1 SUPERVIVENCIA
La lucha por la vida, o lucha por la existencia, está vinculada a la
adaptación al medio ambiente. También implica una lucha entre los propios seres
humanos. En un caso, para lograr nuestra supervivencia, recurrimos a la tecnología,
mientras que en el otro caso recurrimos a la religión y a las ciencias
sociales. De ahí que la ciencia no sólo deberá servirnos como sustento de la
tecnología, sino también deberá serlo respecto de la ética.
Mientras que las poblaciones
que existieron antes del siglo XX apenas superaban los 30 o 40 años de edad
promedio, la población actual duplica esa edad. Ello se debe principalmente a
los descubrimientos realizados en la medicina. Los héroes de la supervivencia
no son sólo los grandes predicadores de la paz, sino también Jenner, Pasteur, Fleming, Salk y otros ilustres
investigadores.
Toda lucha implica una
confrontación entre fuerza y una oposición. Mientras mayor sea la dificultad
que la realidad cotidiana nos presenta, mayor deberá ser la fortaleza necesaria
para vencerla. El hombre que carece de capacidad de lucha, es el que no tiene
suficientes motivaciones para vivir, por lo que podrá ser vencido por las
circunstancias y su vida resultará penosa y vana.
Uno de los atributos de la
vida inteligente consiste en la tendencia a perdurar en el tiempo. Se busca
permanecer de alguna manera acrecentando nuestras características humanas. Baruch de Spinoza escribió:
“Cuanto más realidad o ser tiene una cosa, tantos más atributos le competen”.
“El esfuerzo con que cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser, no es nada
aparte de la esencia actual de la cosa misma” (De “Etica”).
La tendencia en el individuo
se proyecta a toda la humanidad, que tiene mayor cantidad de atributos y mayor perdurabilidad.
De ahí la posibilidad de inmortalizarnos como partes de ella. De esa forma
disminuiría la tendencia a buscar la inmortalidad a través de la pertenencia a
un sector; lo que tantos conflictos ha generado a lo largo de la historia.
Si el hombre lograra
decodificar completamente al código genético, habrá conocido la información
asociada a la información de la vida inteligente. Resulta más fácil transmitir
información que transportar materia. De ahí que es posible que el hombre
trascienda, alguna vez, al sistema planetario solar y pueda ser pionero en la gestión de la vida
inteligente en otras partes del universo.
Si la naturaleza procede con
un criterio económico, como casi siempre lo hace, es posible que exista un solo
origen de la vida inteligente. Esos seres tendrán como misión expandirse al
resto del universo. Esa será la gran meta del ser humano, elevando el grado de
autoconciencia del propio universo.
La palabra “humano” proviene
de “inhumare” (enterrar a los muertos), ya que el hombre es el único ser
viviente que tiene consciencia del fin de su propia vida. Ello implica adoptar una
actitud que varía entre dos posturas extremas; hacer de nuestra vida una
experiencia importante y trascendente, o bien renunciar a todo esfuerzo realizando
una vida próxima a la de los demás seres vivientes.
La supervivencia de la
humanidad dependerá de nuestras aptitudes para adaptarnos adecuadamente al
orden natural. No sólo debemos responder con una adaptación biológica,
acelerada por la tecnología, sino también con una adaptación cultural. Por ello
es imprescindible lograr el conocimiento que afiance una ética natural. Podemos
sintetizar la idea de la siguiente forma:
Supervivencia = Adaptación
biológica + Adaptación
cultural
Luego del homo erectus
y del homo sapiens, ha de seguir la etapa del hombre
espiritual, o ético, en el cual ha de predominar netamente la influencia del
conocimiento adquirido por la humanidad por encima de la influencia de sus
facultades que provienen de la evolución biológica. Para llegar a esa etapa,
debemos ser conscientes de esa posibilidad actuando de forma que podamos
hacerla una realidad.
Ser conscientes del proceso de
supervivencia implica interesarnos por las futuras generaciones. De lo contrario
podemos llegar a dejarles un mundo devastado. Los gobernantes de las distintas
naciones parecen ignorar un futuro no tan lejano. Puede argumentarse que ya
tienen suficientes problemas para el corto y para el mediano plazo. Sin
embargo, si tuviesen presentes los problemas del largo plazo, seguramente
encontrarían soluciones para todos los casos.
El libertinaje y el
relativismo moral se oponen a los valores éticos y favorecen la destrucción del
orden social. La paternidad
irresponsable incrementa la violencia social que surge, muchas veces, en
quienes no encuentran en la sociedad aquello que no pudieron recibir de sus
padres. La violencia urbana produce actualmente más de 400.000 asesinatos
anuales en todo el mundo.
Robert
Malthus publicó, en el siglo XIX, su “Ensayo sobre la
población”, en el cual advertía acerca del peligro del crecimiento desmedido de
la población mundial. Ello implica que, debido a la limitada extensión de la
superficie cultivable del planeta, cada vez habrá menor cantidad de alimentos
disponibles para cada habitante.
La población mundial, al
crecer anualmente a una tasa aproximada del 2%, se duplicará en unos
En los países con extrema
pobreza, con elevadas tasas de mortalidad infantil, que no tienen sistemas jubilatorios adecuados, encuentran en la tenencia de varios
hijos la única posibilidad de supervivencia
en la ancianidad. Por el contrario, en los países con elevado nivel
económico, la población tiende a mantenerse limitada y aún a descender.
Según la opinión de algunos
especialistas, la última duplicación de la población humana ocurrirá en el
2030, por lo que será posible evitar la gran catástrofe a la que nos
conducimos. Es decir, se evitará siempre y cuando adoptemos una mejor postura ética.
Para todo cambio se requiere
cierta flexibilidad mental y el abandono de posturas rígidas, tanto dogmáticas
como fundamentalistas. Fritjof Capra
escribió: “Cuando una civilización llega al auge de la vitalidad tiende
entonces a perder ímpetu cultural y a decaer. Según Toynbee,
un elemento esencial de esta decadencia era la pérdida de flexibilidad. Cuando
las estructuras sociales y los modelos de comportamiento se tornan tan rígidos
que la sociedad ya no puede adaptarse a los cambios de la evolución cultural,
la sociedad se derrumba y, eventualmente, se desintegra. Mientras que las
civilizaciones en ascenso presentan una variedad y una versatilidad sin
límites, las sociedades decadentes se caracterizan por su uniformidad y falta
de inventiva. La pérdida de flexibilidad de una civilización decadente se
acompaña de una falta de armonía general entre sus elementos, lo que
inevitablemente deriva en conflictos y discordias sociales” (De “El punto
crucial”).
