de Raúl Hernández Garrido
Premio CALDERÓN DE LA BARCA
DRAMATIS PERSONAE:
COMANDANTE
SARGENTO
NIÑO
TANIT
DENIT
CARNIT
LICENCIADO
MORENO
MUJER
LA ACCIÓN:
La Selva, en una isla,
tan lejos de cualquier parte.
UNO.-
(Un NIÑO de unos doce años, apenas cubierto por harapos,
restos de viejos uniformes, golpea un coco contra unas rocas.
Contrariado por no poder resquebrajar su corteza, lo arroja con
fuerza contra el suelo. Oye ruidos. Se oculta.
Un hombre de unos más que cansados cincuenta años, el SARGENTO, vestido con un desmañado traje de campaña, examina un cepo, escondido en la maleza, en el que hay atrapado un animal escuálido, que es y no es un conejo. Con la navaja, le hace un corte preciso en el cuello, y el animal cesa toda actividad. El calor es sofocante. El SARGENTO, agotado, se sienta en una roca. Deja de pie el fusil, en el suelo, apoyado el cañón a su espalda, y comienza a despellejar el conejo.
Sin soltarlo, busca dónde hacer fuego. Apila ramas, maleza, en un claro que ha hecho entre la hierba. Saca una gastada caja de cerillas. Sólo queda una. Con sumo cuidado, la enciende, y se aplica a encender la hoguera.
Arrastrándose como un alimaña, el NIÑO se extiende hasta tocar el arma, y sigilosamente lo atrae hacia él. El SARGENTO se levanta, tirando la cerilla sin haber encendido el fuego, y de una patada deja fuera del alcance del NIÑO el arma. Carrera desesperada entre el SARGENTO y el NIÑO por alcanzar el fusil. El NIÑO llega antes. El SARGENTO le pisa la mano, pero él, reprimiendo el dolor, no suelta el fusil, y de un tirón, se hace con el arma, apuntando al SARGENTO. El chico se ríe como un demente. Una risa corta y quebrada.)
SARGENTO:
Tranquilo, hijo, tranquilo. Cuidado con lo que haces, ten mucho
cuidado. Nadie te va a hacer daño. Eso es, baja el fusil. Se
podría disparar. A nadie le gustaría que se disparara. ¿Cómo
te llamas?
Tranquilo. Es raro ver a alguien por aquí, ¿sabes? Puedes
caminar toda una vida sin ver un alma. Mala cosa, a veces. Puede
que haya alguien más, escondiéndose, acechando. Ahora, por
ejemplo, quién sabe, oculto en la espesura. Con un fusil como ése,
por ejemplo, apuntándote a la cabeza. O a los cojones. Crees que
los tienes bien puestos, ¿eh? No querrás perderlos, ¿eh? ¿Vas
a seguir apuntándome con eso? Bájalo. No te haré nada,
hablaremos tú y yo, y las cosas irán bien. Porque no querrás
encontrarte con una bala entre los ojos. Es algo que yo no querría
para mí. ¿Crees que no hablo en serio? Fíjate, las ramas. ¿Lo
oyes? No es el viento. No hay viento, no puede ser. No soy yo. No
eres tú.
(El NIÑO mira a los matorrales, y el Sargento aprovecha para, de un manotazo, quitarle el fusil, y de un puñetazo tenderle en el suelo. El Sargento se echa encima de él, inmovilizándole.)
¿Quién eres? ¿De dónde sales? Respóndeme. ¿No tienes lengua? Te voy a partir la cara... Mierda de crío... ¿Sabes lo difícil que es hacer fuego aquí?
(PAUSA)
Habla.
Llevas dos días siguiéndome.
Habla.
(PAUSA)
Te queda mucho que aprender. No es tan fácil seguir a alguien,
no es tan fácil como echarse a andar tras sus pasos. Ir callado,
en silencio, es cometer el mayor error. No se te había ocurrido,
¿eh? Todo suena en la selva. Ir en silencio es como ponerse
campanillas en los pies. Tú que vas a saber. ¿No quieres
decirme quién te manda? Qué suerte tienes. Otro ya te hubiera
abierto en dos, pero soy un sentimental. ¿Duele? Más te dolerá
si no obedeces. Habla. Y te creías todo un valiente... ¿Sigo
apretando? ¡Habla!
NIÑO:
Quiero unirme al Comandante.
SARGENTO:
¿Qué comandante?
NIÑO:
Usted es uno de los suyos. Lo sé. Quiero unirme a la tropa.
SARGENTO:
No conozco a ningún comandante.
NIÑO:
Mire qué corneta. Cuando la encontré estaba oxidada. Ahora
brilla como nueva. La he limpiado con arena. Yo seré el corneta
del Comandante.
SARGENTO:
No hay ningún comandante.
NIÑO:
Yo le he visto. Caminando, sobresaliendo por encima de los árboles.
Una cabeza cortada en cada mano.
SARGENTO:
Tú no has visto nada.
(De un puntapié, el SARGENTO deja al NIÑO tendido en el suelo. El NIÑO se queda quieto, arrebujado en el suelo.)
(PAUSA)
Levanta.
(El SARGENTO levanta al NIÑO, que se encontraba dormido.)
Duerme cuando yo haga guardia, nunca cuando estés solo, o
cuando yo esté dormido. Esto es la Selva. Ya lo sabes. Gritabas
en sueños. Se te oía a leguas. Alguien podría oírte.
NIÑO:
Tengo la boca seca.
SARGENTO:
No hay agua. El río está amarillo. Beberás cuando estemos más
arriba, donde las aguas estén limpias.
NIÑO:
Tengo mucha sed.
SARGENTO:
Mastica esto. Sin tragarlo.
NIÑO:
¿Cuando contactaremos con el Comandante?
SARGENTO:
Tu comandante, ¿lo entiendes?, tu comandante, no existe. No hay
ningún comandante.
DOS.-
(Luz cegadora: un claro en medio de la Selva. Talados los árboles, cruelmente, sin ninguna compasión, formando un circo gigantesco de naturaleza mutilada. Ruido y alboroto. TANIT y DENIT, piel oscura, baja estatura, anchas espaldas y las metralletas echadas al hombro, cruzan corriendo el espacio, bajo la lluvia, exhalando frases a voz de grito.)
TANIT:
¿Cuántos hay ahí?
DENIT:
Un par de centenares. Hombres, mujeres, niños, ancianos.
TANIT:
Aún responden a su llamada. A centenares.
DENIT:
Traen comida.
TANIT:
No está mal. Pero, ¿nada más?
DENIT:
La piel colgando sobre los huesos. Nada de valor.
TANIT:
¿Tú crees?
DENIT:
No tienen ni sitio para esconderlo. Desnudos. Se les ve las entrañas.
Y aún así traen comida. Para su Comandante. Para nuestro
Comandante.
TANIT:
Para nosotros.
DENIT:
Para nosotros, como soldados de su Comandante.
TANIT:
Tienen miedo.
DENIT:
Tienen miedo.
TANIT:
Que lo tengan. Vamos a darles motivos.
DENIT:
Privan de comida a sus hijos y nos la dan a nosotros. Buscando
protección.
TANIT:
Como si él se la pudiera dar.
DENIT:
Están aquí.
TANIT:
Maltrátales, insúltales. Diles que son órdenes de su
Comandante. Que su Comandante les llama cobardes y ladrones. Que
su Comandante no acepta sobras que ellos no echarían a los
cerdos. Fuerza a sus mujeres. Utiliza el cuchillo.
DENIT:
¿No se rebelarán? ¿Y si huyen?
TANIT:
No lo harán. Pero desde hoy pensarán de otra manera de su
Comandante.
TRES.-
(El NIÑO juega con la corneta. Limpia sobre limpio. Da brillo a lo que reluce. Se la lleva a los labios. Sopla. El SARGENTO le quita con violencia la corneta de la boca.)
SARGENTO:
Deja eso.
NIÑO:
Deme un fusil. Tengo edad para ser un soldado. Dieciséis, más,
dieciocho años. Con un fusil sería más útil. Con mi corneta
haré que la selva tiemble.
(El NIÑO agarra la corneta y se le lleva a la boca. Sopla, y sólo consigue arrancar de ella un triste vagido. Toma aire. Pero antes de que haga sonar la corneta, el SARGENTO se la vuelve a arrancar.)
SARGENTO:
Esto no es un circo.
NIÑO:
No, señor. Es el campo de batalla.
SARGENTO:
¿Dónde has visto las trincheras?
NIÑO:
Es una lucha justa. Hay que creer en ella. Yo creo en ella.
SARGENTO:
Levanta. Te acompañaré cerca de un poblado. Desde ahí, podrás
volver a tu casa.
NIÑO:
No. Debo ir donde esté el Comandante... puedo hacerlo... ya he
matado a un hombre...
(La vehemencia del NIÑO despierta en el SARGENTO una carcajada.)
Puedo hacerlo, señor. Puedo coger un arma y apuntar a un
hombre, no me importaría apretar el gatillo, me bastaría una
orden. No me temblaría la mano.
SARGENTO:
¿Matar?
NIÑO:
Usted me enseñará.
He caminado durante días enteros.
¿Es verdad que es tan alto? ¿Y tan fuerte que podría mover
montañas? Señor, usted que le conoce. Usted, uno de los suyos.
¿Me llevará a su lado?
SARGENTO:
Chico, vuelve con tu mamá.
(El NIÑO comienza a agitarse por una risa nerviosa, enfermiza, que le pone fuera de sí. El SARGENTO le abofetea para romper el ataque de nervios.)
NIÑO:
Perdone, señor. Puedo aprender. ¿Me dará un fusil?
SARGENTO:
Aquí no aguantarías dos días.
NIÑO:
Del tamaño justo para llevar un fusil. Diecisiete, más de
veinte años.
CUATRO.-
(De la Selva entran corriendo TANIT y DENIT, metralletas al hombro, arrastrando a un MORENO, vestido a medias con un uniforme similar al suyo, descalzo, tirando de él cada uno por una mano. Los dos captores se ríen, y el capturado también lo hace, nervioso, inseguro de su suerte.)
DENIT:
Deberías atarte los zapatos. Es peligroso ir corriendo con los
cordones desatados. Al Comandante no le gusta que vayas con los
zapatos desatados.
MORENO:
Zapatos.
TANIT:
Atarte los cordones. A más de uno le ha dado un corte de digestión
por no atarse los cordones.
MORENO:
Digestión.
DENIT:
No te los ates. Tú no hagas ni caso.
MORENO:
Los cordones.
DENIT:
Los zapatos.
MORENO:
Los zapatos.
TANIT:
Los cordones. Un accidente.
DENIT:
Un descalabre. Una caída. Por unos cordones.
TANIT:
Por unos zapatos mal atados, mira lo que pasa.
(Le dan un golpe mortal contra un árbol.)
DENIT:
Pobre hermano. Te avisé de todo corazón. Átatelos.
MORENO:
Los zapatos. Los zapatos. Los zapatos.
TANIT:
Pobre hermano. Tan pobre, tan pobre que, mira, no tiene zapatos.
