Nota inicial: Después de la Introducción, con esto doy paso a la segunda versión de este fic. Probablemente ya no será lo mismo que en algún momento solió ser... pero puedo decir que estoy más contenta con el resultado. Esto va dedicado a todos aquellos que me han dado su apoyo, ellos saben quienes son y les estoy infinitamente agradecida, por esperar una segunda versión, aunque quien sabe si ahora les vaya a gustar, ya que hice infinidad de cambios, pero no quiero adelantarles las cosas, así que mejor comiencen a leer ^^.


( ) Observación
" " Pensamiento.

"SECRETOS DEL PASADO" 

CAPITULO UNO:  “EL REGRESO”

Tres años han pasado ya desde que las legendarias guerreras mágicas provenientes de Mundo Místico -Lucía Shidou, Anaís Hououji y Marina Ryuuzaki-, terminaron con la amenaza del espíritu de Devoner que imperaba en Céfiro, provocado por los miedos de los habitantes, durante la llamada "Guerra del Pilar" de aquel planeta.
Ellas ya tienen 17 años y asisten a la preparatoria en la misma escuela en la que iban en secundaria y llevan el mismo uniforme que siempre han usado. A través de los años, las ahora jovencitas han cambiado tanto física como psicológicamente. La experiencia de los años, le ha dado un toque de madurez a sus inocentes rostros.
La pequeña y pelirroja Lucy creció en estatura algunos centimetros, aunque sigue siendo la más bajita de las tres jóvenes muchachas. Anaís por otro lado, dejó crecer su cabello un poco y aunque sus amigas insistían que cambiara sus lentes de armazón por unos de contacto, parece que la rubia se ha acostumbrado a ellos y rechazó amablemente el consejo (son parte importante de lo que es ella). Marina, por el contrario, recortó su cabello un poco más abajo de la mitad de su espalda.

Ya que han pasado exactamente tres años desde que las chicas fueran por primera vez a ese mágico mundo, considerado por ellas, como un tipo de aniversario, decidieron reunirse en la Torre de Tokyo. Deseaban regresar a aquel maravilloso mundo. Era un día especial y quizá lograrían ir, o quizá no.
Aquel día por la tarde, era viernes y las jóvenes decidieron reunirse después de la escuela. La primera en llegar fue Marina, luego Anaís y por último Lucy, aunque era muy extraño, ya que esta chica siempre era la primera en llegar.

—Hola chicas, perdón por el retraso, pero es que tuve que quedarme a hacer el aseo del salón —dijo la joven resoplando. Cualquiera que la hubiera visto en ese momento hubiera pensado que se había venido volando para llegar a tiempo.
—Está bien Lucy —dijo amablemente Anaís.

—Sí, no te preocupes.

—Me alegra tanto verlas chicas, ya ha pasado tanto tiempo —dijo alegremente Lucy.
—Sí, yo también —le dijo Marina.
—Sí, ya hace tres meses.

Un breve momento de silencio las cubrió, simplemente unas dulces sonrisas iluminaban sus rostros, hasta que tan fantástico momento fue interrumpido.

—Oigan chicas, ¿no les gustaría ver a nuestros amigos nuevamente? Para eso vinimos ¿o no? —preguntó Anaís ansiosa. Los ojos marrón de Lucy se iluminaron.
—Claro, eso sería encantador, pero hace un año que no lo intentamos y no sabemos si vaya a resultar.
—Quizá esta ocasión si logremos regresar.
—Sí, yo también lo espero Marina, tengo tantas ganas de ver a... —Lucy detuvo su explicación, mientras sus mejillas adquirían un color rosado.

—¿A Latis? —preguntó pícaramente Marina.

—Pues sí —contestó tímidamente.

—Ya lo sabíamos—dijo Anaís.
—Además escuchamos lo que se dijeron el último día —suspiró Marina llevándose las manos al rostro de modo casi cursi.
—¿Lo... lo escucharon? —la sangre subió aún más al rostro de la chica y ahora sus mejillas se mostraban rojizas.

—No te preocupes Lucy, no hay nada de que avergonzarse, yo también tengo ganas de ver a Paris.

—Supongo que tú querrás ver a Ascot ¿no es así Marina?