De todas formas, no debe
buscarse el cambio por el cambio mismo, ni tampoco criticar actitudes
hipócritas para reemplazarlas por un sincero cinismo. Es perjudicial tanto una
actitud dogmática e irracional como la que busca la caducidad de toda norma
social. La ausencia de acuerdos sociales , o su
incumplimiento, lleva a la autodestrucción del orden social.
Cuando se habla de cambios,
casi todos sugieren cambios en los demás; ya sea en los habitantes de su propio
país o bien en los de otros países. Se trata de ser generoso con los bienes
ajenos y se asignan deberes a los demás
diciendo que “hay que distribuir riquezas; hay que darles trabajo a los que no lo
tienen”, pero pocas veces escuchamos decir: “debemos dar de lo nuestro; debemos
dar trabajo”. Las ideas y las actitudes fijas sirven para deformar la realidad
adaptándola a las creencias particulares.
El mayor mérito será para el
que tenga la habilidad de convencer a los demás seres humanos de las ventajas
que para todos implica realizar una vida acorde con la ética natural. La ética
todavía no ha tenido el éxito esperado porque hay poca confianza, o fe, en la
existencia de una justicia natural, ya sea que provenga de Dios o exista implícitamente
en las leyes que gobiernan el orden natural.
Hay autores que tratan de
fundamentar la ética en leyes naturales que rigen a todos los seres vivientes.
En todo tipo de población, sin embargo, encontraremos tanto interacciones
constructivas como destructivas. Es tan “natural” el Bien como el Mal. De ahí
que el comportamiento moral surge de una libre elección. La naturaleza sólo nos
“presiona” con premios y castigos; pero la elección es nuestra.
El calentamiento global y
otros desastres ecológicos se evitarán a partir de una adecuada actitud moral.
Es decir, tanto la solución de los conflictos entre seres humanos como los
problemas entre los hombres y el medio ambiente requieren de cada uno de
nosotros un cambio en nuestra respuesta moral.
El derroche en el consumo de
energía, y la contaminación asociada, derivan de la supremacía que el hombre
actual adjudica al bienestar del cuerpo, en marcado contraste con el bienestar
espiritual. El hombre es poco tolerante respecto de todo malestar que afecte su
comodidad. Por el contrario, quien vive en función de valores éticos, muestra
una tolerancia mucho mayor en ese aspecto y estará predispuesto a aceptar lo
que la mayoría considera como un reducido nivel de vida.
El objetivo inmediato a
lograr, será la independencia de la ética respecto de toda subjetividad. Los
filósofos, desde hace varios siglos, han propuesto una moral desvinculada de lo
sobrenatural. El cambio importante, que ha de establecerse, es el surgimiento
de una ética natural basada en la ciencia (psicología, sociología). Ello no
implica rechazar la ética religiosa,
sino considerarla como una aproximación a la natural. Johannes
Unold escribió: “Mientras la moral religiosa alude en
primera línea a las recompensas y castigos trascendentes, sobrenaturales, de la
actividad humana, la educación moral, basada en la ciencia, debe enseñar, ante
todo, a las jóvenes generaciones, las consecuencias naturales de la actividad y la vida recta o extraviada, conforme
a la naturaleza o contraria a ella, las acciones de los individuos y los
pueblos, y grabarlas profundamente en su espíritu y corazón” (Citado en
“Historia de
Existen instancias superiores a
todos los hombres, incluso a toda religión, a toda filosofía y a toda ciencia,
tal el caso de la ley natural. Todas las descripciones de dicha ley, cualquiera
sea su origen, no son más que aproximaciones con distinto grado de veracidad.
El hombre ético, o espiritual,
como última etapa del proceso de la adaptación cultural, es la solución
definitiva de la supervivencia humana. Así, la voluntad del Creador, en el
sentido de la religión revelada, puede interpretarse como una presión que el
orden natural impone al hombre buscando su definitiva adaptación a las leyes
eternas que rigen al universo.
2 RESPONSABILIDAD
Uno de los atributos que caracterizan al hombre es su capacidad de
elegir libremente. Podemos adoptar un criterio de elección que contemple, o no,
la existencia del Bien y del Mal. Además, decimos que somos conscientes de
nuestras acciones cuando tenemos en la mente los posibles efectos que habrán de
producir. Responsable será quien sea consciente de sus acciones eligiendo el
camino del Bien común. De ahí que irresponsable será el que se desinteresa por
los efectos que ocasionarán sus acciones, o el que transfiere a otros la
responsabilidad que le corresponde asumir.
La autonomía que poseemos,
respecto de la elección de las condiciones iniciales, en una secuencia de
causas y efectos, implica que sobre nosotros recaerá la culpa, o bien el
mérito, por las consecuencias de tal elección. Esto forma parte del proceso de
la justicia natural, que asigna premios y castigos morales que regularán las
conductas individuales. Fiodor Dostoievski
escribió: “Si podemos formularnos la pregunta: ¿ soy o no responsable de mis actos ,
significa que sí lo somos”.
Podemos imaginarnos un mundo
en el que no existe libertad. En ese caso, tampoco existiría la responsabilidad
correspondiente, por cuanto nuestras acciones dependerían de quien la
restringe, o de quien nos gobernase de alguna manera. Jean B. Lacordaire escribió: “Sin libertad, el mundo no sería más
que un mecanismo”.
Algunos hacen responsable de
sus actos al propio destino por cuanto se sienten dirigidos o predestinados por
el propio Creador. Incluso hay casos en que no sienten obligaciones sociales de
ningún tipo por cuanto previamente las delegaron al supuesto origen de sus
decisiones.
La responsabilidad social que
se espera de cada individuo dependerá de la relevancia de sus acciones. Se dice
que alguien tiene “poder” cuando tiene trascendencia pública e influencia sobre
los demás. Los responsables no buscan el poder, sino que lo asumen cuando les
llega, mientras que muchos de los irresponsables lo buscan pensando en la
popularidad que implica.
