Capítulo nueve

REINICIANDO CAMINOS

 

Céfiro  

-Tengo miedo

Zagato levantó un poco la cabeza de la almohada y frunció el ceño al ver a su hermana en la entrada con una manta entre las manos.

-No –dijo de una manera terminante–. La última vez me tiraste de la cama.

-Tuve una pesadilla...

 -Estoy cansado de tus pesadillas... las tienes todas las noches.

Lanis bajó la cabeza, sólo tenia siete años y aprovechaba cada oportunidad para escapar a su habitación. La idea era buena al principio, pero él siempre amanecía en el suelo totalmente adolorido.

-¿Puedo dormir fuera? –preguntó la niña con inocencia.

Zagato suspiró, ella sabía que cada vez que usaba una treta de ese tipo no tenía otro remedio más que dejarla entrar, ya que no soportaba la idea de pensar que durmiera en el pasillo.

-Duerme donde quieras –dijo cortante, seguro de que lo fastidiaría

Lanis sonrió y se metió en la habitación. Acomodó la manta del lado izquierdo de la cama cuidadosamente, ante la mirada atónita de su hermano, que solía dormir precisamente del lado izquierdo.

-¿Qué estás haciendo?

 -Puse esta manta para que no te lastimes –dijo ella con toda inocencia.

-Así que piensas tirarme de nuevo, ¿no?

 -Noo... te prometo que esta vez no tendré pesadillas...

-¿Ah no?

-Clef me prohibió cenar –dijo ella avergonzada.

-No debió hacerlo.

-También me dio esto –Lanis sacó una cadena de entre su bata rosa. Era la más simple de las cadenas que Zagato hubiese visto, de hecho podría asegurar que no tenía poder alguno, pero Lanis la veía como algo muy preciado–, con esto ya no tendré pesadillas.

Extrañaba esas noches en que Lanis se escabullía a su habitación, en ese tiempo la sentía tan cerca que no dudaba de todo lo que pasaba por su mente, en ese tiempo tenía respuestas para todas las angustias de ella.

Inocente, eso era su hermana antes de superar el entrenamiento de ellos. Podía recordarlo con claridad y aun le dolía.

Tal vez la propia Lanis tuvo que admitir esa habilidad suya que le mostraba un futuro diferente al que esperaba, tuvo que aprender muchas cosas para controlar el sin fin de imágenes que podía ver por las noches y le angustiaban, tuvo que renunciar a la inocencia de su propia ignorancia y ser más fuerte que sus hermanos mayores para controlar un don que no había pedido y que no podía rechazar.

Eso podía ser. Tal vez esa era la respuesta a todas las preguntas que surgían cada vez que la miraba a lo lejos con ese peculiar color en su cabello normalmente negro. Cada vez que ella intentaba proteger algo que estaba seguro le había dañado más que la confianza misma. Cada vez que esquivaba el repentino cariño que quería darle en sus años de ausencia.

¿Podría haber algo más? Tal vez.

Zagato bajó la cabeza sin dejar de mirar la silueta que permanecía quieta en la soledad del jardín, ya era muy tarde, pero ella aun estaba ahí. El viento jugaba con los cabellos mientras un aura tenue escapaba haciendo florecer las flores que estaban a su alrededor. Lanis no lo sabía, pero cada vez que hacía eso le provocaba un dolor insoportable, algo que le hacia repetirse constantemente que no permitiría que ella fuera lastimada por el bien de nadie, ni siquiera el de Céfiro.

-¿No piensas dormir? –preguntó con claridad.

Lanis volteó para verlo. La expresión de su rostro llegó a desesperar a Zagato por la ingenuidad que mostraba. Antes estuvo seguro de que ella se había adelantado por tener la seguridad de su futuro, pero ahora pensaba que no tenía seguro ni siquiera su pasado.

-Dejaré que duermas conmigo –dijo, bajando la voz.

Lanis se sonrojó y bajó la mirada. Continuamente movía las manos con nerviosismo mientras comenzaba a hacer ademanes negativos.

-Sólo quiero protegerte... no dejaré que nadie te lastime nunca, Lanis.

 La joven lo miró con sorpresa. Su mirada se suavizó y sonrió. A pesar de eso le dio la espalda y comenzó a caminar por el jardín.

¿Por qué? ¿Por qué no podía recuperar a su hermana? ¿Quién se la había quitado?

Por su parte Lanis continuaba en lo profundo de sus pensamientos. Levantó el rostro y dejo que el viento le rozara la cara con el tenue aroma del planeta. Reconoció la debilidad a la que se enfrentaba y lloró por eso.

“Por favor... dime dónde estas” pensó sin dejar de mirar las estrellas.

Cizeta

Brian se asomó por entre las pesadas cortinas y miró con desconfianza la fiesta. Lady Akiko ya había llegado y eso era siempre señal de problemas. ¿Por qué todavía no habían aparecido ranas en las poncheras ni habían estallado petardos entre los almohadones de plumas?

A cambio todo el ambiente que se percibía era de absoluta tranquilidad. La música no se había interrumpido y continuaba alegrando a todos los invitados que conversaban entre murmullos dejando oír alguna risa ocasional.