—Lucy, ¡cómo puedes decir eso! ¿Cómo es que se les puede hacer entender que a mi no me gusta Ascot? —dijo Marina tratando de no exaltarse y asustar a sus amigas— "Pero si hay alguien a quien en verdad deseo ver"
.
—No te molestes Marina, ya conoces a Lucy —dijo Anaís.

—Bueno chicas, entonces hagámoslo.

Después de que la pequeña pelirroja dijera ésto, las chicas se tomaron de las manos y comenzaron a concentrarse, cosa que provocó que mucha de la gente que se encontrara de visita en la Torre les mirara desconcertados y empezara a cuchicear morbosamente. Pero ni una luz, ni un simple haz, nada sucedió.

—¿Por qué siempre que lo intentamos no podemos regresar?
—Tranquilizate Marina.

—¿¡Cómo esperas que me calme Anaís!?. Desde hace dos años hemos tratado de regresar a Céfiro y lo hemos hecho en vano.

—Quizá estamos haciendo algo mal.

—O quizá es porque ahora viven en paz y no necesitan de nosotras —dijo tristemente Lucy—. Quizá sólo podemos ir cuando nos necesitan.

—Quizá nunca podremos regresar —Anaís comenzaba a sonar algo decepcionada.

—Entonces será mejor que nos vayamos, no vale la pena que sigamos aquí.

Dicho esto y no explicándose como, ni en ese momento, ni después; una ya conocida luz dorada las cegó. La Torre de Tokyo había desaparecido bajo sus pies y las tres jóvenes comenzaron a caer y caer por los aires desde una altura bastante considerable. Habían llegado a Céfiro, su mayor deseo se había cumplido. A lo lejos, en lontananza, se podían observar las islas flotantes con aquellos cristales encima de éstas que reflejaban diversos colores. También vieron las escarpadas montañas, cubiertas de nieve en la punta y un volcán humeante, ligeras emanaciones blancas y grises salían de él, como si sólo estuviera descansando. Y más alejado aún, podía divisarse agua, un lago quizá. No tenía modo de ser el mar. El agua estaba quieta y sólo el viento creaba pequeñas ondas.

—¡Hemos regresado, al fin! —dijo alegremente Lucy al ver el majestuoso paisaje que ahora admiraba.
Marina un tanto preocupada, bastante preocupada sería una mejor descripción, expresó temerosamente: —Si, pero si no hacemos algo pronto, moriremos.

—¿Creen que venga alguien por nosotras?

—¿Dónde está ese pez cuando más se le necesita? —gritó Marina con desesperación.
En cualquier momento habría un golpe mortal.
—Debemos hacer algo o nos ahogaremos.

Marina y Anaís que no habían notado el pequeño lago que estaba a pocos metros de sus pies, y que de no haber sido por el oportuno comentario de su amiga, quizá no se hubieran percatado de ese minúsculo detalle comenzaron a gritar, y luego a aquel coro de horror se les unió Lucy. El trío cerró sus ojos hasta que sintieron que sus cuerpos dejaban de caer.

—¿Estamos muertas? —preguntó la chica de cabello azulado entreabriendo los ojos.

Las tres se encontraban flotando a un pie de altura del lago. Cuando abrieron los ojos para descubrir ésto, lo que sea que las había detenido, ahora había desaparecido y cayeron al agua.

—¡Marina! ¡Anaís! ¿Se encuentran bien? —era Lucy quien emergió del agua buscando a sus amigas con la vista.
—Sí —dijeron ambas emergiendo en el agua.
—¿Dónde estamos? —preguntó Lucy con el cabello chorreante sobre su rostro, mientras observaba sus alrededores para ver si podía identificar el lugar en el que se encontraban.

—Será mejor salir de aquí cuanto antes y secar nuestras ropas o sino nos resfriaremos —
Anaís se preocupaba siempre por el bienestar de sus amigas. Un simple resfriado era casi imperdonable para ella. En ocasiones se comportaba como la mamá de las tres, y el título de mamá le quedaba muy apropiado. Siempre estaba al tanto de sus compañeras y amigas, si estaban enfermas, si les había ido bien en la escuela, entre otras muchas cosas.

