Episodio 1: Memorias
"Espera", le ordené a Australis, poniendo mi brazo delante suyo e impidiendo su avance. "Yo
voy a luchar con él."
"¿Tú? ¿E... estás seguro?", preguntó, titubeando.
"Él y yo tenemos un asunto pendiente", murmuré, mientras Jun me dirigía aquella mirada, aquella
misma mirada que me dirigió cuando nos conocimos; fría y sin emoción alguna en ella. Creo que
desde ese primer momento, él y yo sabíamos que algún día tendríamos que enfrentarnos de esa
manera.
Al parecer, Australis se dio cuenta de ello y por eso me tomó del brazo, deteniéndome.
"¿Qué relación tienes con ese sujeto?"
Por su mirada, vi que en verdad quería saber la respuesta, y con ella no había que andarse con
rodeos pues tarde o temprano lo averiguaba todo. Así que suspiré, y luego le revele mis razones.
"Su nombre es Jun", dije. "Él acabó con la vida de alguien muy especial para mí..."
"Tú fuiste quien la mató y lo sabes bien", dijo Jun con toda la tranquilidad del mundo. Eso
logró que la sangre en mis venas hirviera, comportándome como pocas veces lo hacía.
"¡ERES UN INFELIZ!", grité, elevando mi aura y lanzándome contra él, con toda mi furia.
Cuando yo tenía 15 años mi vida era de lo más ordinaria; iba a la escuela, tenía amigos, me
divertía con cosas vanas, tontas y francamente inútiles, y finalmente regresaba a casa en
donde unos padres poco interesados en mí no hacían más que discutir. A pesar de todo, yo no me
quejaba; era un alumno algo por encima del promedio, gozaba de buena salud, ni tampoco era
alguien que perteneciera al grupo de los pandilleros o al de los nerds.
Tenía una que otra amiga, claro está, aunque eran relaciones que no pasaban del 'buenos días',
'cómo estás', 'préstame tu cuaderno por favor'. Nunca me llamó la atención ninguna chica de mi
salón, es más, ni siquiera me llamó la atención tener una novia en ese momento, como la mayoría
de chicos de mi edad. Yo simplemente recibía todo lo que me ocurría, y no me arriesgaba a
hacer nada más.
En otras palabras, era una de las personas más conformistas del mundo. No conocía ni la tristeza
ni la felicidad... sólo el placer de la rutina y el pasar continuo de los días.
Sin embargo, nadie puede estar viviendo de esa manera para siempre, y por lo general cuando uno
cree que una vida aburrida y sin emociones extremas es lo mejor, viene algo o alguien (como en
mi caso) que nos hace cambiar de opinión.
Recibí con algo de alegría la noticia de que había sido elegido para ser uno de los 'guías'
en una actividad que mi escuela iba a realizar. Se trataba de una exposición que cada grado
realizaría para padres de familia e invitados acerca de las diversas materias que todos
llevábamos. La mayoría de nosotros esperaba que se realizara un fin de semana, pero finalmente
se decidió hacerlo durante un día de clases (un jueves, para ser exactos)... así los alumnos no
teníamos excusa para no asistir. Mientras unos se encargaban de las exposiciones y presentaciones,
otro grupo se encargaba de orientar a los invitados por todos los salones, diciéndoles dónde
estaba la cafetería, dónde estaba el baño, y ese tipo de cosas. Era una labor sencilla y era
mejor que preparar una exposición, así que acepté de buen grado (mientras otros amigos querían
ahorcarse porque iban a tener que hablar frente a 100 personas).
Así que ese día estuve dando vueltas por el colegio, atendiendo a cualquiera que me preguntara
algo, y de paso aprendiendo a, como mi mamá decía, 'desenvolverme'. Yo sabía hablar con las
personas pero ella decía que era demasiado serio en ocasiones.
Todo iba muy bien hasta que, mientras caminaba por uno de los pasillos del segundo piso, sentí
que alguien me daba unos toquecitos en la cintura. Volteé, bajé la mirada, y vi a una niña de
unos seis años con rostro compungido.
"Eh... ¿Qué pasa?", pregunté, acuclillándome.
Para mi sorpresa, la niña empezó a llorar escandalosamente. Yo no supe cómo reaccionar, y las
miradas de las personas que pasaban por ahí no ayudaban a ocultar la vergüenza que sentí. Lo
peor fue que habían algunas chicas de mi salón que pasaron y miraron la escena, divertidas.
"O... oye, no te pongas así", titubeé. "Dime qué es lo que pasa. ¿Te has perdido?"
