CORAZONES A LA DISTANCIA

CAPITULO 10

Desenlaces

Monique se paseaba de un lado a otro de su habitación, nerviosa. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer? ¿Defraudar a sus padres o a sus amigos? ¿Amigos? Sí, amigos. Armand, Simone y Yulia se habían vuelto sus amigos, sus únicos amigos si tenía que hacer ese señalamiento. Sin embargo se encontraba ante la decisión más difícil de su vida. Se detuvo de su desesperado paseo y clavó su mirada en su pequeño rincón, el único que le pertenecía en aquella habitación. Se sentó al escritorio y lo recorrió con las manos evocando todas esas veces que se había sentado a escribir sobre él. ¿Qué estaba haciendo? Había encontrado en escribir la manera más hermosa de expresarse, no sin mencionar que era el único arte que verdaderamente se le daba. Abrió la gaveta y sacó, entre muchas otras cosas, una libreta; de sus hojas cayó una fotografía. Se trataba de Yulia abrazándola por la espalda, las dos le sonreían a la cámara con las mejillas unidas; el escenario donde tomaba lugar tan alegre momento era la sala de la casa de Simone. Monique pasó sus dedos sobre el rostro de Yulia. ¡Cuánto amaba a esa mujer! Tal vez había confundido sus sentimientos otra vez, pero no... en realidad sentía amor por ella. Amaba a Yulia Volkova desde que se topó con el dúo en su estación de radio preferida, la amaba cuando la encontró en el café y cuando la escuchó tocando el piano con toda esa melancolía que casi podía cortarse con las manos. La amaba en cada mirada severa que le dirigía cuando se equivocaba en un acorde, la amaba con sus manos guiando las suyas sobre el piano, amaba esa sonrisa melancólica reflejada en la ventana, en fin, amaba su voz tarareando una canción o llamando su nombre.

Monique suspiró hondamente acariciando la fotografía, le echó una mirada al librito y lo abrió en la última página. La hoja tenía un pequeño escrito garabateado como con prisa. Solía escribir así pues las ideas fluían más rápido que su lápiz sobre le papel.

–Te debo mucho, Yulia. –susurró tomando un lápiz y transcribiendo su última creación a una hoja suelta.

Aún no tomaba una decisión al respecto del "recital" pero mientras tanto escribir la relajaba. Quizá Yulia no iba a corresponderle jamás. Tal vez su amor por Yulia era sólo un reflejo. Detrás de la fotografía estaba un recorte de una revista la última foto feliz de t.A.T.u . Siempre había envidiado a Lena por tener a Yulia cerca. Ahora ella la tenía a su lado pero no como había soñado. Dejó el lápiz y se guardó la hoja en un bolsillo. Tomó el libro y lo guardó en su mochila decidiéndose de una vez por todas.

* * *

Armand le llevó una taza de café humeante a Yulia hasta la cama. Se lo dio a la joven y se sentó en la orilla de la cama a acomodarle la almohada. Armand le sonrió a Yulia mientras ella se tomaba el café de un solo trago.

–Bonito día elegiste para enfermarte, Volkova.

–Cállate y consiénteme. – le reclamó ella haciendo puchero.

Armand abrazó a su amiga y le empezó a hacer cariños en el cabello. Yulia se recargó en su pecho dejándose querer por el único hombre que había dejado entrar en su vida. El caballero arropó a la chica meciéndola suavemente.

–Es la primera vez en cuatro años que alguien me da tanto cariño. Gracias Armand.

–¿Para qué son los amigos?

–Armand, Repíteme, ¿cómo te hiciste fan?

–Creí que no querías hablar de t.A.T.u – respondió sorprendido.

–No quiero, pero sí quiero saber cómo te hiciste fan. No eras ningún jovencito cuando te aficionaste.

–¿Me estas diciendo viejo?

–¿Yo? ¡Nunca! –contestó Yulia con solemnidad, haciéndose la inocente.

–Me convertí en fan suyo a mis treinta años. Llevaba una vida muy infeliz, Yulia. Estaba casado con una mujer que me pedía un hijo pero sinceramente yo no quería una responsabilidad así. Un día, en mi aburrida oficina de mi aburrido trabajo en un periódico local escuché la canción que cantaron en Eurovisión 2003. Me encantó y me dediqué a averiguar más sobre ustedes. Conseguí el primer disco en inglés y en ruso, al igual que el segundo disco. Al mismo tiempo mi vida comenzó a tomar un rumbo muy extraño. Mi esposa me pidió el divorcio, ya estaba saliendo con otro hombre. Por extraño que parezca no me importó. Puedo confesar que hasta me dio gusto por ella. Pasaba las tardes solo en mi casa escuchándolas a ustedes y complaciéndome con la presencia de sus fotografías en la computadora.

–Eres un enfermo ¿lo sabías? ¡Teníamos 19 años en ese entonces!

–¿Y qué? Ya eran un par de mujeres hermosísimas. – replicó Armand dándole una mordida a la mejilla de Yulia.

–¡Hey! ¡No abuses de la enferma!

