Presea - Libertad
Presea suspiró levemente. Otro día más en Céfiro, igual que los demás. A pesar de que todos estaban más o menos intrigados con la próxima llegada de los monarcas de Chizeta. Nunca antes habían tenido la oportunidad de recibir a tan ilustres personajes, excepto cuando el Presidente de Autozam visitó Céfiro, algunos años atrás. Alrededor de la fecha en la que Eagle Vision recuperó la conciencia, despertando repentinamente de su alargado coma. Lo cual también coincidió extrañamente con la repentina llegada de Lantis. Fue una gran celebración, visto cuan agradecido estaba el líder autozamita con la definitiva recuperación de su único hijo, al que ya daba por perdido. La armera recordaba con cariño aquella ocasión, y tenía sus motivos. Nunca antes Guru Clef había dejado de lado su adusto continente de protector de Céfiro para mostrarse más humano. Nunca antes, ni después, Clef había estado más cerca de las personas que lo estimaban.
Otro suspiro se le escapó a Presea. No olvidaría aquella noche mientras viviera, aún cerraba los ojos y revivía la imagen del pequeño mago, agitado por el vino que por primera vez le habían convencido de beber, riendo y disfrutando de la fiesta como uno más...
ººººº Flashback ººººº
- ¡Presea!
La armera se volvió con una sonrisa, al oír la voz de Guru Clef. Este venía hacia ella con los ojos brillantes.
- ¿Quieres bailar conmigo?
- No sabía que a tu edad pudieras bailar... – bromeó ella.
El pequeño mago dio una vuelta sobre sí mismo, lo que reafirmó a la joven en la creencia de que esa noche, él no era él mismo.
- ¡Todavía puedo dar algunas lecciones! – afirmó Clef con malévola sonrisa - ¿Qué dices?
Aunque se sentía inclinada a dejarse llevar, Presea hizo lo que siempre había hecho en todo lo que se relacionara con él. Contenerse.
- Digo que eres muy pequeño y que luciríamos grotescos bailando juntos. No quiero que se rían de nosotros.
¡Bastante poco le importaba que se rieran de ella si con eso hubiera logrado acercarse a él! Pero no tenía ningún sentido seguir una fantasía como aquella. Cuando pasaran los efectos de lo que fuera que Caldina había hecho beber a Clef, todo volvería a ser como antes. Por eso, lo mejor era tirar todo a broma y esquivar la invitación.
- ¿Pequeño? – murmuró Clef, poniéndose serio repentinamente.
- Sí... – reafirmó ella, aún sonriente – Te hace falta una chica que sea tan pequeña como tú... ¿Por qué no vas y le pides a la Princesa Aska que baile contigo?
Por un instante, el mago permaneció inmóvil, como valorando la proposición de bailar con la pequeña monarca de Fahrem. Entonces, súbitamente, juntó sus dos manos al nivel de su pecho y las frotó una contra la otra, murmurando palabras ininteligibles. Una luz deslumbrante lo cubrió por completo, cegando a la joven, que no atinó a mover un músculo.
Cuando el resplandor se desvaneció, Presea abrió los ojos, temerosa de que algo terrible le hubiera sucedido a Guru Clef. Sin embargo, lo que se presentó a su vista iba más allá de sus más lejanos sueños. ¿Quién era aquel hombre de cabello morado y apariencia majestuosa que ahora se inclinaba con exquisita cortesía? Era más alto que ella y no le resultaba conocido. Sin embargo, su rostro sonriente le resultaba extrañamente familiar. Y al ver sus ojos azules, supo de quien se trataba.
- Porque no es con ella con quien quiero bailar. – dijo la suave voz de Guru Clef, saliendo de aquellos labios extraños.
- Pero... ¿Eres tú? ¿De veras eres tú? – balbuceó Presea, que no podía despegar los ojos de esta nueva versión de Clef que se presentaba ante ella. Sencillamente, la dejaba sin aliento. Si no fuera porque ya lo amaba más que a su propia vida, seguramente se hubiese enamorado de él en aquel mismo instante.