Ella hizo un pequeño asentimiento con la cabeza, mientras sollozaba. Era obvio que se había
perdido, una niña de esa edad no podía estar caminando sola por un colegio tan grande.
"Estaba... estaba... con mi hermana...", alcancé a entender entre todos sus sollozos.
"Bueno, entonces... ven conmigo. Vamos a buscarla."
¡Diablos! Si tan sólo no hubiera pasado por ahí justo en ese momento... Me hubiera ahorrado
esa escena y ese deber. Yo no tenía idea de lo que estaba haciendo ni a dónde estaba yendo, y la
pequeña no me ayudaba mucho en ese problema.
Por suerte no pasaron ni diez minutos de caminata cuando la pequeña se alejó corriendo de mí
y fue a abrazar a una chica que estaba a unos metros de nosotros. Hmmm, era una chica muy
bonita. Lo mejor que podía hacer en ese momento era tratar de irme sin que...
"¡Espera! ¿Tú encontraste a mi hermanita?"
... maldición.
"S... sí, yo fui", respondí, en mi acostumbrado tono neutral.
Ella sonrió y extendió su mano. Era poco común para mí darle la mano a una chica, pero de
todas formas, respondí al gesto.
"Gracias. Si le pasa algo a este engendro mi mamá me asesina."
"Ya me imagino", dije, forzando una sonrisa.
"Yo soy Marian Beel... eh, creo que ya puedes soltarme la mano..."
"Ah... sí, disculpa", respondí algo avergonzado mientras apartaba mi mano. No me estaba yendo
tan bien, como yo ya me esperaba.
"Bueno... mi nombre es Kail van der Vondel, y soy uno de los encargados de..."
"¡Sí, ya sé! Eres uno de los afortunados."
"... ¿Perdón?"
"De los afortunados que se encargan de hacer algo tan simple como lo que tú haces. Hace poco
un chico se cayó de cara frente a la plataforma sobre la que iba a hablar y todo el público
se murió de la risa. Imagínate que eso te hubiera pasado a ti."
¿Pasarme eso? ¿A mí? Tal vez me hubiera suicidado esa misma noche.
"¿En serio? Vaya... por eso me alegro de hacer esto."
Ella volvió a sonreír. Marian era alta (medía un poco menos que yo, y yo era uno de los más
altos de mi clase), de cabello rubio y ojos azules. En cuanto a su figura, digamos que era
imposible para ella pasar desapercibida frente a los chicos, y más aun en ese momento que
vestía un ceñido pantalón y un top. Me sentía algo ridículo con mi uniforme de colegio en ese
momento.
Pero esos ojos... no eran fáciles de olvidar.
"¿Hola? De repente te quedaste callado, Kail."
"¡Ah! Disculpa, estaba pensando en otra cosa", respondí, medio apenado. Luego, como nunca solía
suceder en mí, tomé la iniciativa de la conversación.
"¿Por casualidad eres una alumna nueva, o faltaste a tu escuela sólo para venir a este evento?"
"¿Alumna nueva? Pues, sí... me mudé ayer a esta ciudad. Antes vivía en Eindhoven, pero a mi papá
le dijeron que tenía que venirse a La Haya por algo de su trabajo... no recuerdo bien de qué
se trata ni tampoco me interesa", respondió en tono despreocupado.
"¿Y en qué grado estás?"
"Tercero."
Eso quería decir que iba a estar en mi mismo grado...
"Y tú también estás en tercero."
"... ¿Cómo lo sabes?", pregunté, extrañado.
"Porque noté que hacías una pequeña mueca de alegría", respondió con una sonrisa irónica. Yo
me ruboricé un poco y por un instante no supe qué decir.
"¿Ah, sí?", balbuceé finalmente, mientras esquivaba su mirada, porque sentía que ya no podía
sostenerla por un segundo más.
"Jumm, no es divertido hablar contigo", me dijo. "Adiós."
¡¿Qué?! ¿Pero qué se creía esa? ¿Que tenía que responder de buena manera ante todos sus intentos
de coquetear conmigo? Me quedé con los dientes apretados por la rabia mientras la veía irse.
Yo iba a hacer lo mismo, pero de repente, ella se volvió.
"¡Si siempre vas a ser así, nunca vas a tener novia!", sonrió, y luego se volvió nuevamente
para irse.
"Con lo mucho que me importa lo que pienses de mí", gruñí por lo bajo, mientras me sentía entre
enfurecido y decepcionado. No me gustaba que me recordaran lo poco bueno que era para conversar
con las chicas.
