Cabeza de Calabaza

Episodio VIII: el camino de siempre (I parte)

 

 

- Hum. Veo, veo… veo algo que era antes era rosado y ahora es rojo… Dime qué es. Ja, si puedes.

Sangre, sudor, y más sangre. Era un instante, un eterno segundo en el que Lucy no quería saber nada de nada de eso pues ya era suficiente con el tajante dolor causado por la fuerza imprimida de las garras del sapo contra la piel de su brazo. Ella sentía la nariz llena de agua con cloro y una horrible sensación de estar lamiéndole las axilas al monstruo se apoderó de toda su garganta. Su estómago abandonaba paulatinamente sus fuerzas, traicionándola haciendo que el invisible alambre de púas alrededor de su cabeza recrudeciera todo el dolor recibido hasta el momento. Y sus ojos podían no dar muestra de ceder, pero ella ya sabía que sería una nimia cuestión de segundos antes de que el típico lagrimeo constante inherente a este tipo de situaciones le diese la gana de ocurrir. Pero total, era mejor perderse el espectáculo. Imaginar, así fuera en un plano remoto, al monstruo usando la cosa esa con forma de hueso del otro brazo para rematarla mientras el brazo que él aferraba con fuerza cedía a la presión y se partía, rompiéndose la piel en carmesíes emanaciones y exponiendo el vino tinto pedazo de hueso entre fuertes quejidos de dolor de la directamente afectada no era algo bonito de ver. Y ahí, justo ahí, rauda como la luz, llegó. Y para quedarse. Maldita sea. En su cabeza, se atravesó la molesta impresión de estar en el papel de una chica cuya vida había cuidado a la perfección de terribles peligros para perderla en un dos por tres contra una sangrienta criatura cuya tremenda fortaleza le extinguía todo poder de decisión y duda sin más respaldo. Pero el malestar, la noción de injusticia en la idea, se desvaneció cuando la otra también llegó. La que pisa fuerte llegó y se sentó en su hombro. Aquélla que desafía elegantemente toda descripción en meras palabras, sólo extendió su dedo para introducir en la cabeza de la guerrera la película de miedo más espantosa de todas. Una que comienza con una escena que enfoca el gris, tormentoso cielo arriba del pico de una oscura montaña vista desde sus laderas, y que baja lentamente la cámara para mostrar bien de qué se trataba la lección de montañismo. Enfrente, a las puras doce en punto de la nariz de Lucy, está un túnel. Ella se acerca y se da cuenta de que es tan bajo, que no puede caber parada y pega un mejor vistacito al interior oscuro de éste. Observa que no sigue derecho, sino que se continúa en una reluciente deslizadera de concreto que va bien empinada hacia abajo y en cuyo final se alcanza a vislumbrar un pequeño punto de luz. No lo desea aceptar, pero ella lo sabe: ese punto es la meta, y toda la confusión acabará. No hay más barreras que cruzar, sólo esa pulida cuesta que va hacia la salvación, y fin. Pero toca tomar la ruta difícil, porque las cosas ridículas que por cualquier idiota razón se vuelven indispensables jamás dejarán de llegar por ése, el camino de siempre. Mas tan insufrible se tornó su pena, que la película se distorcionó y se le entrometieron cortos con la imagen de ella misma babeando de manera abundante y gritando entre espumazo y espumazo. Tan lejos llegó el malestar y tan insoportable se volvió la sensanción de estar respirando pintura en lugar de oxígeno, que al darse cuenta de que acercarse más al túnel calmaba sus dolores bien rico, decidió sentarse en la deslizadera sin pensarlo mucho mejor. Y su viaje tan solamente estaba a punto de comenzar cuand… ¡SLASH! En un momento de absoluto desprendimiento de los sentidos en el que el demonio dejó de lacerar con esa garra su piel, en un impacto suave pero perturbador,

Justo cuando las cosas están a punto de darse, cuando la meta ansiada ya se vuelve un sueño hecho realidad, lo menos deseable siempre se trata de una sorpresa. Acabar con la vida de ciertos indefensos inocentes había tenido su gracia hasta ese momento, pero lo bacano hubiera sido haberle hecho la vida (y la muerte, de paso) imposible a alguien en especial. Ponerle un sabor al dolor de ese alguien, repasar la sazón de sus deliciosas lágrimas por unos segundos, es una sensación de las mejores para reiniciar una nueva ola de toma de estúpidas e inútiles vidas en violentas circunstancias. Y justo cuando lo bueno llegaba, la maldita espada se atraviesa en la pura cara. Sí, en la pura cara. Marina había dado un golpe de plano para darle justo en medio del rostro a la criatura, y lo había asestado por la espalda para hacerlo todo más seguro. La espada había atravesado el inmenso cráneo del demonio pero se había detenido justo antes de tocar el labio superior. Es decir, casi a mitad del trayecto completo de la cabeza. Pero el crédito de estropear la trayectoria de la espada no se lo llevaba sólo la espesura de la cabeza a ese punto, sino el derramamiento de la última gota de fuerza de voluntad que había llevado a Marina a atacar. El cansancio la había vencido al darse cuenta que el demonio no se había caído de golpe al recibir la estocada y, encima, sus piernas ni se habían doblado. Don Monstruo vio cómo su sangre morada manaba a goterones de la punta de maldita arma y no aguantó la furia más. Volteó sus ojos en una manera aberrante para cualquier criatura dotada de órganos visuales: ambos se dirigieron a la esquina opuesta de donte estaba la nariz, así los dos podrían ver mejor al atacante. La cabeza permaneció tiesa mientras toda la desesperanza de la guerrera del agua se iba reflejando poco a poco en la cansada mueca que acompañó la desaparición de sus fuerzas. Finalmente las dos oscuras iris de los grandes ojos la encontraron, y sólo bastó una mirada de tres segundos para que la bestia supiera qué hacer. Había alcanzado a ver el traje de Marina y la cosa que parecía una armadura y el resto lo dejó a su libre interpretación. Los ojos volvieron a su lugar con un espeluznante chillido de succión seguido del escape de dos gotas de un líquido anaranjado espeso que hicieron las veces de lágrimas, y lo siguiente fue el clásico comentario chistoso aderezado de la sonrisa matadora de este humilde servidor. Eso sí, no me la mire ni un instante más, que se me pone peor la niñita ésta. Heh, heh, heh…

- Ja, ja… ja, ja… Es… Es mágica, ¿cierto?

