LAS MADRES DE MAYO VAN DE EXCURSIÓN
DRAMATIS PERSONAE
VIEJO
OFICINISTA
ENFERMERA
AVIADOR
NIÑO
SOLDADO
-dramatis personae
en los entreactos-
VIEJO
SANITARIA 1
SANITARIA 2
MUJERONA 1
MUJERONA 2
OFICINISTA
ENFERMERA
NIÑO-MUERTO
AVIADOR
- UNO -
(Una autopista, perdida en los extrarradios. El ruido ensordecedor de los automóviles, que pasan a toda velocidad. Un VIEJO, se diría que de más de 60 años, ropa ruinosa, al lado del arcén, bajo una parada de autobús, hablando con el OFICINISTA, un hombre de unos cuarenta años, con un traje barato y una cartera de mano de plástico.)
OFICINISTA:
Mire. El día en que juró bandera.
VIEJO:
¿Su hijo?
OFICINISTA:
Hm, hmm. ¿Ha visto qué espaldas? Está hecho un coloso.
VIEJO:
Bravo mocetón.
OFICINISTA:
Ya tiene galones de teniente.
VIEJO:
Estará orgulloso. ¿Ha salido a su madre?
OFICINISTA:
No, a su madre no. Es clavado a mí.
VIEJO:
Hijo único.
OFICINISTA:
¿Le importa?
(Llega una pareja de novios que ocupa un promontorio, sobre la parada. Ella, maciza, más bien llenita, vestida de enfermera. Él, bajo y enclenque, de aviador.)
ENFERMERA:
¿Desde aquí se ven los aviones?
AVIADOR:
El aeródromo está detrás de aquella loma.
ENFERMERA:
¿Me dejarás subir contigo?
AVIADOR:
En los tiempos que corren, si me encuentran con un civil dentro...
ENFERMERA:
¡Un civil! ¿Civil, yo?
AVIADOR:
Sólo hay sitio para uno.
(Arranca del suelo un manojo de amapolas secas y hace con ellas un ramo, que le ofrece a la ENFERMERA.)
¡Amapolas!
ENFERMERA:
(OLIÉNDOLAS)
¡Amapolas!
AVIADOR:
Amapolas para nuestro amor.
ENFERMERA:
¿Y apretándome mucho...?
(La ENFERMERA se enrosca al AVIADOR.)
OFICINISTA:
¿Me la devuelve?
VIEJO:
¿Qué edad tiene ahora?
OFICINISTA:
Que me la devuelva.
VIEJO:
Perdone. No me la iba a quedar... Yo también tengo un hijo. Pero no me quedan fotos suyas.
OFICINISTA:
Ya. ¿Hace mucho que espera?
VIEJO:
¿Esperar?
OFICINISTA:
Al autobús. Que si hace mucho que está aquí.
VIEJO:
¿Aquí para un autobús?
(El AVIADOR se separa como puede de la ENFERMERA.)
AVIADOR:
La carlinga es muy estrecha. Y los mandos...
ENFERMERA:
Te echaré una mano. El acelerador. El altímetro. El depósito de las bombas. Bum, bum, bam.
AVIADOR:
No. El depósito de bombas, no.
(El VIEJO se acerca a la pareja. Se aproxima al AVIADOR.)
VIEJO:
Perdone...
ENFERMERA:
¡Qué mal huele!
AVIADOR:
Fuera. No hay nada.
ENFERMERA:
No se va.
AVIADOR:
He dicho que fuera.
VIEJO:
Perdone. Estoy buscando a alguien..., a un
muchacho..., de su edad, más o menos.
ENFERMERA:
¿Qué dice?
VIEJO:
Ya será todo un hombre. Metro noventa.
Veinte, veinticinco años.
AVIADOR:
Que no hay nada.
ENFERMERA:
Vámonos de aquí.
(La ENFERMERA coge de la mano al AVIADOR y se lo lleva a rastras. El VIEJO vuelve donde está el OFICINISTA.)
OFICINISTA:
¿Otra vez usted?
VIEJO:
Tengo hambre. Estoy cansado, muy cansado,...
(Pasa un avión. El VIEJO se tapa los oídos.)
OFICINISTA:
Son nuestros chicos. No paran. Y cada vez habrá más.
VIEJO:
¿Por qué arman tanto ruido? ¿Por qué tienen que armar tanto ruido?
(Vuelve a entrar la ENFERMERA, siguiendo el rastro imaginario del avión, la camisa abierta, aplastándose contra el pecho las amapolas. El AVIADOR, sujetándose los pantalones con una mano, la coge y tira de ella fuera de escena.)
OFICINISTA:
(SILBANDO, CON CARA DE SÁTIRO.)
Juventud, juventud, ¿se ha fijado? ¡Qué hembra! La verdad es que viendo cosas así, a uno le dan ganas de...
VIEJO:
¿Está hablando en serio?
OFICINISTA:
¿Es que a usted no le pone?
VIEJO:
No sea animal.
