~ THE BATTLE OF ONE ~

 

By Raquel

 

Esta historia es un posible final de mi fanfic “The Wish

 

~*~

 

En medio de la oscuridad que era su alma ahora, Piccolo se encontraba sumido en sus pensamientos. El antiguo Jedi, poderoso guerrero, ya no podía hacer otra cosa más que pensar y esperar a que su maligna contraparte viniera a visitarlo, siempre cargado con terribles malas noticias.

 

Abrió sus ojos, y los profundos abismos negros que antes irradiaban paz y confianza, sólo vieron el espacio vasto e infinito que había sido su compañero desde que era un prisionero en su propio cuerpo.

 

Giró, sumergido en la más absoluta desesperación, pero sin importar en qué dirección volteara, sólo observaba lo mismo: Vacío, silencio y la más abrumadora desolación... no había nada allí, nada excepto él y su soledad.

 

¿Cómo había podido perder su batalla personal con Daimaoh? Jamás se perdonaría el haber fallado nuevamente, al haber sucumbido ante el odio que había generado la muerte de su padawan Piccolina, pero el horror que había despertado su asesinado fue más de lo que pudo soportar.

 

Habían asistido a ese planeta en una supuesta misión de paz, pero bastó entrar a su atmósfera para saber que era una trampa. Todas las ciudades estaban completamente destruidas y ambos sintieron la inmensa cantidad de siths que se encontraban por todas partes, ocultos en las sombras, silenciosos, esperando su aterrizaje para caer sobre ellos, como si fuesen moscas atrapadas en una inmensa red de telaraña. Piccolo propuso huir en seguida, ahora que el enemigo no había comenzado un ataque aéreo, pero Piccolina se opuso totalmente; podía sentir la presencia de muchos sobrevivientes y no estaba dispuesta a que terminaran como esclavos del Imperio. Ella era tan buena...

 

Era una misión suicida, pero aún así lo intentaron, por el bien de esas pobres personas. Eran fuertes y podrían resistir el tiempo suficiente para sacarlas de allí, pero se equivocaron. Resultó que la gente no eran sobrevivientes del mundo destruido, sino aliados del Imperio, ¡ellos eran la trampa, y ambos cayeron ingenuamente en ella!

 

Fue demasiado tarde cuando finalmente se dieron cuenta y no pudieron escapar.

 

Piccolo cerró fuertemente sus ojos y empuñó sus manos al revivir nuevamente esos momentos, la pérdida de una de las personas que más  había amado en su vida, al recordar su cuerpo moribundo tirado en el suelo, en medio de los escombros, el fuego y la devastación... recordaba sus golpes y gemidos de dolor, su sangre violeta escapando lentamente de su cuerpo por la infinidad de heridas que tenía, sus ojos temblorosos, aún cálidos, mirándolo fijamente, su mano extendida hacia él, implorándole con la mirada que fuera a su lado, que estuvieran juntos en sus momentos finales.

 

Y por todos los dioses, él deseaba, como nunca había querido algo en su vida, estar a su lado, reconfortarla, abrazarla, decirle cuán importante había sido para él conocerla, quererla... no, querer no era la palabra adecuada que describía ese sentimiento que había llegado a sentir por ese ser frágil y gentil que había nacido con el único propósito de ser su compañera, pero aún ahora, a pesar de todo, le costaba reconocerlo.

 

Cayó de rodillas al suelo y se cubrió el rostro con sus manos al recordar también la impotencia que sintió al no poder ir a ella, cuando una horda de siths se interpuso cruelmente en su camino; eran tantos y tan fuertes, y él estaba tan desesperado...

 

Luchó con todas sus fuerzas y más aún, blandiendo su espada, desmembrando miembros, acabando con un número incontable de vidas, nada era importante en esos momentos, sólo el llamado que le hacía ella, y los enemigos que le impedían el paso.

 

Espérame, Piccolina, allá voy, contigo... resiste un poco más, por favor...

 

Acabó con muchos, pero nada parecía ser suficiente; por cada nuevo sith que sucumbía a su sable de luz, parecían surgir otros más. Gritó y maldijo, exigió que se apartaran de su camino, pero no lo escuchaban, y él sentía cómo, poco a poco, el odio se abría camino en su corazón... el fuego que se había encendido en su mirada alejó a muchos y les hizo huir, pero otros, buenos soldados, lucharon hasta el final, en una batalla que pareció durar siglos.