Algunos grupos habían coincidido en la mesa de los bocadillos y se saludaban con entusiasmo. Se veía a alguno mirando con recelo los alimentos, que sólo tomaba al ver que alguien más lo había hecho sin sufrir daño alguno.

Era extraño.

¿Sería una fiesta sin acontecimiento?

Claro que no.

Brian lo sabía.

Y era mucho peor la espera cuando se tenía la seguridad del desastre.

Pero, extrañamente, Akiko ni siquiera había dado señales de vida. Eso era realmente alarmante.

*** 

Akiko suspiró atrayendo la mirada de Falcon.

¿Cuántas veces había suspirado en todo ese rato?

Mas de diez, quizá.

Falcon no pudo evitar notar la congoja en los ojos castaños y le extrañó ya que estaba acostumbrado a su traviesa mirada que le dedicaba exclusivamente a él, o a la furia notable cuando se enfadaba por alguna tontería.

Hasta podía decir que le gustaba cuando se fingía amable enfrente de su padre.

Pero esto...

Akiko frunció el ceño y recargó la barbilla en una de sus manos. Después de hablar con ambas princesas se había refugiado en ese sitio apartado sin decir palabra alguna llevándolo a él.

Aun no sabía por qué tenía que estar a su lado. Estaba claro que se sentía incómodo en esa situación. Sin embargo cada que hacía un ademán para retirarse ella le detenía con una sola palabra.

“Quédate”

Y la verdad es que no solo le extrañaba que dijera sólo eso. Parecía que encerraba un significado que no deseaba recordar.

“No te vayas jamás... Quédate”

Akiko volvió a suspirar, pero esta vez entrecortadamente. Se levantó lentamente y salió del lugar seguida por Falcon.

Falcon la vio frotarse una mano y tras morderse el labio inferior transformó su rostro al de la muchacha alegre que él conocía.

-Bien –ella lo miró con una sonrisa amable-, parece que ambos tendremos lo que deseamos.

-¿Por qué hacerlo de esta manera? –preguntó él con curiosidad, no muy seguro de obtener una respuesta.

Akiko se acomodó el cabello y descaradamente mandó un beso. Falcon vio que era a Brian, y a juzgar por los rumores que comenzaron a escucharse no sólo él se había dado cuenta de la acción.

-Brian me es tan valioso como tú– respondió ella ajustándose en escote. Falcon desvió la vista molesto y fugazmente le pareció ver que Brian hacía lo mismo.

Céfiro

Hetmar contempló en silencio al durmiente. Luego se arrodilló junto a él y tomó una de sus manos. Helada.

Si le hubieran preguntado a él, diría que estaba muerto, o en proceso de estarlo. De hecho, cuando Libch lo ayudó a volver a Céfiro y lo vio tendido en su cueva, había creído que lo estaba. Sólo la insistencia de Libch en que sólo dormía lo había empujado a continuar con todo eso, a pesar de que se daba cuenta de que estaba siendo manipulado.

No era justo. Definitivamente no era justo. El guerrero no podía morir sin primero darle la revancha. ¿Cómo era posible que hubiera podido vencer al príncipe sólo para morir a manos de aquel mago tan desesperante?

-No te cansas de contemplarlo, ¿eh? –preguntó una voz irónica.

-¡No me insultes! –exclamó él, poniéndose en pie de un salto y girando para enfrentarla.

Esta vez Libch no llegaba sola. Traía consigo a una niña pequeña que lo miraba con ojos sorprendidos.

-¿Y esta niña? ¿Es hija tuya?

-Es la hija del Vala Céfiro.

-¿Del...? –los ojos de Hetmar se agrandaron con asombro. No estaba muy enterado de lo que eran los Valar a fin de cuentas, pero si esa niña era hija de uno de ellos debía ser considerada como un hada cuando menos.

-No hagas tantas preguntas, necio.

Los ojos de la niña se apartaron de Hetmar para mirar al durmiente y se llenaron de preocupación. Libch apartó a la niña para llevarla hacia un corredor lateral.

-¡Espera! –exclamó la niña-. ¿Ese muchacho...

-¡Calla!

Libch le arrebató el osito de peluche que llevaba consigo para arrojárselo al sorprendido Hetmar.

-Deshazte de esta plaga.

-¡Mi osito! ¡Devuélvemelo!

¿Deshacerse de un osito de peluche como si fuera una alimaña? ¡Definitivamente esa mujer estaba loca!

Justo en el momento en que iba a abrir la boca para decir lo que pensaba, Hetmar descubrió una energía extraña que nacía del oso... que ya no era de peluche. Lo soltó. Estaba transformándose y creciendo, convirtiéndose en un oso de verdad. Hetmar retrocedió y desenvainó la espada.

-¿Ves? –alcanzó a escuchar que le decía Libch a la niña, con un tono repentinamente dulce y cien por ciento falso-, ¡es un enemigo que tenía órdenes de hacerte daño, princesita! ¡Ven conmigo! No tengas miedo, Hetmar se encargará de destruirlo en un abrir y cerrar de ojos.

