NELSON MANRIQUE Santiago, el santo guerrero crisstiano, es un personaje muy complejo, que sólo puede ser comprendido situándolo en el contexto de la construcción de la identidad nacional española. Más específicamente, al interior de la Reconquista interior. El término Reconquista interior o Subreconquista fue acuñado por el historiador español Américo Castro, para designar al proceso de cristianización europea de los españoles medievales. El clero hispano de las épocas tempranas era tosco y belicoso, compuesto por sacerdotes que no dudaban en entrar en combate en la lucha contra los infieles y mantenían un particular rito de carácter oriental (como en Siria o en Egipto), el rito mozárabe. &nnbsp; La disputa entre la liturgia mozárabe y la romana es un tema clave en este proceso de conflictiva integración de España a la civilización europea de allende los Pirineos. El papado tenía particular interés en integrar al clero español a la liturgia oficial romana, como una forma de afirmar la sujeción de una iglesia sospechosa de heterodoxia, por su prolongada coexistencia con judíos y musulmanes. La orden de Cluny, fundada al sur de Francia, con el propósito expreso de impulsar la romanización de la iglesia española, jugó un papel muy importante en la ejecución de la política pontificia. La defensa de la liturgia mozárabe (inicialmente aprobada por el papa Juan X en el año 924, pero finalmente repudiada por Roma, un siglo después), en cambio, se convirtió en un símbolo de afirmación nacional española, como lo registra la Crónica Najerense, redactada en el convento de Nájera, entre 1252 y 1257, por un monje de la Orden de Cluny. Pero el triunfo papal al imponerr la liturgia romana no significó que las contradicciones dentro del campo cristiano se atenuaran. Por el contrario; la afirmación del espíritu nacional español fue acompañado de una profunda xenofobia, dirigida contra los cristianos de otros países que llegaban a España con el propósito de contribuir a la liberación de la Península de manos de los infieles. El cronista Rodrigo Ximénez de Rada encarna los sentimientos antifrancos extremos, proyectando retrospectivamente su animadversión hasta las campañas de Carlomagno en tierras hispanas, en las que, según su descripción, las atrocidades cometidas por los soldados francos contra los españoles fueron equiparables a las de los musulmanes. En lo político la intromisión dee la nobleza franca en los conflictos dinásticos de la Península fue constante. En el terreno militar, tuvo un notable impacto la presencia de los caballeros franceses en las cruzadas en España. Conviene recordar que la centuria comprendida entre el desmoronamiento del califato de Córdoba (el año 1031 dC.) y el fin del dominio de los almorávides norafricanos, que vinieron a reforzar el califato en problemas y terminaron imponiendo su propio dominio en al Andalús, corresponde a la Edad de Oro de la idea de una cruzada contra los musulmanes en Occidente. Antes de que el papa Urbano II intentara dirigir el poderío guerrero de Europa occidental, particularmente de las órdenes caballerescas, contra el Islam en Jerusalén, los sumos pontífices Alejandro II y Gregorio VII intentaron dirigir ese potencial contra los musulmanes de España. La cruzada contra el Islam complementaba adecuadamente los intentos de Roma de imponer la Pax Christi en Europa, entre los reinos y principados cristianos. Pero lo decisivo en la formaciónn de la conciencia nacional española, como lo reconoce la Historia Silense (redactada en el monasterio de Silos) es el tema de la unidad española cristiana frente al enemigo musulmán. Para el autor de la crónica, los conflictos entre los reyes cristianos es una "disputa negra", origen de todos los males y perdición de todo lo bueno. La unidad ("concordia angélica", para el monje silense) presupone la jefatura castellana, ganada por esta joven fuerza social en su lucha contra el Islam. Bellatix Castilla ("Castilla luchadora") cumple su rol providencial guiada por Alfonso VI, jefe del "reino de los españoles", cuya razón y fuerza no tienen parangón en el género humano. Las crónicas cristianas de la éppoca ofrecen algunas importantes novedades. Una de ellas es la afirmación nacional contra la imposición extranjera proveniente del propio campo cristiano. Las crónicas cristianas del siglo XIII, escritas en el período dorado de