VIAJE
APOSTÓLICO A POLONIA BEATIFICACIÓN DE CUATRO SIERVOS DE DIOS HOMILÍA
DE JUAN PABLO II Explanada Blonia de Cracovia Domingo 18 de agosto
de 2002
"Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12).
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Estas palabras del Señor Jesús, que acabamos de escuchar, se inscriben
de modo particular en el tema de esta asamblea litúrgica en la explanada
Blonia de Cracovia: "Dios, rico en misericordia". Este lema resume, en cierto
modo, toda la verdad sobre el amor de Dios, que ha redimido a la humanidad.
"Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando
muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo"
(Ef 2, 4-5). La plenitud de este amor se reveló en el sacrificio de la cruz.
En efecto: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos"
(Jn 15, 13). Esta es la medida del amor de Dios. Esta es la medida de la
misericordia de Dios.
Cuando somos conscientes de esta verdad, nos damos cuenta de que la invitación
de Cristo a amar a los demás, como él nos ha amado a nosotros, nos propone
a todos esta misma medida. En cierto modo, nos sentimos impulsados a ofrecer
día a día nuestra vida, teniendo misericordia con nuestros hermanos, sirviéndonos
del don del amor misericordioso de Dios. Nos damos cuenta de que Dios, concediéndonos
misericordia, espera que seamos testigos de la misericordia en el mundo de
hoy.
2. La invitación a testimoniar la misericordia resuena con singular elocuencia
aquí, en la amada Cracovia, dominada por el santuario de la Misericordia
Divina de Lagiewniki y por el nuevo templo, que ayer tuve la alegría de consagrar.
Aquí, esta invitación resuena familiar, porque recuerda la tradición secular
de la ciudad, cuya característica particular ha sido siempre la disponibilidad
a ayudar a las personas necesitadas. No se puede olvidar que de esta tradición
forman parte numerosos santos y beatos -sacerdotes, personas consagradas
y laicos-, que dedicaron su vida a las obras de misericordia. Desde el obispo
Estanislao, la reina Eduvigis, Juan de Kety y Piotr Skarga, hasta fray Alberto,
Ángela Salawa y el cardenal Sapieha, las generaciones de los fieles de esta
ciudad se han transmitido a lo largo de los siglos la herencia de la misericordia.
Hoy esta herencia ha sido entregada en nuestras manos, y no debe caer en
el olvido.
Doy las gracias al cardenal Franciszek Macharski, que, con sus palabras de
saludo, ha querido recordarnos esta tradición. Agradezco la invitación a
visitar mi Cracovia y la hospitalidad que me han brindado. Saludo a todos
los presentes, comenzando por los cardenales y obispos, así como a los que
participan en esta Eucaristía a través de la radio y la televisión.
Saludo a toda Polonia. Recorro idealmente el luminoso itinerario con el que
santa Faustina Kowalska se preparó para acoger el mensaje de la misericordia
-desde Varsovia, a través de Plock y Vilna, hasta Cracovia-, recordando también
a cuantos en este itinerario cooperaron con ella, apóstol de la misericordia.
Deseo saludar a nuestros huéspedes. Saludo al señor presidente de la República
polaca, al señor primer ministro, así como a los representantes de las autoridades
estatales y territoriales. Abrazo con el corazón a mis compatriotas y, en
particular, a los afligidos por el sufrimiento y la enfermedad; a cuantos
atraviesan múltiples dificultades, a los desempleados, a los que no tienen
un techo, a las personas de edad avanzada y solas, y a las familias con muchos
hijos. Les aseguro que estoy cerca de ellos espiritualmente y los acompaño
constantemente con la oración. Mi saludo se extiende a mis compatriotas esparcidos
por el mundo. Saludo de corazón, asimismo, a los peregrinos que han venido
aquí de diversos países de Europa y del mundo. Dirijo un saludo particular
a los presidentes de Lituania y de Eslovaquia, aquí presentes.
