Pagina nueva 9
La
diversidad étnica de los territorios oaxaqueños confirió a la evangelización
un carácter distinto al que tuvo en otras partes de la Nueva España; aunque en
general se siguió la misma política en cuanto a la manera de incorporar a los
indígenas a la cultura occidental.
A groso modo puede
decirse que en Oaxaca la iglesia mendicante tuvo un papel mucho más importante
y decisivo que el clero secular. Prueba de ello son los monumentales conventos
que aún quedan en pie; por eso a los dominícos, a justo título, se les
considera "los forjadores de la civilización oaxaqueña". Sin
embargo, el dominio que llegaron a tener sobre los indígenas afloró, en varias
ocasiones, en actos violentos.
Son
reputados, por muchas razones, los conventos de la Mixteca Alta: Tamazulapan,
Coixtlahuaca, Tejupan, Teposcolula, Yanhuitlán, Nochixtlán, Achiutla y
Tlaxiaco, entre los más importantes; en los valles centrales, sin duda, el
edificio más espectacular es el convento de Santo Domingo de Oaxaca (Casa Madre
de la Provincia y Colegio de Estudios Mayores), pero no hay que olvidar las
casas de Etla, Huitzo, Cuilapan, Tlacochahuaya, Teitipac y Jalapa de Marqués
(hoy en día desaparecida), entre otras cosas; casi todas en la ruta hacia
Tehuantepec. En cada uno de estos edificios se advierte el mismo partido
arquitectónico, "inventado" por los mendicantes durante el siglo XVI:
atrio, iglesia, claustro y huerta. En ellos quedaron plasmadas las modas y los
gustos artísticos que los españoles trajeron, al lado de varias reminiscencias
plásticas, sobre todo escultóricas, de linaje prehispánico.
Además de tan cabal integración
plástica destacan las proporciones monumentales de tales fábricas: amplios
atrios preceden a los conventos, siendo el de Teposcolula uno de los más
grandes.
Las capillas abiertas pueden ser
"tipo nicho" -como en Coixtlahuaca- o de varias naves como en
Teposcolula y en Cuilapan. De las iglesias, la de Yanhuitlán, por muchas
razones, es una de las más significativas. Desgraciadamente casi todo el
territorio oaxaqueño es zona sísmica; por lo mismo, los movimientos telúricos
han echado por tierra, en repetidas ocasiones, los antiguos claustros. Sin
embargo, aún puede advertirse su antigua disposición, como en Etla o en Huitzo.
Las huertas conventuales constituyeron, por siglos, el orgullo de los religiosos
dominicos, quienes hicieron crecer las plantas propias de la tierra, al lado de
árboles y hortalizas venidos de Castilla.
No
obstante, es en el interior de las iglesias donde todavía puede admirarse la
riqueza del ajuar con que estuvieron engalanadas: pintura mural, retablos,
tablas y óleos, esculturas y órganos, muebles, orfebrería litúrgica e
indumentaria religiosa dan cuenta de la riqueza y generosidad de quienes la
costearon (particulares y comunidades indígenas).
Los conventos fueron focos desde
donde irradió la civilización occidental: junto con la enseñanza de la religión
católica se dio a conocer una nueva tecnología para explotar mejor y más fácilmente
la tierra.
Plantas venidas de muy lejos
(trigo, cañas de azúcar, café, frutales) modificaron el variado paisaje
oaxaqueño; cambio que acentuó la fauna -mayor y menor- venida de allende el
mar (bovinos, caprinos, equinos, porcinos, aves y animales domésticos). Y no
debe perderse de vista la introducción del cultivo del gusano de seda, que
junto con la explotación de la grana constituyeron el sustento, por más de
tres siglos, de la economía de varias regiones de Oaxaca.
En los conventos también, valiéndose
de recursos didácticos más inusitados (verbigracia, música, plástica y
danza), los frailes enseñaron a los indígenas los rudimentos de una cultura
espiritual de signo muy distinto a la que tenían antes de la llegada de los
conquistadores; al parejo, el aprendizaje de las artes mecánicas iba
conformando la imagen del indígena oaxaqueño.
