amar es abrir un espacio de interacciones
recurrentes con otro en el que su presencia es legítima sin exigencias. El amor
no es un fenómeno biológico raro ni especial, es un fenómeno biológico
cotidiano. Más aún, el amor es un fenómeno biológico tan básico y cotidiano en
lo humano, que frecuentemente lo negamos culturalmente creando límites en la
legitimidad de la convivencia en función de otras emociones”. (De “Emociones y
lenguaje en educación y política” – Colección Hachette).
Se ha discutido la posibilidad de derivar
prescripciones a partir de descripciones, es decir derivar el “deber ser” de lo
que “es”. Algunos denominan esta actitud como “falacia naturalista”. Sin
embargo, podemos utilizar el concepto de “optimización” ya que permite,
justamente, optimizar lo que “es” para llegar a lo que “debe ser” buscando el
logro de la felicidad o la plena adaptación al orden natural. Si disponemos de
cuatro tendencias básicas, cooperación, competencia constructiva, competencia destructiva,
inacción, lo ético ha de ser lo que apunta a las dos primeras.
En un mundo reglamentado por leyes
naturales, los efectos siguen a las causas que los producen en forma
independiente del tiempo. De ahí que, a iguales causas les seguirán iguales
efectos. Tanto el amor, como el egoísmo, el odio y la negligencia producirán
efectos similares en los distintos pueblos y en las distintas épocas, ya que
son actitudes derivadas de emociones que forman parte de nuestra esencia
biológica. De ahí que podamos hablar de cierta ética natural de carácter
objetivo.
El relativismo moral tiene como consecuencia
inmediata la pérdida paulatina de la conciencia moral. Si no existen causas
objetivas que producen el Bien y el Mal, sino que son cuestiones puramente
convencionales, no tendría sentido ser consciente de los efectos producidos por
la acción individual. El psiquiatra H. Baruk
escribió: “Los remordimientos son en el hombre normal el mecanismo regulador
esencial que controla las conductas. Sin este mecanismo regulador, el hombre se
volvería un monstruo, un pervertido, un loco moral. Ahora bien, parece ser que
para algunos psiquiatras actuales la meta que hay que alcanzar es transformar
la humanidad en una sociedad de seres desprovistos de conciencia moral, es
decir, de pervertidos y de monstruos. Pues bien, ese fin diabólico ni siquiera
puede alcanzarse, puesto que la conciencia moral no puede suprimirse ni
rechazarse. Como he mostrado, constituye la parte integrante esencial y
específica de la naturaleza humana, que no se puede suprimir sin cometer una
verdadera mutilación. Además, quizás las operaciones propuestas y ejecutadas
ahora en gran número sobre los lóbulos frontales realizan en parte esta temible
mutilación que afectaría a la conciencia moral” (De “Psiquiatría Moral
Experimental” – Ed. Fondo de Cultura Económica)