La historia secreta de la dolarización en El Salvador 

Lafitte Fernández 

Para ese puñado de hombres que en número no sumaban ni los dedos de una mano, la palabra éxito estaba atada al secreto y a un riguroso código de normas que cada uno de ellos debía cumplir, sin tener derecho al mínimo despilfarro comunicativo. Recordarlo todo cuando estuvieran juntos y olvidarlo todo cuando salieran de la Casa Presidencial, fue la orden del presidente Francisco Flores. No habría espacio para traidores compasivos. Las delaciones no encontrarían jueces tolerantes ni benignos. Sombra y misterio. Esa fue la clave que cuatro personas definieron para que triunfara la tesis de la dolarización. Sobre todo porque se sabía que la iniciativa debía recorrer tiempos amenazadores y un ámbito vasto y azaroso. Los primeros en escuchar la decisión final del presidente Flores de dolarizar el país fueron el secretario técnico de la presidencia, Juan José Daboub; el presidente del Banco Central, Rafael Barraza, y el ministro de Hacienda, José Luis Trigueros. Eso ocurrió en octubre pasado, hace apenas tres meses. Todos ellos comenzaron a vivir una especie de novela fantástica a la que se agregarían otros pocos funcionarios y abogados privados. A cada uno de los que, poco a poco, se agregaron al grupo, casi se les obligó a colocar la mano sobre la Biblia para garantizar que no dirían nada sobre el tránsito que seguiría un país menesteroso de seriedad. Uno a uno los fueron sentando frente a una larga mesa de cedro de la Casa Presidencial. Lo primero que se les preguntó, con tanta seriedad que apagaba cualquier tono de broma, era si estaban dispuestos a compartir el secreto mejor guardado del país. "¿Puedes guardar el secreto? Si no puedes, dilo de una vez. Mira que somos tres personas. Tú serías la cuarta. Entre nosotros no han ocurrido fugas. Si algo se llega a saber, los únicos responsables seríamos nosotros", se advertía a los iniciados con tanto rigor que, por lo menos uno de ellos, creyó que también se le entregaría una cápsula prohibida para que se le reventara en el estómago si algo malo ocurría. Hincarse en maicillo Después del susto iniciático y las explicaciones detalladas del plan, surgían las bromas para que el nuevo invitado recuperara el aliento: "Mira que si no cumples, te hincaremos en maicillo..." ¿Cuánto estaba dispuesto a ceder el presidente Flores que pusiera en peligro el proyecto? Nada, absolutamente nada. Por eso la estrategia de la dolarización nació como la quintaesencia de la eficiencia: o se hacía bien o no se hacía nada. Y el requisito indispensable era el silencio absoluto. Como la política es una minuciosa afirmación de lo improbable para alcanzar lo posible, lo primero que hizo Flores fue identificar sus detractores y alejarse de ellos. Rápidamente los enfocaron. Uno de ellos era el FMLN. Se estimó que si el plan económico llegaba a oídos de la izquierda, esa agrupación se convertiría en plataforma de lanzamiento de furibundos y descontrolados ataques. Flores quería evitar que los efemelenistas trataran de torcerle el cuello al cisne. Las tentaciones habrían crecido si al FMLN se le anunciaba que, ante algunos visos de postración que se percibían en el país, se trataría de curarlo con un purgante de dolarización. El mandatario sabe que, por definición, su partido cohabita, en la política, en un permanente conflicto con una izquierda que no está dispuesta a hacerle ninguna concesión. Y esta vez el gobernante estaba convencido de que tenía que evitar que la dolarización se convirtiera en una rapiña de todos contra todos. Además, los manuales diseñados por los grandes teóricos y defensores de la dolarización siempre incluyen una recomendación: "Hágalo silenciosamente y en poco tiempo. Deje que mande la sorpresa. No le dé tiempo a nadie para que pulverice su proyecto". Los precursores del plan entendían que era difícil convencer al FMLN sobre las bondades del proyecto. Eso sí: al final, cuando se decidieron a hablar con los partidos políticos sobre lo que llevaban en manos, comprendieron que un sector de la izquierda no veía con tanto disgusto que se hiciera esa apuesta. Dentro del inventario de beneficios que le atribuían a la dolarización siempre incluyeron la posibilidad de que si el plan tiene éxito y logra beneficiar a muchos salvadoreños, ARENA &emdash;que no luce ahora como el potente gladiador de otras épocas&emdash; logrará arrebatarle muchas banderas a la izquierda, en el 2004. La izquierda sabe que el partido oficial puede resurgir como boxeador que toma su segundo aire