Transición del sábado al domingo.
Al investigar si el papado ha intentado cambiar las leyes divinas o no, encontramos la respuesta en la gran apostasía de los primeros siglos de la era cristiana cuando fueron introducidas numerosas doctrinas y prácticas contrarias a la voluntad de Dios revelada en las Sagradas Escrituras. El cambio más audaz corresponde al día de descanso semanal. La iglesia apóstata admite sin ambages que es responsable de la introducción del descanso dominical, y pretende que tiene el derecho de hacer tales cambios . Un catecismo autorizado para sacerdotes dice: "La Iglesia de Dios [es decir, la Iglesia Católica] en su sabiduría ha ordenado que la celebración del día sábado fuese transferida al 'día del Señor' " (Cathechism of the Council of Trent, traducción de Donovan, Ed. 1829, p. 358). Este catecismo fue escrito por orden del gran Concilio de Trento y publicado bajo los auspicios del Papa Pío V.
Durante los tiempos del NT los cristianos observaron el sábado, séptimo día de la semana (ver Hech. 17: 2). " transición del sábado al domingo fue un proceso gradual que comenzó antes de 150 d. C. y continuó durante unos tres siglos. Las primeras referencias históricas que tenemos en cuanto a la observancia del domingo por profesos cristianos aparecen en la Epístola de Bernabé (cap. 15) y en la Primera apología de Justino Mártir (cap. 67), obras que datan aproximadamente del 150 d. C. Ambas condenan la observancia del sábado e instan a observar el domingo. Las primeras referencias auténticas al domingo como "día del Señor" proceden de fines del siglo II y provienen del llamado Evangelio según San Pedro y de Clemente de Alejandría (Misceláneas, v. 14).
Antes de la revolución judía instigada por Barcoquebas en 132-135 d. C.,, el Imperio Romano reconocía al judaísmo como una religión legal y al cristianismo como una secta judía. Pero como resultado de esa revolución los judíos y el judaísmo se desprestigiaron. Para evitar la persecución que siguió, de allí en adelante los cristianos trataron por todos los medios posibles de dejar en claro que no eran judíos. Las repetidas referencias que hacen los escritores cristianos de los tres siglos siguientes a la observancia del sábado como una práctica "judaizante", junto con el hecho de que no hay referencia histórica de la observancia cristiana del domingo como día sagrado antes de la revolución judía, indican el período comprendido entre los años 135-150 como el tiempo cuando los cristianos empezaron a atribuirle santidad de día de reposo al primer día de la semana. Sin embargo, la observancia del domingo no reemplazó inmediatamente a la del sábado sino que la acompañó y completó. Durante varios siglos los cristianos observaron ambos días. Por ejemplo, a comienzos del siglo III, Tertuliano observó que Cristo no había anulado el sábado. Un poco más tarde, en las Constituciones apostólicas, libro apócrifo, (ii. 36) se amonestaba a los cristianos a "guardar el sábado y la fiesta del día del Señor".
A principios del siglo IV el domingo había alcanzado una clara preferencia oficial sobre el sábado. En su Comentario sobre el Salmo 92 Eusebio, principal historiador eclesiástico de esa época, escribió: "Todas aquellas cosas que era deber hacer en el sábado, las hemos transferido al día del Señor, como que le pertenecen de manera más apropiada, porque este día tiene preferencia y ocupa el primer lugar y es más honorable que el sábado judío".
La primera acción oficial de la Iglesia Católica que expresa preferencia por el día domingo fue tomada en el Concilio de Laodicea (c. 364 d. C.). El canon 29 de ese concilio estipula que "los cristianos no han de judaizar y estar sin trabajar en sábado, sino, que han de trabajar ese día; pero honrarán de especial manera el día del Señor, y como cristianos que son, si es posible, no harán ningún trabajo en ese día. Sin embargo, si se los encuentra judaizando, serán excluidos de Cristo". Este concilio dispuso que hubiera culto en el día sábado, pero designó a ese día como día laborable. Es digno de notarse que ésta, la primera ley eclesiástica que ordena la observancia del domingo, especifica el judaizar como la razón para evitar la observancia del sábado. Además, la rígida prohibición de la observancia del sábado es una evidencia de que muchos estaban todavía 'judaizando' en ese día. En realidad, los escritores cristianos de los siglos IV y V con frecuencia amonestan a sus correligionarios en contra de esa práctica. Por ejemplo, alrededor del año 400, Crisóstomo observa que muchos guardaban aún el sábado a la manera judía y estaban así judaizando.
Los registros de la época también revelan que las iglesias de Alejandría y Roma fueron las principales en fomentar la observancia del domingo. Por 440 d. C. el historiador eclesiástico Sócrates escribió que "aunque casi todas las iglesias del mundo celebran los sagrados misterios cada semana en sábado, sin embargo los cristianos de Alejandría y Roma, por una antigua tradición, han dejado de hacer esto" (Ecclesiastical History v. 22). Alrededor de la misma fecha Sozomenos (o Sozomeno) escribió que "la gente de Constantinopla, y de casi todas partes, se reúne en el sábado, tanto como en el primer día de la semana, costumbre que nunca se observa en Roma ni en Alejandría".
Hay pues tres hechos claros:
(1) El concepto de la santidad del domingo entre los cristianos se originó, principalmente, en su esfuerzo de evitar prácticas que los identificaran con los judíos, y provocaran así persecución.
(2) La iglesia de Roma desde muy antiguo fomentó una preferencia por el domingo; y la creciente importancia que se le dio al domingo en la iglesia primitiva, a expensas del sábado, siguió muy de cerca al crecimiento gradual del poder de Roma.
(3) Finalmente, la influencia romana prevaleció para hacer que la observancia del domingo fuese motivo de una ley eclesiástica, en la misma forma en que prevaleció para establecer otras prácticas tales como la adoración de María, la veneración de los santos y de los ángeles, el uso de imágenes y las oraciones por los muertos. La santidad del domingo descansa sobre la misma base que esas otras prácticas que no se encuentran en las Escrituras, y que fueron introducidas en la iglesia por el obispo de Roma.