- ¿De veras he cambiado tanto? – sonrió el mago – Solo crecí un poco... para que buscaras otra excusa, si lo que no quieres es bailar conmigo.
La armera buscó en su mente una salida rápida y elegante de aquel atolladero, pero desgraciadamente, o afortunadamente, no la encontró. Además, muy a su pesar, no se sentía con fuerzas para rechazar a este nuevo y mejorado Clef. ¿Quién hubiera podido resistírsele?
- Está bien. – accedió aparentando mal humor.
La sonrisa que apareció en el rostro del hechicero casi le provoca un desmayo. En silencio se dirigieron a la pista de baile, y una vez allí se mezclaron con otras parejas que bailaban alegremente. Así dieron vueltas y más vueltas por todo el salón, hasta que el ritmo trepidante que habían seguido hasta entonces fue sustituido por una canción mucho más lenta. Demasiado lenta en la opinión de Presea.
- Ha sido un placer... – comenzó a disculparse, asumiendo que el final de la pieza significaba el final de su baile con el mago. Pero al parecer, este no tenía ninguna intención de dejarla ir.
- ¿No estarás pensando en irte a bailar con otro, verdad? – la interrumpió Clef con traviesa expresión – Después de lo que tuve que hacer para convencerte, tengo derecho a exigir que esta noche seas solo mía...
Presea se ruborizó violentamente, pero no contestó. Aquel había sido su último intento de resistirse a los encantos del mago. A partir de ese momento, no le importó cuan borracho estuviera o lo mucho que iba lamentar al día siguiente lo que estaba haciendo ahora. Se dejó llevar en los brazos del hombre que amaba y así, la noche que debió durar para siempre pasó en apenas unas horas...
ººººº Fin del Flashback ººººº
- ¿Presea? ¡Presea!
La armera se sobresaltó, al ser sacada bruscamente de su ensueño. Se volvió, aún alterada, solo para encontrarse con los traviesos ojos azules de Caldina.
- ¿Qué te pasa que estás tan pensativa últimamente? – inquirió la bailarina.
- No es nada.
- ¡No te creo! ¿Cuál es mi premio si adivino de qué se trata?
Presea se volvió, tratando de esconder su rostro de la mirada inquisitiva de la ilusionista. No estaba muy segura de si sus sentimientos eran muy obvios o era que sencillamente, Caldina tenía demasiado talento para leer los corazones. Lo cierto es que nunca podía ocultarle nada.
- Y ese rubor ya me está dando una pista... – insistió la bailarina – Apuesto mi bello cuerpo a que es algo relacionado con un anciano y decrépito mago...
- ¡Clef no está decrépito! – se sulfuró Presea, enrojeciendo aún más.
- ¡Anjá! ¡Sabía que tenía que ver con él!
- No sé como te las arreglas para andar siempre husmeando...
- Vamos, Presea, ¡eres bastante obvia! Todos en el castillo están enterados de lo que sientes por ese Guru gruñón...
La armera suspiró ruidosamente. Aquel “gruñón decrépito”, como lo llamaba Caldina, era la persona a la que más amaba en el mundo. Ni siquiera recordaba como había llegado a enamorarse de él de aquella forma. Tal vez de tanto hacerse pasar por su hermana gemela, la verdadera Presea, había acabado por entregar su corazón al mismo hombre que ella.
- De seguro, todos piensan que soy una tonta... – murmuró tristemente.
- ¡Nada de eso! – negó Caldina - ¡El tonto es él!
- ¿Quién es el tonto? – preguntó Umi, entrando en aquel mismo instante al salón donde ambas mujeres se encontraban. Presea tembló solo de pensar que Caldina fuera a contestar a aquella pregunta con la verdad. Sabía, o creía saber con toda seguridad, que si el mago del que hablaban tuviera un corazón que ofrecer, la más fuerte candidata a ganarlo sería la guerrera del agua.
- ¡Pues, de Lafarga! ¿De quien más? – contestó la bailarina sin inmutarse – Ya sabes, las mujeres enamoradas nos volvemos de lo más monótonas. ¡Siempre hablando de lo mismo y lo mismo, o sea, el objeto de nuestro amor! Y a propósito... – su sonrisa se volvió traviesa - ¿De quién habla mi pequeña Umi?
