Mujercitas
han sido (y esperamos su inminente vuelta) un colectivo de mujeres teatrales
formado por decoradoras, técnicas de sonido, guionistas, actrices, etc.;
algo así como los hermanos Marx pasados por la batidora de Lisistrata.
Recuerdo con especial cariño a la dulce Susana Calderón con su "savoir-faire",
como excelente técnica de sonido y luces; a Amalia "La Larga", la Isadora
Duncan que traicionó al flamenco (como era su sino) por los tangos porteños
y a ambos les fue infiel, pues acabó de pareja de pareja de hecho de
la danza contemporánea; a Amalia "La Corta", un cruce entre Marlene
Dietrich y Greta Garbo, con un físico que es la representación de un
sueño superior, puro teatro (que diría La Lupe) cuyo escenario más surrealista
fue una manifestación radikal, pidiendo la libertad de un insumiso,
ataviada de vampiresa anuladora de voluntades y todo eso a plena luz
del día… y muchas otras que me dejo en el tintero de la memoria, porque
de quienes me voy a extender es de sus representantes actorales: Paloma
Tabasco y Beatriz Santiago.
En la farándula no tienen rivales. Su teatro es fresco, audaz, atrevido,
subversivo en el caso de "Eclesiastic Rap", una antología de números
disparatados y ligeramente blasfemos, como un homenaje a la residencia
donde estudiaron ese trío de hecho formado por Lorca, Dalí y Buñuel,
en la que son condenadas no por la espada divina, sino por el dedo acusador
de "El ángel exterminador"; provocación no exenta de ironía en "El armario
(o Merlín también sufrió de amores)", un divertimento que se torna procacidad
o pornografía cuando choca con el indigente mental que no entiende de
ironías, que no sabe que existe, porque en un cromañón sólo cabe la
moralina y por eso mismo alguna que otra vez han sido "acusadas" de
bolleras y punkys, como si esto último fuese el non plus ultra de un
insulto. Y ahí están ellas, atacando la obsolescencia teatral, sin dejar
de ser pragmáticas, sin abominar de Talía porque, en frase de Terenci
Moix, "la máscara no tiene histeria. Sabe disfrazar el dolor. Y algún
día, en cualquier momento, triunfará la verdad de los absurdos".
Se exponen en un escenario desnudo (decorado por ellas mismas con amor
fatal que no esconde alguna loa tríbada) a un ejército de fantasmas
en forma de cuarta pared o público contradictóriamente bélico-silencioso,
que pueden convertir su espectáculo en una apología del sopor, donde
ningún rincón es lo bastante remoto para ocultar la vergüenza o la gloriosa
antítesis: un deslumbrante y estridente eco multiplicado en aplausos
adictivos que asemejan el éxito a una tiranía opiácea que necesita ser
inyectada para metamorfosearse en triunfo hiperbólico.
Paloma Tabasco, aparte de un talento desmesurado, posee una androginia
que hace que sea la actriz ideal para encarnar el papel de la escritora
George Sand: demasiado femenina para ser hombre y demasiado masculina
para ser mujer; o lo que es lo mismo: la más delicada flor entre los
hombres y el más apuesto dandy-esteta entre las mujeres. De hecho, fue
el más delirante "drag-queen" en el cine ("Más que amor, frenesí") y
el travestí de más alto voltaje glamouroso en el teatro. Toda ella es
un crepúsculo evanescente, un sueño de alas más fantasiosas que el propio
sueño, porque interpreta con idéntica altivez a un difuminado Ivan el
Terrible o a esa despótica princesa en el pináculo de su belleza gótica
que aguarda su sentencia de muerte agazapada tras sus esplendorosas
plumas de cisne, como un canto a Tchaikovsky.
Beatriz Santiago
es reversible y moldeable, la más ingénua de las ninfas o la más excremental
de las madrastras sin escrúpulos, como si en sus entrañas conviviesen
Eros y Tánatos, Caperucita y Bette Davis, la rosa de Alejandría o la
arpía irredenta. Interpretando es como un orgasmo supremo que, dependiendo
de la calidez o frialdad del público puede alcanzar la gloria excelsa
o el rechazo repulsivo, pero en ningún caso la soporífera indiferencia.
Tanto en cine como en televisión es una implacable robaplanos que levita
como una deidad con el mismo estilo que una Norma Desmond baja la escalinata,
y en el caso de Beatriz es para ver descender al cadalso de los infiernos
a Sor Angela Molina, a Maese Pérez Maura o a Torquemada Morgan.
Aparte de a Stanislavsky y a Bretch, ellas aprendieron artes marciales
"para salir del armario derribándolo a patadas, a lo Van Damme, como
una liberación y un acto revolucionario", como apuntan Ricardo Llamas
y Paco Vidarte en "Homografías". Así fue y así esperamos que vuelva
a ser su teatro.
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