Las jóvenes nadaron hasta la orilla del lago. El agua de éste era cálida y refrescante, pero cuando salieron, les asaltó un escalofrío. Ya en tierra, exprimieron sus ropas, no tenían otra opción. Era eso o esperar a que el sol secara sus uniformes y ellas no estaban dispuestas a desperdiciar tiempo tan precioso. Y ya, con el uniforme aún húmedo y arrugado, y no llevando puestos sus zapatos, comenzaron a caminar lentamente.
El pasto bajo sus pies era suave y verde, ¡era primavera en Céfiro! Hasta se sintieron reconfortadas de caminar descalzas, era una sensación deliciosa... las plantas de sus pies tocando una suave alfombra verde. Se detuvieron un poco a mirar sus alrededores, se sintieron como en un sueño, no había lugar más hermoso que ese. El Sol reflejado en el agua clara y cristalina, las aves trinando, los animales tomando agua y corriendo alegremente de un lugar a otro, todo era como el bello retrato de la perfección. Era notorio que Céfiro pasaba por una muy buena temporada. Los árboles en flor, ¡pero qué flores tan más hermosas! Brillantes y orgullosas, sujetas a las ramas que se balanceaban con la débil brisa, pero no por eso menos exquisita, proveniente del oeste. La fragancia del aire era fantástica, a yerba mezclada con flores silvestres.

—Nunca había visto a Céfiro de esta manera —expresó Lucy no pudiendo creer que en ese momento lo que era una realidad, parecía un hermoso sueño del que no quería despertar.
—A mi también me dio esa misma impresión —dijo Anaís.
—Es como estar sumergida en un sueño —dijo Marina.
—Pero no podemos quedarnos aquí. Vinimos a ver a nuestros amigos. Ya tendremos tiempo de disfrutar esto.
—Sí, y cuando vea a ese pez azul le diré unas cuantas verdades.
—Quizá no se dieron cuenta que veníamos —dijo Lucy.
—Si eso es verdad, sería divertido ver sus caras de sorpresa —dijo Anaís—. Pero primero hay que saber donde nos encontramos.

Las tres se fueron en direcciones diferentes, tratando de no alejarse demasiado. Unos minutos después, Anaís les gritó a lo lejos, ya había encontrado el castillo. Entre las copas de los frondosos árboles podía verse como se alzaba majestuosamente. Seguía igual, tres afiladas y delgadas torres de cristal unidas entre sí, éstas brillaban intensamente reflejando diversos colores como los diamantes, viéndolo desde distintas perspectivas. Era como si entonaran una hermosa y silenciosa melodía de luces.

Y así, las tres jóvenes, corrieron con un entusiasmo inimaginable y una excitación incalculable. Deseaban llegar lo antes posible al castillo, el cansancio de sus piernas era lo de menos. Si podían calcular bien, hacía pocas horas que había amanecido en ese lugar, no como en Tokyo, que ya faltaban pocas horas para que el crepúsculo llegara. Y corrieron y corrieron, hasta que sintieron ligero dolor en sus pies. Era el momento de ponerse los zapatos otra vez, y no es que no les gustara correr descalzas, sino que algunas piedras pequeñas se atravesaban en su camino, y habían comenzado a molestarles.

Y la idea que tenían las jóvenes al creer que ninguno de los habitantes en el castillo había notado su presencia, quizá no era un pensamiento tan equivocado. Todos se encontraban en un largo comedor de paredes blancas. No era de sorprenderse que gran parte de los cuartos del castillo fueran de este color. Quizá dar el efecto de majestuosidad, elegancia y nobleza que el castillo merecía. No por algo era el Castillo Central de Céfiro.
Al parecer los pocos que habitaban el castillo desayunaban, había comida en abundancia en la mesa: panes, mantequilla, copas de oro llenas de vino y de cristal llenas de agua, fruta de temporada, las manzanas más rojas y los duraznos más carnosos, y tres tartas de estupenda apariencia recién hechas (y aún humeaban provocando un aroma delicioso). Un joven en la oscuridad encendía una mediana y curva pipa, de la cual comenzó a fumar. ¿Quien es esa persona? no lo sabemos, pero parece familiar. Al menos su ropaje blanco no nos es tan desconocido.

_ _ _ _ _
Regresando a los verdes bosques cefirianos, las jóvenes ya estaban cerca de su objetivo: el castillo. El tiempo que han corrido no lo han contado, para ellas ha pasado tan poco, pero no dudaríamos en decir que habían pasado unos cuantos minutos desde que cayeran en el agua.