Ella lo había visto ya. Pasarse horas enteras enfrente de la televisión no había sido un desperdicio, y eso se hacía patente ahora mismo. Si el malo –esta… cosa…- no había intentado nada raro, y encima se reía todo fingido, es que las malas vacas apenas comenzaban. El ataque no había resultado, en pocas palabras. Marina lo repitió varias veces para salir de la impresión, y casi que no funcionó. Ya había sido suficiente con estar asustada de no saber qué hacer y de morir de alguna manera más fea que ser tragada por un monstruo baboso horrible, como para que ahora resultara que el malo fuera a intentar algo muy desagradable justamente con su frágil humanidad. No era justo, por favor. Eso no podía estar pasando, no a

- Lo es, ¿cierto?

- A… ¿ah?

- ¡La espada! ¡La puta espada! ¿Cierto?

El calor nació en su corazón. Había vuelto a pasar. Una palabra rara en la punta de su lengua. Eso era muy interesante, y muy bonito. Pero definitivamente nada hay tan bonito como ver algo morir mientras uno se pueda reír de ello. Ha. Dos sonrisas se formaron en su ser: una bien maliciosa en su rostro, y una muy ingenua en su corazón. La espada se fue deslizando lentamente a través del cuerpo del monstruo, haciendo ruidos propios de una operación quirúgica de rutina mientras describía una línea casi recta que bajaba por su garganta, su estómago, su pelvis y acababa sobre el humedo pasto del lugar. Marina no lo podía parar. La espada se había vuelto demasiado pesada para ella, y encima había adquirido una tonalidad lila por toda la hoja que lentamente se extendía por el mango. De haber sido por ella, la hubiese dejado deslizar todo lo que quisiera; al fin y al cabo la idea de morir en Céfiro jamás le agradó desde que la había encarado hacía casi un año. Pero es que no podía soltarla. Le ordenó a sus dedos, pero era como si éstos no estuvieran ahí. Ya había sentido eso mismo cuando tuvo que hacer un proyecto para literatura y debió pasarse todo el día tecleando en la máquina, y se asustó de muerte. Todo intento resultó inútil, y los que siguieran serían lo mismo pues ella ya lo tenía muy claro: la había atrapado. El monstruo malo la tenía en sus garras. La bella estaba a merced de la bestia.

Este cuerpo de rana no tenía nariz, y era una desgracia. Así, no iba a funcionar esa broma tan cómica de que él podía oler el miedo de su presa. Como fuera, igual quienes no pudiesen escapar de su hechizo a estas alturas del partido estaban lo suficientemente asustados como para notar la diferencia. Lentamente se volteó, y vio la merienda. El siempre había pensado en una víctima como un dulce relleno: la primera capa es del miedo, la segunda es el delicioso relleno de la gloria. Y sin pensarlo más, la verde monstruosidad inició el show:

- Magia, magia. Adoro la magia, ¿sabes?

- Hummpf… hummpf… ¿Quién eres?

- ¡Jo! ¿En serio quieres saber quién soy? ¿EH?!?- casi que pegó su cara a la de ella.

- Co... ¿Con quién trabajas?

- Para comenzar, soy y no soy. Soy, porque te preguntas quién es ese lindo sapito y te respondes: "ese lindo sapito es un gran cabrón que está usando magia para matarme del susto" ¿Sí ves? Si me describes así, es que soy. Ahora, no soy porque le preguntas a cualquiera de estos imbéciles maricas que nos están mirando y ninguno te da buena respuesta. No saben quién soy ni de dónde vengo. Ni para ellos ni para nadie soy, esclarezco mi punto. Ahora, si quieres más pistas, vengo de muy lejos. Soy un transeúnte de tiempo venido de muchos años atrás; de una época donde tú y todo ser viviente sobre la faz de Céfiro valía nada más que su peso en carne. Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?

- Yo…

- No hables. Te sentirás mejor si no dices nada. Hum, como te decía, soy un espectador aquí en Céfiro. Los tiempos avanzaron, y me dejaron atrás. Yo vi nacer este gran planeta, y él mismo me ha dejado en el olvido, traicionándome. ¿Cómo se atrevió? ¿Puedes imaginar cómo?

- Qui… Quién…

- ¿¡PUEDES?! ¿Te gustaría que te pasara a ti? ¿Crees que es bonito estar fuera de onda por tantos años?

Su fétido aliento de estanque dio con las narices de Marina y ella apartó la cabeza en un movimiento cuya agilidad dio de lleno en el orgullo del demonio. Ella no pudo ocultar las tremulaciones de horror de sus cejas de esos ojos amarillos con crueldad, pero más le hubiera valido. Ya era suficiente de palabras, pensó él. Ya le había llegado la hora de las emociones a nuestra azulada amiguita.

- No lo es. Porque, ¿sabes acaso de algo que sea en verdad bonito?