hasta vencer a su oponente, si le da un respiro. Temor a los banqueros Pero, tanto Flores como sus principales y más cercanos colaboradores no sólo temían a las muecas del FMLN. El secreto de la dolarización debía seguir un camino ritualizado, porque el gobierno también sabía que, en el momento de las grandes definiciones, tendría enemigos más holgados y poderosos que se encontraban dentro de su propio partido: los banqueros. En el fondo, serían estos los más perjudicado por la medida. Dolarizar significaba aplicar una política cambiaria que forzaría a esos empresarios a reducir las tasas de interés de los préstamos. También los obligaría a hacerse más eficientes y visaría el ingreso de cualquier banco extranjero que quisiese competir con ellos en el territorio nacional. Ese último cálculo gubernamental produjo ya sus primeros resultados: el City Bank y el Dresdner Bank, dos poderosos bancos internacionales, le anunciaron a la administración, en los últimos días de diciembre, que se afincarán aquí para competir, con todos sus recursos, en el mercado financiero. Hay que decirlo: gobierno siempre percibió la dolarización como un zapato hecho a la medida para compeler a los bancos a reducir las tasas de interés. Quienes manejaron el secreto se encargaron de emplazar, en la Casa Presidencial, un misil que siempre apuntó contra la banca. Además, desde que se iniciaron las primeras deliberaciones sobre la dolarización, el papel de los bancos siempre fue un tema que se colocó sobre la mesa. El presidente Flores y sus más cercanos colaboradores están convencidos que uno de los problemas que impiden reactivar la economía del país, son las elevadas tasas de interés que cobran los bancos. Sus detractores, sin embargo, dicen que no es cierto que los banqueros acumulan clavos de oro. Prueba de ello -aseguran- es que el valor de las acciones de los bancos nacionales no es tan jugoso, en la actualidad. A pesar de esto último, el gobierno siempre estuvo empeñado en convertir las tasas de interés en un tema de permanente debate. El hecho de que, periódicamente, se presentaran en la Asamblea Legislativa proyectos de ley para salvar empresas o conseguir una moratoria general, fueron signos para los gobernantes de que debían hacer algo para reducir los cobros de los banqueros. "Todos los proyectos tenían un denominador común: los intereses que cobran los bancos. Aprobar una moratoria habría sido funesto. También los otros planes tenían sus problemas. Pero, estábamos claros que algo teníamos que hacer para reducir las tasas de interés", dijo uno de los hombres que, por muchas semanas, se convirtió en guardián del secreto de la dolarización. Sin duda, los impulsores del plan le tenían contadas las costillas a la banca. Hasta contabilizaron los no ingresos que tendrían esos empresarios con la dolarización. Por ejemplo, saben que por el diferencial cambiario los banqueros dejarán de percibir ¢525 millones en la venta y compra de dólares, en las transacciones que producen las exportaciones e importaciones y en otras gestiones bancarias. "Eso será ahora del pueblo", dijo a El Diario de Hoy un alto funcionario de la administración convencido de ese efecto. A los banqueros se les temía más que al FMLN. El presidente Flores estaba seguro que si ponía en práctica sus mejores habilidades para emprender negociaciones políticas, conseguiría los votos necesarios para que la dolarización se aprobara en el Congreso, sin la ayuda de la izquierda. Pero, el grupo gestor creía que si los banqueros se enteraban del asunto antes de tiempo, tenían el poder suficiente para empujar la dolarización hacia la fatalidad. El plan podía convertirse, en manos de ellos, en una seda demasiado frágil que cortarían con sus manos. También los estrategas de la dolarización definieron un tercer problema: cualquier filtración a los periodistas podía causar no sólo alguna histeria colectiva que podía tornarse incontrolable, sino que también elevaría las críticas contra el plan y podría colocar el proyecto en el cadalso de la opinión pública. Primeros pasos de Flores Sombra y misterio. Y así se hizo. Ninguno de los responsables del proyecto aspiraba a ejecutar tácticas de fuerza o ataques al estilo "Rambo", o como lo hace un perro "Pit Bull". Pero, sí aspiraban a hacer las cosas con la misma sorpresa con que ataca "Rambo". Dolarizar el país no fue nunca una tesis nueva en ARENA. A finales de 1995, los ex ministros del Dr. Armando Calderón Sol, Manuel Enrique Hinds, Alfredo Mena Lagos y Eduardo Zabla-Touché, y el ex presidente del Banco