 

Y cuando finalmente vio a sus ojos apagarse para siempre, en medio de los sables entrecruzados que mantenía con uno de sus enemigos y sintió a su alma escapar de su cuerpo malherido, fue más de lo que pudo resistir su alma en crisis. Apenas alcanzó a notar cómo un aura plateada e increíblemente cálida rodeaba su cuerpo y desaparecía dentro de él, desintegrando sus restos mortales, convirtiendo a su espíritu en parte de esa maravillosa energía que rodeaba y unía a todos los seres vivientes del universo, llamada fuerza. Nada de esto brindó algo de alivio a su propia alma atormentada... lo único en lo que pudo pensar fue que Piccolina había muerto sola, en un planeta ajeno y desconocido y que él no había podido estar a su lado, no había podido despedirse o darle una mano siquiera, ¡no había podido hacer nada!

 

Se llevó una mano a su pecho; jamás pensó que podría sufrir un dolor parecido, que su partida generaría tal sufrimiento, que su alma llorara y gimiera y la sintiera a punto de desfallecer de tristeza, que su espíritu se hiciera pedazos. Supo que él también estaba muriendo... pero de ninguna forma se iba a ir solo, ¡los culpables de su muerte iban a pagar primero!

 

Sus ojos se achicaron cuando observaron nuevamente a los enemigos que aún luchaban por acabar con su vida. Sonrió al verlos, al posar su mirada llena de ira y rencor en esos pobres infelices que no habían notado que su labor ya estaba cumplida. Un viento siniestro los rodeó a todos, agitando sus capas, que ondeaban tristemente y al polvo que cubría a la ciudad en ruinas.

 

Su alma sangraba y su espíritu era cubierto por una nube negra y supo que el lado oscuro se estaba apoderando de su ser, pero esto no era de importancia. Sonrió malignamente, necesitaba de su fuerza ahora, de las fuerzas de la oscuridad para llevar a cabo su venganza y esta vez no estaba Piccolina para salvarlo y traerlo de regreso...

 

Dio un paso y luego otro, rumbo a los siths que aún estaban dispuestos a batirse en duelo, pero entonces, algo increíble pasó: el aura plateada que se había llevado a la padawan regresó, más poderosa que antes, iluminando por completo a la ciudad en ruinas, como si fuera un nuevo Sol. Los enemigos retrocedieron un poco, confusos por la magnífica calidez que se sentía por doquier. Piccolo cerró momentáneamente sus ojos, al sentir la esencia de Piccolina aquí y allá, dentro y fuera de él, en todas partes... detuvo su ataque y dejó caer su sable de luz al suelo.

 

“Piccolina, eres tú, ¿cierto?”

 

Sí, mi querido Piccolo, soy yo, he venido un momento para decirte que estoy bien, que no hay por qué sentir ningún pesar, pues ahora soy parte de algo mucho más grande que tú o yo, ahora soy parte de la fuerza”.

 

“Eso no me interesa, no esta vez, ¡yo quiero que estés aquí, conmigo! ¡viva!”

 

Sabes que eso ya no es posible... pero no debes ver esto como un adiós, Piccolo. Entre nosotros nunca habría adioses, sólo amor... ¡recuérdalo siempre! Sólo hay amor entre nosotros...”.

 

La luz desapareció poco a poco, volviendo a sumirlos a todos en la oscuridad lóbrega y fría, silenciosa.

 

“Es cierto... –dijo, suspirando profundamente, tratando de recordar los principios que habían regido su vida por siempre, pero un halo oscuro cruzó sus ojos y entonces volvió a sentir esos deseos incontrolables de matar- pero ya nada de eso importa ahora”.

 

Sus labios verde esmeralda se curvaron en una sonrisa sádica; esta vez no habría vuelta atrás. Extendió su mano y en seguida su sable de luz voló a su poder y lo encendió. La luz que irradiaba ya no era roja, sino azul oscura, casi negra y esto amplió su sonrisa. “Oscuro... es oscuro, como lo es mi alma ahora...”, susurró para sí antes de correr hacia los siths restantes.