OFICINISTA:
Se me está haciendo tarde. Mierda de autobús.
VIEJO:
¿A dónde lleva? El autobús.
OFICINISTA:
Al centro. Muy cerca de donde yo trabajo. Es una suerte que exista esta línea. Vivir en las afueras tiene sus desventajas.
VIEJO:
Hay flores. Amapolas. Se debe de vivir más tranquilo.
OFICINISTA:
Claro que esto está más tranquilo. Pero ya verá dentro de nada... ¿Usted no lee el periódico?
VIEJO:
¿Periódicos, yo?
OFICINISTA:
Tome. Primera página.
VIEJO:
¿La cola del gran cometa, a punto de rozar la tierra?
OFICINISTA:
No, hombre, en la otra columna. Es la guerra.
VIEJO:
¿Me lo puedo quedar?
OFICINISTA:
¿Mi periódico? Bueno,... La verdad es que es de ayer. Aquí no llega la prensa del día...
VIEJO:
Contra el frío no hay nada mejor.
OFICINISTA:
Pero... ¿es que no le interesa lo que digo?
VIEJO:
Sí. Le escucho.
OFICINISTA:
Todos somos necesarios. Por el bien de la nación.
VIEJO:
¿Me puede prestar un poco de dinero?
Necesito llegar a la ciudad. No tengo suelto... Si me dejara lo que me falta... yo se lo mandaría luego. ¿Quiere mi dirección?
(El VIEJO emborrona un trozo de papel de periódico. y se lo pasa al OFICINISTA, que ni siquiera lo mira.)
VIEJO:
Aquí tiene.
OFICINISTA:
¿Y qué?
VIEJO:
Sólo lo necesario para un billete. Necesito llegar a la ciudad. Estoy buscando a alguien. En la ciudad me será más fácil.
OFICINISTA:
Buscando a alguien, ¿eh?
VIEJO:
A mi hijo.
OFICINISTA:
¿Un hijo, usted?
VIEJO:
No le veo desde hace años. Desde que era muy pequeño. Su madre,... ya sabe. Pero todo ocurrió hace mucho tiempo. Errores, equivocaciones de joven.
OFICINISTA:
¿De dónde dice que es? Porque de aquí, no es usted, ¿verdad?
VIEJO:
He caminado mucho desde que dejé mi casa.
OFICINISTA:
¿De dónde?
VIEJO:
Ahí lo tiene escrito.
OFICINISTA:
¿Qué viene a hacer aquí? ¿No sabe en qué situación se encuentra su país con el nuestro?
VIEJO:
Tendrá unos veinte años. Dos meses hace que me jubilaron. Me he quedado solo. Tengo que encontrarle.
¿Cree que le miento?
OFICINISTA:
¿Cómo quiere que me fie de alguien como usted?
VIEJO:
Pero sabe cómo me llamo, dónde vivo. Déjeme dinero. Se lo devolveré. Tengo que llegar a la ciudad.
OFICINISTA:
No insista.
VIEJO:
Mire, por aquí no pasa nadie...
OFICINISTA:
¿Me está amenazando? No me toque.
VIEJO:
Se ha puesto blanco.
OFICINISTA:
Suélteme.
(El oficinista saca una pistola.)
Por gente como usted...
VIEJO:
No se altere...
OFICINISTA:
...estamos como estamos.
Atrás.
Sé cómo utilizarla.
VIEJO:
Guarde eso, hijo.
OFICINISTA:
No me llame hijo.
(El OFICINISTA intenta disparar, pero no logra mover el gatillo. Examina, nervioso, el arma, y levanta el seguro. La pistola se dispara. Tanto el VIEJO como el OFICINISTA se llevan las manos a la cabeza. La pistola cae al suelo y continúa disparando, sola, poniendo en peligro tanto a uno como a otro. Al quinto disparo se detiene. El VIEJO y el OFICINISTA bajan las manos, acercándose lentamente a la pistola. Ésta se vuelve a disparar, por última vez. Los dos, tras pararse y retroceder ante el riesgo de que se vuelva a disparar, corren hacia la pistola. Llega antes el VIEJO, la coge. Forcejean los dos por el arma, y va a parar a mitad de la autopista. Contemplan la pistola ahora inaccesible.)
(PAUSA)
(El OFICINISTA se levanta y se acerca a la autopista.)
VIEJO:
¿A dónde va?
OFICINISTA:
La van a aplastar.
VIEJO:
Déjela.
OFICINISTA:
¿Qué le diré ahora a mi hijo?
VIEJO:
¿Su hijo? ¿Era de su hijo?
OFICINISTA:
Defensa personal.
VIEJO:
¿Contra quién?
OFICINISTA:
Ese autobús tendría que haber pasado ya.
(Mientras, el VAGABUNDO coge la cartera del OFICINISTA, que éste había dejado en el suelo. La abre, explora su contenido.)
¡¿Qué hace con mi cartera?!
VIEJO:
Me muero de hambre.
OFICINISTA:
No lo toque.
