Pierre Joseph Proudhon
La amistad de Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) con el pintor Gustave Courbet (1819-1877), generaría una de las primeras obras del pensamiento que vincularían la capacidad transformadora del arte con la ideología anarquista, nos referimos a la obra titulada SOBRE EL PRINCIPIO DEL ARTE...(1) publicada meses después de su muerte en 1865.
Courbet era un artista "escandaloso" para su época. En la exposición del Palacio de la Industria de París en 1863, le es rechazada una pintura titulada "Regreso de la Conferencia". En aquella época se publicaba la lista de los admitidos y también la lista de los rechazados. Courbet no estaba en ninguna de las dos. Simplemente el Estado (organizador de tal evento) había decidido borrar todo vestigio de la existencia de esa obra. Muchos años después, tras la muerte de Courbet, un fundamentalista religioso se encargó de destruir tal obra por considerarla oprobiosa y denigrante de la fe. Nos queda de la misma, una reproducción xilográfica a partir de la pintura que reproducimos junto a este texto. Proudhon nos la describe: "...en un ancho camino, al pie de un roble bendito, frente a una santa imagen, bajo la mirada sardónica del moderno campesino, una escena de borrachos, todos ellos pertenecientes a la clase más respetable de la sociedad, al sacerdocio: el sacrilegio uniéndose a la embriaguez (...)los siete pecados capitales, la hipocresía a la cabeza, desfilando con hábito eclesiástico; un vaho libidinoso circulando a través de los grupos; finalmente, mediante un último y vigoroso contraste, toda esa orgía de la vida clerical se desarrolla en medio de un paisaje a la vez encantador y grandioso, como si el hombre, en su más elevada dignidad, sólo existiese para manchar con su indeleble corrupción a la inocente naturaleza."(2)
Proudhon se pregunta entonces cuál es la finalidad del arte: ¿denunciar?, ¿corromper?, a este último argumento responde que Rousseau acusaba a los artistas de la corrupción de los estados, sin dejar de mencionar que ya Platón los excluía de su República y ante tales argumentos, se preguntaba si, siendo el arte una producción de nuestro espíritu, no habría en él alguna cualidad. De ahí, ¿cuál es su función doméstica o social?. Proudhon nos comenta que el arte se ha alejado, por una especialización teórica propuesta por estetas, de la interpretación trivial del hombre y la mujer común; lo cual le parece una locura puesto que él mismo se siente parte de esa innumerable cantidad de personas que no saben nada de arte, pero que, a final de cuentas, son a quienes se destinan las obras expuestas; es el reconocimiento y la asistencia de ese público, la mayor ambición del artista, aparte de manifestar sus propios gustos o creencias como realizador de una obra de arte. Nuestro autor comenta que en esos salones oficiales, el Estado como patrocinador, delegaba en unos cuantos funcionarios, la ejecución de la selección, los premios, el reconocimiento a los artistas ya fuese económica o simbólicamente, o ambas. De ahí que existe una intervención, unas directrices sobre lo que el arte debe decir de acuerdo a las necesidades del Estado. Se puede decir que tal situación no ha cambiado mucho desde entonces hasta ahora. El Estado todavía hoy premia a aquellas obras que le parecen inicuas ante sí y sus acciones; el premio mayor, quizá, lo llegue a constituir aquel artista que defienda, aún en su ingenuidad, aquellos preceptos que hacen al Estado fuerte. Ello en sí mismo era inmoral. Proudhon reclamaba el derecho, como ciudadano común, libre de los juicios o prejuicios teóricos y estéticos de esos "funcionarios", la posibilidad de disfrutar de una obra de arte sin las intermediaciones dispuestas por el Estado o cualquier otro poder, ya que "he observado que a todos (...) la naturaleza nos ha hecho, en cuanto a la idea y sentimiento, más o menos igualmente artistas" y que "únicamente manifestamos nuestra libertad y nuestra personalidad por nuestra facultad artística; que la autoridad en tal materia es inadmisible; y que por añadidura, al proceder todas las artes del mismo principio, teniendo la misma destinación, estando gobernadas por las mismas reglas y siendo estas reglas tan sencillas como poco numerosas, le bastaba a cada uno de nosotros consultarse a sí mismo para estar dispuesto, después de una pequeña información, a emitir un juicio sobre cualquier obra de arte.".(3)
Esta singular conclusión puede parecer inofensiva, pero guarda un poderoso significado. Existe la concepción, tradicionalmente aceptada, que el artista es un ser excepcional; dotado de unas facultades extraordinarias. Ello es resultado de un concepto muy nocivo por esconder muchos privilegios y un afán mercantilista y de poder tras tal imagen o concepto. Nos referimos a la imagen del Genio Creador. Tocado por una habilidad casi mágica, digamos divina, al artista se le atribuye, sobre todo desde el Renacimiento hasta nuestros días, un aura de ser especial, alejado del común denominador humano. Al ser tan excepcional, toda obra suya es aceptada casi reverentemente como un acto de revelación mística.
