LUCIANO BONFICO

 

Inconsistencias Argumentativas en la Justificación de la Crueldad Humana hacia los Animales

 

Introducción  

             

 

            La necesidad de justificar sus propias acciones es una de las ocupaciones favoritas del ser humano. Un sinfín de pretextos ingeniosos y útiles para dar rienda suelta a su crueldad, a su codicia, a su avaricia, y también, lisa y llanamente, a su pereza son esgrimidos sin descanso por parte de quienes se benefician de algún modo, como consumidores o como explotadores del sufrimiento animal.

            ¿Usted se ha detenido a pensar alguna vez lo que es ser separado de su familia por la fuerza y encerrado en un zoológico para ser exhibido al público por el resto de su vida? ¿Usted piensa en lo que siente un animal cuando le arrancan su piel para convertirla en un abrigo? ¿Qué tal, si en vez de la brutal corrida de toros, se legaliza la corrida de humanos donde los actos de crueldad contra usted son el centro de atención de todo un estadio eufórico que con gritos y cánticos salvajes festejan cada chorro de sangre que brota de su cuerpo? Suponga que su cuerpo es utilizado para hacer investigaciones científicas, como las prácticas experimentales ocultas que le hacen a los animales, suponga que es usted el que es encerrado en una jaula de laboratorio a la espera de padecer las más inimaginables torturas físicas y psicológicas ¿Se ha puesto, alguna vez en su vida, en el lugar de los animales no humanos? Todas estas atrocidades sangrientas son sufridas por millones de animales año tras año, en todo el mundo frente a nuestros ojos, mas parece que nuestra sensibilidad humana permanece dormida.

            A lo largo de la historia, ninguna otra circunstancia ha estimulado tanto y de tan buen grado el ingenio argumentativo de la especie humana como el concerniente a por qué razón - y respaldados por qué derechos - capturan, torturan, explotan y suprimen la vida de otros seres vivos para beneficio propio. ¿Hay algo tan cruel cómo alimentarse del sufrimiento ajeno asesinando animales para convertirlo en su alimento? ¿Cómo esperamos obtener vida si diariamente nos alimentamos de la muerte? ¿Alguna vez reflexionó sobre la idea de que el pedazo de carne que hay en su plato podría ser un cadáver en estado de putrefacción? ¿Podría ser posible que en su trayecto a lo largo de la historia estuvieran los seres humanos mutando hacia una especie indeterminada de monstruosidad genérica, y que se hallara en franco trance involutivo? ¿Serán acaso, como supone en uno de sus recientes trabajos el filósofo argentino José María Silvestri [*], un puro error conceptual, un trágico malentendido, todas nuestras orgullosas ideas acerca de que nuestra especie se despliega evolutivamente -esto es, que va mejorando generación tras generación-? Seremos, después de todo, miembros de una especie que involuciona poco a poco rumbo a una animalidad siniestra. Tal vez, en algún recodo de nuestro futuro próximo, nos esté aguardando la inaudita imagen de nosotros mismos convertidos en seres depredadores y asesinos, no muy diferentes de nuestro ancestro cavernícola, pero, a diferencia de aquél, gratuitamente bestiales e innecesariamente implacables. Tal vez semejante crueldad y falta de respeto hacia la vida animal alimenta la violencia entre personas, pues quien maltrata a un animal muy poco le importan los demás seres vivos.

            Aunque resulte difícil de creer, el ser humano se encuentra tan ciego en esta cuestión que tiene ante sus propios ojos la muerte y el dolor, mas no puede ver ni sentir nada. Un pequeño porcentaje de seres humanos son los que conocen el significado de la palabra empatía y como si esto fuera poco, de aquellas personas que la conocen, son menos aún las que la ponen en práctica. La persona que come carne tiene diariamente en su plato de comida un pedazo de animal muerto y encuentra a la situación como lo más natural del mundo. ¿Tan indiferentes podemos estar frente a todo esto, o es que acaso por el hecho de que ellos no sean humanos se les niega el derecho a vivir?

            La triste prédica propagandística, que difunde el consumo de carne, repetida día y noche desde distintos medios, ha surtido efecto en las masas.

            Como subterfugio para su cruel accionar, el ser humano busca justificarse y concederse ciertos permisos, o convencerse a sí mismo de que matar y hacer sufrir a animales no humanos, después de todo no son cosas tan malas.

            Ahora bien, no contento con dar un solo argumento definitivo que justifique su crueldad, se ha fabricado decenas de ellos, los más representativos de los cuales serán explorados y cuestionados desde una perspectiva filosófica animalista según el siguiente orden expositivo: 

 

 

            Capítulo 1- Argumento Religioso.

 

            Capítulo 2- Argumento Racionalista-Antropocéntrico.

 

            Capítulo 3- Argumento Político-Económico.

 

            Capítulo 4- Argumento Ad-hominen.

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Notas Bibliográficas:

            * SILVESTRI, José María, Consideraciones acerca del Principio Anímico Humano, Editorial Tu Libertad, Mar del Plata, 1997. Página 73.

                                   

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo I: Argumento Religioso    

 

 

            Su principal característica consiste en invocar el prestigio de algún texto sagrado (como por ejemplo la Biblia) para continuar con la carnicería. De este modo, asesinar animales para consumo humano porque lo dice un texto sagrado quedaría avalado por la supuesta palabra divina. Dicha palabra estaría autorizando a la especie humana explícitamente a sacar provecho de los animales no humanos, como si se tratara de meros objetos al servicio nuestro. Tal y como lo proclama la Biblia según apelan muchos creyentes.

            Ante todo, la mera mención de un pasaje extraído del texto bíblico - o de cualquier otro texto que reclame para sí alguna inspiración de origen divino - no parece como argumento muy válido. La Biblia ordena a hacer muchísimas cosas que el defensor de esta idea no estará, seguramente, dispuesto a obedecer. No estaría, por ejemplo, dispuesto a seguir ciegamente el precepto de que su prójimo es tan importante como él mismo, o que los hijos de ese prójimo son tan importantes como los propios. Por otro lado, por qué habríamos de reconocer a la Biblia como único texto divino. De hecho cientos de millones de seres humanos son tan indiferentes al Pentateuco y a los evan1gelios, que si mañana mismo desapareciesen éstos por completo de la faz de la tierra, no experimentarían ninguna emoción perceptible. Si hemos, pues, de admitir como sustento de una conducta cruel el hecho de que el responsable de dicha conducta aduzca en su beneficio algún texto pretendidamente sagrado, nos encontraríamos enseguida con que hay centenares de textos antiguos, mucho más antiguos que la Biblia y por lo menos igual de respetables, que recomiendan a sus adeptos prácticas tales como los sacrificios humanos, el canibalismo, la rapiña y la guerra santa. ¿Vamos entonces a aceptar que invocando su peculiar fanatismo pueda cada fanático de este mundo hacer daño a discreción? Si la respuesta a este interrogante es “no”, entonces también deberá contestarse con un rotundo no a la pretensión de que se mate, y coma un animal bajo el repulsivo pretexto de que así me lo permite el Génesis. ¿Realmente lo dice, o acaso, cómo pueden creer que un texto sagrado sea manchado con la sangre de seres inocentes?

            Como apunté antes, no deja de resultar harto sospechosa esta adhesión radical de algunas personas a ciertos pasajes de la Biblia. Uno echaría de menos idéntico fervor cuando se tratara de seguir el mandato, bíblico también, de “no matar”, “no robar”, “no codiciar la mujer del prójimo”. Pero resulta que el mismo fervoroso adepto a comer cadáveres es completamente indiferente a genocidios masivos. Por ejemplo: ¿Se niegan o se han negado históricamente los cristianos obedientes a la Biblia a hacer la guerra o a exterminar a los nativos de un lugar? La respuesta es no. Tampoco se ha negado el Estado de Israel a usurpar las tierras del pueblo palestino y asesinar a sus niños que inocentemente intentan defenderse arrojando piedras a los tanques de guerra.

            Quiere decir que en esto de invocar a las Sagradas Escrituras hay mucho de oportunismo y de pereza mental. Entonces cuando ciertas personas nos quieran hacer creen que en la Biblia se dice que “el hombre” es el dueño y señor sobre los animales, podemos mandar a la chingada a esas personas y sus estúpidos argumentos.

            Una creencia que respete a los animales no puede avalar el consumo de carne a través de semejantes medios de explotación y matanza bestialmente crueles como son en la actualidad. Una creencia que respete la vida no puede difundir que se asesinan animales para convertirlos en alimento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo II: Argumento Racionalista-Antropocéntrico            

 

 

            ¿Por qué dar a éste el nombre de argumento racionalista? La razón es sencilla. El racionalista acrítico parte, en su trato con el mundo, de una premisa básica sobre la cual edifica toda consideración posterior. La premisa es ésta: Hay una estructura ordenada del universo de la cual su propia mente racional es un reflejo correlativo. Para el racionalista, entonces, el modo en que está construido y opera el universo en torno tiene por sustento una serie de relaciones inteligibles entre partes. Su mente deberá descubrir dichas relaciones a través de conceptos. Algunas partes estarán subsumidas en otras en relación de importancia variable de géneros y especies. Así, el ser humano pertenece a una especie que se encuentra subsumida en el género mamífero, subsumido a su vez en el concepto “más amplio” de animal. El idéntico proceder aplica dicho racionalista en relación con el mundo moral. Hay cosas más y menos valiosas de acuerdo a la escala que ocupen dentro de dicho mundo ordenado.                  

            Según este argumento la vaca ocupa un lugar inferior al del ser humano subordinado al beneficio de éste. Por lo tanto, para el racionalista, comerse un animal no es más que el acto por el cual una especie superior aprovecha a otra inferior (eso es su racionalización, hay que ver si al racionalista en su fuero interior le conviene que alguien superior se aproveche de él).

