CAPITULO I
La oscuridad lo impregnaba todo. Impregnaba
la noción del tiempo
y la noción del espacio; como si la vida fuera una sombra perenne
y el
caos un invento por realizar.
La oscuridad lo llenaba todo. Llenaba al frío y al silencio. Pero...
¿algo se movía dentro de esa inmensidad como un difuso sueño?
Sin
duda, eso como un sueño, eran unos pensamientos que empezaban a
indagar entre las sombras buscando instintivamente algo físico,
para ello
removían la oscuridad con sutiles manos sólo explicables
por la música,
tentaban al frío y obligaban a callar al silencio. Esos pensamientos
eran
míos.
La oscuridad me golpeaba el cerebro hundiéndose dentro de mis
neuronas, estimulando, activando sus óptimas funciones o por lo
menos
las necesarias para ubicarme en la realidad. Abrí los ojos, obedeciendo
a un reflejo ya normal, para ingresar en otra oscuridad, mayor, sin vida,
sin movimiento; ¿estaba ciego? Y se hizo urgente averiguarlo de
alguna
manera. Me palpé los ojos; los sentí normales. Volví
a mirar, esta vez en
torno convencido de que era pasajero lo que me sucedía... ¡Más
oscuridad!
Mucha más oscuridad.
La noción temporal y espacial volvía a mí, se acentuaban
y tal vez
excedían. Ya podía sentirme de espaldas contra algo duro,
sin duda contra
una roca viva y áspera; había un misterio en ella, un efluvio
desconocido
y la tenía escondida en el frío de sí misma. Aventuré
una mano,
palpando alrededor, luego extendí el brazo en toda su extensión,
empujé
algunas piedrecillas. Ellas al rodar caían indicándome segundos
después
que allí abajo había agua.
Advertí que me encontraba sobre una cornisa, incrustada en una
pared de roca, un poco más ancha que mi cuerpo. Con calculados
movimientos
traté de incorporarme, sentí dolor en el cuello. Dolor que
palpé
suavemente en un principio, acentuando la presión después.
¡Ay! Dolor
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que consideré poco grave, me permitía mover mi cabeza sin
molestias
innecesarias. Cuando traté de incorporarme sentí más
dolores, manifestados
con resuellos en la negrura.
Ya de pie, revisaba, palpaba, tensaba, cada fragmento de músculo.
¡Nada!, mis músculos y huesos estaban indemnes sin contar
con las
magulladuras de mínima importancia. Y felicité a la suerte
de este abismo...
Espera, me dije, ¿y el cuero cabelludo? Allí tengo heridas
pegajosas
que dejaron su viscosidad en las yemas de mis dedos. Son insignificantes
detalles, como aquél sabor sanguíneo guardado en el paladar.
Hurgué en el recuerdo... ¡Amnesia! Las numerosas neuronas
del
recuerdo no tenían pasado. Era importante encontrar una explicación,
de los sucesos que me llevaron a esa situación desconocida, allí
en la
relatividad de las sombras. Era importante encontrar un indicio de vida
anterior, una reminiscencia, por ínfima que fuere, para encender
los infinitos
detalles olvidados. Toda pregunta mía se hundía en el anonimato;
toda respuesta engrosaba la negrura del abismo dándole detalles
de inexistencia,
las ubicaba en la gelidez de la nada.
Dejo a ese oscuro pasado en su propio olvido. Ahora, desde este
momento y donde me encuentro, es importante el presente... ahora cuando
todas las distancias están sumidas en la oscuridad, cuando todos
mis
sentidos están envueltos y reprimidos con misterios. Me viene al
magín
una primera pregunta mejor elaborada: ¿Dónde estoy? Mientras
el instinto
de conservación me pide mayor cuidado en el precario borde donde
me encuentro, busco una solución, ya no de manera ordinaria entre
las sombras que me rodean. En realidad, los sentidos recogen la información
necesaria del entorno y las trasladan al cerebro; allí, en ese
ambiente
interior de millones de neuronas, suceden las sensaciones, en espacios
virtuales, en espacios ubicados en otra dimensión. El cerebro puede
buscar sus propias respuestas sin la necesidad de sentidos ordinarios,
puede hacerlo directamente, y eso es lo que me propongo hacer. ¡Adelante!
En el reducido espacio que tengo bajo los pies, me acomodo y
cruzo las piernas, poniendo las manos sobre ellas. Durante un corto tiempo,
observo mi respiración; la siento normal y pausada, sé que
el fluido
que airea mis pulmones tiene dentro de sí un aspecto vital llamado
prana:
una sustancia llena de vida y armonía. Enseguida hago que mi respiración
se haga profunda; me gusta esa lentitud y la paladeo íntimamente;
inspiro...
inspiro. Mientras mis ampollas alveolares intercambian los gases
respiratorios, mi masa encefálica o mejor dicho mi corazón
o ambas a la
vez, encausa una poderosa corriente biomagnetica y síquica que
nace
dentro de mis gónadas sexuales. De aquí, por dos axones
luminosos
dentro de la médula espinal, sube hasta el cerebro, donde se sucede
una
magnífica sinapsis general, cuya luz ilumina todo mi organismo
físico. Sin
demora otros dos filamentos axonales descienden desde el cerebro hasta
el corazón, y me llevan a un estado combinado de sueño y
de profunda
vigilia. El corazón es la residencia de un cerebro, cuya lógica
muy
propia, diferente al encefálico, tiene el raciocinio provisto de
un escondido
abstractismo, muy evidente para quién sepa manejarlo: Me refiero
a
la intuición. Al llegar la poderosa corriente biomagnetica y síquica
al corazón,
también es exhalado el fluido respirable junto a sus desechos gaseosos...
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