Ella lo ponía todo tan fácil... Hetmar apretó los labios y atacó al oso.

Autosan

Lyanny regresó a su casa luego de una agotadora jornada de trabajo. Se quitó el abrigo y los zapatos, se sirvió un vaso de agua y fue directamente al ordenador. La pantalla estaba apagada.

-¿Eurus? –dijo, en un susurro.

La pantalla se iluminó de inmediato y las letras empezaron a aparecer. Curioso, había un ritmo en las palabras que no era el mismo que se producía al digitarlas y Lyanny tenía la impresión de que era el mismo ritmo que habría usado el Vala de haber podido hablarle con sonidos.

“¿Cómo estás, Lyanny? ¿Tuviste un buen día?”

-Igual a casi todos los anteriores.

“¿Aún no hay noticias de Falcon?”

-Ninguna, su nave simplemente se desvaneció en la nada y él no ha intentado comunicarse con la Computadora Central. Quizá está tratando de ahorrar energía o quizá no puede comunicarse del todo.

“Oh”

 -Lo siento.

“¿Eh? No es culpa tuya ^_^”

Lyanny contempló pasmada el emoticón que acababa de aparecer en la pantalla. Era la primera vez que el Vala recurría a algo así durante sus conversaciones.

 -A... aún así me siento algo responsable. Soy su oficial superior y debo estar al tanto de su situación.

“Él estará bien. Es una persona de recursos”

-Supongo... ¿Y tú, cómo estás? ¿Has podido descansar?

 “ ooU “

¿Otro emoticón? El espíritu debía estar de muy buen humor...

“Bueno, tengo que admitir que este ordenador es bastante cómodo comparado con el resto del sistema, por lo menos no me he topado con ningún virus desde que estoy aquí. Eh... por cierto, tienes correo”

-Lo revisaré más tarde.

La siguiente frase apareció en la pantalla mucho más rápido que las anteriores.

 “Alguien viene hacia acá”

 La pantalla quedó negra de inmediato. Lyanny se puso en pie de un salto al escuchar golpes en la puerta y voces airadas ordenándole que abriera.

Céfiro

Pensó que no llegaría a tiempo, cuando por fin pudo detenerse vio a alguien a quien no conocía. Era una joven de piel obscura y cabello rubio que se movía de manera sorprendente sujetando la espada. Para su sorpresa su oponente era Lanis.

Zagato le gritó algo, pero ni él mismo fue capaz de escuchar su propia voz.

Mientras tanto Lanis continuaba peleando. Las espadas chocaban varias veces haciendo un sonido seco y desesperante. Zagato quiso sacar su espada también, pero no la tenía consigo.

Repentinamente la joven logro desarmar a Lanis. La espada voló por los aires mientras que la rubia colocaba la punta de su propia espada en la garganta de la joven.

Zagato esperaba que se defendiera, que usara un hechizo sobre la extraña, pero a cambio de eso la punta de la espada fue detenida por las manos desnudas de Lanis. Unas gotas de color rojo comenzaron a correr por la espada.

Grito de nuevo, pero con el mismo resultado, entonces se acercó corriendo para ayudarla, cualquier cosa sería útil para él.

-No lo hagas –gritó Lanis–. Deja que me mate... es mi destino...

-¿Qué?

 -Los amo, hermanos...

Despertó violentamente justo cuando un color rojo comenzaba a teñir el ambiente. miró a todos lados y descubrió que estaba en su habitación.

-Sólo fue un sueño –dijo Zagato aliviado.

A pesar de ese descubrimiento, tuvo la certeza de que no era sólo una imagen que había aparecido accidentalmente por la noche. Se levantó y después de vestirse salió con la espada en la mano para hacer algo de ejercicio.

-Es absurdo –repetía una y otra vez entre los movimientos de la espada que intentaban cortar el viento–. Ella no puede ser vencida por alguien así, mi hermana tiene mas poder que nosotros dos, es lógico que pueda vencer a alguien así.

Tal vez no era así de simple. Zagato hizo un movimiento brusco y la espada se le resbaló entre las manos cortando la palma derecha ligeramente. Cuando vio la sangre correr de su mano recordó el liquido rojo que corría por la espada en su sueño. Tenía que ser algo más que un sueño, estaba seguro.

-Creí que sería yo quien se cortaría con la espada. Digo, últimamente esa parece ser mi especialidad.

Zagato volteó para ver a Clef y frunció el ceño. De todas las cosas que le molestaban del mago, una de las más graves era cuando intentaba mostrarse risueño.

-No estoy de humor...

-¿Alguna vez lo has estado? ¿Fue algo que hice, algo que dije o algo que piensas que haré?

-No...

Iba a empezar a responderle que no tenía nada que ver con él, pero de pronto se dio cuenta de que quizá sí había relación. Todo lo que sucedía en el planeta Céfiro tenía algo que ver con el Vala Céfiro. Pero en dónde estaba la relación entre lo que le pasaba a Lanis y el hecho de que Guruclef respirara, aún no podía decirlo.