Central, Roberto Orellana Milla, adelantaron, a un nutrido grupo de empresarios, que esa administración haría varias acciones básicas: privatizar bienes del Estado, reducir los aranceles a las importaciones, elevar el IVA, cambiar el régimen de pensiones y dolarizar la economía. El padre de esta última medida fue Manuel Enrique Hinds, un economista históricamente vinculado a organismos financieros internacionales. El proyecto fracasó, en buena parte, porque la medida trascendió. Eso provocó toda suerte de críticas que, sumadas a lo prematuro de la idea, colocaron la dolarización en bancarrota frente a la fe pública. Iniciación de Flores Más tarde, cuando Francisco Flores se convirtió, oficialmente, en el candidato presidencial de ARENA, después de escapar a todos los dardos que le lanzaron en su propio partido, le dijo a Juan José Daboub, el actual secretario técnico de la presidencia, que quería escuchar una exposición sobre los caminos de la política cambiaria. Eso ocurrió en enero de 1999. Daboub llamó, telefónicamente, a Rafael Barraza, presidente del Banco Central, y le dijo que le explicara al gobernante, con detalle, todos los escenarios posibles La reunión de Daboub y Barraza con el entonces candidato presidencial finalmente se produjo. En ella se analizó el camino de las devaluaciones, el riesgo cambiario, la caja de convertibilidad, la semi caja de convertibilidad, el tipo de cambio ley fijado por ley y, por supuesto, la misma propuesta de dolarización que, en 1995, empujó Hinds. Aunque Flores no tomó una decisión, el tema de la dolarización le quedó dando vueltas en la cabeza. Eso influyó para que el mandatario &emdash;una vez que ganó las elecciones presidenciales&emdash; incluyera, dentro de su discurso de ascenso al poder, una afirmación en el sentido de que anclaría buena parte de sus decisiones económicas en una gran apuesta sobre la política cambiaria. Pero, hasta ese momento, la dolarización no era un hecho consumado. Más tarde, en noviembre de 1999, Flores se introdujo de nuevo en el tema de la dolarización, a propósito de una visita que realizó al país una delegación del Fondo Monetario Internacional (FMI). De nuevo, Flores escuchó disertaciones sobre todos los modelos de política cambiaria y preguntó, como nunca antes, sobre los beneficios y posibles perjuicios de la dolarización. En un momento preguntó a sus principales colaboradores de su equipo económico: ¿qué pasa si nos quedamos como estamos? La respuesta que escuchó fue la misma que recibió varios meses atrás: no aprovecharemos los beneficios de la sanidad macroeconómica que tiene el país. Pero, esta vez Flores percibió que, quizá, Daboub, Barraza y el ministro de Hacienda, José Luis Trigueros, estaban totalmente convencidos de los beneficios de la dolarización. Igual criterio escuchó de varios importantes e influyentes economistas internacionales cada vez que se los topaba en el país o en foros internacionales. Algunos de ellos venían de regreso como defensores de un modelo de flotación de la moneda, al observar los problemas que acarreó en algunas naciones. Hace tres meses Esos hechos acercaron, más y más, al gobernante, a la dolarización hasta que un día de octubre pasado -hace sólo tres meses- llamó a Juan José Daboub, a Rafael Barraza y a José Luis Trigueros y les dijo: "Me he convencido que tenemos las condiciones necesarias para echar adelante la dolarización". Es muy probable que el mandatario asumiera esa postura porque, en el fondo, la dolarización significaba una opción de reparar un pasado reciente. Cada vez un mayor número de ciudadanos le reclamaba su inercia ante la obligada búsqueda de opciones que mejoraran las condiciones de vida de los salvadoreños. Flores al igual que muchos mandatarios- no quería cargar con una premonición nostálgica de los años que le quedan por gobernar. Durante los veinte meses de su administración, la desesperanza de los salvadoreños le ha doblado los tobillos. Las encuestas públicas y privadas siempre tildaban el pesimismo ante el futuro y estimó que algo debía hacer. El gobernante necesitaba encontrar una fórmula que le hiciera dar un salto fáustico o estaría condenado a cojear hasta el final de su era. Quizá por ello es que, equivocado o no, Flores encontró en la dolarización un accidente afortunado, una novedad, un hallazgo que le permitirá inventar su propio tiempo. Y sabe que en éste no hay puntos intermedios: o se gana o se pierde. O trasciende o se hunde. Flores les dio cuatro semanas a Daboub, Barraza y Trigueros para que elaboraran un primer borrador