- ¿De qué hablas?- la fuerza del hechizo del demonio había sido reducida, así Marina podría expresarse con mayor naturalidad. O al menos así lo veía ella.

- Hablo de la pureza. De un concepto que va más allá de todo otro concepto concebido en la historia de este puerco planeta. Una idea que es muy especial, pues es la más verdadera de todas y (me enorgullece decirlo) toda mía.

- Oye, muy bonito y todo, pero… ¿podrías decir eso en un idioma que todos entendamos?- la confianza había nacido en ella de nuevo. No podía moverse en absoluto del lugar, pero ya no importaba. Al fin y al cabo, perro que ladra no muere, ¿cierto? Y sapo que habla idioteces, pues… lo que corresponda, pues.

- ¡¿EN SERIO NO LO ENTIENDES O SOLO TE ESTAS HACIENDO LA ESTUPIDA, AH?!- Una larga sonrisa se dibujó en su monstruoso rostro, pero en realidad había sido exasperado al máximo-. Crees que soy un idiota, ¿verdad? Pues no. Niña tonta, eres una insolente sin sesos. No sabes con quién te estás metiendo…- la agarró de la boca y la hizo verle a los ojos- Sé de lo que hablo en absoluto.

- ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo, o qué?- la sonrisa en los labios de la joven era de sorna, pura sorna. El sapo simmplemente aparentó ignorarla y siguió.

- Toda la idea de lo perfecto y lo mundano, lo limpio y lo sucio, lo servible y lo vuelto basura, lo humano y lo divino, lo que está bien y lo que está mal, viene de un solo sujeto. ¿Acaso puedes adivinar quién es ese guapo y simpático individuo?… Sí, ¡SI! ¡Eso! ¡Yo! Gracias a mí, todo lo que es en Céfiro, es. Si mi obra no hubiese sido llevada a cabo hace tantos años, ni tú ni ninguno de esos cara de chocha que nos miran estuvieran aquí para contarlo. Yo existo, y Céfiro es mi profeta. Aquello es fue, es y será, fue, es y será gracias a mí. ¿Aún no lo captas, lindura? A ver te lo digo en un idioma que entenderás muy bien entenderás: YO… SOY… EL… SUJETO… EL DIOS… QUE…

Algo está andando muy mal en la cabeza de Marina. Los juegos por este estilo no le eran cómicos, para nada… qué diablos pasa…

- … CREO…

(No… que haga lo que sea, menos eso. Que ni lo piense, por favor)

- … ¡CEFIRO! (¡Noooooo!)

(¡Maldito, lo hizo!) (¿Ah? ¿Qué?)

Otro eterno instante en la memoria del directamente involucrado. La larga espada de escudo se irguió en un ángulo de casi 100 grados a la velocidad de la luz en posición de golpe certero contra la cabeza de la guerrera mágica del agua, en una terrible maniobra que pintaba con el sangriento y gráfico final de la vida de la joven. Ella sólo esperó con los ojos cerrados al golpe final que lo solucionaría todo en ese desagradable episodio de su corta vida, y se quedó esperando. Sorprendida de la ausencia de dolor físico alguno, lentamente abrió los ojos para asegurarse de que no estaba soñando que vivía y en verdad el golpe había sido fulminante. Trató de enfocar sus ojos, pero el filo del arma no le dejaba ver bien. Levantó la vista un poco y entendió la broma del monstruo. La hoja estaba muy, pero muy cerca de la piel de su frente. Tanto, que a simple vista (incluso desde ese ángulo) parecía que se había incrustado ligeramente en su cabeza. Con toda la atención centrada en este curioso incidente, nadie se había percatado que el demonio, habiendo retirado su cabeza rápidamente del área de impacto de la afilada espada, no había cambiado en nada la maliciosa sonrisa grabada en sus húmedos labios morados. Nadie se había percatado, que la función apenas seguía. El sólo esperaba. Ya la había asustado muy bien y sin usar trucos psicológicos de ninguna índole. Haber levantado la espada había sido un poco trabajoso, pues lo que en previas ocasiones similares consistió en visualizar, clavar y san se acabó (y de qué bonita manera) ahora fue un proceso de controlar la fuerza exacta de las partes exactas de sus brazos con perfecta precisión. Al comienzo fue un tanto descuidado e incluso excesivo, pero poco a poco recordó lo que lo hacía tan fácil antes y ejecutó con maestría. Justo cuando hizo las manos de Marina las suyas propias, en su mente apareció la idea limpia y concreta de que cuando sienten que van a morir, siempre pierden todo control de las extremidades; y ésa es justamente la llave para hacer mejor los hechizos de extraposesión. Hacer su miedo la gran arma, usar la confusión para controlar mejor los huesos y hacerles realizar lo requerido, es la parte primaria y más dura del hechizo. Pero una vez hecho correctamente, los resultados eran devastadores. Y encima quería ver más. La posición de Marina de inmediato le recordó el remoto día cuando mató a la pequeña primogénita de un matrimonio joven haciéndola usar sus manos para cogerse el cuello y, con la fuerza impresa por el maligno, enterrarse los pulgares en los lugares donde sus vasos sanguíneos principales se ubicaban (él sabía y sabe ubicar eso con precisión, pues casi todo lo sabe). Era casi la misma, sentada. Y también recordó haber visto algo muy chistoso mientras le echaba su típica historia: mientras hablaba, la pequeña se estaba orinanado sin poderse controlar. Primero notó la creciente mancha en sus pantalones, y luego vio cómo lentamente se iba formando el pequeño charco alrededor de su cuerpo, su cara llenándose con lágrimas. En esa época, cuando tenía un cuerpo dotado de nariz y que era en verdad más humano, el olor del aparentemente incoloro líquido sobre la duela de madera de la casa se volvió secretamente dentro de su sanguinaria visión de la pena ajena en cuestión de deliciosos segundos en la marca que siempre querría saber que existía en aquéllos que hubiesen de caer en sus manos de igual manera. Y por eso, lo mismo quería ver pasar ahora. La impresión había sido muy gratificante, y