 

Jamás había peleado tan brutalmente, de una manera tan salvaje, rebanando y cortando, extinguiendo la vida de todo ser a su paso y jamás había disfrutado tanto matar, ver la agonía en los ojos de todas sus víctimas, regodeándose en su sufrimiento, no dejando que nadie escapara con vida. Esa vez no hubo ningún sobreviviente.

 

Y cuando finalmente todo terminó, sólo pudo escuchar su respiración entrecortada por el cansancio y ver los cuerpos de todos aquellos que se habían atrevido a hacerle daño a ella esparcidos en el suelo, y a su propio cuerpo lleno de sangre, sin saber si toda provenía de sus enemigos o él mismo había sido herido; su cuerpo estaba dolorido, ahora lo notaba, pero el dolor físico no fue lo que más le abrumó, sino el vacío que ahora sentía en su interior, ¿acaso su alma había perecido en el fulgor de la pelea?

 

Ya no quedaba nada de él, nada había sobrevivido.

 

Oh, eso no es cierto, mi querido... aún estoy yo...”

 

Piccolo dejó caer su sable para llevar sus manos a su cabeza, cuando un dolor insoportable le invadió, y esa voz... ¡maldita una y mil veces!, otra vez volvía para martirizarlo, para recordarle que el peor de sus errores seguía con vida, dentro de él, siento parte de él...

 

“Daimaoh...”.

 

Sí, aquí estoy, como siempre... debo felicitarte, Piccolo, has hecho un trabajo fabuloso, ¡mira todos esos cadáveres! Te has superado esta vez y me siento orgulloso de ti. Ahora puedes descansar, hermano, has hecho suficiente y es mi turno de llevar las riendas de nuestro cuerpo

 

El dolor se incrementó, haciendo que Piccolo cayera de rodillas; luchó con todas sus fuerzas pero esta vez estaba demasiado agotado como para insistir. No quería combatir más, ya había sido suficiente y estaba tan cansado...

 

Duerme, hermano, ahora yo me ocuparé de todo...”.

 

Piccolo quiso decir algo más, pero su garganta estaba tan seca que no pudo. Lentamente se recostó en el suelo, sintiendo que no podría resistir mucho más tiempo y, de todas formas, ¿para qué iba a hacerlo? Todos los seres que amaba morían irremediablemente y él no podía hacer nada por ellos, ¡ya estaba cansado de tanto sufrir! Sólo quería dejarse llevar y ya no saber nada más.

 

Y mientras sus ojos se cerraban, sólo pudo exhalar un lamento lleno de dolor y tristeza, aunque nunca supo que lo había dicho: “No me dejes, Piccolina... yo te amo”.

 

~*~

 

Realmente nunca supo cuánto tiempo había estado inconsciente, sólo que al abrir nuevamente sus ojos no alcanzó a ver nada más que oscuridad. Sabía lo que había pasado y dónde estaba ahora: dentro de él mismo, atrapado en su mente. Daimaoh había invertido los papeles y ahora era él quien dominaba su cuerpo.

 

En un principio se sintió sorprendido, ¿por qué no lo había eliminado por completo cuando pudo? Aunque era obvia la respuesta: morir era fácil, si moría ya no habría más sufrimiento y su contraparte no deseaba que eso pasara. Le había reservado un destino peor que la misma muerte... ver impotente cómo su hermano acababa con todo aquello que había significado algo para él, verlo luchar junto al Imperio, esclavizando a la Galaxia.

 

Y él sin poder hacer nada...

 

Nunca se había sentido tan impotente, ni siquiera podía suicidarse. Abrió sus ojos y se incorporó rápidamente cuando sintió los pasos de alguien que se aproximaba, sus pisadas generaban ecos extraños en las profundidades oscuras, allá donde nunca se había adentrado.

 

Volvía después de mucho tiempo y sin duda traería funestas noticias. Cruzó sus brazos y esperó pacientemente; unos instantes después, una figura igual a él, un reflejo, salió de las sombras y se detuvo muy cerca. Se observaron fijamente algunos segundos en silencio y luego el recién llegado sonrió ampliamente; Piccolo sintió miedo de esa sonrisa pues nada bueno podía haberla generado.

 

“¿Qué tal, hermanito? ¿Cómo la vas pasando?”.

 

“Pues igual que siempre, Daimaoh, no tengo mucho qué hacer estos días, ¿no te parece?”.

