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Dos opinadores profesionales colombianos Alfredo Molano y Plinio Apuleyo Mendoza han sido amenazados, el uno por un grupo de extrema derecha, el otro por un grupo de extrema izquierda. A ambos por lo mismo, por ejercer el derecho a opinar. Puede que no estemos de acuerdo con lo que opine el uno o el otro, o con ninguno, pero deberíamos parafrasear, siguiendo a Voltaire: No estoy de acuerdo con sus opiniones, pero me haría matar por defender el derecho que tiene a expresarlas.
La constitución colombiana "garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones" unido a la libertad "de informar y recibir información veraz y oportuna, y la de fundar medios masivos de comunicación" (Constitución Colombiana, art 20) Este derecho es de inmediata aplicación y por tanto no necesita de reglamentaciones posteriores, como lo garantiza el art. 85.
Sin embargo, poco ejercemos públicamente este derecho. Además de ser un derecho, opinar debe ser una obligación de quienes tenemos esa posibilidad. Cornelius Castoriadis lo expresa lúcidamente: "El escritor, el pensador con los medios particulares que le dan su cultura, sus capacidades, ejerce una influencia en la sociedad, pero esto hace parte de su rol de ciudadano: dice lo que piensa y toma la palabra bajo su responsabilidad. De esta responsabilidad nadie puede desprenderse, incluso aquel que no habla y por este hecho deja hablar a los otros, por lo tanto el espacio social histórico puede ser ocupado por ideas monstruosas."
En el ámbito privado nos pronunciamos sobre lo que consideramos que está bien o mal. Tenemos nuestras preferencias religiosas o políticas, decimos nuestra palabra sobre la guerra o la paz, sobre los gustos, pasiones, comportamientos sexuales, economía o arte. Pero poco nos tomamos la molestia de sentarnos y plasmar por escrito nuestras opiniones y menos de difundirlas en el espacio público.
En otras circunstancias podríamos decir que no teníamos oportunidad de difundir nuestra opinión. Los medios en los que podríamos expresarlos están férreamente controlados. Para publicar en un diario, u opinar en la radio y televisión necesitamos estar conectados con quienes los manejan. O las opciones son mínimas: una carta en la sección de lectores o 5 segundos por teléfono para una sección informativa radial.
Pero con la Internet el panorama cambió radicalmente. Cualquiera, con acceso a un computador y una cuenta de correo electrónico puede divulgar masivamente su opinión, prácticamente sin intermediarios. Las listas no moderadas, los tablones, son sitios habituales donde muchas personas se expresan. Y está a la mano de muchos de nosotros tener su propia página WEB, sin censura, excepto por las limitaciones legales, y en este campo son muy elásticas. Y es sorprendente cómo las opiniones por este medio pueden llegar a los rincones más insólitos. Hace unos meses sostengo una sección de comentarios en un sitio de la red y con frecuencia me llegan mensajes de las procedencias más variadas como efecto de haber leído una de mis páginas.
Los derechos se vuelven reales practicándolos. Y las responsabilidades son ineludibles. En un momento social en que se han hundido gradual pero aceleradamente las ideologías de izquierda y sólo impera la voz del capitalismo cada vez más fuerte en este fin de siglo, el triunfo de la sociedad de consumo, "la crisis de las significaciones imaginarias de la sociedad moderna (significaciones de progreso y/o revolución), todo esto manifiesta una crisis de sentido..." (De nuevo Castoriadis). Pero una sociedad sin sentido no subsiste, y si no participamos en su construcción, otros lo harán por nosotros. En los cambios radicales de sentido social, o nos montamos en el tren o el tren nos deja.
Ejerzamos el derecho a la libertad de expresión y de opinión, para no tener qué lamentarnos más tarde cuando ya la hayamos perdido.
Notas: A Voltaire lo cito de memoria. La cita de Cornelius Castoriadis está tomada de "El ascenso de la insignificancia. Entrevista de Olivier Morel publicada por la revista Ensayo & Error, N. 4 abril de 1998.
La constitución colombiana puede consultarse en Internet en el sitio de la Presidencia de la República