- Yo lo creé todo, todo. Los árboles, los pastos, la luz, la oscuridad; la gente, lo que comen, con lo que hicieron sus casas, con lo que pudieron seguir su camino en la evolución. Lo construí todo, y todo lo que de allí se derivó: los pueblos, los pobres los ricos, el Pilar (¡GRRRR!); este castillo, esa fuente, esa maldita armadura, la estúpida magia que supuestamente dominas…

GUSH. El filo lentamente abrió su camino en la frente de Marina, ella difícilmente pudiendo hacer nada. El dolor fue como una aguja que se clavaba al mismo tiempo en medio de sus ojos y su corazón, y que la hacía sentirse como cayendo de un rascacielos con los brazos y piernas atadas…

- Esa espada…

Aunque su médula se estremeció horriblemente con la agudeza del sufrimento y sus ojos le picaron mucho, sólo fue el sonido inicial y nada más. La sangre consecuente a la herida ni un solo ruido más hizo. Goteo, caída, trayecto; todos eran inexistentes para el caso. Corrió en una sola gota que dejó a su paso un sendo y espeso trayecto escarlata marcado a lo largo del lado derecho del tabique de Marina. El tormento ya le era como un chicle con demasiado uso en la boca para la chica. Ni un solo sobresalto más, ni siquiera el sabor del horror sazonado con su propia sangre (pues la gota siguió un rumbo que se distanció grandemente en segundos de la esquina derecha de sus labios) la hizo reaccionar más allá de la sensación de ir a morir en breves instantes. Es que la noción fue tan sencilla, solamente fue sentirla para acomodarse en su regazo. Ya se había vuelto una cuestión de esperar un solo sufrimiento más en esa invisible agonía para marchar. ¿Pero marchar a dónde? Su cabeza preguntó de repente.

- Esa sangre…

¿Al cielo? ¿Al infierno? ¿A ambos? ¿A dónde cree que se van los que se rinden, señorita? ¿Los que se rinden así, ah? Seguro, rico acabar, ¿no? Es que esta tierra de Céfiro, muy bonita y todo, pero no me diga que así se va a volar de todo lo que deja pendiente. Hola, ¿qué le pasa? ¿Se quiere ir? Váyase, nadie la detiene. Pero qué cobardía, ahí sí no, no, no… Tanta gente que quisiera estar en sus botas, para ir dejando escapar el destino así. No, y no. Usted se merece mejor que eso, le cuento. Esta cosa no ha ganado, aunque intente bailar sobre sus sesos desparramados sobre el piso. Ya alguien volverá a atacarle, y usted quedará ahí como la pobrecita víctima que cayó en servicio del deber. (¿Cayó?) Sí, cayó. Tan bonito como suena. (No, no. Eso no puede pasar) Pero con esas baerbaridades que usted piensa… (Nada. Ya basta de esas pendejadas. No voy a morir aquí. No tiene sentido). ¿Cierto que no? (¡No! Ya mismo me paro y le muestro a este sapo idiota quién manda aquí. ¡Qué se creyó este…!) Pero rápido. La vi moverse, ya.

- Y esa riquísima sensación de miedo que está circulando por tu asquerosa cabeza. Heh, heh, heh… Y creo que ya es hora de llegar a mi punto.

Ya estaba como raro. Habían pasado como veinte segundos (bonita palabra también) desde la realización de la herida, y nada estaba pasando. Incluso había hecho a las manos de la guerrera introducir un poco más la espada, y nada emocionante estaba pasando. Aún buscaba su orina, la espuma de su saliva, al menos dos lagrimitas (lo más típico en casos de autodestrucción inducida como éstos. Al menitos eso, por fa…), pero nada, Su corazón se retorcía, sus manos se tornaron púrpura con la ira, se sentía como si hubiese estropeado todo el gran acto de magia fallando el tonto truco del conejo en el sombrero (el sentimiento era igual, pero la descripción no). Los ojos ardieron enrojeciéndose con la mostaza de la frustración y decidió acelerar un poco las cosas. Retiró de su cabeza todo lo que la herida de la espada significaba para él, y el verdadero infierno comenzó. Ya sin control telepático alguno, la hoja se introdujo a un paso muy rápido en la cabeza de Marina, comenzando a hacer emanar sangre a pequeños borbotones. Los chorros corrieron sobre sus cejas, sobre sus ojos, sobre sus mejillas y finalmente encontraron sosiego sobre las solapas de su ropa, ensuciándolas con densas manchas rojas que se alcanzaban a ver desde la lejanía. La pesadilla había comenzado para ella en efecto, pues justo había despertado de su lapsus de duda para encontrarse con su cerebro en serio peligro de daño. Hizo un gran esfuerzo, pero la cuchilla siguió haciendo el trabjo sucio en su cabeza (No). La penetrante nueva sensación llegó a los confines de su cráneo, a los puntos donde mucho sufrimiento no abría nuevos caminos (¡NO!). Se sentía caer con todo en su oscura tumba, y cerró los ojos (¡No, no ahora! ¡No tiene por qué pasar!). Lo que tuviese que ocurrir, ocurriría (Snif, snif. Por qué… ¡Jueputa, por qué!).

¡BOOOOM!

