EL CUBO DE LOS ESCRITORES

 

Escrito por Starknight

 

CAPITULO 19: HEROÍNA DEL TIEMPO

 

 

-         ¿Cuál es tu papel en esta historia?

-         Ya lo dije. Cuidar de ti.

 

Arturo Pérez-Reverte. El club Dumas.

 

 

            Oscuridad… un velo de sombras que lo oculta todo en las tinieblas… ¿qué se oculta detrás de las penumbras que, a veces, cubren nuestra visión?, ¿será algo agradable… o terrorífico?

            Ese era el miedo de Zaeta Ketchum. Después que aquél haz de luz la cubriera luego de quitar la Espada Maestra de su pedestal, cerró con fuerza sus ojos temiendo lo que a continuación iba a ocurrir. Desde que el ajetreo terminó, aún permanecía con sus ojos cerrados y un amargo sabor en la boca.

            El mismo dilema que Gata Lunar (la verdadera) se formulara capítulos atrás en su mente se estaba forjando ahora en Zaeta, repitiendo la misma situación como una videograbadora: ¿abriría sus ojos para arriesgarse a lo desconocido, o los mantendría cerrados para sentirse protegida por el velo de las sombras?

            La respuesta fue la acción que tomó. La luz. Y el impacto de lo observado hizo que abriera sus ojos aún más.

            Se encontraba de pie en el centro de una plataforma entre muchas otras que flotaban a desnivel sobre un abismo al parecer interminable. Un charco de agua rodeaba su espacio y caía al abismo sin escucharse siquiera el susurro del golpe con el fondo. En donde estaba ella, se dibujaba la imagen de tres triángulos superpuestos formando un triángulo único (La Trifuerza, para los entendidos) en el centro de un circulo de pedestales de distintos colores, con diversas imágenes simbólicas en cada uno.

            Justo antes que ella se preguntara “¿habré muerto?, ¿será este el paraíso o el limbo?”, una luz dorada era emanada por el pedestal del mismo color, apareciendo ante ella un personaje conocido por todos, pero desconocido y misterioso para ella.

 

-         Bienvenida, Zaeta – dijo Celestine Schneider – a la Cámara de las Sagas.

-         Tú eres el mismo de mi sueño – dijo Zaeta asombrada, elevando su voz aún más debido a un detalle recién descubierto - ¡¿qué le pasó a mi voz?!

-         Tu voz no es la única cosa que ha cambiado – concluyó él con una sonrisa.

 

Zaeta miró primero sus manos, notando que habían crecido más de la cuenta. Se palpó primero su rostro y luego bajó hasta su cintura percatándose que tenía un ligero ensanchamiento, y por último se tocó el pecho. Los que antes eran dos pezones infantiles se convirtieron en dos desarrollados bustos.

 

-         ¿Qué me pasó en el cuerpo? – preguntó ella con un gesto de preocupación. Celestine solo exhaló un suspiro.

-         La niña de 10 años que eras dejó de existir. Has realizado un salto en el tiempo de 10 años exactos desde el momento que entraste a este recinto, por lo que ahora tienes 20 años.

 

Zaeta no podía asimilar aún que había sufrido un crecimiento prematuro. Momentos atrás era una simple niña Kokiri, pero ahora era toda una dama desarrollada. Afortunadamente para ella, su túnica se amoldó a su cuerpo, quedando cubiertas sus piernas con unas mallas grises.

Tratando de digerir los sucesos acaecidos en su premurado desarrollo, tuvo una fugaz imagen de su Tierra, Hyrule, y del Príncipe Anji. Se sobresaltó al acordarse de él y de su situación.

 

-         ¿Qué pasó con An… que digo, con el príncipe de Hyrule? – se extrañó al preguntar primero por Anji que por el reino, cosa que no pasó desapercibida para Celestine, pero su sonrisa de complicidad desapareció casi inmediatamente. Su rostro se tornó pesado y taciturno, como si el peso de muchos años hubieran caído sobre sus hombros cual mochila llena de rocas. Antes de contestar, exhaló un sostenido suspiro de nostalgia.

-         Muchas cosas han pasado en estos 10 años… quizá demasiadas, y no para bien.

 

Con tan solo el chasquido de su pulgar y su dedo medio, unas imágenes en movimiento ascendieron de manera diagonal desde el fondo del abismo, revelando en cada una de ellas la historia perdida de Hyrule. Una historia que había llegado a la vida de Zaeta con 10 años de atraso.

Celestine detuvo una de las tantas imágenes justo a su derecha y arriba de sus cabezas, mientras aclaraba su garganta para relatar esa historia.

 

-         La Tierra que tú conocías, rica, mágica y hermosa ha desaparecido – mientras hablaba, toda la historia se desarrollaba en la imagen móvil – Ahora es una tierra muerta, cubierta por la ceniza maligna del infierno del odio. Ya nadie habita el Castillo Real… o por lo menos nadie humano. Todos murieron cuando el cielo se cubrió de fuego, y la magia oscura lo consumía todo como un enjambre de langostas voraces… la Sabana de Hyrule ha quedado destruida.