–Tú en especial eras mi favorita. Aún lo eres. Al mes de haberme vuelto un fanático de su música conocí a Alain. Cambió mi vida. Sus canciones me golpearon el subconsciente y me hicieron ver la razón de mi infelicidad. Un romance fugaz con Alain me sirvió para hallar la clave de todo. Dejé mi trabajo y llegué a Paris.

–Malchik gej. – susurró Yulia en su lengua madre que hacía 4 años nadie se la había escuchado.

–Ese soy yo. Me abrieron los ojos, Yulia. Ahora dime, ¿por qué la pregunta? ¿En qué estás pensando?

Yulia perdió la mirada en el fondo de la taza vacía. Llevaba mucho pensando en Lena, le había vuelto esa fiebre por ella y estaba segura que esta vez no sobreviviría. Sintió la mirada de Armand sobre ella y se apresuró a sonreír.

–¿En qué piensas?

–En Lena.

–¿Qué fue lo que pasó entre ustedes? Yo no me trago eso de que cada quien quería dedicarse a algo diferente.

–¿Quieres saber? Que más da, necesito desahogar esto. Todo comenzó justo después de que visitamos Paris. Lena y yo ya traíamos muchos problemas, de comunicación más que nada. Los conciertos aquí y allá estaban acabando con nosotras. Cuando no estábamos en el escenario cantando, estábamos en el escenario ensayando o durmiendo exhaustas en nuestra habitación. Después del concierto que ofrecimos aquí la siguiente fecha era Praga.

–Pero tuvieron un día de descanso ¿no?

–Sí… Lena no quiso hablar ese día. La verdad es que necesitábamos descansar. Ese día quería proponerle que nos diéramos vacaciones y retomáramos nuestra relación que se había convertido en todo trabajo. Sin embargo… el concierto de Praga.

–Estuve en ese concierto. La chica no te quitaba los ojos de encima y parecía dispuesta todo.

–Y así fue. No se cómo, pero se metió al camerino, cuando entré se me insinuó. Juro que no me pasó por la mente siquiera besarla, pero Lena entró y me vio en una situación bastante incómoda.

–Con las manos en los senos de la fan.

–¿Cómo…?

–Superfan, ¿recuerdas?- dijo Armand agitando una mano junto a su rostro.

–Cierto… Si antes Lena no quería hablar menos después de ese concierto. De pronto yo ya no podía mirar en ninguna dirección porque Lena creía que estaba mirando a otra mujer. Después vino la gira en Estados Unidos, donde nos invitaron al programa de esa maldita obesa. Lo arruinó todo. ¿Viste ese programa?

–Sí. Le rompiste el corazón a todos los que lo vimos.

Yulia suspiró dejando su taza en la mesa de noche, se recostó de nuevo y le dio la espalda a Armand. Sus ojos se cerraron y comenzó a llorar en silencio, humedeciendo sus pestañas y su almohada. Armand la abrazó cariñosamente pegando su cuerpo al de ella, no podía hacer nada por su pequeña amiga sólo podía ofrecerle el consuelo de un abrazo. Yulia se volteó quedando frente a frente con su amigo.

–Yo nunca engañé a Lena, Armand.

–Te creo, Yul.

–¿Por qué ella no hizo lo mismo?

–¿Qué se yo niña? Soy gay, no una chica. – respondió sonriendo cándidamente.

Yulia le devolvió la sonrisa y hundió su rostro en el pecho de su amigo. Se sentía tan devastada. Los recuerdos la habían sepultado de nuevo. Siguió llorando hasta que sus lágrimas se vieron superadas por el cansancio y quedó dormida abrazada a su amigo, el único hombre que la había comprendido tan bien como Lena en su momento.

* * *

Svetlana observó a Lena. La idea de ir a Paris era para despejar a Lena de todo el pasado, de lo que la hería en Moscú pero había sido una mala idea, Lena se veía más melancólica que nunca. No se atrevía preguntar qué le ocurría y no la había detenido a pesar de escucharla ir y venir por la habitación durante toda la madrugada. Finalmente oyó la puerta cerrarse, Lena se había ido. Se levantó y se metió a bañar sin ninguna prisa. Algo muy dentro de su corazón le decía que la única finalidad de su visita a Paris había sido permitir a Lena irse y seguir su camino hacia donde fuera que éste le llevara. Su corazón empezó a sangrar con la idea de perderla pero el agua lavó esa sangre dejando tras de sí únicamente la resignación propia de quien ama y no es correspondido. Después bajó a desayunar y en el lobby escuchó la voz de Lena. Hablaba con el recepcionista y parecía que le pedía informes. Lena salió por la puerta y apresurada pidió un taxi. Stvetlana se acercó al recepcionista, no tenía intenciones de espiar a su amada pero su curiosidad le picaba como doscientos aguijones.

–Disculpe, ¿qué le preguntó mi amiga hace unos segundos?

– Madmoiselle Katina preguntó la dirección de un pequeño auditorio al oeste.

–¿Auditorio?

–Sí, hace unos momentos salió una pareja que se dirigía a sus casas y comentaban algo sobre un recital de piano de los alumnos de la maestra Volkova. Madmoiselle Katina inmediatamente los abordó y le dijeron que el recital daría lugar el pequeño auditorio del que ya le hice mención.

–Sí, sí. Maestra Volkova, ¿verdad?