-¿Puedo saber de que se trata?

Zagato cerró el puño herido, a pesar de eso en su rostro no había expresión alguna.

-No... Espero que traigas una espada.

-Como si tuviera opción –dijo Clef, al tiempo que hacía aparecer la espada de Marina.

-Tomas esto con mucha paciencia, ¿no es así?

-Ahora soy más viejo que cuando nos conocimos, Zagato. He dejado de tratar de forzar las cosas.

-¿Tu familia tiene algo que ver con eso? ¿O es sólo la edad?

Clef sacudió la cabeza mientras adoptaba la posición de defensa que Zagato le había enseñado con tantos esfuerzos.

-Ni lo uno ni lo otro. Tengo la extraña sensación de haber aprendido eso a fuerza de golpes, cada uno más doloroso que el anterior.

-¿La sensación? ¿Sólo eso?

-He olvidado lo que sucedió para hacerme cambiar de esa manera...

La expresión de Zagato alarmó a Clef.

-¡¿Olvidaste?! ¡¡¿Puedes forzarte a olvidar algo?!!

-Como Céfiro, tengo control absoluto sobre mí mismo. Puedo olvidar a voluntad, si llega a ser necesario.

¡Ahí podía estar la clave de todo!

-Entre lo que olvidaste, ¿podría estar la causa de lo que le sucede a Lanis?

-No lo sé. Tal vez.

-¡Recuérdalo!

-Si lo olvidé, lo hice por un buen motivo... ¡oye, ten cuidado!

 Zagato lo había atacado casi a ciegas. Estúpido, arrogante hechicero, ¿cómo podía estar tan seguro de haber tomado la decisión correcta?

-¡¿Cómo lo sabes?! ¿Puedes jurarme que no fue un error? Y si estabas en lo correcto entones, ¿cómo sabes que no es AHORA el momento adecuado para recuperar lo que olvidaste? ¡¡Lanis necesita ayuda!!

Zagato pensaba decir algo más, pero en ese momento, justo cuando Clef había logrado detener la estocada a duras penas valiéndose de la empuñadura de la espada, vio venir a Lanis y cambió de opinión. Le arrebató la espada a Clef y, antes de que se transformara en líquido, se la lanzó a su hermana.

Lanis retrocedió al ver que una espada se dirigía justo hasta ella, con un ligero salto esquivó el arma que quedó clavada en el pasto y miró confundida a su hermano.

-Fíjate bien, Guruclef –dijo Zagato apretando su espada–. Esta será tu clase el día de hoy.

Tras decir eso corrió con la espada preparada sin quitarle la vista a Lanis. Fue cuando la espada estaba a unos centímetros de su cuello que la pudo ver reaccionar y esquivar el golpe inclinándose un poco. Lanis recargó su mano sobre el pasto y haciendo presión con sus piernas desarmó a Zagato sin problemas.

-¿Qué clase de movimiento es ese? –preguntó Zagato molesto–. En esa posición podría usar fácilmente mi magia y te pondría en problemas, Lanis.

Ella solo se enderezó y ladeó un poco la cabeza.

Zagato suspiró y concentro un poco de energía que salió disparada en dirección de la chica, para su sorpresa ella apenas tuvo que mover la cabeza un poco para esquivarla.

-Sigues siendo buena –admitió.

-¿Qué es todo esto? –preguntó Clef-. ¿Zagato?

-Sólo quería ver si Lanis aún tiene sus habilidades –contestó él–. Me pone de mal humor pensar que pudiera dejar de pelear por lo que quiere.

Lanis frunció el ceño ante ese comentario. Sin previo aviso intentó golpear a Zagato, pero él adivinó el movimiento y le atrapó la mano.

-No has perdido tu genio, pequeña –dijo Zagato sin dejar de mirarla.

Esto debió enfurecer a Lanis, ya que se las arregló para atraparlo con la otra mano y ayudarse con la que estaba atrapada para levantarlo y azotarlo en el pasto. Aun en el suelo Zagato no dejó su mano, la miraba un tanto confuso y otro tanto divertido mientras ella luchaba por liberarse.

No debió forzar de esa manera su cuerpo. Lanis comenzó a ser conciente del dolor que ella misma provocaba en su mano y por un momento perdió el equilibrio y las fuerzas. Se recargó sobre Zagato, quien notó que eso era en serio y asustado se sentó para abrazarla.

-¿Qué te ocurre?

-¿Lanis? –Clef se acercó igual de preocupado.

Fue un segundo. Tal vez menos. Pero por ese momento el cabello se volvió de un intenso color negro mientras ella escondía la cara en el pecho de su hermano.

-Lanis, ¿qué pasa? –repitió Zagato.

Silencio.

Zagato agitó un poco a la chica para que le respondiera, pero en un movimiento se dio cuenta de que se había quedado completamente dormida. La levantó con cuidado y miró a Guruclef.

-Llevaré a mi hermana a su habitación, y, Clef...

-Dime.