La responsabilidad mostrada,
en cierto ámbito social, es una medida del grado de pertenencia que sentimos
respecto de ese ámbito y es también una medida de la importancia otorgada al
mismo. El sentimiento religioso ha de implicar, entre otros aspectos, hacer
buen uso de la libertad sintiéndonos responsables frente al orden natural, o
frente a Dios.
Para ejercer plenamente
nuestra libertad, debemos lograr cierta madurez. De ahí que la sociedad exima
de responsabilidad a los incapacitados y a los niños (que a veces son los más
responsables), mientras que espera bastante de los que tienen una influencia
directa a través de los medios masivos de comunicación (que a veces son los
menos responsables).
Hay veces en que un individuo
es presionado, por otros hombres, a realizar acciones negativas. Para evadir la
culpa, la transfiere a quienes lo obligaron a ello. Sin embargo, es mejor
desobedecer a cualquier hombre, mientras sea posible, que desobedecer a las
leyes naturales, o a las leyes de Dios.
Al existir una influencia
mutua entre individuo y sociedad, hay quienes suponen que el hombre está determinado
por dicha influencia. Liberan así al irresponsable de toda culpa atribuyéndola
al “sistema social”. Ello lleva a un antagonismo entre la gente responsable y
la que no lo es.
El hombre, para sentirse
libre, tiende a ignorar su responsabilidad y a transferirla a los demás. Ello
equivale a adquirir bienes sin pagar el precio correspondiente, incluso
haciéndoselo pagar a los demás. Sin consciencia no
hay castigo moral ni culpa reconocida, pero tampoco hay mérito ni felicidad.
Arturo Graf escribió: “La libertad sin ideales es más
dañina que provechosa”.
El objetivo de muchos
integrantes de la sociedad actual no es el trabajo o la producción, sino el
consumo y la diversión. Se sienten exentos de toda obligación social
transfiriendo responsabilidades al sector productivo de la sociedad tornándose
exigentes respecto de la situación económica del país.
Hay quienes sienten como
propio el mérito por lo que hacen bien pero culpan a los demás por lo que hacen
mal. Así, el alumno dice “me saqué un diez”, pero en otra ocasión dirá “me
pusieron un uno”. Respecto del atraso cultural y económico de su propio pueblo,
afirmará que “tal país extranjero nos impide crecer”.
La incertidumbre de los
efectos producidos por nuestras acciones, o el anonimato de la acción conjunta,
tiende a hacer disminuir la responsabilidad individual (masificación). La
igualdad de los hombres, por otra parte, debe ser una igualdad de
responsabilidades y obligaciones, antes que de derechos y beneficios. Stanislas J. Lec escribió:
“Ninguno de los copos de nieve de un alud se siente responsable”.
El irresponsable aparenta
poseer cierta espiritualidad no dándole importancia al dinero; especialmente si
se trata del ajeno o el asociado a las deudas contraídas. Abandona a sus propios
hijos para sentirse libre, pero será el resto de la sociedad el que tendrá que
ocuparse de esa situación. Es frecuente la actitud del padre que se desinteresa
por sus hijos y que trata de mostrar lo contrario ubicándose como encubridor
cuando intenta defenderlos ante acusaciones por actos indisciplinarios
cometidos.
El deudor poco responsable,
cuando se le reclama el cumplimiento de las obligaciones pactadas, tiende a
justificarse por medio de alguna mentira. Al desconocer valores morales
absolutos, por adherir al relativismo moral, se compara con algún delincuente o
algún estafador, para que parezca mínimo su incumplimiento. Finalmente, afirma
que si paga lo adeudado, no podrá alimentar a sus hijos. El acreedor
desprevenido se siente como un ignorante y un malvado y siente deseos de
pedirle disculpas por querer cobrar lo que le corresponde.
Incluso hay países que culpan
a los organismos internacionales (FMI especialmente) por el desmesurado
crecimiento de la deuda estatal. Se supone que deberían haber previsto la
irresponsabilidad de los sucesivos gobiernos nacionales que pedían dinero a los
bancos internacionales sin pensar en la factibilidad de su devolución. No sólo
debemos ser responsables respecto de nuestras acciones y de sus efectos, sino también
respecto de los pactos o acuerdos, tácitos o explícitos, establecidos con los
demás.
En épocas de la antigua Roma,
predominaba la “dureza con el deudor”, de tal forma que pasaba a ser esclavo
del acreedor si no cumplía con las obligaciones pactadas. En la actualidad,
algunos gobiernos logran una generalizada adhesión popular mostrando “dureza
con el acreedor”. Sobre los futuros jubilados no estatales (argentinos y
extranjeros) recaerá gran parte del peso de varios años de desaciertos y de
corrupción. Se trata de justificar esta situación diciendo, desde el gobierno
nacional, que “no cobrar es parte del riesgo que corre un inversor” (por haber
confiado en
Cuando predomina la mentalidad
que promueve el mandato y la obediencia, antes que la elección libre y
responsable, se promueve la existencia de dictaduras antes que de democracias,
aunque se recite permanentemente lo contrario. La democracia y la libertad sólo
se establecerán cuando se busque una actitud responsable en cada ciudadano.
Cuando se delegan al Estado todas las responsabilidades individuales, surgen el
populismo y las dictaduras. De ahí que existan pueblos cuya mentalidad
generalizada favorece la aparición de este tipo de gobierno, que es una mejor
alternativa que el caos.
Para que el grupo social, de
tipo verticalista, funcione bien, deberá alguien
dirigir mientras que los demás deberán obedecer. Justamente, el irresponsable
no es el que está predispuesto a la obediencia. Si no existe esa obediencia, la
culpa recaerá en el que dirige. Se lo presionará de tal forma que pronto
ejercerá la violencia contra sus súbditos. De ahí que la solución verticalista pocas veces logra buenos resultados.
Tal tipo de sociedad actúa
como encubridora y cómplice del irresponsable. Así, cuando hay muchas víctimas
por accidentes de tránsito, tiende a culpar a la policía por no vigilar
adecuadamente al conductor que infringe las más elementales normas de tránsito
y los más elementales criterios de seguridad.