–Sí, madmoiselle.

Svetlana sintió que su corazón lloraba y que su razón trataba de consolarle con ideas sobre lo heroico de amar a quien se sabe desde siempre imposible, le habló a su corazón sobre lo romántico de la renuncia cuando se une a la persona amada con su felicidad. ¿Así que ahora era una heroína? Se rió de la ironía que encerraba su pregunta y con la hiel aún besándole los labios fue a desayunar.

* * *

El día había amanecido bastante cálido, el cielo estaba tildado de nubes pequeñas y perfectamente blancas, era un día agradable para pasear, no para estar encerrada comiéndose las uñas y caminando de un lado a otro de un auditorio vacío según apreció Simone. La mujer llevaba toda la mañana yendo de aquí para allá esperando que el tiempo volara sobre su cabeza, pero lo único que pasaba por ahí eran dos moscas que se perseguían desde hacía horas. Así pues la escritora no tenía otro oficio que caminar haciendo círculos, observó su reloj y notó que faltaban cuatro horas para el recital. A pesar de la negativa de Monique, Yulia había decidido seguir con el plan pues tenía fe absoluta en que la joven recapacitaría y se presentaría en el recital. Por otro lado Armand había reunido a algunos chicos para representar con la farsa del recital en caso de que fuese necesario. Así que todo estaba listo, las sillas, el piano y un micrófono, no necesitaban más que aquello. Dejándose caer sobre una silla, Simone repasó el acto circense que habían preparado para el momento especial. Simone estaría junto a los padres de Monique para impedirles irse o hacer cualquier otra cosa que interrumpiera la presentación; Armand se encontraría cerca de la puerta por si acaso Simone no pudiera contener a Madam y Monsieur Poulain; Yulia se haría cargo de ser maestra de ceremonia y de acompañar a Monique para que la niña no se acobardara y echara todo a perder. Todo estaba listo, acomodarían a los editores y críticos lejos de los padres de Monique para que no sospecharan nada antes de lo debido. Sí señor, todo estaba listo. Sin embargo, por un agudo sentimiento de nerviosismo, mismo que experimentaba antes de cada presentación de sus libros, no podía moverse del auditorio que serviría de plataforma (o cementerio) a los sueños de su querida Monique. Sonrió ante el recuerdo de esa hermosa y joven sonrisa, a menudo se reprochaba haberse enamorado de una muchacha tan joven pero luego se decía que el corazón es un terco que de razones nada escucha y cual niño caprichoso hace lo que le viene en gana sin pedir consejo ni permiso de nadie, así pues se había enamorado de su alumna.

* * *

Tres horas después Yulia despertó sobresaltándose al verse acompañada por un cuerpo masculino, pero el susto duró un suspiro pues recordó que ese hombre no era otro sino Armand. Se desperezó mirando el reloj, el susto fue mayor al anterior, le quedaba apenas una hora para el recital y ambos tenían que cambiarse.

–¡Armand! ¡Despierta! – gritó tirándolo de la cama.

–¿Qué sucede? – preguntó adormilado.

–¡El recital! – exclamó corriendo por toda la habitación buscando su ropa, su toalla de baño y, por último la puerta del baño.

–¿Qué tiene el recital? Es a las seis. – murmuró acomodándose de nuevo en la cama.

–¡¡Ve qué hora es!!

–Volkova déjame dormir apenas son las… ¡CINCO! ¡Mon Dieu ! – corrió de un lado a otro poniéndose los zapatos y dejando los platos sucios en la cocina, mientras salía del departamento alcanzó a gritarle a Yulia: - ¡Nos vemos en el auditorio!

Yulia se bañó y vistió en tiempo récord corriendo a todo lo que daban sus pies hacia el auditorio. Sin embargo al llegar a la esquina encontró cerrado el paso, al parecer habían detectado una peligrosa fuga en el servicio de drenaje y se habían cerrado los caminos 4 cuadras a la redonda. Según el policía, transeúntes y automóviles por igual tendrían que rodear el perímetro lo que los llevaría a cruzar el río. No podía creer que el día que más había planeado en su vida era precisamente aquél que le estaba saliendo mal. Rodear el camino por el río le tomaría al menos una hora, y no disponía de esos 60 minutos completos.

* * *

El auditorio, aunque pequeño, parecía por fuera esos bellos teatros londinenses con el glamour francés. Las luces, sensibles a la oscuridad, comenzaron a encenderse iluminando un pequeño letrero en el que se leía "Recital de Piano por los alumnos de la maestra Volkova". La gente se había dado cita fuera del recital desde temprano. Al parecer había muchos desconocidos entusiastas de presenciar el evento, cosa que sorprendió bastante a Monsieur Poulain que, como ya sabemos, consideraba a Yulia poco menos que una pordiosera con conocimientos de piano. Algunos curiosos miraban con atención el letrero y lo comentaban entre risillas. Monsieur Poulain comenzaba a sentirse incómodo al pensar que estaría entre puros locos, sin embargo no podía hacer nada pues era su oportunidad para despedir a Yulia de una buena vez.

–¡Cuánta gente! – exclamó Madame Poulain - ¿Lo ves? Yulia no es una don nadie.

–Puede ser gente pagada. – refunfuñó el señor.

