Capítulo XI

Clef - Responsabilidad

 

Clef permaneció sumido en sus propias reflexiones durante un rato, después de la partida de Presea. Su corazón lo torturaba con sentimientos que él no tenía derecho a experimentar. Y por más que trataba de ignorarlos, no lo lograba. El alma de una joven como la armera siempre había sido como una copa de cristal para un mago tan poderoso y de tan avanzada edad como él. Por tanto, lo que encontró tras sus ojos castaños no lo sorprendió en absoluto. Siempre lo supo, aunque no lo admitiera, y comprendía perfectamente que estuviera ofuscada, ya que todo era complicado en asuntos amorosos. Él lo sabía bien. Su corazón no era la piedra seca que todos suponían. Pero tanto tiempo lo había tratado como tal, que ahora no comprendía su lenguaje.

Se levantó para pasearse por el salón del trono. Las guerreras de viento y del fuego no vendrían por ahora. Sentía sus presencias un tanto difusas, como si estuvieran ocultándose en algún lugar relativamente alejado. Con un pequeño movimiento y un leve murmullo, Clef desapareció del sitio en que se hallaba, para reaparecer segundos después en su propia habitación. Maquinalmente se asomó a la ventana, para ver a Fuu caminando con lentitud entre setos floridos. El mago frunció el ceño con dureza. La joven no estaba sola. La acompañaba Ferio, en franco desafío a su autoridad. Pero eso no se podía quedar así. Si el príncipe de Céfiro no era lo suficientemente responsable para pensar ante todo en sus súbditos, allí estaba Guru Clef, que siempre se había encargado de todo desde la abolición del sistema del Pilar. Y esta vez, no iba a ser diferente.

 

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- ¿Estás seguro de eso? ¿Completamente seguro?

- Por supuesto, Fuu. Si Lantis tiene una novia en Autozam, no sabría decirte, pero de lo que sí estoy convencido es de que en Céfiro no tiene ninguna. Ya deberías saber la clase de persona que es. Siempre anda solo y silencioso.

Mientras hablaban, el príncipe y la guerrera del viento se habían sentado en uno de los bancos que poblaban el amplio jardín en el que ahora se encontraban. Sin darse cuenta, habían pasado de una habitación a otra, cada uno disfrutando de la compañía del otro, distraídos en su mutuo amor y en la animada conversación que sostenían.

- Entonces no entiendo nada. – confesó Fuu, perpleja por los hechos que narraba su amado.

- Hasta podría decirte que siempre abandonaba el salón cada vez que alguien mencionaba a las Legendarias Guerreras Mágicas. – agregó Ferio, jugueteando con los rizos rubios de la joven - No es que lo haya observado mucho, pero me di cuenta de que muchas veces su rostro se crispaba, como si el tema le molestara particularmente. No, no creo que esté enamorado de otra chica que no sea Hikaru. Aunque claro, con Lantis nunca se sabe. Y es cierto que ha estado actuando de forma muy extraña últimamente.

- Pero, Ferio, estás seguro...?

El joven cortó la pregunta de la guerrera colocando uno de sus dedos en los labios femeninos. Una sonrisa pícara se extendió por su rostro, al ver como Fuu se ruborizaba.

- No hablemos más de esto, ¿sí? – sugirió con expresión traviesa – No quería que volvieras para que nos pasáramos el tiempo hablando de Lantis.

- Estoy preocupada por Hikaru... – murmuró la guerrera del viento - pero quizás tengas razón. Debemos dejar que lo resuelvan ellos mismos.

- Eso pienso yo.

- Y... ¿de qué hablaríamos?

La sonrisa se acentuó en los labios del príncipe. Era siempre adorable ver como Fuu se sonrojaba. Y como su timidez afloraba siempre que estaba a solas con él. En eso nunca cambiaría, aunque fuera obvio que había crecido en aquellos años. Claro, que él no tenía ningún interés en tal cambio.

- Podríamos hablar de lo que has estado haciendo en el Mundo Místico, así yo podría decirte que te extrañado mucho, tú me asegurarías que tampoco me olvidaste y entonces yo te diría que has regresado más bella de lo que mi pobre imaginación recordaba...

El rubor en las mejillas de la joven creció aún más al oír la clase de conversación a la que Ferio aspiraba. No es que le molestara, a decir verdad era realmente placentero escuchar tales halagos provenientes de los labios de su amado. Era más bien como si su rostro también quisiera hacerse eco de sus sentimientos por el príncipe de Céfiro.