 

           

            Este argumento sostiene, en líneas generales que la superioridad intelectual que el ser humano exhibe respecto de los animales le estaría habilitando a disponer de ellos como de un botín de guerra. Capturarlos, matarlos y comérselos no sería un crimen, sino un derecho tan obvio e indiscutible como el de cambiar de lugar los muebles de la propia casa. Este curioso argumento de la “superioridad”, compromete, sin embargo, a sus defensores a un tipo de coherencia intelectual que pocos de ellos están dispuestos a seguir hasta sus últimas consecuencias. Porque si la mera superioridad de un ser cualquiera sobre otro es en verdad justificativo de la apropiación de la vida del segundo a manos del primero, cabe preguntarse si el victimario en cuestión, tan orgulloso de su superioridad, aceptaría como natural que un tercero superior a él lo esclavice y mate, o esclavice y mate a sus hijos. Casi con seguridad, el victimario estallará aquí en enojo al sentirse aludido, y enseguida modificará ligeramente el matiz de su discurso. Dirá que no es la superioridad de un ser humano respecto de otro, sino la de una especie respecto de la otra especie la que legitima su accionar. Esto es históricamente falso. Durante siglos, los seres humanos observaron impertérritos cómo la esclavitud se propagaba por el planeta. Y lo observaban tan indiferentes como asisten hoy a la matanza organizada, publicitada y comercializada de seres indefensos. Como puede verse, la costumbre de presenciar actos crueles - o de saber que estos se llevan a cabo - suele obrar a modo de anestésico de nuestras conciencias. Antes miraban los seres humanos cómo otros (siempre “los otros”), se dedicaban al tráfico de esclavos, y hoy, con idéntica pasividad, asisten sin una queja al tráfico vergonzoso de animales. Ello sin perjuicio de participar activamente de la matanza en calidad de consumidores de carne o en la utilización de abrigos de piel y de cosméticos probados en animales. Además, al argumentar que las especies superiores se comen a las inferiores, ¿una especie superior a la nuestra tendría derecho a eliminarnos a todos y a recolonizar el planeta?  Otro de los argumentos con el que se acostumbra sostener esta idea radica en invocar la cadena alimenticia y una presunta e inexorable ley de la vida, donde “el pez más grande se come al más chico”. Una ley de la vida, nada menos.

 

 

 

            Extrañamente, quienes habían enarbolado antes con tanta insistencia los estandartes de la superioridad intelectual humana sobre los animales, se llamará repentino silencio en este punto. Resulta que, a pesar de la zarandeada capacidad racional de nuestra especie, los miembros de ella estamos forzados a someternos servilmente a ciertas leyes biológicas solo porque estas mismas leyes someten al resto de los animales.  ¿Por qué hay que matar? Los consumidores de carne esgrimen el argumento de que si el tigre y otros animales salvajes matan para obtener la carne de sus presas por qué no habría de hacerlo también el ser humano. Pero, ¿no era “el hombre superior al tigre”, y, en consecuencia, capaz de sobrepasar las posibilidades simples, instintivas y limitadas de un tigre? Los propios argumentos del racionalista se contradicen notoriamente en este punto. Primero dice que somos superiores a los animales salvajes, ya que tienen posibilidades limitadas lo que los obliga a matar para comer y después nos dicen que el ser humano tiene que matar porque así lo hacen los otros animales. Entonces, si el ser humano asesina salvajemente animales para transformarlos en comida, también se encuentra muy limitado a la hora de alimentarse. Por lo visto no parece ser superior a las demás especies animales.

            Para mí es importante dejar en claro que las posibilidades de los animales no son simples y limitadas. Quiero hacer mención de un factor que muchas veces es olvidado por los seres humanos: se desconoce el lenguaje de los delfines y el significado del canto de las ballenas, se escucha cantar a los pájaros pero no se entiende su música así como se desconocen los misterios más recónditos que se esconden en el interior de la vida de los animales. Toda las observaciones y todo lo que pueda decir un humano contra la vida de las demás especies son meras conjeturas especistas. No tienen valor.

            Dicen que la mayor gloria humana sobre el planeta ha sido, es y será la de hallarse en condiciones mentales y espirituales de "derrotar" ciertas leyes de la naturaleza. La naturaleza produce virus y la medicina humana les hace frente (y se ufana de ello). La naturaleza produce lluvias y el ser humano, lejos de contentarse con mojarse a la intemperie, responde fabricando casas que no se inunden. La naturaleza produce escasez y el ser humano inventa la agricultura. La naturaleza impide volar y el ser humano derrota a la ley de la gravedad inventando aviones. La naturaleza invade sembradíos y el ser humano inventa diques. La naturaleza obnubila todo con el grueso velo de sus misterios más recónditos, y el ser humano inventa la ciencia. Todas estas cosas y muchas otras más hace la naturaleza sin que el ser humano se sienta forzado a obedecerle como esclavo. Así pues, no se diga que basta la sola existencia de una ley natural  para que deba el ser humano declararse esclavo de ella. Que no se diga que la cadena alimenticia no nos deja otra opción que comer cadáveres, no digamos que porque unos animales se comen a otros como una ley de la naturaleza entonces nos da derecho a nosotros a hacer lo mismo. Porque el punto es que jamás el ser humano ha seguido las leyes de la naturaleza mientras le conviene no hacerlo. Siempre que le conviene el ser humano “corrige" la escala natural de las leyes, las vence, las domina y las utiliza. Si no es capaz de vencer esta presunta ley que lo ata a la costumbre de asesinar para comer, es porque no quieren algunos y no les conviene a otros. ¿Desde cuando la ley de la vida es asesinar otras especies? Sería mucho más lógico llamarlo la ley de la muerte. Citando a la naturaleza podemos observar que no todos los animales necesitan matar a otras especies para alimentarse. Acaso se vio en la tan mencionada cadena alimenticia que las especies que no son carnívoras anden por ahí matando a otro animal para comérselo cuando estas no están provista de garras, ni colmillos. Yo veo mis manos y no son garras como la de un animal carnívoro, sino más bien las veo dotadas para recoger frutos y sembrar la tierra. Los dientes de los seres humanos no están preparados para triturar carne. Mi saliva e intestinos tampoco son adecuados para el consumo de carne.  Entonces, ¿Es por naturaleza que los seres humanos son depredadores y asesinos de otras vidas animales o simplemente es porque así lo quieren y así lo desean? Si fuera natural, la misma naturaleza nos habría provisto de saliva, intestinos , garras, y dientes adecuados. También se argumenta situando al hombre como elemento único del universo,  el ser humano como única especie racional (ninguna especie puede sufrir y sentir dolor como lo sentimos nosotros). La opinión de que los animales son autómatas la lanzó el filósofo francés René Descartes en el siglo XVII.

            En su libro sobre Liberación Animal, el profesor Singer dice que es obvio para la mayoría de la gente, entonces y ahora, que si clavamos sin anestesia un cuchillo afilado en el estómago de un perro, el perro sentirá dolor. Las leyes en la mayoría de los países civilizados confirman que esto es así prohibiendo la crueldad gratuita con los animales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo III: Argumento Político Económico          

 

 

            Aquí se argumenta que la abolición de la masacre y explotación animal sería contraproducente para la economía de un país. Sostiene, pues, este argumento que, con independencia del grado de compasión que la matanza de animales inspire a las personas sensibles, está bien claro que el andamiaje económico de un país moderno (sobre todo un país moderno de tradición agrícola ganadera tiene en el rubro carnes a uno de sus pilares fundamentales.          

 

 

            En efecto, los procesos de cría, reproducción y faenamiento, así como los de acarreo, congelamiento y comercialización (interna y externa) no solamente agregan al país en cuestión una masa nada desdeñable de inversiones, circulación de bienes y saldos exportables, sino que también, por añadidura, emplean en su proceso, a través de la contratación y promoción de servicios, a miles de asalariados y contratistas; éstos, a su vez, gastan luego en el mercado sus ganancias, lo cual beneficia entonces indirectamente a otros rubros del que hacer nacional y global. Todo esto es cierto. También es cierto que no se tienen en cuenta el medio ambiente y el respeto a la vida. Las consecuencias del afán de obtener dinero y el desarrollo de las economías capitalistas imperantes no benefician para nada al futuro de nuestro planeta.

            También es cierto que en la antigüedad y en el siglo pasado, la esclavitud de mano de obra (no muy diferente de la que impera hoy en el mercado libre, pero además abalada jurídicamente) era considerada inseparable del concepto de prosperidad que permitía crecer económicamente a esos países. ¿Habremos de justificar, entonces, aquellas y otras espantosas aberraciones legales y humanas solo porque su implementación sistemática resultaba ser beneficiosa para las economías respectivas? ¿Basta, acaso, a algo con ser necesario para ser también imprescindible y pretextable? ¿Realmente son los países los que crecen?, o nos hemos olvidado que son un pequeño grupo de personas los que se enriquecen y que el resto solo recoge las migajas sobrantes.                      

            En Estados Unidos, la supresión de la esclavitud conllevó la desaparición de toda una industria doméstica intensiva de cultivo algodonero, cuyas altísimas tasas de rentabilidad situaron durante décadas a la sociedad sureña de la Unión a la cabeza del mundo exportador internacional. Su influjo se extendía con magníficos tentáculos a todos los segmentos de la industria textil, la cual, por aquellos años, florecía en Lancashire, Inglaterra. ¿Justificaba, pues, este florecimiento la institución de la esclavitud?  Es de suponer que no muchos se atreverían a dar una respuesta afirmativa al anterior interrogante. Pero esos mismos que se hallan tan prontos a escandalizarse ante la esclavitud que practicaban sus abuelos, permanecen indiferentes cuando ante sus propias narices se diezma a toda una especie animal en provecho del comercio. Hasta los argumentos se parecen: la presunta superioridad de un ser sobre otro habilita al primero a esclavizar al segundo.

 

           

            De modo que despotricamos contra el fascismo que habla de razas superiores, pero pagamos y enriquecemos a gente para que mate animales por nosotros y nos lo sirva en un plato. Podría decirse que no hay diferencias ostensibles entre un racista que niega derechos a ciertas razas y un especista que niega derechos a ciertas especies animales.

            Peter Singer escribió en su libro de liberación animal que el racista viola el principio de igualdad al dar un peso mayor a los intereses de los miembros de su propia raza cuando hay un enfrentamiento entre sus intereses y los de otra raza. EL sexista viola el mismo principio al favorecer los intereses de su propio sexo. De un modo similar, el especista permite que los intereses de su propia especie predominen sobre los intereses esenciales de los miembros de otras especies. El modelo es idéntico en los tres casos.               