–¿Con qué dinero, querido? Lo que tu le pegas no le alcanzaría para pagar ni el desayuno de cualquiera de estas personas. – agregó la dama que se alejó de su marido buscando con la mirada un lugar.

Una mujer rubia, a quien el lector reconocerá como Simone, se acercó a la madre de Monique. Las manos le temblaban, aunque no de una manera perceptible para la señora, sus rodillas se sentían de goma y ciertamente su maquillaje estaba sufriendo las consecuencias de los nervios. Simone se limpió el sudor de la frente con un pañuelo y con su mejor sonrisa se acercó a la madre de Monique.

–Madmoiselle Poulain, ¿no es así?

–Sí, soy yo. – respondió la señora observando a su despampanante interlocutora.

–Soy Simone Bovie. Si me permite, Yulia me pidió que les reserváramos sitios especiales a su marido y usted. – de pronto la escritora notó que Monsieur Poulain no se encontraba con su esposa y temió que el hombre no fuera a aparecer. - ¿Y su marido?

–Seguro está por ahí criticando algo. No se preocupe por él, Simone.

–Bueno, eh… sígame por favor. Le mostraré su asiento.

Con un tranquilo ademán Simone caminó frente a la señora y le mostró su sitio justo frente al piano. Nada podía salir mal, absolutamente nada. Excepto quizá que Yulia no se apareciera, o que los padres de Monique sospecharan y se la llevaran, o tal vez que alguien hiciera algún comentario que provocara que todo el espectáculo se viniera abajo. Simone comenzó a temblar de nuevo, y al mismo tiempo trató de tranquilizarse pensando que no podía salir nada mal porque lo habían planeado muy cuidadosamente. Sonrió un poco más animada y fue a atender al resto de los invitados, incluyendo a Monsieur Poulain que, tal y como lo había dicho su esposa, estaba criticando la pésima distribución del escenario. Finalmente todo estaba listo, pero había un pequeño problema…

–¿Dónde están Yulia y Armand? – escuchó la tímida voz de Monique a sus espaldas.

–Ya deben estar en camino. No te preocupes, querida. – sonrió ocultándole su propio pánico.

Faltaba poco menos de veinte minutos para que iniciara el "recital" y ni huella de Armand o Yulia, Simone marcó varias veces al celular del señor pero no respondía las llamadas. Una sensación de prefacio apocalíptico se le apareció cuando vio a los padres de Monique inspeccionar el teatro, y finalmente todo terminó por parecerle la antesala del infierno cuando el editor Claude Cassel asomó su rostro en el teatro y comenzó a platicar sobre libros con sus compañeros editores y escritores que estaban de asistentes. Simone estuvo apunto de desmayarse cuando vio a Armand saludar al editor y decirle algo al oído.

–¿Dónde, en el nombre de todas las estrellas, has estado? ¿Dónde esta Yulia?

–¿No ha llegado? Bueno, podemos empezar sin ella. ¿Cuánto falta para empezar?

–No podemos empezar sin Yulia. – intervino Monique.

–Tenemos que. No podemos hacer esperar a la gente, especialmente a tus padres o empezarán a sospechar.

–No quiero empezar sin Yulia aquí. Empezamos juntas, esto lo tenemos que hacer juntas. Por favor. – suplicó la joven con las manos juntas.

Simone y Armand no pudieron evitar carcajearse estruendosamente y verse obligados a cubrir su boca con ambas manos. El pequeño discurso de Monique había sido tan emotivo y tan propio de una novela barata que les fue imposible contenerse. La joven los miró desconcertada sonrojándose y escondiendo su rostro tras su libreta.

* * *

–Pardon, madmoiselle. ¡No puedo hacer nada! – exclamó el conductor del taxi ofuscado por el tráfico detenido y el rostro preocupado de su pasajera pelirroja.

Lena golpeó su rodilla molesta por la marea de automóviles que se había quedado estancada. Dicen que es mejor tener en cuenta el camino que se recorre paso a paso porque de ese modo no nos damos desesperamos si acaso vemos nuestra meta muy lejana pero Lena no podía pensar en nada mas que en su destino. Atrapada entre el tráfico y una avería en el drenaje su mente se vio envuelta ya no en recuerdos sino en una profunda reflexión sobre lo que hacía en ese momento. ¿Qué pasó por su mente para estar ahí, en camino a un auditorio donde presumiblemente estaría Yulia? Su mente analizó los minutos previos a esa decisión: Lena se encontraba en el lobby del hotel esperando a Svetlana y disfrutando del ambiente francés cuando escuchó a una pareja mencionar el nombre Volkova. Inmediatamente saltó de su asiento y se dirigió a la pareja.

–Disculpen, – dijo haciendo uso del poco francés que había aprendido años atrás – no quería escuchar su conversación pero… ¿acaso mencionaron el apellido Volkova?