 

Una sonora carcajada hizo eco en las brumas. El sith observó un poco a su alrededor antes de contestar: “Lo imagino muy bien pues a mí también me tocó vivir aquí por mucho tiempo. Sólo me tienes a mí ahora; es una pena que no haya podido venir antes pero he estado muy ocupado, ¿quieres saber qué he hecho estos días?”, preguntó ingenuamente, como si fuera un niño.

 

Piccolo frunció el ceño, temeroso de la respuesta que iba a tener, quisiera o no. Siempre era lo mismo, y era la peor parte de su encierro: Gohan. Cada vez que veía a su contraparte temía que le dijera que había muerto, que él lo había matado con sus propias manos, sus manos... no podía soportarlo. Gohan era lo único que le quedaba ahora; el único pensamiento positivo que tenía, lo que había evitado que se volviera loco producto de la desesperación, y su homónimo lo sabía muy bien.

 

“Veo que no quieres saberlo... –dijo juguetonamente el otro. Piccolo desvió su mirada- Oh, pero no temas, que aún no he podido asesinar a Gohan; ese joven Jedi ha demostrado ser muy escurridizo, pero no te preocupes pues tarde o temprano daré con él. Mis noticias son otras, muy divertidas además, o no deseas saber cuántos mundos he arrasado estos días, ¿eh? ¿a cuántos he matado?”.

 

“¡Eres un maldito asesino! ¡¿cómo puedes disfrutar con el sufrimiento ajeno?!”.

 

“Querrás decir que ambos somos asesinos, ¡no olvides que tú estás conmigo en esto!”.

 

“¡No porque lo desee!, sabes bien que me tienes prisionero... y si tan sólo yo...”.

 

Daimaoh se aproximó a su contraparte, desafiante: “¿Si tan sólo tú qué?”.

 

Piccolo observó sus manos vacías un instante antes de clavar sus ojos en los de su homónimo. “Si tan sólo tuviera mi espada de luz, ¡acabaría con tu miserable vida!”.

 

El otro se burló con sonoras carcajadas. “¿En serio piensas eso? Bah, no me hagas reír; sabes que estás en mi territorio ahora... necesitarías mucho más que una simple espada para destruirme”.

 

“¿Ah, sí? Y por qué no me lo demuestras?”.

 

“¿Estás seguro?”.

 

“Completamente, ¡demuéstrame ahora que eres más poderoso que yo!”.

 

El sith calló un instante, furioso y complacido con el nuevo desafío, entonces chasqueó sus dedos y una luz dorada iluminó la mano de Piccolo justo antes de que apareciera su viejo sable de luz. Piccolo sonrió, feliz de obtener nuevamente su antigua espada, su compañera en tantas y tantas aventuras... todo estaba saliendo según su plan; a pesar de todo, Daimaoh seguía siendo tan ingenuo... accionó su sable, y la estela nuevamente azul fulguró majestuosa ante sus ojos acostumbrados a la oscuridad.

 

Daimaoh accionó su sable y se puso en posición de pelea. “Muy bien, comencemos, pero que conste que yo te lo advert... ¡ah!”.

 

Su frase fue cortada bruscamente cuando el otro le golpeó en el rostro con la empuñadura de su espada y éste cayó al suelo, sorprendido y, aunque odiara admitirlo, dolorido. Piccolo había resultado ser más fuerte de lo que esperaba...

 

Furioso, escupió una mezcla de sangre violeta y saliva a un lado y se puso en pie rápidamente. Piccolo estaba cerca, inmóvil y sonriente, esperando tranquilamente el contraataque de su homónimo.

 

“Veo que a pesar de todo, aún conservas fuerza y velocidad, hermanito”, le dijo el sith, arremetiendo violentamente con su sable, deseoso de desquitarse por esa humillación.

 

“¿Acaso esperabas otra cosa?”, respondió el jedi, deteniendo el ataque con su hoja muy cerca de su rostro; lucharon unos segundos y finalmente Piccolo pudo apartarlo de un empujón. Inmediatamente se lanzó al ataque.

 

Daimaoh saltó a un lado, evitando el zarpazo, Piccolo fue tras él, pero el otro era tan veloz como él mismo. Saltaba y agachaba, retrocedía y adelantaba, según la necesidad; en un instante ambos chocaron nuevamente sus espadas y se quedaron inmóviles unos momentos, tratando de recobrar el aliento.

