Mokona dormitaba en los brazos de Hikaru, que caminaba con Eagle hacia su habitación. Cuando por fin llegaron, él se despidió cortésmente.
- Espero que pases buena noche.
- Lo propio, muchas gracias por acompañarme hasta acá.
Por un instante, pareció que el joven iba a decir algo más, pero luego dio media vuelta y se fue, no sin antes besar una de las manos de la pelirroja, que lo vio marchar con expresión melancólica.
- ¿Dónde estará Lantis, Mokona? – susurró, más para sí misma que para el animalito amodorrado – ¿Estará durmiendo? Ha estado actuando un poco raro... casi ni he podido verlo, ni se presentó a comer... yo que había soñado con volver para estar con él, para decirle...
Un suave suspiro se escapó de sus labios, mientras rememoraba la alta y gallarda figura del espadachín. Todavía sentía escalofríos al recordar la gélida mirada que le había dirigido. Y luego, ¿qué le había pasado en el corredor? También la había mirado de forma extraña. Pero aún así, sus ojos azules le habían parecido más bellos y misteriosos que nunca...
- ¡Pu pu pu!
Inopinadamente, la diminuta bola de pelos comenzó a dar enormes saltos sobre Hikaru y a su alrededor.
- ¿Qué? – se asustó la joven, saliendo de su ensueño - ¿Qué te pasa, Mokona? ¡Hey! ¿Adónde vas? ¡Espera!
El animalito echó a correr, o más bien a saltar por el pasillo, e Hikaru lo siguió, corriendo tras él sin explicarse la conducta de la pequeña mascota.
La noche ya estaba bastante avanzada, y por este motivo, el interminable corredor se había vestido de penumbras. Por más que corrió y corrió, muy pronto Hikaru perdió de vista a Mokona. A pesar de esto, siguió corriendo y corriendo, hasta que tuvo que detenerse con falta de aire. Mientras se recuperaba echó un vistazo en torno, y para su inquietud, no logró vislumbrar ningún detalle conocido a su alrededor.
- Creo que me perdí... – murmuró oteando en la semipenumbra.
No le preocupaba mucho haberse extraviado, ya que en un castillo tan grande era fácil perder el rumbo y la verdad es que no había peligro, a no ser el de pasar varios días en soledad vagando por aquellos pasillos. En todo caso, podía tratar de comunicarse con Guru Clef para que le mostrase el camino hasta algún lugar donde pudiera orientarse para encontrar al resto de sus amigos. Dio un salto de alegría cuando concibió tal idea, pero pronto la desechó. ¡Era vergonzoso tener que pedir ayuda por haber sido descuidada!
Sacudió la cabeza. Ella misma encontraría el camino correcto, o a Mokona para que se lo indicara. Siguió caminando sin dejar de observar a su alrededor, por si algo le resultaba conocido, y bien pronto sus esfuerzos dieron frutos, cuando descubrió al animalito unos metros delante de ella, escabulléndose por una abertura.
- ¡Te atrapé! – se dijo en voz baja, sonriendo con picardía.
Tratando de no hacer ruido, se acercó a la puerta tras la cual había desaparecido su presa, y abriéndola sigilosamente, echó una mirada escrutadora al interior. A donde fuera que condujera, estaba oscuro como boca de lobo.
Muchas veces Hikaru había probado que la cobardía no formaba parte de su personalidad, así que se internó en lo que supuso sería una habitación abandonada, aún con el mayor silencio posible, pretendiendo sorprender a Mokona de esa forma. Cerró la puerta tras de sí, para que el animalejo no pudiera escaparse, y permaneció unos segundos en esa posición, esperando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Pero después de varios minutos, todo parecía más negro aún, así que la joven se decidió a avanzar, creyendo que aquella pelusa blanca no podía ser muy difícil de encontrar.
Sin embargo, no iba a serle tan fácil, ya que la habitación estaba amueblada, por lo que Hikaru comenzó a trastabillar torpemente entre los obstáculos. Cuando su vista ya debía haberse adaptado a la poca o ninguna iluminación, le parecía que todo se volvía más y más lóbrego. Aquel lugar le empezaba a poner la carne de gallina.
Finalmente, le faltó la calma y se precipitó demasiado, fallándole al mismo tiempo los reflejos y el equilibrio, al tropezar con un objeto duro que se alzaba a poca altura del suelo. Y allí hubiese ido a parar, si alguien no la hubiera detenido en su caída. La joven quedó impresionada ante el hecho de encontrar compañía en una habitación que había supuesto desierta, e intentó aguzar su vista nuevamente, sin lograrlo.