El irresponsable no teme
castigo moral alguno; sólo temerá el castigo material. Incluso se sentirá
liberado de toda culpa aduciendo que, si fulano no recibe ningún castigo, por
parte de la autoridad, ello legitimará su propio accionar antisocial y
delictivo.
Otros razonan de la siguiente
forma: si existen muchos accidentes viales, debe prohibirse a los automóviles.
Una actitud similar se toma respecto de la economía de mercado. En vez de
tratar de que el hombre utilice adecuadamente su libertad, se sugiere suprimir
al “sistema económico perverso”.
En la actualidad, los medios
masivos de comunicación hacen referencia al “chico” que cometió un alevoso
crimen. Esta mentalidad está sustentada en la idea de que la culpa no es del
individuo que delinque, sino del “sistema de producción capitalista”. Se trata
de justificar y fomentar la agresividad mediante la “psicología de la
exclusión”, haciédole saber al delincuente que la
sociedad lo excluyó, antes de sugerirle cambiar de actitud y verificar que, en
realidad es él quien se autoexcluye con el comportamiento adoptado. Distinta
será la respuesta del ciudadano común cuando se le sugiere ser solidario con
los demás a acusarlo de ser culpable de acciones ajenas.
Se culpa con exclusividad a los
represores militares y policiales por los acontecimientos ocurridos en décadas
pasadas. Algunos de éstos han mostrado algún tipo de arrepentimiento. Sin
embargo, los ideólogos marxistas, que impulsaron a muchos jóvenes a la acción
violenta y revolucionaria, no muestran el menor signo de arrepentimiento ni de
culpa por todo lo sucedido.
La historia de los pueblos
está asociada a los imperialismos. Mediante ellos, “generosamente” el país
dominante se compromete a gobernar a los pueblos dominados. Se supone que ello
está justificado por la reconocida incapacidad que el
dominado muestra para ejercer su propio gobierno. En 1878, el conde de Carnaervon dijo: “Varias poblaciones como
Podemos considerar al
imperialismo como una forma de verticalismo a nivel de los países, ya que se
produce tanto por causa del egoísmo del país dominante como por la debilidad
del país dominado. M. Gandhi escribió: “Es más exacto
decir que nosotros hemos dado
La solución a los grandes
males de la humanidad llegará cuando la competencia egoísta, junto
a la negligencia y el desinterés, sean cambiados por la cooperación solidaria.
Esa es la respuesta que el orden natural reclama de cada uno de nosotros
esperando que reconozcamos la responsabilidad que nos ha sido otorgada.
3 TIEMPO DE CAMBIOS
Toda época de crisis es propicia para un cambio, ya que existe una gran
necesidad de ello. La sociedad, en esas circunstancias, es comparada a una
máquina que tiende a detenerse; en la que cada vez resulta más dificultoso todo
movimiento. El progreso, por otra parte, implica haber encontrado los objetivos
comunes que permitirán establecer el crecimiento ético de la sociedad.
Así como en el mundo físico
existe una causa que produce el movimiento, y cierta oposición al mismo, en una
sociedad también podemos reconocer estos aspectos. Hemos de reconocer la fuerza
que producirá el cambio, la inercia que trata de mantener el movimiento y la
fricción que se opone a la fuerza.
La causa del cambio será la
información. Si es organizada y es pública, se la podrá identificar con la
ciencia. Dicha información estará asociada a cierta ideología establecida en
forma axiomática. Mejor aún si es accesible a la mayor parte de la sociedad.
Ello favorecerá su transmisión y posterior memorización. Georg
Nicolai escribió: “Siempre fue en el comienzo la
palabra. Pues lo ´viejo´ dispone siempre del poder, y
lo ´nuevo´ ha dispuesto siempre al comienzo sólo de
la palabra. Y la palabra ha triunfado siempre” (De “Biología de la guerra”).
La inercia, como oposición al
cambio, provendrá de la mentalidad generalizada de la sociedad. Al respecto,
Christopher Dawson escribió: “Cada periodo de
civilización se distingue por ciertas ideas características que le son propias.
Revélase en ellas el espíritu de la sociedad que les ha dado origen, como se
revela en el estilo artístico o las instituciones sociales de la época. Sin
embargo, mientras reinan esas ideas, nunca se reconoce del todo su carácter
único y original, pues se las acepta como principios de absoluta verdad y
validez universal; no como las ideas populares del momento, sino como verdades
eternas implantadas en la naturaleza misma de las cosas, y evidentes por sí
mismas en cualquier razonamiento” (De “Progreso y religión”).
Cuando falla la mentalidad
generalizada, entra en crisis toda la sociedad, aunque generalmente culpemos al
sector más visible, como lo son los hombres públicos. Las fuerzas de fricción,
por otra parte, están constituidas por la mentira, las creencias infundadas y
todo lo que se oponga al conocimiento y a la difusión de la verdad.
La acción humana está
impulsada por la diferencia existente entre nuestros ideales y nuestras
realizaciones. De ahí que la acción será poco efectiva ya sea porque no
tengamos ideales o bien porque ellos son erróneos. Las metas erróneas provienen
casi siempre de no tener en cuenta al ideal de hombre implícito en el espíritu
de la ley natural. Por ello, el pensamiento religioso tiene una gran importancia
como medio para salir de la crisis, o bien para acentuar el progreso.
La religión verdadera, por lo
tanto, será aquella que haga coincidir los ideales humanos con aquéllos que el orden
natural nos ha reservado. La conversión religiosa no es otra cosa que el
reemplazo de nuestras metas intrascendentes por los elevados ideales que han de
caracterizar nuestra esencia humana.
San Pablo, San Agustín, San
Francisco, Blaise Pascal y otros hombres del pasado
muestran una vida que, a partir de cierto momento, o de cierta época, cambia
bruscamente de dirección. De ahí que debemos lograr una ideología que favorezca
ese cambio en una forma generalizada. Giovanni Papini
escribió: “La conversión de Agustín no es el rompimiento y la irrupción de la
luz en un alma ciega. Su conversión ha sido lenta, graduada, y producto más de
ensayos y descubrimientos intelectuales que de repentina explosión” (De “San
Agustín”).
