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Una Visita A La Ciudad De Puebla
_______________________________Rosa Carmen Ángeles.
He decidido ir a Puebla desde el DF, en este día en el que no amenaza con lluvias; pero el vehículo que he abordado camina tan lento y prolifera tanto el tráfico que parece, si es que este camión no choca ni me cae encima un rayo, que llegaré allá cuando dé comienzo el tiempo de aguas.
Puebla es una ciudad colmada de leyendas. Una poblana me contó una vez que en una casa antigua del centro, construida con paredes gruesas y suntuosos patios interiores, se celebró una boda. A los invitados le dio por llevar a cabo un juego de salón en el que todo mundo tenía que esconderse, pero sucedió que la novia se recargó en una pared que resultó ser falsa por lo que, al ceder, le sirvió de escondite, Los invitados la buscaron por un lado, por otro, por toda la casa, pero nada: la muchacha no volvió a aparecer jamás sino hasta siglos después --hecha un esqueleto y todavía vestida de novia--, el día en que tuvo que demolerse toda la construcción.
"Ir a Puebla y no visitar la licorería La Pasita es un pecado", cuentan que dijo el Papa cuando visitó Puebla. Allí según algunos poblanos, Juan Pablo II probó la "sangre de diablo", e incluso pidió una botella para llevar. La Pasita existe desde 1916; empezó siendo la tienda de abarrotes El Gallo de Oro, pero en 1917 Emilio Contreras, el dueño, inventó licorcitos dulces que hicieron que el establecimiento pasara a ser licorería. A la pasita han acudido todos los gobernadores de Puebla y uno que otro presidente de la República para probar los calambres, los fantasmas, las chinas poblanas y los charros con espuelas que, por supuesto, son licores de agradable sabor. Los dueños de La Pasita se jactan de poseer uno de los museos más extraordinarios del mundo, en donde, además de magníficas miniaturas, se exhiben el esqueleto de Pancho Villa cuando era chiquito, la brocha con la que se pintó el Mar Rojo, una herradura del Caballo de Troya, una pluma del Ave María y el gallo (disecado por supuesto) que le cantó a San Pedro. Además de que, periódicamente, el establecimiento organiza concursos; como uno en el que, para poder ganar, es necesario tomar cien copas de cualquiera de los licorcitos mencionados: quien lo logra no paga nada, se gana 20 mil pesos y, además, se le sufraga el funeral. Parece que el único que ha ganado este concurso ha sido El Peterete, quien se encuentra enterrado bajo uno de los banco del establecimiento.
Entre los barrios viejos de Puebla de los Ángeles (y con la masonería Puebla de Zaragoza), se encuentran el de San Francisco; su iglesia es famosísima porque en ella se guarda y venera el cadáver momificado del beato Sebastián de Aparicio. Se dice que el cuerpo incorrupto del beato se colocó desde hace algunos años en un nicho de plata porque algunos de sus devotos estaban empezando a hacer costumbre el llevarse, como reliquia, tiras de su piel alguno que otro dedito (al parecer ya suman miles los deditos que se han vendido en el mercado negro de las reliquias religiosas). Las peticiones que los parroquianos llegan a hacerle al fraile, se anotan rigurosamente en una libretota: "Beatísimo Sebastián de Aparicio, te pido me ayudes a poder presentar por fin, mi examen profesional". "Doy Gracias a fray Sebastián de Aparicio, porque Pedro, mi marido, ha reconocido que no tiene razón para seguirme agarrando a golpes". Yo aproveché para ponerle: "Fray Sebastián, haz que me gane las quinielas y me vuelvva inmensamente rica".



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