Caldina bostezó, dando grandes signos de aburrimiento. Lafarga se había ido a supervisar el entrenamiento de los soldados y Ascot también la había dejado, nada más y nada menos que por uno de sus animaluchos. Así que la bailarina estaba en su cuarto sin nada que hacer, o como le hubiera gustado decir a ella misma, “sin ninguna intriga que tejer”.
Llena de fastidio, se acercó a la ventana, buscando algo que la sacara de aquel tedio. Y sin esperarlo, ahí estaba justo lo que buscaba. Una intriga. Caldina decidió prestar la mayor de las atenciones a la escena que se desarrollaba en el jardín bajo su ventanal.
Una joven alta y de cabellos rojizos estaba sentada en un banco de mármol. Su vestimenta era atrevida, como solía serlo en las féminas oriundas de Chizeta. Cualquiera que la hubiese visto, podría pensar que estaba descansando, aunque un leve taconeo sobre el suelo indicaba su impaciencia. Esperaba a alguien.
Caldina agudizó sus sentidos. Aquello le resultaba sumamente interesante. Lo que a simple vista aparentaba ser una escena normal, adquiría dimensiones insospechadas en la mente de la ilusionista, debido a que ella conocía a la joven que aguardaba. Y por más que lo pensaba, no lograba adivinar a quien esperaba.
Se oyeron unos pasos, apagados por la suave alfombra de hojas que cubría la tierra, y una figura lúgubre se adentro en el jardín. La chica del banco alzó la vista ansiosamente, y su expresión le hizo comprender a Caldina que aquella no era la persona a la que esperaba. Lantis la observó con leve curiosidad, preguntándose que estaría haciendo en aquel lugar. Sin embargo, su caballerosidad le impedía hacer una pregunta tan directa y hasta indiscreta. Y pensándolo bien, tenía una idea bastante precisa de a quien podía estar esperando. Así que pasó de largo, saludando con una leve inclinación de la cabeza, a lo que la joven contestó con nerviosa sonrisa, como niña cogida en falta, tal vez temiendo que el espadachín tuviera intenciones de quedarse allí. Pero este no se detuvo. Antes de que hubiera podido dirigirle la palabra, ya se había esfumado, como sombra en pena.
La bailarina frunció el ceño. La actitud de Lantis era realmente exasperante, pero ella aún confiaba en que Hikaru pudiera hacer un milagro en aquella alma tan fría. No sabía que los celos estaban haciendo su trabajo demasiado bien, y que dentro del espadachín ardía el fuego del infierno. Pero por supuesto, muy poca gente imaginaba que un hombre aparentemente insensible como aquel fuera capaz de sentir algo tan fuerte como eran los celos. La verdad era que Lantis sufría lo que nadie era capaz de suponer.
Caldina retiró su mente de pensamientos tan aburridos, y se dedicó a seguir espiando a la joven sentada bajo su ventana.
Otra vez, un ojo desconocedor lanzaría temerariamente un juicio: tal vez esperaba a su novio o a su amante. Pero Caldina creía saber más que eso. Aquella joven que esperaba NO tenía ni novio, ni amante, ni nada por el estilo. Sin embargo, la ilusionista se equivocaba. Le faltaba información que pronto iba a recibir.
Un hombre acababa de entrar por uno de los senderos que atravesaban el jardín, a un costado del castillo. Era trigueño, de elevada estatura y vestía ropas como las que usaban los nativos de Autozam. Ante el asombro de la espía involuntaria, la joven se levantó y corrió hacia el recién llegado, que la recibió con un apretado abrazo. Se besaron apasionadamente, sin romper el lazo de uno alrededor del otro, como si no pudieran soportar estar alejados.
Caldina apenas daba crédito a lo que veía. Nunca se hubiera imaginado tal cosa, y sin embargo, estaba sucediendo justo ante sus ojos. Aguzó los oídos.