 

 

 

 

 

Capítulo IV: Argumento Ad-Hominen 

 

            Este argumento pretende desviar la atención del tema en cuestión (la matanza indiscriminada de seres indefensos) para centrarla en el grado de responsabilidad que a cada quien cabe en dicho accionar. Más que un intento por defender el punto de vista favorable al consumo de animales, o por refutar las razones científicas y filosóficas esgrimidas por el vegetarianismo y el veganismo, constituye, de principio a fin un mero cuestionamiento de la autoridad moral que asiste a sus interlocutores.  En lugar de reflexionar honestamente sobre lo indefendible del canibalismo, instala la discusión en torno de si es posible en todos los casos respetar la integridad de la naturaleza. Así, por ejemplo, un cultor del argumento ad-hominen responderá a su interlocutor en medio de cualquier debate con evasivas tales como esta: “Usted habla de no comer carne y de no matar vida, pero ¿acaso no están vivos los vegetales que usted arranca a la tierra para después ingerir? ¿No esta usted causando el mismo sufrimiento que yo?”.  Esta forma de argumentar es particularmente repulsiva para quien busca honradamente la verdad. Ante todo, cabe decir que ni en el mundo físico ni en el mundo moral es posible tapar un agujero con otro. Aún suponiendo ( y es mucho suponer) que fuesen equiparables ambos planos de análisis, ¿Desde cuándo es legítimo seguir practicando lo más campantes una injusticia sólo porque otras injusticias sean también practicadas? Resulta ridículo negarnos a ayudar a un necesitado sólo porque haya otros necesitados a quienes no nos es posible ayudar. La conclusión es clara: No se puede argumentar que porque una persona come vegetales se tienen que negar a ayudar a los animales. Además quienes esgrimen el argumento de la matanza de vegetales no se alimentan solo de carne sino que comen vegetales también. Por lo tanto matan dos especies y las personas vegetarianas solo una.       

 

 

 

 

 

 

Vivisección. La otra cara de la ciencia: la siniestra

 

 

            ¿Cuántos veces ha escuchado usted a lo largo de su vida el sesudo dictamen de que para curar a los humanos es imprescindible antes torturar y mutilar animales bajo pretexto de que quien lo hace está "investigando"? Pues bien, cuantas veces lo haya escuchado, otras tantas le han mentido. Si fueran sinceras, las empresas y los laboratorios responsables de tales prácticas confesarían que su cometido primordial no es ni el progreso, ni la ciencia, ni la preocupación por la salud del prójimo, sino pura y exclusivamente el afán de lucro elevado a una categoría de fetichismo. Ni más ni menos que el culto al dinero. Ahora bien, es justamente éste el único pretexto que jamás se utiliza, pues en vez de invocar las espectaculares ganancias que anualmente recaudan, nos hablan de servicio a la humanidad, antibióticos, salud pública y bienestar a raudales. Lo cierto es que para curar humanos no es imprescindible destruir ni torturar animales. Está comprobado hasta el cansancio que un medicamento probado en animales, cuyos organismos difieren diametralmente del nuestro, puede producir efectos secundarios inesperados y hasta perniciosos. De modo que, además de cruel, se trata de una práctica poco confiable y sometida a imprevistos sumamente desagradables (y por supuesto que poco difundidos) ¿Cómo puede alguien ser tan iluso de pensar que aquello que sirva o deje de servir como conclusión respecto de la respuesta fisiológica de un ratón, sirve también y deja de servir respecto de un organismo humano? ¿Debemos admitir que sigan siendo torturados nuestros amigos del reino animal para que así puedan unos cuantos mega laboratorios y multinacionales cosmetológicas continuar sobornando la inconsciencia o la crasa ignorancia de los médicos? ¿Hasta cuándo debemos tolerar la impúdica bonanza comercial que beneficia a cientos de anónimos consorcios con la excusa de prolongar la juventud de las maduras y de disminuir la fealdad de las feas?

            Como he dicho antes, hay un sinfín de casos que prueban hasta qué punto dista de ser confiable la técnica utilizada en cada experimento. De hecho, LOS RESULTADOS CON ANIMALES NO SON EXTRAPOLABLES A LOS HUMANOS, puesto que son a tal punto distintas nuestras fisiologías que resulta sobremanera peligroso, cuando no irrelevante, dar por sentado el valor paritario de una reacción química en uno y otro caso. Si nos parecemos en algo, es en que todos somos sensibles al sufrimiento. ¿Quién aceptaría llamar a esto ciencia si no mediaran tamañas ganancias? Se trata de algo tan artificial y supervisado en un ambiente tan ajeno a la naturaleza en estado puro, que las conclusiones extraídas carecen por lo general de todo valor científico. Cada especie responde de forma diferente, conque resulta azaroso y hasta de un optimismo ridículo fiarnos de tales prácticas "autorizadas". A fuer de sinceros, los programas educativos vigentes se hayan atiborrados a tal punto de contenidos innecesarios, que no deja de llamar poderosamente la atención el hecho escandaloso de que niños en plena fase de gestación se hallen desprovistos de información concerniente al sufrimiento ajeno. Una tabla de logaritmos, un teorema geométrico o la descripción anatómica de un artrópodo son cosas que bien pueden aprenderse a cualquier edad. Pero en materia de vivencias éticas y postulados de conducta, empezar tarde equivale, en esta vida, a empezar mal. Difícilmente una persona siendo cruel a los veinte vaya a dejar de serlo al cumplir los treinta. De modo que es preciso enseñar a los niños desde la más tierna edad el respeto por los animales y por el medio ambiente. Mas, ¿con qué nos encontramos a diario en las aulas? Con disquisiciones a menudo ociosas sobre la más variada gama de temas, menos aquellos que afectan directamente a la calidad de vida en nuestra sociedad. Por ejemplo: se fuerza a los alumnos a estudiar fisiología, pero jamás se les indica la conveniencia de aplicar dichos conocimientos al propio cuerpo. Así es como nos encontramos con adultos de treinta que se alimentaban mal ya en los recreos de su infancia. Lo que se debería educar de forma prioritaria en las escuelas es la SENSIBILIDAD AL SUFRIMIENTO DE OTROS SERES VIVOS, Y EL RESPETO A LA VIDA.

 

 

Desterrar la bárbara práctica de flagelar animales so pretexto de impartir una información científica debe ser un objetivo irrenunciable a conseguirse en nuestro vetusto sistema pedagógico. ¿Beneficia en algo a un púber conocer al dedillo el sistema digestivo de una medusa si concluida la explicación pertinente sale al recreo para comprar y digerir un sándwich cuyo ingrediente principal es carne muerta, conservada químicamente y proveniente de un animal que, en su vida, fue nutrido a base de hormonas? (Independientemente que lo beneficie, ya es un acto criminal el hecho de torturar a un ser vivo). Tengan ustedes por seguro que los niños no aprenderán menos observando una lámina en un libro que contemplando mecánicamente y sin el menor interés cómo un insensible profesor con ínfulas científicas tortura a un ser indefenso. Lo único que le conferiría derecho a hacerlo sería estar en condiciones de soportar idéntico tormento, no digamos ya en sus vísceras, sino solamente en un dedo de su criminal mano vivisectora. No es de extrañar, habida cuenta de que ese docente o médico al frente de la clase presenció en su infancia o en la facultad similares procedimientos bajo la excusa de ser formado científicamente.

            Como bien queda establecido en múltiples trabajos publicados en Internet por colegas defensores de los derechos animales (y en los cuales está basado un buen número de conceptos esgrimidos a continuación), la improvisación, la petulancia y el diletantismo están a la orden del día. Someter animales a operaciones que no necesitan, o bien proceder a su cautiverio para inocular en ellos enfermedades "a la carta" y así poder luego utilizarlos como "modelos de investigación" de nuestras propias enfermedades constituye -aparte de una atrocidad moral- una aberración médica y científica. Ello porque las reacciones a los fármacos y las enfermedades o traumas inducidos violenta y artificialmente a animales de otras especies son distintas y no guardan relación con las enfermedades que se desarrollan espontáneamente en el ser humano. La práctica de la vivisección posibilita la proliferación de medicamentos y de otros productos, ya que son coartadas legales que permiten dar una falsa sensación de seguridad al usuario. Este ignora casi siempre que los "nuevos" fármacos y productos de cosmética y consumo general -obtenidos para reemplazar a los que vaan siendo retirados cuando se manifiestan los daños o "efectos secundarios" que producen- a veces se comercializan a pesar de producir cáncer y diversos tipos de tumores en animales, debido a la absoluta carencia de validez de tales experimentos.

            El siguiente relato es publicado en Internet por un activista de liberación animal: "Le atan a una mesa, su cabeza es introducida en un casco con cemento donde le dejan un conducto para respirar... El casco se engancha a un pistón que, con periodicidad maniática e insoportable, se dispara, produciendo el choque, seco, del cerebro del mono, totalmente despierto, con las paredes de su cráneo. Tras incontables pruebas (pueden durar días, semanas, meses y años), se quita el cemento a martillazos, entre el cachondeo de los presentes. Mientras el animal agoniza, se oye música rock desde el casette a toda tralla, un "doctor" entra fumando y otro analiza las heridas del animal, pipa encendida en boca, en la habitación "esterilizada". Un último doctor comenta entre risas: "Esperemos que esta cinta no llegue a los defensores de los animales". Otro mono, con una cicatriz a lo largo de la cabeza, sufre repetitivos espasmos, mientras la investigadora, con cara feliz, le sujeta haciéndole mirar a la cámara..."

            Lo cierto es que muchos médicos se han "revelado" contra este horrendo "dogma" cuasi-infranqueable de la medicina, y consideran que actualmente la experimentación animal, a excepción de casos muy concretos, no es necesaria, siendo hasta peligroso su uso como base para obtener medicamentos. El grado de profundidad con que la prédica y el dinero de estas multinacionales ha corrompido y corrompe el espíritu de individuos supuestamente preparados para la especulación filosófica quedará en evidencia con un par de ejemplos. La fuente donde los mismos son citados pertenece a una valiosa compilación efectuada por Adela Pisarevsky, adalid indiscutida del activismo en favor de la liberación animal.

            Resulta ser que un renombrado catedrático de la EHU-UPV asevera que ««existe una estimación de que el 20 de las personas viven gracias a la experimentación con animales»» y basa esta afirmación en el hecho de que ««las vacunas infantiles y los antibióticos se desarrollaron a partir de este tipo de experiencias, lo que redujo notablemente la mortandad entre los niños»». Adela dice que aunque esto sea cierto, ¡está totalmente carente de ética! ¿Qué derecho tiene nadie de invadir el territorio de alguna especie, CAPTURARLOS, TRATARLOS COMO BASURAS, METERLOS EN JAULITAS EN QUE NI SE PUEDE DAR UN PASO, Y SACARLOS CADA VEZ QUE QUIERAN (MIENTRAS ESTÁN VIVOS), CORTARLOS, QUEMARLOS, HERVIRLOS, IRRADIARLOS, y un sinfín de más barbaridades?

