La caída de Constantinopla en poder de los turcos
en 1453 bloqueó el acceso europeo a las Indias por el Este y motivó
la búsqueda de una vía de comunicación marítima alternativa con
Oriente. En 1492, Cristóbal Colón, inesperadamente, puso a Occidente
en contacto con el nuevo mundo y sentó las bases de una nueva etapa
en la historia universal.
Casi al límite de la ciencia ficción más de cuarenta y dos millones
de kilómetros cuadrados se insertaron en la vida europea
transformando economías, consolidando liderazgos, marcando en
definitiva el camino del mundo moderno, signado por el aumento del
comercio internacional y el desarrollo capitalista.
En 1507 ese extenso territorio, pleno de incógnitas y oportunidades,
encuentra por primera vez su nombre en las cartas geográficas de la
época. Europa, Asia y África comparten la escena con la nueva
"América", aquella que en cuatro viajes describiera el
navegante italiano Américo Vespucci.
Sin embargo el influjo anglosajón y la impronta ibérica crearon
sistemas de colonización que generaron lazos culturales y geográficos
independientes. Los ingleses vieron en estas tierras un lugar de
refugio para sus prácticas políticas y religiosas, en tanto los españoles
centraron su atención en el dominio y explotación del territorio en
beneficio de la Corona. Es así como este inmenso bloque continental
fue tomando características sociales que cambiaron el sentido del término
"América". La mezcla de sangre, lengua y tradición
hicieron del sur de la región la América española o, para ser más
justos, Iberoamérica. Esta denominación incorpora la presencia
portuguesa en el área, oficializada en 1494 con la firma del Tratado
de Tordesillas por el cual ambas coronas reconocen como límite
territorial el meridiano que pasa a 370 leguas al oeste de las islas
de Cabo Verde. Para 1807, la presencia lusitana se afianza al
trasladar a Río de Janeiro la monarquía de los Braganza, amenazada
por una posible invasión militar francesa. Consecuentemente la
identidad subcontinental no adopta un carácter general dejando al
contexto internacional dirimir, a principios del siglo XIX, la disputa
por el nombre.
La búsqueda de mercados internacionales enfrentó a las potencias
europeas y llevó a que las cartas por la hegemonía mundial se
jugaran al sur del río Bravo, es decir, de México hacia el Sur.
Francia, encaramada en una política expansionista ha invadido España
en 1807 y logró así debilitar la posición de los virreinatos
hispanos de Nueva España, Perú, Nueva Granada, y del Río de la
Plata.
Impregnada de una tradición cultural y lingüística sentada en el
imperio romano occidental y en la religión católica, la huella gala,
puesta de manifiesto en Haití desde 1697, hizo valer la condición
latina de la región, como así también logró expandir las ideas
liberales plasmadas en el proceso de la revolución francesa. Todos
estos elementos colaboraron para el desarrollo de un fuerte
sentimiento anglosajón y antiespañol. Por tal motivo Napoleón III
apeló a la latinidad de sus colonias en América como forma de poner
freno al avance de los Estados Unidos en la zona del Caribe.
En carta al general Forey fechada el 3 de julio de 1862 el rey francés
sostenía que "tenemos interés en que la República de
Estados Unidos sea poderosa y próspera, pero no tenemos ninguno en
que se apodere del golfo de Méjico y desde allí domine las Antillas
y América del Sur (...) si Méjico conserva su independencia y
mantiene la integridad de su territorio, si, con el apoyo de Francia,
se consolida en él un gobierno estable, habremos devuelto a la raza
latina al otro lado del Océano su fuerza y su prestigio (...) ;
se nos impone el deber de intervenir en Méjico y plantar allí
nuestra bandera (...)".
Fue el inicio del cambio. La idea de continentalidad pensada por Bolívar
ha quedado de lado, las tierras hispanoamericanas, que fueron también
iberoamericanas han encontrado un nuevo nombre. Serán desde ahora
América Latina. Combinación cultural y geográfica delimitada al
sur del río Bravo e impuesta desde Europa occidental.
Sin embargo, hacia fines del siglo XIX el gigante americano
representado por los EE.UU., estaba dispuesto a no perder el juego. En
la convocatoria a la primera Conferencia Internacional de Estados
Americanos de 1889 buscó acercar sus intereses a los de las naciones
latinoamericanas en un intento por llevar adelante la idea del
panamericanismo y lograr de esta manera neutralizar la influencia que
los estados europeos ejercían tradicionalmente sobre ellos. Pero sus
propuestas de unión aduanera y arbitrajes obligatorios para la
resolución de conflictos territoriales ataban política y económicamente
a los países de la región. El concepto de cooperación y solidaridad
entre los países del hemisferio llevaba en su sello el peso de los
intereses norteamericanos. Habían perdido la batalla.
Desde 1492, italianos, españoles, portugueses, franceses y
norteamericanos disputaron por el nombre para el hemisferio sur. Ellos
fueron latinos, íberos o sajones. Como por arte de magia aquellos que
durante siglos habitaron estas tierras habían pasado al olvido, habían
pagado el precio de la derrota. A principios del siglo XX el político
peruano Víctor Haya de la Torre (1895-1979) creyó saldar en
la expresión Indo América esa deuda con la raíz aborigen de estas
tierras. Fundador del partido Alianza Popular Revolucionaria Americana
(APRA) de características nacionalistas y antiimperialistas, su
posición quedaba reflejada en las palabras : "(...) el
Hispanoamericanismo corresponde a la época colonial ; el Latino
americanismo a la República, y el Panamericanismo es la expresión
imperialista yanqui (...)". Su postura no prosperó, llevaba
el peso del descrédito indígena afianzado en los sectores dirigentes
latinoamericanos de la época.
La carrera por el nombre fue más que una simple interpretación onomástica.
La combinación de intereses políticos, geográficos, económicos y
culturales marcaron su camino. Quizá la concepción del término América
Latina no sea una referencia adecuada de la evolución subcontinental,
quizá nos resulte injusta, ambigua o simplemente inexplicable, pero
ha sido el término predominante que logró superar barreras ideológicas,
políticas y por sobre todas las cosas, haber sorteado el paso del
tiempo.
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