- ¡Por fin! ¡Al fin viniste! – exclamó la joven, sofocada por las demostraciones de cariño de su acompañante - ¡Te he extrañado tanto!
- Y yo a ti, princesa – susurró él, sin dejar de besar con suavidad el cuello femenino – Ya no aguantaba las ganas de verte, de abrazarte, de besarte...
Otra vez se besaron, y ya Caldina se sentía un poco incomoda por estar observando subrepticiamente algo que no debía ni le incumbía.
- ¡Vamos! – la joven tiró de las manos del hombre – Aquí alguien puede vernos. Es mejor que vayamos a mi cuarto. Sabes que podemos confiar en mi hermana.
Él asintió y rápidamente desaparecieron en la misma dirección por la que antes habían llegado, entrando al castillo y terminando con el entretenimiento de una bailarina aburrida.
Caldina se alejó de la ventana. En verdad, sentía como que había visto más de la cuenta. Se sentó en su cama y luego se tiró de espaldas hacia atrás, con expresión aún perpleja. Luego se dio una vuelta y quedó boca abajo. Una sonrisa pícara apareció en sus labios.
- Quien lo hubiera pensado... – murmuró para sí – La princesa Tatra y el Sub Comandante Geo...
- ¿Qué pasa con ellos?
La ilusionista se volvió en la cama, sorprendida en su ensimismamiento por la llegada de Lafarga, que la observaba con curiosidad.
- ¡Oh! – rápidamente se incorporó y lo abrazó - ¡Es que acabo de descubrir un secreto amoroso!
El espadachín se sentó en la cama y escuchó la historia de Caldina. Sin embargo, su semblante fue pintándose de seriedad y preocupación en tanto la joven terminaba su narración.
- ¿No es lo más romántico que has oído? – terminó mirando a su amado con ojos brillantes y una gran sonrisa - ¡Me encantan las intrigas! Aunque ya no las uso contra nadie, me sigue gustando estar al tanto de todo.
La expresión de él no cambió.
- Te aconsejo, Caldina, que si aprecias la paz que disfrutamos no vayas a comentar esto con nadie más.
- ¿Por qué?
Lafarga hizo un gesto indefinido con las manos.
- ¿Crees que al rey de Chizeta le gustaría la idea de que una de sus hijas esté enamorada de un Sub Comandante de nave de Autozam?
Caldina se quedó callada. Él llevaba razón en lo que decía.
- Y hay más – agregó el espadachín – Esto podría significar cosas peores. Guerra... en la que podría verse complicado Céfiro.
La bailarina le dirigió una mirada de horror y se abrazó con fuerza a él, obviamente atemorizada. Lafarga le acarició el cabello y la miró con ternura, consolándola como si fuera una niña pequeña.
- Si no dices nada, no tenemos por qué temer. Mejor prepárate, que ya casi tenemos que bajar a comer.
Ella asintió con una sonrisa, ya un poco más calmada, y minutos después, se dirigieron juntos al comedor.
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Hikaru habría acompañado a Umi en su persecución tras Ascot, pero en realidad sintió que aquello realmente no le incumbía. Por otra parte, la guerrera del agua no parecía necesitar ayuda para rastrear al hechicero, y la pelirroja no estaba de ánimo para andar correteando por todo el castillo. Era muy raro que la siempre enérgica Hikaru anduviera vagando sin entusiasmo y sin un propósito definido por los corredores. Su habitación la oprimía, era demasiado grande y suntuosa para sus gustos sencillos. Aunque a decir verdad, sí tenía un objetivo en su aparentemente desorientado deambular. Quería encontrase con Lantis. Quería verlo y no se atrevía a ir a ver si estaba en su habitación. No hubiera tenido valor para buscarlo ni en el caso de haber sabido donde estaba su cuarto. Temía a su cruel indiferencia más que a cualquier otra cosa.