3. Desde el comienzo de su existencia, la Iglesia, inspirándose en el misterio
de la cruz y de la resurrección, predica la misericordia de Dios, prenda
de esperanza y fuente de salvación para el hombre. Sin embargo, parece que
hoy en particular es llamada a anunciar al mundo este mensaje. No puede descuidar
esta misión, si Dios mismo la llama con el testimonio de santa Faustina.
Dios eligió para ello nuestro tiempo. Quizá porque el siglo XX, a pesar de
los indiscutibles éxitos en muchos campos, ha quedado marcado, de modo particular,
por el misterio de iniquidad. Con esta herencia de bien, pero también de
mal, hemos entrado en el nuevo milenio. Ante la humanidad se abren nuevas
perspectivas de desarrollo y, al mismo tiempo, peligros hasta ahora inéditos.
A menudo el hombre vive como si Dios no existiera, e incluso se pone en el
lugar de Dios. Se arroga el derecho del Creador de interferir en el misterio
de la vida humana. Quiere decidir, mediante manipulaciones genéticas, la
vida del hombre y determinar el límite de la muerte. Rechazando las leyes
divinas y los principios morales, atenta abiertamente contra la familia.
De varios modos intenta silenciar la voz de Dios en el corazón de los hombres;
quiere hacer de Dios el "gran ausente" en la cultura y en la conciencia de
los pueblos. El "misterio de iniquidad" sigue caracterizando la realidad
del mundo.
Experimentado este misterio, el hombre vive el miedo del futuro, del vacío,
del sufrimiento y del aniquilamiento. Quizá precisamente por eso, es como
si Cristo, mediante el testimonio de una humilde religiosa, hubiera entrado
en nuestro tiempo para indicar claramente la fuente de alivio y esperanza
que se encuentra en la misericordia eterna de Dios.
Es preciso hacer que el mensaje del amor misericordioso resuene con nuevo
vigor. El mundo necesita este amor. Ha llegado la hora de difundir el mensaje
de Cristo a todos: especialmente a aquellos cuya humanidad y dignidad parecen
perderse en el mysterium iniquitatis. Ha llegado la hora en la que el mensaje
de la misericordia divina derrame en los corazones la esperanza y se transforme
en chispa de una nueva civilización: la civilización del amor.
4. La Iglesia desea anunciar incansablemente este mensaje, no sólo con palabras
fervientes, sino también con una práctica solícita de la misericordia. Por
eso indica ininterrumpidamente ejemplos estupendos de personas que, en nombre
del amor a Dios y al hombre, "han ido y han dado fruto". Hoy añade a ellos
cuatro nuevos beatos. Son diversos los tiempos en los que vivieron, y son
diversas sus historias personales. Pero los une ese rasgo particular de santidad
que es la entrega a la causa de la misericordia.
El beato Segismundo Félix Felinski, arzobispo de Varsovia, en un período
difícil, marcado por la falta de libertad nacional, invitó a perseverar en
el servicio generoso a los pobres y a abrir instituciones educativas y caritativas.
Él mismo fundó un orfanato y una escuela, y llamó a la capital a las Religiosas
de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, sosteniendo la obra
iniciada por ellas. Tras la caída de la insurrección de 1863, guiado por
sentimientos de misericordia hacia los hermanos, defendió abiertamente a
los perseguidos. El precio que pagó por esa fidelidad fue la deportación
a Rusia, la cual duró veinte años. También allí siguió ayudando a las
personas pobres y extraviadas, mostrándoles gran amor, paciencia y comprensión.
Se ha escrito de él que "durante su exilio, oprimido por todas partes, en
la pobreza de la oración, permaneció siempre solo al pie de la cruz, encomendándose
a la Misericordia divina".