la Gran Reconquista, entre la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y la conquista de Sevilla (1248), contienen un elemento ideológico nuevo de importancia capital: conferir un valor supremo al morir por la patria y por la fe. Esta concepción construida a lo largo del siglo XIII supera el patriotismo antes existente y es proyectada retrospectivamente en la reconstrucción del pasado realizada por los cronistas de la época. La importancia del complejo pro patria et fide mori ("morir por la patria y la fe") radica en que evidencia dos tendencias en una: la cristalización total del espíritu nacional y la conciencia española y la profunda infiltración de los conceptos y mentalidad de las cruzadas en la conciencia nacional. A este hecho debe añadirse otro no menos importante: la voluntad de Castilla de erigirse en la cabeza de la unificación española. Este es ya un objetivo consciente, que, para cronistas como Lucas de Tuy, constituye un imperativo divino, un mandato que el apóstol Santiago reveló al rey de Asturias en una visión, contándole que Jesús repartió las provincias entre sus apóstoles, entregándole España en su totalidad a su protección y conducción. De allí que Santiago aparezca siempre en las batallas, vestido de blanco, armado de una espada, montado en un esplendoroso caballo blanco, portando el estandarte de la guerra entre los españoles; la réplica exacta, cristiana, de la representación musulmana de Mahoma. Pero crear una conciencia de uniidad entre los cristianos hispanos no fue un proceso fácil. Documentos de un período tan tardío como el siglo XIV muestran todavía la persistencia de elementos de la dinámica social anterior, con su secuela de alianzas entre cristianos y musulmanes por encima de las barreras religiosas para dirimir enfrentamientos con sus propios correligionarios. Así, el año 1302 Mohamed II "Sultán de Granada y Málaga y sus dependencias, y Príncipe de los musulmanes" se compromete con Jaime, Rey de Aragón, Valencia y Murcia, y Conde de Barcelona, "a ser vuestro fiel amigo y a que haya entre Nos y Vos paz firme y leal amistad, en virtud de la cual, vuestros amigos serán los nuestros, y vuestros enemigos, las gentes de Castilla, enemigos para nosotros (...) Y vos, por vuestra parte seréis igualmente fiel aliado nuestro, según manifestáis en vuestra carta, y os obligáis a mantener con Nos una alianza leal y una paz duradera, siendo amigo de quien lo sea de Nos y enemigo de todo enemigo nuestro, ya sea éste musulmán o de la gente de Castilla". Estas alianzas siguen los avatarres de correlaciones de fuerzas sumamente mudables; así, cuando dos años después los reyes de Castilla, Aragón y Portugal firman la paz, por pedido expreso del rey de Castilla se incluye en la paz a Granada: "Y ya que vos, el citado rey de Castilla, quisisteis y nos rogasteis que en este acuerdo entrase el rey de Granada por ser vuestro vasallo y amigo, por amor y honra de vos, el rey de Castilla, nos los citados reyes de Aragón y de Portugal, decimos que amaremos a dicho rey de Granada y lo querremos bien en cuanto nos pudiéremos, y atenderemos a su pro y honra como si se tratare de vos mismo". Inclusive un año después de la ggran derrota inflingida a los moros en Río Salado (1344), que en los hechos sellaba definitivamente la suerte de los musulmanes en la Península Ibérica, Jaime II de Aragón pide al rey de la Granada musulmana que "guerree y haga guerrear a sus reinos y tierras contra el dicho rey de Castilla y sus gentes y contra todos los enemigos cristianos del señor Rey por mar y tierra". Aragón se convirtió en el siglo XIV en la gran potencia marítima mediterránea, y el rey Jaime II incluyó entre sus ofertas para concertar la paz con los musulmanes el apoyo de embarcaciones de su escuadra, para guerrear contra los cristianos: "dicho mensajero puede otorgar a dicho rey de Granada hasta diez de sus galeras en caso que los necesite el señor rey pero pagando mil doblas de oro por sueldo de cada galera, cada mes". Cuando se trata de concertar este tipo de alianzas, aparentemente no existe nada sagrado, como lo muestra la carta de Yusuf I de Marruecos a Jaime II de Aragón, enviada en 1304, pidiéndole ayuda para hacer la guerra contra al-Jannaq, señor de Ceuta, para arrebatarle su dominio, prometiendo al rey aragonés como recompensa la mitad del botín que esperaba conseguir. ¿"Viejas