La aludida se sonrojó levemente, lo cual Presea consideró de muy mal augurio, sabiendo que Umi había ido con Guru Clef al salón del trono después del desayuno.
- Oh, precisamente venía a buscarte porque necesito tu ayuda... – el rubor creció en las mejillas de la guerrera, mientras que su voz disminuía hasta casi convertirse en un susurro.
- ¿Asuntos del corazón? – insinuó Caldina - ¡Has venido al lugar indicado! A ver, ¿de qué se trata?
- Bueno... – Umi se interrumpió. Lo que quería hablar con Caldina era un tanto embarazoso. A decir verdad, era algo que no había hecho nunca. Nunca se había visto en la necesidad.
Sin embargo, Presea interpretó el silencio de la joven como una señal de que su presencia no era deseada.
- Me encantaría quedarme a conversar con ustedes – dijo levantándose con una débil sonrisa – pero aún tengo cosas que hacer antes de que lleguen los invitados de Chizeta.
Y se marchó, ignorando la expresión aliviada de Umi y el ceño fruncido de Caldina. Ya en el corredor, la armera dejó escapar un largo suspiro y se recostó contra la pared. Ya no lo soportaba. Le parecía que su corazón estallaría en cualquier momento, de tanto anhelar lo que aparentemente nunca tendría. Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Si antes tenía pocas esperanzas, aquellas habían muerto con el regreso de las Guerreras Mágicas. El sueño en su mente tenía que terminar. Y le correspondía a ella misma acabar con él de una vez y por todas.
Presea se enderezó, su rostro ahora completamente seco y lleno de determinación. El corredor a sus pies guiaba sus pasos decididos, al tiempo que la firme decisión que acababa de tomar encaminaría sus acciones a partir de aquel momento. Aquella había sido la última vez que lloraba por el amor de Guru Clef.
ºººººººººº
La respiración fue normalizándose poco a poco en el agitado pecho de Fuu. Su cuerpo no estaba acostumbrado a la desenfrenada carrera a la que lo había forzado a someterse. Pero todo fuera por evitar a Ferio, ya que no se sentía con fuerzas para enfrentarse a él. La verdad, no creía que nunca sería lo suficientemente valiente para enfrentarlo sabiendo que le estaba vedado amarlo. Y que probablemente, ella tenía una parte de culpa en eso.
Miró a su alrededor. En su loca huida, ni siquiera se había molestado en fijarse por donde iba. Ahora lo veía, la última puerta que había atravesado la había llevado a uno de los tantos jardines interiores del castillo de Céfiro. Un jardín particularmente pequeño e insignificante, pero no lo suficiente como para pasar desapercibido. Retrocedió inmediatamente. Aquel lugar no le convenía. Los jardines eran lugares públicos... donde cualquiera podía entrar y encontrarla.
Demasiado tarde. Antes de que pudiera alcanzar la puerta, está cedió paso a otro visitante. La guerrera buscó frenéticamente una vía de escape, pero no la encontró. Este jardín solo tenía una entrada, guardada en aquel momento por una persona que, Fuu lo sabía, no la iba a dejar ir tan fácilmente.
- ¿Escapabas de algo... o de alguien? – preguntó Ferio, felicitándose en su interior por haber seguido a la joven, al verla pasar por el corredor como una exhalación.
No obtuvo respuesta. La rubia seguía buscando desesperadamente una forma de salir de aquel aprieto. No la había. Ella misma se había encerrado en una ratonera. No le quedaba más remedio que arrostrar las consecuencias. Sin embargo, bien pronto se dio cuenta de que su cuerpo no estaba dispuesto a acompañarla. Apretó los labios con impotencia y fijó una mirada nerviosa en la punta de sus zapatos. Eso, una mancha en el suelo, cualquier cosa que la desviara lo más lejos posible del rostro de él.
- Hace tiempo que quería hablarte, Fuu – continuó el príncipe, viendo que la joven no se decidía a contestarle – pero por uno u otro motivo, nunca pude acercarme a ti. Hasta llegué a pensar que tratabas de evitarme.