Sin embargo, la suerte parecía estar de su parte, ya que al doblar un recodo, casi se da de narices con la misma persona a la que tanto deseaba tropezarse. La alegría transfiguró su rostro en un instante, como si su habitual vitalidad hubiera regresado de súbito ante la vista del hombre al que amaba con todas las fuerzas de su fogoso corazón. Hikaru hubiera saltado de júbilo allí mismo si se hubiese dejado llevar por la euforia, pero se contuvo un tanto, no queriendo comportarse de forma tan infantil ante él. Toda la felicidad que sentía acabó desbordándose en la radiante sonrisa que floreció en sus labios.
Por su parte, Lantis maldijo su mala fortuna para sus adentros. Su objetivo era evitar a la guerrera del fuego por todos los medios, ya que saber que estaba en Céfiro y que amaba a Eagle ya le era bastante difícil de tolerar. Mucho más si tenía que verla por añadidura. Sin embargo, allí estaba frente a él, sonriéndole como solo ella sabía hacerlo, y por más que tratara de permanecer impasible, no pudo controlar la tibia sensación que comenzó a fluir por todo su cuerpo.
- ¡Lantis! – exclamó Hikaru sin poder contenerse - ¡Me alegro tanto de verte! De hecho... – la joven se ruborizó ante su propia sinceridad – estaba buscándote, pero no sabía dónde hallarte.
- ¿En serio? – murmuró él, incrédulo - ¿Para qué?
- Bueno, hace mucho tiempo que no nos veíamos, ¿cierto? – el ímpetu inicial de la pelirroja había disminuido un tanto con la reserva del espadachín – No tuvimos tiempo de hablar esta mañana y... espero que hayas descansado.
- Si... – dijo Lantis, mirando a un punto indefinido delante de él. En realidad, lo que se mostraba en su mente era la escena en la que Eagle asía las manos de Hikaru y le hablaba apasionadamente de quién sabe qué cosa. Veía lo mismo una y otra vez. Sacudió la cabeza, y sus cabellos negros se desordenaron aún más sobre su frente. Si seguía allí con ella, en cualquier momento no podría dominarse y haría alguna tontería.
- ¿Lantis? – inquirió la guerrera del fuego, ya inquieta por el hermetismo de su acompañante - ¿Estás bien?
Lo miraba con preocupación y Lantis sentía como todas sus convicciones se derretían como agua bajo la fija atención de aquellos ojos cálidos y maravillosos con los que tantas veces había soñado. En sus más queridos ensueños, ella lo había mirado con amor, con infinito amor reflejado en sus pupilas encarnadas. ¡Sueños tontos y vanos, ya que esa mirada nunca sería para él! Nada había cambiado. La palabra “imposible” seguía levantándose ante él como una muralla infranqueable. Antes tenía la forma de un portal interdimensional. Cerrado. Ahora tenía la forma y el rostro de Eagle Vision, su mejor amigo, su único amigo cuando creyó que lo había perdido todo.
El espadachín apretó los puños casi hasta hacerse sangre. Tenía que irse de allí. En cualquier momento su auto control cedería ante sus sentimientos y no sería capaz de contener las ansias locas que tenía de besar al objeto de sus más profundos anhelos y de confesarle lo que su corazón le estaba gritando... Y con eso no más hubiera logrado entristecerla, que sintiera pena por él. ¡No! ¡Eso nunca! Era una tortura mucho peor que cuando ella simplemente no estaba. ¿Por qué, por qué tenían que ser las cosas así?
- Tengo que irme. – masculló Lantis, y sin embargo, sus pies se negaron a obedecerle. Por el contrario, una de sus manos se adelantó hasta casi rozar la suave mejilla de la joven. Ardía en deseos de acariciarla, era inimaginable el esfuerzo que estaba haciendo para no dejarse llevar por su pasión. Porque era eso lo que sentía, ni más ni menos. Todo su cuerpo se había convertido en una brasa candente, encendida por una radiante sonrisa y una cálida mirada.
