Ángel Negro:
La Hora Oscura
W
- Capítulo 3 - Alma mía
"El alma, que ambiciona un paraíso,
buscándolo sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué."
Las flores que tenía sobre el tocador de mi habitación se marchitaban, los pétalos secos caían esparciéndose por el suelo. Era la segunda vez que cambiaba las flores en lo que llevaba de día; nunca antes, desde el primer día que desperté en Zafiro, había visto marchitarse una flor...
-La Princesa Esmeralda vuelve a llorar - dije en voz alta.
Las flores se marchitaban siempre que ella lloraba... Cada lágrima era una flor que moría y no volvía a nacer...
<<El planeta se está oscureciendo...>>
"¡Lemur!"
<<¿No notas la oscuridad? La destrucción, la muerte, la sangre...>>
"¡Calla de una vez! ¿Por qué no me dejas tranquila?"
Súbitamente, caí al suelo como si alguien me hubiera empujado. Levanté la vista y lo vi todo negro, tan negro que creía que yo misma no exisitía, que era parte de su negrura... Pero entonces me miré las manos y las vi y mis piernas, y mi traje: un traje blanco y negro adornado con piedras brillantes parecidas a los diamantes. Aquel traje me lo había regalado la Princesa Esmeralda... De repente el traje comenzó a teñirse de color rojo, un rojo primeramente claro pero que seguidamente se iba haciendo cada vez más oscuro. Lo sentí mojado y pegado a mi piel.
Me levanté alarmada. Chorreaba, el traje parecía deshacerse transformándose en líquido rojo: era sangre, ¡sangre! ¿De quién? ¿Mía? No, yo no tenía sangre... Mi cuerpo seguía siendo tan anormal como cuando vivía en la Tierra, mis venas estaban vacías.
-¿Qué es esto? ¿Qué me estás haciendo? ¡¿Lemur?! - exclamé horrorizada, moviéndome como si todo me asqueara. En verdad aquel líquido rojo me asqueaba... Me recordaba tantos horribles recuerdos y, y aquella sensación ansiosa de sed, de placentera sed...
<<No soy yo, Alcione.>>
"¡Maldito seas! ¡Sí que eres tú!"
<<No, es tu propio poder oscuro quien te da un aviso...>>
"¿Un aviso?"
-¡CUIDADO!
Volví a sentir mi cuerpo contra el suelo. Nuevamente había caído como si alguien me hubiera empujado...
-¿Pero qué te ocurre, Alcione? - escuché que me gritaban muy cerca del oído.
Esa voz... Esa voz era de...
-¿Zagato? - murmuré entreabriendo los ojos.
¡Sí, era él! Pero... ¿Qué pasaba? Oía gritos y mucha confusión y... Oh, Dios... Olía a... A... Sangre. ¿Cómo podía ser posible que oliese a...?
Zagato me ayudó a levantarme, tambaleaba como un potrillo recién nacido. Él había sido quien me había tirado al suelo para... ¿Salvarme? A muy pocos centímetros de donde me hallaba había clavadas en la tierra una especie de largas agujas, como grandes colmillos. Si Zagato no me hubiese movido ahora los tendría clavados en mi cuerpo.
Pronto entendí por qué los gritos: estábamos en una de las aldeas que había alrededor del Castillo, muy cerca del Bosque del Silencio. Los aldeanos habían sido atacados por algo parecido a un monstruo sacado de una película de ciencia ficción, algo parecido a un gigantesco dragón de larga cola de escamas rojas. Sólo que este dragón no escupía fuego por la boca, atacaba mediante fuertes zarpazos de sus afiladas garras y movimientos de su cola que dejaban ir aquellas largas agujas que acababa de ver. Muchos habitantes de la aldea estaban muertos, desangrados por la herida de tal arma... Por eso olía tanto a sangre.
Pero, lo que más me extrañaba era el cómo había llegado yo a aquel lugar...
<<Es el deseo de sangre y oscuridad lo que mueve tu cuerpo. Recuerda que eres un demonio, allá donde haya poder y sangre allí irás tú...>>
"¿Cómo hacer para apagar tu voz para siempre?", estaba rabiosa por sus palabras, quizá porque decían la verdad...