El corazón le daba vueltas, y la cabeza le palpitaba con estruendo, ¿o acaso era al revés? ¡Quién podía decirlo! Toda su atención estaba enfocada en esa pareja de adultos que la miraban desconcertados. Lena podía adivinar las preguntas que se formulaban en sus ojos: ¿quién era esa jovencita pelirroja que osaba escuchar las conversaciones ajenas?, ¿qué podía llamarle tanto la atención de un apellido?, ¿qué quería concretamente abordándoles de esa forma tan grosera?... Finalmente el señor salió de su asombro y luego de dedicarle una sonrisa le respondió:

–Mi esposa y yo estábamos hablando de un recital que se ofrecerá en el el auditorio Camillé.

–Pero mencionaron el apellido Volkova, ¿no es así?

–Sí, madmoiselle. Mi esposa y yo fuimos invitados a asistir, nuestra sobrina fue alumna de la maestra Volkova hace unos años.

–¿Maestra Volkova? – su rostro palideció ante la esperanzada idea de que aquella pareja de franceses y ella, una chica rusa aturdida por el momento, estuvieran hablando de la misma Volkova.

–¿Se siente bien? – inquirió el hombre recibiendo una desaprobatoria mirada de su esposa.

–Debo parecerles una loca – y en verdad lo parecía – pero ¿cómo es esta maestra Volkova?

–No lo sabemos, ni mi esposa ni yo la vimos jamás, pero hizo maravillas con nuestra sobrina, ¿no es así, cariño? Tengo entendido que es de Rusia.

–¿Dónde se encuentra este auditorio?

–Es inusual que una joven extranjera se interese en los recitales de estudiantes. – advirtió la señora que le miraba con recelo y sostenía el brazo de su marido como queriendo darle a entender que aquél hombre era suyo y de nadie más, Lena se limitó a sonreírle.

–Lo sé, pero tengo la vaga esperanza de que estemos hablando de la misma Volkova y quisiera ir a comprobarlo.

–Tome un taxi y pida que le lleven al auditorio Camille. En épocas pasadas fue un auditorio muy conocido así que cualquiera le puede llevar.

En ese mismo instante olvidó todo, se olvidó de Svetlana, se olvidó de su separación, del pasado, todo lo que le importaba era darle vida a esa esperanza. ¿Podía ser que la vida las hubiera reunido de nuevo en la ciudad del amor? Tal vez era hora, tal vez era verdad que los grandes amores nunca se olvidan y que el amor verdadero trama caminos tan extraños que es imposible ver que si hay una separación en algún punto habrá una reunión. No pensó en qué haría cuando llegara, en qué le diría cuando la viera, sólo quería verla. Sin embargo la calma le daba oportunidad de pensarlo todo, de ver cuán estúpido había sido su impulso. Ahora quería correr, pero correr de vuelta a los brazos de Svetlana. Sí, eso haría, pagaría el taxi y correría entre los automóviles hasta el hotel, se abrazaría a Svetia y luego le rogaría con lágrimas inexplicables que se fueran de Paris y nunca más volvieran. Eso sería huir, le dijo la psicóloga con la que compartía corazón. El taxi comenzó a moverse sacando a Lena de sus cavilaciones y arrojándola de nuevo al dilema anterior, ¿llegaría a tiempo? ¿Qué le diría al verla?

Cuando el tráfico se detuvo de nuevo contempló sus posibilidades. Si la tal maestra Volkova era Yulia, ¿qué posibilidades había de que la tratara igual que en el aeropuerto? ¿Qué ocurriría si ya tenía a alguien más? Bueno, eso era lógico, después de todo ella misma ya tenía a alguien más. ¿Qué estaba haciendo? A esa pregunta se reducían todas las demás. La pelirroja suspiró pegando su frente contra el cristal. Tenía que esperar, ser paciente, dejar que la vida tirara la moneda, ya se vería que ocurriría con ella y Yulia.

* * *

La pelinegra corría tan rápido como sus cortas piernas se lo permitían, de cuando en cuando miraba el reloj y sentía como los minutos se le escapaban del pequeño TIMEX en cada sacudida. Su corazón empezaba a gritar por una bocanada grande de oxígeno y amenazaba con detenerse no ver visto cumplido su capricho cuando Yulia divisó el auditorio y bajó la velocidad hasta detenerse completamente frente a la puerta. Se dejó caer en el suelo y tomó todo el aire que le fue posible mientras se limpiaba el sudor de la frente y las mejillas. Se levantó sintiendo que las piernas exigían un largo reposo luego de tan tremenda maratón pero había que hacer el último esfuerzo y con una entrada por demás teatral empujó las puertas del auditorio llamando la atención de todos los que ahí se encontraban. Con paso seguro y sin mirar a nadie caminó hasta el piano se sentó en el banquillo y acarició las teclas sin permitirles emitir ni un solo sonido, las contempló detenida en sus negros y blancos. Por un segundo dejó de escuchar los murmullos de los presentes y se olvidó que estaba ahí por Monique, para darle una oportunidad de hacer lo que más le gustaba y que sus padres se dieran cuenta de ese talento. En su mente sólo existía una cosa: el piano.