mentiras, viejas cconcesiones, viejas canalladas", como escribía Beraud-Villars? Quizás simplemente la dinámica normal de sociedades fragmentadas, donde las fronteras entre los estados no pasan prioritariamente por las diferencias religiosas. Pero los hechos señalados son apenas contratendenciales; la tendencia general del proceso va hacia una polarización radical del conflicto en términos religiosos. Entre 1213 y 1376 se culmina la reconquista del territorio catalano aragonés. En 1229 se inicia la conquista de las bases musulmanas de las Baleares. Fernando III unifica los reinos de León y Castilla en 1230; la hegemonía de ésta última es un hecho consumado. La acción repobladora que acompañó a la Reconquista obligó a la construcción de múltiples defensas contra las algaras musulmanas a medida que la frontera se corría al sur. Una de las fortificaciones más características eran los "castros", cuyo nombre proviene del latín castrum. Del diminutivo de castrum, castelum, proviene la palabra "castillo". Estas fortificaciones terminaron dando su nombre a la capital del reino cristiano finalmente hegemónico: Castilla. Los cristianos en proceso de uniificación combaten bajo la égida de su patrón tutelar, Santiago, cuyos despojos mortales, según cuenta la leyenda, habrían sido transportados milagrosamente de Palestina a Santiago de Compostela (literalmente Campus stellae; "campo de la estrella" por el mito que afirma que una estrella fija en el cielo marcaba el lugar donde estaba enterrado el cuerpo del apostol), en el extremo noroeste de la Península, la tierra donde, según una antigua tradición, predicara el apóstol. Los supuestos restos de Santiago fueron hallados alrededor del año 800. "En la red de leyendas tejidas en torno a la figura del dulce apóstol, éste aparece a veces como el hermano menor o hasta el doble de Jesús, o aún como caballero de blanca armadura, indudablemente imitación de la imagen guerrera de Mahoma", afirma León Poliakov. La referencia a la "hermanddad" entre Santiago y Jesús es recogida en la Historia crítica de las ideas religiosas del cordobés Ibn Hazm, atribuyendo su mención a cristianos, aunque el gran polígrafo encuentra esta historia incomprensible, "a no ser que digan que María los engendró de José el Carpintero, pues eso es lo que afirma una secta de los antiguos cristianos, uno de los cuales fue Julián, [obispo] metropolitano de Toledo" [1]. Se registra un fenómeno similar de superposición de imágenes entre la imagen de Santiago el Mayor y Santiago el Menor, y también entre el apóstol y San Millán y San Isidoro. Es interesante comprobar que en la sierra peruana persiste aún, contemporáneamente la yuxtaposición de las imágenes de San Isidro, el patrón de la agricultura, y Santiago, el protector de los ganados. Los medievalistas señalan como origen de esta dualidad la presencia de los gemelos Castor y Pólux, divinidades romanas con gran predicamento durante la sujeción de la Hispanía al imperio romano. El primer santuario fue mandado construir sobre la tumba de Santiago por el rey de Asturias, Alfonso II el Casto, y por el obispo Teodomiro en el siglo IX. Alfonso III el Grande construyó a finales del mismo siglo una basílica mucho más bella, que Almanzor, el gran líder musulmán de Al- Andalús -la España musulmana-, destruyó en el año 997. El templo que ahora conocemos debió edificarse sobre los escombros del templo destruido durante la gran algara que casi acaba con la presencia cristiana en la Península Ibérica. Pero la gran ofensiva musulmana de al-Manzur ("El Invencible") fue, al mismo tiempo el zénit y el comienzo del ocaso de la presencia musulmana en la península. Inicialmente la iglesia de Santiago de Compostela era una atracción local, pero a partir de inicios del siglo XI se convirtió en uno de los principales lugares de peregrinación de toda Europa carolingia, conjuntamente con Roma y Jerusalén. Así lo testimonian la Guía del peregrino de Santiago, atribuida a Amalarico Picaud, y los Cancioneros de los peregrinos, de los cuales presenta una buena visión el Cancionero de los peregrinos de Santiago editado por Pedro Echevarría Bravo. También las fuentes musulmanas de la época recogen ecos de la importancia que este culto tenía para los cristianos. La Historia del Africa y España de Ibn 'Idari, escrita en el siglo XIII, consigna: "Santiago es el más importante