VIEJO:
Venga. Sólo es un bocadillo. Se lo pagaré.
OFICINISTA:
Es mío. Suéltelo...
(El bramido de un avión de combate nos impide oír el resto del diálogo, cada vez más encrespado. El OFICINISTA tira del bocadillo, que al final, en el forcejeo, cae en el suelo, abriéndose. Lo pisotea para que no lo recoja el VIEJO. Éste coge una piedra y hace ademán de arrojársela.)
OFICINISTA:
Mi mujer jamás. ¿Me oye? Jamás.
(El OFICINISTA huye de los proyectiles del VIEJO. Ya sólo, éste recoge los restos del bocadillo y estudia la manera de aprovecharlos.)
(Un NIÑO se le queda mirando, con los ojos muy abiertos. Va vestido con un uniforme paramilitar. El VIEJO no lo advierte, hasta que éste ha levantado contra él una escopeta de juguete, apuntándole.)
NIÑO:
¿Tú eres un enemigo del Estado?
VIEJO:
¿Que si yo qué?
NIÑO:
Que si tú eres un enemigo del estado. Debemos precavernos de los enemigos del estado.
VIEJO:
¿Sabes a cuánto está la ciudad?
NIÑO:
¿Qué ciudad?
VIEJO:
¿Sabes dónde puedo encontrar a un muchacho de unos veinte años?
NIÑO:
Al otro lado hay un cuartel.
VIEJO:
¿Cómo puedo llegar hasta ahí?
NIÑO:
¿Para qué lo quiere saber? Debemos precavernos de los enemigos del estado.
VIEJO:
¿De dónde has sacado ese fusil?
NIÑO:
Me lo han dado en el colegio. ¿Quiere que le cuente un secreto?
VIEJO:
¿Un secreto?
NIÑO:
Nadie lo debe saber.
VIEJO:
Quedará entre tú y yo.
NIÑO:
¿Se figura que se lo voy a decir?
VIEJO:
Si quieres dímelo. Si no, me da igual.
NIÑO:
¿Le da igual? ¿No le interesa?
VIEJO:
Tú verás.
NIÑO:
¡Tiene que escucharlo!
VIEJO:
¿Me vas a llevar a ese cuartel?
NIÑO:
¿Lo va a escuchar?
VIEJO:
Tienes que llevarme allí.
NIÑO:
(Gritándole al oído.)
El profesor de Matemáticas... Han venido por él esta mañana, y le han metido en un coche negro.
VIEJO:
Vale, vale, que no estoy sordo.
NIÑO:
Me había suspendido tres veces seguidas. Dijo, dijo...
(Se acerca al VIEJO y le susurra al oído algo que éste no parece entender.)
VIEJO:
¿Euclides?
(El NIÑO asiente con la cabeza y le susurra al oído algo más. FUERA DE ESCENA se escuchan gemidos, gritos de mujer, entre la risa y el llanto. El NIÑO interrumpe su explicación.)
VIEJO:
(ASOMBRADO)
¿Un axioma? ¿No hay demostración?
NIÑO:
¿Qué pasa ahí?
VIEJO:
Quizá no la haya.
NIÑO:
Cómo grita la condenada.
(Haciendo un gesto obsceno con los dedos.)
Yo sé lo que están haciendo ahí.
VIEJO:
Ahí no pasa nada.
NIÑO:
(Dirigiéndose hacia fuera de escena.)
¿No los oyes?
VIEJO:
¿Dónde vas?
NIÑO:
Quiero mirar.
VIEJO:
Ahí no se te ha perdido nada.
NIÑO:
¡Suélteme!
VIEJO:
No tengas miedo.
NIÑO:
¿Miedo yo? En mi clase soy el más valiente.
VIEJO:
¿Quieres jugar a algo?
NIÑO:
Yo nunca juego. Ya soy muy mayor para jugar como un niño.
VIEJO:
¿Y si...?
(El VIEJO continua la frase susurrándosela al oído del NIÑO. Pasa un coche, llenando todo con el estruendo de su motor. El NIÑO abre los ojos y le mira.)
NIÑO:
¿Cómo?
(El VIEJO vuelve a repetir su proposición al oído del NIÑO. Éste le mira asombrado.)
VIEJO:
Te daré el bocadillo.
NIÑO:
Mi madre me mataría.
VIEJO:
Es de salchichón.
(El NIÑO se retira y abre el bocadillo. Se come el relleno, dejando el pan.)
VIEJO:
¿Dejas todo el pan?
NIÑO:
Eres el enemigo.
(El NIÑO dispara la escopeta. El VIEJO se cubre la cara con las manos. De la escopeta sale despedido un corcho que golpea el hombro del VIEJO. El NIÑO huye.)
VIEJO:
Eh... ¡Eh! Ven aquí.
Llévame a ese cuartel.
Lo prometiste.
Niño.
Necesito tu ayuda. Vuelve...
NIÑO:
(En la lejanía, su voz perdiéndose.)
Eres el enemigo. Pronto lo sabrán todos. Eres el enemigo...