 

Zaeta estaba horrorizada. Muerte y destrucción eran el único panorama visible de Hyrule, y ella no pudo hacer nada por evitarlo. La guerrera Gata Lunar y Anji confiaban en ella, pero fracasó en su misión.

Entonces, volteó la vista a Celestine, quien la miraba impasivo.

 

-         ¿Qué pasó… con los Kokiri? – preguntó con un nudo en la garganta. Celestine entornó sus ojos con un semblante serio.

-         Los bosques están marchitos… y con ellos, las vidas de tu gente.

 

La chica ahogó el inmenso grito de dolor que se acumuló en su garganta, provocando que sus piernas se doblegaran ante el llanto. Sus lágrimas caían en el charco de agua de la plataforma, levantando pequeñas gotas que se precipitaban al abismo.

 

-         Pero ellos no fueron los únicos – prosiguió Celestine con su mirada fija en ella – Los Gorons, los Dekus y los Zoras también perecieron luego que el Lago Hylia se secara y la Montaña de la Muerte hiciera erupción.

-         ¡Cállate, maldición! – suplicó Zaeta mirándolo con unos ojos rojos por el llanto – me estás matando, ¿qué no lo ves?, yo fui la culpable de que todo esto ocurriera… no sigas por favor… te lo suplico.

 

Más lagrimas fueron derramadas por causa de su decepción, pero él seguía con su mente fría, casi como si no le importara.

 

-         Tú no fuiste la culpable.

-         ¿Entonces quién provocó esto?

-         La Reina de los Gerudos… Lina Saotome.

 

¡Lo había olvidado!, cometió el error de olvidarse de aquella mujer de porte maligno y armadura negra que había provocado todo el embrollo por sus ansias de poder. La misma que ella había enfrentado 10 años atrás y que casi la había matado.

Pero ante esos recuerdos súbitos y esas imágenes dolorosas, Zaeta se dio cuenta que algo faltaba, una respuesta que había exigido y que aún no había llegado.

 

-         ¿Qué pasó con Anji?, ¿pudo escapar?

-         Tendrás que verlo por ti misma, Zaeta – le dijo Celestine señalando la imagen que se había detenido. Las demás ya habían desaparecido.

 

Zaeta volteó hacia la imagen, que ya había revivido la escena del puente levadizo. Cómo pudo se levantó, y se irguió para ver aquella escena.

 

-         Después de lo ocurrido, Gata Lunar y Anji vagaron durante mucho tiempo en la Sabana. Lograron refugiarse en la Villa Kakariko (ubicada en las faldas de la Montaña de la Muerte) por unos pocos años, pero las huestes de Lina les pisaban los talones, consumiéndolo todo con el frío acero de sus espadas, sus flechas incendiarias, y su sed de sangre, muerte y destrucción.

 

>> No importaba cuán lejos llegaran en su huída. Las tropas del mal los alcanzaban acabando con todo lo que puede llamarse vida a su alrededor. Pasaron todo tipo de trabajos y apenas conseguían algo para comer. Gata Lunar, a pesar de su orgullo de Sheikah, llegó a trabajar de mesera en las tabernas, y Anji llegaba a trabajar de aseador de caballos en los establos, todo para poder llevarse un mendrugo de pan a la boca. Ya en ese momento, habían pasado 8 años, y buena parte de la población había sido aniquilada.

>> Hasta que el orgullo de Gata Lunar estalló como una bomba. Ella no pudo soportar que por culpa de sus constantes huidas mucha gente fuera masacrada, pero tampoco podía permitir que el Príncipe cayera en las manos de la Reina Saotome. El día que huían hacia el Este, Gata Lunar se detuvo en medio de un bosque, y ordenándole al Anji maduro de 18 años que continuara su camino, se lanzó con espada en mano contra aquel ejército. Anji no tuvo más remedio que ocultarse, ya que también fue perseguido.

>> Pero al poco tiempo, logró escapar de los perseguidores y regresó al campo de batalla. Caminó entre los cadáveres de los monstruos sin siquiera verlos, ya que él buscaba alguna señal de vida de su mentora, pero lo que encontró fue su cuerpo sin vida, ensangrentado y apretando fuertemente su espada. Anji levantó en alto esa espada y juró que se vengaría por todo lo que le ha hecho Lina a él y a su Tierra.

 

-         ¿Entonces? – Zaeta miraba a Celestine fijamente - ¿qué pasó con él?, ¿sigue con bien?

-         Anji cometió el error de retar a Lina Saotome en su castillo… y desde ese entonces, nadie lo ha vuelto a ver – Zaeta esquivó la mirada inquisidora de Celestine, abriendo sus ojos por la impresión – pero él no es importante en esta trama, sino tú.

-         ¿Estas enfermo? – le preguntó Zaeta con rabia – Anji es un ser humano como tú y yo, ¿es que no te importa su vida?

 

Celestine esbozó nuevamente su sonrisa de niño travieso, como si de verdad se divirtiera con las ingenuidades de Zaeta.