 

“Me has sorprendido de veras. Pensé que podría vencerte fácilmente, pero no ha sido así y no logro entenderlo, ¿de dónde proviene tu fuerza, Piccolo? Piccolina está muerta ahora y Gohan caerá dentro de poco tiempo, nada puedes hacer para evitarlo, entonces, ¿qué te queda? ¿por qué sigues luchando?”.

 

Piccolo sonrió. “¿Preguntas por qué? No hay un por qué, simplemente soy un Jedi y mi deber es luchar hasta el final por el bien de la humanidad. Tú eres el mal, eres la representación de todo aquello que siempre combatí y no puedo dejar que sigas utilizando a mi cuerpo para tus maléficos planes, además, sé que a la final yo seré el vencedor”, culminó, arremetiendo nuevamente, una y otro vez, cada vez más rápido.

 

Daimaoh detuvo todos sus ataques y logró contraatacar al final. “¡Sigues con esas ideas estúpidas en la cabeza! ¿hasta cuándo vas a creer en los finales felices? ¿en las ollas repletas de oro al final del arco iris?”.

 

“¡Jamás voy a cambiar mis creencias! ¿es que no lo entiendes? Ellas son mi fuerza... ¡y lo vas a descubrir muy pronto!”

 

“¡Sólo dices tonterías! ¡mejor cállate y pelea!”.

 

Las espadas chocaron furiosamente, generando chispas multicolores que saltaron en todas direcciones. Con un bramido de desesperación, el sith lanzó su hoja al cuello del otro, el jedi se tiró al suelo, sorprendido de ese ataque tan veloz y cerró sus ojos momentáneamente cuando la caída generó oleadas de dolor en todo su cuerpo.

 

Se levantó bruscamente, temeroso de un nuevo ataque, ahora que se encontraba en una posición vulnerable, pero nada sucedió. Sorprendido, Piccolo miró en todas direcciones y notó que estaba solo; no había nadie allí. En seguida desechó esa idea, no podía confiar en sus sentidos ahora, pues estaban engañándolo. Daimaoh estaba en algún lugar, oculto en la oscuridad, esperando el momento adecuado para volver a combatir.

 

Apagó su sable y se sentó tranquilamente, esperando a su homónimo, complacido; sabía que el sith había quedado confuso con sus palabras pues pudo sentir claramente su turbación, su nerviosismo. Rió quedamente pensando en el otro: luchando allí tenía todas las de ganar, pero estaba seguro que sus propios sentimientos iban a traicionarlo tarde o temprano y el vencedor terminaría siendo él.

 

Mientras tanto, Daimaoh estaba oculto en las sombras, jadeaba y se sentía cansado, ¿por qué estaba tan alterado?, se preguntó con cierta desesperación, al tiempo que secaba el sudor de su frente con el dorso de la mano. Se suponía que debía ganar fácilmente, pero no había sido así, y las palabras de su homónimo lo habían alterado aún más, ¡no podía entenderlo! ¡era un tonto al pensar que el bien triunfaría sobre el mal! ¿cómo podía seguir pensando esas estupideces después de todo lo que había vivido? ¿después de haber vivido en la oscuridad durante tanto tiempo?

 

Se arrodilló en el suelo; necesitaba calmarse antes de volver a la pelea o si no iba a perder, y no estaba dispuesto a que eso pasara. Respiró profundamente algunas veces, tratando de controlar su respiración; podía ver a Piccolo claramente desde donde estaba, aunque el otro no pudiera hacer lo mismo con él. Estaba sentado tranquilamente, en completa paz, no había ni una pequeña partícula de turbación en él y esto volvió a enfurecerlo, ¡por qué no temía por su vida! ¡quería verlo temeroso, echado en el suelo y suplicando de rodillas por su vida! Pero parecía estar muy seguro de vencer, ¡ja!, como si eso fuera posible...

 

¿Acaso esperaba que un milagro lo salvara? Porque ninguna otra cosa podía ayudarlo ahora... ¿o es que no veía que estaba rodeado de oscuridad? Su alma era sólo oscuridad ahora, vacío y desolación, y no toda provenía de él; Piccolo también había contribuido con ella al dejar que la ira y el odio ganaran terreno cuando Piccolina fue asesinada, ¡él mismo había dejado que la oscuridad devorara a la luz que habitaba su corazón! Ambos lo sabían muy bien, Piccolo también era oscuridad, ¡y ahora le hablaba de luz y esperanza!