Hikaru no había dejado de contemplarlo, totalmente ajena a la lucha fiera que se llevaba a cabo en el interior del espadachín mágico. Estaba preocupada, él nunca se había comportado de esa manera con ella. Es cierto que era una persona muy reservada, pero en el pasado ella había logrado comprenderlo de alguna forma, casi sin saber como. No obstante, no entendía lo que le sucedía ahora. Pero sí entendió muy bien la intención que perseguía la mano que se extendía hacia ella. Contuvo el aliento. Hacía mucho tiempo que aquel contacto había pasado a ser parte de sus más recónditos recuerdos. Instintivamente, se adelantó un paso, hasta que la mano de Lantis estuvo a escasos centímetros de su rostro. Era tonto emocionarse con un simple roce, pero no podía evitarlo. Además, en los ojos del espadachín brillaba una luz que nunca antes había visto. Algo que le decía que si él llegaba a rozarla, todo estaría dicho entre ellos.
El rumor inconfundible de pasos que se acercaban sacó a Lantis de aquel trance en el que su propio ser lo impulsaba hacia la joven como un imán. Volvió a sacudir la cabeza, esta vez con más fuerza, y su mano cayó inerte a un costado de su cuerpo. Miró a Hikaru por última vez. ¡Era tan hermosa, tan noble, tan alegre, tan llena de vida! Era perfecta para Eagle... no para el pozo de tristezas en que se había convertido Kailu Lantis de Céfiro. Apretó los ojos, se dio media vuelta y se marchó, con el paso de aquel a quien arrancan bruscamente de un lugar donde quisiera permanecer para siempre.
La guerrera lo vio irse, totalmente estupefacta. ¿Qué había sucedido? No tenía idea. Por un momento, había creído que Lantis estaba a punto de estrecharla entre sus brazos, o al menos, eso creyó leer en sus ojos. Y acto seguido, la había mirado con expresión casi suplicante y... sencillamente, la había dejado allí. Sin más palabras, sin siquiera un gesto.
- ¿Qué no era ese Lantis? – preguntó Umi, que se había acercado mientras el espadachín se alejaba.
- ¿Eh? – Hikaru se arrancó de sus cavilaciones – Ah, sí, era él.
- Que bien, ¿eh? – la recién llegada le guiñó un ojo a su amiga – Parece que vamos progresando.
- No estoy muy segura de eso. – murmuró la pelirroja, con la duda pintada en el rostro – Pero dime, ¿lograste encontrar a Ascot?
Umi hizo un gesto de fastidio.
- ¡Nada! ¡Como si se lo hubiera tragado la tierra! Creo que se está escondiendo de mí a propósito.
- Que cosas dices, Umi...
- ¡Pero yo lo encuentro! ¡Seguro que lo encuentro y entonces me va a oír!
A pesar de estar bastante triste, Hikaru no pudo evitar sonreír ante las proyectadas amenazas de su amiga contra el cuidador de animales. Sabía que todo era mucho ruido y pocas nueces.
- Bueno, mejor vamos al comedor, es hora de cenar.
- Sí... – accedió la guerrera del agua – venía a buscarte para ir juntas. Fui a la habitación de Fuu y me dijo que no bajaría.
- Era de esperar, ¿no crees?
Umi solo asintió, súbitamente sin ganas de hablar, y las dos se dirigieron en silencio al comedor del castillo.
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Guru Clef presidía la comida desde la cabecera de la enorme mesa con actitud seria y ceremoniosa. Poco a poco, los habitantes del castillo, junto con sus invitados, habían ido reuniéndose en el comedor para la cena, que por demás no se presentaba muy animada. Por la banda izquierda estaban sentadas Hikaru y Umi, había una silla vacía y luego se encontraban Eagle, Geo y Zazu. Por el otro costado, el lugar más cercano a Guru Clef estaba ocupado por Presea, y seguido estaban colocados Ascot, Caldina, Lafarga, otro lugar vacío, Ferio y por último las princesas de Chizeta.