(Un avión cruza muy cercano sobre la extensión. El VIEJO se tapa los oídos. Bajo el estruendo de la máquina, se escuchan unos gritos de mujer.
Los gritos de la mujer se van desvaneciendo. Mientras el avión sigue perdiéndose en la distancia, el AVIADOR, con el semblante demudado, las ropas alborotadas, caminando trabajosamente, porque tiene los pantalones bajados, aparece casi arrastrándose. Está mal herido, pero sus movimientos resultan cómicos. El VIEJO le mira con temor y algo de ira, sin darse cuenta de su estado. El AVIADOR retrocede. El VIEJO hace lo mismo, rodeándose el uno al otro. Los dos se mueven trabajosamente, jadeando de agotamiento. Se detienen, cansados. El AVIADOR retrocede y, enredándose con los pantalones, cae al suelo. El VIEJO va a huír, pero advierte que el otro está caído en el suelo, y que ya no muestra signos de vida. Se acerca a él lentamente, y le roza con el pie, tanteándole. El AVIADOR no se mueve. El VIEJO se agacha sobre él, escudriñando su cara. Advierte la herida que abre el costado del AVIADOR. Va a escapar. Lo piensa mejor, vuelve y, vigilando que no aparezca nadie, coge por los pies al AVIADOR y le arrastra por el escenario, intentando ocultarlo.
Aparece la ENFERMERA, con la ropa destrozada, como si hubiera sido víctima de la violencia de un ataque.)
ENFERMERA:
¿Qué ha hecho con mi botiquín?
(El VIEJO se interpone delante del cuerpo del AVIADOR para que ella no lo vea.)
VIEJO:
¿Me hablas a mí?
ENFERMERA:
¡Déjame!
VIEJO:
Tienes mal aspecto. Vete. Ya no quedan más amapolas. Vete a tu casa. ¿Por qué no te vas? Te acompañaría, pero ahora tengo algo entre manos...
ENFERMERA:
Por el bien de nuestros soldados...
VIEJO:
No es bueno que te quedes así. Te puede dar una corriente.
ENFERMERA:
Tengo que encontrar mi botiquín.
VIEJO:
Ya te lo buscaré. Mañana te lo llevaré a casa. Pero ahora es muy tarde. Casi no hay luz.
ENFERMERA:
No me toques.
VIEJO:
Tienes roto el vestido.
ENFERMERA:
Me das asco.
VIEJO:
No iba a hacerte nada. Nada. Esperaba al autobús. El que lleva a la ciudad. ¿Qué daño podría hacer yo? Con mis años. Ya ni dientes me quedan.
ENFERMERA:
El avión que entra en barrena, ¿por qué hoy? Hoy precisamente.
VIEJO:
¿Qué sabes tú? ¿Qué has visto? ¡No vayas por ahí! ¡La autopista! ¿Estás loca?
ENFERMERA:
Voy a vomitar.
(La ENFERMERA vomita casi encima del VAGABUNDO, que apenas tiene tiempo para retirarse.)
VIEJO:
¡Ten cuidado!
ENFERMERA:
¿Dónde ha ido el suelo?
VIEJO:
Levántate. No puedo contigo.
ENFERMERA:
¿Quién ha sido? ¿Cómo era su cara? Sus señas... Un momento, ¿cómo pensar? Debemos ser amables con ellos. ¿Y qué más? Caer. Ahí abajo. Más abajo. Y seguir cayendo. Estallando dentro de mí.
VIEJO:
¿Quieres decir que...?
ENFERMERA:
¿Quiero decir que...? ¡Un soldado!
(RIENDO)
Ser amable.
VIEJO:
Vamos a ver. Entonces, tú, ¿no...? ¿Ese aviador?
ENFERMERA:
Un ruido en la maleza. No le prestamos atención. Y un golpe seco. Por la espalda. Primero se encargó de él. Luego vino a por mí.
(La ENFEMERA ríe.)
VIEJO:
¿Cómo era?
ENFERMERA:
Era... un uniforme.
VIEJO:
Necesitas un médico.
ENFERMERA:
No. Ya me siento mejor.
VIEJO:
Toma mi chaqueta. No te vayas a enfriar.
ENFERMERA:
No quiero nada. Por favor, no se lo diga a nadie. No llame a un médico.
VIEJO:
Bebe esto. Te hará sentirte bien. Abre la boca. No cierres los ojos. Buscaré tu botiquín. Daré con ese hombre. No, no haré nada si tú no quieres. Espabílate. No cierres los ojos... ¿Qué aprietas en tu mano? ¿Un cuchillo? ¡Sangras!
ENFERMERA:
Sangro.
VIEJO:
Una placa de identificación. ¿Me oyes? No te será difícil denunciarle. Su nombre...
ENFERMERA:
(DÉBILMENTE)
Adios.
VIEJO:
...es mi nombre.
ENFERMERA:
(CADA VEZ MÁS DÉBIL)
Adios.
VIEJO:
Su nombre... es mi nombre...