<<Ahora tienes algo más importante de lo que preocuparte, mi ángel.>>
Por mucho que me doliera admitirlo, Lemur tenía razón. La extraña criatura estaba destruyendo la aldea y parte del Bosque, llevándose a su paso la vida de un aldeano inocente y de algún que otro guerrero perteneciente a la Guardia Real del Castillo. Zagato y Ráfaga (el nuevo Capitán de la Guardia después de la desparición de Lantis) parecían ser incapaces de dominar a la gran bestia... Pero, ¿qué podía hacer yo? Sabía bien poco de lucha, ni siquiera tenía idea de como utilizar una espada.
<<No necesitas ninguna espada. Llama tu poder, despiértalo de una vez. Tú tienes el poder de Amón, el Líder, durmiendo ahora en tu alma ¡déjalo ir como antes!>>
"No. No quiero que la oscuridad vuelva a mí, no quiero ser un demonio."
Jamás, jamás volvería a ser como antes: una asesina.
<<Pues Zagato morirá... Y lo seguirá tu querida princesita Esmeralda y todo lo que queda de este estúpido planeta moribundo.>>
"¡No pienso utilizar ese poder! ¡No lo haré!"
Advertí entonces el cuerpo inerte de uno de los soldados de la Guardia Real a mi derecha. Me arrojé rápidamente a su lado y le arranqué la espada de las manos. Seguidamente, sin pensármelo dos veces, arremetí contra aquel dragón rojo. Estaba tan cegada por la ira que ni me daba cuenta de lo que hacía... Fue como haber perdido la conciencia durante unos segundos, como si aquella persona con la espada entre las manos no fuera yo.
Cuando volví a recuperarme, a sentirme mí misma y dueña de todos mis sentidos, estaba ante la Princesa Esmeralda y Gurú Klef. No recordaba nada de lo que había ocurrido después de haberle robado la espada al soldado muerto. Todo mi pensamiento era una enorme mancha oscura...
-¿Cómo te encuentras? - me preguntó Gurú Klef.
Me contemplaba con preocupación, igual que la Princesa Esmeralda.
-Bien... - respondí yo dirigiendo la vista hacia el suelo.
-Debo felicitarte por el valor demostrado - añadió Gurú Klef, aunque su tono de voz parecía más de reprimenda que de felicitación -. Has matado tú sola a la bestia...
En ese momento sentí que algo fluía en mi interior... Borrosamente, vi como la gran bestia roja se precipitaba contra el suelo. Su cuerpo aparecía seccionado en dos partes. Vi mis manos que sostenían la espada manchada de sangre muy oscura, vi mi vestido también manchado... Y las gotitas de sangre que me habían salpicado la piel de los brazos y que se escurrían dibujando finas líneas rojas. Sentí sed, una sed que me secaba la garganta, que me exprimía brutalmente las entrañas. Necesitaba beber, beber, beber...
Y nuevamente aquella mancha negra que me cegó la visión. ¿Qué había pasado después? ¿Qué había pasado después?
"¡Lemur! ¡Lemur! Tú lo sabes. Respóndeme qué ocurrió. ¡Lemur!"
Súbitamente, el pensamiento de Zagato cruzó mi mente como un rayo, causando que me olvidara de Lemur. ¿Dónde estaría? ¿La bestia misteriosa lo habría herido?
-¿Dónde está Zagato? - pregunté.
-Él está bien - fue la Princesa quien me respondió -. Está curando a los heridos... Yo... Yo no puedo hacerlo.
-¿Qué? - pensé que quizá había escuchado mal, mas los ojos de Esmeralda eran claros y repetían lo mismo que mis oídos acababan de percibir: estaban muy tristes, demasiado... Esmeralda había vuelto a llorar.
-¿Por qué, Princesa?
Pero Esmeralda miró a Gurú Kleff en vez de mirarme a mí y le pidió, en un murmullo casi ininteligible, que nos dejara a solas.
-Como queráis, Princesa - asintió él inclinándose respetuosamente ante ella.
Lo seguí con la vista hasta que desapareció tras la puerta y ésta se cerró con un suave golpe. Gurú Kleff me había dirigido una última mirada antes de marcharse, una mirada de súplica que había hecho tambalear toda mi alma como si me hubieran abofeteado...
-Alcione... Por favor, Alcione, acércate.
Obedecí a Esmeralda y subí los escalones que me separaban de su trono. Su trono era más bien un pequeño diván con esponjosos cojines y del techo caía una ligera cortina de tela transparente que brillaba como si tuviera lentejuelas, cubriendo elegantemente a Esmeralda. Traspasé el cortinaje y me arrodillé ante ella. Aquello generalmente estaba prohibido; no podíamos acercarnos tanto a la Princesa... Sin embargo, a mí siempre se me permitió hacerlo aunque como Guardiana debiese obedecer el protocolo. Recordé las veces que me sentaba junto a ella y la recostaba en mi regazo...