La vida de San Francisco, en
una primera etapa, responde a lo que impone la mentalidad generalizada de la
sociedad en que vive. Guiado por su padre, busca riquezas materiales. Incluso
intenta participar en las Cruzadas. Cuando descubre su esencia espiritual,
trata de cambiar su vida. Tiene dos alternativas; rebelarse contra la sociedad
por haber influido mal, o rebelarse contra su propia debilidad por haberse
dejado influenciar, eligiendo esta opción.
San Agustín muestra, desde
joven, una conducta indisciplinada. Con dieciocho años llega a la paternidad.
Su conversión al cristianismo es la consecuencia de haber vislumbrado la
existencia de un sentido objetivo de la vida. San Pablo, por otra parte, en su
juventud lucha contra los cristianos. Luego llega a ser uno de ellos. No es Dios
quien despierta, en cada individuo, su aceptación, sino que es el individuo
quien descubre a Dios, o intuye un sentido de la vida acorde al orden natural.
Surge el interrogante acerca
de si ese cambio debe necesariamente implicar una “conversión al cristianismo”,
o bien basta con lograr un paso desde el biologismo
hacia la espiritualidad, no interesando tanto el camino adoptado como los
puntos de partida y de llegada. Posiblemente exista un camino mejor por cuanto
no toda postura filosófica o religiosa ha de ser enteramente compatible con la
realidad. También Buda abandona una vida de comodidades, lujo y seguridad
dedicándose a luchar contra el sufrimiento de sus semejantes.
Nótese que, en los casos
mencionados, no se valora tanto la virtud como el contraste entre una vida
alejada de la búsqueda del Bien común y una vida destinada a ese logro. Por
ello es esencial, en el cristianismo, esa posibilidad de cambio. Si alguien
pudo lograrlo, los demás también podremos hacerlo. Si alguien pudo inducir a la
conversión, otros también podrán hacerlo.
Es muy diferente ver en los
santos a ejemplos de conversión que ver en ellos a seres que nos protegen de
los distintos males, como se cree que lo hacían los diversos dioses de las
religiones politeístas. René-Fulop-Miller escribió; “Lo que los elevó a la condición de
santidad fue el hecho que consiguieron desembarazarse de sus ruines comienzos y
veleidades mundanas, y dominar su debilidad innata, para alcanzar las más altas
cimas de la existencia humana” (De “Santos que conmovieron al mundo”).
En la actualidad, la
conversión espiritual pareciera estar supeditada a la existencia de algún
milagro. Muchos, si no ven la existencia de Dios materializada a través de
alguna supuesta intervención, no “creerán”, y tampoco comenzarán con una vida
auténtica hasta que ello ocurra. Es evidente que por este camino podemos
esperar tranquilos el paso del tiempo, ya que no son frecuentes ni cotidianos
los acontecimientos que parecen provenir de una intervención desde lo sobrenatural.
Existe también una conversión
fácil, o filiación a determinada religión. Así, hay quienes tratan de lograr
nuevos adeptos indicando que se trata de la “religión verdadera” por cuanto
proviene directamente de la revelación de Dios. Quien cree tendrá la vida
eterna y quien no crea podrá ir al infierno. Ante tal planteo, muchos optan por
decir “yo creo”. La aceptación fácil, a través del dogmatismo exento de duda y
de razonamiento lleva al fanatismo y a la irracionalidad. La religión pierde así
todo su significado.
Hay quienes, desde la moral
“cínica” proponen que cada cual haga lo que le venga en ganas, y suponen que
todo marcha mal porque la libertad debería acentuarse aún más, ya que los
prejuicios y las ideas pasadas de moda impiden el progreso del hombre.
Muchos no creen en la
posibilidad de una conversión, por cuanto suponen que existen personas
destinadas desde su nacimiento, o bien porque han padecido una mala influencia
desde pequeños. Nuestro comportamiento depende tanto de la herencia genética como de la influencia social, de
ahí que una buena influencia actual podrá predominar sobre ambos aspectos
anteriores. Han existido grandes hombres, como Kepler
y Newton, que han padecido serios conflictos familiares durante su niñez, que
no les impidieron realizar sus grandes aportes a la humanidad. Otros perdieron
a uno, o a ambos padres desde muy pequeños, tales los casos del propio Newton,
de Descartes, Leibniz, Pascal, Spinoza,
Maxwell, B. Russell, etc. Este acontecimiento no les
impidió llegar a ser individuos trascendentes a su época.
La fortaleza de una religión
radica en su capacidad para producir cambios favorables (conversiones),
mientras que su debilidad radica en su amplitud para crear divisiones y
antagonismos. La conversión masiva no es otra cosa que el descubrimiento, la
descripción, la comunicación y la aceptación de un sentido de la vida objetivo;
implícito en el orden natural.
4 BIOLOGÍA Y CONDUCTA
Una conocida pintura de Rafael (La Escuela de Atenas) nos muestra a
Platón señalando hacia lo alto; hacia el mundo de las ideas. Junto a él aparece
Aristóteles señalando hacia delante; hacia el mundo de lo real y de lo
concreto. Sus actitudes nos indican, en un caso, a la actitud de la filosofía
abstracta. En el otro caso nos muestra a la filosofía cercana a la ciencia
experimental. Así, Platón imagina y diseña una sociedad ideal descripta en “La
República”, mientras que Aristóteles
establece un sistema filosófico que tiene en cuenta a la biología, de la cual
fue su fundador. Alexis Carrel (1873-1944), Premio Nobel de Medicina, escribió: “Quizás la pereza natural al
hombre le hace escoger la simplicidad de lo abstracto sobre la complejidad de
lo concreto”. “Nada es tan difícil para el espíritu humano como captar la
realidad. Y, sin embargo, este conocimiento es necesario para nuestra inserción
en el orden del mundo” (De “La conducta del hombre”).
Las normas que orientarán a
nuestras acciones, pueden ser obtenidas a partir del conocimiento de las leyes
biológicas que nos rigen. A. Carrel escribió: “Las
reglas de la conducta se deducen naturalmente de las leyes fundamentales de la
vida humana; son como una prolongación de las facultades de adaptación. Nos permiten
orientar consciente y voluntariamente nuestras ideas, nuestros deseos y
nuestros actos, no solamente hacia la conservación y la propagación de la vida,
sino también hacia el engrandecimiento y la purificación del espíritu”.