En un estruendo que hizo que más de uno de los presentes brincara de su asiento, Yulia comenzó a interpretar a Bach: Toccata al fugue*. El silencio se hizo completo después de las primeras 10 notas, en los dedos de la diminuta pelinegra se centraba ahora toda la atención. Tenía los ojos cerrados, sus dedos conocían dónde había que tocar aún en la oscuridad de sus pensamientos. La gente la miraba como víctima de un hechizo repentino, todos habían escuchado al menos una vez esa melodía que evocaba momentos tétricos y gritos en mitad de la noche. Yulia sonrió como lo habría hecho el Fantasma de la Ópera al encontrarse con Christine horrorizada en su presencia. Continuó aterrorizando con estas notas a su audiencia y poco a poco les hizo olvidar el barullo pasado para concentrarse en esta única y solemne presencia. El viejo auditorio se había transformado de repente en las instalaciones subterráneas de un loco músico.

La última nota sonó dejando un hueco en los oídos de todos los presentes cuando finalmente se apagó. La gente seguía inmóvil, cautiva por esas redes invisibles que Yulia había tejido con su música. Yulia sonrió desde su sitio en el banquillo y se levantó, en el mismo momento en que su rostro miró de frente a toda la gente reaccionó estallando en aplausos, la pelinegra agradeció a la audiencia con una caravana. ¿Hacía cuanto de la última vez que había hecho eso? Muchos años desde que un público le aplaudiera. La chica sonrió aún más, no podía creer lo bien que se sentía verse ovacionada con aplausos por su pasión: la música. Le guiñó un ojo a Armand, Simone y Monique que la miraban boquiabiertos. Estaban al borde del colapso nervioso esperándola por la entrada para actores cuando escucharon el piano y entre prisas y tropezones se percataron que la desdichada pelinegra ya estaba dando su espectáculo. Hizo una nueva caravana y se sentó de nuevo al piano. Suspiró mirando el techo y palpando las teclas comenzó a interpretar Sonata Luz de Luna*, la de Beethoven. La tristeza se diluía en dulce amargura cuando el piano cantaba suavemente los sentimientos agonizantes de la pianista. Sin embargo, Yulia tan versátil, se dio cuenta de que su público compartía esa tristeza y no era un evento adecuado para tal sentimiento, la pelinegra sonrió cambiando la melodía sutilmente a un arreglo propio del tema principal de una famosa obra de teatro: El Fantasma de la Opera. El ánimo del público se vio cambiado radicalmente e incluso hubo un par de sonrisas, el arreglo terminó con Fur Elise* a un ritmo demasiado rápido, que no solo desplegaban sus habilidades sino que pusieron a los asistentes, incluso al escéptico Monsieur Poulain, en un humor mucho más animado y deseoso de escuchar más. Yulia terminó con la frente perlada del esfuerzo y con una enorme sonrisa en su rostro. Simone se sorprendió al ver a su amiga sonreír de esa manera, era igual a esa hermosa sonrisa al finalizar los conciertos cuando aún integraba t.A.T.u.

–Muchas gracias por haber venido. – dijo una vez que los aplausos cesaron. –Como saben estamos aquí para sorprendernos con el talento de mis alumnos. –Muy atentamente se fijó en la reacción del padre de Monique al decir esto, y no le quitó la vista de encima con lo que tenía a continuación. –Aunque debo corregirme, sólo tengo una alumna: Monique Poulain.

El padre de la joven se sonrió satisfecho de saber que Monique era su única alumna, aunque le intrigaba la razón que había tenido Yulia para hacer un recital de una sola persona, era mucho más grande su gozo al saber que la maestra era una simple fracasada, al menos en su opinión. Monique subió al proscenio y se sentó en el mismo banquillo que su maestra había ocupado antes, en sus manos sostenía un librillo y tímidamente lo abrió sobre el teclado del piano emitiendo un sordo FA.

–Tenemos ya bastante tiempo trabajando para este día. – Yulia se inclinó sobre Monique y le susurró al oído: –No te preocupes, todo saldrá bien.

La chica respondió con una sonrisa este gesto, respiró profundamente y se levantó del banquillo encarando al público. Se preguntó por qué Yulia había decidido poner a sus padres tan al alcance, su padre sólo necesitaba tres pasos para alcanzar el escenario y ciertamente eso no le daba tiempo suficiente para huir. Aclaró la voz y le sonrió a los hombres de la primera fila junto a sus padres.

–Quisiera… quisiera leer algo para ustedes. Es… bueno… lo leeré primero.

**"¿Sabes qué pasa cuando te enamoras de un ángel?
La luna se vuelve muy baja
y las estrellas dejan de ser inalcanzables,
en tu espalda crecen alas,
el suelo se vuelve una ilusión.

Todo lo que signifique amar
toma un sentido nuevo,
su beso te vitaliza,
su abrazo te envuelve,
y noche tras noche
duermes al cobijo de sus alas.

Cuando te enamoras de un ángel
el mundo es tan poca cosa
pues ahí jamás encontrarás
una sonrisa tan pura,
una mirada tan dorada,
ni un amor tan entregado
como el que tu ángel te ofrece.

Cuando te enamoras de un ángel
no te da miedo caer
no puede asustarte semejante cosa,
cuando un ser de luz
ha acariciado tu cuerpo
y besado tus párpados.

Lo más triste de enamorarte de un ángel
es que sabes desde el inicio
que hay poca probabilidad de que sea duradero,
y aún más, sabes que la gloria no es para ti.

Cuando te enamoras de un ángel
vives mirando el cielo
esperando alguna señal,
esperando que algún día vuelva a bajar.