Tampoco esta vez la joven replicó. ¿Qué podía decirle? ¿Qué era cierto, que sí había tratado de evitar encontrarse a solas con él? ¿Qué su corazón se partía en dos por causa de aquel malhadado compromiso? ¿Qué ella era tan culpable como él, pero que a pesar de todo, no había nada que hacer? No. Era preferible callar. Callar y esperar. Después de todo, no podía estar peor de lo que ya estaba.
Pero Fuu se equivocaba, lo comprendió rápidamente cuando Ferio se acercó a ella y la abrazó con fuerza, sin darle tiempo a reaccionar, como si estuviera dispuesto a no dejarla ir nunca más. La guerrera cerró los ojos, luchando ingentemente por no llorar. ¡Esto era mucho peor!
- ¡Suéltame! – era una orden, un tono perentorio totalmente inusual en los labios de Fuu. Mucho más cuando aquella “petición” vino acompañada por un empujón que deshizo de inmediato el abrazo en que el príncipe la había atrapado. Él la contempló un instante, tomado desprevenido por aquel rechazo. Estaba convencido de que lo más difícil sería acercarse. Pero al parecer nada iba a serle fácil con la guerrera.
- Ya sé, te debo una explicación...
- No me debes nada. – cortó Fuu con sequedad – Eres dueño de tu vida y yo no soy nadie para reclamarte porque quieras ser feliz.
Tenía que ser fuerte, mostrarse dura e intransigente con él. No podía flaquear ahora, no podía permitírselo, no tenía derecho a ser débil. Pero nadie sabía el trabajo que le estaba costando el mero hecho de evitar los ojos de Ferio.
- Sí, yo quiero ser feliz. – afirmó el joven – Sin embargo, sé de sobra que mi felicidad está ahora delante mí, aunque no quiera mirarme. Oh, Fuu, he soñado con tus miradas, con tus sonrisas...
- ¡Basta! – exclamó ella, logrando finalmente dar dos pasos atrás - ¡No debes decir eso! ¡No es correcto! Y no es justo...
Esta última frase se le escapó en un susurro. No era justo. No era justo que Ferio estuviera diciéndole esas cosas. Ni él debía decirlas, ni ella debía oírlas, aunque sonaran en sus oídos como música celestial. Sí, ella necesitaba su amor. Lo deseaba tanto que solo la idea de que pronto le pertenecería a otra mujer la estaba matando lentamente. No obstante, no podía dejar de pensar en como se sentiría ella misma si su prometido fuera pretendido por otra. Si la princesa Tarta estaba enamorada de él, ella no tenía ningún derecho a interponerse. Además, ¿cómo era posible que Ferio estuviera pensando en pasar el resto de su vida con alguien a quien no amaba?
- No amo a la princesa. – él pareció leer los pensamientos que se agitaban dentro de la guerrera, y aquella duda, aunque lógica, lo hirió profundamente, casi tanto como los ojos afligidos de Fuu, que ahora lo miraban sin reserva - ¡Nunca la amé, nunca!
Incapaz de contenerse, el príncipe volvió a cubrir en un instante la distancia que lo separaba de la guerrera y la abrazó aún con más fuerza, sin dejar de verter sus sentimientos sobre el alma de la joven, ahora inmóvil entre sus brazos.
- El rey de Chizeta fue el que propuso este noviazgo, como muestra de buena voluntad entre nuestros países. Por supuesto, yo me negué en un inicio, pero no dejé de darle vueltas en mi cabeza a la idea. Yo sufría amargamente, Fuu, sufría tanto, te extrañaba demasiado y pensé... Oh, que gran equivocación... ¡en mal día semejante cosa pasó por mi mente! Pensé que, ya que tú y tus amigas no regresarían, tal vez una de las princesas podría ayudarme a olvidarte... Sé que no debí hacerlo, pero al fin y al cabo, supuse que ninguna de ellas podía estar enamorada de mí, ya que apenas nos conocíamos... Debí saber que nadie lograría hacerme olvidarte...