Eso, después un haz de luz demasiado brillante que los degó a casi todos, y finalmente la ceguera desapareció. A excepción de Marina y el monstruo, todo lo que había acabado de ocurrir había sido muy claro para todos. Al comienzo todos se preguntaban de dónde habían salido, pero al cabo de unos segundos se dieron cuenta de que lo único anormal con respecto al certero ataque de relámpagos había sido la ausencia total del grito de "Rayos" por parte de Clef. Pero eso no era lo único raro al respecto: en vez de alguna mueca híbrida de sarcasmo y calma, su rostro reflejaba una expresión de desespero grabada en las cuencas de sus ojos y sus labios con aceros ardientes; y el báculo lo tenía extendido hacia adelante, asiéndolo como si fuese una lanza de caballería esgrimida contra el resistente pecho de un demonio imaginario. Y todo se había dado en cuestión de minutos, mismos en los que aún una duda apestosa revoloteaba y se revolvía a modo de arcilla de escultura en la cabeza del mago. La lentitud de su ataque de desesperación no se había debido a una estupidez de último minuto, como ya lo había pensado algunos de sus cercanos en el momento, sino a la dificultad de hacer una resolución que en última instancia hubiera resultado (y por suerte no resultó) en la espantosamente dolorosa ruina de todo el esquema que debía seguirse a fin de pelear correctamente contra este tipo, quien ahora ocupaba el glorioso puesto de amenaza global cefiriana del año. Clef sabía que la vida de Marina aún estaba en juego (estaba absolutamente seguro de que el ataque esencialmente nada cambiaría. ¿Cómo? Quién sabe. Lo sabía y ya), pero no temió en absoluto cuando los ojos del preverso sapo se fijaron en él y su avergonzante pose. Y no precisamente porque hubiera visto cuando la espada dejó de intentar penetrar en su cráneo y la guerrera terminó desplomada a los pies de su atacante, pues ni siquiera se había percatado de ello en absoluto. La calma más rara que había sentido en toda su vida le relajó por completo el cuerpo, sensación que Clef jamás, en los años que le restaran de vida, podría saber con exactitud por qué se había dado. Y era natural, pues su verdadero cerebro (aquél que se había podido dar el lujo de revisar, considerar y concluir todos los puntos del angustioso caso sin la interferencia del terrible pálpito de que ella, su Marina, estaba a punto de morir en ese momento) jamás habría de responderle que todas las circunstancias con relación al ataque ya habían sido estudiadas y revisadas. Ya sabía, bien dentro de sí, que cuando la bestia fijara su vista en él y le viera en la delatora posición de ataque, ella estaría fuera de su hechizo y él a cargo absoluto de confrontar al malvado. Ninguna duda nació en su mente, ni su báculo tembló con miedo alguno, cuando el sapo lo miró fijamente entre esas odiosas invisibles paredes de terror amarillo que sus ojos proyectaban hacia los suyos. Todo andaba a la perfección, su corazón se lo decía latiendo en pálpitos que se traducían en ese lenguaje que ahora todo su cuerpo estaba dominando. Y contrario a lo que expresaran las inmediatas circunstancias, su mente no estaba planeando otro ataque. Estaba paralizada, pero tranquila. Tal era la impavidez de su mente, que Clef sentía como si su cerebro hubiese sido reemplazado por una almohada desdoblándose, con el resto del cuerpo sin preocuparse de ello. Al fin y al cabo, eso era muy natural. Ya sabía que el sapo lo volvería a hacer. Sí. Lo intentaría hacer de nuevo. Comenzaría

- -nito, ¿no, "señor"?

- ¿Eh?

- ¡No, no, NO! ¡Divino, es que véanlo! ¡Ya dándoselas del responsable, el jovencito de la casa! ¡Cómo ha crecido nuestro muchacho! ¿Perdón, es usted de la generación qué? ¿X? ¿Y? ¿Z? Ojalá, pa’ que sea el último que toque ir sacando de taquito de nuestra sociedad. ¡Qué tal el chamaquito éste! ¡No respondiéndole con propiedad a sus mayores! ¡Se le creció la fuerza de espíritu al niño en una noche! ¡JA! Muy bonito, hermosísimo, "mi señor". BIRIB-BIRIB…

- ¡Lo que sea que estés intentando, no lo lograrás!

(¡Huy, que miedo!¡Mira cómo tiemblo!)

La sonrisa en sus babosos labios se amplió mucho más. Grande fue el esfuerzo para evitar el sapo reírse de sus propios comentarios. Pero no era que él creyera que eran en verdad cómicos; eran las circunstancias dadas las que los hicieron en verdad disfrutables. Un zumbido semejante al producido por alas de mosca dentro de su cabeza le anunció que si el cacorrito y sus allegados tenían un plan, en definitiva nada mejor era que el que ya sus cansados deseos de sangre y sufrimiento ajeno ya habían fraguado en la tranquila privacidad de sus verdaderas fijaciones (Tres. Ya van tres. Tres malditas veces, y siempre saliéndose con la suya, los perros). Tenía sus ojos fijos en Clef, pero no así su mirada. En realidad estaba enfocando lo que percibía en los recóndtos rincones de su rango de vista y vio lo bien que andaba el plan para acaballar su última ofensiva (Oh, esta vez no lo lograrán. Ni lo sueñen, pendejitos). Al poder distinguir tremendamente bien cómo todos los que habían servido de meros espectadores hasta el momento ya estaban preparándose para armarle una numerosa defensa al maldito niño, su sonrisa se estrechó aún más. Y esta vez no fue el asunto con la risa sofocada de hacía unos segundos sino la incapacidad de los cálculos de su cerebro para tornarse tan discretos como habían sido los del mago. Se tornó inevitable de nuevo. Las imágenes se sucedían una y otra vez en su cabeza, resultado de las sádicas observaciones hechas tan minuciosamente en tan poco tiempo. (¡La absorbió! ¡Hurra, la absorbió! ¡Perfecto! ¡Heh, heh, heh!) Ya todo estaba preparado. Nadie pudo sospechar que la sangre derramada por la espada de Marina ya había sido absorbida por la tierra, despareciendo en un charco marrón que resplandeció como la cara de un espejo antes de desvanecerse por completo. La sangre jugaba un aspecto muy importante hoy, pues de comienzo eran los juegos artificiales de esta noche de luces y colores y de salida iban a ser los invitados de gala en un animado festival donde la carnicería estaría a la orden del día (aun cuando fuese inseguro que alguien más volviese a ver un día de sol en Céfiro). La trampa andaba sobre ruedas, ahora sólo faltaba revolotear el nido un tantito. Pero no más un tantito…