DENIT:
Más peligroso, más peligroso. Pies descalzos, más peligroso.
TANIT:
Muy peligroso. Hay cosas por el suelo. Cosas peligrosas.
MORENO:
...Grosas.
(Entre risas de los tres, y aullidos del MORENO, TANIT y DENIT le torturan. Al final, le pasarán un hilo de alambre alrededor del cuello que atan a sus pies.)
DENIT:
Objetos cortantes. Que hieren profundo, hasta el hueso.
MORENO:
Peli...grosas.
TANIT:
Sitios donde se tropieza, y se cae, y los huesos hacen chas, chas.
DENIT:
Chas.
TANIT:
Chas.
MORENO:
Chas.
DENIT:
Hay quién con los pies descalzos camina mucho. Nunca se sabe a
donde van. No dicen nada. Caminan solos. Pero lo oyen todo.
TANIT:
Y eso es muy peligroso. Les puede dar un corte de digestión.
DENIT:
Un buen corte.
TANIT:
Se quedan acechando, escuchan, luego hablan, ¿a quién? Con el
calor, comienzan a hacer cosas que no deberían.
DENIT:
A decir cosas que no deberían.
TANIT:
A hablar mal de los que son sus hermanos.
MORENO:
El Comandante... él os...
TANIT:
Pobre hermano, se engaña. Por ir descalzo, el sol le trastocó
la cabeza. ¿Te ríes, hermano?
MORENO:
No, no...
DENIT:
Pero, ¿aún no se atado los zapatos? ¿Crees que a tu Comandante
le gustaría verte con los zapatos desatados?
TANIT:
Falta grave. No hay fidelidad, no hay disciplina. Esos cordones,
desatados... ¡Entiendes! Cordones. Coor...do...nes. ¡Repite!
(El MORENO, forzado, abre la boca. Expele un siseo agónico y un vómito negro.)
DENIT:
Tu Comandante, qué poca clase tiene. A nosotros, no nos gusta.
La gente que escucha a escondidas. No nos gustan... ¡los que no
se atan los cordones!
TANIT:
Qué poco duran los traidores.
DENIT:
Volvamos. Es tarde.
(DENIT sale.)
TANIT:
¿Cuánto mejor para ti sería que yo también me fuera, ¿verdad?
Pero no. Aún durarás. ¿Te acuerdas? Juntos hasta el final.
Dame la mano. Aprieta. Fuerte. Fuerte. Fuerte.
(TANIT suelta la mano inerte del MORENO y se aleja del lugar.)
CINCO.-
(El MORENO agoniza en medio de la selva. El SARGENTO, marchando a buen paso pese a su edad, viene de la espesura.)
NIÑO:
(Fuera de escena)
No puedo más..., paremos.
SARGENTO:
Aprieta el paso.
NIÑO:
(Fuera de escena)
Sólo pido ... un segundo, sólo un segundo... tomar aire.
(El SARGENTO advierte la presencia del MORENO, agonizante. Apenas le toca con la punta de la bota. El NIÑO aparece desde el interior de la Selva, y cae exánime a sus pies, casi junto al moribundo.)
SARGENTO:
Levántate, muchacho. Arriba.
NIÑO:
Déjeme en paz, sólo un poco.
SARGENTO:
Éste no es sitio para descansar.
(El SARGENTO saca una cantimplora y se humedece los labios.)
NIÑO:
No le voy a escuchar, señor. Desde antes del amanecer, con la
lengua afuera. Todo el día. Y ayer. Y antes de ayer. Tres días
ya. Marchando sin parar, ¿para qué? Esa colina, esa maldita
colina, deberíamos alejarnos de ella. Cada vez es más grande.
¿Dónde está el Comandante? Le he visto. No me diga que no hay
ningún Comandante. Porque, señor, ¿es que no quiere
encontrarlo? Eso es. Eso es. Perdidos. Mierda.
SARGENTO:
Levántate y mójate los labios.
NIÑO:
No me voy a levantar. No. Aquí me quedo. Todo el tiempo. Todo el
tiempo. El tiempo que quiera.
(El SARGENTO intenta levantar al NIÑO con toda su fuerza. Éste se rebulle, y cae casi encima del moribundo. Retrocede.)
NIÑO:
Dios.
(PAUSA. El NIÑO se acerca al MORENO.)
Aún respira. Está vivo.
SARGENTO:
No.
NIÑO:
Su pecho se mueve. Respira.
SARGENTO:
Bebe un poco, y continuemos. Hay que recorrer mucho camino antes
que se ponga el sol.
NIÑO:
Está vivo. ¡No podemos dejarle así!
SARGENTO:
¿Qué quieres, cargar con él? Toma. Bebe y sigamos.
(El NIÑO coge la cantimplora y se inclina ante el MORENO, haciéndole beber. El SARGENTO le mira con desagrado.)
No estamos para tirar el agua.
NIÑO:
¿Es que no queda nada dentro de usted?
SARGENTO:
Cállate y vamos. Eso ya no es un hombre.
(El NIÑO se vuelve a agachar junto al MORENO. El SARGENTO le quita la cantimplora de un manotazo.)
NIÑO:
La necesita.
SARGENTO:
Le estás perforando.
(El MORENO, hasta ahora callado, agoniza con un quejido insostenible, prolongado, bronco)
Podías haber hecho sonar tu corneta, también. Si hay alguien por aquí, ya sabrá dónde encontrarnos.
(El NIÑO le tapa al MORENO la boca con la mano.)
NIÑO:
No se calla.
SARGENTO:
Aún tardará. No podemos perder más tiempo.
NIÑO:
¡No puedo aguantarlo! Tiene que callarse.
(El NIÑO, arrodillándose junto al hombre, escarba con las manos en la arena, y a puñados, le va cubriendo la cabeza.)
NIÑO:
Tiene que callarse. Tiene que callarse.
(El SARGENTO saca un cuchillo, se acerca al MORENO y de un golpe seco le descabella.)
SARGENTO:
Levanta.
NIÑO:
Le ha matado.
SARGENTO:
Es lo único que se podía hacer por él.
NIÑO:
Le ha matado, como a una bestia.
SARGENTO:
Vamos.
(El SARGENTO le da la espalda y sale. El NIÑO le sigue.)
SEIS.-
(TANIT y DENIT descansan a la sombra de un árbol.)
TANIT:
Hace un buen día.
DENIT:
A veces me cansa que pase un día, y luego otro, y otro. Que esto
no explote de una vez. A veces me gustaría quitarme el uniforme
y meterme en un poblado. Mujeres, un poco de diversión, esas
cosas.
TANIT:
Eres un blando.
DENIT:
Te envidio. Tienes las cosas tan claras. Aunque se derrumbara la
tierra bajo nuestros pies tú seguirías adelante.
TANIT:
Hace un buen día. El sol brilla sin quemar. Este aire alimenta.
Disfrútalo. Como si fuera el primer día.
DENIT:
¿Dónde vamos ahora?
TANIT:
El Comandante nos espera.
DENIT:
¿Vamos a volver?
TANIT:
¿Qué nos lo impide?
DENIT:
Tienes los pies sucios de arena.
TANIT:
Cuando lleguemos al campamento no quedará ni una mota.
DENIT:
Me dan escalofríos pensar que tenemos que presentarnos ante el
viejo.
TANIT:
Ser o no ser.
DENIT:
Cantinelas de misionero. ¿De nuevo la biblia?
TANIT:
No, ésta es otra historia. Ser o no ser. Ese es el propósito.
¿Es mejor sufrir golpes y desprecios, o tomar las armas contra
el tirano, hacerle frente, acabar con él? Despertar. Matar antes
que seguir dormidos.
SIETE.-
(Subido a un árbol, el LICENCIADO, un hombre de lamentables cuarenta años y aspecto malicento, con la apariencia de un estudiantucho pasado de años, otea el horizonte.)
LICENCIADO:
Comando operativo 327-J31 para Mando Central. Comando operativo
327-J31 para Mando Central habla. Adelante, Mando Central.
Adelante Mando Central.
Mantened la comunicación. Escuchamos. Necesitamos órdenes.
Tenemos que abandonar este pozo. Vamos a morir. Necesitamos órdenes.
Cambio.
¿Nuestra posición? ¿Cómo indicaros nuestra posición?
¿Cómo podría daros la posición? Árboles, árboles, árboles.
Tengo que abandonar este lugar. ¿Cómo podría dárosla?
Mando Central. Mando Central. Escuchadnos. Vamos a morir. El sol
se mueve. Vacila antes de lanzarse sobre nosotros. Caerá. Tenéis
que sacarnos de este infierno. ¿Quién enterrará a los últimos?
¿Qué será de sus cuerpos? Mando Central...
OCHO.-
(El campamento del COMANDANTE. El corazón más oscuro de la selva. CARNIT, otro moreno, arrodillado, le limpia las botas al COMANDANTE.)
CARNIT:
¿Están bien limpias?
(El COMANDANTE no dice nada. Se levanta sin ni siquiera mirarse las botas. Se alza como un gigante. Alza una mano.)
NUEVE.-
(TANIT, DENIT, CARNIT y otros morenos, al gesto del COMANDANTE, arremeten con fuerza contra la vegetación. Arrasan la maleza, derriban árboles, devastan la vegetación.)
DIEZ.-
(El SARGENTO detiene al NIÑO al llegar a ellos el estruendo de la tala. El NIÑO gime de miedo.)
NIÑO:
El cielo se derrumba sobre la selva. El cielo ha perdido sus
pilares. No habrá refugio para ninguno. Es el cielo que cae
sobre nuestras cabezas.
(El NIÑO arrebata al SARGENTO el fusil y dispara contra el cielo.)
ONCE.-
(El COMANDANTE baja la mano con gesto seco. Los MORENOS detienen la tala. Una red tupida cae sobre la pareja del NIÑO y el SARGENTO. Las fuerzas del COMANDANTE rodean a los detenidos. El COMANDANTE se dirige al SARGENTO.)
COMANDANTE:
Te creímos mejor hombre. Que nos daría más trabajo atraparte.
Pero te has dejado coger con demasiada facilidad. Te habíamos
sobreestimado. Te creímos un enemigo digno de nosotros. Tu acción
nos engañó. Fue demasiado estúpida, demasiado heroica. Hacía
falta mucho valor para atreverse a tanto. Nos equivocamos. No
hizo falta talar toda la selva. Apenas derribados unos pocos árboles
y caíste. No fuiste capaz de encontrar mejor escondrijo y caíste.
Como un cervatillo en la trampa.
No eres sino un vulgar traidor, un asesino sin ningún coraje.
Alzas el cuchillo y escondes la mano. Huyes en vez de recuperar
fuerzas y seguir atacando. No fuíste capaz de rematar tu ataque.
Tantos años a nuestro lado y aún no has aprendido a hacer bien
las cosas.
Tres delitos se castigan con la muerte: la insubordinación, la
deserción y el desaliento. Tres veces te has merecido la muerte.
Tu castigo será tres veces superior a la muerte.
(Retiene con un gesto a los morenos, que ya se abalanzan sobre él.)