Es un ejemplo de ministerio pastoral que hoy, de modo especial, quiero confiar
a mis hermanos en el episcopado. Queridos hermanos, el arzobispo Felinski
sostiene vuestros esfuerzos por elaborar y aplicar un programa pastoral de
la misericordia. Que este programa constituya vuestro compromiso, ante todo
en la vida de la Iglesia, y luego, como es necesario y oportuno, en la vida
social y política de la nación, de Europa y del mundo.
Impulsado por este espíritu de caridad social, el arzobispo Felinski se comprometió
profundamente en la defensa de la libertad nacional. Esto es necesario también
hoy, cuando diversas fuerzas, guiadas a menudo por una falsa ideología de
libertad, tratan de apropiarse de este terreno. Cuando una ruidosa propaganda
de liberalismo, de libertad sin verdad y responsabilidad, se intensifica
también en nuestro país, los pastores de la Iglesia no pueden dejar de anunciar
la única e infalible filosofía de la libertad que es la verdad de la cruz
de Cristo. Esta filosofía de libertad está unida estructuralmente a la historia
de nuestra nación.
5. El deseo de llevar la misericordia a las personas más necesitadas impulsó
al beato Juan Beyzym, jesuita, gran misionero, al lejano Madagascar, donde,
por amor a Cristo, dedicó su vida a los leprosos. Sirvió día y noche a los
que vivían marginados y excluidos de la vida de la sociedad. Con sus obras
de misericordia en favor de personas abandonadas y despreciadas, dio un testimonio
extraordinario. Testimonio que primero resonó en Cracovia, después en Polonia
y, por último, entre los polacos en el extranjero. Se recogieron fondos para
construir un hospital dedicado a la Virgen de Czestochowa, que existe todavía
hoy. Uno de los promotores de esa ayuda fue el santo fray Alberto.
Me alegra que ese espíritu de solidaridad en la misericordia siga vivo en
la Iglesia polaca; lo demuestran las numerosas obras de ayuda a las comunidades
damnificadas por catástrofes naturales en diversas regiones del mundo, así
como la reciente iniciativa de adquirir la sobreproducción de cereales para
destinarla a los que sufren hambre en África. Espero que esta noble idea
se realice.
La obra caritativa del beato Juan Beyzym estaba inscrita en su misión fundamental:
llevar el Evangelio a los que no lo conocen. He aquí el mayor don de misericordia:
llevar a los hombres hacia Cristo y permitirles conocerlo y gustar su amor.
Por eso, os pido: orad para que en la Iglesia en Polonia nazcan vocaciones
misioneras. Sostened siempre a los misioneros con la ayuda y con la oración.
6. El servicio a la misericordia caracterizó la vida del beato Juan Balicki.
Como sacerdote tuvo siempre un corazón abierto a las personas necesitadas.
Su ministerio de misericordia, además de la ayuda a los enfermos y a los
pobres, se expresó con particular energía mediante el ministerio del confesonario,
lleno de paciencia y humildad, siempre abierto a acercar de nuevo al pecador
arrepentido al trono de la gracia divina.
Al recordarlo, quisiera decir a los sacerdotes y a los seminaristas: os
ruego, hermanos, que no olvidéis que, en cuanto dispensadores de la Misericordia
divina, tenéis una gran responsabilidad; acordaos también de que Cristo mismo
os conforta con la promesa transmitida a través de santa Faustina: "Di a
mis sacerdotes que los pecadores empedernidos se enternecerán con sus palabras,
cuando hablen de mi infinita misericordia y de la compasión que siento por
ellos en mi Corazón" (Diario, 1521, ed. it. 2001, p. 504).
7. La obra de la misericordia trazó el itinerario de la vocación religiosa
de la beata Sanzia Szymkowiak, religiosa "Seráfica". Ya en su familia aprendió
a amar intensamente al Sagrado Corazón de Jesús, y con este espíritu fue
muy bondadosa con todos, especialmente con los más pobres y necesitados.