 

-         Hay cosas que conocerás a su debido tiempo, en el momento adecuado – Celestine miró la imagen inmóvil, y luego se volvió a dirigir a Zaeta – ya es el momento de irte… debes rescatar tu propia realidad.

 

Un halo de luz azul cubrió a la sorprendida Zaeta haciéndola levitar unos pocos centímetros, recordándole la misma sensación de antes, cuando llegó a la Cámara de las Sagas.

Ahora era el momento de enfrentar su propio destino, luego de estar 10 años desaparecida.

Antes que Zaeta quedara encandilada, le dirigió unas últimas palabras a Celestine, cuya respuesta sería la última que este le dirigiera en toda su vida.

 

-         ¿Dónde está mi realidad?

-         Tu realidad… está encerrada en un Cubo.

 

*** *** ***

 

            Cuando el brillo terminó, Zaeta estaba de regreso en el Templo del Tiempo, parada junto al pedestal de la Espada Maestra que ahora llevaba en su espalda. También cargaba un nuevo escudo con símbolos alegóricos a la Trifuerza, y le agradeció a Celestine suponiendo que él se lo había regalado.

            Sus pasos resonaban en el suelo de mármol pulido del salón solitario. No había rastros de la multitud de monjes ni de Camila. Todo estaba sumido en un absoluto silencio. Cuando llegó a las puertas del santuario ahora cerradas tuvo un escalofrío, no quería que la historia relatada por Celestine fuera verdad, pero la vida de Anji estaba en juego. Debía conseguir el valor de afrontar la verdad con tal de rescatar a su amigo sin importar lo que pasara, como lo había jurado en la Sabana cuando era niña. Tomó una fuerte bocanada de aire, y abrió las puertas.

            Desolación… eso fue lo que vio. Todo el mercado estaba en ruinas. Sus cimientos resquebrajados y las vigas de madera quemadas eran solo un reflejo de todo lo que había ocurrido. La muerte también estaba presente viciando el ambiente; varios cadáveres putrefactos adornaban el destruido suelo. Zaeta no pudo contener sus nauseas ante semejante espectáculo. Cuando tuviera a Lina enfrente, se las cobraría todas juntas.

            Las losas se levantaban con cada paso que daba hacia la fuente central llena de musgo y hongos. El agua de esa fuente estaba completamente verde, reflejando casi nítidamente la imagen de Zaeta debido a la abundante nubosidad, que evitaba la entrada de la luz solar. Allí permaneció un rato más, mirándose en el agua putrefacta, apretando los puños para no echarse a llorar. Debía ser fuerte para poder enfrentar la raíz de todos los males y así volver a ver a su amigo perdido. Después pensaría en la reconstrucción de Hyrule. Todo eso lo pensaba mientras escuchaba el rumor del viento, cuyo susurro melancólico recordaba los lamentos de las miles de almas que vagarían para siempre en aquellas tierras, consumiéndose lentamente en el infierno de la soledad.

            Pero ese rumor no era el viento, sino un verdadero lamento desgarrador que sacó a Zaeta de sus cavilaciones en cuanto sintió un par de brazos apretándole el cuerpo como si hubiera caído en una trampa. Presa del pánico forcejeó con todas sus fuerzas, pero el agarre era firme. Lo que sea que la haya atrapado no tenía intención de soltarla, pero varios codazos al estómago del agresor hicieron su efecto y, a la primera oportunidad, se volteó para encararlo y defenderse. No pudo (o no quiso) creer de quién se trataba).

            Los cadáveres carcomidos por el tiempo estaban caminando hacia ella con una parsimonia espectral, lamentándose por el dolor inflingido por el mal, y buscando carne fresca para devorar… esos seres eran Gibdos, los no-muertos.

            Todo su cuerpo se congeló del miedo mientras, paso a paso, los Gibdos se acercaban para devorarla. Pero no podía morir así, Anji la esperaba en algún lugar, rogando por su regreso para acabar de una vez por todas con la Reina del Mal a pesar de sentirse defraudada por su tardío regreso. ¡Ella no podía morir!

            En cuanto el calor de sus sentimientos hacia Anji (¿amistad o amor? Ni ella lo sabía) y la llama del valor invadieron su cuerpo, sacó la Espada Maestra de la funda de su espalda y la sujetó con ambas manos. El brillo de la hoja era tan fuerte, que los Gibdos se detuvieron cubriéndose con sus brazos, profiriendo alaridos de terror. Esa fue la mejor oportunidad para arremeter contra el primero y más cercano de ellos, cortándolo diagonalmente separando torso y abdomen y llenando el suelo de un líquido verdoso y viscoso, que alguna vez había sido sangre roja.

            Con fuertes gritos de furia, Zaeta atravesaba y picaba por la mitad a los Gibdos con la espada sagrada, cuya hoja permanecía limpia, sin rastros de esa sangre podrida. Al último que quedaba le cortó la cabeza de un impecable mandoble, quedando con la hoja aún en el aire, jadeando por el esfuerzo, mientras veía el cuerpo chorreando esa sangre maloliente manchando las suelas de sus botas. Ella, sorprendentemente, terminó impecable.