Todos comían en silencio, o intentaban comer, pues la disposición de los lugares producía incomodidad y nerviosismo en varios de los comensales, siendo el más afectado Ascot, que permanecía con la vista clavada en el plato, ya que no se sentía con valor suficiente como para mirar frente a él, donde se encontraba sentada Umi, que a su vez buscaba insistentemente los ojos del hechicero sin tener éxito. Caldina también comía en silencio, sin poder olvidar las palabras de Lafarga, que la observaba preocupado.
Por su parte, el príncipe no despegaba su atención del lugar vacío al lado de la pelirroja, obviamente reservado para Fuu, que no había bajado a comer. Tarta y Tatra lanzaban vistazos diagonales a través de la mesa hacia donde se encontraban los invitados de Autozam, miradas que eran ocasionalmente correspondidas por Geo, mientras Zazu se lamentaba de haber caído muy lejos de Hikaru. Esta alternaba su triste atención entre el puesto vacío de su amiga rubia y el otro lugar sin ocupar al lado de Ferio, donde debía estar Lantis, que tampoco había aparecido. Y esta silla también era observada por Eagle, que no acababa de entender el por qué de la ausencia del espadachín mágico, a la vez que lanzaba ojeadas amables a las princesas de Chizeta y por extensión a todos los presentes.
- Tengo que hacer un anuncio oficial. – Guru Clef se levantó de su asiento, atrayendo la atención general – Como la mayoría de ustedes saben, se espera la llegada de los monarcas de Chizeta de aquí a tres días, ¿no es cierto, princesas?
Las aludidas confirmaron la información con un leve asentimiento.
- Pues entonces, quiero que todos sepan que para esa fecha, habrá un gran baile nocturno en el castillo de Céfiro, para honrar a todos nuestros invitados y para celebrar el compromiso de la princesa Tarta y el príncipe Ferio.
Con una sonrisa que nadie hubiera calificado de falsa, la chica asió cariñosamente la mano de su novio, acción que sacó al joven de su letargo y lo obligó también a sonreír, aunque sin tener idea de lo que acababan de decir.
- Está de más decir que todos ustedes pueden asistir – continuó el mago – y si las princesas desean que en tal baile se haga gala de alguna costumbre de Chizeta, con gusto las complaceremos, al fin y al cabo ambos planetas están juntos en esta celebración.
Todos se miraron. Aquella era, por decir lo menos, una idea interesante.
- Yo quisiera sugerir algo. – dijo Caldina, recibiendo una mirada suspicaz de Lafarga – Si la princesas me autorizan, por supuesto.
- Claro que sí, Caldina. – accedió Tarta – Después de todo, tú también eres oriunda de nuestro planeta y sabes nuestras costumbres.
- Muchas gracias. – dijo la bailarina con pícaro gesto – Sugiero que pidamos que la entrada sea por parejas.
- ¿Cómo es eso? – se intrigó Eagle.
Los demás también parecieron interesarse en aquella costumbre.
- Es muy sencillo. – Caldina siguió sonriendo, a medida que exponía en que consistía su idea – Esto es un festejo de compromiso, ¿no es así? Pues en Chizeta, a estas celebraciones solo se permite la entrada a parejas, ya que se teme mucho de la envidia de cualquier persona que vaya sola. Dejar entrar a alguien que venga solo es considerado de mal agüero para los homenajeados.
- Eso suena un tanto supersticioso. – dijo Umi.
- Pero tiene bastante lógica, si lo piensas bien. – añadió Presea.
Por motivos desconocidos, ambas princesas habían enrojecido al escuchar a Caldina. Una de ellas bajo la insistente mirada de Geo de Autozam.
- ¿Están de acuerdo, princesas? – inquirió Guru Clef.
La princesa Tarta se puso de pie, aún un tanto sonrojada.