¿Qué te hizo ese individuo? ¿Qué llegó a hacerte?
ENFERMERA:
(EXPIRANDO.)
Adios.
VIEJO: Dímelo. Habla. Abre los ojos.
(Un canto de soldados que parten al frente. Un canto varonil que nada podría alterar. El VIEJO se alza, examinando a los que desfilan. El canto se pierde. El VIEJO se queda solo, la ENFERMERA tendida, muerta, a sus pies.)
-ENTREACTO I-
(Una ambulancia-furgón de policía se detiene al lado del VIEJO. Bajan dos sanitarias-policías, armadas con fumigadores-metralletas.)
SANITARIA 1:
¿Es aquí?
SANITARIA 2:
Por las señas...
SANITARIA 1:
Mira.
SANITARIA 2:
¿Ese montón de basura?
SANITARIA 1:
Con cuidado.
SANITARIA 2:
Te cubro.
(La SANITARIA 1 se acerca al VIEJO mientras la SANITARIA 2 le apunta con la fumigadora-metralleta. Las SANITARIAS fumigan al VIEJO, que se despierta en medio de toses y quejidos.)
SANITARIA 2:
Quieto.
VIEJO:
¿Eh?
SANITARIA 1:
Sanidad estatal.
SANITARIA 2:
La cartilla.
VIEJO:
(TOSIENDO)
¿Qué cartilla? Vaya peste.
SANITARIA 1:
La cartilla de sanidad pública.
VIEJO:
¿Esto?
SANITARIA 2:
Indocumentado.
VIEJO:
¿Qué hace?
SANITARIA 2:
Usted se calla. La camilla.
VIEJO:
No estoy enfermo.
SANITARIA 1:
¿Es que va a saber más que mi compañera?
VIEJO:
No necesito nada.
SANITARIA 2:
¿Es que va a saber más que mi compañera?
VIEJO:
Déjenme.
SANITARIA 2:
Quieto.
SANITARIA 1:
Extienda las manos.
VIEJO:
No pueden hacerme esto. No pueden.
(La SANITARIA 1 le golpea. Llega la SANITARIA 2 con una camilla-cepo, provista de esposas, cadenas, etc. Le atan a la camilla y le llevan como si fuera un cordero a punto de ser sacrificado.)
SANITARIA 2:
¿Hay tiempo?
SANITARIA 1:
El justo.
SANITARIA 2:
Menos mal que hemos encontrado a éste.
SANITARIA 1:
Los radares,... no fallarán...
SANITARIA 2:
¿Qué dices?
SANITARIA 1:
Nada, nada.
(La ambulancia sale disparada. La sirena se pierde en la distancia. El ruido de la autopista se aquieta, poco a poco. Un megáfono, con voz vibrante, anuncia la cuenta atrás. El escenario arde. La bomba ha caído. Enhorabuena. Ha estallado la guerra.)
-ENTREACTO II-
(Un cráter gigantesco. Silencio absoluto, artificial, radiactivo. Más insoportable que el mayor de los estruendos. De las brumas que flotan sobre el paraje van apareciendo, como fantasmas, los personajes: dos MUJERONAS vienen arrastrando un gigantesco corno.)
MUJERONA 1:
Da la primera nota.
MUJERONA 2:
Siempre me toca a mí.
MUJERONA 1:
Ayer lo hice yo.
MUJERONA 2:
No, ayer lo hice yo, y al otro, y al otro.
MUJERONA 1:
Eso no puede ser, nunca hubo al otro del otro.
MUJERONA 2:
Sí existió.
MUJERONA 1:
No existió.
MUJERONA 2:
Sí existió.
MUJERONA 1:
Yo no me acuerdo.
MUJERONA 2:
Te toca.
(Empiezan a tocar por el aparatoso corno, que emite una nota grave y zumbona. El OFICINISTA aferra una caja con todas sus fuerzas.)
SANITARIA 1:
Un hombre.
SANITARIA 2:
Ya te dije que estaría por aquí. Alto.
(El OFICINISTA huye, seguido por las SANITARIAS.)
MUJERONA 1:
Ya sale.
MUJERONA 2:
Ya sale.
SANITARIA 1:
Ya sale.
SANITARIA 2:
Ya sale.
(La ENFERMERA, una montaña carnosa que se alza en el centro del cráter, amamanta al NIÑO, muerto.)
ENFERMERA:
Escucha. Mi niño. En verano. En la pradera alzaban los postes y de ellos colgaban bombillas de colores. Rojo, azul, verde. Amarillas, también había, y banderines de papel, y por la noche la banda tocaba canciones y pasodobles. Entonces se bailaba agarrado, y no suelto. Hay gente. Esperando. Nunca me dejan sola.
(Levantándose y dejando estrellarse al niño en el suelo rocoso.)
¿Qué queréis ahora?
SANITARIA 2:
Es necesario otro esfuerzo.
ENFERMERA:
¿Otra vez?
SANITARIA 1:
Queda mucho trabajo.