            En cuanto enfundó su espada, le dedicó una mirada de lástima a los cuerpos ahora sin vida, oró para que alcanzaran el verdadero descanso eterno y se encaminó al Norte del mercado, donde se encontraba el Castillo de Hyrule. El lugar donde comenzó todo.

 

*** *** ***

 

            Las colinas que marcaban el camino hacia el palacio estaban erosionadas y la presencia de vegetación era nula. Varios esqueletos de animales estaban regados crujiendo bajo los pies de Zaeta, quién mantenía la mirada fija al frente para eludir el dantesco escenario. La luminosidad era poca debido a los gruesos nubarrones, cuyos relámpagos la estremecían hasta la médula de sus huesos.

            Cuando dio la vuelta a la última curva, sintió un sabor amargo en su boca y un nudo en su garganta ante aquello que había visto.

            El Castillo de Hyrule había dejado de ser aquella esplendorosa fortificación. Ahora era un palacio ennegrecido por el mal, cuyas torres picudas apuntaban al nublado cielo cuales dagas afiladas prestas a perforar el hermoso tejado azul que alguna vez existió y que podía amenazar con volver, y las horrorosas gárgolas agolpadas en fila en una repisa sobre el puente levadizo cerrado la miraban con saña, cuyas fauces abiertas y colmillos filosos la amenazaban como los lobos amenazan a un conejo desvalido. Cabe destacar que los nubarrones circundaban a la torre más alta, cómo si esta ejerciera una influencia mágica sobre los mismos.

            Zaeta subió lentamente los escalones destruidos de lo que alguna vez fue la entrada principal del palacio original, pero al llegar al último escalón se detuvo súbitamente. Si hubiera dado un paso más, hubiera caído a una muerte segura.

            El castillo flotaba, gracias a la hechicería de Lina, sobre una fosa de lava. No había ninguna posibilidad de entrar por el frente. Necesitaba llegar al palacio por otra vía, pero ¿cómo lo haría?

            Zaeta no tuvo necesidad de un Plan B. Para su sorpresa, la pesada puerta descendió, permitiéndole la entrada al recinto maléfico corrompido por la magia negra. Zaeta esbozó una extraña sonrisa de complicidad.

 

-         ¿Me quieres dejar entrar? – dijo soltando una risita - ¿tan fuerte te crees, maldita bruja?

 

Y avanzó con paso firme al interior del castillo.

 

*** *** ***

 

Las danzantes flamas de las antorchas apenas iluminaban el pasillo que recorría Zaeta. El aire estaba viciado y lleno de polvo, provocándole escozor en su nariz, y mientras trataba de aguantar sus estornudos en vano se preguntaba que clase de ser humano viviría en esas condiciones.

No caminó mucho cuando llegó a unas puertas de gran tamaño; se detuvo un momento tragando saliva y empujó las pesadas puertas, preparándose para enfrentarse a lo que sea que estuviera detrás.

Una inmensa torre se erigía en el centro de una habitación circular protegida por un campo de fuerza. Zaeta miraba con temor la entrada a esa torre con forma de boca demoníaca, como si estuviera a punto de tragársela. Untar de rampas, a ambos lados de su posición, descendían a una zona más oscura de la habitación, de donde provenían los lamentos de innumerables Gibdos.

Zaeta empuñó la Espada Maestra y lanzó un mandoble frontal contra el campo de fuerza, pero fue inútil, ya que salió expelida golpeándose fuertemente la espalda con la caída.

Se levantó lentamente como pudo a causa del dolor y se sentó en la orilla de la plataforma. Ahora si estaba en una calle ciega, y su fuerza física no era una solución viable. Entonces, ¿Qué haría?, ya no podía dar marcha atrás, pero la situación no estaba a su favor.

Entonces, al tocar el cinto de su traje, sintió algo que había olvidado que llevaba: su ocarina. Siempre que la tocaba, sus ánimos se levantaban y encontraba la solución a todos los problemas. Sin perder más tiempo, se llevo el instrumento a la boca y comenzó a tocar. La alegre melodía inundaba cada espacio de ese recinto haciendo un fuerte eco, acabando con los malvados Gibdos sin que esta se diera cuenta. Pero su efecto no acabó allí, ya que la melodía cuarteaba el campo de fuerza hasta el punto de quebrarse como vidrio ante el impacto de una piedra. Ahora Zaeta tenía el camino libre a la torre donde la esperaba un peligro mayor. Se colgó nuevamente el instrumento en el cinto, y penetró a la oscura torre, quedando a los pies de una larga escalera.

 

*** *** ***

 

Cada paso… cada escalón que ascendía Zaeta le parecía interminable. “Esto es interminable”, pensaba ella al detenerse, mientras la escalera de caracol continuaba penetrando la oscuridad.

 La torre era la más grande del palacio, con tres pisos entre tramo y tramo de escaleras que eran grandes salones- Afortunadamente, Zaeta no había encontrado más problemas sino soldados lagartos y esqueletos armados, pero con su Espada Maestra al alcance, pudo vencerlos con relativa facilidad. Ahora estaba en el último tramo de la escalera donde, de alguna manera, sabía que se encontraban Anji y Lina, esperándola.