De los tres salones de tercero Marian tuvo que estar en el mío, y de las tres carpetas que
estaban libres tuvieron que ponerla justo en la que estaba delante mío. Lo peor fue que al
verme sonrió y me saludó como si fuéramos buenos amigos. Yo simplemente me la quedé viendo
sin decir nada.
"¿Todavía sigues de malas? Es increíble, ya pasaron cinco días..."
"Cuatro."
"Qué bien te acuerdas, Kail."
"Mira", suspiré, "mejor lo olvidamos todo, ¿de acuerdo?"
"¿Olvidar qué?"
"¿Cómo que qué? La forma en que me hablaste."
"Sólo dije la verdad, lo que yo sentía. ¿Qué tiene de malo?"
"No es bueno hablarle de esa forma a las personas."
"Pues entonces eres un reprimido."
"¡¿Qué?!"
"Un reprimido. ¿Me vas a decir que no sabes lo que es un reprimido?"
Apreté los puños con toda mi furia. Si hubiera sido hombre la hubiera golpeado en ese mismo
momento.
"¿Sabías que eres la persona más repulsiva que he conocido en mi vida?"
Hey... ¿¿¿Yo dije eso???
"Pe... pero... ¡¿cómo puedes hablarle así a una chica?! ¡Eres un grosero!", exclamó Marian, tras
lo cual se volvió y hundió el rostro entre sus brazos.
Ese sí que fue un problema. Los que estaban cerca de nuestras carpetas voltearon y se nos
quedaron viendo, completamente sorprendidos. En ese momento yo me puse de todos los colores
y me quedé helado, sin saber qué hacer. Me pareció oír por un momento que Marian estaba
llorando.
"Maldición, ahora sí la hice buena", pensé. Alguna que otra compañera de clase me miraba como
el ser más despreciable del mundo. Finalmente reaccioné, y puse mi mano sobre el hombro de
Marian.
"O... oye, discul..."
"¡Ja, ja, ja, te asustaste, ¿no?!", dijo Marian, levantándose de repente y sonriéndome. En
verdad no supe cómo reaccionar ante esa actitud.
"Uff, vaya cara. ¿Qué tienes? Parece que hubieras visto un fantasma."
"¡Claro!", grité. "¿Cómo querías que me ponga?"
"Bueno... Si en verdad te preocupaste por mí, no creo que sea tan cierto eso de que yo sea la
persona más repulsiva del mundo..."
"Tal vez no", dije. "Pero de todas formas me sigues cayendo mal."
"Ay, mi querido Kail, eso se debe a que... no, mejor no... todavía no estás preparado para oír
eso... además todavía quiero tener esperanzas..."
¿Esperanzas? ¿Esperanzas de qué?
"Esperanzas de que no me odies."
¿Pero qué acaso esa chica leía el pensamiento?
"No tengo que leer tu mente, Kail, tus ojos me lo dicen todo."
Vaya...
"Y por si no te has dado cuenta, te pones rojito cuando hablas conmigo."
"¡No... no es cierto!", exclamé, enfadado.
"Sí, sí lo es..."
Fuera del hecho de tener a Marian fastidiándome cada cambio de hora, podría decirse que ese
fue un día normal para mí.
No sabía qué actitud tomar frente a ella. Nunca había tenido que enfrentarme a una persona
así. Por un lado, mi mente me decía que lo mejor era ignorarla, pero por otro... creo que no
quería. Después de todo, en lo poco que llevaba de conocerla, tenía el presentimiento de que
ella nunca iba a dejarme en paz. Y tarde o temprano yo tendría que hacerle caso.
Pero, ¿podría soportarla todos los días? Bueno, al menos no era fea, en ese caso SÍ que sería
un verdadero fastidio, peor que un clavo en el zapato.
En la hora de receso Marian decidió dejarme en paz un rato y salió del salón. Fue entonces que
se acercó Frank, uno de mis mejores amigos.
"Oye... ¿ya conoces a la chica nueva?", me preguntó.
"Podría decirse que sí", respondí. "Fue en esa actividad de la semana pasada... La verdad no
sé qué quiere, me ha estado fastidiando desde entonces."
"Una chica así podría fastidiarme todo lo que yo le pidiera..."
"Lo que es yo, no la aguanto. Si tan sólo la hubieran puesto en otro sitio..."
"Ah, amigo... para mí que le gustas."
"Q... ¿qué?", pregunté, sorprendido.
"¿Acaso no es obvio? Está tratando de llamar tu atención."
"No... No lo creo", respondí, calmándome. "Es muy pronto para hablar de eso... diablos, ahí
viene."
"¡Ya volví! ¿Me extrañaste?", me preguntó Marian en su habitual tono.