ENFERMERA:
Luego me salen granos.
SANITARIA 2:
Eres la única que queda.
ENFERMERA:
Hasta hace dos días no tuve un hombre. Hoy parezco un autobús, todos adentro y con el billete en la mano.
SANITARIA 2:
Los machos escasean. Éste está ya muy gastado.
ENFERMERA:
Cerraré los ojos.
(Las MUJERONAS resoplan los cornos. Las SANITARIAS traen a un muy chupado AVIADOR.)
AVIADOR:
¿Quiénes sois?
SANITARIA 1:
Los aviones.
AVIADOR:
(DESCONFIADO, ATURDIDO)
¿Los aviones?
SANITARIA 2:
Sí, los aviones, qué bonitos.
AVIADOR:
(EMBOBADO, CON CARA SOÑADORA)
Qué bonitos, los aviones. Qué bonitos.
¿Dónde están?
SANITARIA 2:
Ahora te llevamos allá.
AVIADOR:
Los aviones...
SANITARIA 1:
(ASQUEADA)
Qué miseria.
AVIADOR:
No quiero ir, no quiero.
SANITARIA 1:
Los aviones.
AVIADOR:
(ACOBARDADO, CON UN MIEDO INFANTIL)
Mamá.
SANITARIA 2:
Aquí está tu mamá.
(Meten al AVIADOR en el interior del vientre de la ENFERMERA, en medio de grandes gritos de angustia, que los cornos apenas ahogan. La tierra se remueve. Los gritos cesan. Todo vuelve a la tranquilidad. La ENFERMERA abre los ojos, satisfecha, y con las mejillas levemente coloreadas por el rubor.)
ENFERMERA:
¿Ya?
TODAS:
Ya.
ENFERMERA:
Y ahora viene eso tan desagradable. No, lo peor ya ha pasado. Por favor, habladme.
SANITARIA 1:
Dos hijos tiene la sanguijuela: dadme, dadme. Tres cosas hay que no se hartan y cuatro que nunca dicen "basta".
SANITARIA 2:
El "seol", la matriz estéril, la tierra, que no se harta de agua, y el fuego, que nunca dice "basta".
MUJERONAS:
Al que escarnece a su padre y desdeña a su madre, cuervos del valle le sacarán los ojos y los aguiluchos le devorarán.
ENFERMERA:
¡Qué bonito!, ¡Qué bonito es todo! Y vosotras, sois tan buenas conmigo.
(Aparece el OFICINISTA, con la caja en la mano. Las SANITARIAS corren a prenderle, mientras las MUJERONAS rodean, protectoras, a la ENFERMERA.)
ENFERMERA:
Huy, ¡un monito!
OFICINISTA:
(AMENAZADOR)
Zorra.
SANITARIA 2:
Suelta eso.
OFICINISTA:
Mi hijo, mi hijo ha muerto.
ENFERMERA:
Qué pena.
OFICINISTA:
Zorra.
ENFERMERA:
Dejadle, probrecito. Mi hijo también ha muerto. ¿Dónde lo dejé?
NIÑO-MUERTO:
(DESDE EL SUELO, SIN LEVANTAR LA CABEZA)
Aquí. Me has vuelto a tirar.
ENFERMERA:
Probrecito, mi niño. Probrecito.
NIÑO-MUERTO:
(EXPIRANDO DE NUEVO.)
Argg.
MUJERONA 1:
Es una amenaza.
MUJERONA 2:
Es un peligro.
MUJERONA 1:
Es pura inquina.
MUJERONA 2:
A la horca con él.
MUJERONA 1:
Al hoguera, a la pira.
MUJERONA 2:
Suplicio y garrote vil.
SANITARIA 1:
Sí, pero su semen...
SANITARIA 2:
Su semen blanco, caliente...
SANITARIA 1:
Su semen, a nosotras vedado.
SANITARIA 2:
Escaso, rico, precioso semen.
SANITARIA 1:
Muerte, pero antes...
SANITARIA 2:
¡Inmersión!
OFICINISTA:
Zorras. Putas. Zorras. Venganza.
SANITARIA 1:
Cuidado con la caja.
MUJERONA 2:
Que la abre.
MUJERONA 1:
Impedídselo.
SANITARIA 2:
Agárrasela.
OFICINISTA:
Aquí está vuestro fin y el de la ramera superproductora.
ENFERMERA:
Siento mucho molestaros, creo que ya me viene.
TODOS:
A cubierto.
MUJERONAS:
Van a nacer.
OFICINISTA:
Va a explotar.
SANITARIAS:
Vámonos.
(Se desgarra el escenario. El VIEJO, como surgido de la explosión, se limpia el polvo de su gastado vestuario. Recoge los desperdicios que encuentra en el suelo: un zapato roto, un neumático pinchado. Una máquina de coser. Una pierna flaca. Suspira hondo.)
- DOS -
Solo, en casa, sabe que no hay nadie más en el mundo:
los otros, todos, han muerto.
Golpean a la puerta...
