
Promo Versión 5.0
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ARTIGAS, A UN SIGLO Y
MEDIO DE SU IDA
José Artigas nació en Montevideo, el 19 de
junio de 1764. Murió el mismo año que José de San Martín, en 1850, pero a
los 86 años de edad. También murió en el exilio, pero no en Europa, en América,
en Paraguay. Como Belgrano, fue el líder de un Exodo, y como él murió, o poco
menos, en 1820, porque ese año terminó su vida política y comenzó otra
historia.
Los uruguayos lo reconocen como Padre de la Patria y los argentinos le
respetamos. Se trata, sin dudas, del héroe nacional uruguayo y hay motivos para
que así sea. El Jefe de los Orientales fue un líder valeroso y honesto, amante
de la justicia y de la Libertad. Nada más. Nada menos.
Artigas no es un mito, es historia americana. Es la historia de la nación
uruguaya. Y como Moreno, Belgrano, San Martín y Sarmiento fueron parte
fundacional del alma de la Argentina, Artigas lo fue, en su justa medida, de su
nación.
Y si terminó en el exilio, donde se encontró con la muerte, su vida fue un
testimonio que vertebró a Uruguay después de sus desencuentros civiles.
Trascendió la estatura de caudillo. Fue más allá.
Democrático o personalista? Eso no importa para la historia, que no juzga, que
intenta reconstruir. Porque no somos jueces y, menos, de aquellos tiempos.
Artigas fue un líder de pensamiento, que batalló contra los portugueses, los
ingleses, los paraguayos, los españoles, nuevamente los portugueses y contra lo
peor de Buenos Aires.
Poema
Aparición. Fantasmagoría. Denuedo.
Una luz desnuda en el monte oscuro.
Quebrantado? ¡No!
Puro honor y natural orgullo.
Solo y con todos, perdido.
En un desierto verde,
de puro olvido.
Enfermo de silencio
y de hastío
y su nave amarrada
a la memoria de una vida
de Libertad, perseguida.
Caballo herido.
Nave encallada.
Luz ensombrecida.
Sepulto en la selva.
Como un silencio
que habla
de Patria
de coraje
de Libertad
de Vida ennoblecida.
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Y más allá del austero poema que le compusimos,
austero como él mismo, Artigas, como decíamos, fue historia, historia mas allá
de las guerras civiles. Estudió con los franciscanos, que le abrieron los ojos
a Rosseau, a Voltaire, a Montesquieu. Y se destacó como estudiante. Tuvo a su
alcance una vastísima biblioteca, que fatigó con su lectura. Trabajó en los
tres campos de sus padres, que luego fueron pobres por haber donado sus caballos
a los independentistas. Y se hizo soldado a los 33 años, en 1797. Fue,
entonces, Blandengue de la Frontera de Montevideo. Este era un Cuerpo Veterano
del ejército colonial (Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de
Montevideo). En esa condición trabajó en las tareas de demarcación fronteriza
con los portugueses, cerca del naturalista Félix de Azara.
Corría el año 1801 cuando los portugueses invadieron la Banda Oriental.
Artigas tenía 37 años, y combatió a los invasores.
Luego, en 1805, dejó la milicia y se casó con su prima Rafaela Rosalía
Villagrán, que era menor que él, y con la que tuvo a su hijo José María
Artigas. Fue un matrimonio trágico. Según parece, ella enloqueció, pero él
la amó siempre. Pero cuando los británicos invadieron Buenos Aires, este
uruguayo valiente cruzó desde la otra orilla y peleó contra ellos en la que
hoy es la Plaza de Mayo. Así que también Buenos Aires le debe gratitud, para
siempre.
Más todavía. En 1810, cuando tenía 46 años, con los mismos ideales de la
Revolución de Mayo, José Artigas dejó el ejército colonial montevideano y se
vino a Buenos Aires para combatir por la Libertad. Compartía ideales con Moreno
y con Belgrano. De hecho, su nombre aparecía en el “Plano de Operaciones”
de la Revolución (“Plano de Operaciones que el gobierno provisional de las
Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en
práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia”)
un documento secreto que fue la guía de los primeros pasos revolucionarios,
hasta que el océano se tragó a Moreno. Allí se decía que Artigas era una
persona de “talento, opinión, concepto y respeto”. Y actuó como se
esperaba cuando pasó a la Banda Oriental sublevándola con poco más de dos
centenares de hombres. El año de 1811 le trajo la victoria de Las
Piedras, el 18 de mayo, a días que la Revolución cumpliera su primer
aniversario.