            Pelayo escribió: ««Jurídicamente, la diferencia es que el ser humano está revestido de dignidad»». Mi estimado Pelayo: ¿Sería usted tan gentil de precisar exactamente en qué consiste esa hipotética dignidad humana a la que usted hace referencia? Y le ruego no me salga con el remañido cuento de "los hijos de un padre bueno y celestial que habita en las alturas". Haga usted esto último y renunciaré a convencerlo, por lo mismo que renunciaría a convencer a un fanático del fútbol de que debe cambiar de divisa. Si, en vez, aduce usted algún tipo de "dignidad" fincada en la superioridad intelectual humana, tenga a bien precisar el grado de derechos que adquiere sobre otra persona alguien que la supere intelectualmente. Por ejemplo, ¿conlleva tal superioridad el derecho a oprimirla y a torturarla y a despedazarla? Piense usted detenidamente su respuesta. Pues podría alguien citar unas cuantas personas más inteligentes que usted, quienes invocando la misma licitud jurídica de la que usted se siente campeón, estuviesen dispuestos a esclavizarle y torturarle y despedazarle.

 

 

 

 

 

 

 

La esterilización, ¿un mal menor?

           

 

            Me siento obligado a poner a todos y todas ustedes al tanto de una serie de pensamientos e ideas que he estado rumiando sin tregua desde hace unas cuantas semanas. Ni qué decir que considero a éste un tema crucial de debate entre gente que, como la mayoría de nosotros y nosotras, ha hecho y hace de la militancia en favor de los derechos de nuestros hermanos y hermanas animales, un estandarte de lucha y reivindicación tan importante como cualquier otro emprendimiento similar referido a seres humanos. ¿Qué otro motivo sino éste es el que inspira nuestro proclamado anti-especismo? ¿Acaso nos contamos entre aquellas personas para quienes profesar una idea es más una cuestión de lengua y tribuna que una cuestión de actos y compromiso? Porque y esto debo decirlo a riesgo de mal quistarme con muchas personas, en lo que a mí concierne, advierto una contradicción flagrante entre la prédica anti-especista y la aceptación dócil del postulado según el cual sabemos qué cosa conviene a esa especie mejor que los miembros que la integran (por ejemplo, sabemos cuales gatos podrán reproducirse y cuales no, y por añadidura, como he escuchado decir, también sabemos... ¡que no sufren cuando son castrados!).

            La esterilización afecta al animal mismo en su totalidad. El animal no es un mero espíritu envasado en un cuerpo-instrumento, a través del cual funciona. El animal es también, al igual que nosotros, un espíritu encarnado. Todo lo que hagamos a su cuerpo o a parte de él, se lo hacemos a todo su ser. A menos que perpetuemos la medieval superstición de que los animales carecen de espíritu y de inteligencia.                                                                                              

            Cualquier cosa que afecta su fisiología orgánica afectará tarde o temprano ese elemento intangible de su naturaleza al que llamamos comportamiento.                                   

           ¿Quién se atrevería, entre nosotros, a pasar por alto la verdad de este principio: Respetar el cuerpo de los seres vivos si en verdad queremos respetar su espíritu, puesto que ese cuerpo y ese espíritu no son más que partículas del gran universo vivo que a todos nos acoge?

            Amigos y amigas ¿No estaremos errando el blanco? ¿No estaremos tragándonos la zanahoria que quieren que nos traguemos los intereses creados por laboratorios, farmacopeas, etc? Digo esto porque me llama la atención que, en vez de enfatizar la necesidad de poner coto a la cruel explotación de animales con fines experimentales (vivisección), y de combatir la imbécil desaprensión de muchos particulares a quienes una mascota divierte en primavera y fastidia en invierno, nos empeñamos en castigar a la población gatuna en lugar de castigar a quienes la hacen sufrir y lucran con ella. Para colmo de males, han encontrado en los últimos tiempos a personas que, sin cobrar un centavo, se encargan de emparcharles el sistema cada vez que alguien pronuncia la palabra "sobrepoblación".

            Esta ha sido mi introducción al tema, a la que continuará un análisis pormenorizado de la situación actual, junto con el único punto de vista que no puede faltar en dicho análisis: el punto de vista de la víctima.

            Yo era un gato de la calle. Mi vida transcurría tranquila y apacible en esa tibia rutina cotidiana (que hoy me parece un paraíso perdido para siempre) del Jardín Botánico. Ello me bastaba para ser feliz. Trepar a los árboles, ver como a veces se acercaban niños y niñas para regalarme una caricia tierna sobre mi lomo corvado y tiritante era para mi el regocijo de cada día. Si, por añadidura, alguna anciana me acercaba un plato de comida, entonces conocía yo lo que es el colmo de la dicha, y aún sin poder manifestárselo en palabras, se llevaba esa persona la gratitud de mi corazón. ¡Jamás uno de nosotros olvida una cara! Pero un día sentí unos pasos detrás mío. No eran los pasos de siempre, y un instinto profundo recorrió mi cuerpo como el gélido terror de un latigazo. ¡Habían sido aquellos mis últimos segundos de dicha en la tierra! Cuando quise defenderme, era ya tarde. Una mano implacable me asía del lomo como un paquete inerte y sin valor. Antes de darme cuenta me hallaba en compañía de otros gatos en el interior frío y oscuro de un camión. ¡Hombres! Los demás gatos me contaron que nos dirigíamos a un lugar siniestro, cuya descripción me pareció en un primer momento exagerada.  ¿No irían tal vez a darnos comida a todos para después devolvernos sanos, salvos y ahítos a nuestra morada común? Ahora comprendo lo inocente que es un ser antes de la tortura. A decir verdad, ninguno de nosotros había estado antes en un tal lugar, mas los rumores difundidos en nuestros aquelarres felinos daban cuenta de lo espantosamente cambiados que regresaban tantísimos compañeros de ruta varias veces al año. Decían mis mayores que un día te llevaban, y que no volvías a ser el mismo nunca una vez que habías vuelto. Que te volvías mustio y pasivo, gordo y pesado, temeroso e indiferente a nuestros queridos juegos de malabares y volteretas, y, lo más extraño de todo, también a las gatas.  Llegados al lugar, una voz autoritaria golpeó nuestros oídos, mientras otras manos nos forzaban a salir del camión en dirección a un lugar como jamás antes había yo visto. Sentía el terror dentro mío y el terror paraliza. Por ello es que muchos de nosotros quedaban rezagados sin atinar a defensa alguna ni a moverse. Ello impulsó a nuestros captores a golpearnos entre risotadas e improperios. A mí me pusieron sobre una mesa fría con mis cuatro patas atadas y comenzaron a hacerme cosas extrañas con pinzas y tijeras. Allí se confunden mis recuerdos como en un pozo oscuro de pánico y dolor. Lo siguiente que alcanza mi memoria, con el cuerpo completamente inmovilizado, es el ruido estentóreo de una voz de alguien que dijo ser médico e informó sin darle importancia de la gravedad de mis hemorragias y que algo no había salido tan bien, pero que después de todo yo era un gato de la calle, y de última podrían botarme en un tacho de basura si la operación se complicaba. A partir de ahí todo fue vertiginoso. Mi recuerdo lo ocupa íntegramente un dolor intenso y luego insoportable. ¿Dónde estaban que no venían y me ayudaban esas personas que me acariciaban y alimentaban cuando todo era para mí regocijo y calma? ¿Por qué me dejan solo? Si antes podían acariciarme y mimarme, ¿Por qué no me liberan ahora? Ahora entiendo por qué los animales necesitamos menos amantes y más liberacionistas. Las personas nos aman solo en las buenas, pero cuando dicho amor requiere un compromiso se borran.

            El recuerdo de aquella pesadilla se confunde con la perdida la sensación corporal y la insensibilización total de mi vientre. ¡Como hubiese querido no estar allí y volver junto a aquél amigo humano de aquellas hermosas tardes, cuando a la distancia le veía llegar y partía raudo a su encuentro, dando brincos de bienvenida y cariño! Pero él no estaba, y mis captores no se les parecían en nada.  El dolor, lacerante, reaparecía, y junto con él mi conciencia, al rato de cesar la operación. Nunca podré olvidar cuando estiraron mi cuerpo y ataron mis cuatro patas, empleando sobre mis carnes el frío rigor de algún instrumento que no puedo describir porque no lo vi, pero cuyo efecto sobre mí era la viva sensación de que una parte de mí mismo sería cortada y arrancada. Hurgué en mi memoria tratando de recordar cuándo y cómo había yo dañado a estas gentes para que me propinaran suplicio tan atroz. Pero por mucho que busqué y rebusqué, no pude localizar en mis días anteriores la menor ofensa hacia ellos. Por el contrario, tenía yo hasta ese día, la sospecha de que les caía bien y que podía confiar en ellos. También me quemaron, en cuatro o cinco oportunidades, con algún instrumento metálico. Tampoco lo vi, pero la sensación era de que apoyaban sobre mí algún filo ardiente y penetrante. No un cigarrillo que se aplasta, sino algo parecido a un clavo calentado al rojo, como aquel con el que una vez había lastimado mi patita y cuyo dolor había ido cediendo con el correr de los días.
Luego me arrojaron de nuevo a la calle. Ya era un gato castrado. Ya no molestaría a nadie con mis instintos copulatorios. Desde entonces siento que la muerte camina a mi lado, y no se borran de mi mente aquellas imágenes mientras aquella mano aleve cercenaba para siempre una parte mía. Mi pesadilla aún no ha concluido. Cierto es que ya pasó la operación, pero, ¿saben una cosa? Alucino cada noche con ella, a veces despierto y otras en sueños.
Ahora el miedo es mi único compañero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Diez argumentos en la justificación de comer carne

Vs.

Diez contra argumentos

 

 

Argumento I:

Una persona que come carne argumenta "porque me gusta, me encanta comer carne, es deliciosa”. Digamos que la carne tiene un sabor delicioso. Ahora bien, desde ese punto de vista si alguien descubre que la carne humana también es deliciosa, no por eso vamos a criar y matar humanos para saciar el gusto caprichoso de nuestros paladares. Por el mero hecho de que algo nos guste no nos da derecho a lastimar a otros seres vivos. No se puede justificar una acción por la mera predilección del placer que nos provoca.