-Tú tomaste el lugar de nuestros padres cuando ellos murieron. Te hiciste cargo de mí y de mis hermanos y en más de una ocasión te escuché decir que nos considerabas como tus propios hijos.

Clef desvió la mirada, incómodo. Zagato habló un poco más despacio.

-Por el bien de una chica a la que solías amar como a una hija... piensa en lo que te dije. Tal vez si recuperas los recuerdos que borraste haya algo entre ellos que pueda ayudar a Lanis.

Guruclef guardó silencio mientras Zagato se dirigía de nuevo al castillo con su hermana en los brazos.

Era un razonamiento lógico.

Zagato podía tener razón.

Y, si no era así, el Vala Céfiro podía olvidar de nuevo esa parte de su memoria que había rechazado.

¿Por qué esa sensación de angustia ante la sola idea de hacerle caso?

Cizeta

Dalia entró silenciosamente a lo que parecía ser el despacho de la dueña de la casa y se encaminó hacia el escritorio.

Todo lucía perfectamente acomodado y adornado con objetos muy valiosos. Suficiente para tentar al ladrón más experimentado de llegar hasta ahí y tomarse su tiempo buscando en cada rincón asegurándole que lo disfrutaría.

Pero ella estaba ahí por un objeto específico. Así que recorrió la vista en cada centímetro del lugar anotando mentalmente cada detalle hasta suspirar y permitirse cerrar los ojos en una expresión cínica.

“Si yo fuera un documento, ¿dónde estaría guardada?” se preguntó a sí misma con una sonrisa burlona.

La situación era increíble. Luego de tanto tiempo de estarla castigando por sus pequeños robos sin importancia, las princesas Tata y Tatra la habían hecho llamar con toda urgencia para cometer un robo mayor en casa de una de las personas más adineradas del reino, en sus propias narices y a mitad de una fiesta. Increíble.

Y le habían ofrecido su libertad a cambio.

Pan comido.

Aquel encantador muchachito, Borean, la había guiado hasta el despacho y estaba vigilando la puerta para que nadie pudiera sorprenderla. Un rápido registro, hecho con todo cuidado para no dejar ninguna huella, reveló que los documentos de todos los esclavos estaban archivados ordenadamente en una cajita de caoba, en el mismísimo escritorio, a la vista de todos y sin cerraduras ni hechizos que la protegieran. ¡Eso era confiar demasiado en la honradez ajena!

Bien, bien, ahí estaba el documento que buscaba.

Bryan dei Elzar. ¿Así que a pesar del primer nombre extranjero, el mayordomo había nacido en Cizeta? Habría que demandar a sus padres. Hijo de Elzar dei Omán y Beatriz, ambos esclavos... Hum, curioso, la madre también tenía nombre extranjero. ¿Por qué no se mencionaría el origen de ella? En fin, no importaba, ya tenía lo que había llegado a buscar. Bueno, la mitad de lo que había llegado a buscar. ¡Ah, ahí estaba el otro documento! Borean de Céfiro, lindo nombre, un poco rebuscado, pero al niñito le sentaba bien.

Deslizando ambos documentos en uno de los bolsillos de su traje, Dalia salió del despacho silbando alegremente y fue a reunirse con las princesas.

 ***

-Conociéndote, no estas pensando en algo muy agradable –murmuró Falcon viendo el sitio en el que ambas princesas aguardaban a Dalia.

-Depende –Akiko dirigió su vista hacia la mesa de alimentos para desviarla a las elegantes lámparas-. Si el 80% de los invitados lo encuentra divertido no habrá problema.

-¿Eso ha pasado?

-No hasta ahora –ella rió.

-¿Viniste a arruinar la fiesta? –Falcon la miró preocupado, eso podría dificultarle las cosas a Dalia.

-¿Yo? –Akiko fingió inocencia-.¿Arruinar una fiesta  en casa de la simpática Nira?... ¿Cómo se te ocurre?

-¿Serán imaginaciones mías? –preguntó él con ironía.

-Seguro que sí –la muchacha volvió a fijar su vista en las lámparas y una sonrisa apareció en sus labios–. Fuegos artificiales.

-¿Qué?

-Es lo que le hace falta a esta fiesta.

Falcon la vio buscarse algo en el... ¡escote! Molesto, apartó la mirada descubriendo que Brian hacía lo mismo y decía algo. Cuando volteó para verla, considerando que había pasado tiempo suficiente, aun estaba acomodándoselo. Al terminar mandó un beso (sin duda a Brian) y volvió a concentrar su mirada en las lámparas.

La chica estuvo a punto de lanzar algo, pero se detuvo al ver algo en un extremo de la habitación.

Nira.

Nira conversando con Dalia.

En cuanto Falcon vio eso tuvo la impresión de que algo no había salido bien. Dalia se mostraba despreocupada mientras hacía toda clase de movimientos con sus manos que la hacían parecer apenada, pero Nira la miraba sin variar de expresión.

-Rayos –Akiko se acomodó el cabello–. Ni te imaginas de lo que soy capaz por tener lo que quiero, Falcon.

Él la miró con sorpresa.