Empezó a llevar ayuda a los pobres, primero como miembro de la Asociación
mariana y de la Asociación de la Misericordia de San Vicente; después, una
vez abrazada la vida religiosa, se dedicó al servicio de los demás con mayor
fervor. Aceptó los tiempos difíciles de la ocupación nazi como ocasión para
consagrarse completamente a las personas necesitadas. Consideraba su vocación
religiosa como un don de la Misericordia divina.
Al saludar a la congregación de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores
-las religiosas "Seráficas"-, me dirijo a todas las religiosas y personas
consagradas. Que la beata Sanzia sea vuestro ejemplo, vuestra patrona. Haced
vuestro su testamento espiritual, condensado en una frase sencilla: "Si
uno se dedica a Dios, es preciso entregarse hasta perderse totalmente".
8. Hermanos y hermanas, al contemplar las figuras de estos beatos, quiero
recordar una vez más cuanto escribí en la encíclica sobre la Misericordia
divina: "El hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia,
en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor
hacia el prójimo" (Dives in misericordia, 14). Ojalá redescubramos en este
camino, cada vez más profundamente, el misterio de la Misericordia divina
y lo vivamos diariamente.
Ante las formas modernas de pobreza que, me consta, no faltan en nuestro
país, se necesita hoy -como la definí en la carta Novo millennio ineunte-
una "creatividad de la caridad" según el espíritu de solidaridad con el prójimo,
de modo que la ayuda sea testimonio de un "compartir fraterno" (cf. n. 50).
Que no falte esta "creatividad" a los habitantes de Cracovia y de toda nuestra
patria. Que con ella se trace el programa pastoral de la Iglesia en Polonia.
Ojalá que el mensaje de la misericordia de Dios se refleje siempre en las
obras de misericordia del hombre.
Hace falta esta mirada de amor para darnos cuenta de que el hermano que está
a nuestro lado, con la pérdida de su trabajo, de su casa, de la posibilidad
de mantener dignamente a su familia y de dar instrucción a sus hijos, experimenta
un sentimiento de abandono, extravío y desconfianza. Hace falta la "creatividad
de la caridad" para ayudar a un niño no atendido material y espiritualmente;
para no volver la espalda al muchacho o a la muchacha arrastrados por el
mundo de las diversas dependencias o del crimen; para dar consejo, consuelo
y ayuda espiritual y moral a quien emprende una lucha interior contra el
mal. Que no falte jamás la "creatividad" cuando una persona necesitada suplique:
"Danos hoy nuestro pan de cada día". Que, gracias al amor fraterno, no falte
jamás este pan. "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia" (Mt 5, 7).
9. Durante mi primera peregrinación a nuestra patria, en 1979, aquí en Blonia
dije que "cuando somos fuertes con el espíritu de Dios, somos también fuertes
en la fe en el hombre, fuertes en la fe, la esperanza y la caridad, que son
indisolubles, y estamos dispuestos a dar testimonio por la causa del hombre
ante aquel que está verdaderamente interesado en esta causa". Por eso, os
pedí: "no despreciéis jamás la caridad, que es la cosa "más grande" que
se ha manifestado a través de la cruz, y sin la cual la vida humana no tiene
raíz ni sentido" (Homilía durante la misa de clausura del jubileo de san
Estanislao, 10 de junio de 1979, nn. 4-5: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 24 de junio de 1979, p. 10).
Hermanos y hermanas, hoy os repito esta invitación: abríos al don mayor
de Dios, a su amor que, mediante la cruz de Cristo, se ha manifestado al
mundo como amor misericordioso. Hoy, que vivimos en otros tiempos, en el
alba del nuevo siglo y milenio, seguid estando "dispuestos a dar testimonio
por la causa del hombre". Hoy, con toda mi fuerza, pido a los hijos y a las
hijas de la Iglesia y a los hombres de buena voluntad que no separen jamás
la "causa del hombre" del amor de Dios. Ayudad al hombre moderno a experimentar
el amor misericordioso de Dios. Que en su resplandor y calor salve su humanidad.