 

De ninguna manera. No iba a creerlo nunca, quizá aún podía albergar alguna esperanza, ¡¿y qué?! Eso no lo iba a hacer ganar, ¿cierto? Él no creía en esas cursilerías. El fuerte siempre le gana al más débil, ésa era su creencia, la única que había regido su vida, la única en la que había creído realmente, ¡y en un alma en tinieblas era lógico pensar que él sería el más poderoso!

 

“¡YO NO PUEDO PERDER!”, gritó, con su espada en alto, mientras se arrojaba velozmente contra su homónimo.

 

Piccolo se sorprendió con el nuevo ataque, pero en seguida se recobró de su reacción inicial y se apartó del camino de la hoja de luz y, cuando el otro volvió a arremeter con su espada, sus ojos encendidos con las llamaradas de un odio descontrolado, Piccolo extendió su mano libre y, utilizando a la fuerza como aliado, lanzó a Daimaoh de espaldas, a algunos metros de él.

 

Esto no pareció detener al sith, quien en seguida se puso en pie y volvió al ataque.

 

“¡No me rendiré! ¡nunca lo haré! Tú eres el culpable de todo, Piccolo ¡eres responsable de mi existencia y, por lo tanto, de todas las muertes que he provocado!”, le gritó mientras lanzaba una nueva estocada; Piccolo la detuvo y sus sables volvieron a quedar entrecruzados.

 

El Jedi cerró sus ojos, dolorido por esas palabras, sintiéndose culpable una vez más. “Lo sé... siempre lo he sabido, ¡ que soy responsable de todo! Es por eso que esto debe parar de una vez, ¡no quiero más muertes en mi conciencia! ¡tú debes ser la última!”.

 

“No me hagas reír... si alguien muere hoy, ese serás tú”.

 

Sus sables se separaron y volvieron a unirse varias veces, furiosos, indetenibles.

 

“Te odio, Piccolo, ¡te odiaré siempre!”.

 

“Y yo te amo... hermano, ¡te voy a amar siempre!”.

 

Piccolo no lo gritó concientemente, no estaba en sus planes decirlo, pero aún así la confesión salió directo de su corazón, proveniente de un alma que pensó había muerto hacía tiempo. Fueron las palabras más sinceras que había dicho en su vida. Ambos se detuvieron un instante, sorprendidos.

 

Pero no surtieron el efecto esperado. “¡Ya deja de fingir, Piccolo!”, bramó Daimaoh, perdiendo completamente el control, yendo hacia su hermano, espada por delante.

 

Piccolo reaccionó también e impidió la arremetida con una fuerte patada en el abdomen del otro. El sith cayó al suelo, falto de aire.

 

Era el momento que había estado esperando, Piccolo lo supo, debía atacar ahora pues no habría otra oportunidad. Alzó su espada en alto, dispuesto a dar el golpe final, mientras se aproximaba un poco más. Pero las palabras que había dicho hacía un momento... era tan triste descubrirlo ahora, cuando ya nada se podía hacer... debía culminar el ataque, pero dudó.

 

Daimaoh notó esa duda en la acción de su hermano y sonrió interiormente. Esas oportunidades sólo se presentaban una vez y Piccolo había dejado pasar la suya; ahora era su oportunidad y él no sería tan tonto como para hacer lo mismo.

 

En el tiempo que duró un suspiro, tomó fuertemente la empuñadura de su espada con ambas manos y enterró la hoja de luz en el estómago de su contraparte, quien sólo emitió un gemido ahogado. El movimiento fue rápido y limpio, digno de un guerrero como él.

 

Piccolo sintió el dolor desgarrador en su interior y en seguida su espada cayó de sus manos, lejos de él. Llevó una mano a la herida y la otra al suelo, mientras caía lentamente de rodillas. Observó la herida entonces, pequeña y profunda, mortal; su mano permanecía allí, haciendo presión, pero aún así sentía la tibieza de su sangre manando abundantemente a través de sus dedos fuertemente apretados, directo al suelo, en donde comenzó a formarse un charco violeta.

 

Cerró sus ojos fuertemente, tratando de no gemir nuevamente, y luego volvió a abrirlos para encontrarse con la mirada de su homónimo en frente suyo, en el mismo lugar; no se había movido aún. Pero su mirada... eran tan diferente ahora... casi podría jurar que veía pesar en ella.