Además, desde que comenzó este tramo, podía escuchar, a lo lejos, el macabro sonido de un órgano, tocando una especie de marcha fúnebre que provenía desde el tercer y último salón.

Conforme avanzaba, el sonido y la iluminación se hacían más fuertes al punto de encandilarla, y una vez que llegó al final de la escalera y sus ojos se acostumbraron a la luz, vio que estaba frente a una gran puerta de color dorado. Por fin había llegado, y ahora era el momento de enfrentar su destino.

 

-         Espérame Anji… voy por ti – dijo exhalando un suspiro, y abrió la puerta.

 

*** *** ***

 

            Allí estaba ella, al otro lado de la gigantesca habitación sin muebles. Allí estaba ella, cubierta con su capa negra y tocando la tonada fúnebre que lo inundaba todo. Era ella, la mujer de la armadura negra… Lina Saotome.

 

-         Te felicito pequeña – dijo la Reina dejando de tocar y dándole la cara – lograste llegar hasta el final del camino.

 

La Reina se incorporó del banquillo y se quedó mirando a Zaeta de forma morbosa. Su armadura negra, como siempre, la hacía ver imponente.

 

-         ¿Dónde está él? – preguntó Zaeta con saña.

-         ¿Qué pasa?, ¿no te da gusto verme después de 10 años?

-         ¡¿Dónde está él?! – repitió con furia en su voz. Caminó apretando los dientes hacia ella mientras posaba su mano en el mango de la espada, pero Lina tenía un as bajo la manga.

-         ¡Alto!, no querrás que le pasa nada a tu amigo, ¿verdad?

 

Zaeta vio como Lina colocaba su mano en un aro dorado que colgaba a su lado mientras sonreía triunfante. La Kokiri siguió con la vista los hilillos metálicos que suspendían aquel aro y al final, no pudo ocultar su temor.

Anji estaba sobre sus cabezas amarrado con los hilos metálicos en una cruz. Su larga cabellera, caída por su estado inconsciente, impedía que vieran su rostro.

 

-         Das un paso más, y tiro del aro… lo que ocurrirá no te agradará.

 

Lina movió solo un poco su mano, y las cuerdas que sostenían a Anji comenzaron a apretarse, lo suficiente como para herirlo y hacerlo sangrar. Varias gotas de su sangre noble cayeron a unos centímetros de Zaeta.

Nuevamente se sentía impotente, como cuando se enfrentaron hace 10 años. Lina siempre estaba un paso al frente de sus enemigos y eso Zaeta lo había comprendido. Si ella actuaba, Anji moriría… pero si no, Hyrule sería destruida en su totalidad por aquella monarca.

Solo le quedaba una esperanza: La Espada Maestra.

 

-         Suelta esa espada, o lo desmiembro – ordenó Lina moviendo más su mano, provocándole a Anji más heridas.

 

Zaeta apretó el mango de la espada debatiéndose la decisión… había jurado proteger a Anji, pero no podía permitir que Lina siguiera viviendo… pero si actuaba, Anji sería desmembrado a costa de la salvación de Hyrule.

La decisión al final fue tomada… sacó la pesada espada de su funda… y la arrojó al suelo. Lina se relamió de gusto ante su segura victoria, soltó el aro dorado, y con paso lento se dirigió a Zaeta, quién tenía la cabeza gacha por su vergüenza. La sujetó fuertemente del mentón y la acercó a su rostro, quedando tan cerca una de la otra que podían sentirse el aliento mutuamente.

 

-         Tu y yo nunca seremos iguales – susurró Lina con un brillo mortal en los ojos – tu morirás primero.

 

Y haciendo alarde de su poder, levantó a Zaeta y la lanzó contra la puerta dorada provocándole un gran dolor en la espalda y luego en sus costillas al caer al suelo. Al levantar su cabeza maltrecha, vio a Lina con su sonrisa maquiavélica, abriendo las palmas de sus manos en sus costados y liberando su energía maligna. Su cabello oscilaba en el aire movido por un viento que ella misma producía, desde los pies hasta la cabeza.

Aquella energía púrpura que rodeaba a Lina poco a poco comenzó a concentrarse en sus manos, creando un par de esferas que luego concentró en una sola. Zaeta sabía lo que se le venía encima, por lo que trataba, en vano, de ponerse erguida.

 

-         Adiós pequeña... salúdame a los Gibdos en el infierno.

 

La esfera estaba lista en sus manos cerradas, y la lanzó presta a carbonizar a Zaeta. Ella reunió las pocas fuerzas que le quedaban, y brincó hacia un lado, siendo expelida por el ataque fallido y golpeándose aún más. La explosión provocada por Lina dejó un cráter en el lugar donde antes estaba la Kokiri.

Miedo era lo que reflejaba su expresión, mientras la demoníaca señora de la oscuridad acumulaba en su diestra más de esa aura púrpura.

 

-         La pequeña conejita salió de la cueva, y paseaba por el bosque... – canturreaba Lina lanzando la nueva esfera de energía, ataque que Zaeta evitó casi sin fuerzas – y mientras paseaba, se encontró con un lobo...

