SOLO PARA GORDIS
_______________________________Rosa Carmen Angeles.
"Si no quiere usted verse como una foca gorda y bigotuda, métase a un gimnasio, deshágase de esas horrorosas llantas que al sentarse se doblan como acordeón, póngase a dieta, brinque la cuerda, levante pesas, cánsese como loca y luzca tan guapa como Briggitte Bardot antes de la devaluación."
Después de un buen rato de cavilar entre ir‚ o no ir‚ seducida por el mensaje publicitario, ahí va una a apuntarse a un gimnasio para hacer crecer las pompis, rebajar panza y perder la escultural cintura de gallina que nos heredaron la fabada y la paella de la semana pasada. Ahora hay que dejarse guiar por el entrenador quien, con aire entre parsimonioso y pedante, le dirige a una en el espantoso sacrificio de hacer ejercicio:
"Uno, dos... baja los brazos, alza la pata, saca el aire...así, así como si fueras contorsionista..."
¡Señor! ¿Qué‚ pensarían mis alumnos si me vieran?
Para bajar de peso hay que abandonar la atareadísima faena de contar las vigas y empezar a moverse: ¡uno, dos! Ir también a la masajista, pasar la vergüenza de quitarse la ropa permitiendo de esta forma que una maestra en el arte de hacer pedazos las costillas te agarre a golpes con un rodillo, dejándote moretones por todo el cuerpo, te quite el aliento y, además, tu dinero. ¡Todo con tal de no parecer boiler!
Y luego las dietas: nada de arroz, nada de quesos, olvídate de los espaguetis, de las empanadillas y de los bizcochos. Te haces un poquito la loca y a media noche, como ratón que anda por la cocina, abres el mircroondas y le metes un platote de enchiladas con mucha crema, pensando que nadie se va a dar cuenta, hasta que el escándalo del aparato que avisa que tu alimento está listo, te ha delatado, despertando a los de tu casa, que no te quieren ver gorda, y entonces las luces se encienden, una voz te recuerda que estás a dieta, mientras que a ti no te queda otra cosa que resignarte y... ¡adios enchiladas!
Qué suerte de aquellas abuelas que se podían alimentar como barril sin fondo, o aquella Mata-Hari que seducía con alquel su cuerpo de tamal (¡ay!, ¡tamal!), despreocupadas de sus redondas lonjas y del cachete abultado. Desde que se inventaron las flacas, el mundo vive en la infelicidad y la pesadumbre sin comerquesadillas y probar pasteles; bebiendo solamente café negro sin azúcar, tomando galletas de metercal, viviendo de recetas dietéticas y endulzándose la vida con sacarina.
Flacura, dietas, ejercicio, palabras que atormentan a las que aman los chicharrones, los caldos de pollo con mucho garbanzo, el tapule, el alioli con papas, los chongos zamoranos y los turrones de Alicante.
La verdad, dan ganas de hundirles la cara en harina a todos aquellos que inventaron las modas de flacas.
Ahora, ya el cambio estético está, y ¡ni modo! si no queremos parecer piñatas decembrinas a la hora de arreglarnos, hay que seguirle duro y dale en el gimnasio:
"Músculo, músculo, puro músculo, músculo quiero ser..."
Angustia por estar flacas que, poco a poco nos debilita hasta causarnos anorexia.