-Me gustaría morir.
Me quedé helada ante sus palabras. Me sobrevino el fuerte impulso de abrazarla contra mi pecho como solía hacer y decirle: Todo se solucionará, todo irá bien. Yo estoy contigo. Pero no podía decir nada de aquello, en mi interior algo me frenaba.
-¿Por qué decís eso? - mi voz sonó demasiado inexpresiva...
La oí suspirar.
-¿Por qué me tratas ahora tan ceremonialmente? - preguntó ella -. Siempre has hablado conmigo como lo haces con Zagato, o con Presea... No me tratabas con tanta distancia...
Cierto era, para mí Esmeralda no era mi Princesa, sino una hija a quien cuidar y proteger. Nunca la había tratado con la elocuencia que marcaba el protocolo... Su reprimenda era amarga y me dejó muy mal sabor de boca, pues no podía darle excusa alguna por mi cambio de comportamiento, simplemente admitir que era cierto. Jamás podría explicarle mis verdaderos sentimientos, la acabaría destrozando...
-¿Por qué queréis morir? - le pregunté.
Y ella volvió a suspirar.
-Es la única solución para salvaros a todos - respondió -. Si sigo viva acabaréis muriendo por mi culpa. Yo soy el Pilar de este planeta, si el pilar está quebrado llegará un día en que no pueda sostener el planeta y Zafiro caerá y se destruirá, destruyéndose también todas las vidas que forman parte de él.
-Si desaparecéis vos el planeta desaparecerá también al no haber otro Pilar - la reprendí entonces.
No me gustaba nada oírle decir todo aquello, sólo podía pensar en que era una cobarde que quería suicidarse para olvidarse de todos los problemas...
<<Estás cegada, Alcione.>>
"¿Cegada? ¿Cegada por qué? ¿A qué viene ahora eso, Lemur?"
<<Escuchas sólo la parte que te interesa escuchar, no eres capaz ni de oir los gritos de súplica de tu princesita...>>
-Este planeta se alimenta sólo de mi fuerza de voluntad y de mis deseos porque yo lo quise así... Porque nunca pensé que mi propia fuerza se debilitaría por... Porque nunca pensé que ocurriría...
Sabía a qué se estaba refiriendo. Aquello de lo que hablaba tenía un nombre, el nombre del que era también Guardián del poder de la Princesa Esmeralda: Zagato, la sabia mano derecha de Gurú Klef, tan parecido a Siren que cuando lo veía y cerraba los ojos me imaginaba que seguía a mi lado, que no había muerto...
<<Ése es el estúpido pensamiento que te ciega. Jamás te diste cuenta de su amor y cuando lo hiciste ya era demasiado tarde... Tú, que siempre habías querido amar, ya no podrás hacerlo...>>
"¡Déjame en paz, Lemur! ¡Tú nunca sabrás lo que en verdad siento!"
<<Lo que sientes no es amor sino vana y pura envidia del amor.>>
"¡Calla, calla, calla!"
El corazón me iba a mil por hora, estaba muy nerviosa, furiosa. Aquélla no era yo, no podía ser yo; yo no era así.
<<Y decías que no tenías miedo a la soledad cuando es lo que más pesadillas te crea.>>
"No, no, no, no."
<<Eres una esclava de tu propia soledad, como lo es tu princesita...>>
¿Mi princesita?
Esmeralda tenía los ojos bañados en lágrimas, sus labios formaban una línea recta que ya no volvería a curvarse para formar una sonrisa.
-Yo sólo quiero ser libre... - y las lágrimas comenzaron a caer formando diminutos ríos plateados en sus mejillas.
Libre... Esmeralda nunca antes había pronunciado aquella palabra, pero lo había dicho con tanto deseo como si siempre hubiera pensado en ella en la intimidad de sus pensamientos. ¿Por qué no me habría dado cuenta? Con el tiempo que pasábamos juntas y nunca lo advertí. ¿Acaso Lemur tenía razón? ¿Tan cegada estaba mi pobre alma? Pero es que siempre la vi tan feliz cuando estaba a su lado... Quizá esa fuera la razón: el yo estar junto a ella y liberarla de la soledad. Y puede que durante esos momentos de felicidad fuese cuando descubrió el amor...