No tendrás una muerte cómoda. Será poco a poco. Acabar contigo de un solo golpe sería demasiado bueno para ti. Sufrirás más de lo que pueda sufrir un hombre.
(El COMANDANTE alza una mano y sus hombres levantan la red. El NIÑO, aún en su interior, grita.)
NIÑO:
Yo no soy un traidor. No sabía que él lo fuera. Yo no estoy de
su lado.
TANIT:
Ha encontrado compañía. Poca ayuda le va a suponer.
NIÑO:
No soy aliado suyo. Me encontró en la selva y me forzó a
seguirle. Yo creí que era uno de los suyos. Por eso fui con él.
Porque quería alistarme en su tropa.
DENIT:
Tenemos un nuevo recluta.
NIÑO:
Obedeceré a todo lo que me diga. Puedo ser su corneta.
(El NIÑO saca la corneta y la sopla.)
TANIT:
¿Acabamos con él?
(El COMANDANTE niega con la cabeza.)
COMANDANTE:
Bajadle. Ya veremos qué hacemos con él.
(Descienden al NIÑO. Cuando sale de la red, los MORENOS la alzan y dejan al SARGENTO preso.)
DOCE.-
(EL NIÑO, al pie del árbol del que pende el SARGENTO.)
NIÑO:
¡Traidor! Sabía que me engañaba. Ahora entiendo tantas cosas.
Las mentiras, las dudas. Llegué a pensar que estaba equivocado,
que el Comandante sólo era una leyenda, un cuento de viejas. Creí
que era un veterano, y sólo es un traidor. ¡Alguien que se
atreve a traicionar al Comandante! Se aprovechó de mí porque me
veía como un niño. De haber estado bien seguro de lo que era le
habría degollado.
SARGENTO:
Tú no entiendes nada.
NIÑO:
Sé a quién se debe obedecer.
SARGENTO:
No sabes nada. Huye antes de que sea demasiado tarde.
NIÑO:
No soy como usted.
SARGENTO:
Eres un idiota. Haz lo que quieras. Es cosa tuya.
NIÑO:
Vendré cada día para ver cómo se consume poco a poco.
TRECE.-
(El LICENCIADO, al pie del árbol del que pende el SARGENTO.)
LICENCIADO:
Entonces es verdad que te atreviste a volver. Esperaba que no nos
volviéramos a encontrar nunca más, por tu bien. Esperaba que
por lo menos uno de nosotros lograra salvarse. Pero verte ahora
así me hace temer por cada uno de nosotros.
SARGENTO:
¿Por qué no lo intentas tú?
LICENCIADO:
No iría muy lejos. ¿Qué podría yo hacer solo ahí adentro?
Perderme. ¿Qué camino seguiría? Enseguida me encontrarían.
Acabaría como tú.
No soporto verte así.
SARGENTO:
Preocúpate por ti mismo.
LICENCIADO:
Has sido mi amigo. No lo olvido. Él ha prohibido que nadie te
socorra. Si me vieran ayudarte me cortarían las manos, me
arrancarían los ojos. Ya sólo hablar contigo es peligroso.
Puedo venir cuando todos están fuera del campamento. Entonces te
daré agua. No quiero que el que fue mi amigo muera ante mí como
un perro.
SARGENTO:
No te expongas por mí.
LICENCIADO:
¿Es que no te quema la sed? Tienes que seguir viviendo.
SARGENTO:
No pienso rendirme tan pronto.
LICENCIADO:
Intentaré pedir ayuda. Si recibiéramos nuevas órdenes, las
cosas cambiarán.
SARGENTO:
¿Aún esperas órdenes? ¿De quién?
LICENCIADO:
El Mando no se olvidará de nosotros.
SARGENTO:
¿El Mando? Todos se han olvidado de nosotros.
CATORCE.-
(El LICENCIADO manipula un viejo aparato emisor-receptor de radio, cuyo gran tamaño nos está hablando ya de su inutilidad. TANIT se prepara para afeitar el COMANDANTE, reclinado en un silla. La radio vocifera ruidos parásitos, algún pitido de acople electrónico, ninguna señal coherente.)
LICENCIADO:
Esta mañana me ha parecido ver un niño a la puerta de mi tienda.
TANIT:
Dice que ha visto un niño aquí, en medio de la selva.
LICENCIADO:
No pueden seguir en silencio. La radio funciona. Yo me encargo de
mantenerla en buen estado. Y ésta es la frecuencia en que
siempre han emitido. Pero ya llevan demasiado tiempo sin
contactar con nosotros. Me pregunto si no la habrán cambiado.
TANIT:
No sabe cuál es la frecuencia en que emiten.
LICENCIADO:
Casi dos años sin contactar con nosotros. Tres años de infierno.
COMANDANTE:
Bien apurado.
TANIT:
Hasta el hueso.
COMANDANTE:
Ten cuidado, no me dejes las ideas al aire.
(Un chillido en la maleza. Un chillido animal, que suena como el de alguien malherido.)
LICENCIADO:
Ha sonado cerca.
TANIT:
Algún macaco. Un tigre cazando. Su comida.
LICENCIADO:
Nunca me acostumbraré.
TANIT:
La barba está dura.
COMANDANTE:
Un rasguño y te empalo.
TANIT:
Me tiembla la mano.
COMANDANTE:
No tientes tu suerte.
LICENCIADO:
(A TANIT:)
Tendrás que darle a la dinamo. Esto se está apagando. Le falta
potencia.
(TANIT interrumpe el afeitado y mira al LICENCIADO con desprecio. Se dirige a la dinamo, una bicicleta herrumbrada, al lado de la radio. La mano del COMANDANTE aferra su muñeca, deteniéndolo.)
COMANDANTE:
Aún no has terminado lo que estabas haciendo.
(La navaja de TANIT recorre lentamente el cuello del COMANDANTE.)
QUINCE.-
(El NIÑO habla con el SARGENTO. Lleva una cantimplora con la que le tienta.)
NIÑO:
Está fresca y limpia. La acabo de coger del río. Con este sol
da gusto echársela por encima. Puedo bebérmela toda. Me la
echaré encima de la cara. La puedo tirar a la tierra reseca. No
importa. Iré al río y volveré a llenar la cantimplora. ¡Hay
agua de sobra! ¿Quieres un poco? ¿Te la alcanzo?
SARGENTO:
Déjame en paz.
NIÑO:
Es una pena que se desperdicie así. Usted me dijo que había que
cuidar cada gota. Ahora usted está ahí, colgado, muriéndose de
sed.
SARGENTO:
¿Te crees más seguro que yo por estar ahí abajo? Escucha: voy
a hablarte de tu Comandante.
NIÑO:
No quiero oírle. No quiero oír nada.
DIECISÉIS.-
(El COMANDANTE, en el río, se quita las botas. Gime de satisfacción al dejar los pies al aire y, con extremo cuidado, los mete en el agua del río, aparentando un gran gozo. Algo no va bien: agarra sus botas, y las arroja lejos.)
COMANDANTE:
Entre los cuatro ríos, Pisón, Guijón, Jidequel, Perat, tierra
fértil, un jardín para el primer hombre, una tumba para el último
hombre. El Paraíso. Y en mi carne sigue germinando la tierra.
Entre los dedos de mis pies, machacados por estas botas. Regadas
por este agua sucia, crecerá. No hay manera de buscar alivio,
siguen creciendo, más y más. Expandiéndome. Desmesurándome.
Veneno. Vida, sangre, savia. Hasta que las botas no puedan ya
contenerlos, los pies, los dedos de los pies, la tierra que se
pudre entre los dedos de los pies, eso que crece ahí, en esa
tierra putrefacta, entre los dedos, en mis pies. Y echaré raíces.
Allí donde esté, tendré que decirles, seguid adelante, ya os
alcanzaré. No, ya no les alcanzaré, porque me hundiré más en
la tierra, llenándola, alcanzando el fuego que alimenta la roca,
viviendo ya de él. Mis brazos serán ramas y mis dedos acabarán
en hojas, hojas que todo lo verán, todo lo vigilarán, Árbol de
la Ciencia, Árbol del Bien y del Mal. ¿Descansaré?
(Coge un puñado de tierra y se lo lleva a la boca.)
Entonces éste será mi alimento, la tierra de la que surgen
los hombres, la tierra regada por su sangre, la tierra a la que
los hombres retornan, mañana. Sí, quizá mañana.
¿Quién piensa salir de esta selva? Tenía una casa. Una casa
pequeña, jardín, un manzano y un ciruelo, plantados por estas
manos. Seguirán floreciendo, dando frutos. Una casa y una
familia. Sus nombres... ¿Cuáles eran sus nombres? Sólo me
queda una selva para ahogarme. ¿Realmente tuve una familia,
mujer, hijos? ¿Cuándo? Hace diez años, quince, cien,... Ya no
puedo recordar, no puedo volver. Quizá ya todos hayan vuelto a
la tierra. Algo se entrecruza.
Animalillos, pequeños ratones que corretean por el interior de
los árboles. No hay que perderles de vista. Gente pequeña que
escucha entre la hojarasca.
Sal de ahí. Sal, si no quieres que te saque yo de las orejas.
NIÑO:
(Apareciendo tímidamente)
Mi Comandante...
COMANDANTE:
¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Quién lo ha permitido? Ordené
que no salieras del campamento.
NIÑO:
Quiero luchar a su lado.
(El COMANDANTE le pasa las botas.)
COMANDANTE:
¿Las quieres?
NIÑO:
¿De verdad, señor? ¿Son para mí? Con un poco de estopa dentro
me estarán clavadas. ¿Me las puedo quedar? ¿Me acepta,
entonces? ¿Me acepta a sus órdenes? Le juraré obediencia y
fidelidad.
COMANDANTE:
Fidelidad, ¿sabes lo que es eso?
NIÑO:
Sí, señor. No, señor. Aprenderé.
DIECISIETE.-
(El NIÑO, bajo un cocotero, coge cocos caídos y los golpea
entre sí, los golpea contra el suelo. El niño se levanta y
golpea el coco contra el suelo con fiereza. CARNIT y TANIT le
observan)
CARNIT:
¿No puedes partirlo? ¿Quieres saber cómo se hace?
TANIT:
Yo te enseñaré cómo se parten los cocos.
(Le quita el coco de las manos. Lo mira. el NIÑO intenta recuperarlo.)
CARNIT:
¿Para qué quieres abrir un coco? Están tan huecos como tu
cabeza.
TANIT:
¿A qué suena un coco sino a una cabeza hueca? ¿Y a qué suena
una cabeza?
CARNIT:
¿Tú sabes cómo suena una cabeza?
NIÑO:
Una cabeza es una cabeza. Una cabeza es...
TANIT:
Y un coco, ¿qué es un coco?
(El NIÑO coge un cuchillo y amenaza a TANIT. CARNIT le agarra la mano armada y echa un vistazo al cuchillo.)
CARNIT:
Pequeño, pero con buen filo. No juegues con estas cosas.
NIÑO:
Déjame.
TANIT:
Coco, coco, cocotero.
NIÑO:
Le abriré el vientre.