THOMAS BAILEY ALDRICH
(Silencio. Ni un coche,ni un avión, pero tampoco ni un pájaro, ni el rumor del ramaje. El VIEJO duerme en medio de la carretera, completamente destrozada. Un SOLDADO, joven, con el uniforme raído, ante él, acuclillado. El VIEJO se remueve intranquilo. Advierte la presencia del joven SOLDADO y se levanta alarmado, asustando al SOLDADO, que casi pierde el equilibrio y con una extraña torpeza se levanta. El VIEJO resbala y cae.)
SOLDADO:
¿Quién anda ahí?
VIEJO:
¿Quién anda ahí?
SOLDADO:
¿Quién habla?
VIEJO:
¿Cómo has llegado hasta aquí?
SOLDADO:
¿Eres tú? ¿Gregorio? ¿Lucas? ¿Teniente? ¿Estáis ahí? ¿Hay alguien más? ¿Quién más está ahí?
VIEJO:
Aquí no hay nadie. ¿Por dónde has venido? ¿Queda alguien más allá?
SOLDADO:
Sí. Gregorio. No. Gregorio salió volando, hecho pedazos. Lucas cayó a mis pies, con la cabeza destrozada. Y el teniente... Salí corriendo. ¿Cuánto quedará para llegar al campamento? Esas explosiones. Una, dos, tres. Esa luz. ¿Quién está ahí?
VIEJO:
Escucha. No tienes que temer nada. Pero aquí ya no queda nadie. Nadie.
SOLDADO:
¿Dónde estoy? ¿Estoy...? No. Aún tengo cabeza, cuerpo, piernas, ¡brazos!, aún tengo brazos. ¿Armando? ¿Eres tú? Nos iremos el fin de semana a la ciudad. ¿Verdad, Armando? Nos debes una ronda, !a todos! Me invitarás, a mí, a Lucas, a Gregorio. Y al teniente, también. ¡A todos! No eres muy bueno jugando a las cartas. Pero con las mujeres... Me tienes que presentar a ese par de rubias. En la taberna del portugués. Doreen y Caty. O Maureen y Caty. Nunca me acuerdo de esos nombres extranjeros. Maureen, Doreen. Yo me pido a Maureen. Rubia, ojos azules, y un par de... Tengo que ir al campamento, a por el uniforme de gala. Lo dejé en el petate. Tenemos que volver al campamento. Buena ocasión para estrenarlo.
VIEJO:
¿Va a haber quien te lo planche?
SOLDADO:
Con colocarlo bajo el camastro y echarme encima, como con manos de mujer.
VIEJO:
Vamos a ese campamento. Alguien vivo. Es para dar saltos. Échame una mano.
SOLDADO:
¿Armando? ¿Qué te pasa?
VIEJO:
No soy Armando.
SOLDADO:
Arriba las manos. ¿Dónde está?
VIEJO:
A tus pies. Ayúdame. No puedo levantarme solo.
SOLDADO:
¿Has visto el cometa?
VIEJO:
¿Un cometa?
SOLDADO:
¿Qué hace aquí? ¿Dónde están los demás?
VIEJO:
Espero. Esperaba a un hombre. Aquí ya no queda nadie, ya te lo dije.
SOLDADO:
¿De qué compañía eres?
VIEJO:
No soy un soldado.
SOLDADO:
¿No ha visto el cometa?
VIEJO:
(Sacando las hojas sueltas del periódico.)
¿La cola del gran cometa, a punto de rozar la tierra?
SOLDADO:
¡Un periódico! ¿Dónde lo consiguió? Quisiera comprar toda la prensa. Hacía tiempo que no sentía un papel en mis manos.
VIEJO:
Es de antes de que se fueran todos. Cógelo bien. Al revés. ¿Ese cometa, ya ha pasado?
SOLDADO:
¿Es que no lo sabe? ¿No lo ha visto? Cruzó entre mis ojos.
VIEJO:
¿Cuándo fue eso?
SOLDADO:
¿Cómo puedo saberlo?
VIEJO:
Tus ojos, ¿qué les ha pasado?
SOLDADO:
Nada.
(El VIEJO pasa sus manos delante de los ojos del SOLDADO, que no acusa su gesto.)
VIEJO:
¿Cómo te llamas?
SOLDADO:
No estoy autorizado para responder a esa pregunta.
VIEJO:
¿Cuál es tu nombre?
SOLDADO:
Me llamo Armando.
VIEJO:
No. Armando era tu compañero.
SOLDADO:
¿Cómo lo sabe? Yo me llamo Armando.
VIEJO:
Armando no está aquí. Armando te iba a llevar a la ciudad. Tú no puedes ser Armando.
SOLDADO:
No. Yo no era Armando. Yo no soy Armando. ¿Cuál es mi nombre? ¿Quiere decirme cuál es mi nombre?
VIEJO:
No te muevas.
SOLDADO:
Debí de haberle disparado.
VIEJO:
Cállate. Escucha.