 

Argumento II:

Otra respuesta curiosa para justificar la cría de animales es cuando argumentan que estos animales son criados y alimentados por los humanos y que su calidad de vida es mejor que muchas personas pobres que no viven en la miseria. ¿Cómo se puede hablar tan siquiera de una calidad de vida cuando los animales nunca pueden elegir entre la vida y la muerte cada vez que tu decides comerlos? Aún así, el hecho de que supuestamente (y esto es mucho suponer) estén menos mal que otros no quiere decir que estén bien. Usando el mismo punto de vista se puede argumentar que los esclavos del siglo pasado estaban menos mal que las miles de personas que hoy día mueren por las políticas de hambre implementadas a través de políticas capitalistas, mas que estén menos mal los esclavos que  personas que mueren de hambre no nos da derecho a justificar la esclavitud.

 

Argumento III:

Otro argumento es que a la hora de comer no nos podemos dar el lujo de elegir con que alimentarnos y despreciar la carne. Lo curioso es que quienes esgrimen este argumento no son aquellas personas hambrientas que viven en la calle y no tienen nada que comer.

¿Realmente estamos sobreviviendo y no tenemos ninguna alternativa nutricia a la carne?

Argumentar que la carne es lo único que hay para comer y sobrevivir se trata de una falsa opción producida por la pereza que conlleva un largo hábito alimenticio y la natural inercia con que dicho hábito es incorporado a nuestra vida diaria.

 

Argumento IV:

Argumento de la cadena alimenticia.

Por qué comer carne sigo preguntando a las personas intentando encontrar una respuesta coherente y sincera. Muchas veces me responden que hay una cadena alimenticia donde al comerse los animales unos a otros se crea un equilibrio entre las distintas especies. Es cierto que hay una cadena alimenticia como así también es cierto que en ella encontramos animales carnívoros, omnívoros, herbívoros, etc. Pareciera ser que el mero hecho de la existencia de una cadena alimenticia nos obliga a estar sometidos a comer carne. No todos necesitan sobrevivir o comer carne para vivir y formar parte de esa cadena, o mejor dicho: Para formar parte de una cadena alimenticia no es necesario comer carne. Sino aquellos animales herbívoros y frugívoros estarían fuera de dicha cadena o ecosistema.

La existencia de una cadena alimenticia es cierta. Lo falso es el rol carnívoro que nos quieren hacer creer que cumplimos en dicha cadena.

 

Argumento V:

Una respuesta condecorada de pereza mental a la hora de argumentar la matanza de animales para comerlos es que la supuesta superioridad del ser humano sobre otras especies les da derecho a hacer lo que quiera con sus vidas, permitiéndosele así al ser humano: cazarlos, usar sus pieles, entretenerse con animales de circo y acuarios, encerrarlos, torturarlos, practicar vivisecciones, cocinarlos, descuartizarlos, asarlos, sazonarlos y comerlos. Según este argumento los fuertes se comen a los débiles. El mismo argumento que esgrime el fascismo. Interesantísimo este punto. Esto es cierto, de hecho no solamente entre humanos y animales, sino que entre mismos humanos se matan por dinero, poder, etc. O sea que nos dicen que ya es algo inherente al ser humano contra lo que no se puede hacer nada. Ahora bien, ¿por el mero hecho que algo sea de una determinada manera realmente no se puede cambiar?, ¿podemos hacer algo para intentar cambiarlo o por el hecho de que sea así debemos resignarnos a eso para siempre?  ¿Si nos conformamos con que sea así, donde está nuestro espíritu de lucha? La mera lectura de la realidad no tiene por que esclavizarnos a ella. En el sentido de que el hecho de que algo ocurra no necesariamente convalida dicha circunstancia. Por lo tanto vemos que no es un argumento válido para seguir comiendo carne.

 

Argumento VI:

 Una respuesta muy simpática de algunas personas que comen carne es: "¿Y que le voy a hacer señor? Es que a mí no me gustan los vegetales".

La refutación a este punto es doble y progresiva: en primer lugar puede tratar de hacérsele entender a quien esto aduce, que está pasando por alto el hecho evidente y fácilmente comprobable con solo ir a una verdulería de que las opciones vegetarianas exceden largamente los de cualquier otro tipo de dieta, pues al hablar de vegetales estamos haciendo referencia a un espectro amplísimo de posibilidades que incluyen granos, locro, calabazas rellenas con queso tofu, legumbres, una sinfín variedad de frutas, pastas, harinas integrales, tempeh, seitán, falafel, rollos de arroz con pepinos, paltas y algas marinas, pastel de papas y espinacas, arroz integral con verduras, tartas de choclo, tartas de verduras, empanadas vegetarianas, frutas secas, leche de soja y sus múltiples derivados. A esto puede muy bien el interpelado responder que reconoce la validez de mí replica, pero aún así no alcanza para modificar lo que él considera lo que es un estilo de vida que le permite sentarse contento a la mesa. A lo que yo podría responder que el hecho de que la dieta vegana no conforme a los caprichos de su especista paladar no es razón suficiente para sentirte habilitado a comer animales. ¿A ver si se está muriendo de hambre y solo tiene frutas y verduras para comer si va a estar quejándose y chillando porque no tiene carne? Porque como bien sabemos el consumo de carne contribuye a la permanencia del hambre mundial por la distribución de los granos por manos de inmensos capitales para alimentar al ganado cuando se podría directamente usar esos granos para que la gente se alimente y no así como actualmente son utilizados para la cría intensiva de ganado. El consumo de carne contribuye también a la degradación del medio ambiente por los desechos de los miles de cadáveres de animales que en estado de putrefacción son arrojados a los ríos y los mares, la contaminación y polución de los suelos, entre otras cosas.

 

Argumento VII:

Otra respuesta sobremanera compleja para justificar el consumo de carne es cuando una persona dice: "En mis valores éticos no entran en consideración ninguna vida que no pertenezca a la especie humana." Desde la perspectiva de esta argumentación otra persona puede también justificar el asesinato de humanos que no tengan color de piel blanca y sangre aria diciendo que en sus valores éticos no entran en consideración ninguna vida que no pertenezca a dicha raza aria. Vemos que la analogía en los argumentos es una réplica perfecta. ¿Esto les dice algo? ¿Les gustaría se asesinados por un ser que se siente superior a ustedes?

 

Argumento VIII:

Analicemos esta respuesta: "Es que la carne es lo único que me gusta comer". Aquí se trata solo de satisfacer el paladar y no de comer como una necesidad que requiere el organismo. Todo mi contra argumento se apoya en el hecho de que cualquier consideración dietaria debe tener en cuenta, mas que el regodeo voluptuoso del paladar, la eficacia intrínseca con que los elementos ingeridos energizan mi organismo. Y esta muy claro que la calidad de energía suministrado por un alimento proteico de origen vegetal es muy superior al de idéntica cantidad proteica proveniente del mundo animal. Porque un alimento, como cualquier otra cosa en el mundo, debe ser evaluado tanto por los beneficios que conlleva como los perjuicios que apareja. Aún así, suponiendo que ambos alimentos de origen animal y vegetal fueran igual en cantidades proteicas, hay una notoria diferencia en parámetros éticos. Si seguimos profundizando nos encontramos con otro argumento y es el que dice que: "Esta bien comer carne animal siempre y cuando no se abuse, que no sean especies en extinción”. ¿O sea que entonces también podemos asesinar humanos porque no son especie en extinción? A lo que muy inteligentemente me podrían argumentan que se puede comer carne porque no hay ninguna ley que lo prohíba. Aquí puedo decir que justamente de eso se trata, que las leyes humanas están hechas para beneficio de los humanos y no de las demás especies animales. No se trata de seguir ciegamente lo que dicta la ley, se trata de usar el cerebro y darnos cuenta del trato respetuoso que debemos darle a los animales no humanos.

 

Argumento IX:

Muchos creyentes dicen que en la Biblia está escrito que el hombre es el dueño y señor sobre los animales; que están ahí para ser utilizados por el ser humano. Si usted es creyente, también tiene que reconocer que en ningún lugar de la Biblia está escrito que se deba permitir la brutal crueldad de la especie humana hacia los animales no humanos. Supongamos que en algún lugar de la Biblia dice que se puede comer carne. Primero que lo que dice la Biblia no es pretexto válido para infligir sufrimiento a otro ser vivo animal que siente y sufre igual que nosotros. Y segundo que en caso de ser creyente tiene que entender que en ningún lado de la Biblia dice que los medios de explotación y matanza sean bestiales y crueles como son en la actualidad. Ni que los animales sean tratados de esta forma para que después el "inocente y simpático" consumidor vaya a las góndolas de los supermercados a buscar su carne toda iluminada, arreglada y empaquetada lista para cocinar y servir a la mesa. Refugiarse en un Dios para justificar el sacrificio de animales y comérselos es un acto cruel, estúpido e ignorante.

 

Argumento X:

Muchas veces en mis pláticas con personas que comen carne profundizo más su cruel forma de accionar y cuando les hago dicha pregunta de por qué comen carne llego al encuentro con estas respuestas: "Comer carne es más fuerte que yo, porque me gusta, me encanta", luego les pregunto si alguna vez se pusieron a pensar o si se preguntaron si al comer carne están matando animales, a lo que me responden: "Sí, y me dan lástima las vaquitas, pero a pesar de eso las como porque me gusta, es más fuerte que yo el gusto de la carne que el sufrimiento del animal". Digamos que en ningún momento la persona que come carne disfruta viendo como matan a una vaca ni que sus intenciones son que sufra, ¿pero cómo se puede argumentar y justificar matar a alguien siempre y cuando si al matarlo no disfrutamos con dicha acción? ¿Que la persona que come carne no disfrute con el sufrimiento animal, acaso es pretexto válido para matar? Otra respuesta muy común es: "simplemente me estoy alimentando como cualquier otra persona", ¿Qué muchas personas contaminen el medio ambiente me da derecho a mí también a hacerlo? Vemos que es muy claro que no es un argumento sólido decir que algo lo hace mucha gente. También dicen: "Es más fuerte que yo el sabor de la carne" ¿Tan débil es el ser humano que el paladar maneja al cerebro y al corazón? Veamos esta respuesta: "si todo el mundo lo hace no lo veo mal", "es una costumbre que es parte de la cultura de mi país". "Comer carne está mas allá del bien y el mal porque desde nuestra más temprana edad nos educan diciendo que comer carne está bien" Ahora bien, si en tu más temprana edad no sabías todo esto es entendible, pero ahora que ya no estás más en tu más temprana edad ya no puedes decir que no lo sabes. A veces me responden en forma defensiva "No es que me guste matar  por deporte o por diversión es solo para comer" (No se trata de matar por deporte o por diversión, se trata nada más y nada menos que de matar!), ¿A usted le gustaría que ni lo cacen, ni lo maten por deporte o por diversión, ni para usar su piel de abrigo, pero que justifiquen su asesinato diciendo que lo mataron para usarlo de alimento? Muchas veces cuando tengo que definir lo que es el bien y el mal me pongo de ejemplo que cosa no me gustaría que me hagan, entonces si a mí no me gusta que me matan para comer por que lo haría yo a los animales de otras especies? Si todos sabemos que no es necesario comer animales para vivir. También dicen que a los animales los matan sin dolor, que no sufre el animal, no se da cuenta de nada. (En ese "no se dan cuenta de nada" de vuelta se repite la inconsistencia anterior. No se trata de matar con dolor o matar sin dolor. Se trata de respetar la vida y los derechos de un ser viviente y sintiente. El terror que produce la muerte en los seres vivos no está referido solamente al dolor eventual que provoca dicha muerte, sino a la espantosa certidumbre de la aniquilación y supresión de todas sus posibilidades futuras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Frutarianismo: El despertar hacia una nueva forma de vida