CARNIT:
No le hagas caso ni caso. Está así desde un día en que se tragó
vivo un alacrán.
TANIT:
El sol era redondo y no había mucho que comer, excepto mi pierna
y aquello que se movía, aquello que se movía...
CARNIT:
Desde entonces, le hemos tratado con especial cuidado. La verdad,
es que nos da pena.
TANIT:
Siempre he querido mucho a mi pierna, la corta pierna de en medio.
¡Qué triste es mi vida!
(TANIT declama, el coco a la altura de sus ojos.)
Esta calavera tenía en otro tiempo lengua, y podía antaño cantar. ¡Cómo la arroja contra el suelo aqueste bribón, cual si fuera la quijada que a Caín convirtió en asesino! Aquí pendían aquellos labios que en tantas ocasiones con mis labios acaricié, y que ahora imposible me es recordarlos. Bobo, ¿a qué esperas con la boca abierta? Ve al tocador de mi dama, y dile que en mis manos tengo su espejo.
(Tira el coco a las manos de CARNIT.)
CARNIT:
(Afectando la voz.)
Buen peregrino, injusto hasta el exceso sois con vuestra mano,
que en esto sólo muestra respetuosa devoción; pues los santos
tienen manos a los que tocan las manos de los peregrinos, y
enlazarse mano con mano es ósculo entre los discretos amigos.
TANIT:
(Aproximándose groseramente al NIÑO.)
Niña, ¿te apetece una ración extra de empanada?
NIÑO:
Atrévete a tocarme y te la rebano.
TANIT:
Niña, ven al río conmigo, y te regalaré un mantel empinado.
NIÑO:
No te acerques más.
TANIT:
Maldito mocoso. Te voy a abrir un pozo en el culo. Camarada, ayúdame
a cogerle.
CARNIT:
A mí no me mezcles en tus amoríos.
NIÑO:
Maricón.
TANIT:
Ven aquí, becerro. Caíste en mis manos.
(TANIT levanta en vilo el cuerpo del NIÑO. Éste grita, pidiendo socorro. El COMANDANTE contempla la escena.)
COMANDANTE:
Deja al muchacho. Mandé que nadie le tocara.
Te lo has buscado.
(A CARNIT.)
Átale.
(CARNIT, en silencio, acata la orden. El COMANDANTE toma unas ramas y las une formando un flagelo.)
COMANDANTE:
(Al NIÑO)
Es tuyo.
TANIT:
Mi niño me va a acariciar los lomos.
(El COMANDANTE desgarra la camisa de TANIT, dejándole con la espalda al desnudo. El moreno comienza a temblar, aún riéndose. Acabará aullando.)
COMANDANTE:
Hazte respetar.
NIÑO:
Señor, no volverá a reírse.
TANIT:
No se atrevererá. No te vas a atrever.
COMANDANTE:
¿Escuchas lo que dice?
(El NIÑO golpea la espalda desnuda de TANIT. Un golpe. Dos golpes. Una batería completa de golpes.)
TANIT:
Piedad, señor, piedad, padrecito.
(TANIT cae inconsciente, sin que por ello el NIÑO deje de golpearle, maldiciendo.
El COMANDANTE le arrebata el flagelo y lo quiebra contra su rodilla.)
DIECIOCHO.-
(CARNIT desata a TANIT y le cuida las heridas.)
CARNIT:
No te muevas ahora. Esto te refrescará. Te lo pensarás dos
veces antes de tocar al cachorro. Relájate. Aunque te duela
ahora, es necesario. Mañana me lo agradecerás.
TANIT:
Mi piel, hecha tiras. Ten cuidado. Duele.
CARNIT:
Muerde.
(Le pone un trapo en la boca. CARNIT le arranca un trozo de piel. TANIT, a duras penas, aguanta el dolor.)
TANIT:
¿Te crees que esto va a quedar así? Entonces, nadie conoce a
Tanit. Tanit, el diablo. Tanit, terror de blancos y morenos. Y
ese mocoso...
CARNIT:
Cálmate. Deja que las heridas se cierren. Luego, olvida.
TANIT:
¿Crees que me voy a conformar, que voy a convertirme en el
juguete de un niño?
CARNIT:
Tu reino ha terminado, Tanit.
TANIT:
Desollado soy más temible que entero.
CARNIT:
El Comandante tiene un nuevo favorito. ¿Crees que un moreno,
como tú, como yo, va a valer más que un blanco?
TANIT:
Luchamos por una causa, por la liberación. Él no es sino un
hombre más.
CARNIT:
¿Eres tú el que habla de liberación?
TANIT:
Si alguien traiciona los ideales, debe pagar.
CARNIT:
Liberación, ideales, esas palabras en tu boca suenan extrañas.
¿Sabes por qué vas a luchar a partir de ahora? Por el miedo.
TANIT:
Nada parará mi venganza. No se detendrá ante nadie. Si los
hermanos nos unimos, si los que tenemos la misma piel golpeamos a
la vez, ningún amo podrá resistir nuestro ataque.
CARNIT:
No es un amo cualquiera. No me cabe en la cabeza alzar la mano
contra él.
TANIT:
Es un hombre, un hombre, ¿a cuántos hemos matado ya? Es un
hombre más. Sus ojos, sus manos, su corazón, son los de un
hombre más. Come como cualquier otro hombre. Las armas que
hieren le pueden herir a él. Si le pinchas, sangrará como un
hombre más. Si le golpeas, sufrirá. ¿Te crees que nunca va a
morir? Entonces, si nos ultraja, ¿qué es lo que nos impide la
venganza?
CARNIT:
Todo eso estaría muy bien con otro. Con él no.
TANIT:
Amigo, ¿no unes tu mano a la mía?
CARNIT:
Prefiero estar del lado del más poderoso.
TANIT:
Amigo. ¿sabes lo que eso significa?
CARNIT:
No hagas ninguna estupidez. Olvida y sigue vivo. Tú me puedes
arrebatar la vida. Pero a él le debo más que eso.
TANIT:
Amigo, te lo repito, por tercera vez.
CARNIT:
Recapacita. Si no cambias de idea, no me llames tu amigo.
(CARNIT sale.)
TANIT:
Esta isla me pertenece. Mi carne es de la misma materia que la
tierra que la alza de las aguas. Cuando él llegó, me corrompió
con palabras poderosas, con gestos que movían montañas. Le creíamos
diferente, no un blanco más. Entonces, nos sometimos a sus
deseos: eran nuestros mandamientos. Y le regalamos nuestras almas.
Éramos sus únicos súbditos, nosotros que podíamos ser los únicos
reyes. Pero los amos son los amos y siempre serán amos.
(Entra el LICENCIADO y se encuentra con el enfervorecido TANIT.)
LICENCIADO:
¿No hay nadie?
TANIT:
Estoy yo.
LICENCIADO:
He comunicado con el Mando. He logrado contactar con ellos. El
Comandante se va a alegrar.
TANIT:
Sí, seguro que se alegrará.
LICENCIADO:
Nos sacarán de aquí en seguida. Les he dado nuestra posición.
TANIT:
Tendrás que ir haciendo el equipaje.
LICENCIADO:
Poco equipaje tenemos que cargar.
TANIT:
Te hará falta esto.
LICENCIADO:
No necesito ningún cuchillo.
TANIT:
Tómalo como un regalo. Un regalo de despedida.
LICENCIADO:
¿Tú no vas a venir con nosotros?
TANIT:
¿Estás loco?
LICENCIADO:
Tal vez prefieras quedarte aquí, con los tuyos.
TANIT:
Tú lo has dicho. Con los míos.
LICENCIADO:
Hay que avisar a todos.
TANIT:
Antes cógelo. Mira como brilla. Mira el sol en su filo.
(Agarra al LICENCIADO y le rebana el cuello.)
¡Me habéis enseñado a hablar, y ahora tengo fuerzas para maldeciros! ¡Me habéis enseñado a matar, y no descansaré hasta que la última cabeza blanca caiga cercenada al mar!
DIECINUEVE.-
(Llueve. La radio vocifera ruido electrónico.
Alrededor del cadáver del LICENCIADO, CARNIT y el COMANDANTE cavan una tumba.)
CARNIT:
Se han ido. Los dos. Se han llevado las armas.
COMANDANTE:
Más honda. No acabará en el estómago de ninguna alimaña.
CARNIT:
De poco le va a servir ya.
COMANDANTE:
Tendrá una tumba digna.
(Entra el NIÑO con una bandera vieja, con los colores gastados, la tela desgarrada.)
Cúbrele con eso.
(Los dos hombres levantan el cuerpo del LICENCIADO mientras el NIÑO extienden por debajo la bandera. Desde lejos, se va acercando un ronroneo de aviones en vuelo.
Envuelto el cadáver en su sudario, lo depositan, con extremo cuidado en la tumba. Le entierran. El NIÑO ayuda con las manos y los pies.)
NIÑO:
¿Son de los nuestros?
COMANDANTE:
Son aviones.
(Allanan la tierra sobre la tumba. Los aviones pasan sobre sus cabezas y dan la vuelta sobre ellos.
Los aviones en una batida les ametrallan.)
CARNIT:
A cubierto. Atacan.
(CARNIT y el NIÑO, cuerpo a tierra, comienzan a replegarse a cubierto.
COMANDANTE:
Aún no he acabado.
CARNIT:
No puede quedarse ahí. Está a tiro.
COMANDANTE:
Iros. Sé lo que hago.
(CARNIT y el NIÑO se esconden en la espesura. El bombardeo se enfurece.)
COMANDANTE:
(Saca una Biblia de entre sus ropas y recita fragmentos del Génesis
y el Eclesiastés.)
Al principio, era Dios. Sólo Dios. Oscuridad y Dios. "Haya
luz". Y hubo luz. Pero en esta vida no hay más luz para ti.
Amor, odio, envidia, para ti ya se han acabado. No tendrás jamás
parte alguna en lo que sucede bajo el sol. No hay en el sepulcro,
que ahora es toda tu casa, ni obra, ni razón, ni ciencia, ésa
es tu última sabiduría. Ya ninguna otra cosa sabes, ya ninguna
recompensa esperas, tu memoria es de arena, la tierra te cobija,
por los siglos de los siglos, amen.
A los vivos no nos quedará saber si somos objeto de amor o de
odio, todo está ante nosotros. Por los siglos de los siglos,
amen.
(Entra CARNIT. Se acerca al COMANDANTE.)
CARNIT:
Señor...
COMANDANTE:
Vamos.
(Salen.)
VEINTE.-
TANIT:
Correajes y cartucheras.
DENIT:
¿Por encima de todo el uniforme?
TANIT:
Y los galones, por encima de todo.
DENIT:
Faltan la mitad de las municiones.
TANIT:
No importa. ¿Están todas las medallas?
DENIT:
(Después de contar, muy deprisa)
Están todas, mi Comandante.
TANIT:
Dímelo otra vez.
DENIT:
Están todas, mi Comandante.
TANIT:
Ajústame las cartucheras. Con un sable estaría imponente.
DENIT:
Tengo la vaina.