Y el Pilar de Zafiro no podía enamorase, eso significaba compartir su amor por el planeta con otro ser, por lo que el planeta se quedaba sin una parte de ese amor que antes tenía y comenzaba a arruinarse... El Pilar de Zafiro debía amar enteramente a su planeta y ahora, Esmeralda amaba a alguien más, a Zagato. Y, desafortunadamente, ese amor era correspondido.
-¿Por qué no anuláis el sistema del Pilar?
Esmeralda me miró y las lágrimas fueron más abundantes.
-Ya no tengo el poder para hacerlo, estoy perdiendo mi fuerza de voluntad... No soy capaz de hacer nada, ya no puedo pensar ni rezar por Zafiro. Mi amor por Zagato es mucho mayor que mi amor por Zafiro y... Y no puedo evitarlo.
La sinceridad de Esmeralda no dejaban de conmoverme, pero no quería que me conmoviera. Ojalá pudiese hacer que olvidase a Zagato, así nada sucedería y todo estaría bien. Quizás debiese haber hecho que Zagato fuese en busca de Lantis, que se marchase de Zafiro... Pero entonces, la tristeza de la Princesa sería aún mayor.
-Debo morir...
Otra vez aquella palabra...
-Si sigo viviendo no dejarán de aparecer criaturas salvajes que destruirán toda la vida de Zafiro por mi culpa. La única solución que tengo es morir, pero yo no puedo suicidarme: el Pilar no puede desear su propia muerte... Tampoco un zafiriano puede matarme, pero tú...
¿Pero qué diablos estaba diciendo? ¿Me estaba pidiendo que yo...
-Tú, aunque renaciste en este planeta no tienes sangre zafiriana. Tú puedes llevar a cabo mi deseo - sus ojos me imploraban con tanta intensidad que tuve que bajar la cabeza y clavar los míos en sus pies.
Lo hice porque no quise que se diera cuenta de la extraña sonrisa que se había dibujado en mis labios... Me repetí sus palabras y apreté con fuerza los puños cerrados, tratando de tranquilizarme. Si la mataba yo, no se cumpliría mi pesadilla, no morirían los que en ella aparecían muertos, la leyenda continuaría siendo una leyenda que pasase de boca en boca... No sería un asesinato pues ella me pedía que la matara, sería más bien un sacrificio. Por criminal, monstruoso, irrevocable e irracional que fuera el sacrificio, no dejaba de tener como efecto una transformación milagrosa y un nuevo nacimiento...
Me mordí los labios y entonces me puse en pie, superando en alzada a Esmeralda. Ella no me miraba, cerró los ojos, como ofreciéndose a mí: el verdugo. Mis manos se movieron hacia su cuello, pero se detuvieron sobre sus hombros. La visión de su cuello me aceleró la respiración. No podía creerme que me encontrara deseando morderlo, deseando beber de su sangre... ¿Qué me estaba ocurriendo? Yo no era así, no podía seguir siendo así ¡yo ya no era ningún vampiro, demonio o como diabólicamente se denominase!
Pero... Ese cuello... Dios, me recordaba tanto al de Cala, mi querida Cala... El sabor de su sangre... Y tenía tanta sed y la garganta tan fastidiosamente seca. Y ella, ella se estaba ofreciendo a mí. Sería como un parpadeo, no sentiría dolor. Cuando mordí a Cala ella no sintió dolor, no reaccionó como si le doliera, más bien como si le hubiera acariciado. Con Esmeralda sería igual.
Y todo acabaría con un sólo mordisco. Sería el fin de mi pesadilla... Sólo tendría que olvidar.
Tan cerca, tan cerca estaba... Vamos, un poco más y todo acabaría. El sabor debía de ser delicioso...
Me desplomé enseguida en el suelo, haciéndome daño en las rodillas. ¿Qué había sido eso? ¿Quién había hecho eso? Como si alguien me hubiera agarrado de los hombros y me hubiera tirado al suelo y tan brutalmente que me dolían todos los huesos.
<<No permitiré que te destruyas así.>>
¿Lemur? ¿Había sido él? ¿Por qué él cuando siempre me había dicho que no podía negar mi destino, que debía aceptar lo que era? ¿Por qué?
<<No puedo permitirlo.>>
"Ella me lo ha pedido..."
<<Ella es como tú, no sabe lo que quiere. Las dos estáis igual de confundidas, pero tú más.>>
"¿Qué quieres que haga, eh? No puedo evitarlo ¡no puedo evitarlo! Ella tiene razón, debe morir ¡debe morir!"