 

Zaeta aprovechó que Lina acumulaba más energía para levantarse, sujetándose el costillar debido a los fuertes golpes provocados por sus escapes. “Esta mujer está loca” pensaba.

 

-         ... y el lobo se la comió – disparó el nuevo ataque, casi rozándole el pecho a Zaeta gracias a sus rápidos reflejos, pero a costa de un nuevo golpe. Ya casi no podía más. Lina la tenía acorralada en aquella pared, y comenzó nuevamente a acumular energía, humedeciéndose los labios por el festín de sangre que inundaría la gigantesca sala.

 

Pero cuando se creía sin esperanza, se dio cuenta al levantar la vista que tenía a la Espada Maestra al alcance de la mano. Lina solo se mofaba de los intentos que hacía Zaeta para levantarse apoyada en la espada.

 

-         ¿Me quieres atravesar las entrañas, conejita? – rió Lina después que Zaeta se levantó, respirando con dificultad, y sosteniendo con las dos manos la sagrada arma – pues hazlo, atraviésame con tu espada, y veremos si una coneja desvalida puede matar a la loba hambrienta – dijo esto último separando sus brazos y enseñándole el abdomen desnudo.

 

Zaeta no reaccionó, solo sujetaba la espada con ambas manos. Esto no le hizo gracia a Lina.

 

-         Pues.. si no quieres atacarme...

 

Y lanzó la esfera negruzca de energía preparada entre sus dos manos contra la humanidad de la Kokiri. Lina ya estaba lista para observar la roja sangre de Zaeta (o lo que quedara) manchando el suelo de su salón. Nada le provocaba más deleite que inflingirle dolor y sufrimiento al oponente en su propia torre.

Pero lo que ocurrió en esta ocasión superó todas sus expectativas. Solo se vio un rápido movimiento del sable, y el ataque regresó a su creadora golpeándola abiertamente, quemándole la armadura y parte de su piel y lanzándola hacia atrás azotándola contra la pared, quedando así unos minutos mientras el ataque se desvanecía, profiriendo desgarradores gritos de dolor. En cuanto el ataque cesó, Lina cayó al suelo muy adolorida, y con una cara de animal salvaje herido de muerte presto a atacar al primero que se le atravesara.

La Kokiri le imprimió mucha fuerza a ese movimiento, convirtiendo la espada en una suerte de bate de baseball, mandando la bola del pitcher directamente a su estómago, quemándola por dentro y provocando en ella una gran humillación.

Lina se levantó lentamente, casi con la misma parsimonia de los Gibdos, mientras esbozaba una sonrisa de morbo inusitado. Lentamente levantó sus manos, provocando en Zaeta su reacción defensiva, esperando el nuevo ataque...

 

CLAP, CLAP, CLAP.

 

-         Bravo – celebró Lina, eso dejo fuera de lugar a Zaeta – eres la primera persona que me hiere gravemente, te felicito – pero su sonrisa desapareció inmediatamente – AHORA TE MERECES UN PASAJE DIRECTO AL LIMBO – Y atacó rápidamente con otra esfera de energía, esta vez dorada.

 

Pero su sorpresa fue mayúscula al ver que Zaeta, con movimientos magistrales, devolvía con la espada el ataque de luz, cosa que estuvo obligada a devolver usando sus manos. Con carreras de un lado a otro, y golpes de espada y brazo, la pelea se convirtió en un partido de Tenis, pero la ventaja la tenía Zaeta. Ella usaba un sable, mientras que Lina usaba sus manos desnudas. Tanto esfuerzo estaba cansando a la Reina.

Hasta que los esfuerzos de Zaeta rindieron frutos. El ataque golpeó nuevamente a Lina de manera tan directa, que parte de su armadura había quedado cuarteada.

 

-         Eso fue por Hyrule – dijo Zaeta mirándola con rencor... – esta... va por Gata Lunar.

 

Aprovechando su fortaleza milagrosamente renovada a causa de la Adrenalina, brincó hacia la maltrecha hechicera y la pisoteó en el abdomen y vientre, infligiéndole un gran dolor. Sus gritos eran agudos y desgarradores.

 

-         Esta... va por Anji – dijo pateando salvajemente pecho y rostro de Lina, a la que solo le quedaba rodar para escapar del severo castigo.

 

Lina poco a poco se levantó, limpiándose la sangre de su nariz y boca rotas, y rabiando a más no poder. Zaeta sujetó la espada con sus dos manos de manera rara, como si fuera un beisbolista improvisado en un partido improvisado.

 

-         ¿Crees que me estas castigando por cosas que puedes palpar? – su voz se había tornado ronca – cuando tú eres el único ser real en este mundo.

-         Desgraciada – dijo Zaeta apretando fuertemente los dientes – ¡esta va por mí!.

 

Y con un rápido swing, una onda de luz salió expelida del sable rumbo a la humanidad de su rival, esta notó que la onda ascendía a su cabeza por lo que se dejó caer, pasando la onda por encima de su cabeza cortando solo unos pocos mechones de cabello.