(PAUSA)
SOLDADO:
No oigo nada. ¿Se acerca alguien? ¿Un coche? ¿Un avión?
VIEJO:
Shhh.
(PAUSA)
SOLDADO:
¿Se ve algo?
VIEJO:
No. Creía que...
SOLDADO:
¿No viene nadie?
VIEJO:
Creía haber oído a una chicharra.
SOLDADO:
¿Una chicharra? ¡Una chicharra!
(RIENDO.)
Una chicharra.
(El VIEJO, y luego, el SOLDADO, alzan la cabeza al cielo. El VIEJO escudriñando su vacío. El SOLDADO, insensiblemente, a ciegas.)
VIEJO:
¿Hubiera sido mejor un avión?
SOLDADO:
Podía haber sido de los nuestros.
VIEJO:
(NEGANDO CON LA CABEZA)
No hay ni una nube.
SOLDADO:
¿Por qué ha dicho eso?
VIEJO:
¿El qué?
SOLDADO:
¿Qué tienen que ver el cielo y las chicharras con nosotros? Ni siquiera sé donde estamos. ¿Pretende marearme?
VIEJO:
Eso era una autopista. Y ahora, mira. Nunca llegó a pasar ningún autobús. Nunca llegué a la ciudad. Y los coches desaparecieron. Los coches que antes iban a cien, a doscientos por hora. Ya estarías hecho pedazos. Con una pierna de menos, o un pie de más. No hubieran parado.
(PAUSA)
SOLDADO:
Creo recordar cómo me llamo.
(PAUSA)
SOLDADO:
Creo que ya sé como me llamo.
(PAUSA)
VIEJO:
¿Y bien?
SOLDADO:
Y bien, ¿qué?
VIEJO:
¿Cómo te llamas?
SOLDADO:
Le he dicho que no puedo acordarme.
VIEJO:
Llevarás una placa de identificación. Una placa colgada del cuello. ¿No la tienes? Todos los soldados llevan una. Así siempre se sabe...
SOLDADO:
Siempre se sabe quién la cagó.
VIEJO:
Déjame ver.
SOLDADO:
No se acerque.
VIEJO:
Sólo quiero ayudarte. Mira bajo tu uniforme.
SOLDADO:
No. No puedo.
VIEJO:
¿De qué tienes miedo?
(El SOLDADO rebusca bajo su pechera.)
VIEJO:
Déjamela ver.
SOLDADO:
Espere.
(El SOLDADO saca más placas. Al final se junta con más de media docena.)
VIEJO:
¿Cuál es la tuya?
SOLDADO:
¿Cómo puedo saberlo?
VIEJO:
Trae que las mire. Están en blanco. Borradas. Ni un nombre.
SOLDADO:
Ha sido el cometa. Se acerca el fin del mundo...
VIEJO:
Tonterías.
SOLDADO:
Mi placa no está ahí. Yo no tenía placa. Alguien me la quitó.
VIEJO:
¿Te la quitaron? ¿Cuándo?
SOLDADO:
No lo sé. Si me acordara, sabría mi nombre.
VIEJO:
¿Quizá antes de irte al frente?
SOLDADO:
Quizá... ¿Pero cómo quiere que lo sepa?
VIEJO:
¿A ti cómo te gustan las mujeres?
SOLDADO:
Nubes, chicharras, y ahora mujeres.
VIEJO:
¿A ti cómo te gustan las mujeres?
SOLDADO:
No creo que sea algo que le interese.
VIEJO:
Más bien gorditas, ¿verdad? Te gusta ser duro con ellas. Tratarlas con dureza.
(Sacando la placa y haciéndola sonar delante de su cara.)
¿Es ésta tu placa?
SOLDADO:
¿Dónde la encontró?
VIEJO:
No puede ser tu placa. Ojalá no lo fuera.
SOLDADO:
Dígame qué nombre hay escrito.
VIEJO:
¿Por qué quieres saberlo? Es mejor dejarlo como está. No puede ser tu placa.
SOLDADO:
¿Y si sí la fuera? Dígame qué pone. No tiene derecho a ocultármelo.
(El SOLDADO carga contra el VIEJO y se enzarzan en una pelea tragicómica: un hombre ciego contra un anciano. De la lejanía, ha ido creciendo el ruido de un avión. El AVIADOR y el VIEJO detienen la gresca y miran al cielo. La esperanza les destroza. El avión pasa encima de ellos. Los dos no se mueven, temerosos de despertar de un sueño demasiado agradable. El avión les pasa rozando. Algo va mal. El motor comienza a fallar. El avión se eleva, para entrar en barrena. El VIEJO empuja al SOLDADO contra el suelo. Los dos hombres hunden su cabeza en el suelo. El avión explota, con gran estruendo.)
(Cuando el silencio vuelve, el VIEJO se levanta. Ayuda a incorporarse al SOLDADO.)
VIEJO:
Aquél era el último.
SOLDADO:
¿Seguimos vivos? ¿Por qué nosotros?
VIEJO:
¿Quieres que te diga tu nombre?
- FIN -