¡ Desgracia !

Son casi las 4 de la mañana y Grimaldo Machado aún no ha podido conciliar el sueño. A su lado duermen profundamente su compañera Rosa y su hijo Eduardito de casi tres meses. Ella está soñando que pronto lloverá, y que su esposo podrá arar y sembrar su pequeño campito de media hectárea, asolado por la sequía.
En realidad, no llueve desde el nacimiento del bebé, día en que sobrevino un temporal que destruyó todas las plantaciones de Grimaldo.
El tamaño del granizo fue aumentando gradualmente hasta convertirse en enormes piedras que le rompieron muchos vidrios y parte del techo de su humilde vivienda.
Ese día, fue realmente desgraciado en la vida del pobre Grimaldo que no encontraba consuelo al ver que tanto sacrificio y dedicación por sus plantaciones, se vieran destruidas en pocas horas.
Esta vez, la irónica naturaleza, le estaba mostrando su cara opuesta presentándose en forma de sequía.
Silenciosamente, para no despertarlos, Grimaldo se levanta, y como de costumbre enciende su fogón a leña y pone a calentar agua para tomar su mate, compañero de la mañana. Armó cuidadosamente un cigarro de tabaco y se sentó en una silla forrada de cuero de vaca que él llamaba “ Mi trono”
Cuando fue a saborear el primero, lo sobresaltó el sonido de un trueno acompañado de un temblor que hizo vibrar los pocos vidrios sanos que le quedaban a las ventanas.

Luego el resplandor de un relámpago ilumina todo el agreste paisaje. Después una gota, luego otra… y otra.
Una sonrisa se dibuja en el sufrido rostro de Grimaldo, que extendiendo sus brazos hacia el cielo, comienza a gritar:
- ¡ Gracias, Dios mío; gracias ! ¡ No podías me podías fallar !
No paró de llover por tres días; luego sopló un vientito calmo despejando el cielo creando un momento propicio para la labranza.
Grimaldo se dirigió hasta el pequeño establo, unció a sus dos fieles ayudantes: “ Baquiano “, viejo caballo acostumbrado a la dura faena, y “ Mi Reina “, yegua flacucha que había quedado muy débil después que pariera a “ Lucerito “, precioso potrillo que Grimaldo destinó para su hijo cuando tuviera edad para montarlo.
Comprobando que todo estaba en orden, se puso detrás del arado de mancera.
La ahora mullida tierra esperaba ser roturada por la herrumbrada reja.
Grimaldo agitó la picana y gritó:
- ¡ Vamos,” Baquiano” ! ¡ fuerza, “Mi Reina “ !
El eco de las sierras contestó vivamente: - ¡ “eina… eina …eina” !
El viejo Baquiano meneó la cola y se puso tranquilamente en marcha, en tanto que “ Mi Reina” se esforzaba por seguir a su lado.
Lentamente comenzaron a sucederse los surcos, y el semblante triste de Grimaldo despejó un poco y se puso a silbar.
¡ No te apures tanto, Baquiano ! ¿ No ves que Mi Reina está débil y flaca ?
¡ Vamos, Mi Reina ! ¡ vamos, querida ! ¿ Ya te cansaste ?
Baquiano no daba aún muestra de cansancio, y avanzaba con la majestuosidad de un coloso, mientras que Mi Reina se empeñaba en no quedar atrás al precio de grandes esfuerzos.
Baquiano daba un paso, y ella daba dos para poder seguirlo.
- ¡ Alto ! ¡ para , Baquiano ! ¡ vamos a descansar un poco ! – ordenó su amo.
Los animales se detuvieron, y Grimaldo se les acercó acariciándoles la frente. Rosa, observaba atenta desde la ventana con Eduardito en los brazos.
- ¡ Baquiano, no exageres; has cansado mucho a Mi Reina ! –increpó Grimaldo.
La pobre yegua lo miraba impasible respirando con dificultad.
Desde su hocico goteaba espuma; miró a su compañero, luego a su amo, y agachó tristemente la cabeza.
- ¿ Qué pasa querida, está muy dura la faena ? – preguntó Grimaldo como esperando una respuesta.
Trabajaremos otro rato para terminar esta parcela y te prometo que mañana descansarás todo el día.
Pero Mi Reina, no irguió la cabeza. Las palabras de su amo no parecían consolarla, su corazón latía fuerte y las patas le temblaban.
Grimaldo, asustado comenzó a acariciarla como a un niño.
- ¡ Vamos; vamos ! ¡ un poco de movimiento te hará bien !
Baquiano arrancó de nuevo y Mi Reina hizo un esfuerzo para seguirlo, pero sus patas vacilaron y cayó relinchando lastimosamente.
Grimaldo echó a un lado la picana, desunció los animales y se paró turbado ante Mi Reina que yacía con el hocico hundido en la tierra , respirando con dificultad .
La soltó del yugo, temblorosamente gritando:
- ¡ Levántate; levántate Querida ! ¡ Vamos Mi Reina ! ¡ no bromees amiga !
La pobre hizo un esfuerzo por levantarse; extendió las patas, buscó apoyo en el piso pero… apenas se movió. Dejó caer de nuevo la cabeza sobre la tierra, y su respiración se hizo aún más dificultosa.
Grimaldo se sentó junto a ella, y puso su cabeza en las rodillas mientras la acariciaba con ternura.
- ¡ No seas así amiga; ten compasión de mi ! ¡ Sólo este campito; vamos a labrarlo y después descansarás ! ¡ Te prometo que nunca más te voy a poner al arado ! Con la ganancia de la cosecha compraré un caballo fuerte como Baquiano y tú mirarás cuando ellos labran.
Pero Mi Reina no se movió; miró a su amo pudiendo percibirse en lo hondo de su mirada el horror de la muerte.
Grimaldo le besaba la frente como queriendo darle fuerzas, pero el animal levantó dificultosamente la cabeza, y soltando un débil relincho… expiró.
- ¡ Oh, no, Mi Reina … no ! No me abandones ! – gemía Grimaldo.
¡ Dios… ayúdame ! ¿ Por qué tanto sufrimiento… Señor ? ¡ Ten compasión de mi, de Rosa… de Eduardito !
Pero Dios, por cosas que los mortales aún no comprendemos, no contestó su clamor, y el pobre Grimaldo rompió a llorar desconsoladamente gritando:
¡ Desgracia… ¡ ! desgracia… ! ¡desgracia ! mientras que el horizonte se cargaba nuevamente de oscuras nubes y luminosos relámpagos que anunciaban una inminente tormenta.

FIN

Siddharta

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