—Ya se ve algo allá —señaló Marina.
—Ya llegamos —dijo jadeando un poco Lucy.

—En aquel lugar debe haber una entrada, supongo que por eso hay tantos guardias.

Y no es que fueran "tantos" guardias en realidad, pero no era común para ellas ver tanta gente al cuidado de una entrada. Pero no hay que olvidar que ese es un castillo muy importante.
Las jóvenes se acercan lentamente, en ocasiones regresando sus pasos por donde venían, pero siempre con la intención de cumplir su sueño. Y es que ya habían pasado por muchas cosas como para arrepentirse en ese momento. Mientras más se acercaban, más grande se veía esa puerta, que mas que puerta, era un arco en forma de media luna, con una altura de 4 metros en aproximación y un ancho por el que podrían entrar diez personas fácilmente y sin chocar.
Los guardias, quienes portaban un uniforme color verde con bandas en dorado, permanecían de pie, erguidos como un viejo árbol, algunos conversaban, mientras que otros tarareaban alguna canción. Uno de ellos vio a las jóvenes aproximarse hacia ellos y todos guardaron silencio, como si uno de los capitanes se aproximara y esperara que no les diera un castigo por charlar en horas de trabajo.

—Disculpe...
—Guardia de las puertas de Céfiro —dijo uno—. Hagan el favor de identificarse.
—Anaís Hououji —dijo la rubia amablemente.
—¿De dónde vienen? —preguntó el mismo guardia.
—Mundo Místico, claro —dijo Marina ya algo fastidiada por la actitud de estos guardias.

Lo inesperado sucedió, Primero se escuchó un '¡Oh!' de asombro, pero luego fue seguido por una fuerte risa que retumbó en los bosques vecinos. Muchos de ellos se doblaron con el esfuerzo. Obviamente ninguna de las jóvenes le vio lo gracioso al "chiste".

Eso es imposible —dijo otro guardia, enjugándose las lágrimas que había derramado. Hacía mucho tiempo que no reía de ese modo.
—Pues puede ver que no lo es —dijo Anaís con ese tonito que en ocasiones le caracterizaba, algo irónico.
—Sus ropas indican que no son de aquí, no lo negaré. Sí parecen venir de otro lugar —empezó a decir un tercer guardia—, pero no parecen venir de Mundo Místico. Que cosa tan más absurda. Sólo falta que digan que son las Guerreras Mágicas.

El sarcasmo poco intencional del guardia provocó nuevamente la risa de sus compañeros.

—Entonces, a ver, señoritas del Mundo Místico, ¿podrían decirnos que es lo que buscan en este lugar? —preguntó un cuarto guardia burlonamente.
—Vinimos a ver a nuestros amigos —dijo Lucy.
—Eso lo explica. Oye Kardin —dijo un quinto guardia a otro más joven, el guarida más joven en realidad—, ¿por qué no vas y le avisas a nuestro futuro rey que unas jóvenes que se proclaman ser de Mundo Místico vienen a ver a sus 'amigos'?

—No puedo ir a importunarle con eso —dijo éste nervioso.

Y mientras los guardias parecían seguir disfrutando de la 'broma', alguien llegó en ese momento.

—Pero si son ustedes... —se escuchó una voz asombrada entre las sombras, pero no muy animada.

Se trataba de una alta y pálida mujer. Era rubia y traía su largo cabello amarrado en una larga y lacia coleta. Vestida con un traje largo color crema y anaranjado, y con abertura al lado de ambas piernas, de mangas largas, pero dejando mostrar sus hombros, en uno de los cuales había un lunar en forma de V.

—¿Las conoce? —preguntó uno de los guardias.
—Sí —repondió ésta, nerviosa—. Déjenlas pasar.

Las tres jóvenes pasaron entre los guardias que las miraban desconfiados. Habiendo pasado a los vigilantes, las tres corrieron al encuentro de la chica rubia.

—¡Presea! —gritó Lucy emocionada mientras abrazaba a la joven. Ésta, aunque no muy entusiasmada, también le abrazó, mientras un brillo de horror se asomaba en sus ojos.
—¡Nos alegra verte Presea! De no haber sido por ti, esos guardias no nos hubieran permitido el paso.

La chica de cabello dorado, aunque con una sonrisa turbia y nerviosa, se soltó de Lucy y comenzó a caminar por uno de los pasillos haciendo un ademán de que le siguiesen.