 

            Escribo estas líneas con el propósito de ofrecer apoyo a aquellas personas que quieren mejorar la calidad de sus vidas y fortalecer sus convicciones respecto de la necesidad de obrar a toda hora como amigos de los animales y la naturaleza mas nunca más como sus principales enemigos. Reconozco no tener a mano todas las respuestas ni ser poseedor de un conocimiento absoluto sobre temas de salud, alimentación y nutrición, pero pongo en juego mi máximo esfuerzo en aprovechar las enseñanzas que la Madre Naturaleza prodiga a manos llenas como un manantial cristalino de sabiduría, y a la cual agradezco haberme mostrado la senda de una vida sana, plena de energía, amor y respeto los animales. Quisiera que en mis palabras halles el ambage de una caricia lúdica, y que el leerlas despierte dentro tuyo lo que en durante tanto tiempo yació en mi alma, dormido y a la espera de una voz que le dijese como a Lázaro: "Levántate y anda". Nadie mejor que tú conoce tu cuerpo.

            Muchas personas, no obstante ello, estarían dispuestas a escuchar y obedecer los consejos más disparatados y arbitrarios emanados de mentes rutinarias, cuya única prenda de autoridad es haber aprobado unos cuantos exámenes académicos y haber obtenido al cabo el derecho al pedante atavío de una bata blanca, y a la portación de un estetoscopio, sugerentemente enroscado al cuello como una pitón (¿para estrangular a quién?).

            Ahora bien, carece de sentido prestar oídos a los consejos que la medicina imparte a sus ciegos usuarios, cuando desoímos estúpida y continuamente el mágico tic-tac de ese infalible cronómetro alojado en nuestras vísceras. Sin embargo si elegís escuchar lo que otras personas quieren decir sobre salud o sobre que alimento debes ingerir, ¿no es mejor acaso que los consejos vengan de personas sanas y desinteresadas económicamente? Esto tiene más sentido, ¿eh?. Pues, por ejemplo, si vos vas a un gimnasio, ¿escucharías los consejos de una persona aquejada de una notoria falta de estado?, ¿o te acercarías a aquellas que lucen un cuerpo armónico, enérgico, natural y radiante de vida? Entonces, ¿por qué hacemos caso como si de algo sagrado se tratase cada vez que lo dice un doctor o una doctora?. Anda y párate a la puerta de cualquier hospital y podrás ver toda clase de doctores y doctoras con ridículos abdómenes convertidos en nichos de cadáveres de animales y fumando como chimeneas. ¿Eso no te dice nada? Los doctores y las doctoras de la medicina saben muy poco sobre salud. No es culpa de ellos. Jamás ha sido el de la salud un tema que interese en las Universidades de Medicina, puesto que los programas allí vigentes versan casi en su mayoría sobre el modo de restablecer la salud y no sobre el modo de adquirirla o preservarla. Conque lo que se estudian son terapias destinado a la utilización de farmacopea (que en buen romance no es otra cosa que el multimillonario negocio de las drogas legales).

            La pregunta es, entonces, ¿para qué están los doctores? ¿Por qué crees que llaman a lo que hacen "una práctica"?. Tal vez estén experimentando sus drogas en nuestros cuerpos y aún no nos hemos dado cuenta (es probable que ni siquiera ellos se den cuenta). Pareciera que tampoco hemos caído en la cuenta de que a través de prácticas tales llevadas a cabo sistemáticamente sobre la población de enfermos dóciles,  la gente se cura de dos cosas y se enferma de otras cinco para terminar convirtiéndose en boticas ambulantes.

            Es la hora señalada, el mágico signo de los tiempos, para empezar a auscultar atentamente el estruendoso clamor que baja en oleadas de nuestros cuerpos. En cuanto a la tan zarandeada necesidad de hallar consejo salutífero solamente en los así llamados "profesionales de la medicina", dista de ser agradable para mí el tener que llamar la atención sobre la larga lista de desatinos y calumnias proferidos por el gremio médico a lo largo de la historia humana cada vez que hubo de enfrentarse con alguna novedad científica que excediera sus estrechísimas entenderedas. Ejemplos: según los médicos no había chances de sobrevivir para la tripulación de un viaje aeroespacial, habida cuenta de que la ausencia de gravedad impediría el flujo sanguíneo hacia las extremidades inferiores; ni tampoco había chances de salud para quienes ayunaran como un recurso lavativo y desintoxicante (lo único efectivo eran las purgas y las sangrías); además, los seres humanos no podían trasladarse a una velocidad superior a los 60 Km. por hora porque el cerebro se les saldría por la boca y los oídos les estallarían en cascada de sangre; ni bucear a profundidades oceánicas por culpa de la presión atmosférica.

            Mi experiencia personal me ha enseñado que en los últimos diez años de mi existencia no tuve que recurrir a ninguno de estos personajes de la medicina moderna. Tal vez mi ejemplo no sea suficiente, porque cada persona vive una realidad de acuerdo a el medio en que vive y de acuerdo a otros factores de suma importancia como por ejemplo las personas por las cuales estamos rodeadas y la educación con la cuál alimentamos nuestros cerebros. Pero más allá de esto me pregunto y escribo aquí ¿si esta elección es tan positiva para mí, por qué habría de ser tan egoísta de no compartir mis experiencias con ustedes? En el mundo de hoy donde las personas tienden a aceptar todo lo que dicen los "diarios oficiales" y las noticias en la Tv. sin siquiera detenerse a cuestionar nada, pues pareciera ser más cómodo recibir la información y deglutirla automáticamente. La gente sufre de un lavado de cerebro acerca de lo que es la salud y una buena alimentación tanto para nuestros cuerpos, como teniendo en cuenta una ética respetuosa hacia los animales.

            Es más fácil aferrarse a mitos y mentiras que esforzarse en buscar la verdad. Nada de verdadero valor se consigue sin esfuerzo. De hecho, comenzar a buscar la verdad en un mundo artificial es una buena manera de acercarnos a lo natural. La gente tiende a evitar la verdad acerca de la salud y el respeto a los animales en la alimentación simplemente porque una vez que se dan cuenta y aceptan la verdad, es muy grande el esfuerzo que conlleva cambiar sus hábitos. Entonces, eligen seguir masacrando animales por una lado y lastimando, intoxicando y dañando sistemáticamente sus cuerpos en vez de hacer algo mejor por la vida de estos inocentes seres vivos y sus propias vidas también. Mucha gente es demasiado vaga y holgazán como para andarse involucrando en causas nobles y justas. Aún así la verdad siempre seguirá siendo verdad, por más que millones de personas hagan lo contrario. Es importante decir y es por ello que quiero dejar bien en claro que más allá de la salud de la cual cada persona sea portadora, también hay cosas que podemos aprender de la gente que no goce de una salud óptima, ya que todas las personas son valiosas y no es mi intención denigrar a nadie. Yo atravesé momentos de confusión y críticos en mi vida con respecto a una alimentación ética y que al mismo tiempo sea saludable. De hecho haber encontrado la alimentación menos dañina para mi cuerpo y mente, que es vivir solo de frutas y haber minimizado el sufrimiento de otros seres cada vez que llevo una fruta a mi estómago, por ello no me creo mejor ni peor persona que otros. Ya que todavía tengo mucho que aprender y hacerlo parado desde un pedestal de barro no me conducirá a ninguna parte. Lo que sí tal vez pueda decir que me siento muy bien, que mi vida es muy radiante y que no tengo nada que envidiarle a nadie. Que estoy contento con lo que hago, y que mi esfuerzo vale la pena no solo por mí sino por mi empatía con los animales y el respeto que me inspira la naturaleza. Puedo decir que si comes %100 frutas crudas y una vez que tu cuerpo limpie y expulse todos los residuos de aquello que llaman comida y viene en paquetitos de plástico que le habías metido dentro, sentirás verdadera salud y una increíble cantidad de energía. Estarás lleno de amor y desbordando cariño y respeto a los animales y toda otra forma de vida a tu alrededor. Ya no pensarás en hacer daño a un insecto "molesto" cuando entra sin querer en tu habitación o en el baño de tu casa, yo aprendí a no tenerle miedo a los insectos y a buscar la manera de llevarlos cuidadosamente al jardín o al patio de la casa sin hacerles daño. Además, para mí, por ejemplo las ranas y los caracoles son muy simpáticos y alegran la vida, no puedo entender como hay personas que se los comen o que los aplastan con sus zapatillas. Para mí eso es un brutal asesinato, como lo es comer carne y vestir con la piel de un animal.            

            Una vez que encontramos el conocimiento tan anhelado el miedo comienza a desaparecer. Conocimiento y miedo son difícil de coexistir simultáneamente como así lo es la sabiduría y la ignorancia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Qué es el bien y el mal?