- No tenemos ningún inconveniente. Solo ponemos una condición: que Caldina sea la encargada de velar por que se cumpla nuestra tradición.
- ¿Yo? ¡Será un gran placer! – exclamó la ilusionista - ¿Puedo compartir mi responsabilidad con Lafarga?
- ¡Más te vale! – contestó la princesa seriamente.
El espadachín solo las miraba a ambas, en actitud pasiva, y con una leve sonrisa en los labios. Caldina era así, siempre obtenía lo que quería.
- ¿Por qué? – se intrigó la bailarina
- Porque las reglas también van contigo. – sonrió Tarta - ¡Si no llevas pareja, no entras!
Aunque los ánimos estaban un tanto deprimidos y otro tanto tensos, todos se echaron a reír ante esta salida de la princesa. A partir de ahí, se rompió el hielo y los comensales iniciaron una conversación generalizada. Al bullicio pronto se integró un pequeño animal.
- ¡Pu pu puuuu!
- ¡Mokona! – exclamó Hikaru, recibiendo al pequeño peluche saltador entre sus brazos. - ¿Dónde habías estado? ¡No te había visto desde que llegamos!
- ¡Hola, Mokona! – saludó Umi entusiasta, y el animalejo saltó hacia ella – Por mucho que te asombre, también te extrañé.
Después de esto, la bolita blanca rebotó de un lado a otro, entre las risas de todos, y finalmente volvió al regazo de la pelirroja.
Cuando finalmente concluyó la cena, cada cual se dirigió a donde quiso. Guru Clef se marchó a su estudio seguido por Presea. Caldina y Lafarga se retiraron a la habitación de uno de los dos, quien sabe a cual. Ferio acompañó a las princesas hasta su habitación, sin ocultar su desaliento por la ausencia de Fuu. Geo y Zazu también se fueron, ante la inexplicable premura del primero. Ascot desapareció misteriosamente, lo cual provocó que Umi se lanzara tras él en una búsqueda que más parecía una cacería. OTRA VEZ. Y por último, Eagle e Hikaru se dirigieron a la habitación de esta, sin dejar a Mokona.
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- ¿Aún estás preocupada?
Caldina asintió. Mientras caminaba por el corredor con Lafarga, no podía evitar imaginarse lo que pasaría si se desataba una confrontación bélica entre Autozam y Chizeta. ¿Qué haría Céfiro? ¿De que parte se pondría? Por que indudablemente, su planeta debería tomar alguna posición. Que sería favoreciendo a uno de los dos litigantes. ¿Pero es que acaso el amor se podía condenar con una guerra?
- No te preocupes más, cariño. – Lafarga se detuvo y la miró – No va a pasar nada. Además, ¿desde cuando te me has vuelto cobarde? ¿No crees que somos lo bastante fuertes para cuidarnos el uno al otro?
La joven sonrió con suavidad. Por eso amaba tanto a Lafarga, siempre lograba sorprenderla cuando pensaba que ya lo sabía todo de él. Cuando lo conoció, nunca se hubiera imaginado que un espadachín tan rudo pudiera guardar en su pecho un corazón tan cálido y amoroso.
- No es eso, mi amor. – dijo mientras se abrazaba a él con mimo – Lo que pasa es que...
Un ruido la hizo interrumpirse. Ahora en completo silencio, ambos escucharon atentamente. Una sombra se deslizaba por el pasillo con gran sigilo.
- ¡Hey! – la ilusionista dio un salto y aterrizó frente a la misteriosa figura.
- ¡Ay! – gritó una voz femenina - ¿Caldina? ¿Por qué me asustas de esa manera? ¿Acaso quieres matarme de un infarto?
- ¿Princesa Tatra? – inquirió Lafarga, que había reconocido la suave voz a pesar de su acento alterado por el sobresalto.
- Sí... – contestó la interpelada, y de no ser por la penumbra, hubieran podido ver como se ruborizaba.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó Caldina indiscretamente – Yo te hacía en tu cuarto, con tu hermana.