TANIT:
Sin la espada se doblaría.
CARNIT:
Te construiré un armazón con ramas.
TANIT:
Estupendo. Ahora estoy preparado para el discurso.
DENIT:
¿Otro discurso?
TANIT:
No, éste es el discurso. El discurso más real. Escucha.
DENIT:
Te oigo.
TANIT:
Ese sucio viejo al que veneráis, ¿le creéis mejor que
cualquier otro blanco? ¿Por qué os ha abandonado entonces? ¿No
sabéis lo que hay en la playa esperando a lanzarse sobre
vuestros cuellos? ¿Qué creéis, que el viejo se va a poner de
vuestro lado cuando quemen vuestras casas? Sólo yo podré
defenderos, hacerles frente, desenmascarar al hipócrita. Sólo
yo os puedo prometer todo. Sólo yo.
VEINTIUNO.-
(CARNIT se acerca al árbol del que pende el SARGENTO.)
CARNIT:
Vengo a matarte.
SARGENTO:
Abandona lo que durante años defendió, y antes de huir quiere
borrar todas las huellas. Con qué facilidad se derrumba su
imperio.
CARNIT:
Puedes rezar a tu dios. En pocos minutos tu lengua estará seca.
SARGENTO:
¿Qué pretende acabando conmigo?
CARNIT:
Aún puedes ser peligroso.
SARGENTO:
¿Qué daño podría hacerle? ¿Y para qué, si él ya no es nada?
¿Qué ganaría con ello?
CARNIT:
No entiendo tu cháchara. Tengo una orden, y la cumpliré.
SARGENTO:
¿Qué valor tiene ya una orden suya? Un hombre en su situación
no puede dar órdenes. ¿Dónde está su ejército? Antes con su
palabra dominaba millones. Ahora es incapaz de controlar a media
docena. Y tú te empeñas en obedecerle. El único. Qué estúpido.
CARNIT:
Pierdes tu tiempo con tanta palabrería. Prepara tu cuello.
SARGENTO:
Y ahora pretenderá resurgir de sus cenizas. Confiará en reunir
un nuevo ejército. Pero no encontrará ya a nadie que oiga sus
palabras.
CARNIT:
Intentas ganar tiempo. Pero tu fin ya está escrito.
SARGENTO:
Déjame hablar con él.
CARNIT:
Él no escuchará a un traidor.
SARGENTO:
Entonces haz lo que tengas que hacer.
(CARNIT desata la cuerda y baja al SARGENTO. Cuando está en el suelo, CARNIT prepara su machete. Pero el SARGENTO le sorprende con un puñetazo y le inmoviliza con la red.)
SARGENTO:
Ahora las cosas han cambiado. Yo soy quien tiene el cuchillo en
la mano, y tu cuello está dispuesto. Pero no te haré ese favor.
El mismo juego de tu amo. Te dejaré en libertad para que le
cuentes cómo cumples sus órdenes.
VEINTIDÓS.-
(En otro lugar de la Selva, el COMANDANTE y el NIÑO.)
NIÑO:
Marcharé a su lado. En la batalla, a sus órdenes. Hay muchas
cosas que puedo hacer. Fidelidad, disciplina. Siempre a su lado.
Obedeciendo. Mire, las botas. Me están perfectas. No me hace
falta andar. Ellas caminan por mí.
(Sonido de aviones aproximándose.)
COMANDANTE:
Quieto.
NIÑO:
¿Más aviones? ¡Enemigos!
(El NIÑO sigue mirando al cielo, de pie. El COMANDANTE, de un empujón, le tumba al suelo.)
COMANDANTE:
Arrástrate hasta la espesura.
NIÑO:
Dígame lo que tengo que hacer.
COMANDANTE:
No quiero estorbos.
NIÑO:
Puedo ser útil.
COMANDANTE:
Ponte a cubierto mientras sigan lejos.
NIÑO:
Señor...
COMANDANTE:
Obedece.
NIÑO:
No puedo.
COMANDANTE:
¿Tienes miedo?
NIÑO:
Mis piernas, no las siento.
(Los aviones pasan por encima de ellos. Las balas caen rozando su cuerpo. El NIÑO tiembla.)
COMANDANTE:
Quieto. Darán otra pasada. Hay que dejar que suelten toda la
metralla.
(Los aviones vuelven a acercarse. El COMANDANTE hunde la cabeza del NIÑO en la tierra. Los aviones pasan por encima.)
NIÑO:
¿Cuándo se van a ir?
COMANDANTE:
Silencio.
NIÑO:
¿No vamos a hacer nada?
COMANDANTE:
Quieto contra el suelo.
NIÑO:
No puedo más.
COMANDANTE:
Escucha. Se les oye respirar cuando pasan cerca.
NIÑO:
No puedo, no puedo, no puedo...
(El COMANDANTE levanta al NIÑO en vilo y le hinca el cañón de la pistola en el cuello, bajo la mandíbula.)
COMANDANTE:
Tienes miedo. ¿Sabes para qué sirve un soldado con miedo? Para
nada. Ni siquiera para cubrir la retaguardia. No quiero oírte
llorar. Cállate. ¿Quieres que te acuchille? Es mejor un muerto
que un llorón. Los muertos no hacen ruido. Silencio. ¿Me oyes?
Disciplina. Si una bala te atravesara, tú no harías el más
pequeño ruido. Me serías muy útil entonces. Mucho más de lo
que lo eres ahora.
NIÑO:
Déjeme. Por favor.
COMANDANTE:
Mira. Esto es lo que muchos desean.
(El COMANDANTE dirige el arma hacia su propia sien.)
¿Lo quieres tú también? ¿Quieres que apriete el gatillo? Se acabarían tus problemas. Eso es lo que ellos esperan que ocurra. Desde los que desde un sillón se figuran que pueden darme órdenes hasta el que se rebela contra mí, creyendo que puede ser como yo. Mírame. El dedo ya está apretando el gatillo. ¿Quieres que lo apriete?
(El NIÑO sofoca sus gemidos. El COMANDANTE con un bofetón en la boca le amordaza. Los aviones vuelven a pasar.)
No te muevas.
(El COMANDANTE se alza y apunta con su pistola al avión que se acerca.)
NIÑO:
Señor, perdóneme. Señor, perdóneme.
(El NIÑO huye. El COMANDANTE dispara al avión.)
VEINTITRÉS.-
(El NIÑO, huye asustado entre los árboles quietos, oscuros, amenazadores, el fusil en la mano. Cualquier ruido le desconcierta, le alerta. Corre, se queda quieto, se oculta. Apunta a una sombra, a su propia sombra, se esconde, se atreve a salir de nuevo.)
VEINTICUATRO.-
(El NIÑO, una risa demente, apunta al SARGENTO.)
SARGENTO:
Tranquilo, hijo, tranquilo. Ten cuidado con lo que haces. Baja el
fusil. A nadie le gustaría que se disparara. ¿Tienes cojones?
No querrás perderlos. Dame el fusil y luego hablaremos, tú y yo,
y las cosas irán bien.
(El NIÑO le da el fusil. De un culatazo, el SARGENTO le deja tendido en el suelo. El NIÑO se queda quieto, arrebujado en el suelo.)
Levanta.
(El SARGENTO levanta al NIÑO, que se encontraba dormido.)
No es hora de dormir. Vamos.
NIÑO:
He abandonado al Comandante.
SARGENTO:
Olvídate de eso. Ese comandante, ¿me entiendes?, ese comandante
del que siempre hablas nunca ha existido.
NIÑO:
¿Cómo llegó a escapar? ¿Por qué no te ha matado?
SARGENTO:
Porque yo fui más rápido.
VEINTICINCO.-
(CARNIT y el COMANDANTE interrumpen su marcha.)
CARNIT:
Algo se mueve en la maleza.
COMANDANTE:
Mira a ver.
(De la maleza, espantada por CARNIT, aparece arrastrándose una MUJER que lleva entre sus brazos un montón de ropas hechas un hatillo, se intuye que es un niño.)
COMANDANTE:
Deténla.
CARNIT:
(Agarrándole por las piernas.)
No puedo con ella.
COMANDANTE:
(Tirando de la mujer.)
Agárrala fuerte.
(La mujer balbucea en su jerga incomprensible, nerviosa, aterrorizada.)
COMANDANTE:
¿La entiendes?
CARNIT:
Tal como está no es nada fácil.
(La MUJER, llorando, cesa su resistencia, y se queda quieta, tendida en el suelo.)
COMANDANTE:
Suéltala.
CARNIT:
¿No huirá?
COMANDANTE:
Vamos a dejarla. Ahora.
(La sueltan. La mujer, con un movimiento rápido y convulsivo, se arrebuja sobre su vientre. CARNIT y el COMANDANTE se ponen en pie, a uno y otro lado de él.)
COMANDANTE:
Que se calle. No la vamos a hacer nada.
(CARNIT le habla, en su jerga. La MUJER no reacciona. El COMANDANTE se acerca a la MUJER. Ésta retrocede, temiendo el contacto con el COMANDANTE como a la misma muerte.)
COMANDANTE:
Dile quién soy. Quizá así se calme.
CARNIT:
Es usted quien la aterroriza.
COMANDANTE:
Hay que sacarle qué es lo que le ha pasado. Vamos, habla con
ella.
(CARNIT la intenta hablar, pero ella sigue gimoteando sin cortar el hilo de murmullos incomprensibles.)
CARNIT:
No hay manera. Está enloquecida.
(La observa, y grita, alarmado.)
Eso que lleva es un niño. Si sigue apretándolo lo va a aplastar.
(Al intentar cogerle el niño, la MUJER retrocede, aplastándolo más.)
Imposible.
COMANDANTE:
No podemos dejárselo.
(Hablándole en un lenguaje suave, conciliador, CARNIT se acercarse a ella. La MUJER aúlla como un animal acorralado.)
CARNIT:
Creo que está muerto.
COMANDANTE:
Sujétala. Se lo voy a quitar.
(CARNIT sujeta a la MUJER, mientras el COMANDANTE intenta quitarle, inútilmente, el cuerpo muerto del niño.)
CARNIT:
¿Qué es eso?
COMANDANTE:
Sangre. No creo que dure mucho.
(La mujer llora y ríe, frenética. Acuna el despojo que tiene entre los brazos. Le canta una nana. El COMANDANTE se acerca a ella. La MUJER, como hipnotizada, lentamente, le pasa el niño, que el COMANDANTE, con toda delicadeza, toma.)
COMANDANTE:
Lleva días muerto. Está destrozado.
(La MUJER empieza a gritar, reclamando su despojo. CARNIT intenta auxiliarla, sólo consiguiendo exacerbar a la MUJER.)
CARNIT:
Debería devolvérselo. Así se callaría.
(La MUJER se agita como una posesa. Con un grito, expira a los pies del COMANDANTE.)
COMANDANTE:
Ya no hace falta.
(El COMANDANTE le cierra los ojos.)
VEINTISÉIS.-
(Un resplandor de incendio.)
NIÑO:
Hay fuego. El campamento está en llamas. ¿Habrán conseguido
escapar?