Ferio se separó un poco para observar el rostro de Fuu. Sus ojos verdes estaban llenos de contenidas lágrimas, lágrimas que ella no dejaba caer. Le acarició la mejilla suavemente. ¡Solo tenía que mirarla para saber que nunca podría amar a otra! ¿Cómo fue tan estúpido de pensar que sí podría?
- Fuu... por favor, di que me perdonas... he sido un tonto, lo sé bien... pero también he sufrido miserablemente... tu ausencia me hizo débil y cobarde... es que te amo tanto...
- No hay nada que perdonar... – ella aún se resistió a la acción magnética de sus pupilas doradas y sus palabras.
- ¡Entonces di que me amas! – exigió Ferio fogosamente - ¡Dímelo!
- Yo no...
Lo que fuera que estuviera a punto de decir, el príncipe no la dejó terminar. La mirada esmeralda de la joven le susurraba levemente su amor por él y sin embargo, su boca estaba a punto de decir algo cruel. Algo que seguramente sería sensato, pero que él no quería oír. Así que hizo lo único que podía hacer. Callar aquellos labios despiadados. Cubriéndolos con los suyos.
Fuu no se resistió, pero tampoco devolvió el beso. Silenciosamente elevó una plegaria a cualquier ente superior que pudiese haber en aquel mundo. Pidiendo que le diera fuerzas para rechazar al único hombre al que amaría en su vida. Aún sabiendo que él sentía lo mismo por ella. Hasta entonces no había comprendido con claridad lo que significaba un adiós para siempre.
“Nunca más...” gritaba su mente, mientras él la besaba con fiereza, casi con desesperación “Nunca más, Fuu... Despídete del amor...”
- Eres cruel conmigo, Fuu. – Ferio la había soltado y la miraba con infinita tristeza – Pero no importa. Ya he aprendido mi lección.
Se dirigió lentamente a la pequeña puerta de salida del jardín. Una vez allí, se volvió para mirar a la joven.
- Aunque no me quieras, yo nunca dejaré de amarte. El día del baile romperé mi compromiso con la princesa Tarta. No sería justo que pase el resto de su vida con un hombre que nunca será completamente suyo.
La guerrera mágica abrió los ojos asombrada. No podía creer lo que acababa de oír. ¿Romper el compromiso? ¿Por su causa?
- ¡Ferio! – llamó con voz extraña, que tardó en reconocer como la suya propia - ¡No puedes hacer eso! Tienes que ser fiel a tu palabra. ¡Eres un príncipe!
Una mustia sonrisa apareció en el rostro del futuro soberano de Céfiro.
- Guru Clef me prohibió verte y yo lo desobedecí deliberadamente. No es la primera vez que prometo algo que no puedo cumplir. No tengo palabra, así que no sería un buen gobernante. – se encogió de hombros, mirando a Fuu intensamente – Para mí las palabras son huecas y vacías cuando no salen del corazón. Y el mío... hace mucho tiempo que escapó de mi pecho, para refugiarse en tus brazos.
Aún Fuu trató de contener sus lágrimas. La triste expresión de Ferio le hacia mucho más daño que cualquier rapto pasional.
- Yo preferiría ser un caballero errante y tener tu amor. Entonces, si tengo que ser yo el rey de Céfiro – concluyó con firmeza – solo Fuu Hououji podría ser la reina. ¿Pero acaso soy digno del trono si ni siquiera merezco un beso de la mujer que amo?
Sus palabras también estaban llenas de amargura. Se encogió de hombros y una vez más se volvió para marcharse. Pero la guerrera del viento no podía dejarlo marchar pensando que ella no sentía nada por él. Porque no era cierto. Y si bien ya estaba resignada a conformarse con lo que parecía ser su triste y solitario destino, el sufrimiento de Ferio era superior a sus fuerzas.
- ¡Espera!
Tal vez si lo hubiese pensado mejor, no lo hubiera hecho. Pero una vez más su cerebro no logró imponerse a la fuerte voz de su corazón. Corrió hacia Ferio, abrazándolo justo en el instante en que él se volvía. Y lo besó, lo besó con toda su alma, con todo su amor por él y con el ansia reprimida durante cinco interminables años. La sorpresa del príncipe se desvaneció en el acto, con la íntima convicción de que la felicidad había regresado a su puerta. Devolvió el beso con pasión, sintiendo como la joven prácticamente se fundía entre sus brazos. Que le habían sido dados solo para abrazarla a ella, estaba seguro de eso.
