6 LO PERMANENTE Y EL CAMBIO
El hombre primitivo rinde culto a lo inmóvil; a lo que no cambia. De
ahí los monumentos que realiza en piedras. También rinde culto a los metales y
a las piedras preciosas. Asocia la destrucción y la muerte a lo que cambia. Como
la característica básica del ser humano es la tendencia a mantener la vida,
valora todo lo que se opone al cambio y a la destrucción.
Lo que no cambia es lo
independiente del tiempo, mientras que el cambio implica dos posibilidades: la
creación y la destrucción. Para el hombre antiguo, el cambio implica
principalmente destrucción. Posteriormente, confirmado por la existencia de la
evolución de las especies, se comenzó a hablar de la “evolución creadora” o de
la “creación evolutiva”. Este proceso se hace evidente con la vida inteligente.
El tiempo va creando individuos distintos a todos los que han existido. En
ellos está implícita la posibilidad de la creación artística, científica o
literaria.
La obra del hombre, ligada a
la naturaleza, hereda algo de su carácter eterno. Así, la ley natural humana
presenta cierta invariabilidad por cuanto describe la propia ley natural, aun
cuando sea un conjunto de aproximaciones sucesivas. La creación y la
destrucción forman parte de un proceso de selección similar al empleado por la
evolución. Teniendo presente ciertos objetivos, se eligen los cambios
favorables y se ignoran los demás. El matemático Joseph Fourier escribió: “El tiempo, el único que concede
con justicia la gloria literaria y que relega al olvido a todas las
mediocridades contemporáneas, perpetúa el recuerdo de las grandes obras. Sólo
ellas llevan a la posteridad el carácter de cada siglo” (Del “Elogio histórico
de Laplace”).
Todo lo existente es un
agregado de materia e información, siendo esta última la ley natural que rige
el comportamiento de aquélla. La materia sufre transformaciones, incluso las
estrellas tienen un tiempo de existencia limitado y aún el universo entero
cambia su forma con el paso del tiempo. Pero todo cambio viene regido por leyes
estrictas e invariantes, siendo la ley natural el vínculo permanente entre
causas y efectos. Por ello podemos decir que lo permanente es la ley que rige
al cambio. Eduardo Nicol escribió: “…las causas y los
efectos han de ser invariables, o sea necesarios, porque es invariable la
naturaleza constitutiva de las cosas” (De “Los principios de la ciencia”).
La mencionada ley resulta ser
el vínculo entre pasado, presente y futuro, tanto en el caso de la materia como
en el caso del hombre. También ha de ser
el vínculo entre las distintas generaciones humanas y entre pueblos de una
misma época. Ello implica que la cultura universal estará asociada al
conocimiento del orden natural. Si existen divisiones y antagonismos, ello se
debe a que predominan las culturas sectoriales asociadas a creencias
desvinculadas de dicho orden.
El cambio necesario para el
resurgimiento del hombre consiste en volver a lo permanente. Nuestro
pensamiento debe buscar la adecuada interpretación del espíritu de la ley natural.
Las crisis económicas impiden la plena utilización y posesión de los logros
tecnológicos y de las comodidades. Ello favorece la búsqueda de lo permanente;
que son las verdades y el conocimiento universal. No es lo ideal sentir la
presión de las adversidades, pero, una vez que se presentan, se las debe
aprovechar. Quinto Tertuliano escribió: “Nada de lo que es de Dios puede
obtenerse con dinero”.
Muchos escritores piensan que
su actividad debe consistir en realizar aportes inéditos. Sin embargo, debe
tenerse presente que las nuevas generaciones desconocen la casi totalidad de la
información aportada por las generaciones pasadas. De ahí que es necesario
reeditarla para que permanezca en la mente de los hombres. Richard Feynman escribió: “¿ Porqué repetir
todo esto ? Porque todos los días nacen nuevas generaciones. Porque durante la
historia del hombre se han desarrollado grandes ideas, y estas ideas no
perduran a menos que se transmitan deliberada y claramente de una generación a
la siguiente” (De “Qué significa todo eso”).
El hombre que no sabe utilizar
eficazmente su tiempo, puede caer en el ocio y en el vicio. La vida que carece
de una finalidad es una vida vacía que tiende a hacerse insoportable. Lleva al
individuo a una permanente evasión de la realidad y a la búsqueda de un
refugio, que consiste, a veces, en el consumo desmedido, las acciones
temerarias o algo que lo haga sentir vivo. José Ortega y Gasset
escribió: “La vida humana eterna sería insoportable”.
Así como en el mundo material
existe cierta inercia que se opone al movimiento, en el ámbito de lo humano
existe cierta inercia mental que se opone a todo cambio. Esta oposición se
acentúa con la cantidad de ideas equivocadas que llevamos depositadas en
nuestra mente. Es mejor no tener ninguna idea respecto de algún aspecto de la
realidad a tener una creencia errónea. El único cambio favorable es el que nace
del conocimiento de la verdad.
En épocas de Sócrates existían
los sofistas, quienes afirmaban que no existía una verdad común a todos los
hombres, sino que todo era una cuestión de opinión. La mentalidad postmoderna,
que impera en la actualidad, afirma algo similar. Por el contrario, Sócrates
pensaba que la verdad es un conocimiento objetivo (que depende de la realidad y
no de las opiniones), universal (que tiene igual validez para todos los
hombres) y absoluto (que es invariante en el tiempo). Para llegar a la verdad
se debe partir del concepto, que es una generalización realizada a partir de
una idea particular. Quien no puede pensar en función de conceptos, sólo puede
hacerlo en función de ejemplos particulares, y sólo puede comunicarse haciendo
a ellos referencia. Heráclito escribió: “Los malos
son los adversarios de la verdad”.
Un biólogo mencionó que si
acaso pudiésemos observar caminando por la calle a un hombre que vivió hace
diez mil años, no advertiríamos, por su aspecto, diferencia alguna. Ello nos
sugiere que los escritos referidos al comportamiento humano siguen teniendo la
misma validez de la época de su realización, por cuanto esos escritos se
refieren a lo permanente; a lo que no cambia.
Es oportuno mencionar el caso
de los monjes benedictinos; congregación que tiene cerca de mil quinientos años.
A partir de una vida cuyas jornadas estaban igualmente dedicadas al trabajo, a
la contemplación y al estudio, favorecieron la cristianización de Europa,
reeditaron antiguos escritos romanos y
crearon varias técnicas para la producción de alimentos. La estricta disciplina
de sus vidas, siguiendo las setenta y dos reglas establecidas por Benito de Nursia, es la base de los logros mencionados.
Es indudable que no podría
sugerirse a toda la población mundial a vivir bajo esas normas, pero este caso
es un ejemplo de lo que puede lograr el ser humano. Quienes piensan que no es
posible hacer que el hombre deje de ser egoísta, puede encontrar en casos como
el mencionado la posibilidad de llegar a abandonar tal actitud.
Quienes desde la religión,
desde la sociología o la filosofía, buscamos una ideología compatible con la
realidad, para que el pensamiento herede la coherencia interna del orden
natural y así sea accesible al razonamiento, debemos armonizar en un sistema
descriptivo a gran parte de los fenómenos sociales. Luego, para su efectiva
aplicación, es conveniente mejorarlo con pensamientos de intelectuales de
distintas épocas. Todos los esfuerzos deben juntarse en el cumplimiento del
objetivo básico que es el de hacer consciente a todo individuo de la verdadera
dimensión del hombre como una parte importante del inmenso cosmos en el que
estamos sumergidos.