"Hmmm..."
"Ese 'hmmm'... creo que lo tomaré como un 'sí'... ¿y qué tanto hablaban de mí?", preguntó
mientras miraba de reojo a Frank.
"No hablábamos de ti", dije.
"Claro que sí."
"No."
"Sí."
"No."
"¡Sí!"
"¡Bueno, sí!", grité, esa chica en verdad lograba desesperarme. "¡Hablábamos de lo niña que
eres!"
"... ;_;"
"No me vas a engañar otra vez", gruñí.
"Eeehh... esteee... mejor me voy... Kail, estás medio raro hoy día..."
Frank se fue, dejándome solo junto con Marian, quien se sentó en su sitio, viéndome.
"¿Tu amigo te dijo que estás raro? ¿Pues usualmente como te comportas?"
"Yo soy una persona tranquila", respondí. "Sólo me enfurezco cuando alguien como tú me saca
de quicio."
"¿Y quién más te saca de quicio?"
"¿Por qué esa pregunta?"
"Sólo responde. ¿Alguna otra persona te molesta tanto como yo?"
Habían chicas raras en mi clase, pero esta definitivamente se llevaba el premio mayor. Su
expresión había cambiado por completo. En esa ocasión su tono de voz fue más amable y parecía
estar muy interesada en lo que yo fuera a responderle.
"Bueno...", musité, "Geraldine suele ser medio gritona a veces..."
"¿Quién es Geraldine?"
"Esa tipa de allá", dije, y señalé hacia donde estaba ella junto con sus amigas, hablando a
voz en cuello y riéndose a carcajadas.
"Me molesta mucho que se ría así. No se ve bien en una chica."
"¡Ah! ¿O sea que las chicas no podemos reírnos a carcajadas?"
"¡No he dicho eso! Es sólo que ella es muy exagerada."
"Ya veo", dijo en tono pensativo. "Kail, si ella vuelve a hacer eso, le gritas que se calle,
¿de acuerdo?"
"¿¿¿Cómo???", pregunté, sorprendido. "¿P... por qué quieres que haga eso?"
"¿No dices que te molesta? Pues entonces cállala."
"Pero se va a enfadar, y yo no quiero problemas..."
"Sigh... Mira, si lo haces, le haces un favor a ella, a ti, y a todas las demás personas que
también les molesta eso."
"Pero..."
"¡Aagh! ¡Tienes miedo, eso es lo que pasa! ¡No esperes que te vuelva a hablar!"
Marian se volvió sumamente enfadada. ¿Y ahora qué bicho le había picado a esa chica?
"Marian, escu..."
"¡¡¡No te oigo, no te oigo, bla bla bla y más bla!!!", gritó, tapándose los oídos.
¿Esa era una bendición divina o la peor de las maldiciones? Con eso podía lograr que Marian
nunca más volviera a hablarme, pero por otro lado, su última actitud hacia mí, la de persona
interesada en conocerme... odiaba reconocerlo, pero me había agradado. Me vi en la horrible
situación de tener dos sentimientos encontrados dentro de mí. Por un lado, algo me decía que
no era bueno arriesgarse a gritarle a Geraldine, pues luego ella podía ponerme en mi sitio,
pero...
"¡¡Ja ja ja ja ja ja!!"
... por otro lado, esa repulsiva forma de comportarse en público era algo en verdad intolerable...
"¡¡JA JA JA JA JA JA!!"
... tan intolerable como para incluso volver loco a la persona más cuerda y calmada del planeta
entero. Creo que hasta Gandhi la hubiera callado, y con mucha más razón...
"¡¡JA JA JA...!!"
"¡¡CÁLLATE!!"
... yo tenía que hacerlo.
Luego de lanzar el grito, me di cuenta que tenía los puños apretados por la emoción y que
mi pulso se había acelerado tremendamente. Poco a poco me fui tranquilizando, hasta tener una
sensación de paz comparable a la que se tiene cuando descansas luego de haber cargado un peso
de 50 kilos durante dos kilómetros.
Casi instantáneamente Geraldine volteó a verme y al notar aquellos ojos me di cuenta de la
estupidez que había hecho.
Pero por fortuna, todo no paso de una simple mirada de sorpresa mezclada con ira de parte
suya. No sé cómo pude sostener su mirada y en el momento en que menos me di cuenta ya no me
estaba observando. Casi por inercia ladeé la cabeza hacia un lado y vi a otro compañero del
salón sonriendo y mostrándome un signo de aprobación con la mano.
No supe qué decir. Volví la mirada hacia Marian, quien ya se había volteado otra vez.