 

-         ¿Hacia donde apuntabas, Ketchum-san? – dijo Lina levantándose, pero su voz dejo de ser la misma de antes, sino la voz ronca que había adoptado – unos centímetros más abajo y me hubieras matado.

-         ¿Y quién te dijo que te apuntaba a ti? – sonrió Zaeta.

 

Acto seguido, se escuchó un sonido metálico chocando contra el suelo, y cuando Lina volteó a ver que provocó aquel ruido tan extraño, vio con sorpresa que el aro metálico había caído al suelo. El ataque no falló. Iba directo a la argolla mortal.

Las cuerdas metálicas se aflojaron, y Anji quedó libre de la cruz donde estaba sujeto iniciando su caída libre. Lina quedó completamente paralizada a causa del shock, cosa que aprovechó Zaeta para correr hacia Anji y recibirlo con su cuerpo para que no se lastimara. Cayó tan pesado que el Príncipe quedó encima de la Kokiri, pero aún estaba inconsciente.

Se acomodó rápidamente y se arrodilló ante Anji para sentirle los signos vitales, dando estos resultados positivos y tranquilizando a Zaeta. Aún estaba vivo. Por fin su esfuerzo rindió sus verdaderos frutos, cosa que emocionó a Zaeta al punto de llorar de alegría al saber que el Príncipe... su Príncipe, estaba aún en el mundo de los vivos, abrazándolo con fuerza como si temiera perderlo nuevamente.

Pero su emoción duró poco, ya que una especie de sacudida, que se convirtió en temblor y aumentó a terremoto, comenzó a sentirse en el recinto. Todo el edificio estaba temblando y no se sabía la razón.

Pero la respuesta no tardó en llegar, cuando Zaeta se volteó lentamente hacia Lina.

 

-         Maldita seas, humana – dijo Lina con su voz carrasposa liberando un aura maligna, apretando los puños e hinchando las venas de su cabeza – debiste aceptar el destino marcado por los designios de Dios, y someterte a mi voluntad. Nunca debiste oponerte a mí.

-         ¡¿Pero quién te crees que eres para hablarme así?! – contestó Zaeta.

 

Esto era algo que tarde o temprano se iba a revelar sin importar lo que Zaeta preguntó. Ella se echó para atrás presa del pánico ante el potente rugido que soltó la hechicera y la súbita transformación que su cuerpo había iniciado, transformándose en...

 

-         El Mensajero de Dios.

 

 Movida más por los reflejos que por la razón, Zaeta disparó otra onda de luz hacia el ser de piel azulada, ojos rojos y boca vertical, pero el ente se desvaneció antes que la onda expansiva lo afectara, apareciendo justo enfrente de Zaeta. Ella, a pesar de echarse hacia atrás, fue sujetada por la mandíbula y levantada lentamente por encima de la cabeza del Alien. La tenía a su merced por completo.

 

-         ¿Por qué luchas por cosas insignificantes? – preguntó el Alien con su voz carrasposa - ¿Por qué peleas por cosas efímeras que sólo existen en tu mente?.

 

Zaeta no respondió. No podía hablar por la presión ejercida en su mandíbula, que le sellaba sus labios.

 

-         Este no es tu mundo... este Anji que está aquí tirado a mis pies no es real... ni siquiera esta torre lo es... Todo esto lo creé yo con mi fuerza, basándome en lo que más anhelas, y en lo que más desprecias... lo que más deseas, y lo que más temes...

El Alien aflojó su garra y dejo caer a Zaeta, quién quedó arrodillada y palpándose la dolorida mandíbula. Levantó lentamente la vista y miró de frente al ente, pero no se podía precisar en su mirada si era odio o temor.

 

-         Esta bien – dijo el Alien con voz reveladora – esta es tu realidad... una que nunca volverás a ver.

Y con suma velocidad, el Alien presionó su garra sobre la cabeza de la niña, provocando en ella una reacción de espasmos que hicieron que volteara sus ojos hacia atrás, mostrando solo la blancura del humor vítreo. Reveladoras imágenes aparecieron en su cerebro como si viera una película por partes, que ella se encargaría de completar. Se vio a ella misma con un traje militar gris, vio a otros 7 muchachos compartiendo su destino, vio paredes de diversos colores marcados por líneas negras a modo de circuitos... y veía diversas trampas en cada habitación... y a los 7 muchachos mutilados, desangrados, quemados y perforados.

El Alien finalmente soltó a Zaeta, quién sudaba a chorros y jadeaba como si hubiera hecho una sesión de ejercicios sin detenerse (aunque eso es lo que había hecho).

 

-         ¿Entonces... vale la pena luchar por tus ideales? ¿vale la pena oponerse a mí y regresar a un destino trágico sin lágrimas de dolor que caigan por ti? ¿o decides aceptarme y aceptar un destino más rápido, con un final sin sufrimientos?.

 

Zaeta lentamente se levantó y se acercó al Alien, deteniéndose a una distancia más o menos prudencial. Aún respiraba agitadamente, pero su mirada había cambiado. A su memoria llegaron, como si se trataran de una luz reveladora, las palabras de Celestine Schneider: Tu realidad... está encerrada en un Cubo.