SARGENTO:
Camina.
NIÑO:
¿Y si están en apuros? Podemos volver atrás, comprobar que están
a salvo.
SARGENTO:
Querías saber lo que es fidelidad, lo que es disciplina, pues
obedece.
VEINTISIETE.-
(El COMANDANTE y CARNIT ante un túmulo de tierra.)
CARNIT:
Ya está enterrada, abrazada a su hijo. Creo que ya es suficiente.
COMANDANTE:
Entre mis cosas hay una Biblia. Alcánzamela.
CARNIT:
No podemos enterrar y leer una oración a todo lo que nos
encontremos por la selva.
COMANDANTE:
Pásamela.
CARNIT:
(Busca la Biblia y se la alcanza.)
Hay fuego. Deben estar cerca.
COMANDANTE:
¿Quiénes?
CARNIT:
Ellos.
COMANDANTE:
¿Ellos, quiénes? ¿Te crees que me dan miedo?
CARNIT:
Cuanto más nos alejemos...
COMANDANTE:
Cállate.
(Lee, sin hacer más caso a las objeciones de CARNIT.)
Señor, temible eres tú;
¿Quién podrá estar ante de ti cuando se encienda tu ira?
Desde lo Alto hiciste oír juicio:
- Porque Tú eres mi Roca.
El que adiestra mis manos para la batalla,
Y mis dedos para la guerra;
Misericordia mía y mi Castillo,
Mi Fortaleza y el Escudo que guarda mi pecho;
Tú sujetas a mi pueblo debajo de mí. -
La tierra tuvo temor y quedo suspensa
Cuando Te levantaste para juzgar.
VEINTIOCHO.-
DENIT:
¿Dónde has estado?
TANIT:
¿Te importa mucho?
DENIT:
Te vienes riendo.
TANIT:
Vengo cantando, hermano. Porque ya ha llegado nuestro día. He
estado en la playa.
DENIT:
¿Has llegado tan lejos?
TANIT:
Escúchame. Se han quedado impresionados cuando me han visto
llegar. ¡Hay miles! Y con barcos tan grandes como esta isla.
Pero al verme me han reconocido y respetado. Son gente que saben
muy bien con quién tratan.
DENIT:
¿Qué es lo que van a hacer?
TANIT:
Le quieren a él. Vivo.
DENIT:
¿Eso es lo que quieren?
TANIT:
Pasarán por la isla, pero nada más. Lo que quieren es tenerle a
él. Cuanto antes esté en su poder, antes nos dejarán la isla
para nosotros.
DENIT:
¿Cómo vamos a atraparlo?
TANIT:
¿No hemos logrado que abandonara el campamento? ¿No hemos
destrozado todos sus planes de un golpe? ¿Le sigues teniendo
miedo?
DENIT:
Entonces...
TANIT:
Entonces nosotros se lo entregaremos.
VEINTINUEVE.-
SARGENTO:
¿No te quedan un poco grandes?
NIÑO:
Me las dio él.
SARGENTO:
Aquí no te van a servir para nada.
NIÑO:
Son ellas las que me hacen seguir adelante.
SARGENTO:
Esa rozadura se pondrá cada vez peor. Si sigues con ellas acabarás
con los pies destrozados. Y sin pies ya veremos cómo podrás
andar.
NIÑO:
Mientes.
SARGENTO:
Déjame que te las arregle.
NIÑO:
¿Qué vas a hacer?
SARGENTO:
Un par de cortes. Nada más. Así podrás andar mucho mejor.
NIÑO:
No las toque.
SARGENTO:
Idiota. ¿Prefieres que se te gangrenen los pies a que nadie
toque tus preciosas botas?
NIÑO:
Me están bien. No veo ninguna necesidad.
SARGENTO:
La verás cuando la cosa ya no tenga remedio. Luego yo no pienso
cargar contigo por la selva.
NIÑO:
Pues déjeme entonces solo. Yo sabré arreglármelas.
SARGENTO:
Sigues sin saber nada.
(El SARGENTO hace una incisión con su cuchillo en las botas del NIÑO.)
TREINTA.-
COMANDANTE:
Marchando a este ritmo dentro de dos días estaremos entre
aliados. En menos de dos semanas habremos reunido un buen
centenar de nuevos reclutas. Bastará menos de un mes para que
hagamos de ellos soldados dispuestos a cumplir nuevas órdenes.
CARNIT:
Dos días. Eso caminando a buen paso. En dos semanas, un nuevo ejército.
Pero todavía tiene que pasar un día, y que mañana amanezca, y
luego otro día. Después de tantos años con las armas en la
mano, aún quedará otro día.
COMANDANTE:
Eso que pisamos ahora, ¿sabes?, esta tierra que pisamos ahora
cubre montañas de cadáveres. Los que yacen bajo nuestros pies
sabían obedecer.
CARNIT:
Siempre he oído que fue una gran batalla.
COMANDANTE:
Eso dicen. Los hombres que murieron en ella nunca lo sabrán.
Pero sí que no fue la última.
CARNIT:
¿Otra batalla?
COMANDANTE:
Siempre espera otra batalla.
CARNIT:
No puedo dar un paso más.
COMANDANTE:
¿Dudas en seguir?
CARNIT:
Estoy agotado. Me gustaría quedarme aquí y descansar.
COMANDANTE:
No esperaba oírte hablar así.
CARNIT:
¿Cómo iba a hacerlo? ¿Me está llamando cobarde? No lo soy.
Pero tampoco sé si soy un valiente. Nunca he tenido ocasión de
saber si lo soy o no.
COMANDANTE:
Sólo eres lo que yo quiera que seas.
CARNIT:
No me quedan fuerzas para una orden más. He fallado una vez. ¿Cómo
podría obedecer otra vez? ¿Qué sería yo entonces?
COMANDANTE:
(Su voz resuena como un trueno:)
¿Quieres que te diga lo que vas a ser a partir de ahora? Algo
peor que un muerto.
(El COMANDANTE da la espalda a CARNIT y le deja solo. CARNIT se mira las manos. Baja pesados los brazos muertos.)
TREINTA Y UNO.-
(Sobre un promontorio, el SARGENTO y el NIÑO observan un grupo de soldados desconocidos que barren la selva.)
NIÑO:
No son hombres. Si no tienen ojos, boca, si no tienen cuerpo, no
podrán defenderse. ¿Por qué no nos lanzamos contra ellos?
SARGENTO:
¿Con qué armas? ¿Con las manos, con cocos, con tu corneta?
NIÑO:
No son hombres. Acabaremos con ellos.
SARGENTO:
Aún tienes mucho que aprender.
NIÑO:
Son enemigos.
SARGENTO:
Escúchame. Llevaríamos las de perder. No durarías nada.
NIÑO:
Me sobra valor.
SARGENTO:
A esta distancia puedes permitirte ser valiente.
NIÑO:
Acabemos ya. Caigamos sobre ellos. Repelamos la invasión.
SARGENTO:
¿Por qué? ¿Es que esta tierra es tuya?
NIÑO:
Aún continúa la lucha.
SARGENTO:
¿Qué lucha? ¿Otra vez con luchas, batallas, ideales? Preocúpate
por tu propio pellejo.
NIÑO:
Así hablan los traidores.
SARGENTO:
¿Y qué es un traidor para ti? ¿Acaso no fuiste tú el primero
en salir corriendo? Todos lo somos.
NIÑO:
Pero ahora sí que tenemos una razón para luchar. Están ahí, sólo
tenemos que descender y atacar. Están invadiendo, quemando la
selva. Es la tierra donde he nacido. Es mi tierra.
SARGENTO:
No fue diferente cuando llegamos nosotros, blancos en una tierra
extraña. Mírate las manos, los brazos, los pies. Mírate la
cara. ¿De qué color son? No eres de aquí. No perteneces a esto.
Somos parte de la invasión. ¿Qué podemos reclamar?
NIÑO:
Entonces, ¿qué nos queda?
SARGENTO:
Ocultarnos y seguir adelante.
TREINTA Y DOS.-
(El COMANDANTE se incorpora. Divisa al que fue su pueblo. Hombres a los que bastaba una palabra suya para que se echaran a temblar. Hay clarines lejanos en el aire. Nadie le hace caso ahora. Pasea por las calles del poblado como un vagabundo. El peso de la edad comienza a pesar sobre sus hombros. Se vuelve a incorporar, en un esfuerzo titánico. Se alza como un gigante. Hay algo inmenso en él que rebasa los límites de su cuerpo. Calla.)
TREINTA Y TRES.-
(El NIÑO en la espesura de claroscuros. Tentadoras, amenazadoras, las voces de TANIT y DENIT.)
DENIT:
¿Dónde volveremos a encontrarnos? ¿En la tormenta, el huracán
o la galerna?
TANIT:
Cuando la batalla esté ganada y perdida. Cuando haya un vencedor
y un vencido.
DENIT:
¿A quién saludaremos como vencedor?
TANIT:
A aquél que más cabezas consiga.
DENIT:
¿A quién despreciaremos como vencido?
TANIT:
Al que no sepa mantener la suya sobre los hombros.
DENIT:
¿Por qué el pequeño soldado se empeña en seguir al traidor?
TANIT:
¿No sabe quiénes son a los que debe seguir?
DENIT:
Vuelve a equivocarse, otra vez, por segunda vez.
TANIT:
¿Es que no ha aprendido aún qué significan las palabras que
nos ha dado el Comandante?
DENIT:
Fidelidad, disciplina.
TANIT:
¿Aún no sabe lo que significa fidelidad?
NIÑO:
¿Qué es lo que tengo que hacer? Decídmelo. Esta vez no fallaré.
TANIT:
Entra y busca en las tinieblas.
(El NIÑO entra en la oscuridad de las tinieblas.)
TREINTA Y CUATRO.-
DENIT:
¿Aún más limpias?
TANIT:
Todavía veo restos de barro. Frota más. Que brillen como
espadas.
DENIT:
Ya es hora de que cambiemos de papeles.
TANIT:
¿Qué es lo que has dicho?
DENIT:
Alguna vez podíamos hacerlo al revés. Mis botas también
necesitan un repaso.
TANIT:
Frota más fuerte.
DENIT:
¿Por qué tú y no yo?
TANIT:
¿Quieres que te enseñe por qué?
DENIT:
En esto somos dos. Yo me juego lo mismo que tú. Yo también
quiero ser Comandante.
(TANIT azota con su fusta la cara de DENIT. Éste reprime el grito de dolor y vuelve a agacharse, besándole las botas.)
TANIT:
Yo soy el que empezó todo. Sin mí tú no serías nada. Yo soy
el que ha hablado con ellos.
DENIT:
Si nos hemos librado del viejo, ¿no deberíamos hacer lo mismo
con estos otros?
TANIT:
Nunca podrías ocupar este puesto. Yo sé muy bien con quién hay
que negociar. Ellos no quieren la isla. Te lo he dicho. Pasarán
por ella como una tormenta, y cuando acaben, todo será mío.
¿Por qué te levantas?
DENIT:
He escuchado algo que se acercaba.