"¿Qué... qué fue eso?", le pregunté, como si ella pudiera explicarme mi comportamiento.
"Esa fue toda tu frustración acumulada descargada de un solo golpe", dijo Marian sonriendo (y
sí me lo explico, no me lo esperaba). "¿Cómo te sientes?"
"¿Cómo me siento?", murmuré. "Pues... creo... que me siento otra persona..."
"Eso es bueno, Kail."
Qué raro, me esperaba que Marian me persiguiera a la hora de salida pero fue la primera en salir
del salón. Luego de conversar con algunos amigos (quiénes no paraban de preguntarme qué bicho
me había picado) y evitar a Geraldine y a algunas de sus amigas, salí del colegio.
"¡Por fin! ¿Qué tanto hacías adentro?", dijo una voz detrás mío... Creo que no es necesario decir
de quién se trataba.
"¿Me... me estabas esperando?", pregunté, algo sorprendido.
"¡Nooo!, sólo estaba dando la hora a todos los que pasaban..."
"Hmph... ya sabía que no podías dejar de hacer una de tus bromas."
"Vamos, vamos, no te molestes. ¿No me acompañas hasta mi casa?"
Quizás resulte difícil de creer, pero esa era la primera vez en mis quince años de vida que
iba a caminar junto a una chica. Y ni siquiera era yo el que lo pedía, sino ella.
"Bueno", dije, tratando de aparentar tranquilidad, "vamos."
Tres cuadras y Marian no dijo ni una sola palabra. Tal vez ella estaba esperando a que yo dijera
algo... no, un momento...
"Jumm, no es divertido hablar contigo. Adiós."
Maldición. Si continuaba así o decía algo muy estúpido, seguro se volvería a burlar de mí...
"Kail, ¿siempre has sido así, tan callado?", me preguntó de repente.
"¿Yo?... Bueno, sí... Dis... discúlpame, es que creo que no soy muy bueno conversando con las
personas, mucho menos con las chicas", respondí, muy apenado. En ese momento esperé a que lanzara
otro de sus dardos venenosos, pero lo que me dijo luego me sorprendió.
"Quiero disculparme contigo por lo que te dije la vez pasada."
"¿Lo que me dijiste?"
"Sí, acerca de que no era divertido hablar contigo."
"¡Vaya! ¿Entonces no es cierto?", pregunté, emocionado.
"Bueno... un poco", dijo Marian sonriendo pícaremente, y haciendo que mi sonrisa se desvaneciera
por completo.
"No te pongas así", sonrió. "Es sólo que no creo que fue algo muy educado decirte eso, recién
nos habíamos conocido. Lo hubiera reservado para este momento."
"Hmmm..."
"¿Todavía te sigo cayendo mal?"
"Ya no tanto como antes. Pero de todas formas, todavía hay algunas cosas en ti que no dejan
de inquietarme... ¿Cómo lograste que le gritara a esa antipática? Yo nunca hubiera hecho algo
así, te lo puedo asegurar."
"¡Ja ja ja!", rió Marian, y esa hermosa risa era todo un contraste de lo que solía hacer
Geraldine. "Sólo traté de que tus sentimientos más puros salieran a flote y lo logré. Eso es
todo."
"¿Mis sentimientos puros?"
"Nunca trates de ocultarlos, Kail. Tampoco te estoy diciendo que le grites a toda la gente que
te cae mal, pero creo que lo de hoy fue un buen comienzo, ¿no?"
"S... sí", sonreí.
"Genial. A la gente se le ayuda siendo sincera con ella y diciéndole la verdad."
Finalmente llegamos a la casa de Marian; era una elegante residencia de dos pisos, aunque no
era tan grande como otras viviendas que habían en los alrededores...
"Qué curioso", murmuré.
"¿Qué ocurre?"
"¿Cuándo te mudaste aquí, Marian?", pregunté, con el ceño fruncido.
"¡Hoy! Estaba viviendo con una tía hasta que terminara la mudanza. Mis padres me dijeron que
hoy al mediodía terminarían de trasladar todos los muebles y que me viniera de frente aquí."
"Entonces...", dije, volviendo la vista hacia mi propia casa, que estaba al frente de la suya,
"la familia que se estaba mudando a mi vecindario... ¡¡¿era la tuya?!!"
La miré directo a los ojos, y luego de unos segundos ambos empezamos a reír.
Notas de autor:
Uff... Ya sé que esto estuvo más centrado en Kail, y así va a seguir siendo hasta el final, en
donde recién Nadia empezara a tomar parte (¡yee!). Espero comentarios... (Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea tu nombre...).