- Y por último – concluyó él a pocos centímetros del rostro femenino – ver como te pones más linda aún cuando te sonrojas, decirte que te amo más que nunca y... robarte un beso.

Dicho y hecho. El joven se inclino sobre los labios de su amada y los rozó suavemente. Fuu le contestó con una sonrisa tímida. Sin embargo, esto no pareció satisfacer completamente a Ferio, ya que volvió a acercarse, esta vez con intenciones de demorarse más en su idilio, cuando una voz estridente lo detuvo en seco.

- ¿Qué estás haciendo, Ferio?

Los dos jóvenes se volvieron, el sobresalto pintado en sus facciones, y vieron al pequeño Guru Clef de pie ante ellos, contemplándolos con expresión recriminatoria. Nadie dijo ni una palabra, hasta que el mago habló de nuevo:

- Quiero decir, aparte de poner en peligro la estabilidad de dos planetas, ¿qué otra cosa crees estar haciendo, PRINCIPE FERIO?

Esta frase tuvo la facultad de sacar a Fuu del letargo en que su propia sorpresa la había sumido. Pero no tuvo tiempo de decir nada, ya que Ferio se le adelantó.

- Estoy besando a la mujer que AMO – afirmó atrevidamente – y nadie va a impedírmelo. Ni siquiera tú, Guru Clef.

El mago se irguió al verse desafiado de forma tan abierta. En todos sus años como Guru de Céfiro, nadie se había atrevido a tanto, ni siquiera la princesa Emeraude. La ira chispeó en sus ojos azules.

- Voy a pasar por alto tu desfachatez porque has sido mi alumno y te conozco muy bien. No me extraña tal cosa en alguien tan irresponsable como tú. Pero sí me asombra que la guerrera del viento te secunde en esta locura.

- Guru Clef... yo... – balbuceó Fuu.

- No te culpo. – la mirada del mago se suavizó un tanto al ver la expresión atribulada de la joven – Sé lo que sientes por este cabeza hueca. – un leve gesto acalló la airada protesta por parte de Ferio – Pero tengo que hacerte ver la verdad. Si el príncipe se atreve a desairar a una princesa, los reyes de Chizeta podrían declarar la guerra a nuestro planeta.

La guerrera del viento palideció visiblemente, sin poder evitar la expresión de horror que se plasmó en sus ojos al darse cuenta de que la situación era mucho más complicada de lo que Ferio había querido mostrársela. ¡Guerra! Una conflagración bélica podría desatarse en cualquier momento... ¡por su culpa!

- ¡Eso no sucederá! – oyó como el alumno aún defendía su posición ante el maestro - ¡Podemos entendernos como personas civillizadas!

- ¿Personas civilizadas? – dijo Clef sarcásticamente - ¡Estamos hablando de la princesa Tarta! Tal vez pudieras intentar una conversación decente con su hermana, siempre y cuando le ofrezcas una taza de té. ¡Pero Tarta! Estás loco... y pones en peligro nuestra paz.

- ¡No puede ser tan terrible! – ripostó Ferio, ahora visiblemente preocupado por el indecible terror que se había apoderado de Fuu – Además, yo no la amo.

- Tenías que haberlo pensado ANTES. Ahora es demasiado tarde, porque ella SÍ te ama. O al menos eso es lo que ha mostrado. Y no creo que vaya a complacerla mucho saber que no piensas ser fiel a tu palabra, que debería ser sagrada. Casi puedo verla, incitando a su padre a que nos declare la guerra...

- ¡No! ¡Eso no sucederá!

Los dos hombres se detuvieron en su disputa, para volverse hacia Fuu, que los miraba con súbita resolución. Esta vez fue el príncipe el que palideció. No le gustaba nada aquella expresión en el rostro de la joven. Y menos le gustaban las lágrimas que nuevamente pugnaban por salir de sus ojos.

- Yo... – la guerrera se forzó a decir con voz débil, pero perfectamente audible – no pondré en peligro a tanta gente inocente. Sí tengo que renunciar a mi amor por un príncipe que ya está prometido a otra... eso haré.

- No lo hagas, Fuu... – suplicó Ferio – ¡Me condenarías a ser infeliz por el resto de mis días!

- Lo siento, pero soy una Guerrera Mágica. Y mi deber es proteger a Céfiro.

- ¿Por encima de nuestro amor?