Quienquiera que fuera la persona que estaba con ella, aún la mantenía agarrada con firmeza por los hombros, como previendo que fuera a dar otro paso en falso. Por su parte, Hikaru permanecía inmóvil, extrañamente reconfortada al saberse acompañada. Una de aquellas manos abandonó su hombro izquierdo y se dedicó a acariciar su cabello rojo. Tal acción volvió a disparar el desconcierto de la muchacha.
Estaba segura que se trataba de un hombre. La palma que ahora rozaba su mejilla era demasiado áspera como para pertenecer a una mujer, y sin embargo esto no le resultaba molesto al sentirse acariciada con inexplicable ternura. Pero más allá de saber que su acompañante pertenecía al sexo masculino, Hikaru no pudo deducir nada más.
- Gracias... – se creyó obligada a decir – por no dejarme caer...
El rubor ardía en su rostro, mientras las yemas de aquellos dedos seguían dibujando sus contornos, las cejas, la fina nariz, los labios... Un suspiro contenido fue la respuesta a las palabras entrecortadas de la joven, y las manos invasoras se retiraron, como si su poseedor hubiese abandonado el recinto.
El miedo volvió a renacer en Hikaru, irracionalmente, ante la posibilidad de quedarse sola otra vez entre las sombras. Sin detenerse a pensarlo, se lanzó con apresuramiento hacia adelante, con la esperanza de encontrar a su salvador en esa dirección. Nuevamente aquel personaje misterioso tuvo que acudir en su ayuda, sosteniéndola en su atolondrado tropezar.
- No te vayas... – jadeó la joven con voz suplicante, poco menos que aterrada.
Por unos instantes, un denso silencio se apoderó de la estancia, tan profundo que el latir de dos corazones creció en violencia hasta convertirse en un retumbar ensordecedor. Luego, otro suspiro ahogado se dejó oír, y en la oscuridad, dos brazos delgados y musculosos se cerraron alrededor de la cintura femenina. Hikaru sintió como su acompañante la arrastraba hasta oprimirla contra su cuerpo, y sin darse cuenta apoyó sus manos sobre un pecho evidentemente masculino, firme y bien definido. Entonces, la ansiedad se apoderó de ella. ¿Quién era aquel hombre? ¿Aquel aroma? ¿Sería posible que fuera... ÉL? Teniendo todo su buen juicio ocupado por este pensamiento, y tal vez debido a su aparentemente indestructible ingenuidad, la guerrera no adivinó lo que estaba a punto de suceder.
Tampoco tuvo demasiado tiempo para pensar en nada más. Antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, unos labios cálidos cubrieron los suyos, en una acción que, por supuesto, la tomó totalmente desprevenida y la hizo abrir los ojos en el colmo del estupor. En un segundo, desfilaron por su mente todos y cada uno de aquellos jóvenes a los que había rechazado en el pasado. ¡Y allí estaba Hikaru Shidou, la chica más arisca de todo el instituto, la renombrada “incapturable”, sola en una habitación sombría con un desconocido que la besaba como si tuviera todos los derechos sobre ella!
En verdad, el abrazo que la envolvía era amoroso y protector, como si su único objetivo fuese disminuir todo lo posible la distancia entre sus cuerpos, y no mantenerla prisionera. No le hubiese resultado nada difícil deshacerse de aquellos brazos que la rodeaban suavemente, si así lo hubiera deseado. Y sin embargo, no hizo ni el más mínimo intento. Un pensamiento comenzó a predominar sobre todos los demás, haciéndolos desaparecer. Nadie, ninguno de esos chicos que conocía habría sido capaz de besarla de aquella forma, con tanta pasión y tanta entrega. No era capaz de explicar todas las sensaciones que despertaban en ella aquellos labios que parecían no saciarse de los suyos.
Por muy inocente que fuera, Hikaru era ya una mujer, y no carecía de ese “sexto sentido” del que hacen gala la mayoría de las féminas. La intensidad con que era besada hablaba claramente de un amor muy profundo, muy desesperado, o quizás ambas cosas. Ella lo comprendió así, y aún sin saber de quien se trataba, se sintió privilegiada.
Así, las ideas la fueron abandonando poco a poco, al tiempo que sus ojos, por demás inútiles en la oscuridad, se cerraban lentamente y sus labios se abandonaban a la caricia, junto con el resto de su cuerpo. El tiempo se detuvo y el mundo a su alrededor se desvaneció. Solo quedaron ella y su incógnito acompañante. Lo demás no importaba. No existía.