—Presea...
—Dime Marina —contestó con la misma sonrisa forzada.

—¿Estás bien? Te ves un poco rara.

—Discúlpenme —dijo con una pequeña reverencia—. Es sólo que me sorprendieron muchísimo.

—Creímos que sería una sorpresa agradable —sonríe Lucy mientras toma el brazo de la joven— ¡Presea estás temblando! —dijo algo preocupada— No estarás enferma ¿o sí?

—Estoy bien —dijo incómoda, pero más que nada tratando de ocultar una inexplicable preocupación—. Acompáñenme.

Varios minutos caminaron por zigzagueantes pasillos, de altos techos y ventanas ovaladas sin vidrio que daban a los exteriores; salvo otros que parecían pasillos que llevaban a mazmorras, cosa que era absurda. Éstos eran oscuros y sin ventanas o siquiera puertas que indicaran que eran transitados en alguna ocasión. Al fin, llegaron hasta una gran puerta blanca decorada con piedras preciosas como amatistas, zafiros, turquesas y rubíes.
Presea apenas tuvo contacto con las puertas y éstas comenzaron a abrirse lentamente, provocando un efecto de impaciencia en las jóvenes. Lamentablemente se llevaron una terrible decepción, pues nadie se encontraba dentro.


—Debieron ir al Salón del Trono —La rubia cierra la puerta y caminan por donde habían llegado para luego entrar en otro pasillo, todo era como un gran laberinto. Era difícil recordar que tanto habían caminado, o mas aún, donde se encontraba la salida más cercana.
El sonido de que algo se acercaba rebotando por el final de aquel largo e iluminado pasillo se escuchaba claramente. Luego ven una pequeña figura que se hace clara para ellas mientras más se aproximaba.

—¡Pu pu! —Un pequeño bulto blanco y orejudo brinca a brazos de Lucy.
—¡Nikona! ¡Qué gusto verte!
—el animal vuelve a dar otro salto para caer en el regazo de Anaís.
—¡Nikona, sigues igual de esponjosita! —luego, el ser, brinca a los brazos de Marina.
—¡Nikona, ya te extrañábamos mucho!
Nikona, ¿están todos en el Salón del Trono? —preguntó Presea.
—Pu —respondió ésta.

—Bien chicas, entonces vayamos allá —caminó por el pasillo alejándose un poco de las jóvenes.

Continuaron su camino tan silenciosas como habían comenzado. Marina llegó a creer que quizá era una tortura ir y venir por todo ese lugar sin conocer o tener un mapa. ¿A quién se le había ocurrido construir algo así? Debía tener alguna clase de magia, eso debía ser lo que les permitía no perderse.
Minutos más tarde llegaron hasta otra puerta, mucho más majestuosa y elegante que la anterior. De un mineral de extrema dureza y de color blanco. Presea nuevamente, al ligero contacto, hizo que ésta se abriera. En efecto estaban todos reunidos como de costumbre. La puerta abrió hacia algo que ellas no habían conocido, mucho bullicio, murmullos, conversaciones, dos niños persiguiendo al hada Primavera quien trataba inútilmente de refugiarse detrás de Latis.
Aunque al principio ninguno de ellos se percató de la llegada de las jóvenes, el silencio se hizo notar prontamente.

—¡No puedo creerlo! —gritó emocionada Caldina mientras corría al encuentro de las jovencitas y las abrazaba efusivamente.
—También nos da gusto verte —dijo Lucy, aunque sintiéndose un poco ahogada con el abrazo.

—Jamás me imaginé que regresarían —habló nuevamente la ilusionista—. Sí lo llegué a pensar en alguna ocasión, sí, pero ¡qué magnífica sorpresa!

—Nosotras quisimos regresar desde hace 2 años, pero sólo hasta el día de hoy lo logramos —comentó Anaís felizmente.

—De verdad no saben lo feliz que estoy en este momento.

—Suéltalas Caldina, ¿no ves que las estás asfixiando? —dijo un joven rubio a lo lejos.
—¡Ráfaga! —gritaron las tres al unísono.
—Bienvenidas —dijo éste con una sonrisa.

—Mis queridas niñas... —se escuchó una dulce y melodiosa voz que provenía de un joven de aproximadamente 20 años de cabello color lila, que se encontraba en el trono frente a las jóvenes.