Las leyes fundamentales a las
que hace referencia son:
a)
Ley de
conservación de la vida
b)
Ley de la
propagación de la especie
c)
Ley de
ascensión del espíritu
Las primeras son consecuencias de la evolución biológica, mientras que
la última ha de ser una consecuencia de la evolución cultural. Escribió al
respecto: “La emergencia del espíritu fuera de la materia constituye
verdaderamente la razón de ser de la evolución”. “En verdad, la ascensión del
espíritu en el curso de la evolución de cada individuo es, no solamente una ley
fundamental de la vida humana, sino su carácter específico”.
Las normas de conducta nos
orientan hacia el logro del Bien común y nos prohiben
la realización del Mal. Se trata de una elección colectiva impuesta sobre la
libertad de elección individual. A. Carrel escribió:
“No existe límite para nuestra libertad de pensar. Nuestra imaginación es tan
independiente de toda restricción como el viento errante sobre la arena del
desierto. Nuestra inteligencia puede, a su antojo, seguir o no seguir los
principios de la lógica” “La observación de las leyes naturales exige, pues, la
restricción voluntaria de la libertad. Sin disciplina interior, el éxito de la
vida es imposible”.
Respecto de la finalidad
aparente de los fenómenos biológicos, Jonas Salk escribió: “Se desprendería lógicamente que sin causa o
propósito, los organismos vivos no habrían evolucionado como lo han hecho, y
también que sin causa o propósito la vida humana, en su forma actual, no
existiría. Parece, por lo tanto, que el propósito es un elemento esencial de
los sistemas biológicos y, empíricamente, el propósito parece ser de
importancia vital para el hombre, no sólo para el hombre como individuo sino
también para la sociedad humana. ¿ No serviría esto también como explicación de
la tensión y ansiedad que existen en relación con el propósito humano y los
fines humanos así como también los propósitos y fines de una nación ¿” (De “El
hombre se descubre a sí mismo”).
Cuando el ser humano desconoce
la finalidad aparente que nos impone el orden natural, se siente desorientado,
tanto a nivel individual como colectivo. Este es el precio que pagamos por
disponer de la libertad de elección. Nuestros atributos intelectuales nos
permiten reproducir, en nuestra mente, las características del medio en donde
estamos inmersos. A. Carrel escribió: “El hombre
ignora todavía la manera de conducirse. No ha logrado nunca edificar una
civilización durable. Diríase que la conciencia no ha
llegado todavía al punto de evolución en que sea capaz de dirigir nuestra vida colectiva
con tanta efectividad como el instinto dirige la de las hormigas”. “Para
adaptarnos a la realidad, tenemos necesidad tanto del sentimiento como de la
inteligencia”.
Resulta más fácil “inventar”
una finalidad para nuestra vida que descubrirla en el propio orden natural. El
ocio y la diversión constituyen el invento más accesible y más frecuente. A. Carrel escribió: “La diversión es la ciénaga donde
desemboca naturalmente la vida cuando no tiene disciplina ni finalidad”. “La
diversión es opuesta a la vida. Porque la vida es acción. Sin embargo, el
divertirse constituye para la mayoría de la juventud de las escuelas, de los
comercios, de las oficinas y de las fábricas, la única razón de existir”.
La negligencia surge,
generalmente, como un efecto de la ausencia de una finalidad asociada a nuestra
vida, y puede considerarse como una desobediencia a las leyes naturales. A. Carrel escribió: “Una ley esencial del desarrollo de los
seres vivientes es la del esfuerzo. Los músculos, los órganos, la inteligencia,
la voluntad, todas las partes de nuestro ser, no se fortifican sino trabajando.
La supresión del esfuerzo voluntario del espíritu y de los músculos, y del
esfuerzo involuntario de los sistemas de adaptación, constituye un error de los
más graves. Las reglas pretéritas de la conducta eran expresión de intuiciones
profundas de la humanidad. Del mismo modo, la moral cristiana impuso reglas que
no eran distintas de las exigidas por la vida. Por eso es preciso considerar la
emancipación de toda disciplina moral y del esfuerzo como equivalente a una
desobediencia de las leyes naturales. A esta desobediencia ha respondido la
vida, como es sabido, alejándose de nosotros. Su réplica ha sido a la vez
silenciosa y brutal”.
Carrel
propone explícitamente una finalidad para el hombre, por lo que escribe: “La
finalidad de la vida no es el provecho, la diversión, la filosofía, la ciencia
o la religión. Tampoco es la felicidad. Es la vida misma”. “La finalidad de la
vida es la realización en cada individuo del arquetipo humano. Para desempeñar
perfectamente nuestro oficio de hombres es preciso desarrollar todas nuestras
potencialidades orgánicas, intelectuales y espirituales”.
Podemos decir que la finalidad
mencionada implica hacer todo lo que está a nuestro alcance y todo lo que es
accesible a nuestras decisiones. Entre ellas figuran poder mejorar nuestras
virtudes morales, nuestra capacidad afectiva y nuestros atributos
intelectuales. Si existe un “premio extra”, como la vida eterna, su logro,
seguramente, habrá de establecerse a partir de la finalidad mencionada.
Si el hombre conoce las causas
del Bien y del Mal, y predomina el Mal, será porque no está convencido de la
existencia de premios y castigos asociados a nuestras acciones. Respecto del
orden natural y a la justicia asociada, Carrel
escribió: “La vida no da la libertad, el éxito, ni la alegría más que a
aquellos que se someten a sus reglas y conocen su objeto o finalidad. Solamente
la verdad tiene poder para salvarnos”. “Todo individuo que ha alcanzado la edad
mental de siete u ocho años es capaz de conocer la existencia del bien y del
mal, del pecado, del vicio y de la virtud”.
Desde el punto de vista de la
biología, el pecado no es otra cosa que la desadaptación
del individuo a las leyes naturales, mientras que en la religión el pecado es
una desobediencia a las leyes de Dios. De donde podemos identificar las leyes
de Dios con las leyes naturales. Carrel escribió: “El
bien y el mal no cambian según las épocas y según los países. Son tan reales y
tan inmutables como las tendencias esenciales de la vida. Su definición no
depende ni de nuestras doctrinas ni de nuestros gustos. Es idéntica para todos
los seres humanos. El pecado consiste en hacer el mal voluntaria e involuntariamente;
en otros términos, es ignorar cómo comportarnos de la manera prescrita por la
estructura de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu: o, sabiéndolo, negarnos a
hacerlo”. “Las leyes de la vida son tan inflexibles como las de la mezcla de
los gases o de la caída de los cuerpos. Como las transgresiones a estas leyes
son castigadas tardíamente, y con frecuencia de modo sutil, el hombre todavía
no ha aprendido la gravedad de las consecuencias del pecado”.