 

“Has cambiado tanto... aunque no quieras verlo o aceptado”.

 

Daimaoh reacción finalmente y frunció el ceño. “¿A qué te refieres?”, quiso saber.

 

“Así como yo aprendí a odiar, tú has aprendido a querer... ahora lo sé, y es una pena... quizá hayamos podido tener una oportunidad de ser una verdadera familia, si tan sólo hubiésemos tenido más tiempo... pero ya todo terminó, para ti y para mí, ¡para ambos!”.

 

El sith sonrió y comenzó a ponerse en pie: “Dices puras tonterías, como siempre, ¡¿querer, yo?! Eso no...”.

 

Daimaoh volvió a caer al suelo, presa de un terrible dolor en el abdomen, ¿acaso Piccolo había logrado hacerle tanto daño con su patada? ¡imposible! Llevó instintivamente una mano a su estómago y vio horrorizado que se llenaba de sangre violeta, igual que sus ropas, húmedas ahora. Confuso, levantó su suéter negro y exclamó un grito desgarrador de sorpresa y desesperación: tenía una herida igual a la de su contraparte.

 

“¿Qué es esto...? ¿q-qué... me está pasando...?”.

 

La risa de Piccolo, aún tirado en el suelo cerca de él, le hizo levantar la mirada.

 

“Sucede que he vencido, eso es todo...”.

 

“¡Yo fui el vencedor, como te lo advertí en un principio! Yo te herí... yo... ¡tú eres el que debería estar muriendo!”.

 

“Y lo estoy... al igual que tú. Sabía que ibas a ganarme, contaba con eso, hermano, ¡lo sabía!”.

 

Daimaoh trató de ponerse en pie, pero el dolor intenso y la debilidad se lo impidió, ¡cómo podía estar pasando esto! Su hermano no lo había herido, ¡cómo podía tener una herida igual a la suya ahora, si su ropa ni siquiera estaba desgarrada! Volvió a observar fijamente a Piccolo, lleno de temor y confusión y dolor...

 

“No lo entiendes aún, ¿cierto? Y realmente es tan simple... –susurró, ya sin muchas fuerzas, recostándose en el suelo-. Lo dijiste muchas veces, tú y yo somos uno, hermano, estamos unidos, siempre lo hemos estado, nuestra supuesta separación fue una farsa, ¡jamás existió!”.

 

Los ojos del sith se abrieron con horror. “E-eso quiere decir que...”.

 

“Sí... –culminó el otro- si yo muero, tú también lo harás. Lo sabía, por eso quise pelear contigo; sabía que no podía ganar, pero tu victoria sería la mía. Sin importar cuál fuera el desenlace, yo saldría ganando, ¿lo has entendido? Finalmente dejarás de hacer daño y yo podré descansar... estoy feliz”.

 

Daimaoh se quedó en silencio, incrédulo aún, aunque en el fondo sabía que era cierto, de alguna forma, siempre había sentido esa unión, incluso cuando ambos vivían en cuerpos separados... se dejó caer al suelo, cansado, respirando con dificultad y sonrió, el desenlace de esa historia había resultado ser tan irónico... ¡todo era tan irónico! Había tenido la razón también, finalmente el fuerte le había ganado al más débil, como había vaticinado y al menos moriría llevándose intacta la única convicción en la que siempre había creído. Pero... qué consuelo tan pobre para alguien que está a punto de morir...

 

Sus ojos se cerraron, pero en seguida volvió a abrirlos y dificultosamente giró su rostro hacia su hermano. “H-hermano... tengo miedo...”, susurró, ya sin fuerzas.

 

Una mano se posó en la suya y apretó, débil pero cargada de afecto, podía sentirlo claramente. “Yo también...”, escuchó.

 

Sonrió a pesar del dolor, a pesar que sus ojos se habían cerrado de nuevo, esta vez para siempre, a pesar de no poder respirar, porque por primera vez en su vida había sentido el amor de otra persona, porque se sentía muy bien el saberse amado... y fue como si una sensación cálida inundara a su espíritu en sus momentos finales, alejando a la oscuridad que siempre había habitado a su alma, y era tan maravilloso, que ya la muerte no importaba.