Akiko aspiró aire y se encaminó hasta la pareja. No le agradaba en absoluto la idea, pero alguien tenía que sacar a Dalia de esa mirada intensa de Nira. De reojo vio que las princesas también estaban al pendiente y decidió ignorar por completo el gesto de Tata que le pedía que se detuviera.

-Jamás había asistido a una fiesta como esta –dijo Dalia fingiendo estar muy apenada-, es normal que me pierda tan fácil.

-Sí –dijo Nira simplemente.

Dalia deseó ahorcarla por esa calma que era capaz de irradiar y porque a pesar de eso no la dejaba escapar.

-Nira –se escuchó una voz.

Dalia miró Lady Akiko. La verdad es que no se sintió mejor con la intervención. Los ojos de Nira relampaguearon ligeramente y se sintió más insegura.

-Lady Akiko –Nira arrastró las palabras con admirable educación-. ¿Esta disfrutando de la fiesta?

-He asistido a mejores –dijo Akiko simplemente y le robó el vino a uno de los jóvenes invitados logrando que se ruborizara. Ignorando por completo al joven bebió de la copa e hizo una mueca–. Jamás me ha gustado el vino... especialmente el barato. Hago tonterías cuando le he probado.

-No le atribuya tanto a un simple sorbo.

Dalia dejó ver una sonrisa al ver que se habían olvidado de ella y se escabulló hasta donde estaban las princesas. Hizo un ademán afirmativo, lo que arrancó una sonrisa de ambas jóvenes.

La risa de Akiko llamó la atención de algunos de ellos. Nira la miraba con la misma expresión de siempre hasta que una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. Entonces ocurrió algo que a las princesas no les extrañó en absoluto. Akiko se las había arreglado para volcar su copa “accidentalmente” y ahora el vestido de Nira lucía una no muy bonita mancha.

-¡Oh, lo siento! –exclamó Akiko fingiendo pena e intentó limpiar la mancha, pero la extendió aun más.

-Sí que se está divirtiendo –murmuró Falcon sin poderlo creer.

-¡Basta! –exclamó Nira retirándose un poco–. No necesito tu ayuda.

Akiko la vio alejarse hasta sentir una mirada sobre ella. Movió su cabeza descubriendo una mirada de reproche en Brian y le dedicó una radiante sonrisa hasta mandarle un beso.

Céfiro

Libch se había llevado a la niña casi a rastras, dejando a Hetmar a solas con el oso.

El animal podía ser muy impresionante a la vista, pero no dio casi ningún problema al príncipe. Por lo visto, no estaba entrenado para matar y pronto estaba haciendo desmañados intentos por evitar que su espada lo redujera a tiras. ¿Qué clase de oso era ese?

Lanzó un mandoble que pondría final a esa ridiculez cortando la garganta del animal, pero detuvo la espada a milímetros de su víctima. El oso estaba cambiando de forma.

Apoyado contra la pared rocosa de la cueva, respirando pesadamente por el esfuerzo y el dolor de unas cuantas heridas de leves a serias... estaba un elfo, no un oso.

Los grandes ojos de un tono castaño casi negro lo miraban con algo que no era miedo exactamente, más bien inquietud.

-¿Qué cosa eres tú? –preguntó Hetmar, dándose cuenta de que el aura del elfo era muy similar a la de la loba blanca.

-Soy el Maia Ossian, guardián y protector de Ariel de Céfiro.

¿Un guardián? ¿Eso? No pudo evitar sonreír ante la idea.

-¿Eres la misma criatura que vino a mí con la apariencia de una loba blanca y rosa?

-¿De ojos azules?

-Sí.

-No era yo. Su nombre es Tábatha.

-¿Y esta es tu verdadera apariencia?

-No, pero es lo más cercano a ella que verás en el mundo material.

-Vaya, y ya que estás tan dispuesto a conversar... ¿tendrías la gentileza de explicarme qué diablos es un Maia?

-Los Maiar somos espíritus de la naturaleza.

-¿Todos toman formas de animales?

-Sólo los que nos llevamos mejor con los animales que con el agua, las plantas, el fuego...

-Ya veo –Hetmar sujetó a Ossian por el cuello de la camisa-, en fin, fue un placer charlar contigo...

-¡Espera! –exclamó el elfo al ver que el príncipe acercaba de nuevo la espada-. ¿Puedo hacer yo una pregunta?

-¿Por qué no?

-¿Por qué estás aquí?

No podía contestar eso en menos de cinco horas, al menos no en una forma clara y completa, Hetmar volvió a apartar la espada y señaló al durmiente con un ademán, decidiéndose por la versión corta de la historia.

-Tengo una cuenta pendiente con él.

-¿Viniste a matarlo?

-Tal vez.

Ossian sacudió la cabeza y le dirigió a Hetmar una mirada de compasión que consiguió que el príncipe lo odiara con todas sus fuerzas en menos de un segundo.

-Y yo que pensaba que él era la criatura más necia en todo este ancho mundo –murmuró Ossian-. ¿No fue suficiente con tu primera derrota?