Es evidente la similitud
existente entre la “ética biológica”, o evolucionista, y la ética cristiana. No
constituye una sorpresa para quienes consideramos al cristianismo como una
religión natural, pero puede serlo para quienes la consideran como una religión
revelada. Carrel escribió: “Hay una semejanza
sorprendente entre el concepto de pecado inspirado por el conocimiento de las
leyes de nuestra naturaleza y el concepto del cristianismo”. “A decir verdad,
la moral biológica es más severa que el Decálogo. Sólo poniendo en práctica las
reglas de conducta impuestas por las leyes de la vida hace posible, además, las
virtudes evangélicas”.
Desde una postura cercana al
conocimiento de las leyes naturales que nos rigen, es relativamente fácil
describir a las demás posturas adoptadas por los hombres. Carrel
escribió: “El homo economicus es una creación del
liberalismo y del marxismo, no de la naturaleza. El ser humano no está
construido únicamente para producir y para consumir. Desde el comienzo de la
evolución ha dado pruebas de amor a la belleza, de sentido religioso, de
curiosidad intelectual, de imaginación creadora, de espíritu de sacrificio, de
heroísmo. Reducir al hombre a su actividad económica equivale, pues, a
amputarle una parte de su ser. El liberalismo y el marxismo violan, por
consiguiente, tanto uno como otro, las tendencias fundamentales de la
naturaleza”.
Es importante disponer de una
ideología científica capaz de orientar al ser humano. De esa manera nos
acercamos a una religión natural desprovista de misterios y lejos de constituir
un factor generador de divisiones y antagonismos. Carrel
sugiere cómo llegar al objetivo deducido a partir de las leyes naturales: “La
suciedad moral es tan repugnante como la suciedad física. Antes de comenzar una
nueva jornada, cada uno debe lavarse moralmente, como lo hace físicamente”.
“Del mismo modo que el comerciante lleva exactamente sus libros de gastos e
ingresos, o el sabio su cuaderno de experiencias, cada individuo, pobre o rico,
joven o viejo, sabio o ignorante, debe registrar cada día el bien y el mal de
que es responsable. Y sobre todo, la cantidad de alegría o dolor, de inquietud
o de paz, de odio o de amor que ha distribuido sobre sus hermanos y vecinos.
Con la paciente aplicación de estas técnicas realizaremos poco a poco la
transformación de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu”.
Así como la estabilidad y la
coherencia de una Nación se establece a partir de la
existencia de leyes que trascienden a los individuos, la estabilidad y la
coherencia de las sociedades humanas se establecerá a partir de la existencia
de normas de conducta derivadas de la ley natural. Ellas darán al hombre la
seguridad y la certeza de participar activamente en la realización del plan
implícito en el espíritu de la ley natural.
Cuando decimos que el hombre
ha sido designado para dirigir la empresa de la evolución de la humanidad, ello
no significa que deba realizar, mediante la ingeniería genética, cambios a
nivel celular. Por el contrario, lo que deberá favorecer la evolución cultural
ha de ser la información, o ideología, capaz de ofrecer al individuo una visión
adecuada de la realidad.
La unidad del espíritu con la
materia ha de simbolizar la unión entre religión y ciencia. El triunfo del Bien
sobre el Mal, antes que las discusiones acerca de la substancialidad
del hombre, deberá ser lo prioritario. Debemos luchar a favor de la difusión de
la verdad de todos, en vez de tratar de favorecer las ideas y las creencias
sectoriales. La moral implica favorecer el perfeccionamiento afectivo,
intelectual y físico, ya que esa es la voluntad de la naturaleza.
5 SIGLO XX
Cada siglo permite formarnos una visión del mundo que puede ser
distinta a la lograda en los anteriores. Cuando leemos la biografía de un
científico del pasado, le damos sentido en función de la obra por la cual se lo
recuerda. En forma similar, deseamos encontrar el sentido de la humanidad,
tanto para comprender su pasado como para prever su futuro. Jacinto Benavente
escribió: “Una cosa es continuar la historia y otra repetirla”.
Desde las épocas de Copérnico, la Tierra perdió la ubicación privilegiada que
el hombre le asignó. Estábamos como el Quijote que observaba gigantes cuando en
realidad se trataba de molinos de viento. Ahora sabemos que compartimos el
espacio con gran cantidad de objetos celestes. Durante el siglo XX se descubre
la expansión del universo y la existencia de cien mil millones de estrellas por
galaxia, y de una cantidad similar de galaxias en el universo. De ahí que
debemos intentar el “reencantamiento del mundo”. Debemos encontrar una visión
del universo que vuelva a hacernos sentir cómodos e importantes. Blaise Pascal escribió: “ ¿ Qué es
el hombre dentro de la naturaleza. ¿ Nada con respecto
al infinito. Todo con respecto a la nada. Un intermedio entre la nada y el
todo”.
Las religiones y las
filosofías prácticas constituyen visiones del mundo que nos ofrecen roles
acordes con dichas visiones. En esas creencias está basado el sentido de
nuestra existencia; el de actuar acorde al escenario en donde estamos colocados.
Kenneth E. Boulding
escribió: “ ¿ Qué es, entonces, lo que da a una imagen del mundo poder sobre la
mente del hombre y lo lleva a forjar su identidad alrededor de ella ¿. La respuesta parece ser que una imagen del mundo se
convierte en ideología si crea en la mente de la persona que la sostiene la
idea de que tiene un papel que desempeñar, que ésta aprecia considerablemente”.
“Sin embargo, para crear un papel, una nueva ideología debe crear un drama. La
primera característica esencial de una ideología es, por lo tanto, una
interpretación de la historia suficientemente dramática y convincente de manera
que el individuo sienta que puede identificarse con ella y que, a su vez, pueda
dar al individuo un papel en el drama que interpreta” (De “El significado del
siglo XX”).
