Volver a la página de la REVISTA PERUANA DE FILOSOFIA APLICADA # 11:
Thomas
Ward: La
anarquía inmanentista de Manuel González Prada.
Nueva York y otros: Peter Lang Publishing, 1998, 232 páginas.
El
hispanista norteamericano Thomas Ward trata de demostrar con su libro que
nuestro literato no era ateo e irreligioso sino que tras la letra anticlerical
reverbera un espiritualismo panteísta, que creía en un dios
inmanente, que su anarquismo en esencia reivindica el poder temporal del
espíritu libre del individuo, y que dicha postura encuentra su fuente
en el modelo del cristianismo original. De este modo Ward encuentra tras
la letra gonzález-pradista a un panteísta, libertario y protocristiano.
Ante
la figura egregia y señera de González Prada (G.P.) caben
dos actitudes: una, ceñirse a la letra y la otra ceñirse
a su espíritu. Apegarse a la letra o al verbo puede significar repetir
sus célebres pensamientos, buscar un programa o una doctrina que
no dejó, o tratar de hallar tras su ideología caduca, los
presupuestos filosóficos en los que se desenvuelve. Ceñirse
alespíritu no sólo
es saltar sobre los mediocres repetidores de frases sino recoger el legado
inmarcesible de su credo de justicia tanto en el terreno teórico
como en el práctico.
Para
nosotros T. Ward intenta lo primero con el afán pesquisidor de descubrir
tras su literatura una filosofía. Tal intento no nos parece injustificado
desde un punto de vista amplio, puesto que si bien toda actitud literaria
refleja consciente o inconscientemente una postura filosófica, en
el caso que nos ocupa, nuestro ensayista no careció de conocimientos
filosóficos.
Tan
cierto es esto que nunca fue un positivista monacal sino que su positivismo
era jacobino y revolucionario. En este sentido, Ward no procede con el
bisturí del crítico sino con la lupa del arqueólogo
y así lejos de derribar busca reconstruir, sin importarle sobremanera
lo vulnerable del fondo y forma de los presupuestos filosóficos
de sus escritos. Pero aún cuando nuestro hispanista del Norte se
aboca seriamente a la labor de historiógrafo con la disciplina del
seminarista sus tesis encierran afirmaciones problemáticas como
veremos.
Para
Ward, G.P. es un anarquista inmanentista o protocristiano. El concepto
panteísta de inmanencia (Dios hecho hombre) define para él
el protocristianismo que a su vez sería el sistema filosófico
del anarquismo. Habrían influído sobre él el inmanentismo
de Lucrecio, Spinoza, Comte y Renán, y a través de este último
recoge no sólo su anticlericalismo sino la concepción precatólica
de Jesucristo.
De
este modo en G.P., según Ward, se presenta un anarquismo al cual
se llega por un espiritualismo inmanentista opuesto al espiritualismo teísta
de la religión institucionalizada. Su anarquismo en esencia reivindicaría
el poder temporal del espíritu libre del individuo, y en consecuencia
G.P. no fue ateo ni irreligioso por ser anticlerical sino que habría
creído en un dios panteísta.
Como
vemos, Ward se apega a la letra del maestro para hurgar los presupuestos
teóricos detrás de su cultura literaria y filosófica,
y halla, según él, a un G.P. panteísta, creyente,
libertario y protocristiano. Sin embargo es notorio en Ward un exagerado
afán por vincular el anarquismo gonzález-pradiano al cristianismo
original, intento que no socava su figura pero que enrarece su espíritu.
Se podría incluso conceder el reconocimiento en su pensamiento del
cristianismo original pero de ahí a convertirlo en la fuente única
y central de su anarquismo nos parece una exageración desfigurante.
Por
el contrario, el cristianismo original no constituye la base suficiente
para explicar la génesis de su anarquismo dado su inveterado realismo
que lo haría rechazar el milenarismo simbolismo ilusorio del idealismo
cristiano. Por ende, a pesar de toda preocupación social y cierto
inmanentismo del protocristianismo su núcleo será el dualismo
trascendente de raíz platónica, a la cual G.P. nunca se adhiere
por sentirla vaporosa, acriforme y enrarecida.
Pero
además de su voluntad de renunciar a toda realidad que sobrepase
a la naturaleza está su inocultable propósito de destruir
y no conservar el poder temporal, de ahí su admirable ejemplo moral
intransigente y rebelde frente a la bifronte prédica de Jesucristo
de “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de
Dios”.
La
sólida coherencia y no la nebulosa doble moral caracteriza al maestro,
por ello ni siquiera el cristianismo original puede servir de base suficiente
-como pretende Ward- para explicar el conntenido de su anarquismo noble
y fuerte que no renuncia a construrir el paraíso aquí en
la tierra. El contenido viril de su utopía anarquista no procede
sólo del protocristianismo, liberalismo o del enciclopedismo sino
también del socialismo. Pues su adhesión al utopismo de Krapotkin
y Bakunin en contra de Marx responde más a su sensibilidad literaria
y aristocrática, como cree Mariátegui, a sus firmes convicciones
libertarias y antiautoritarias.