Artigas fue el líder del Exodo del pueblo oriental a Entre Ríos. En 1813 dio
sus conocidas Instrucciones, de base federal. Pero la torpeza de la Asamblea
reunida ese año, la Asamblea de 1813 (Asamblea General Constituyente) que
rechazó los poderes de los diputados uruguayos, generó la ruptura de una
posibilidad histórica. Los diplomas de sus diputados fueron rechazados porque
defendían las mismas ideas del grupo que lideraba San Martín, opuesto al
conducido por Alvear.
Los enemigos de Artigas: Sarratea, Posadas, Alvear. Venció a todos los que
fueron en su busca: Holmberg, Dorrego, Viana, Viamonte, Díaz Vélez.
Artigas buscaba la autonomía provincial en una federación provincial
igualitaria. Buenos Aires no toleraba esa independencia. Así nació la Liga de
los Pueblos Libres, de la que fue Protector. De esa puja nació también la fama
que le hicieron sus enemigos, que dijeron que era un perverso sanguinario y
hasta inculto. Pero no parecía inculto -como que no lo era,
sino un brillante político e intelectual empecinado- el que escribía estas
palabras: “...No hay circunstancia capaz de rendirme en variar de opinión.
Esclavo de mi grandeza, sabré llevarla al cabo, dominado siempre de mi justicia
y razón. Un lance funesto podrá arrancarme la vida, pero no envilecerme. El
honor ha formado siempre mi carácter, él regirá mis pasos”. Y como su Jefe,
Artigas siguió el camino de los auténticos héroes de la Revolución: fue
propulsor de las letras. Impulsó la creación de la primera Biblioteca Pública
con la que contó Montevideo, valiéndose de la donación de su casa por Pérez
Castellano y de la dirección del Presbítero Dámaso Larrañaga. Uruguay tuvo
Biblioteca. Fueron sus palabras: “Yo jamás dejaría de poner el sello de mi
aprobación a cualquier obra que en su objeto llevase
esculpido el título de pública felicidad. Conozco las ventajas de una
biblioteca pública...” Y a continuación Artigas organizaba la reunión de
libros de posibles donantes. La Biblioteca se inauguró el 26 de mayo de 1816,
en el festejo de un aniversario de la Revolución de Mayo. Ese día Artigas
ordenó como santo y seña de su Ejército este mensaje: “Sean los orientales
tan ilustrados como valientes”.
La maledicencia fue dura contra el líder uruguayo. Ese mismo año, 1835, escribía
en una carta dirigida a Andrés Artigas: “Deje usted que hablen y prediquen
contra mí. Esto ya sabe que existía aún entre los que me conocían, cuanto más
entre los que no me conocen. Mis operaciones son más poderosas que sus
palabras, y a pesar de suponerme el hombre más criminal, yo no haré más que
proporcionar a los hombres los medios de su felicidad y desterrar de ellos
aquella ignorancia que los hacía sufrir el más pesado yugo de sus
tiranías”.
Pero, ¿cómo lo veían a Artigas quienes le conocieron? Queremos imaginárnoslo,
por unos momentos. El general de Vedia lo describe así. Cerremos los ojos y
unamos las imágenes que de él tenemos con esta descripción del general de
Vedia: “Era Artigas de regular estatura, ancho y cargado de espaldas, de
rostro agradable, algo calvo, de tez blanca y de
conversación afable y decente. Sin embargo de haber pasado la mayor parte de su
vida en campaña, sus maneras no eran las de un gaucho. Su traje habitual era
una levita azul con botones militares, sobre la cual ceñía el sable. Jugaba
mucho a los naipes, bebía poco y comía parcamente. Tocaba la guitarra, cantaba
y bailaba con bastante gracia. Escribía con mucha naturalidad, era aficionado a
las lindas muchachas...”.
Vivió mucho tiempo en campaña, es cierto. Y atendía todos los asuntos en un
rancho, sentado sobre una cabeza de buey, con sobres que le llegaban de todas
partes tirados en el piso. Actuaba con calma. Atendía a todos con buen humor.