Cuando te enamoras de un ángel
derramas muchas lágrimas
porque sus labios están muy lejos para ser besados.
porque su rostro es algo
que ni en tu memoria puedes plasmar fielmente,
cuando te enamoras de un ángel
todo lo que te queda
es una libreta llena de poemas,
un corazón hecho cenizas,
unas manos llenas de caricias,
unos labios ansiosos por besar
y un amor empaquetado
sin una dirección a la que se lo puedas enviar.


Monique suspiró y cerró los ojos durante dos segundos. No quería mirar la reacción del público. No, sólo no quería ver el rostro de sus padres. Primero escuchó un aplauso, luego dos… después ese par se multiplicaron hasta que la habitación se llenó de ellos. Monique abrió los ojos y se encontró con toda la gente aplaudiéndole. No podía creer que había arrancado aplausos de esa gente que era crítica por oficio, aún sus padres estaban aplaudiendo. Leyó otros dos poemas de su libreta recibiendo el mismo caluroso aplauso que con el primero. La gente casi se había olvidado del piano, no lo había hecho porque Yulia tocaba dulces melodías para acompañar las historias narradas por su alumna y amiga. Finalmente Yulia se detuvo y le hizo una señal a Monique para que continuara con el plan.

–Gracias. Me alegro que les haya gustado. –el corazón le oprimía el pecho, sintió que de pronto todo era silencio y todos los ojos la miraban a ella, todos indagaban en su mente adivinando su plan y casi podía sentir las manos de su padre sacudiéndola por rebelde, cerró los ojos y recordó a Simone y todo el apoyo que le había dado… eso era todo lo que necesitaba. – Esto que acabo de leerles es… mío.

Por supuesto, esto era una sorpresa sólo para los padres de Monique, el resto de los asistentes ya conocía la razón de su presencia ahí. La escena que se desarrolló a continuación es difícil de describir. La madre de Monique se llevó las manos a la boca y exclamó un chillido que a todos pareció de gusto, cosa confirmada cuando comenzó a aplaudir, sonreír y llorar, todo al mismo tiempo. Por otro lado, su padre tenía sobre su rostro una mueca de desagradado, con los brazos cruzados sobre su pecho y ambos pies haciendo fuerza sobre el suelo. Armand, Simone y Yulia intercambiaron miradas, tenían todo planeado por si el señor decidía subirse al escenario o ir a golpear a cualquiera de los tres.

–Tienes talento, muchacha. – se aventuró a decir uno de los periodistas que estaban presentes. –La maestra Volkova nos dijo que podíamos hacerte preguntas, ¿podemos hacerlo ahora o después?

Monique miró a su padre que no había cambiado ni un ápice su expresión y después respiró profundamente.

–Pueden hacerme preguntas, y si lo desean después continuó la lectura de los trabajos que he estado haciendo.

–Bueno, a todos los presentes nos citó Yulia pero todos sabemos que ella de letras no sabe nada. –comentó el periodista que había hablando anteriormente provocando la carcajada de todos cuando el rostro de Yulia se volvió rojo ante la acusación tan velada –¿Quién te estuvo orientando?

–Esa te la contesto yo, Jules. –respondió Yulia levantándose de su banquilla y jalando a Simone de la mano. – Señoras y señores, Simone Bouvie, escritora, ganadora de varios premios y conocida de todos.

Simone saludó a la audiencia y respondió las preguntas correspondientes al desarrollo y descubrimiento de Monique. Simone relató en su estilo único la manera en que Yulia le había llevado a Monique y todas las aventuras para lograr ese día. Yulia cuidaba cada cambio por minúsculo que fuera en el rostro del padre de Monique. Pero nada se percibía. Todo parecía marchar de maravilla y finalmente las preguntas cesaron dejando muy satisfechos a los periodistas, escritores y editores que habían asistido. La joven escritora se sentía en una nube de la que no quería tener que bajar nunca. Con buen ánimo leyó varias de sus obras recientes y culminó agradeciéndoles a todos su presencia con un dúo en el piano con Yulia.

* * *

–Al fin llegamos, señorita. Lamento muchísimo la tardanza, el tráfico estaba imposible ya vio.

Lena ni siquiera le respondió al taxista estaba tan exasperada, tan desesperada y tan ilusionada que poco le importaban ya las dos horas en el maldito tráfico. Esperaba tontamente que el recital aún no hubiera terminado o que se topara con la maestra Volkova, misma que secretamente Lena esperaba que fuera una anciana. Sí, una vieja rusa que llevara tantos años en Paris que olvidado tuviera su idioma natal. Lena suspiró aliviada con esta idea y se acercó a la entrada. No se escuchaba nada y al darse cuenta de la hora asumió que el recital había terminado. Desesperanzada golpeo la puerta del auditorio como esperando que alguien la escuchara del otro lado. Miró la marquesina donde se leía "Recital de Piano" y por alguna razón su mente la llevó años atrás, a un momento lejano donde Yulia y ella tocaban la misma melodía sentadas al piano. Tenían catorce años y sólo les preocupaba divertirse y estar juntas todo el tiempo posible, Ivan era el que gritaba todo el día sobre la fama y la importancia del dúo. Las notas de aquél recuerdo sonaron disfónicas cuando un grupo estalló en carcajadas no muy lejos de Lena. La pelirroja les miró sin ningún interés, se trataba de una mujer rubia muy hermosa, un hombre maduro y una adolescente de cabello castaño, el trío se detuvo frente al teatro a pocos metros de Lena. No cabía duda que era un grupo extraño, la mujer parecía sobre protectora con la adolescente y el hombre lo era a su vez con las dos mujeres, sin embargo había algo en ellos que no le indicaba a Lena que fueran pareja, o algo similar.