 

Piccolo sollozó cuando su hermano murió y su cuerpo desapareció sumergido en una aura plateada. Estaba solo ahora...

 

Eso no es cierto, Piccolo, sabes que nunca has estado solo”.

 

El jedi apenas pudo abrir sus ojos, pero no fue necesario que lo hiciera; su voz y esa calidez eran reconocidas y queridas. Levantó su mano y sintió que era tomada con cariño y gentileza.

 

“Piccolina, has venido por mí”.

 

El espíritu de Piccolina se arrodilló a su lado y tomó al jedi en sus brazos. Piccolo se sintió feliz cuando recostó su cabeza en su pecho y ella comenzó a acariciarlo.

 

Sí, querido. Ya puedes dejar de sufrir, has pagado todo lo que debías”.

 

“M-mi... sufrimiento ya terminó? –dijo, aferrándose con todas las fuerzas que le quedaban a su túnica plateada. Sonrió, inmensamente feliz-. Ya puedo dejar de sufrir... qué alivio... pero, ¿y Gohan? ¿qué va a pasar con él?”.

 

Piccolina acarició suavemente su mejilla y sonrió dulcemente. “Él va a estar bien, es la esperanza ahora. Su valor y fortaleza serán la salvación de la Galaxia; no sabe lo importante que es aún, pero lo sabrá y afrontará el desafío con honor, como le enseñaste desde siempre, y cuando la paz llegue gracias a él, tú serás una de las personas que más recuerde y añore y agradezca. Pero no estés triste, Piccolo, pues llegará el día en que todos estemos juntos de nuevo, esta vez para siempre”.

 

“Tus palabras me alivian y consuelan... ahora sé que puedo irme en paz”.

 

–susurró ella, cerrando sus ojos con la punta de sus dedos- duerme ahora pues ha llegado la hora de partir”.

 

El jedi se sintió en paz consigo mismo por primera vez en mucho tiempo y cerró sus ojos, manteniendo aún su sonrisa feliz y tranquila. Piccolina alzó sus ojos cuando las tinieblas que los rodeaban comenzaron a desaparecer y una hermosa luz dorada comenzó a filtrase en las brumas, resplandeciendo. La oscuridad se fue, dejando al descubierto hermosos paisajes verdes, praderas encendidas en flores y vida y luz y calor.  Sus cabellos azabaches ondularon cuando se agitó una brisa cálida y los pájaros allá arriba comenzaron a cantar una hermosa melodía. El Sol brillaba más que nunca en las alturas.

 

Piccolina rió cuando vio a un hermoso y resplandeciente arco iris surcar el cielo; observó fijamente el horizonte unos instantes pero no pudo ver dónde terminaba, aunque eso era lo de menos, pues estaba segura de qué podría encontrar allí. Aferró a Piccolo fuertemente en sus brazos mientras murmuraba: “Hasta el final has creído en las ollas de oro al final del arco iris, es por eso que ahora puedes disfrutar del final feliz que siempre añoraste”.

 

El alma de Piccolo había florecido de nuevo, tan hermosa o más aún que antaño, y viviría por siempre, más allá de la muerte de su cuerpo. Y cuando esta alma hermosa finalmente abandonó los restos mortales del que fue un gran caballero Jedi, se unió a la fuerza, y ya jamás volvieron a separarse.

 

Fin

 


Quisiera dedicar este historia a mi gran amiga Carmina (Yakin Wolfest) por todo el apoyo y cariño que me ha brindado desde que nos conocimos, hace tiempo ya. En los buenos y malos momentos que he vivido desde que nos hemos conocido, sus cartas han sido una de las pocas constantes a las que he podido aferrarme y quizá no sepa cuánto he valorados sus consejos y apoyo, pero lo he hecho y espero poder contar con su amistad por siempre. Sé que “The Wish” es una de mis historias que más le ha gustado, así que espero que esta especie de sidestory le agrade también.

 

Ha sido increíblemente difícil escribir “The battle of one” pues he basado muchos de mis propios sentimientos aquí, pero es por ese mismo motivo que también adoro esta historias y puedo decir sinceramente que, desde el punto de vista literario, es lo mejor que he escrito hasta ahora. Sólo puedo desear que sea del agrado de todos aquellos que lleguen a leerlo.

 

Terminado el 12 de abril de 2002

 


 

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