- Yo... – jadeó Fuu, sonrojándose violentamente – yo también te amo... y siempre te amaré...
Una alegre chispa se encendió en los ojos amarillentos de Ferio.
- ¡Ahora puedo enfrentarme al mundo entero! – exclamó jubiloso - ¡Con tu amor como escudo, soy capaz de todo!
Otro beso, más lento y ardoroso. Y la guerrera del viento se forzó a volver a la realidad.
- ¿De veras romperás el compromiso? ¿No habrá problemas por eso?
- No creo que el rey de Chizeta quiera condenar a su hija a una vida sin amor. Le diré todo honestamente y espero que me comprenda. También hablaré con la princesa.
- No quiero que vaya a haber un problema por mi causa... – murmuró Fuu acurrucándose contra el pecho masculino.
- Y yo no quiero vivir sin ti – el príncipe acarició suavemente los rizos rubios de la joven – así que déjame encargarme de esto. Confía en mí, ¿sí?
Una genuina sonrisa y una suave mirada esmeralda le dijo a Ferio que la guerrera del viento confiaba en él sin reservas. De la misma forma en que lo amaba. La besó en la punta de la nariz y la abrazó con ternura. Ahora que la tenía de vuelta, no la dejaría ir otra vez por nada del mundo.
Sin embargo, el sentimiento de culpabilidad no dejaba en paz a Fuu. Aunque el joven tratara de simplificar todo, la situación era bastante complicada.
- ¿Qué sucede? – inquirió él y agarró la barbilla femenina, mirando directamente en las verdes pupilas que ahora reflejaban preocupación - ¿Mi siempre sensata Fuu aún tiene remordimientos?
La joven se sorprendió al ver como él acababa de adivinar lo que estaba sintiendo. Se removió entre sus brazos, un tanto incómoda.
- Es que yo... Ferio, yo no merezco... yo también traté de olvidarte...
- Siempre tan austera... Si ya me has perdonado, ¿por qué no perdonarte a ti misma? – sonrió Ferio, provocando un nuevo sonrojo en la joven – Piensa que olvidar parecía lo más sensato después de cinco años de ausencia. Todos los habitantes del castillo lo intentaron, porque las extrañaban y era muy duro. Incluso Ascot pareció resignarse a no volver a ver a Umi... Aunque sí hubo una persona que fue lo suficientemente insensata, o sensata, como para no intentarlo.
- ¿De veras? ¿De quién me hablas? – preguntó Fuu curiosamente – ¿Guru Clef? ¿Tal vez él ya sabía que íbamos a regresar?
- No. Me refiero a Lantis. Él nunca olvidó...
- ¿Lantis? – se asombró la guerrera mágica - ¡Pero si él tiene una novia cefiriana!
- ¿Qué?- ahora el asombrado era el príncipe - ¿Quién te contó semejante tontería?
ºººººººººº
La puerta se cerró con un leve chirrido. Guru Clef miraba con curiosa expresión a la armera, que acaba de entrar en su cuarto. Rápidamente calificó la expresión de la mujer de demasiado seria, y se preparó para una mala noticia.
- Necesito hablar contigo. – dijo ella, dejando escapar un suspiro imperceptible.
- Tú dirás. – la instó el mago.
- Después del baile de compromiso, pienso irme de Céfiro.
- ¿Qué?
- Tengo planeado pedir a las princesas o al rey de Chizeta que me permitan viajar con ellos a su planeta. – explicó Presea – Confío en que no se nieguen.
El pequeño hechicero escrutó el semblante de la armera por un momento. Sin embargo, la firmeza del rostro femenino no lo dejó ver más allá de sus ojos castaños.
- ¿Por qué? – preguntó con voz que más bien sonó como una orden.
- ¿Quieres que invente una razón cualquiera? – la joven sonrió tristemente - ¿O prefieres que te diga la verdad?
