Mario Hernán López
Profesor Universidad de Caldas
Departamento de Economía
y Administración
E-mail:
mariohl@emtelsa.multi.net.co
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En medio del debate sobre el significado del desarrollo sustentable, -hasta hace poco tiempo cooptado por el pensamiento ecologista , cuyo objeto fundamental es la búsqueda de sostenibilidad de los recursos naturales, particularmente los recursos renovables -, están emergiendo perspectivas novedosas que buscan incluir en el examen de lo ambiental las condiciones sociales que potencian o limitan la sostenibilidad ecológica. Tal vez no sería posible asumir una tarea ambientalmente competente en el marco de procesos sociales con indicadores que demuestren bajos o nulos niveles de convivencia social - como es el caso colombiano - pero, a su vez, debe pensarse que la perspectiva ambiental involucra planteamientos pedagógicos orientados a la generación de formas sociales, económicas y ecológicas de la convivencia.
Los procesos relativos a la participación
creciente de las formas organizadas de la sociedad en la definición
de políticas ambientales y la urgencia de crear nuevas formas
de relación social y económica en Colombia -dirigidas a la
construcción de una sociedad más justa y equitativa - implican
redireccionar el debate ambiental hacia el ámbito político
y social, esto supone examinar las posibilidades que tenemos para resolver
los problemas ambientales y la forma como se reorienta la acción
del Estado y se articula con las actuaciones de las comunidades ; no es
gratuito que los términos actuales de negociación del gobierno
con
las FARC sean verdaderas agendas ambientales.
En consecuencia, hablar del desarrollo
sustentable, como una forma alternativa de convivencia, alude a un
proceso de cambio integral, a una nueva concepción del desarrollo
en cuyo eje se encuentran la búsqueda de
transformaciones en la distribución
del poder económico y social, a una manera de soñar la vida
para no evocar más los recuerdos perdidos de la muerte.
Es posible que tengan razón quienes
consideran que la sorpresa más perturbadora del siglo haya sido
el descubrimiento de la fragilidad del ambiente en el planeta tierra y
las repercusiones que estas transformaciones tienen en la cultura, no se
trata de un anuncio del cataclismo universal, sino de la constatación
empírica de los efectos provocados por las actuaciones humanas regidas
bajo la lógica del
cazador o, tal vez, se trate solamente
de la expresión más refinada del sentimiento de culpa, porque,
como lo recuerda Lovelock: quizá fuimos realmente expulsados del
paraíso y el ritual es repetido de forma simbólica en la
mente de cada generación.
Mientras develamos el mito, vale la pena continuar haciendo convocatorias amplias por la defensa de la vida.