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Si hubiera sido capaz de reírse, el pequeño Mokona estaría en esos mismos momentos llenando de carcajadas todo el corredor por donde saltaba a toda velocidad. Su habilidad y su minúsculo tamaño le habían permitido escabullirse por la puerta segundos antes de que Hikaru la cerrara, dejándola “sola”. El animalejo iba tan impulsado en su alborozo, que no se dio cuenta de que otra persona venía a su encuentro. El encontronazo fue inevitable.
- ¿Mokona? – se asombró Umi frotándose un costado, justo donde la había impactado la bola de pelos - ¿Qué haces por los pasillos a estas horas? ¡¡ESO ME DOLIÓ!!
- ¿Puu? – Mokona la contempló con su invariable expresión de contento y se acurrucó en sus brazos sin pérdida de tiempo.
- ¡Eh! ¿Crees que vas a conseguir transporte gratis? – de pronto, Umi tuvo una idea brillante – Oye, Mokonita... – acarició al animal con una sonrisa - ¿sabes donde puedo encontrar a Ascot?
- ¡Puuuu!
Bola de pelos abandonó los brazos de Umi, dando largos saltos en determinada dirección. La joven asumió que el último “pu” había sido una afirmación, y corrió en pos del animalejo.
Así fueron ascendiendo dentro del castillo, hasta llegar a lo alto de una de sus torres. Finalmente, Mokona se detuvo a dar brincos delante de una enorme puerta de madera, de aspecto vetusto y cerradura oxidada. Al menos, eso era lo que se apreciaba, ya que no había mucha iluminación.
- ¿Aquí? – preguntó Umi dudosa.
- ¡Puuuu!
La muchacha aún lo pensó un instante, pero luego se decidió y empujó la puerta, que cedió con un chirrido metálico. Adentro estaba un tanto oscuro, sin embargo, la escasa luz le permitió ver dos figuras bien definidas, una humana y otra perteneciente a algún tipo de criatura difícilmente identificable. Para ese entonces, ya Mokona había desaparecido en el corredor.
La persona dentro de la habitación se volvió al oír el ruido de los goznes herrumbrosos. Gracias a la penumbra, la chica no pudo ver el fuerte rubor que acometió a aquel que ahora la miraba como hipnotizado.
- ¿Umi? – la voz sonó temblorosa - ¿Cómo supiste...? ¿Qué... qué haces aquí?
- Quería... quiero hablar contigo. – contestó ella, con firmeza. Apenas podía creerlo, pero Mokona en realidad le había mostrado el camino.
Ascot desvió su mirada un momento, para cerciorarse de que la criatura dormía. Luego se volvió hacia la joven.
- No hagas ruido, para que no se despierte. – dijo, sobreponiéndose a duras penas de su nerviosismo - Vamos, te acompaño a tu habitación y hablamos por el camino.
- Solo si prometes no escabullirte. – sonrió Umi.
El hechicero se sonrojó aún más, aunque pareciera imposible, pero no respondió nada a este último comentario. En silencio, los dos abandonaron el recinto para no perturbar el sueño del animal dormido. Por el corredor iban silenciosos, al parecer cada cual sumido en sus propios pensamientos, de tal forma, que ya casi habían llegado a su destino cuando la chica se decidió a hablar.
- Ascot... yo...
- Ya sé lo que me vas a decir – la interrumpió él en un repentino impulso – que solo me quieres como amigo y que nunca has pensado en mí como algo más. Pero no quiero oírlo, porque yo te amo, ¿entiendes? ¡Te amo!
El pobre chico se agarró la boca con ambas manos, sin poder creer lo que él mismo acababa de decir, y sonrojándose violentamente. ¡Lo había echado todo a perder!
Umi le dirigió una mirada en la que se mezclaban la incredulidad y una profunda estupefacción. No podía negar que aquello había pasado por su mente varias veces desde que él la besara, pero le había hecho férrea resistencia a la idea. Para ella, era totalmente inconcebible, sencillamente no le cabía en la cabeza. Trató de balbucear algunas palabras, pero la impresión había sido demasiado fuerte.
- Lo sabía... – dijo Ascot, interpretando erróneamente el silencio de ella – No digas nada... no es necesario...
Y no más hubo terminado de decir esto, se dio media vuelta, tratando infructuosamente de contener las lágrimas que acudían a sus ojos, y dejó a la joven en medio del corredor, todavía tratando de asimilar la confesión de amor que más la había trastornado en toda su vida. Cuando Umi finalmente logró salir de su estupor, la figura del hechicero ya había desaparecido en la oscuridad.