El embarazo de la princesa se incrementó visiblemente.
- Bueno... lo que pasa es que yo... – una idea la iluminó – ¡Me dejé una pulsera en el comedor y bajé a buscarla! – explicó atropelladamente – Y cuando traté de regresar a mi habitación, pues ¡me perdí!
Lafarga y Caldina se miraron de una forma más que elocuente. Era obvio que ninguno de los dos creía la explicación de Tatra, mucho menos después de lo que la ilusionista había visto aquella tarde en el jardín.
- ¿Quieres que te muestre el camino? – ofreció la bailarina con amabilidad – Yo no tengo problemas de orientación, he vivido aquí casi una vida.
- Gracias, pero no creo que sea necesario...
- ¡Claro que lo es! – exclamó Caldina, tomándola del brazo – Espérame en el cuarto, querido, solo llevo a la princesa y enseguida estoy contigo.
El espadachín se encogió de hombros y siguió su camino. Momentáneamente no comprendía el interés de Caldina, si Tatra había dicho que no necesitaba orientación, mas luego se dio cuenta, mientras caminaba, de que la ilusionista se había llevado a la princesa en dirección contraria hacia donde se suponía que iban. Que era justo hacia donde se encontraban las habitaciones de... Lafarga no pudo evitar una sonrisa. Su bailarina era de cuidado, sobre todo cuando tomaba algún asunto entre sus manos. Moviendo la cabeza, se imaginó la cara de la pobre princesa, y allí mismo soltó la risa. Como ya lo había constatado un millón de veces, si Caldina quería algo, lo tendría.
La princesa Tatra alcanzó a oír la carcajada de Lafarga y miró interrogativamente a su acompañante.
- ¿De qué se ríe?
- No hagas caso – dijo Caldina, restándole importancia al hecho de que el espadachín había comprendido sus intenciones – es que mi amor es un poco loco, aunque parezca tan marcial, y a veces le dan esos ataques. Tal vez es que se le ha pegado por estar tanto tiempo conmigo.
Tatra asintió, no muy convencida.
- ¿Por donde es? – preguntó, ahora realmente perdida – Si no me aprendo el camino, corro el riesgo de perderme otra vez.
- No te preocupes, queridita – la tranquilizó Caldina, con traviesa sonrisa que la princesa no advirtió – estoy segura de que no se te volverá a olvidar. Además, en Céfiro lo que cuenta es la voluntad, así que si deseas ir a un lugar, los mismos corredores te llevan. No lo olvides.
Así anduvieron un buen rato, hasta que la ilusionista se detuvo ante la entrada de un cuarto. La princesa no dijo nada, pero casi hubiera jurado que aquella puerta no era la de su habitación.
- ¿Estás junto con Tarta, cierto?
- Así es. Nos ofrecieron cuartos separados, pero nosotras preferimos uno solo para las dos. Es que estamos acostumbradas a estar siempre juntas.
- ¿Y seguirán juntas después de la unión de tu hermana y Ferio? – la expresión de Caldina se había vuelto casi malévola.
La princesa se ruborizó una vez más, pero la ilusionista se desentendió rápidamente de sus propias palabras. Lo que venía a continuación iba a ser mucho más interesante.
- Bueno, “ella” debe de estar adentro, así que será mejor llamar.
Tatra asintió y Caldina golpeó la puerta. Al instante, como si hubiese estado esperando el toque, un hombre se asomó con precipitación. La princesa abrió los ojos como platos. La ilusionista la había traído al cuarto de Geo. Que era precisamente hacia donde iba cuando fue interceptada. Él iba a decir algo, pero se contuvo al ver que Tatra no estaba sola.
- No se preocupen por mí – aseguró Caldina, con expresión de júbilo – no le diré nada a nadie.
Y se marchó, ante las miradas asombradas de los dos enamorados, encaminándose hacia la habitación donde la esperaba su adorado Lafarga.