Al ser tan original, tan especial, el artista y su obra sólo es revelado a los iniciados en el misterio de las artes. El resultado inmediato es que sus obras se cotizan mucho, e incluso llegan a ser invalorables, no tanto por lo que en ellas se expresa sino por su valor de objeto especial, elaborado por un "semi dios". No es difícil ver tras este prejuicio, valores de cambio, valores comerciales e incluso la justificación de una riqueza acaparada por compradores, en algunos casos hasta en detrimento del productor que es el artista, a ese le queda, en muchos casos, la fama y la gloria de haber sido reconocido como un ser excepcional.
Proudhon indica con ello que todos y todas tenemos cualidades artísticas y que incluso el artista, se diferencia del resto en la intención que ha dado a su vida: la dedicación al trabajo artístico.
El autor pretendía evitar la estética tradicional académica (cargada de vicios y prejuicios) y por otra parte, introducir y hacer aceptar como sujeto del arte, la percepción de la vida cotidiana. Si bien es cierto entonces que cualquiera puede hacerse un juicio sobre una obra de arte, pues cualquiera tiene facultades estéticas para percibir una, el análisis de la misma no debía quedarse meramente en el gusto o la sensibilidad para decir si le provocaba o no placer, si gustaba de ella o no; era preciso ir más allá, hacia la cuestión de la idea que la había provocado; "...en pintura, lo mismo que en literatura y que en cualquier otra cosa, el pensamiento es lo principal, lo dominante".(4)
Proudhon acusa a la crítica oficial, e incluso a los seguidores y detractores de Courbet, el no haberse planteado la cuestión esencial de las ideas expuestas por éste, no sólo en la referida sino en todas sus obras en conjunto, y haber asignado a todas las obras del pintor francés el término de REALISMO, convirtiendo a Courbet en una manifestación más de eso que hemos definido líneas atrás como el Genio Creador.
Proudhon buscaba sensibilizar pero sobre todo educar. El sentido de la moral era para él muy semejante a lo que formularía Kropotkin en 1890, en el artículo "La Moral Anarquista", publicada en La Revuelta: "una cualidad tan natural como el olfato o el tacto".(5) Común y cotidiano, cada persona podía, llevado por su razonamiento, no sólo disfrutar de una obra de arte sino también definir cuál era el sentido, la idea, el valor de la misma. Consideraba una obra de arte como el medio de expresar un objetivo moral. Pero esta moral no refería exclusivamente al sentido del bien o del mal, de lo ético o lo antiético. Iba mucho más allá como lo veremos en el próximo artículo referido a este libro de Proudhon.
(1) Biblioteca de Iniciación Filosófica Primera Edición Edit. Aguilar Buenos Aires Argentina. Traducción del Francés de José Gil de Ramales y prólogo de Arturo del Hoyo.
(2) Ob.Cit, p.28.
(3) Ob.Cit, p.36.
(4) Ob. Cit. P.38.
(5) Pourquoi Lire <l'esthésie> de Proudhon?, Klaus Herding, en Gazette Des Beaux Arts, VIe Période, Tome CXI, Año 130 Janvier-Février 1988, París, Francia. P.108