-Tengo derecho a una revancha. Además, nunca recibí una respuesta definitiva a mi oferta.

-¿Una oferta? –Ossian ladeó un poco la cabeza, mirándolo con interés-. ¿Le ofreciste una alianza a él? El Vala Céfiro no lo hubiera permitido jamás, este muchacho debe existir sólo para el bien del planeta, no por intereses ajenos.

Hetmar se permitió una media sonrisa antes de preparar otra vez la espada.

-¿Y qué te hace pensar que a mí me importa la opinión del Vala Céfiro o el destino de este planeta?

Ossian lo contempló con los ojos muy abiertos antes de soltar una carcajada.

-¡Oh, pero si eres todavía más ignorante que él! ¡Eru te bendiga, realmente necesitas ayuda, pobre niño! No hay duda de que ustedes dos son tal para cual, tan inocentes y tan bobos...

-¡Cállate!

La sonrisa de Ossian dejó de ser dulce para volverse extrañamente peligrosa.

-Trata de callarme, niño...

Hetmar habría reído de esas palabras, pero estaba lo suficientemente molesto para enfrentar a la criatura como si de un guerrero se tratase. Cuando pasaron los siguientes cinco minutos resistiéndose uno del otro pensó que podría estar a su nivel, sin embargo pronto pido capturar el cuerpo de su oponente y dejar ver una satisfactoria sonrisa.

-Siempre tan confiado e impulsivo –se escuchó la voz de alguien más.

Ossian movió la cabeza descubriendo a otro hombre que descansaba contra una de las rocosas paredes. Su cabello aguamarina lucía corto y por alguna razón su mirada le parecía conocida.

Hetmar hizo una mueca de desagrado y la energía que tenía atrapado a Ossian lo pegó a la pared transformándose en hilos de telaraña.

-¿Qué haces aquí? –preguntó Hetmar fastidiado.

-De vez en cuando me preocupo por la seguridad de nuestro príncipe –el hombre caminó y miró con interés y despreció el cuerpo del muchacho que permanecía dormido–. Así que por esto has venido... Sabes, su cara me parece familiar.

-Volveré a Zetlan en cuanto tenga lo que quiero –dijo Hetmar.

-No estoy seguro de aprobar lo que quieres, príncipe mío –respondió el hombre viendo la cara de Ossian y sonrió–. Simplemente asegúrate de que sea pronto, empiezo a perder la admirable paciencia que poseo –el hombre se dio la vuelta, no sin antes mirar de nuevo al muchacho dormido–. Morirá...

Hetmar dirigió una mirada incómoda y se cruzó de brazos mientras el hombre se retiraba con pasos suaves. Finalmente suspiró y volvió a concentrar su atención en Ossian. Sin decir una sola palabra transportó el capullo hasta una cueva anexa y le impregnó  un poco de su energía. Después de fue murmurando algo.

Ossian no estaba seguro si debía agradecer o no el seguir en ese lugar con vida y más o menos ileso y haber escuchado una conversación que no había entendido. Pensó que era buena idea intentar escapar, pero había algo en ese lugar que lo adormecía lentamente. 

Cizeta

-¿Por qué teníamos que hacer esto? -preguntó Valeria bastante molesta mientraas seguía caminando tras Dalia, quien no dejaba de entonar una extraña canción.

-Es una perfecta oportunidad para probar nuestros poderes –Marcela sonrió encantada y acarició la joya en la que estaba su arma.

-Ustedes me dan miedo –declaró Dalia volteando–. No vamos a un combate... bueno, no exactamente... Lo único que tienen que hacer es entrar, sacar al muchacho que les he descrito y salir con él sin que se les escape.

-Me parece que las cuerdas no son necesarias –dijo Angélica, un tanto avergonzada.

-Oh, es que no conocen a Brian –Dalia sonrió–. Se resistirá, cuento con eso.

-Pero entrar como ladrones...

-¿No es emocionante? –Dalia rió encantada.

Los chicos se miraron momentáneamente ante eso.

Si alguien les preguntaba la manera en que entraron no sabrían responder. Simplemente estaban en una habitación y no habían tenido tiempo de mirar cuando Dalia y Borean señalaron al esclavo en cuestión.

Brian estaba a punto de preguntar qué estaba pasando ahí, quiénes eran los recién llegados y por qué Borean no estaba ayudando a limpiar los restos de la fiesta, como era su obligación, cuando se encontró con que el pequeño grupo de intrusos estaba armado. Látigo, lanza, espadas, un abanico de metal... ¡eso no era bueno!

-Fuera de aquí. In-me-dia-ta-men-te –ordenó, tratando de lucir lo más autoritario que le era posible (lo cual, por cierto, era mucho). Los jóvenes sólo lo miraron... y sonrieron.

-Lo siento, Brian –dijo Borean-, necesitamos que nos acompañes, es un asunto de vida o muerte, o quizá algo peor.

¿Desde cuándo era tan melodramático ese niño?

-Oh, no, nada de eso –respondió Brian.

Por lo visto, sólo pretendían amedrentarlo. Peor para ellos.

