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Invitado especial a Textos&Contextos.
El abuelo, llamémoslo para mejor
identificarlo Daniel, anda por los 80. Todavía sale pedaleando su
bicicleta ante el horror de sus hijos que ven caer la probable fractura
de su fémur sobre sus cabezas y... sus bolsillos. Desde pibe trabajó
de peoncito en el campo, de puestero, de albañil y finalmente se
"recibió" de obrero múltiple. Orgulloso de su condición,
medio anarco y medio rezongón, se metió en cuanta manifestación
hubo del presidente Yrigoyen para acá. Entró a saco en la
biblioteca de la junta vecinal de su barrio. Hizo su familia y con la patrona
-que en paz descanse- crió a sus hijos y les dio estudio. Con los
años llegó a jubilado y casi, casi a sabio; se le cayó
el "socialismo real" pero caprichoso él, no perdió las esperanzas.
Nestor, llamémoslo así,
el hijo mayor con quien vive, tiene un buen pasar. Profesional destacado,
rezonga de la mañana a la noche amargado por la crisis, por la frivolidad,
por la cosa "ligth" con la que muchos de sus colegas se envuelven como
en una mortaja que amortigua los golpes de la realidad. Recuerda con nostalgia
y bronca sus ilusiones perdidas cuando militaba en la izquierda de los
'70. Después le ganó el escepticismo y se adaptó a
las nuevas circunstancias pero nunca tuvo el suficiente cinismo para integrarse
sin conflicto al sistema. En el camino perdió sus valores y no tuvo
con qué reemplazarlos. Por eso se siente incómodo frente
a Julio, identifiquémoslo con ese nombre, su hijo mayor adolescente,
que representa un permanente desafío más allá de la
conducta del muchacho que, como decían las señoras de antes,
"deja bastante que desear". Las más de las veces, las sábanas
lo atrapan hasta el medio día. Estudia sin entusiasmo, es cierto,
pero cumple con los exámenes. Espantosamente "egoísta" con
la familia, es infinitamente solidario con sus amigos. Aturde a todos con
el rock, usa arito y pelo largo, y el padre siente que tiene un hijo minusválido
cuando lo ve estático frente a la TV o con el walkman.
Luego Néstor se rectifica porque
Julito maneja la PC como un genio y le gana siempre los videogames.
Como todas las familias, tienen sus
problemas y han apelado a diferentes recursos para superarlos, incluyendo
psicoterapias diversas con variados resultados. Tal vez les haría
falta un historiador o un antropólogo porque en verdad el abuelo,
el hijo y el nieto, pertenecen a tres culturas diferentes. Tienen muchos
hábitos en común y comparten una misma tradición familiar;
hay continuidades, pero también rupturas, que son la base de interminables
desacuerdos y malentendidos. Cada uno vive literalmente en mundos diferentes,
viendo lo mismo pero con otros ojos. El abuelo Daniel mira la PC con temor
y fascinación, como símbolo de un progreso para él
ya inalcanzable. Su hijo Néstor la valora como un instrumento complicado
que le soluciona muchos problemas y le trae otros. Para el nieto Julio
que le acopló su teclado, es puro juego y creatividad.
En una fiesta familiar con amigos,
los mayores jugaron a quien nombraba más cosas que ya no existen.
Era muy divertido pero al final se hizo un silencio ominoso: la lista interminable
reproducía un mundo desaparecido. Es difícil soportar cambios
tan profundos que se precipitaron en el tiempo de vida de una misma persona.
Sin embargo, la fraternidad, el amor. la lucha por la justicia entre tantas
cosas, siguen teniendo vigencia; no todo lo pasado merece ir al sótano
con los trastos inútiles. El futuro es impredecible y no se vislumbra
fácil, genera incertidumbre. Perdimos muchas ilusiones pero ganamos
espíritu crítico. Habrá que tener los ojos bien abiertos
para percibir las nuevas oportunidades. Habrá que construir arduamente
las nuevas esperanzas. Porque estamos personalmente implicados, nos cuesta
darnos cuenta que tenemos una posición de privilegio: nuestras vidas
están a caballo de cambios de culturas, quizás de un cambio
de civilización. No es poca cosa. Yo, al menos, no me la pienso
perder.