A
diferencia de Ward que se limita a señalar como la esencia de su
anarquismo la reivindicación del poder temporal del espíritu
libre del individuo, nosotros resaltamos que dicho espíritu libertario
no se queda en esta definición sino que está henchida de
un pathos revolucionario de índole anticapitalista y anticlerical,
que Ward omite, válido a pesar de que G.P. no haya aportado un modelo
alternativo de sociedad. Igual de controvertible resulta la tesis de su
supuesto credo panteísta, no sólo por su militante positivismo
revolucionario, que lo mantuvo en su juventud en las filas del ateísmo
y en su vejez abrigó dudas agnósticas, sino porque si de
algún credo cabe hablar en él es del credo de la justicia,
por el cual le admiramos y estimamos. Escribe Mariátegui que G.P.
se convirtió, a su pesar, en predicador del credo de la justicia
y que su ateísmo es religiosos pero no en la acepción vieja
del vocablo sino como fe que trasciende el rito y la iglesia. En conclusión,
en G.P. es su espíritu más que su letra la que explica cómo
su pasión revolucionaria por la libertad y la justicia predomina
sobre los mitos inmanentistas de la razón, la ciencia y el progreso
propios del siglo xix.
Son
interesantes los críticos que comentan libros sin prestar mucha
atención a la exposición del argumento que contienen. Así
es el caso con Gustavo Flores Quelopana cuya reseña de La anarquía
inmanentista de Manuel González Prada aparece en el presente
número de la Revista Peruana de Filosofía Aplicada.
El señor Flores atribuye una serie de conclusiones a mi libro que
tienen poco que ver con el análisis que ofrezco. Quisiera ofrecer
algunos comentarios acerca de sus aseveraciones.
En
lo que toca al “ateísmo” del maestro, en ningún momento sugiero
que el autor de Horas de lucha cree “en un dios panteísta”,
según escribe el señor Flores. Más allá de
mis razones por las cuales la palabra “panteísmo” no sirve para
deslindar el pensamiento de Prada (p. 32), la inmanencia que lo define
tiene poco que ver con “dios”, o con “Dios”, sino con la reducción
de la energía y la materia a un solo plano, con la síntesis
de lo celestial y lo terrenal. Explícitamente explico cómo
“procede de la reducción de Dios al espíritu humano” (p.
32). Es decir, reduce lo trascendental del catolicismo a la inmanencia
del anarquista. Por esta razón, en ningún momento insinúo
que MGP fue “creyente”, como afirma Gustavo Flores. Acerca de este tema
al cual se dedica la primera mitad del libro, “el poder espiritual”, estudio
cómo para González Prada Jesucristo era un gran hombre quien
no podría calificarse de divino. Me escapa cómo un lector
podría deducir de estas investigaciones sobre el anticatolicismo
y el anticlericalismo del maestro que él sería creyente.
En otro lugar el señor Flores se equivoca absolutamente cuando afirma
que según mi interpretación, el “núcleo [de MGP] será
el dualismo trascendente de raíz platónica”. Tal conclusión
es lo inverso de las conclusiones expuestas en la monografía, la
cual indaga en el “monismo” y la “inmanencia” del sabio radical. Hasta
por el mismo título del libro se sabe que su pensamiento no puede
ser trascendente. En una palabra, la inmanencia es la negación de
la trascendencia dualista.Para
concluir con este tema, el señor Flores supone que MGP “no fue ateo
ni irreligioso”. En cuanto a su ateísmo, tiene razón, pero
a lo largo del trabajo comento el aspecto irreligioso del maestro, entendiéndolo
como una reacción contra los ritos formulistas del catolicismo (p.
46, por ejemplo), un rasgo de su tan celebrado (¡y vituperado!) anticlericalismo.Claramente
el trabajo convalida que en González Prada lo espiritual representa
un atributo que va en contra de la religión institucional. Esta
actitud tiene sentido dado el anarquismo del pensador.
Para
el reseñador hay una “índole anticapitalista y anticlerical,
que Ward omite”. No hay declaración más errónea que
podría emitirse acerca de La anarquía inmanentista.