           

            Si fuese tan sencillo responder a esta pregunta, está muy claro que tal respuesta gozaría de consenso unánime en todas las culturas y en todas las épocas. Puesto que está muy claro que ello no es así, sino más bien todo lo contrario, no queda más remedio que embarcarse en una persecución personal de ambos conceptos y dejar de lado de antemano cualquier noción prejuiciosa inoculada por la prédica religiosa o estatal.
¿Qué es el bien? En mi opinión es bueno todo aquello que condice con los postulados de la naturaleza: Si sabemos auscultar adecuadamente el cronómetro biológico que llevamos dentro, éste nos revelará a cada paso aquello que necesitamos en materia de reparación de energía o de propósitos existenciales.  La única dispensadora de auténticos dones es la naturaleza, aunque mezquina y malignamente hayan, a lo largo de la historia, pretendido sustituirla los sacerdotes de las diversas religiones, quienes han estado siempre a la caza del miedo y de la incertidumbre para poder así subyugar a la mayor cantidad de personas posibles. En toda época ha sido el sacerdote instrumento de sus propios designios y no, como suele él mismo presentarse en sociedad, un dócil mensajero de Dios.
Sobre todo la tradición Judeo-Cristiana es particularmente repulsiva en este aspecto. A diferencia de los Dioses paganos que hacían de la salud, de la fuerza, del orgullo, y de la confianza en sí mismo una virtud, el tipo humano generado por el Antiguo y Nuevo Testamento es uno de muy distinta índole: debe ser sumiso, ritualista, temeroso de Dios y obediente del escalafón sacerdotal de su confesión y tiene, por sobre todas las cosas, que montar en torno de sí mismo una guardia pretoriana de censura que lo salvaguarde del pecado. A eso llama conciencia.

            ¿Qué es el mal? En mi opinión es todo aquello que conspira, a través de un formulamiento institucional o religioso, contra los estados de plenitud vital sin los cuales la vida no merece ser vivida. No es casualidad que, a diferencia de los hiperdinámicos dioses greco-germánicos, el Dios monolítico y vengativo al que llaman Jehová tenga una sugestiva preferencia por hombres sumisos, domesticados y obedientes, y odie al orgulloso. Ningún héroe de la antigüedad clásica sería potable para el garguero de un rabino o de un sacerdote católico. ¿Y ello por qué? Pues porque los muy vanidosos decidieron, en algún momento de sus vidas, desafiar el peligro e internarse en lo desconocido para derrotar esfinges o monstruos legendarios. Claro que contra el invencible gregarismo de nuestra especie, es muy difícil que prospere una religión cuyo mandato principal fuera: “ser vosotros mismos y vosotras mismas hasta sus últimas consecuencias”. Más bien el tipo humano predominante será aquél que constituye una objeción a los impulsos de la Naturaleza y prefiera delegar el patrocinio de su propio destino en manos ajenas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Preguntas y respuestas acerca de la liberación animal

 

¿Qué es vegan?

            Una persona vegana se abstiene de apoyar empresas que propicien productos derivados de la crueldad animal o consumir dichos productos.  


¿Qué es la vivisección?

            La vivisección es la práctica de la experimentación en animales. La palabra vivisección, del latín "vivus" (vivo) y "secare" (cortar). A través de estas prácticas los seres humanos cometen atrocidades en animales vivos -por lucro, curiosidad o ignorancia- en experimentos pseudo científicos, carentes de fiabilidad, realizados en los miles de laboratorios de todo el mundo que forman parte del lucrativo negocio
de las industrias médicas, farmacéuticas, veterinarias, laboratorios de toxicología y cosmética, y universidades o escuelas.


¿Cómo es que se sabe si ciertas compañías testan o no sus productos en animales?

            Para ello está contemplado en las distintas reglamentaciones legales
que los organismos supervisores auditen periódicamente a las compañías a fín de verificar si estas han incurrido en procedimientos viviseccionistas en el testeo de sus productos.

            Ahora bien, es sabido que son muchas las compañías cuyos productos dicen "libres de crueldad" etc., pero al no haber un reglamento que defina el significado de esto último, ello deja el campo abierto para ensayar en los animales pruebas de reacción (por ejemplo inhalatorias). Con lo cual es lícito, en tales casos, sacar en conclusión que los ingredientes del producto han sido, efectivamente, experimentados en animales...

             Existe, por otra parte, en distintas capitales del mundo, una agrupación denominada "Coalition for Consumer Information on Cosmetics", (http://www.leapingbunny.org/) cuyo logo emblemático estampado en sus productos es un conejito en actitud brincante con dos estrellitas.

            Pues bien, cuando lo veas, es seguro que esos productos no se testan en animales. Esa coalición opera en Canadá, Estados Unidos y en la comunidad europea (17 países)... uno de los miembros de esa coalición es peta. Ahora, esa coalición lo que hace es que cuando las compañías le piden usar el conejito ese (estándar corporativo de compasión por los animales), envían auditores de la misma organización para que confirmen que ni el producto ni los ingredientes estén examinados en animales... Claro, todo esto se hace con productos cosméticos, pues hay productos farmacéuticos que por ley tienen que haber sido experimentados en animales (la ignorancia y crueldad  humana para estudiar los efectos secundarios) que como es sabido, son distintos en un ratoncito que en una persona. Al fin de cuentas, quién hace las leyes y quién paga para que se hagan?

            En cuanto a compañías como Procter y esas, se sabe que testan porque
ellas lo dicen, o sea, antes se tenía la idea de que si testaban en animales, entonces seria mas seguro para los humanos utilizar ese producto, por lo tanto las compañías no lo hacen en secreto y sintiéndose todas mal, sino que lo hacen con la conciencia tranquila y las credenciales limpias, puesto que son los mismos clientes, quienes, llegado el caso, les exigirán tamaña seguridad al respecto. No hay conciencia más satisfecha que la de una cuenta corriente suculenta. (si todo el mundo hiciera un boicot a esas empresas, cerrarían, o cambiarían sus practicas, pero aunque cada vez hay mas y mas personas interesadas en el bienestar animal, aun no somos una mayoría de tanto peso...). después de años de boicot, Procter anunció públicamente que no haría más experimentos en ciertos productos (los demás siguen igual)... pero bueno, esa compañía esta más allá de toda ética y
demás, pues no es solo los experimentos con animales, sino los ríos que han contaminado, el hecho de que ocultador la verdad sobre el síndrome de shock tóxico que causaban sus tampones, etc. También hay compañías como HLS que se dedican a experimentar con
animales (son más de quinientos los animales que mueren a diario en sus laboratorios), ahí se experimentan desde colorantes para comida hasta pesticidas. Desde luego que no se mantiene sola, sino que hay muchas otras compañías colegas que ponen en juego su dinero e influencias a todo nivel para ayudar a que se hagan estos experimentos (Bayer, Monsanto, Texaco, Schering Plough, Dupont, Arco, Bristol Myers...), Stephens es el banco que más dinero pone (dio 33 millones de dólares cuando HLS iba a cerrar) y aunque se han llevado adelante muchísimas acciones concertadas en contra de HLS por parte de activistas de la liberación animal, a ellos les importa un adarme y siguen matando animales y sintiéndose orgullosos de ello.


¿Cual es la diferencia entre personas veganas y frutarianas?

            Es simple, la misma palabra lo dice, una persona vegana come plantas, una persona frutariana come los frutos de las plantas pero no mata a la planta. En lo que son iguales es que no matan animales.

 
Qué es el alf (animal liberation front)?

            El Frente de Liberación Animal está compuesto de pequeños grupos autónomos de personas que practican la acción directa de acuerdo con la política del F.L.A. y actúa en más de una docena de países. No existe ningún grupo central de coordinación; no puedes unirte al F.L.A. pagando una cuota de suscripción ni rellenando un formulario.
Cualquier grupo de personas que lleven a cabo acciones siguiendo la política del F.L.A. tienen derecho a considerarse una parte del F.L.A.



Política
           
La política del F.L.A. fue escrita por el grupo original del F.L.A. que se formó en Gran Bretaña en 1976. El F.L.A. practica la acción directa contra todas las formas de explotación de los animales. Rescate o liberación de animales de edificios y establecimientos para salvarles de cualquier tipo de persecución. Los animales sólo son dejados en libertad en la naturaleza si son compatibles con el medio ambiente local y tienen una oportunidad razonable de supervivencia. Destrucción de la propiedad o los locales relacionados con la explotación de los animales. Esto se hace para obstaculizar la persecución de los animales y para provocar pérdidas económicas a los explotadores que les obliguen a reducir el dinero que pueden invertir en la explotación animal, para hacerles quebrar y forzarles a rectificar sus conductas.

            Con frecuencia, ambos tipos de acción directa tienen lugar durante el mismo ataque. Es contrario a la política del F.L.A. emplear la violencia contra personas o animales. La defensa propia es la única excepción, e incluso en tal caso debería ser empleada la mínima fuerza posible. Por ejemplo, puede que sea necesario disuadir a alguien, pero no darle un puñetazo a no ser que represente una seria amenaza física. Los mejores ataques son los que son planeados para ser efectuados evitando la confrontación con la oposición. Los métodos utilizados para causar daños materiales a las propiedades deben reflejar esta política directa e indirectamente, esto es, dado que no aceptamos matar ni herir a nadie, del mismo modo evitamos cualquier acción que pueda representar indirectamente una amenaza similar. En resumen, la lucha del F.L.A. consiste en el rescate de animales y en el sabotaje económico.

 

La formación de un grupo

            Las acciones sencillas pueden ser llevadas a cabo por una persona actuando en solitario, pero para muchas otras necesitarás a otra persona o incluso a más aunque sólo sea como vigilantes. Sé tan prudente como puedas cuando te aproximes a otros con la intención de saber si ellos están interesados. Es extremadamente importante que el
valor de la gente sea elevado y que nunca te dediques a algo que no te agrade. En un grupo se necesitan caracteres inquebrantables, gente que sea genuina en sus creencias. Las personas jóvenes carentes de astucia no son adecuadas. Busca el sentido común, gente sin deseos de presumir, sin egos desproporcionados, y nunca a nadie que se jacte de lo que haya hecho o de lo que esté a punto de hacer. Cuanto más conozcas a la gente, mejor, y jamás intentes pedir a alguien que se involucre a menos que estés seguro de que está interesado. También es recomendable discutir en grupo hasta dónde están preparados a llegar en vuestro quebrantamiento de las leyes. Puede que algunos estén preparados para pagar una multa y/o estar en libertad condicional, pero no para ir a la cárcel. Nadie debe sentirse presionado a hacer más de lo que esté preparado para hacer. 

 

¿Por qué es necesario empezar a trabajar como activista del alf?

            Porque las personas que sentimos respeto en nuestros corazones por los animales pensamos que no es una alternativa posible darle la espalda a cualquiera que esta sufriendo y muriendo. 

 

¿Qué pasa con la clandestinidad, no sería mejor usar las vías legales?