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Hikaru era incapaz de determinar si el beso había durado horas o tan solo unos pocos segundos. Por un momento llegó a desear que no terminara nunca, para quedarse por siempre en los brazos de aquel hombre. No podía explicarlo con claridad, pero se sentía amada hasta lo indecible, aunque apenas tenía un confuso anhelo concerniente a de quién se trataba. Sin embargo, como todas las cosas, aquel momento también pasó; y la joven tembló de frío al sentirse libre del abrazo que hasta entonces la había acogido y de los labios que hasta entonces habían cubierto los suyos.
Nuevamente estaba sola en la oscuridad y no obstante, sentía que muy cerca, una persona respiraba con cierta agitación. Igual que ella misma. Estaba muy nerviosa y su corazón parecía querer salirse de su pecho. Quería saber quién era él, y a su vez, tenía miedo de que no fuera quien ella deseaba.
- ¿Quién...? – balbuceó al fin, sin dejar de otear en las sombras y aspirando el aire ansiosamente - ¿Quién...?
Tuvo que cerrar los ojos a toda prisa, ya que una luz comenzó a brillar delante de su rostro dejándola completamente deslumbrada. Pero esta vez su visión sí mejoró al pasar un rato, y cuando se arriesgó a lanzar una mirada medrosa, vio una pequeña esfera que emitía, de cuando en cuando, resplandores de color violeta, brillando a la altura de su cabeza. La fuente de luz descansaba sobre un dedo, que Hikaru supuso perteneciente a su misterioso acompañante. Y más allá, frente a ella, la joven finalmente distinguió un rostro serio y triste, en el cual centelleaban un par de pupilas que la observaban con contenido fuego. La pelirroja retrocedió al identificarlo, cubriéndose la boca con una de sus manos para ahogar la exclamación que pugnaba por salir de su garganta.
¡No podía creer que fuera él! ¡Precisamente ÉL! No comprendía como tal cosa había sido posible, que ellos dos se hubieran encontrado en una habitación desierta. Era demasiada coincidencia, pero no le importó. Después de todo, ¿qué importaba el lugar, ni la hora, ni la fecha? ¡Lo único importante era que ÉL la había besado, que había estado en SUS brazos! Se oprimió el pecho con sus manos, porque si no lo hacía, de veras el corazón se le iba a salir. Sus sentimientos arrasaban como ríos desbordados por todo su cuerpo y sus ojos no se despegaban de la figura masculina.
Mientras tanto, y sin que ella se diera cuenta, la pequeña esfera de energía había ascendido hasta alcanzar el techo de la habitación, y luego había comenzado a dar vueltas a su alrededor, encendiendo miles de otras pequeñas luces cada vez que rozaba una pared. Como resultado, muy pronto todo el recinto estuvo completamente iluminado, con ellos casi en medio, contemplándose con fijeza. Y la ya no tan pequeña Hikaru, pero cuyo físico aún era diminuto e insuficiente para contener tantas emociones, trató de romper la tensión preguntando lo primero que le vino a la mente:
- Tú... tú... ¿qué estás haciendo aquí?
Él frunció el ceño y la miró como si la pregunta que acababa de hacer fuera la más absurda e inesperada. Así se estuvo, solo observándola, por unos segundos que se alargaron hasta parecer horas.
- Esta es MI habitación. – murmuró al fin con los labios apretados - ¿Qué haces TÚ aquí?
Al oír esto, Hikaru finalmente se dignó a lanzar una mirada a su alrededor. Se encontraban en una recamara obviamente preparada para la convivencia de alguien. Una cama enorme, un armario de proporciones similares, un escritorio y un par de sillas completaban el mobiliario, que no era abundante, pero sí suntuoso y de muy buen gusto, como la mayoría de las cosas en el castillo de Céfiro. La última pieza era una pequeña banqueta que se hallaba a sus pies, y que la joven reconoció como el objeto con el cual había tropezado anteriormente, recuerdo que trajo un instantáneo rubor a sus mejillas.
A pesar de que todos aquellos muebles eran bastante comunes, se notaba en ellos una nota personal. Todos los tapices eran negros o de colores muy oscuros, al igual que la ropa de cama y las cortinas que cubrían las ventanas, totalmente corridas, razón por la cual ni un rayo de luz proveniente de exterior lograba penetrar allí. Definitivamente, el lugar lucía como una prolongación de su dueño. Hikaru sacudió la cabeza, demasiado asombrada ante la luz que se abría paso en su mente. Ya hubiese sido intencionalmente o no... ¡Mokona la había llevado a la habitación de Lantis!