Pero
sería injusto no señalar que los frailes también aprendieron un sinnúmero de
lenguas indígenas, además del zapoteca y el mixteco; abundan los diccionarios,
doctrinas, gramáticas, devocionarios, sermones y otras artes en idiomas vernáculos,
escritos por frailes dominicos. Los nombres de fray Gonzalo Lucero, fray Jordán
de Santa Catalina, fray Juan de Córdoba y fray Bernardino de Minaya, se cuentan
entre los más ilustres de la comunidad de predicadores establecida en Oaxaca.
Ahora bien, el clero secular
también hizo acto de presencia en tierras oaxaqueñas desde fecha temprana; si
bien una vez que se erigió el obispado de Antequera, su segundo titular durante
veinte años (1559-1579) fue un dominico: fray Bernardo de Alburquerque. A
medida que el tiempo transcurría, la Corona tuvo particular empeño en que los
obispos fueran seculares. En el siglo XVII gobernaron la mitra antequerense clérigos
ilustres como don Isidoro Sariñana y Cuenca (México, 1631-Oaxaca, 1696), canónigo
de la catedral de México, quien llegó a Oaxaca en 1683.
Si los conventos reprecentan la
presencia del clero mendicante en las distintas regiones de la entidad, en
ciertas iglesias y capilla -cuyo partido arquitectónico es ciertamente
distinto- se percibe la huella del clero secular. Desde que la ciudad de
Antequera fue trazada por el alarife Alonso García Bravo, la catedral de Oaxaca
ocupó uno de los principales solares alrededor de la plaza; el edificio que
albergaría la sede episcopal fue trazado y construido en el siglo XVI,
siguiendo el modelo catedralicio de tres naves con torres gemelas.
Con el correr del tiempo y debido
a los movimientos telúricos que las dañaron, fue reedificada a principios del
siglo XVIII, convirtiéndose en el edificio religioso más importante de la
ciudad, sobre todo desde el punto de vista administrativo; su monumental
fachada-pantalla en cantera verde resulta uno de los ejemplos típicos del
barroco oaxaqueño. No lejos de ella -y en cierta forma haciéndole competencia-
se levantan el convento de Santo Domingo y el santuario de Nuestra Señora de la
Soledad. El primero de ellos, junto con la capilla del Rosario, es prístino
ejemplo del trabajo en yeso, que tanta fortuna cobró en Puebla y Oaxaca; en ese
templo el arte y la teología van de la mano, convertidos en un canto perenne a
la gloria de Dios y de la orden dominica. Y en la monumental fachada-biombo de
La Soledad se despliega también una página de teología e historia Cuyas imágenes
reciben las primeras oraciones de fieles, antes de que éstos se postren ante la
doliente señora.
Muchos otros templos y capillas
configuran la imagen urbana de Oaxaca y sus alrededores; algunos son muy
modestos, verbigracia Santa Marta del Marquesado; otros, con sus innumerables
tesoros, atestiguan la riqueza antequerense: San Felipe Neri, cuajado de
retablos dorados, San Agustín con su portada casi de filigrana; algunos más
evocan a distintas órdenes religiosas: mercedarios, jesuitas, carmelitas, sin
olvidar a diversas ramas de religiosas, cuya presencia se deja sentir en
monumentales fábricas como el antiguo convento de Santa Catarina o el convento
de La Soledad. Y todavía, por su nombre y proporciones, nos deslumbra el
conjunto de Los Siete Príncipes (actualmente Casa de la Cultura), además de
los conventos de San Francisco, el Carmen Alto y la iglesia de Las Nieves.
La influencia artística de estos
monumentos rebasó el ámbito de los valles y puede apreciarse muy bien en
regiones alejadas como la Sierra de Ixtlán. La iglesia de Santo Tomás, en este
último pueblo, seguramente fue construida y decorada por artesanos llegados de
Antequera. Otro tanto puede decirse del templo de Calpulalpan donde no se sabe
qué admirar más, si su arquitectura o los retablos cuajados de imágenes
doradas.
|
|