TANIT:
¿Tú también tienes miedo?
DENIT:
Mira.
(CARNIT, muerto-viviente, se acerca a ellos.)
TANIT:
¿Qué vienes a hacer aquí? Me negaste tu ayuda cuando te la pedí.
Tú y yo somos enemigos, ¿lo comprendes? Vas a morir.
CARNIT:
Estoy muerto.
DENIT:
Mírale los ojos. Están blancos.
TANIT:
Bobadas. Cuentos de viejas. Un hombre está muerto o está vivo.
En eso sólo manda la razón del machete.
DENIT:
Él está muerto. ¿No le has oído?
TANIT:
Si camina es que está vivo. Si habla, es que está vivo. Si el
cuchillo aún le puede herir es que está vivo.
DENIT:
No lo hagas. Si le tocas estás perdido.
TANIT:
Entonces tú podrás ser el Comandante.
DENIT:
Olvida eso. No hay que tocar a los que ya están muertos. Déjale
que vuelva a la selva.
TANIT:
Escúchame. ¿Por qué vienes aquí? ¿No te das cuenta de que
morirás, de que no habrá piedad para ti?
CARNIT:
Estoy muerto.
TANIT:
Te he advertido. No digas que no te he advertido.
(TANIT hunde su machete en el cuerpo de CARNIT. Éste apenas se inmuta. No sangra. TANIT saca limpia la hoja del arma. Al hacerlo, TANIT cae como herido.
CARNIT se hunde en la selva.)
TREINTA Y CINCO.-
(El SARGENTO despierta. Busca al NIÑO. Saca su cuchillo. Está solo. Ceremoniosamente llega el NIÑO, recubierto de sangre, la mirada extraviada, llevando un paquete envuelto con una tela sucia de sangre que no disimula su contenido: una cabeza.)
SARGENTO:
¿De dónde vienes así?
NIÑO:
De lo más oscuro.
SARGENTO:
¿Quién te ha dejado así, niño?
NIÑO:
Antes de entrar en la jungla era un niño. Ahora soy lobo.
(Aúlla)
SARGENTO:
No hagas eso.
NIÑO:
Mis manos son garras. Mis dientes son cuchillos. La sangre es
dulce. Ya no soy yo. Soy el lobo del Comandante. Huelo a los
traidores. A los enemigos.
(Le olisquea.)
¿Tienes preparado el cuchillo? Quizá lo necesites. Esta
noche, quizá. Debemos arrasar la jungla. Todo está lleno de
enemigos, de traidores.
SARGENTO:
¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Quién te ha enseñado esas
cosas?
NIÑO:
Un lobo sabe seguir un rastro. No hace falta que le marquen el
camino. ¿Qué piensas cazar con ese cuchillo?
SARGENTO:
Yo no cazo. Yo cumplo órdenes.
NIÑO:
¿A quién obedeces?
SARGENTO:
Muchacho, basta.
NIÑO:
Quiero saberlo. A quién se debe obedecer.
¿Qué se esconde en tu pecho?
SARGENTO:
Fidelidad.
NIÑO:
¿Qué te mueve?
SARGENTO:
Disciplina.
(PAUSA.)
¿Qué llevas ahí?
NIÑO:
¿Lo quieres saber?
(Tira el paquete a sus pies.)
Ábrelo.
SARGENTO:
¿Qué has hecho, muchacho? ¿Qué has hecho?
(El SARGENTO se agacha ante el paquete. Lo abre, lentamente, deteniéndose ante el horror que teme encontrar. La forma de la cabeza se adivina. Antes que acabe de desvelarlo, el NIÑO le empuja haciéndole caer. Coge el contenido del paquete y lo alza sobre sí: una cabeza de lobo.)
NIÑO:
Soy Lobo.
(Entran DENIT y TANIT, y se echan sobre el SARGENTO.)
TANIT:
Hazte cargo de este traidor.
(Al NIÑO:)
Sujétalo.
(Atan al SARGENTO, que ha perdido toda iniciativa.
A DENIT:)
Es todo tuyo.
NIÑO:
¿Dónde está el Comandante? Ahora tienes que llevarme con él.
TANIT:
Sígueme.
(Salen. DENIT, con una risa estúpida, zarandea al SARGENTO.)
DENIT:
Hola, viejo. Ya te has gastado. No te quedan fuerzas para darme más
órdenes. Para insultarme con tu boca de blanco. ¿Me ves, blanco?
¿Te acuerdas cuando me mandabas los trabajos más duros, los más
sucios, los que ningún hombre haría sin sentir asco de sí
mismo? ¿Qué era yo para ti? Algo menos que un animal. Cuando te
aburrías, yo era el objeto de tus crueldades. Y ahora no eres
sino un montón de basura. ¿De qué te sirven ya los ojos? ¿De
qué te sirven?
(DENIT hunde los pulgares en los ojos del SARGENTO. El dolor le retuerce y le hace gritar. DENIT ríe con crueldad.)
Mírame ahora. Mírame. Mándame lo que quieras. Yo seré tu lazarillo.
TREINTA Y SEIS.-
(El NIÑO sigue, muy de lejos, a TANIT. Éste se detiene, se pone a orinar canturreando una canción obscena. El NIÑO le alcanza.)
NIÑO:
Te he dicho que pararas. A gritos. ¿No me has oído? Se me hundían
los pies en el barro, no podía avanzar. Las botas que me dio el
comandante han quedado como viejas. Tendrás que limpiarlas, con
la lengua. ¿Me oyes? Con la lengua.
(TANIT, impúdicamente, le dirige el chorro de orina a las botas.)
TANIT:
Elupeta-pupeta, toma teta, si no pucheará, bu-bu-bu. Ronga mango
trago cango, tragón, mangón, ¡cagón!
(El NIÑO se intenta apartar, con lo que el chorro cada vez le alcanza más de pleno. TANIT se ríe, con el miembro aún fuera del pantalón, hasta que cae al suelo, retorciéndose de risa. El NIÑO le comienza a patear, sin que parezca hacerle a éste gran efecto.)
NIÑO:
Sucio negro.
TANIT:
Blanco. Se te ve la marca en la frente. Cuenta las horas que te
quedan, blanco. Con los dedos.
NIÑO:
Soy un soldado del Comandante. Su lobo.
TANIT:
Una rata, blanca.
NIÑO:
Negro, piel sucia.
TANIT:
Mírala brillar. En eso también me envidias. Mi piel oscura y
brillante, tú, piel de sapo. Con tu pequeña polla de blanco.
Vamos, sácatela. Enséñamela.
(El NIÑO se mira la bragueta. Se remueve la ropa, metiéndose la mano y rebuscando dentro del pantalón. TANIT le escupe.)
TANIT:
No puedes encontrártela.
(El NIÑO extrae rápidamente un cuchillo.)
NIÑO:
Escucha. Éstas son mis garras. Las voy a hundir en tu garganta.
Chapotearé en tu sangre.
(TANIT le desarma con facilidad.)
TANIT:
Los blancos no saben usar el cuchillo. El acero es nuestro. Si
quieres degollarme, acércate a mí por la noche, de espaldas.
NIÑO:
Puedo acabar contigo de día.
TANIT:
Duermo con los ojos abiertos. Pero ya has perdido tu oportunidad.
(TANIT le inmoviliza y le ata, muñecas, tobillos. Sujetándole a un árbol, afila un cuchillo, con el que va trazando dibujos en su piel. La maleza se remueve. Una figura oscura, inmensa, confundida con la vegetación, se abre paso hasta él. El horror le inmoviliza.)
TANIT:
Tú no me puedes hacer ya nada. He hablado con ellos y son los
que ahora tienen las armas. Me han dado la isla. Cuando se vayan,
será mía. Es la tierra que me corresponde. Tú no eres ya nada.
Nadie te obedece. No puedes hacerme nada.
(El COMANDANTE, de un tajo, le corta la garganta. Corta las cuerdas que atan al NIÑO, y se vuelve a internar en la jungla.)
TREINTA Y SIETE.-
(El SARGENTO, atado al árbol, las órbitas de sus ojos vacías. El NIÑO, acuclillado a sus pies.)
NIÑO:
Viejo. Viejo. Contéstame. Escucha. Alguien está cantando. ¿No
oyes?, es una voz de mujer. Aún le queda voz para cantar.
SARGENTO:
¿Estás ahí otra vez?
NIÑO:
Es una canción pequeña. Una canción de mujer sóla, de niña
envejecida. Manos secas, las mejillas hojas caídas. Pero su
cuello es suave, blanco, puro. La sangre no la ha ahogado.
SARGENTO:
No oigo nada. Un susurro, el viento.
NIÑO:
Cuántas veces podía haberme cantado esta melodía al oído. Yo
no me hubiera cansado de oírla. ¿Entiendes lo que dice?
SARGENTO:
No oigo ninguna canción. Es el viento.
NIÑO:
¿Quieres que te acuchille?
SARGENTO:
Ya no hay nada sobre la isla. Ni un alma. Sólo el viento.
(El NIÑO intenta cantar al ritmo del viento, en voz queda, en un susurro.)
SARGENTO:
¿Cuánto llevamos sólos? Sólos, tú y yo. Los muertos, los
vivos, nos han abandonado, todos. Sólos, tú y yo.
NIÑO:
No. No estamos solos. Viejo. ¿Quieres que te suelte? No podrás
resistir así mucho tiempo. Le he visto. En la playa, ante de los
barcos de los invasores. Debo llevarte allí.
SARGENTO:
¿Para qué?
NIÑO:
Tienes que hacer lo que él te ordene.
SARGENTO:
Un viejo. Un pobre viejo sin ojos. Qué poco puede hacer.
NIÑO:
Ayer fui caminando a través de la jungla, allá donde clarea la
espesura. Ese olor tan diferente. Cosquillas en la cara, y el
aire metiéndose por el pelo. Los árboles iban cediendo paso a
la vista. Al fondo, un azul que no había conocido. Y mis pies
caminando y hundiéndose. Y allí, él. Sentado en la arena,
frente al mar. "Tráele. Le espero. Vete y vuelve con él."
SARGENTO:
¿Quién está ahí?
NIÑO:
Soy yo, viejo, ¿deliras?
SARGENTO:
Alguien llega.
NIÑO:
No hay nadie.
(De la selva sale DENIT, llorando.)
DENIT:
Él era mi esperanza. Su voz me movía y hubiera movido a cientos
como yo. Ahora una flor roja abre su garganta.
(El NIÑO dispara a DENIT. Pese a los impactos, él sigue
andando, acercándose al NIÑO.)
Habéis acabado con su vida. ¿Qué nos puede importar ya nada?
NIÑO:
Se lo merecía como rebelde, como asesino.
DENIT:
¿Y el que le mató a él? ¿Por qué no acabó antes conmigo
para no tener que verle muerto? Le advertí que no tocara al
muerto-vivo. Hay cosas que pesan demasiado.
SARGENTO:
Dispárale. Es su vida contra la suya.
(El NIÑO vuelve a disparar.)
DENIT:
¿Por qué haces esto conmigo? ¿Acaso somos peores que vosotros?