- Realmente divino –dijo, relamiéndose los labios ruidosamente-. Eres un chico muy dulce. Pero eso en últimas no importará de nada, mi impúber amigo. Lo bueno simplemente empieza…

(Eeeesoooo. Eeesoooo. Denle, denle. Con toda la confianza del mundo)

- … cuando la ranita adorada tiene que hacer las sabias decisiones dentro del plantel.

(Eeeso. Saquen sus armas, sus espaditas, su magia de juguete, que siempre hay espacio para la idiotez)

(¿Quieren más tiempo? Pues más tiempo, entonces. Igual, ninguno está fuera. Eso hay pa’ todos)

- … que en verdad no son ni las acciones, ni las palabras las que muestran el valor real de alguien como individuo. Es lo de adentro (Hah).

(¡Ya se están poniendo rabones! ¡Ya se pusieron rabones! ¡El marica de pelo negro ya se puso bien rabón! ¡Estos se me mandan en cualquier momento, no más píllenlos ahorita!)

¡FIZ! Una garra curvada de color negro salió de su dedo índice derecho, y todos la vieron. No importa, ése es el plan.

(¡Se me vinieron, se me vinieron! ¡Esto ya se puso muy bueno, no friegue! ¡Huy, juemaca!)

- Y ya que esto se va a poner gráfico, dime, ¿en qué imaginas que tus tripas valgan tan solo un poquito más que las mías, eh? ¡¿¡EH?!?

(¡Corra, cacorra!¡Más rápido, que lo dejó la carroza! ¡Cuidado se les cae la diadema, princesas!¡AH, JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA!)

(It’s showtime, folks!)

¡SNAP! ¡GRUUUUSHHHHHH! ¡BROOOOOOOM! ¡SNAP! ¡SNAP! ¡BROOOOOOOOOOOM!

(¡AAAAGGHHH! ¡COF, COF! ¡AUXIL…! ¡YAGHHHHFFFFFFF! ¡JA JA JA JA JA JA…!)

La tierra tembló, el mundo se estremeció horriblemente y todo se tornó en favor del caos. Era increíble para el sapo, a todo nivel. Lo que hasta nanosegundos antes nada más era una oscilante ola borrosa que iba para allá y acá en su imaginación, siempre implicando el mismo mensaje profundo de dolor y muerte, se recreó hasta en los más mínimos detalles frente a sus propios ojos. Todo, todo estaba ahí, para él solito: la marrón tierra seca, quebrada en gigantescos trozos que ningún ser humano hubiese podido levantar por más fuerza que hiciera; todos yaciendo a los pies de los gruesísimos troncos verdes de árbol que salían de bien dentro del suelo y se elevaban hasta centímetros abajo de la pálida cúpula que cubría el jardín del castillo. Moviéndose afanosamente arriba-abajo, de un lado a otro, retociéndose, golpeando poderosamente todo terreno a sus pies que no estuviera ya invadido por ellos mismos, y lo más importante: comiéndoselos. Sí, consumiéndolos lentamente. A ellos. Las largas plantas estaban estrechando entre el fuerte ruido selvático propio de hojas frotadas y una insoportable presión los cuerpos de todos y cada uno de sus atacantes. El ataque había sido todo un éxito, ninguno quedó por fuera. Todos habían tenido su parte de selva, como muy dentro de sí el sapo sabía. A algunos, como Paris y Ascot, simplemente los asía de la cintura pero enterrando las puntas de las ramas en la piel de sus torsos. Ráfaga y Latis la tenían un poquito más cara, el follaje haciéndoles soltar sus espadas y estirando sus miembros de maneras abominablemente dolorosas (Ráfaga tenía su pierna derecha agarrada por las matas, estirada hacia atrás en un ángulo de poco más de 45 grados entre el muslo y su espalda, mientras que la otra era rápidamente abierta hacia el lado izquierdo de su cintura, provocándole dolores de desprendimiento fatales en su pelvis. Mientras tanto, sus manos eran apretadas con más y más fuerza, con evidente intención de quebrar los huesos en una manera especial y así hacer manar la sangre. Latis tenía sus piernas apretadas una contra la otra, haciendo un incomodísimo contacto en el hueso del tobillo que se hacía más fuerte con cada segundo, y sus brazos estaban ambos en la posición de rompehombros, estirados al espantoso nivel de su cabeza y causando la misma sensación que Ráfaga sufría pero en sus dos hombros. Sus caras reflejaban el espantoso martirio, aún entre las hojas que ocultaban con su profuso olor y color de jungla las puntas de las ramas penetrando en la piel de sus cuellos). Pero eso sí, quienes peor la estaban pasando – y por un muy amplio margen- eran las mujeres del grupo. Y no es que fuesen los modelos de tortura de los que sufrían un poco perfeccionados a partir de un patrón seguido por los ya impuestos y descritos para la ocasión; en verdad los de ellas seguían lineamientos un tanto vagos pero tan terribles como los que más. En general los tres se apoyaban en la base de que esas esculturales caderas necesitaban un poco más de elasticidad y que no era tan necesario tener las tan salidas para esa noche pues al fin y al cabo sólo se trataba del glorioso día de su ascención. Gruesos tentáculos de madera estrujaban intensamente la parte del pecho de las tres mujeres a las que se atacó (Caldina, Lucy y Marina), mientras que lianas ligeramente más fuertes y dañinas que cuerdas de acero jalaban en opuestas direcciones las partes de vientre y cintura (en dos de los tres casos una de tamaño regular anudada un poco más arriba del ombligo iba en una direcció