de la que sería la más grande apuesta de su administración. La solicitud halagó a los funcionarios, porque siempre creyeron que esa era la dirección correcta. En una semana (en menos del plazo presidencial), los tres funcionarios alistaron el primer borrador de la dolarización. Además, durante muchas horas se sentaron a diseñar un cronograma y una ruta crítica para ejecutar el plan, método en el que Daboub es uno de los mejores expertos del país. La elaboración del proyecto les permitió poner en práctica todos sus estudios sobre la dolarización, el producto de sus conversaciones y permanentes consultas con expertos internacionales y los muchos kilos de bibliografía, textos y documentos que el embajador de El Salvador en Washington, Ing. René León, encontró en la biblioteca del Congreso y en los centros técnicos de los organismos internacionales anclados en esa capital Viajes secretos Conforme pasaban los días, casi todos ellos tomaron aviones que los llevaron a Estados Unidos y otros países para anunciar la medida, pedir resguardo para el secreto, solicitar consejos técnicos y ayuda en entidades como el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y muchos otros. Sin que nadie se percatase en El Salvador, Daboub, Barraza y Trigueros se reunieron con Enrique Iglesias, presidente del BID; con Stanley Fischer, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI); Guillermo Calvo y, por supuesto, con Lawrence Sommers, secretario del Tesoro de los Estados Unidos. El encuentro con este último levantó más el ánimo de los colaboradores del presidente Flores. Sommers les hizo una confesión personal, tras advertirles que, en ese momento, les hablaba como economista y profesor universitario: "Hace quince días &emdash;repuso&emdash;, cuando me pidieron la cita, yo creía que El Salvador era una república bananera más como otras naciones de Centroamérica. Después me puse a estudiar los informes económicos sobre el estado de la economía de su país y ahora puedo advertirles que, si me lo piden, tienen todo mi apoyo para que se dolaricen. Están en condiciones muy favorables para hacerlo". En otros organismos multilaterales se mostraron sorprendidos porque El Salvador no usaría la dolarización como una "bala mágica" para sacar de problemas una economía incendiada, sino que tomaría ese paso con su macroeconomía muy saludable. Examinaban las principales cuentas de las finanzas públicas salvadoreñas, según se dice ahora, y todo les resultaba coherente. Pero, una inquietud fue denominador común en esas organizaciones: ¿cómo harán para ganarse los votos de la oposición política y lograr que el proyecto sea aprobado por la Asamblea Legislativa?, preguntaban. La respuesta de los funcionarios también fue siempre la misma: "Señores, será el presidente Flores quien personalmente se encargará de esa negociación con nuestros adversarios políticos. Estamos plenamente confiados que con su enorme habilidad negociadora sacará el proyecto adelante". Al equipo de colaboradores de Flores se les unieron otros funcionarios como el ministro de Economía, Miguel Lacayo, y varios abogados privados, a quienes se les pidió que definieran los límites constitucionales y legales de la medida. En un momento, el grupo analizó, seriamente, la posibilidad de crear otra moneda, la que llamaron el "nuevo colón". Esta tendría paridad con el dólar. Más tarde, el plan se desechó y, finalmente, se definió el proyecto tal y como llegó a la Asamblea Legislativa, después de escuchar a varios economistas argentinos que vinieron al país, calladamente, para responder las dudas que tuviesen los funcionarios sobre la dolarización. Cuando todo estuvo listo, de acuerdo con la ruta crítica del proyecto que se diseñó, el presidente Flores realizó una serie de reuniones maratónicas con representantes de partidos políticos, banqueros y periodistas. El secreto se rompió Fue hasta ese momento que el secreto de la dolarización traspasó las puertas de Casa Presidencial. Era la hora de reunir los votos necesarios para que se aprobara el plan en el Congreso.¿Qué entregó Flores a algunos partidos de oposición a cambio de la dolarización? Nadie lo sabe con certeza. Aunque lo niega, algunos dicen que el tema de Francisco Merino permaneció en la agenda que discutió con el PNC. Cuando finalmente la Asamblea Legislativa aprobó la dolarización, Flores reunió a sus colaboradores y los abrazó uno a uno. "Nunca antes -les dijo- nadie guardó un secreto tan importante como lo hicieron ustedes", les sentenció. (Reproducido de El Diario de Hoy, El Salvador)