—¿Clef? —preguntó Marina dubitativa, aunque casi reconociendo la voz.

—El mismo mago que conocieron hace 3 años —dijo sonriente. En verdad era una sorpresa que aquel mago que ellas conocieron, que aparentaba 10 años de edad, ahora se viera tan... diferente.

—Perdona la pregunta y quizá mi mala educación ¿pero cómo fue que decidiste cambiar de apariencia Gurú Clef? —preguntó Lucy.

—¿Eh? —se sorprendió un poco el mago con la pregunta, no se la esperaba, pero retomó la platica rápidamente— Como en estos momentos tengo que encargarme de las relaciones comerciales entre Céfiro y los otros planetas no era conveniente que pareciera un niño. Fue un cambio inevitable —luego su mirada pareció ensombreserse—. "Cosas importantes lo requerían. No había otra opción"

—¿Te refieres a Farem, Autozam y Cizeta? —retomó la conversación Anaís.

—Sí —dijo aún ensimismado en sus pensamientos.

No fue sino hasta ese momento, en que Anaís vio a Paris, quien se encontraba recargado en una de las columnas del recinto con los brazos cruzados y los ojos cerrados. ¿Era posible que estuviera dormido de pie?

—Pero no se queden ahí paradas mis niñas —dijo dulcemente el mago mientras alzó su báculo unos centímetros del suelo, la piedra morada que formaba el ojo de la bestia que éste tenía, brilló, y tres sillas blancas aparecieron.
—Una visita inesperada, pero no por ello menos agradable.

—¡Ascot! —dijeron las tres al unísono.

—¿Y cómo fue que llegaron aquí? —preguntó Latis.
—Como ya Anaís había comentado, nosotras deseabamos regresar a Céfiro con todo nuestro corazón desde hace mucho tiempo, pero sólo hasta hoy lo logramos —contestó sonriendo Marina.

De repente, un niño de cabello rubio y ojos azules con reflejos grises como de 5 años -en realidad aparentaba 5 años, aunque era mucho menor a la edad mencionada-, se acercó a Caldina.

—Mamá, ¿quiénes son esas chicas?
—Son las Guerreras Mágicas, Helios —dijo la ilusionista inclinándose al chiquillo.

—¿Es tu hijo Caldina? —preguntó muy sorprendida Anaís.

—¿Entonces ya se casaron? —continuó Marina— Tu y Ráfaga, me refiero.

—A ambas preguntas la respuesta es sí —Caldina acerca a su hijo con la guerreras—. Preséntate con las chicas.

—Mi nombre es Helios. Es un honor conocer a las Legendarias Guerreras Mágicas de Mundo Místico —hace una reverencia elegantemente.
También una niña que aparenta la misma edad que el chiquillo, pero de cabello negro ondulado hasta la mitad de la espalda y de ojos azules, se acerca.
También es un gusto conocerlas Guerreras Mágicas —hace una reverencia— Mis padres me han hablado mucho de ustedes.
—Eres una copiona Zafiro —replicó el niño a la chiquilla.

—¡Eso no es cierto!

—¡Sí!

—Me las vas a pagar —Zafiro comienza a perseguir a Helios por toda la habitación.

—No me alcanzarás —el pequeño le muestra la lengua a la niña lo que hace que se enfurezca.


Todos comenzaron a reír con la escena.

—¿También es tu hija, Caldina? —preguntó Lucy.

Todos los que se encontraban en el cuarto en ese momento intercambiaron miradas.

—¿Dije algo malo?
—No Lucy —contestó Caldina— Es sólo qué...

De pronto la puerta -que estaba detrás de las Guerreras-, comenzó a abrirse. Zafiro deja de perseguir a Helios para ir corriendo hacia ésta. Las jóvenes no le dieron mucha importancia a ésto, puesto que esperaban ansiosas una respuesta a la pregunta de Lucy.

—¡Mamá! ¡Papá! Que bueno que llegaron —dijo Zafiro ya muy cerca de la puerta.

Al escuchar ésto, y algo confundidas, las Guerreras voltean a ver quienes son los padres de Zafiro.
 

Belly Tiamat Atardecer.



© Todos los personajes (excepto los inventados por mi) son propiedad del grupo CLAMP y ésto no se hace con fin de robar o ganar dinero, así que no me demanden.