En cuanto al anticlericalismo de González Prada, como ya se aduce,
todo el libro lo investiga; ES el tema del texto. A cerca del anticapitalismo,
en varias ocasiones examino la reticencia de González Prada ante
el capitalismo, basándome en pasajes como los que se encuentran
en las páginas VI, 185; II, 324 de las Obras. Sin embargo,
el rechazo de González Prada del capitalismo no es absoluto. Puesto
que buscaba la modernidad para el Perú, concebía un capitalismo
restringido como factor de esta modernidad. En esto coincide con otros
escritores de la época como Clorinda Matto de Turner quien en Aves
sin nido evita censurar el sistema capitalista. Uno de sus personajes
modélicos, Fernando Marín, por ejemplo, es accionista de
minas. La novelista limita sus críticas al feudalismo, a la mita,
y a la violencia contra las mujeres. La actitud de González Prada
es análoga a la de Matto y es representativa de una plétora
de intelectuales de aquella época, los civilistas, los del Círculo
Literario, los de la Unión Nacional y las tan comentadas “Escritoras
Ilustradas”.
El
señor Flores supone que La anarquía inmanentista es
un tratado teológico que pasa por alto la búsqueda del Maestro
para la justicia. Definitivamente, el texto no constituye un argumento
teológico aunque sí reconoce la dimensión inmanentista
de la lucha social del rebelde. No se puede eliminar la “teología”
completamente de un pensador que sostiene lo siguiente: “no cabe ateísmo
cuando en lo íntimo del alma se rinde culto a la justicia” (Obras,
IV, 104), referencia que también aporto en mi libro (p. 27). Y es
así en González Prada y en la interpretación ofrecida
en La anarquía inmanentista. La psiquis no impide una dimensión
social, sino que significa un resorte para estimular la protesta. Cualquier
compromiso con la humanidad tiene que nacer con el espíritu.
Sobre
“el positivismo” del anarquista, el señor Flores Quelopana también
se confunde. Uno de los principales temas de La anarquía inmanentista
es la relación espinosa de González Prada con Auguste Comte,
el primer positivista, a quien cita a menudo. No obstante, es oscurantismo
atribuir a MGP un “militante positivismo revolucionario”. Conforme a lo
que muestro en el libro, el positivismo no era revolucionario. Comte aborrecía
la anarquía porque amenazaba los privilegios sociales que él
defendía. Nunca abogaba por las masas sino por las jerarquías
que él concebía como necesarias. El ácrata peruano
nunca hubiera aceptado tal posición. A pesar de apegarse a ciertos
conceptos comtianos como la ley de los tres estados, él tuvo que
apartarse del pensador francés mientras que se acercaba a la anarquía,
la cual es antitética al positivismo.
Acerca
de la influencia del “socialismo” en el Maestro, este crítico sostiene
que “el contenido viril de su utopía anarquista no procede sólo
del protocristianismo, liberalismo y del enciclopedismo sino también
del socialismo”. De hecho, la anarquía de MGP no se limita a las
primeras tres tendencias, mas concebirlo también como socialista
es malentender la diferencia entre el socialismo y la anarquía.
El primero favorece un estado omnipresente y la segunda aboga por la destrucción
del mismo. Especialmente después de volver de Europa, de acuerdo
con lo que dice al pie de la letra y asimismo con lo que se deduce del
espíritu de su obra, sería absurdo calificar a González
Prada de socialista. El no proponía un gobierno socialista sino
abogaba por destruir el estado. En este sentido era nihilista total.
En
conclusión, no se puede encontrar en los escritos del Maestro “lo
vulnerable del fondo y forma de los presupuestos filosóficos”, como
infiere el señor Flores. Son precisamente actitudes conformes a
ésta que La anarquía inmanentista refuta, mostrando
que González Prada no sólo tuvo una ideología o ideologías
sino que hay un sistema filosófico (la inmanencia) que le sirvió
para organizar todos los aspectos de su pensamiento: el indigenismo, el
feminismo, el igualitarismo, el anticlericalismo, el sindicalismo y su
búsqueda general de la justicia.
Los
errores principales del señor Flores Quelopana, que MGP sea ateo,
positivista y socialista, son equívocos que se habían repetido
en los comentarios acerca del maestro (juntos con otros que reconocen su
panteísmo). Son precisamente los equívocos que rectifico
en mis investigaciones. Quizá el comentarista debe leer menos crítica,
más González Prada y el libro que va comentando.Ha
llegado la hora de evaluar de nuevo este importante intelectual decimonónico,
pero no acudiendo a artículos y libros del pasado sino a nuevas
lecturas de Páginas libres, Horas de lucha, Minúsculas
y Presbiterianas. Es hora de liberarse de los cajones restrictivos
del ateísmo, del positivismo y del socialismo y reconocer que MGP
es mucho más que un indigenista. Su grito por la justicia llega
a todos los sectores de la sociedad, desde una perspectiva que es a la
vez anárquica e inmanente.
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PERUANA DE FILOSOFIA APLICADA # 11:
MANUEL GONZÁLEZ PRADA:
PENSADOR SOCIAL PERUANO
Otro libro reseñado:
Manuel González Prada:
Free
Pages and Hard Times. Anarchist Musings
(Pájinas libres y Horas de lucha:
Meditacions anarquistas).
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