Brian adoptó instintivamente la posición de defensa que había aprendido de su maestro y puso la mente en blanco por menos de un segundo antes de buscar en lo más profundo de su memoria e invocar un hechizo. La tan añorada sensación del poder recorriéndolo fue casi abrumadora. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había recurrido a su magia.

De ahí en adelante, las cosas sucedieron para él a una velocidad distinta de la de su rutina diaria. Alcanzó a escuchar que Borean gritaba “¡magia!” para alertar a sus compañeros y vio, con decepción, cómo los demás esquivaban su ataque en el último instante posible. Ahora ninguno sonreía y cada cual sujetaba su respectiva arma con más firmeza, pero eso era algo que podía resolver pronto. Si ninguno de ellos era mago...

-¡Flecha de fuego!

El pelirrojo había usado un ataque mágico contra él. ¿Cómo era posible? No percibía que fuera un mago... de hecho, ninguno lo era, ni siquiera Borean, aunque ahora el niño se revelaba ante él como una criatura extrañamente poderosa. Brian se mordió el labio inferior. ¿Qué eran ellos?

Su siguiente hechizo estaba destinado a congelarlos a todos y resistió incluso las llamas del pelirrojo, pero la chiquilla rubia interpuso su abanico y le devolvió el ataque con más habilidad de la que hubiera podido esperarse. Esquivar sus propios hechizos no era algo que le ocurriera a un mago todos los días, o por lo menos así se lo habían enseñado.

Dejó de pensar al respecto cuando la rubia del traje celeste apareció detrás de él como si acabara de teleportarse.

-¡Lo siento muchísimo! –exclamó Angélica antes de enarbolar la lanza con ambas manos.

¿Por qué se disculpaba? ¿Qué clase de invasores eran ellos? Brian empezó a invocar un escudo... demasiado tarde, la chica lo golpeó con la lanza, logrando que perdiera la concentración y haciéndolo caer de bruces. Un segundo después, todos estaban rodeándolo.

Brian estaba demasiado aturdido como para pensar en más hechizos, pero aún así se resistió lo mejor que pudo y tuvieron que atarlo para volver a salir lo más rápido posible. Sin embargo un ruido hizo que se sintieran descubiertos.

Un... ¿perro?

Un perro pequeño, peludísimo y con un ladrido insoportable. La mascota de Nira.

-¿Y ahora que? –Valeria se tapó las orejas al no poder soportar los agudos ladridos.

-Si sigue así despertara  todos – Marcela suspiró.

Dalia miró a Armando esperando darse a entender lo suficiente. Y en menos de tres minutos (tras recibir por lo menos cinco mordidas), Armando tuvo a la pequeña fiera perfectamente amarrada.

-Perfecto... Vamos –Dalia comenzó a avanzar.

-¿El perro?

-¿Qué remedio? Tráelo también.

***

Cuando le quitaron la mordaza solo atinó a protestar, y cuando se le agotó todo lo que podía decir en ese idioma, pasó a su lengua materna, lo cual (curiosamente) hizo que algunos de los muchachos (Armando, Valeria y Angélica) lo miraran con una expresión distinta a la que era usual en las pocas personas que lo habían escuchado hablar así... era como si pudieran entender lo que estaba diciendo. ¡Imposible! No había gente del planeta de su madre en Cizeta, ni en ningún otro planeta del sistema, ella provenía de otro universo...

Pero ese no era su problema más inmediato. Le habían llevado hasta un lugar que no conocía y no sabía dónde se encontraba, ya que en la mayor parte del camino tuvo a todos cubriéndole la visión. Pero de algo si estaba seguro: conocía a ese esclavo que miraba al resto de los chicos con un gesto de resignada aceptación.

Era el que había intentado comprar en la subasta unos días antes.

¡Estaba en la casa de Lady Akiko!

Casi al pensar en la idea la vio venir acompañada de su mascota. Ella sonrió y se acercó lo suficiente para acomodarle el cabello revuelto.

-Amarrado se ve bastante lindo –dijo Akiko.

No era esa la opinión que Brian tenía de sí mismo en ese momento. Y ojalá esa declaración no fuera a significar que la joven pensaba mantenerlo amarrado por algún tiempo más, estaba empezando a no sentir las manos.

-Debe saber que el secuestro se castiga de manera severa –fue lo único que se le ocurrió decirle, saliendo por fin de la racha de su lengua materna en la que había estado atrapado los últimos cinco o seis minutos.

Akiko comenzó a reír.

-Oh, no... Yo no te secuestré –ella sacó un papel y lo acercó lo suficiente para que él leyera–. Sólo recuperé lo que me pertenece.

Brian pasó la mirada por el papel sin leerlo realmente, hasta que su propio nombre le llamó la atención como si hubiera estado escrito en letras de fuego. Leyó cuidadosamente todo el texto y luego miró a Lady Akiko.

Lady Akiko sonrió.

En una situación como esa, perfectamente amarrado y sin poder recordar ningún hechizo que sirviera de algo en esas circunstancias, a Brian sólo le quedaba una opción.

Se desmayó.  

Continuará...

 

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