–Todo salió tal y como lo planeamos. – oyó decir al hombre.

–No todo. El padre de Monique estallando en lágrimas era algo que ciertamente no estaba preparada para ver.

–¡Ni que lo digas! ¡Eso sí fue una sorpresa! – exclamó la jovencita abriendo sus ojos verdes tanto como podía.

–Pero todo salió bien. Tus padres te van a apoyar, Simone seguirá siendo tu tutora… - dijo al tiempo que simulaba con los dedos un par de comillas.

–¿Por qué las comillas? – preguntó la mujer rubia denotando sus mejillas sonrojadas.

–Simone, soy gay pero no nací ayer. – respondió el hombre guiñando un ojo.

–¡Eres un grosero, Armand!

Lena se sonrió para sí misma, ya había entendido qué hacía diferente a aquél grupo, al parecer Simone era lesbiana o quizá bisexual mientras que Armand era gay, y había algo simulado o real entre la joven, Monique, y aquella mujer. Sus dotes de psicóloga le hicieron evaluar la escena con mucha más profundidad pero antes de que empezara a hacer un psicoanálisis a lo Freíd decidió acercárseles para preguntar las direcciones para volver al hotel.

–Disculpen.

–Deberíamos ir a celebrar. – comentó Armand, ninguno de los tres había escuchado la tímida voz de Lena.

Lena sonrió más que amabilidad por molestia, estaba harta de cómo había dado inicio su día. Se acercó un par de pasos más y se disponía a tocar el hombro de uno de ellos cuando Monique la congeló con sus palabras.

–¿Sin Yulia? – dijo la chica; debía ser una coincidencia, pensó Lena.

–No podemos echar a perder tu día de triunfo solo porque Volkova prefirió irse a descansar. – replicó Simone; una terrible coincidencia, seguía pensando Lena.

–¿Qué se le va a hacer? La rusita está enfermita e hizo un gran esfuerzo para venir al recital.

No podía ser, Lena tuvo que luchar mucho consigo misma para no desmayarse. ¿Podía ser posible que hablaran de su Yulia? Eran muchas coincidencias, los nombres, la procedencia, el piano… ¿era posible? Haciendo uso de toda su fuerza Lena dio el paso que le separaba del grupo.

–Disculpen. ¿Están hablando de Yulia Volkova? ¿La ex integrante del grupo t.A.T.u?

Simone, Armand y Monique se giraron hacia la recién llegada pelirroja y los tres desorbitaron sus ojos al reconocerla. A ninguno de los tres podía escapársele el conjunto de pecas, cabello de fuego y ojos grises e intensos como la niebla en un páramo.

–Sí… –respondió tímidamente Monique.

–¿Dónde está? ¿Dónde puedo encontrarla? Díganme por favor.

Lena estaba siendo víctima de sus impulsos y de la emoción. Todo el pasado se le borró de la mente, ya no le importaban los reclamos, los sueños rotos, los engaños, las mentiras, los años separadas, el dolor, las lágrimas, todo lo que quería era ver esos ojos azules, quería aspirar el aroma de su cabello negro, ¿o quizá ya lo tendría rubio de nuevo? Quería verla, abrazarla, besarla, mirarla nada más. Todo esto se reflejaba en sus ojos, los tres conocían la historia de ellas, y sabían el estado en el que Yulia se encontraba últimamente. Simone fue la que se animó y le escribió la dirección de Yulia en una servilleta de esas que los escritores siempre traen consigo. Lena tomó la servilleta como si se tratase de algo sagrado y corrió a la calle a tomar el primer taxi que viera libre sin siquiera despedirse de aquél trío caído del cielo.

El corazón de Lena parecía querer estallar, el departamento de Yulia quedaba tan cerca. Su mente estaba en blanco, nada de recuerdos, nada del presente, nada de emociones, solo la emoción que oprime el pecho hasta hacernos querer tragar aire hasta por los poros. El ruido de la ciudad se le apretaba contra los oídos pero Lena era incapaz de escuchar nada que no fuera el sonido de la servilleta arrugándose bajo el jugueteo de sus manos.

El taxi se detuvo y el corazón de Lena hizo lo mismo, parecía que el mundo había dejado de respirar como se hace en una sala de cine cuando el clímax de la película se aproxima. Lena subió las escaleras viejas con el eco de sus pasos como el único sonido que la seguía. Se detuvo frente a la indicada puerta y llamo dos veces. Se oyó que descorrieron un pasador, una cerradora y finalmente la puerta se empezó a abrir. Se encontraron gris contra azul, azul contra gris, sorpresa contra sorpresa.

–¿Lena? ¿Qué haces aquí?.