Frida Kahlo © Rampova

Elena Poniatowska, gran escritora mexicana, de origen eslavo, feminista, bisexual y gran erudita en Frida Kahlo, a la que conoció, en el sentido bíblico de la palabra, amándola como se aman a las grandes deidades, griegas o aztecas, empieza un estremecedor monólogo, un desgarrador grito, con las cuerdas vocales quemadas por el infierno, de la que el poeta Carlos Pellicer escribió: "estás toda clavada de claveles para tomar el pezón de la mujer deseada". Y escrita por la pluma de la Poniatowska, Frida dice: "Las manos que ves tomaron la tijera y cortaron mi pelo, segaron los cabellos largos en el suelo, me vistieron de hombre, abotonaron los botones de mi bragueta y escribieron la canción: "Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona ya no te quiero". Todo lo pinté, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis párpados, mis ojeras, mis pestañas, mis corsés, mi desnudez, mi sangre, la sangre que salió de mi cuerpo y volvieron a meterme, los Judas que me rodean, el que cuida mi sueño en la noche, el Judas que me habita y no dejo que me traicione. Esta que ves nunca quiso ser como las demás; desde niña procuré distinguirme para que me pusieran en un altar. Supe siempre que en mi cuerpo había más muerte que vida. Desde pequeña me di cuenta, pero entonces no me importó porque aprendí a combatir la soledad. A un enfermo lo aíslan. A los amigos se les conoce en la cárcel y en la cama".

A Frida le tocó vivir una época y un mundo fascinante... siendo varón, claro. Contemporáneas de ella, como Maruja Mallo o Margarita Nelken, grandes pintoras, grandes rompedoras estético-artísticas, feministas, fueron ninguneadas por el machirulerío vanguardista de la época, olvidando que Maruja Mallo tenía tanto talento como toda la generación del 27 junta y la Nelken fue una excelsa alumna aventajada de Picasso, pero a lo sumo se le reconoce su pionerismo feminista y su trayectoria política que la llevó al exilio mexicano para encontrarse de mujer a mujer (y no contra mujer, como el lamentable título de Mecano) con la diosa azteca, la que se pintaba el entrecejo y el bigote, la de la hoz y el martillo en el corsé, en definitiva, con Frida Kahlo.

Rebobinando su historia, es una incógnita su fecha exacta de nacimiento, pero se sabe que su personalidad se forja a los 6 años, con su primera derrota moral ante un tumor, en forma de horror, que se enquista en una pierna y que en semiótica cruel de la infancia la apodan el pirata patapalo, que rima con Kahlo, en un sustrato cultural ínfimo, constreñido por la insoportable desolación de la pobreza, con un padre, Guillermo Kahlo, al que adora por igual que sus fotografías con las que consigue arañar unos pesos a esa revolución que les traiciona, que les condena a la ciénaga. Guillermo es epiléptico y ella aprende a cuidarlo, haciéndole respirar éter, introducirle un fulard en la boca y con encajes encontrados en el estercolero de las burguesas limpiarle la espuma, mientras en esos mismos estercoleros la madre de Frida estrangula ratas con sus propias manos, tal vez para tener algo que comer o quizás por sadismo.

El 17 de septiembre de 1925 sufre el impacto brutal de un tranvía, con el pasamano atravesándole el cuerpo como un desecho de tienta, entrando por la cadera izquierda y saliendo por la vagina, desgarrando el labio izquierdo. La columna vertebral queda tan deteriorada que la obliga a llevar aparatos de yeso que le producen asfixia asmática, dolor torácico severo y unos pulmones y una espalda que se diría fueron flagelados por la tiranía más déspota, por la crueldad más inhumana, pero tenía tres cosas por las que sobrevivir: la pintura, una sexualidad libre y promiscua, sin ataduras y una ideología que, paradójicamente, era como una sustituta religiosa para vencer a un dolor tan infernal para el que se precisaba una fe ciega, tan ciega, que abrazó a Dios Stalin y despotricó de Trotsky, al que ofreció asilo político y placeres carnales, mandado asesinar por un sicario del sanguinario vampiro del Kremlin. 39 operaciones en 30 años y en la última le cortaron la pata corsaria. "Pies para que los quiero si tengo alas pa' volar". Ella misma se diseña la pata postiza de celuloide y viaja por medio mundo, incluido sus vecinos del norte, "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos". Su odio a los gringos queda patente en este, su pareado: "una chingadera y luego quieren que una los quiera".

Causó sensación en Gringolandia a pesar de estar chalados de tanto beber coca cola, en palabras de ella. En París, en la Galerie Pierre Colle, organizado por André Breton, fascinó a la "crème de la crème" y al cognac, que degustó a toneladas para poder dormir y sobrellevar el dolor atroz. Su triunfo es fugaz y perecedero, enfrentado al del genio, el gran macho Diego Rivera, en un país superlativamente machista y mientras en él es "normal" ir de flor en flor (de mujer en mujer) en ella se cuestiona la perfidia, como el bolero, como recoge la Poniatowska: "yo también tuve otros amores, fui una devoradora, tomé y deseché, vámonos a la basura, chancla vieja que yo tiro, no la 'vuelgo' a recoger, fui tras del que me gustaba o de la que me gustaba, fui una amante violenta y tierna".

Resulta grotesco que los USA., tan excluyentes con los espaldas mojadas, con la homosexualidad y el comunismo a la hora de pedir un visado, celebre una especie de Fridakahlomanía en una película deslavazada, insulsa, despojada del anticlericalismo blasfemo que, en comparación, convierte a Luis Buñuel en la hermana San Sulpicio, cuando Frida, con cuchillos punzantes para abortar los gatos de la barriga, casi concluía: "Esta que ves, no cree que Dios exista, porque si existiera no habría sufrido tanto ni hubiera pasado mi vida en cochinos hospitales, sino en la calle, porque siempre fui pata de perro, aún con mi pata tiesa. Si Dios existiera, los mexicanos no estarían tan amolados, mi padre no habría tenido epilepsia, mi madre habría sido una campanita de Oaxaca que sabe leer, Diego nunca me hubiera engañado ni yo a él".

Sobre Frida Kahlo se han filmado películas y un gran ensayo por parte de Rosa Montero, entre otros. Exposiciones, iconografías y un largo etcétera, pero la mayor y más extensa información sobre esta peculiar pintora las recopiló, con gran maestría, Elena Poniatowska, gran escritora e historiadora cuyo encanto profundo vieron las pupilas que sufrieron el horror; ojos de Frida Kahlo que de tanto llorar aprendieron a llorar sin llanto.