Quienes sostienen que no
existe una finalidad objetiva del universo ni de la humanidad, admiten, de
hecho, que los hombres nunca podremos hacer coincidir nuestros esfuerzos en un
mismo objetivo, ya que, si cada uno, o cada grupo, propone una finalidad, será
poco probable que se logren coincidencias . Una
finalidad objetiva implica orden, mientras que varias finalidades subjetivas
implican caos y sufrimiento.
Una ideología ha de ser la
información organizada que permite asociar, a una visión del universo, un
comportamiento ético. Entender una época es comprender las ideas predominantes.
Sin embargo, más importante aún es lograr una imagen unificada. Julian Huxley escribió: “Si se preguntase cuáles han sido los más
notables adelantos del presente siglo, supongo que la mayoría de la gente
contestaría que han sido el automóvil y el aeroplano, o el cine, la radio y la
TV, o la liberación de la energía atómica, o tal vez la penicilina y los
antibióticos. Mi contestación sería que ha sido algo enteramente distinto: el
descubrimiento, por el hombre, del aspecto y figura de la realidad que él forma
parte, el primer cuadro del destino de la humanidad en su verdadero
lineamiento” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”.
Santo Tomás de Aquino se
oponía a la “doble verdad” que algunos proponían, para la religión y la
filosofía, cuando aparecían diferencias y contradicciones entre las mismas. En
su época (siglo XIII) propuso compatibilizar la religión de Cristo con la
filosofía de Aristóteles para disponer de una verdad única. En la actualidad
debemos compatibilizar ciencia con filosofía y religión. Puede decirse que la
solución de este problema cognoscitivo equivale a encontrar la imagen del mundo
definitiva de la cual habrá de surgir una ideología adecuada. Una vez que
encontremos la verdad común a todos, ella nos orientará en la vida.
Al existir la evolución
biológica, se va dejando de lado la postura teísta, con el Dios personal y la
religión revelada. El cambio de imagen implica que la religión surge del hombre
y que éste no viene con un “manual de instrucciones” otorgado por su fabricante
(revelación), sino que tales instrucciones hemos de adquirirlas mediante la
observación y el razonamiento. Julian Huxley escribió: “La naturaleza -si por tal entendemos las fuerzas ciegas e
inconscientes- ha producido, maravillosamente, el hombre y la conciencia, los
cuales han de proseguir la tarea para llegar a nuevos resultados que la sola
Naturaleza nunca puede alcanzar” (De “Ensayos de un biólogo”).
El Génesis, como relato de la
Creación, le daba al hombre el papel de espectador. Ahora, con la visión
aportada por la biología, el hombre pasa a ser un actor principal. Incluso
podemos decir que vivimos en plena etapa formativa de la humanidad. Julian Huxley escribió: “Es como
si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más
grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin
preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna
clase. Más aún; no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo
que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de
la evolución de este mundo”. “Este es su destino, al que no puede escapar, y
cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creen en ello, mejor para
todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”).
Esta es la “ley de la
historia” que proviene de la biología. De todas las filosofías de la historia
propuestas, incluidas las religiosas, sólo podemos aceptar las que son
compatibles con la evolución biológica y su prolongación: la evolución
cultural. Si así no fuera, estaríamos dejando de lado el “principio de Santo
Tomás”, el de la verdad y el objetivo únicos.
Huxley
sugiere una tarea, o un sentido para la acción humana. La tarea asignada nos
vuelve a colocar en el centro de la escena, ya que se nos ha reservado una
importante misión en el universo. La palabra “co-laborar”
nos da idea de “trabajar con” alguien. El Hijo de Dios es el nombre reservado
para el mejor colaborador. Para realizar la empresa definida por Huxley, el hombre no sólo ha de colaborar con el Creador,
sino también con los demás hombres. La humanidad ha de actuar como una empresa
con tres gerentes: ciencia, filosofía y religión. La ciencia actuará como el
gerente de finanzas, que, con los pies sobre la Tierra, restringirá el accionar
de los demás gerentes. De esa forma, con las limitaciones y requisitos
impuestos por la ciencia, mejorará la religión. Ya no habrá más idolatría, ni
paganismo, ni superstición, ni odio religioso. En esto consistirá la ansiada
unión entre ciencia y religión.
El siglo XX se destaca por una
inusitada violencia, tal el caso de las dos grandes guerras mundiales. Aparecen
figuras nefastas como Hitler y Stalin,
pero también grandes personalidades como Gandhi. La
ciencia y la tecnología permiten prolongar la vida promedio del hombre, por lo
cual la población mundial llega a duplicarse en unos cuarenta años. Es el siglo
de la información y las comunicaciones; el transistor es el invento más
importante, ya que permitió las realizaciones mencionadas.
Construir una civilización que
vaya en el sentido de la historia implica construir un individuo que sea
consciente del lugar que ocupa en el universo. La civilización ha de consistir
en una elevación del nivel de espiritualidad y de intelectualidad en el hombre;
de lo contrario sólo lograremos que el adelanto científico y tecnológico sea
usado para nuestra autodestrucción. Teophile Gautier escribió: “El efecto de toda civilización llevada
al extremo es la sustitución del espíritu por la materia y de la idea por la
cosa”.
Cuando aparecen los primeros
motores, se ubicaba a uno grande para accionar todas las máquinas de un
establecimiento industrial. Si se descomponía ese motor, se detenía la
producción. De ahí se vislumbró la ventaja de ubicar un motor más pequeño por
cada máquina. Algo similar ocurrió con las primeras computadoras y la solución
aportada posteriormente con el microprocesador. En cuestiones humanas sucede
algo parecido. Cuando el conocimiento humano es accesible a unos pocos, se
establece el gobierno mental del hombre sobre el hombre, o bien el caos. Una
ideología de adaptación deberá ser información apta para que cada individuo pueda
gobernarse a sí mismo. De ahí que el gobierno de Dios sobre el hombre sea
equivalente al gobierno de cada individuo sobre sí mismo.
Si el siglo XX ha de marcar
una transición, con un antes y un después, habrá de ser por el inicio de un
cambio de metas, que va desde el progreso material hacia el progreso
estrictamente humano. Buscando lo primero, no se logra ninguno de los dos. De
ahí que, buscando el segundo, posiblemente logremos los dos.