<<¿Y quieres ser tú quien la mate? ¿Tú que la has amado y benerado como a una hija? ¿Y crees ingenuamente que olvidarás? ¿Acaso has olvidado a esa Cala a la que tanto querías? Dí, ¿la has olvidado?>>
Me abracé a mí misma, estaba tan helada... ¿Por qué, Lemur? ¿Por qué me hacías esto?
<<No quiero verte más sufriendo, nunca más. No permitiré que mates a tu princesita, si la tiene que matar alguien no serás tú, eso te lo aseguro.>>
Su voz sonaba en mí tan firme y a la vez tan comprensiva que me eché a llorar como una niña. Y el pensar en lo que quería haber hecho aún me hizo llorar con más fuerza
Mi princesita... Lemur siempre se dirigía a ella llamándola así; sin embargo, tenía razón: ella era mi princesita, mi niña, mi amiga, la causa de mis más profundos sentimientos maternales.
<<Y por mucho que quieras negarlo es la causa de tu envidia, de que la oscuridad que hay en ti haya vuelto a relucir...>>
La envidia, sí. La envidia de que ella poseía algo que yo no había sabido poseer: amor.
Ahora la que suspiró fui yo. Acababa de darme cuenta de que Esmeralda me estaba abrazando, aquel sería su último abrazo. Ya no volvería a verla más cuando la dejase sola... Mi pesadilla ya había comenzado y no la podría cambiar como ingénuamente había creído.
-Vos como yo conocéis la leyenda - dije entonces, recitaba unas palabras que ya había oído y que sabía de memoria -, la leyenda de las guerreras procedentes de otro mundo que vendrán a Zafiro para salvar el planeta y para ayudar al Pilar cuando éste se encuentre incapaz de salvarlo por sí mismo. Esas guerreras podrán ayudaros en vuestro deseo, Princesa. Yo no.
En la leyenda se las llamaba "las Guerreras Mágicas" y eran tres: Windom, Ceres y Rayearth... Gurú Kleff nunca me había hablado de ellas, había sido Zagato quien me las había nombrado. Él conocía muy bien esa leyenda y siempre me había comentado que la odiaba, puesto que llamar a las Guerreras Mágicas significaba sacrificar al presente Pilar y sustituirlo por otro... Zagato detestaba como yo el Sistema del Pilar. Hubiera sido sencillo que la misma Esmeralda lo anulase, pero, aunque tuviese el suficiente poder para hacerlo, ella nunca lo anularía.
-Ojalá esas guerreras sepan ayudaros, Princesa...
Me permití emplear el Hechizo del Sueño con ella y la dormí. Dormiría durante un rato, pero al menos durante ese breve tiempo se olvidaría de su sufrimiento...
La cogí en brazos y la llevé a su habitación, arropándola en su cama como solía hacer algunas noches que me quedaba con ella hasta que caía dormida. Cuando Esmeralda dormía, tanto Zagato como yo nos ocupábamos de que el poder del Pilar continuase sosteniendo aquel mundo. Sin embargo, esa noche ninguno de los dos se ocupó de su obligación... En mi caso, mi alma atormentada se enfrentaba a la oscuridad contra la que antaño luchó.
Yo también deseaba morirme...
Continuará.
Notas de Ire:
Bueno, esto ya empieza a ponerse difícil, pobre Alcione... Cambiando de tema, ¿os acordáis de la leyenda del "Ángel Negro"? Bien, en las anteriores notas del capítulo 2 os nombré la palabra no-muerto... ¿Pero qué es un no-muerto?
Si continuaís leyendo lo sabréis...
"Se dice que un no-muerto es como un fantasma inmortal con la capacidad de poder manifestarse tanto en el mundo de los vivos como en el de los muertos. Se dice quee existen muchos, que el reino de los vivos y de los muertos está plagado de ellos... Pero sólo hubo uno y ese uno dio forma a muchos que portaron su esencia, su castigo y su condena...
"Esos seres que infectaron el mundo de pánico y terror fueron bautizados con el nombre de vampiros, lo que en lengua eslava significa muertos vivientes... (texto basado en "Sheol" de la excelentísima Vanessa Durán)
"Y ese no-muerto, un ángel caído del cielo junto a Lucifer que escapó en busca de libertad y que no encontró otra condena que la cárcel de aquellos ojos femeninos... Los ojos de aquella mujer, una mortal, que le entregó su alma y su cuerpo y también su vida..."