- Si así tiene que ser, así será.

El joven no dijo más. Le parecía increíble que Fuu estuviera renunciando a él tan fácilmente. Después de tanto tiempo sin verla, después de tenerla por un instante, volvía a escapársele, sin que él pudiera hacer nada para retenerla.

Sin más vacilaciones, la guerrera se dirigió hacia la salida del jardín, dejando tras de sí sus ilusiones. Casi no dolía separarse de Ferio, sabiendo que su sacrificio salvaría a mucha gente de verse involucrada en una guerra insensata. Pero “casi” era bastante para ella. Ojalá que el príncipe comprendiera que ambos debían resignarse a cumplir con su deber.

Guru Clef detuvo a su alumno, que indudablemente pensaba seguir a la joven.

- Déjala. Ella sabe lo que hace. Eso es más de lo que se puede decir de ti.

- ¡Es por tu culpa! – bramó Ferio - ¡Tú la convenciste de que nuestro amor es imposible! ¿Cómo pudiste hacerme esto, Clef?

- No trates de cargar tus culpas sobre mis hombros. – el mago frunció el ceño significativamente – Haz honor a tu condición de príncipe y compórtate como tal. Es lo menos que puedes hacer ahora que sabes que Fuu está dispuesta a sacrificarse por TU planeta.

La expresión de Ferio permaneció indescifrable por un instante. Estuvo a punto de estrangular al pequeño hechicero con sus propias manos y sin embargo, bien pronto su mente discurrió algo distinto. Se enderezó pausadamente y miró a su maestro con expresión no menos decidida que la que su amada había mostrado minutos antes.

- Solo Fuu Hououji será la reina de Céfiro – dijo con convicción – y ella misma acaba de demostrar cuanto lo merece. Yo me encargaré de esto, Guru Clef. No habrá guerra.

El mago se sintió tentado a apuntar que ya antes el joven le había hecho una promesa que había fallado en cumplir. No obstante, algo en los ojos dorados lo tranquilizó al respecto. Esta vez sería distinto, su experiencia se lo decía. El futuro rey de Céfiro podría ser despreocupado algunas veces, pero en el fondo estaba dispuesto a cualquier cosa por aquellas personas a las que amaba. Aún así, sus palabras no dejaban de ser enigmáticas, ya que parecía poco probable que Ferio pudiera rechazar a la princesa Tarta y evitar la guerra al mismo tiempo.

- Confía en mí, por favor. – añadió el príncipe, viendo la duda debatirse en las facciones de su maestro – Esta vez no te defraudaré.

- Confío en ti. – Guru Clef asintió con una sonrisa - Sé que al final, harás lo correcto.

 

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La guerrera del fuego vagaba entre un pequeño seto de bellas flores blancas, sin siquiera imaginar los acontecimientos que se desarrollaban no muy lejos de ella. Había salido al jardín con Fuu, pero en un momento determinado esta había creído oír la voz de Ferio y se había echado a correr desaforadamente, sin prestar atención al llamado de su amiga. Al final, habían resultado ser tan solo dos guardias de palacio que pasaban conversando; pero como consecuencia, Hikaru se había quedado sola, y ahora admiraba los botones casi abiertos de los que estaba totalmente cubierta aquella planta desconocida. Sin percatarse de los varios pares de ojos que la contemplaban desde distintos lugares del vergel.

- Son hermosas... – murmuró la joven, al tiempo que se sentaba sobre el césped, recostándose del tronco de una enorme planta.

“No tanto como tú” fluyó un pensamiento desde la copa del árbol. Pero, por supuesto, Hikaru no se dio cuenta.

La posición en la que se encontraba le permitía ver parte del cielo, tan claro como todas las mañanas de Céfiro. Sin embargo, aquello que en circunstancias normales hubiera bastado para animar a la pelirroja no era suficiente en aquella ocasión. Se sentía rota, desesperanzada. Estaba tan enamorada... y no era correspondida. Guru Clef había hablado del famoso baile, y ella estaba casi segura de que ninguna de las Guerreras Mágicas iría. No se sentía con ánimo para fiestas. Además, Fuu no iría por motivos obvios y ni ella ni Umi podían ignorar lo que le sucedía a la guerrera del viento. Y en el muy hipotético caso de que considerara la idea de asistir... ¿con quien podría ir? Solo le hubiera gustado ir con una persona, y esta persona ya tenía con quien ir...