- ¡Ha, Ha! ¡HA, HA! ¡Ay, por favor, ustedes sí! ¡No, no, no! ¡No me van a dejar de sorprender nunca, ola! ¿Es que acaso jamás les enseñaron en sus Estúpidas Escuelas de Ridículas Artes de Guerra que nunca (¡óigase bien!) NUNCA deben de intentar algo increíblemente estúpido contra un monstruo milenario increiblemente poderoso, eh? ¡EHH! – su espalda entera era un solo colchón ardiente cuyo insoportable calor se vio fluctuado con el sentimento de poder completo

(si yo decido apretarles un poquito más las plantas, se morirán sin decir más)

que le trajo la conciencia de lo tanto que esas vidas (ajenas) dependían del tajante veredicto de su frenético desjuicio. Sus ojos pasaron de mirarlos a todos en locas órbitas eternas a fijarse en un punto en el vacío. Un lugar donde esto no se trataba de matar si puedes y sangrar si debes, sino de emociones puras. Donde todo lo que importaba era sentir el poder, ver en toda su grandeza cómo el poder le era inherente al que lo había conjurado. Las imágenes salpicadas de rojo aparecieron de repente, como llamas de una vela que se prende sola dentro de la azul oscuridad de ese punto en el vacío. Y de ahí, las palabras simplemente

si sigo apretando, les voy a hacer explotar!)

se sucedieron por sí solas. Su realidad apareció de nuevo ante sus ojos, pero en un viso muy superficial. Con las texturas y colores de esos sueños de los que no hay que despertar, recalcando en un verde motoso y dilatado que se asemejaba al del pasto en uno de esos programas didácticos de los sesenta el hecho de que a estas alturas ya alguien de todos ellos debía de estar bien muerto. El ver las lianas se sentía como tenerlas ahorcando y enredándose dentro de su misma cabeza, rozando sus fibrosas membranas contra el hueso del interior de su cráneo. No le molestaba esto, pues al fin y al cabo el poder debía sentirse como aquellas cosas que se sienten muy pocas o una sola vez en la vida. No había nada mal, no que él lo viera. Pero la misma fantasía de tenerlo todo bajo control fue la misma que le trajo la molestia del momento:

(¿qué diablos estoy esperando?)

y hasta ahí llegó el paraíso de las emociones. Lo que siguió fue un solo descenso vertiginoso hacia la molesta luz del final del túnel que fijaba con dolorosas chispas el hecho de que aún nada había pasado. No se sabe si están muertos, y si no lo están, al menos no se sabe si lo están disfrutando tanto como él. Una paralizante impotencia llenó el sistema circulatorio de su cuerpo, haciendo que únicamente sus cejas fuesen capaces de proyectar movimiento alguno, siendo éste el caer y torcer la tez del demonio en una mirada empañada toda de odio. La compresa ardiente sobre sus hombros se sintió mucho más pesada que antes, haciendo que sus manos sudaran profusamente y sus ojos comenzaran a rodar como resplandecientes bolas de billar dentro de sus enormes cuencas. La desesperación consumía las últimas energías de los músculos de su cuello y la pesadilla se sucedió. Al comienzo se trataba de nada más que una imagen que se desenfocaba demasiado rápido en su cabeza, pero al cabo de unos momentos comenzó a expandirse por toda el área de su cerebro. Crecía, se hacía más nítida, y continuó su molesto desarrollo hasta que al fin adquirió tenebrosas dimensiones incluyendo largo, profundidad, textura y densidad. Era una revoloteante maqueta virtual dentro de su cabeza. Una maqueta de la niña de cabellos rojos siendo agarrada, estrujada y estrangulada por los mortales tentáculos fibrosos, la sangre corriendo por encima de la planta pues lo único que se podía ver de la víctima era su cara (y no una muy agradable visión). La figura se seguía moviendo, los ásperos tentáculos rozando desgradablemente las paredes interiores del cráneo del monstruo y haciéndose demasiado grande para contener en una sola cabeza con los segundos que pasaban. Los gritos de la chica hacían un eco que retumbaba en la mente del torturador pero que ya no activaba las fibras del placer sino las de la ira e intranquilidad. Ya era suficiente. El ya había entendido el mensaje, ya no era necesario esta autotortura. Ya habían sido… ¿cuántos? ¿30 minutos sin ver –ver, oler, presenciar, entender, disfrutar- a alguien morir? Mucho tiempo. En verdad, mucho. Era hora, de volver a las andadas. Y casi sin pensarlo -casi sin desearlo-, volvió a conjurar las visiones de dolor y muerte que hacían más brutal la tortura de la celulosa. Y esta vez, sí oyó los gritos. Cada uno de esos alaridos entraba por un oído y terminaba transformado en una onda refrescante que partía de su cabeza y terminaba relajando los músculos de sus extremidades. La saliva se amontonaba en su boca, la sonrisa que nacía en su rostro dejando algunas gotas rodar por sus labios y todo el trayecto desde éstos hasta el cuello de los harapos que traía puestos. Los dobleces de sus dedos se endurecieron como rocas, un suspiro muy decente escapó de sus labios y pasó toda la baba contenida de un solo trago. Y ya fue muy tarde cuando se dio cuenta de que el sentimiento de autoridad e inmortalidad inherente a aquel acto denominado "asesinato" estaba haciendo a las cepas alrededor de la chica empeorar su abrazo de muerte. Ya todo lo que podía hacer era relajarse y asumir su papel de espectador en lo que continuara. Pero casi de inmediato, entre toda la emoción de su faena, un factor importante atacó y le hizo retorcerse aún más en la inexplicable preocupación: quien estaba a punto de morir era un ser humano. Una chica, para ser más exacto… con un nombre…