- La verdad. – exigió Guru Clef.
Presea aspiró con fuerza. Y se lanzó al vacío.
- Porque te amo.
El mago sacudió la cabeza, aturdido por lo que acababa de oír. Ya sabía que la verdadera Presea lo amaba y que esta, su hermana gemela, sentía lo mismo por él. Había tratado de ignorar tales sentimientos, porque era su deber, y lo había logrado, aunque no completamente. No obstante, no comprendía lo que sucedía ahora. Y así lo dijo.
- ¿No comprendes? – inquirió la armera con sarcasmo – Eso es porque nunca has amado a nadie en toda tu vida. Pobre Presea, pobre guerrera del agua... y pobre de mí.
Una carcajada amarga se escapó de sus labios.
- ¡Eres tan insensible, Guru Clef! No sé que te vio mi hermana, no sé que te ve Umi y ciertamente, no entiendo por qué no logro olvidarme de tus malditos ojos azules, que me persiguen hasta en mis sueños. ¡Debo estar loca! Sí, eso fue lo que pensé cuando me di cuenta de que me había enamorado de ti. Y aún así, no pude sacarte de mi corazón, aunque hubiera querido extirpar aquel sentimiento, arrancarlo como si fuera una mala hierba.
- Presea... – murmuró el mago, cada vez más asombrado.
- ¡No! – exclamó ella, interrumpiéndolo – Me pediste la verdad y la tendrás, aunque sea por última vez. Yo no quería amarte. Sabía lo mucho que sufrió mi hermana por tu causa, y te guardaba rencor por eso. ¡Pero debes ser un gran brujo en verdad, porque mi antipatía pronto se trocó en un sentimiento bien distinto! Y te amé, y soñé con tu amor y me pegué a ti como una sombra, solo estar cerca de ti bastaba.
Las lágrimas corrían libremente por el rostro exaltado de Presea, que ya no las contenía, ya no importaba. Una última vez, y luego todo habría terminado.
- Llegué a pensar que Presea había sido muy tonta, si amándote como sé que te amaba se había resignado a marcharse al Bosque del Silencio. No comprendía como había podido estar sin ti, cuando yo me sentía incapaz de ello. Pero ahora lo comprendo...
Un nuevo suspiro, esta vez ahogado y palpitante. Un poco más. Solo un poco más y luego sería libre para volar lejos de allí.
- Yo te amo – volvió a afirmar la gemela de Presea – pero tú nunca sentirás lo mismo por mí. Mi hermana lo supo, y por eso se fue. Yo lo sé, ahora lo comprendo... y me voy, porque esa verdad me es insoportable. No puedo torturarme más, viéndote todos los días y sabiendo que no tengo esperanzas de ganar para mí esa piedra a la que llamas corazón. Esto tiene que terminar.
- Presea... – Guru Clef intentó hablar nuevamente.
- No soy Presea. – la armera se irguió con dignidad – Ella no tuvo suficiente valor para alejarse de ti lo suficiente. Aún venía a verte al castillo o se comunicaba contigo a través de Mokona. Yo no volveré, Guru Clef.
Todo el tiempo, sus ojos habían permanecidos fijos en la pequeña figura del mago, como si quisiera grabarla en su memoria para siempre. Había mentido. Sí sabía por qué amaba a Guru Clef. Él tenía todo lo necesario para hacer feliz a cualquier mujer. Tenía tantas virtudes que enumerarlas hubiera sido interminable. Pero no tenía lo principal. No tenía corazón.
Ya no quería verlo más, tenía que marcharse. Desvió la mirada y se volvió hacia la puerta. El hechicero no dijo nada. ¿Qué podía decir? Le parecía que el elevado puntal de su habitación le había caído encima aplastándolo. Y a pesar de todo, no lograba comprender por qué se sentía así. O simplemente, no quería entenderlo.
- Me iré después del baile, Guru Clef. – la voz femenina resonó huecamente – Y no volveré.
Esta vez, el chirrido de la puerta le pareció a Guru Clef mucho más seco y estridente, al verla y oírla cerrarse tras la falsa Presea.