Hikaru reprimió con fuerza las ganas de llorar. Había prometido que iba a ser fuerte y lo sería, costara lo que costara. Sin darse cuenta, se descubrió asiendo el medallón que el espadachín mágico le había regalado una vez. No pudo contener las lágrimas por más tiempo. Tendría que devolvérselo, muy a su pesar. No tenía ningún derecho a quedárselo, tal vez él lo quería de vuelta para regalárselo a...

No, no podía soportarlo. Se echó a llorar desconsoladamente. Si solo con eso lograra sacarse el dolor que le atenazaba el corazón... No se dio cuenta de que Lantis acababa de saltar al suelo desde lo alto del árbol y la miraba con ternura mal disimulada.

- Hikaru... – llamó él, sintiendo como su pecho se desgarraba. Verla llorar así era superior a sus fuerzas.

La joven alzó sus ojos cuajados de lágrimas, reconociendo la voz inconfundible del espadachín. Hubiera querido ser capaz de dominarse ante él, pero su presencia solo contribuyó a aumentar la aflicción que inundaba su corazón. Su pena era cada vez más insoportable.

Mientras tanto, Lantis la había ayudado a levantarse, asiéndola por los hombros con suavidad, como si temiera que su solo contacto podría quebrar el frágil cuerpo que temblaba entre sus manos. Sin pensarlo dos veces, Hikaru se acurrucó contra el pecho masculino y lloró inconteniblemente. No era tiempo de razonamientos. Si no desahogaba toda la angustia que sentía, esta iba a terminar destruyéndola.

Pese a sus esfuerzos, Lantis no lograba calmar el llanto de la joven. ¿Pero que podía hacer él, si ni siquiera conocía los motivos de tanta tristeza? Solo sabía que hubiera preferido dejarse matar cien veces a tener que ver aquellas pupilas luminosas empañadas de lágrimas. Solo podía aspirar a reconfortarla abrazándola suavemente contra su pecho, y esperar a que se serenara y quisiera explicarle lo que le sucedía.

Hikaru alzó la vista hacia el rostro de Lantis y se tropezó con sus ojos azul oscuro. Pero esta vez no eran serios ni fríos. Había en ellos un océano de preocupación, y – aunque le era difícil creerlo – un mundo de adoración. Por una mirada como aquella, la guerrera del fuego hubiera dado cualquier cosa. Allí estaba y sin embargo, sus lágrimas la hacían dudar.

“Oh, te amo tanto, tanto... que me estoy volviendo loca” sollozó el alma de la joven, encogiéndose dolorosamente. No obstante, sus labios no lograron articular ni el más mínimo sonido, enmudecidos por el nudo que atenazaba su garganta. Su llanto seguía fluyendo, incontenible.

- No... no... – murmuró el espadachín acariciando los cabellos rojos, a la vez que luchaba contra el impulso de besarlos – Por favor... no llores más, mi...

Iba a decir “mi amor”, pero se contuvo a tiempo. Acababa de darse cuenta que no estaban solos. Frunció el ceño al ver como, caminando pausadamente, se acercaban a ellos Umi y Eagle.

- ¡Hikaru! – exclamó la guerrera del agua, tratando de ocultar su ira al ver a su amiga con aquel “tipo” - ¡Te estabamos buscando!

La pelirroja se crispó al oír aquella voz, se secó apresuradamente las pocas de sus lágrimas que no habían quedado en la ropa negra del espadachín y se volvió hacia los recién llegados con una sonrisa, desprendiéndose con íntimo dolor de los brazos de su amor.

- ¿Ya hablaste con Guru Clef? – preguntó con tono falsamente ligero. No podía dejar de preguntarse cuanto de aquella escena había visto su amiga. Se sentía culpable, como si Umi la hubiese sorprendido haciendo algo indebido. Le dirigió una mirada fugaz a Lantis, que permanecía inmóvil a sus espaldas. ¡Era su culpa, él la hacía sentirse débil!

- Sí, hace un rato. – la chica del pelo azul enrojeció levemente – He estado buscándote, y también a Fuu. Eagle se ofreció a acompañarme...

Por supuesto, Umi no iba a contarles de lo que había estado hablando con Caldina después de haber visto a Clef. Y mucho menos pensaba decirles como había convencido al Comandante de Autozam de invitar a Hikaru al baile, ya que, según ella le había asegurado, Lantis tenía otra cita. Le pareció un poco extraña la cara de asombro del joven al oír esto, pero se las arregló para persuadirlo. Solo esperaba que no se arrepintiera después de lo que acababan de ver.