 

-         ¿qué has decidido?

-         Hace rato me dijiste que estaba luchando por ideales y sueños, y no por mi realidad, ¿cierto? – La pregunta presidió un momento de silencio sumamente tenso, pero el silencio fue roto con una respuesta – Pues he decidido esto... Lucharé por mi realidad... tomando mis ideales como primer paso.

 

Después de esta determinante respuesta, la torre volvió a temblar, pero más estrepitosamente. Las paredes y el techo comenzaron a cuartearse, y el bamboleo casi tumba a Zaeta. El Alien permanecía inmóvil, como si el terremoto no lo afectara.

 

-         Si has decidido luchar, entonces rescata a tu ideal... y veremos si tu sacrificio vale la pena.

 

El potente terremoto comenzó a cuartear el suelo y a despedazarse, y el cuerpo de Anji quedó en un borde que daba a la caída mortal. Zaeta se estremeció y corrió en su auxilio, pero las palabras del Alien la detuvieron momentáneamente.

 

-         ¡Qué banales son los ideales del ser humano!, sacrificarse por ellos en lugar de luchar por la vida propia... Elegiste un camino, y solo un valor que dudo poseas te llevará a el... pero se que te devolverás y abandonaras la absurda idea de soñar, porque la realidad nunca te gustara a ti... ni a nadie.

 

Zaeta dudó un momento, pero el ver a Anji a punto de caer por el recién formado precipicio la devolvió a tierra, y corrió nuevamente por salvarlo.

Pero ya era tarde, el trozo de suelo que lo sostenía se desprendió, y Anji cayó por el precipicio... junto a la valerosa (o tonta) Zaeta, ya que tomó la decisión de saltar para alcanzarlo, cayendo junto con él al vacío.

A Zaeta ya no le importaba nada, quería que todo acabara, pero no lo deseaba de la manera que le ofrecía el Alien. Si sus pensamientos se volcaban a una salida fácil, todo acabaría y de nada le serviría que haya saltado, por lo que estiró sus brazos al frente, y trató de alcanzar a Anji, que estaba debajo de ella... faltaba poco, casi lo logra.

 

-         Por favor... si voy a morir... que sea contigo en mis brazos

 

Ya no quedaba distancia entre ellos y el suelo...

Zaeta estiró como pudo sus dedos, para tratar de tocarlo...

No pudo alcanzarlo...

Un impacto seco...

 

 

 

Y Zaeta despertó sobresaltada.

 

Sudando frío, y con el corazón latiéndole a mil por hora, Zaeta despertó en medio de una habitación azul, con paredes cubiertas de circuitos negros y puertas metálicas en cada uno de sus lados... Había regresado al susodicho Cubo... a su realidad.

Después de calmarse, y enfocar mejor su vista para ubicarse en su punto de equilibrio, comenzó a digerir mentalmente todo lo que había vivido... ¡Que lejano parecía Hyrule ahora! Todo lo vivido afortunadamente fue un mal sueño, y que, en algún lugar de ese edificio nefasto se encontraba Anji, su príncipe... pero unos vagos recuerdos de antes de su pesadilla llegaron a su mente, soltando unas débiles lágrimas como si se tratara de un peso en su conciencia y corazón.

Anji ya tenía pareja.

Entonces, ¿de que sirvió toda esa parafernalia fantástica sacada de un juego de video o de una serie animada?, ¿de que sirvió luchar para darse cuenta que la realidad dolía más que una fantasía, por muy terrorífica que esta fuera?...

Pero rápidamente se enjugó las lagrimas y agitó la cabeza. Esas eran palabras del Alien, y no se necesita mucha inteligencia para saber que significaban.

Zaeta miró a cada lado y fijó la mirada en una de las puertas. Era mejor avanzar que ponerse a llorar, así que giró la manivela y abrió la puerta metálica con su correspondiente pitido, subió por las escalinatas y penetró en la siguiente habitación.

Al terminar de bajar por la escalinata, enfocó su objetivo en abrir la siguiente puerta en aquella habitación blanquecina, pero al darse la vuelta, vio algo que la sacó de lugar... algo que la paralizó por dentro, como si el tiempo para ella se hubiera detenido.

Frente a ella, y como por arte de magia, un pequeño pedestal de piedra sostenía a la majestuosa Espada Maestra, brillando como lo recordaba Zaeta en su sueño... todo lo vivido fue real, y eso espantó a la chica.

Tenía que estar segura que todo lo ocurrido de verdad pasó... pero una duda la asaltó: ¿si todo eso fue real, entonces por qué al despertar no sintió dolor alguno por su batalla?. Se levantó la camisa hasta la altura de las costillas, y efectivamente la prueba estaba allí: sus costillas estaban amoratadas debido sus brincos salvadores.

Entonces, ¿esa espada era real? Solo había una manera de saberlo. Lentamente se acercó, tragando saliva, hacia el pedestal, y sujetó el mango del sagrado sable. Efectivamente, era real.

 

 

CONTINUARA...

 

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