santuario cristiano, no sólo de España, sino de la Tierra Mayor [Europa]. La iglesia de esta ciudad es para ellos como la Kaaba para nosotros; invocan a Santiago en sus juramentos, y se dirigen en peregrinación a su santuario desde los países más remotos". La observación de Ibn 'Idari es muy aguda. La peregrinación a Santiago de Compostela fue la respuesta cristiana a las peregrinaciones de los judíos a Jerusalén y de los musulmanes a La Meca. Por el Camino de Santiago, cuyo trazo era marcado en el cielo por la Vía Láctea, a la que, por eso, se conocía también con el nombre de "Camino de Santiago"[2] llegaban no sólo peregrinos sino también fuertes influencias culturales europeas. De esta manera, la naciente cultura cristiana hispánica empezó a contrabalancear la fascinación que ejerciera el califato de Córdoba sobre los mozárabes (del árabe must' aarib; "arabizado", es decir los hispanos religiosamente cristianos, pero culturalmente árabes), fortaleciendo la conciencia de los fieles, anteriormente apabullados por el tremendo impacto de la esplendorosa cultura andalusí. El culto a Santiago tiene tambiéén una gran importancia en otras áreas. El contacto con Europa occidental estimuló el renacimiento de la vida económica de los reinos cristianos del norte de la Península y el desarrollo de una importante red urbana articulada en torno a la ruta de la peregrinación. La "europeización" de los reinos peninsulares supuso también intercambios en el terreno del arte y la cultura: la arquitectura, la literatura. la música, etc. Pero conjuntamente con los aportes positivos, los romeros de Europa trajeron también la mentalidad profundamente intolerante característica de los tiempos de las cruzadas: "Así se inicia -afirma León Poliakov- una lenta evolución que transformará la confusa refriega en 'guerra divina', concepción que será entonces retrospectivamente proyectada en la totalidad de la empresa, al mismo tiempo que su encarnación epopéyica, el Cid Campeador, es promovido al rango de paladín de la Fe (cosa que su biografía no parece confirmar). A esta evolución contribuyeron en gran parte los monjes (sobre todo cluniacenses) y caballeros de allende los Pirineos, que, en el siglo XI, siendo cada vez más numerosos, vienen, los unos, a reformar la vida religiosa española, los otros, a prestar un fuerte apoyo a los combatientes ('Las precruzadas'). Pero pasó bastante tiempo antes de que su influencia tuviera efectos profundos. Es sintomático que el acto que expresa el espíritu de las Cruzadas, hacer el voto y empuñar la cruz, penetrara relativamente tarde en las costumbres de los caballeros españoles: empezó a ser frecuente a comienzos del siglo XIII" [3]. Santiago cumpliría pues un rol ccapital en la guerra de los reinos cristianos contra los musulmanes. Pero su rol histórico no se limitó a la Península ibérica, pues se proyectaría sobre otros espacios a través de la expansión colonial hispana, particularmente durante la conquista y colonización de América. Su conversión de Santiago Matamoros (que ha legado inclusive el nombre a importantes ciudades americanas) en Santiago Mataindios, proceso desarrollado a lo largo de las guerras contra las civilizaciones americanas, es un tema fundamental para entender el trasfondo religioso de la conquista y de la ética de los conquistadores. "El fervor por Santiago y la invocación de su celeste patrocinio -anota el gran medievalista español Claudio Sánchez Albornoz- aumentaron en el siglo XVI con ocasión de las nuevas tres guerras divinales que los hispanos mantuvieron: contra los indios idólatras, africanos y turcos islamitas y europeos herejes. El Apóstol volvió a ser asediado con repetidos ruegos por los combatientes; sobre todo en tierras de América, donde lucharon con sobrehumano arrojo pero también con ardentísima fe en el auxilio de las potencias del transmundo. No faltaron a los conquistadores pobres imágenes del caballero celestial y por doquier le consagraron ciudades, le elevaron iglesias y le dedicaron altares. Con la contextura vital hispana los indios recibieron de sus dominadores al Santiago Miles Christi". Obsérvese que para Sánchez Albornoz las tres "guerras" tienen similar legitimidad. De allí el tono imperial de su reivindicación del papel de Santiago. La mentalidad de cruzada constittuye la exacerbación de una visión maniquea, según la cual el "infiel" constituye el reflejo invertido de la autoimagen cristiana; sus defectos son la contrapartida perfecta de las virtudes de los cristianos: la imagen del enemigo en el espejo. Esta mentalidad se expresa muy claramente en la descripción de las "masacres" cometidas contra los infieles, donde la imagen favorita es la de la aniquilación total (ad nihilum) de toda la población; mujeres, viejos y niños incluidos. El placer por el derramiento de la sangre musulmana. La descripción de las matanzas en masa perpetradas por los cristianos contra los moros, copian el estilo de las crónicas de los cruzados en Tierra Santa. La mentalidad de cruzada entiendde pues la expulsión o el exterminio como las únicas formas posibles de relación entre los cristianos y los musulmanes. Supone, en última instancia, que la época de las alianzas de los príncipes cristianos con los moros para dirimir las disputas con otros reinos cristianos (como era habitual durante el período de los reinos taifas musulmanes, que siguió a la fragmentación del califato de Córdoba) va quedando atrás. Aunque no completamente. En 1236 cae Córdoba en manos criistianas y en 1248 Sevilla, la taifa más brillante y la heredera de Córdoba, como capital de al-Andalús. El avance cristiano prosigue brillantemente hasta la victoria de Río Salado y allí se detiene. Los benimerines, un grupo étnico tribal norafricano, ingresa a España por invitación cristiana. En la guerra entre Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho el Bravo, en 1282: "el padre llamó en su auxilio a los Banu Marín, de Africa, e incluso les dejó en prenda su propia corona; los africanos llegaron hasta la vega de Toledo, pues la Castilla de los cristianos se les entregaba casi como la Hispania de los godos. El hijo, por su parte, recurrió a los moros de Granada. Claro está que los Banu Marín no podían repetir la hazaña del siglo VIII y se volvieron a sus tierras al aproximarse el invierno, aunque la de los cristianos quedó como puede imaginarse. El aspecto que nos importa, sin embargo, es que cristianos de España no pudieran compaginar sus intereses ni ventilar sus discordias sin auxilio ajeno", narra Américo Castro en su clásico estudio Sobre el nombre y el quien de los españoles. Nótese que se trata de un conflicto entre castellanos: los campeones de la Reconquista buscando alianzas con los moros para dirimir sus diferencias en plena Gran Reconquista. Los monarcas cristianos de la Peenínsula se unifican por primera vez para hacer frente a la amenaza en que se tornan los benimerines, y con la derrota que infligen a los musulmanes consiguen ocupar Algeciras, la puerta de ingreso a la Península Ibérica para las fuerzas provenientes de Africa del Norte. Este triunfo cierra pues definitivamente la ruta a través de la cual durante medio milenio las tribus norafricanas habían ingresado una y otra vez a la Península para auxiliar a sus correligionarios andalusíes. En adelante, los musulmanes peninsulares quedan librados a sus fuerzas, cuando el territorio que ocupan se limita al pequeño reino de Granada, que, por otra parte, sobrevive apenas rindiendo vasallaje a los monarcas cristianos, pagándoles tributos: las parias. El fin del poderío islámico sobrre el suelo hispánico se produciría, finalmente, el mismo año del descubrimiento de América: 1492. Rendido el emirato de Granada, España es una y cristiana. Santiago es libre para cabalgar por los recién descubiertos campos de América. El discípulo más amado de Cristo, por su mansedumbre y dulzura, se convirtió así en el campeón de la unificación española, primero, y del avasallamiento imperial de América, después. Y así Santiago continúa su periplo en los Andes, repitiendo su secular enfrentamiento con moros e indios: Occidente contra Oriente y los Andes.
[1] Citado en CASTRO, Américo: La realidad histórica de España, p. 274. [2] El genial Luis Buñuel utilizó en su película "La Vía Láctea" el motivo formal del recorrido del Camino de Santiago por los peregrinos para trazar un cuadro alucinante de la heterodoxia religiosa en la historia de España. [3] Poliakov sitúa la difusión del culto a Santiago dentro del contexto mayor de la construcción de la mentalidad intolerante que culminaría en la guerra sin cuartel contra los musulmanes y las persecuciones, y matanzas, contra los judíos.
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