- Hikaru, yo quería – Eagle no dejó pasar la oportunidad, para regocijo de la guerrera del agua – invitarte al baile. Claro, si es que no tienes pareja. – y con esto le dirigió una mirada nerviosa a Lantis. La expresión de este era pétrea, y el autozamita tuvo que reconocer que, por esta vez, no tenía la más mínima idea de lo que pasaba por la mente de su amigo cefiriano.

La pelirroja miró interrogadoramente a Umi, sorprendida por la repentina invitación de Eagle. Instintivamente se volvió para lanzar una tímida ojeada al rostro del espadachín mágico. Lo que vio allí – o lo que no vio – le dijo a las claras cual debería ser su respuesta al autozamita.

- ¡Sí, por supuesto que iré contigo! – aplaudió Hikaru con un esfuerzo sobrehumano - ¿Qué te hizo pensar que iría con otra peersona?

Eagle y Umi sonrieron ampliamente, muy complacidos con aquella respuesta. Por su parte, Lantis encajó el golpe lo mejor que pudo, y el profundo dolor que se reflejó en sus ojos no duró lo suficiente para que alguien más pudiera darse cuenta.

- ¿De veras? ¡Perfecto! – el Comandante de Autozam no podía ocultar su alegría - ¡Será genial, te lo aseguro! Ahora, si me disculpan, debo seguir mi camino hacia el NSX. Voy a autorizar días de asueto para mi tripulación. Quiero que todos sean tan felices como yo... aunque eso no les será tan fácil. – terminó con una sonrisa y se marchó silbando alegremente.

- Todavía tengo que encontrar a Fuu. – carraspeó Umi, rompiendo el tenso silencio que se había emplazado después de la marcha de Eagle - ¿Me acompañas, Hikaru?

En aquel momento, la pelirroja pareció despertar de repente del trance en el que había estado sumida. Miró a su amiga un tanto atontada, dándose cuenta que acababa de conseguir una cita para el famoso baile. Baile al cual, unos minutos antes, no pensaba ir porque no tenía pareja. Porque aquel que deseaba como pareja no la iba a invitar. A este pensamiento, un escalofrío recorrió el cuerpo de la guerrera del fuego. Lantis seguía de pie a sus espaldas, casi podía sentirlo. Y lo había visto y oído todo. La mirada animosa de la guerrera del agua la ayudó a controlar en parte el pánico que amenazaba con apoderarse de ella. Tal vez fuera mejor así.

- ¿Hikaru? – insistió Umi, con altivez - ¿Vienes conmigo?

- Ve tú delante. – contestó la pelirroja – Tengo dos palabras que hablar con Lantis.

La guerrera del agua frunció el ceño, pero no quiso objetar. Era mejor que su amiga dejara todo claro con el espadachín. Que lo pusiera en su lugar de una vez y por todas. Así que se encogió de hombros y se marchó por donde mismo había venido.

Una vez más Hikaru y Lantis se quedaron solos, contemplándose fijamente. Aunque los ojos azules de él estaban vacíos de toda emoción, a la joven no le hubiera molestado permanecer una eternidad sumergida en aquellos profundos océanos. Era una lástima que el espadachín prefiriera verse reflejado en otras pupilas, no en las de ella. Lejos estaba la guerrera del fuego de adivinar la tormenta de celos y desesperación que rugía detrás de aquella mirada congelada.

- Um... Lantis... – vaciló la pelirroja – yo...

El espadachín mágico enarcó una ceja. No lograba discernir de qué podía tratarse todo aquello. Solo deseaba que terminara lo más pronto posible y que lo que fuera que ella quería decirle no viniera a ser como un grano más de sal para la cruenta llaga de su tristeza. Sin embargo, bien pronto se dio cuenta que su dolor podía ser aún más hondo, al ver a la joven desabrochar con dedos temblorosos una cadena que colgaba de su cuello.

“¡No!” gritó su alma agonizante “¡Eso no!”

- Tengo... – suspiró Hikaru, mirando como una sonámbula el medallón que había atesorado durante tanto tiempo – tengo algo que te pertenece.

Sin poder evitarlo, Lantis dio un paso atrás, luchando con todas sus fuerzas por ocultar el horror que le causaba adivinar lo que estaba a punto de suceder. A sus ojos, en aquellas pequeñas manos palpitaba su corazón sangrante.