LUCY…

…Con un cerebro… un corazón… con una historia tras de ella…

LUCY…

… Con sentimientos… de culpa, miedo, preocupación… amor…

¿QUE ES QUE ACASO NO ME ESTAS ESCUCHANDO? ¡Su nombre es Lucy!…

Lucy, oh… qué bien. Eso hace más salvaje la corrida. Sí, porque ahora va a haber una Lucy menos en este mundo a quien nadie va a volver a poder invocar jamás. Oh, todo es tan justo en este mundo bendito… slurp… Oh… Otra vez retrasando todo. Mejor ir procediendo como las circunstancias lo preparan. Recuerda, primero el gruñido que avisa que nadie abre el hocico hasta que yo cierre el mío…

-Grr. Jah…- sus cejas se hicieron exquisitamente pesadas, sus minúsculas pupilas hacían rápidos movimientos entre el oscuro panorama de injusticia ajena al que estaban expuestas. Sus labios ya estaban ta exhaustos de sostener la misma sonrisa radiante por más de quince minutos, que no podían hacer el más mínimo esfuero para sofocarla. Los que para el caso hacían de sus dientes frontales se asomaron entre los dos colchones de pellejo seco y violeta que constituian en su boca, amarillos y lisos con el anuncio de una sentencia a muerte reposando pacientemente. Dos segundos después, se movieron con la fuerza de una voz forzosamente aguda que resonó por las verdes paredes vivientes del lugar…

- Vaya, vaya… Y pensar que ustedes no esperaban nada por el estilo de parte de este humilde servidor… cuántas vueltas da la vida, por favor. Y sinceramente, los considero. Fíjense, ni siquiera a mí se me ocurren ideas de cómo escapar de esta trampa. Si ustedes la hubiesen puesto, muy posiblemente no hubiese escapado yo para nada. Cierto, cierto. Qué situación tan… tan…

Apretada.

No, no… ésa no es la palabra… es algo más profundo… es casi un sentimiento en sí…

Apretada, apretada. Hombre, no lo hagas más aburrido de lo que ya es.

¡Esa NO es la palabra!

¡Pero qué diablos! ¡Ya, no más! Dilo y ya. ¡No hace gran diferencia, re contra diantre!

La muerte hace TODA la diferencia. Y aquí va a haber tanta de esa diferencia, que no se puede esperar menos de mí…

¿Tantos años y aún obsesionado con esas palabras, sapito?

¡Un momento! ¡Quién es usted, con quién estoy hablando!…

-… eh… oh… uh… a… ah… pretada. Definitivamente. Es que me quedo sin palabras ante ustedes, chicos. Vean cómo son las cosas. Aquí la diferencia la hacen ustedes, y ni siquiera van a mover un dedo… han de ser unos natos en este arte del terror, me imagino… pero bien, antes de que cumplan su servicio como los buenos seres inferiores que son –hasta el monstruo sintió cómo las plantas incrementaban la fuerza de los apretones-, tengo un recado que encomendarles… -los rincones de sus labios temblaban con sadismo- Cielo… Infierno…

De qué diablos estoy hablando…

Los lugares a donde vas cuando mueres, amigo…

¡Tú de nuevo!

… a donde se les dé la gana ir cuando se mueran, digan que yo mando decir… ¡que no se atrevan a esperarme en muchos, MUCHOS años! ¡AGGGHHHHHHH!

Todo signo de calma desapareció de inmediato del rostro de la bestia, dejando en su lugar el mismo ceño fruncido con emoción pero con la boca torcida de extremo esfuerzo aparentemente físico. Sus brazos se hallaban estirados al máximo de su resistencia, todas las coyunturas que se encontraran dentro de la piel doliendo tremendamente. Su mente se hallaba fuera de todo control ahora, sus más sangrientos deseos desbordándose por la misma canal en cuyas aguas nadaba su previa desesperación. No tenía que pensarlo dos segundos para saberlo: las lianas ya habían hecho su trabajo en el cuerpo de Lucy. En su mente no existían más barreras; sólo el dolor. El de ella. Todos sus pensamientos estaban encaminados ahora a redundar sobre el mismo punto, sobre las nuevas víctimas. Infarto, paro respiratorio, derrame cerebral, hemorragias, todas revoloteaban alrededor de la imagen que había podido grabar de todos desde el inicio –claro que no con esos nombres-. Pero en el centro, Lucy la pelirroja. Y mientras imaginaba su corazón parándose por completo, la sangre saliendo a sus borbotones de la boca, su respiración parándose para siempre, él no podía evitar en absoluto continuar murmurando pesadamente. No alcanzaba detener sus labios, que continuaban diciendo "¡ATAQUEN, ATAQUEN, ATAQUEN, ATAQUEN!" sin piedad, entre los vapores de furor que nublaban su vista más y más a cada segundo, sin que él se diera verdadera cuenta de ello…

Unos segundos después, Lucy dejó de respirar.