Deja que te abrace. Tengo frío.
(DENIT ha llegado al lado del NIÑO.)
SARGENTO:
Dispárale.
DENIT:
¿Por qué no me abrazas?
(DENIT rodea con sus manos los hombros, la garganta del NIÑO. Éste dispara el último, definitivo, disparo. DENIT resbala hasta el suelo.)
(PAUSA.)
SARGENTO:
Muchacho, ¡muchacho! Respóndeme, muchacho.
NIÑO:
Estoy aquí.
SARGENTO:
Es tu primer hombre. ¿Verdad? ¿A qué sabe?
NIÑO:
Tengo la boca amarga.
SARGENTO:
Despierta, muchacho. Olvídalo. Hay que olvidar al primer muerto.
Suéltame.
(El NIÑO se acerca al SARGENTO. Saca un cuchillo y corta la cuerda que le suspende del árbol. El SARGENTO cae pesadamente al suelo. El NIÑO se acerca para ayudarle a levantarse.)
(La playa. Una luz deslumbrante lo llena todo, y el fragor del mar rompiendo contra la costa. El COMANDANTE contempla de pie el ritmo incesante del mar, sin esperar ya nada, la mirada en el infinito. El NIÑO sirve de lazarillo al SARGENTO, que camina torpemente. El COMANDANTE, aún sabiendo que han llegado, no se mueve, no les mira.)
NIÑO:
Ahí está.
SARGENTO:
¿Sabe que hemos llegado?
NIÑO:
No se ha movido.
SARGENTO:
¿Por qué no le hablas? ¿No te atreves? Está ahí. Tienes que
decirle que estamos esperando.
NIÑO:
No quiero molestarle.
SARGENTO:
¿Te sigue dando miedo? ¿No eras su lobo?
COMANDANTE:
¿Quién vive?
NIÑO:
Señor.
COMANDANTE:
La selva devuelve a sus fantasmas.
SARGENTO:
Comandante, ¿no reconoce a los suyos?
COMANDANTE:
¿Están aún vivos?
NIÑO:
Señor.
COMANDANTE:
Si estáis vivos, ¿para qué volvéis?
(AL SARGENTO:)
Y tú, aún te atreves a presentarte ante mí. ¿Qué esperáis encontrar aquí? Fuera.
(AL SARGENTO:)
Espera.
Tú. Ven aquí.
NIÑO:
Señor, este hombre está ciego.
COMANDANTE:
(AL NIÑO:)
Tráele a mi lado y déjanos solos.
NIÑO:
Señor, antes quisiera hablarle... quisiera decirle, que ya no
soy el mismo que antes. Que ahora no le fallaría, que sabría
estar a la altura...
COMANDANTE:
¿No me has entendido?
NIÑO:
Sí, señor.
(El NIÑO conduce al SARGENTO al lado del COMANDANTE y se aparta. El COMANDANTE cierra sus manos en torno al cuello del SARGENTO. Éste intenta librarse del cepo. El COMANDANTE aprieta. El SARGENTO pierde fuerzas y deja caer los brazos. El COMANDANTE le suelta y el SARGENTO, del impulso, se tambalea.)
COMANDANTE:
Te has convertido en un despojo humano.
SARGENTO:
¿Para eso me querías? ¿Por qué no has acabado de una vez
conmigo?
COMANDANTE:
(Mira al cielo. Un graznido de patos.)
Patos salvajes.
Cuando aún faltan meses para la migración.
Huyen.
No son los únicos. Los que no pueden volar, se aglomeran contra
la orilla, intentando escapar de la isla. He visto a animales
morir ahogados a pocos metros de tierra. Las aves de rapiña caían
del cielo sobre sus despojos, y muchas de ellas, hartas, se
desplomaban contra el suelo con los estómagos hinchados de carroña.
Pronto no quedará nada vivo sobre la isla.
(PAUSA)
Les he hablado a todos, aldea por aldea, familia por familia.
He buscado entre los que en otro tiempo me juraron fidelidad.
Llamé en todas las casas. Nadie quiere recordar. Alguno se acercó,
y me dio comida, como si fuera un mendigo.
SARGENTO:
Hoy no encontrarías quién te diera limosna. La isla está
desierta. Ésta es una isla de muertos.
COMANDANTE:
¿Cómo puede saberlo un ciego?
SARGENTO:
Se siente en el aire.
COMANDANTE:
(Asintiendo, en silencio)
Fuímos los primeros en llegar.
Y ahora somos los últimos.
SARGENTO:
¿Y esos? Los de los barcos.
COMANDANTE:
Han minado cada raíz de cada árbol. Cada brizna de hierba está
sentenciada.
No les interesa nada más de este lugar.
Prepárate, vas a conocer tu misión.
SARGENTO:
¿Yo, un ciego?
COMANDANTE:
No podemos perder tiempo.
SARGENTO:
¿Qué prisa hay ya?
COMANDANTE:
La selva va a estallar. Debí haber dado esa orden hace tiempo.
Pero ellos son los que han sabido no tener piedad. Me quieren a mí.
Es lo que les falta, un buen trofeo.
SARGENTO:
¿Cómo piensas escapar?
COMANDANTE:
Nunca hemos dado la espalda.
Y ahora tampoco vamos a hacerlo.
Tú te encargarás. Es lo último que queda por hacer.
SARGENTO:
El chico podría hacer lo que sea, mejor que yo.
COMANDANTE:
No sabes de qué hablas.
SARGENTO:
Estoy viejo. Los años me han vencido.
COMANDANTE:
No quiero oír más disculpas. Fidelidad, disciplina. ¿Tengo que
recordártelo?
(PAUSA.)
Vas a matarme.
(PAUSA.)
SARGENTO:
¿Por qué?
COMANDANTE:
¿Quieres explicaciones? Aún soy tu Comandante. ¿Te atreves a
pedirme explicaciones?
(PAUSA.)
Obedece. Es una orden.
SARGENTO:
¿Por qué no lo haces tú mismo?
COMANDANTE:
No quiero que nadie piense que lo hice por miedo o por locura. Tú
te encargarás de que el mundo se entere de que no acabé con
vileza.
SARGENTO:
Convirtiéndome en traidor.
COMANDANTE:
¿Te importa? Mátame y entrégales luego el cadáver. Esta vez
sin fallos.
SARGENTO:
Maldito seas...
(El SARGENTO adelanta un puñetazo hacia donde cree se encuentra el COMANDANTE. Éste apenas se retira, y el puño le golpea de pleno en el hombro. El COMANDANTE apenas se inmuta por el golpe y sostiene al ciego, impidiéndole caer de bruces en el suelo.)
Suéltame.
COMANDANTE:
Sigue así. Te será más fácil.
SARGENTO:
Esto es una broma de mal gusto.
Habla con ellos. Parlamenta.
COMANDANTE:
No seré su prisionero.
SARGENTO:
¿Y qué sería de mí?
COMANDANTE:
Llendo con mi cadáver por delante te respetarán. Podrás acabar
tu vida en paz.
SARGENTO:
¿Crees que va a haber mucha paz para mí? Desiste.
COMANDANTE:
Imposible.
SARGENTO:
En una época fui tu mejor amigo.
COMANDANTE:
Eso nunca ha importado nada.
(Alzando la voz.)
Soldado.
NIÑO:
¿Señor?
(El COMANDANTE tiende la mano hacia el fusil que lleva el NIÑO.)
COMANDANTE:
Tu fusil.
(El NIÑO le da el arma.)
Da una batida por la espesura. Puede que halla alguien
acechando.
NIÑO:
Ya he mirado bien, señor. Y no he visto nada...
COMANDANTE:
¡Soldado!
NIÑO:
Sí, señor.
(El NIÑO sale. El COMANDANTE le da el fusil al SARGENTO.)
SARGENTO:
No puedo. Mis ojos no ven.
COMANDANTE:
Aprieta el gatillo.
(El COMANDANTE apoya la boca del fusil en su pecho.)
(PAUSA.)
(El SARGENTO dispara.)
(El COMANDANTE se mantiene en pie, erguido. El NIÑO sale, corriendo, de la espesura. Un segundo disparo. El COMANDANTE se desploma. El SARGENTO aún mantiene el fusil entre sus manos.
La selva estalla en un incendio total.
El NIÑO se cubre la cara con las manos.)
NIÑO:
¿Por qué?
(El NIÑO se acerca al COMANDANTE. Dice, con voz dolida, desesperada, serena.)
Mi Comandante.
(PAUSA.)
(El COMANDANTE yace, muerto. El NIÑO no se atreve a tocarlo.)
Tú le has matado.
SARGENTO:
He cumplido con mi deber.
NIÑO:
Le has matado sin que llegara a perdonarme.
TREINTA Y OCHO (B).-
(La playa. Una luz deslumbrante lo llena todo, y el fragor del mar rompiendo contra la costa. El COMANDANTE contempla de pie el ritmo incesante del mar. El NIÑO sirve de lazarillo al SARGENTO, que camina torpemente. El COMANDANTE, aún sabiendo que han llegado, no se mueve, no les mira.)
SARGENTO:
¿Hemos llegado?
NIÑO:
Estamos aquí.
SARGENTO:
¿Qué hacemos ahora?
NIÑO:
Debo hablarle.
SARGENTO:
Tú eres su lobo. ¿A qué esperas?
NIÑO:
Parece que esté pensando.
SARGENTO:
Avísale que estamos aquí. No perdamos tiempo.
NIÑO:
(AL COMANDANTE:)
Señor. Está aquí. Está armado. Quiere matarle.
(El COMANDANTE no responde, no se mueve, como si esas palabras no fueran con él.)
NIÑO:
Está ciego. Pero aún es peligroso.
(SILENCIO)
NIÑO:
Señor, yo no quise abandonarle.
COMANDANTE:
Tú también me traicionaste.
NIÑO:
¡Señor!
COMANDANTE:
Ya es demasiado tarde. En pocos segundos la isla será una
hoguera.
NIÑO:
Señor, permítame que le explique.
COMANDANTE:
Es demasiado tarde.
(La selva estalla en un incendio total.)
TREINTA Y OCHO (C).-
(La playa. Una luz deslumbrante lo llena todo, y el fragor del mar rompiendo contra la costa. El COMANDANTE contempla de pie el ritmo incesante del mar, sin esperar ya nada, la mirada en el infinito. El NIÑO sirve de lazarillo al SARGENTO, que camina torpemente. El COMANDANTE, aún sabiendo que han llegado, no se mueve, no les mira.)
NIÑO:
(AL SARGENTO:)
Mátale. Sólo es un viejo vencido.
(La selva estalla en un incendio total.)
Ya estamos aquí.
FIN
1. TREINTA Y OCHO (A), (B) y (C) no indican alternativa o posibilidad, ni tampoco una serie cronológica o narrativa. Son escenas que van escarbando una dentro de la otra, naciendo cada una de la resonancia que deja oír la otra, y que transcurrirían a un mismo tiempo. La misma escena conjugada a niveles cada vez más escondidos de la triada de caracteres COMANDANTE-SARGENTO-NIÑO.