En el centro del rancho ardía un asado y comía de él de la punta de su
cuchillo, como todos. Así nos lo describe un viajero inglés, que no deja de
mencionar que es un hombre culto y que su personalidad le ha
impresionado. Artigas también se ocupó de los indios: “Yo deseo que los
indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden de sus intereses
como nosotros de los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y
saldrán de aquel estado de aniquilamiento a que los sujeta la desgracia.
Recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una desgracia
vergonzosa para nosotros mantenerlos en aquella exclusión que hasta hoy han
padecido por ser indianos.”
La invasión portuguesa minó el poder de Artigas derrota tras derrota. Pueyrredón
y Alvear intrigaron en su contra. A Pueyrredón le escribió en 1817 una carta
vibrante, en la que en sus últimos párrafos le desafía, le invita a
“combatir al frente de los enemigos con decisión y energía y ostentar las
virtudes de las almas patriotas que hacen glorioso el nombre
americano...”
Cuando se fue al destierro, al Paraguay, donde gobernaba Francia, no llevaba
nada consigo y sólo le acompañaban unos pocos. El dictador Francia -se sabe-
debió darle hasta ropa, porque no traía nada consigo y le recluyó primero en
un convento. Así lo contaba el mismo dictador paraguayo:
“Aquí estuvo recluso hasta que hice venir al comandante de San Isidro de
Curuguaty, con quien lo hice llevar a vivir en aquella villa, donde se halla con
los dos criados o sirvientes que trajo, por ser aquel lugar remoto el de menos
comunicación con el resto de la República. Allí le hago dar asistencia
regular, porque él vino destituído de todo auxilio”.
El dictador Francia, de Paraguay, lo tuvo prácticamente preso. Estaba en el
centro de un bosque, a casi un kilómetro del pequeño pueblo y la casa estaba
rodeada de una trinchera honda que las vacas no podían pasar, como era de uso
en esa zona. Artigas fue labriego y entregaba todo el resultado de sus cosechas
a los pobres del lugar, incluso el sueldo con el que Francia le atendía y que
le retiró cuando se enteró que se lo daba a los pobres, por no
necesitarlo. La correspondencia, salvo excepciones, le era abierta.
Que más? A los 76 años, diez antes de su muerte, en ese exilio paraguayo,
araba la tierra cuando un piquete de soldados lo engrilló y le puso “en
seguras prisiones”. Por qué motivo? Había muerto Francia, le temían y le
consideraban un “bandido”. Corría el mes de setiembre de 1840.
Artigas estaba muy viejo y empobrecido al extremo. Murió en Ybiray, otro
boscoso poblado paraguayo, donde ya no pudo trabajar la tierra porque era un
anciano y vivió protegido por Carlos Antonio López.
Cuando murió, su sepultura la pagaron unos pobres vecinos. Fue a la tierra. Y
el curita del pueblo escribió el acta así: “En esta parroquia de la Recoleta
de la Capital, a 23 de setiembre de 1850, yo, el cura interino de ella
enterré en sepultura ordinaria el cadáver de un adulto llamado José de
Artiga, extranjero, de esta feligresía. Doy fe”. Enterado poco después de
quién se trataba, el curita enmendó el acta y le puso “general Artigas”.
En su exilio, tomaba mate dulce, no muy caliente. Usaba barba. Se la cortaba con
tijeras, porque navajas no tenía.
Artigas fue el ideólogo que dio las Instrucciones a los diputados de 1813 ante
la Asamblea: pidió la declaración absoluta de la Independencia, la Confederación
de provincias en igualdad, libertad y seguridad de sus ciudadanos y de los
pueblos, que el despotismo militar fuera aniquilado, que el gobierno
supremo residiera fuera de Buenos Aires, que la constitución debía ser
republicana -ni hablar de monarquía-...
Y en sus luchas dejó un mensaje de unión para un pueblo valiente, que acaba de
recordarlo como su Héroe Nacional. Artigas murió en soledad. Hoy, ya no está
solo.
Oscar García Massa.
24 de setiembre del 2000.
Informe emitido en la Columna de Historia del programa radial que conduce
Carlos Clerici, en Radio del Plata AM 1030: “Hoy puede ser un gran día”.
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