            En principio, los/as activistas de la liberación animal no tenemos nada en contra de las vías legales. Pero ocurre que, ante la opción de detener un crimen o un asesinato de forma clandestina y no poder detenerlo alguna típica demora en el procedimiento legal al uso, nos quedamos con lo primero. O acaso la legalidad está por encima de la misma vida a la que dice servir? Deberían entonces los cientos de miles de animales indefensos aguardar pasivamente a ser torturados y muertos mientras quienes dicen defenderlos se extravían sin remedio en los laberintos jurídicos y en las sutilezas interpretativas de los magistrados? Hay cosas en este mundo para las cuales no hay opción posible si es que en verdad está uno interesado en servir a la justicia. Además, quién hace las vias legales? Quien dice que es legal y que es ilegal, quien hace las leyes y para favorecer a quien? A la comunidad o a los bolsillos de los dueños de los megalaboratorios viviseccionistas?

Una pregunta muy común que nos hacen a los activistas de la liberación animal es: ¿qué derechos tenemos de destruir propiedad privada ajena?

            Argumento: ¿Acaso cuando se invadieron los campos de concentración nazi se reclamó que se estaba invadiendo propiedad privada?

            Un activista del alf valora la vida por sobre cualquier propiedad material. Nadie esta en contra de las propiedades, pero - tal y como la propia ley así lo establece - la gente no tiene derecho a torturar, esclavizar, mutilar o asesinar criaturas vivientes. Mas si consienten en llevar a cabo tamañas atrocidades, entonces son ellos quienes se han puesto por anticipado fuera de lo establecido por las mismas leyes, que luego, cuando alguien se opone a sus designios, son los primeros en invocar santurronamente. 

 

¿Quién decide cuándo los medios de liberación animal son los correctos?
            Si su propiedad privada es una herramienta de opresión, no tienen derecho a ella. Pongamos los puntos sobre las ies: no somos fanáticos terroristas que queremos abolir la propiedad privada poniendo bombas y matando gente por doquier sin causa. No tenemos nada en contra de la propiedad siempre y cuando no sea utilizada como herramienta de tortura, opresión y explotación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Adicción: ¿me falta voluntad o me falta motivación?

 

            ¿Quién de nosotros / as no ha experimentado en el curso de su vida eso tan difícil que es el desembarazarse de un mal hábito, incluso transitoriamente? Por mucho que sepamos lo dañino que resulta el consumo de ciertos alimentos, no hay caso. Siempre son las comidas cocinadas, las frutas secas, los helados, o el azúcar los que se salen con la suya. A veces te preguntarás si eres un ser desprovisto de voluntad. La respuesta es no: la tienes y bien fuerte. Pero sucede que la voluntad no es un "quantum" fijo del que pueda echarse mano como de un abrigo o de unas monedas. Se trata por el contrario de una de las entidades más misteriosas y complejas del universo. Su principal misterio consiste en que existe cuando funciona, esto es, que solo mediante actualización es que puede manifestarse. Puede alguien disponer de una poderosa energía volitiva, y no obstante no hallar dentro suyo motivación suficiente para usufructuarla. De modo que hay razones valederas para sospechar que detrás de una voluntad pasiva lo que se esconde es una correlativa ausencia de motivación. Ahora bien, cómo lograr esa motivación es la gran pregunta. Mi respuesta es la siguiente: para llevar adelante un proyecto que importe sacrificio es preciso convencerse de los beneficios a futuro. Si mediante explicaciones adecuadas y fundamentos rotundos es inoculado nuestro espíritu con la certeza profunda de que un régimen frutariano apareja el mejoramiento integral de nuestra salud y rendimiento corporal, entonces la voluntad del individuo que reciba dicha información se activará espontáneamente y sin necesidad siquiera de que él se lo proponga. Algo así como conocer a una persona hermosa y querer cortejarla.           

            Dicho esto, ¿cuál es la adicción que más corrientemente se alza con la victoria cuando de derrotar voluntades humanas se trata? Mundialmente la que más prevalece en todos los órdenes es la proveniente de la manía humana por consumir alimentos cocinados, o bien procesados y generosamente acompañados de todo tipo de condimentos. A lo largo de miles de años, los seres humanos, se han enorgullecido -¡vaya candidez!- de alterar el gusto natural de sus comidas mediante el sazonamiento de las mismas. A eso llaman "paladar refinado". Pero lo que en realidad hacen dichos condimentos es asesinar, valga la metáfora, el gusto exquisito que con toda gratuidad nos dispensa la gran Madre Natura. No es de extrañarse, puesto que desde muy pequeños / as hemos pervertido las facultades gustativas básicas con hábitos culinarios ajenos a nuestra naturaleza, pero triunfantes en virtud de la costumbre y de la pereza para cambiar. De modo que no constituye una guía confiable el paladar de gente que no ha conocido otra cosa en la vida que alimentos procesados. Désele la oportunidad y el tiempo necesario para revertir su catástrofe gustativa y es muy probable que jamás regrese "motu propio" y al rancio sabor de lo hervido y de lo magullado por el fuego que se catapulta en tus arterias como un despiadado saqueador. Entonces ¿te falta voluntad o te falta motivación? Si alguna de ellas te faltaba, ya no hay más excusas.

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

Mi camino interior

 

 

¿Cómo es ser frutariano en un país culturalmente carnívoro?

 

 

            Como es natural para alguien que nació en un país de cultura carnívora, mi acercamiento a las ideas vegetarianas y el poder poner en práctica una filosofía de vida frutariana tuvo que esperar unos cuantos años, pues en mi más temprana edad nada en el medio circundante excitó nunca en mí una preferencia de ese tipo. Para la gente que me educaron tanto en las escuelas como en el contacto que tuve con mis familiares, la ingesta diaria de carne es un hecho tan natural como la visión de la nieve para un habitante nórdico. ¿Por qué comía carne? Porque lo hacían mis mayores, quienes, a su vez, habían recibido idéntica transmisión cultural de sus propios mayores. Cuando en una cultura determinado sesgo goza de completa aprobación, eso significa que sus practicantes no tienen necesidad siquiera de aceptarlo, del mismo modo en que no es un tema controversial la lengua que uno va a hablar. Por lo tanto, ser carnívoro en Argentina no es una idea ni una convicción, sino simplemente un modo nutricio igual a como el español es su modo idiomático. Se trata de algo que excede largamente la frontera del Bien o del Mal: pues para hablar en términos de bien o mal debe existir previamente la posibilidad de optar. Y, como es de ver, nadie puede optar por aquello que no conoce. De hecho, jamás olvidaré la impresión de extrañeza que me produjeron mis primeras lecturas sobre el tema: ¿Que la carne no es necesaria para sobrevivir, cuando la prédica “científica” al uso me había taladrado desde niño loando las ventajas de la proteína animal sobre la vegetal?  ¿Qué existen alternativas a comer carne, como el veganismo o el frutarianismo, sin que ello conspire contra nuestra salud? ¿Que puede evitarse la masacre de animales, cuando desde el colegio primario la única enseñanza oficial aceptada me había persuadido de que dentro de la cadena alimenticia cada eslabón estaba donde le correspondía? ¿Qué los animales no están en el mundo para satisfacer la veleidad de nuestro estómago ni para ataviar la desnudez de nuestros cuerpos, cuando la enseñanza judeo-cristiana imperante no ceja, desde la cuna hasta la tumba, de proclamar que todo lo habido en la tierra es para que la mano del “hombre” se sirva de ello y que “nuestro” paternal Dios así lo permite y así lo ha querido desde siempre y por siempre?

            Con semejante clima adverso, ¿alguien cree posible que un niño, por reflexivo que sea, pueda siquiera sospechar la posibilidad de una modalidad nutricia diversa a la descripta? El problema estriba en que, algún día, la niñez termina. Conforme uno va madurando en tanto adulto, ha de vérselas casi siempre con un lacerante proceso de individualización interior que consiste, a grandes trazos en confirmar la validez de algunos de los postulados aprendidos, y suprimir (¡cuán dolorosamente!) muchos otros.

            No hay paradoja mayor en el comportamiento humano que la de querer y tener que ser al mismo tiempo uno mismo y la tribu de uno. En lo que a mí concierne, este proceso de desgarro espiritual dio comienzo, en buena medida, con la sospecha de que no había pretexto válido para inferir sufrimiento a un ser vivo, el cual, por lo demás, veía yo capaz de cariño, de coraje, de lealtad, y en ocasiones, de regalarme una hermosura tan radiante y acabada que hechizaba mi mente. Después de todo, ¿no era yo también un animal, esto es, un ser animado, vivo, y que sufriría, como sufren ellos, si alguien me lastima, me tortura, me aleja de mi hábitat y de mis seres queridos, y finalmente me mata, me descuartiza, y me vende para que otros me hiervan, me asen, y me sazonen?

            Todas estas irritantes tomas de conciencia, que en un principio no pasaban de meras perplejidades, fue transmutando hasta convertirse en una convicción y en una completa empatía que me forzó, llegado el momento, a hacer algo más que meditar perplejo y quejarme para mis adentros. Había llegado el momento de actuar, de poner en práctica mis nuevas ideas y de forjar argumentos capaces de incitar a otros a transitar el mismo camino. Ello significó para mí la necesidad de estudiar los temas aledaños al vegetarianismo (nutrición, leyes apañadoras de la industria cárnica y otras, opiniones de expertos, medicinas alternativas, y, sobre todo, la evidencia plena y rampante de la salud y longevidad ostentadas por muchas personas vegetarianas ilustres, por ejemplo mi admirado comediógrafo irlandés George Bernard Shaw. Por no hablar del esfuerzo que me demandó instruirme respecto de la posibilidad de que los cosméticos y artículos de higiene personal no costasen la vida ni el padecimiento de un animal cuyo cuerpo haya terminado como objeto de experimentación en una oscura y fría celda de laboratorio viviseccionista).  Respetar la vida animal es lo que debe enseñarse en las escuelas en lugar de abrir ranas en la clase de biología.

            Recuerdo aquel día, en las profundidades de mi ser surgió la siguiente pregunta que surtió un efecto sorprendente en mi cerebro: ¿Si todos somos seres vivos sensibles al sufrimiento, por que alimentarme con carne y causar daño a los otros animales?

            Conozco personas que dicen que aman a los animales, lo que yo les pregunto es: ¿Si dicen que aman a los animales, por qué se los comen?

 

 

 

Para contactarse con el escritor de este libro: frutariano@animalistas.org