- Por favor, – suplicó la guerrera ofreciendo la joya al espadachín – es tuyo... Dáselo a quien lo merezca más que yo.

“Tómalo, por favor, ayúdame” pensó la joven frenéticamente “¡Esto es tan difícil!”

El llanto amenazaba con dominarla una vez más. Aquel medallón había sido el receptor de su amor durante tantos años, tantas veces lo había besado y acariciado, tantas veces había vertido ardientes lágrimas sobre su superficie pulida. Deshacerse de él era como desprenderse de una parte de sus entrañas.

- No puedo aceptarlo. – dijo Lantis con voz lo más firme posible – Yo te lo regalé...

- ¡Pero yo no lo quiero! – gritó Hikaru, interrumpiéndolo - ¡No lo quiero!

Y diciendo esto, arrojó el tan querido dije lejos de sí, como si su contacto la quemara, y se marchó corriendo, incapaz de controlar sus nervios un minuto más. No quería mostrar al espadachín mágico el triste espectáculo de su profunda aflicción. Él no tenía culpa de nada. Ella había sido tonta, se había enamorado y se atrevió a soñar que su amor sería correspondido. Las imágenes borrosas de Zagato y la princesa Emeraude se aparecieron en su mente, como hacía mucho tiempo que no las veía. Ella los había matado. Y su castigo había sido enamorarse del hermano de su víctima. Nunca debió haberlos olvidado. Ahora venían a cobrar su venganza.

Lantis no hizo ningún esfuerzo por retener a la joven ni ningún intento por seguirla. ¿Acaso eran necesarias más explicaciones? Ella no quería un regalo de él, no se creía merecedora de tal presente. Él ya sabía que ella no lo amaba, que amaba a otro. Pero comprobarlo realmente había resultado mucho más duro de lo que él se había imaginado.

Una lágrima solitaria se deslizó lentamente por su impasible mejilla. Hubiera querido gritar, golpear a alguien, cualquier cosa que lo ayudara a desahogar tanto sufrimiento. Pero no podía. Como aquella otra vez, cuando supo de la muerte de su hermano, el llanto consumía toda su energía, ni siquiera podía moverse. Solo podía mirar fijamente el suelo, mientras otras lágrimas seguían silenciosamente a la primera. A sus pies yacía el medallón que había pertenecido a su madre. Roto. Como su corazón.

 

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Guru Clef se dejó caer en su asiento pesadamente. Tenía demasiados problemas dando vueltas en su mente. La próxima llegada de los invitados de todos los planetas, los problemas habituales del reino, el misterioso regreso de las Guerreras Mágicas y ahora este asunto con Ferio. ¿Cómo iba a acabar todo esto? Desde que Hikaru, Umi y Fuu estaban aquí, todo se había puesto patas arriba. Para colmo, hasta a Presea se le había metido en la cabeza aquella loca idea de abandonar Céfiro. Y esto último tenía al mago bastante descontento. Todos los demás dilemas se desvanecían ante el pensamiento de perder a la armera. Hasta la amenaza de una posible guerra empequeñecía ante el miedo que lo había asaltado repentinamente.

Un suave toque en la puerta vino a socorrerlo, sacándolo momentáneamente de la indeseada angustia que lo amenazaba.

- Adelante. – contestó distraído.

La hoja de madera se abrió para descubrir la esbelta figura de la guerrera mágica del viento. Guru Clef la observó detenidamente y se asombró de no encontrar huellas de lágrimas en sus ojos. Sin embargo, su expresión era penosamente neutral, como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerla así.

- Ah, Fuu. Siéntate. ¿Qué puedo hacer por ti?

La joven vaciló, probablemente meditando si debía sentarse o no, o quizás evaluando algún otro pensamiento más profundo. Por fin se sentó, pensando que sería mejor así, ya que lo que estaba a punto de decir no era nada fácil. Y si las fuerzas le fallaban, pues, estaría sentada.

- Pediste que viniéramos a verte. – explicó para empezar – Sé que ya Umi estuvo aquí. Así que puedes continuar conmigo.

- Ah... – el mago se asombró aún más de la entereza de la chica, que apenas  un rato antes había renunciado al amor de su vida – Bien, tengo que hacerte algunas preguntas...

- No será necesario. – interrumpió Fuu en un súbito impulso – Verás, Guru Clef, tengo que contarte mi terrible secreto...