ANGUSTIA PROFUNDA

Contemplaba el mar, mirando como las olas suavemente tocaban la punta de los de dedos de mis pies. Conforme iba anocheciendo había cada vez un reflejo más y más naranja allá donde el cielo se toca con el mar. El sol se había perdido por completo cuando sentí deseos de sumergirme y refrescar mi cuerpo en el agua. Esa misma agua que había bañado a tantas otras personas; aquella que me vio nacer hace exactamente 42 años y 3 meses, cuando todavía vivían mis padres. Ese entonces en que la vida era tan sublime y prácticamente no existía algo que fuera imposible de alcanzar. ¿Que importancia tendría la filosofía para mi al cumplir cuatro o cinco años? Ninguna. ¿Qué objeto de admiración sería al saber como funcionaba el electrón ante mis compañeros de tercer grado? Nulo, sobra decir que me miraban como a un bicho raro.

Lo había decidido, me quité la ropa lentamente, primero la camisa de rayas verdes y blancas que se entrecruzaban perpendicularmente formando unos pequeños cuadrados con bordes de distintos colores. La tiré ahí junto a mis pies, ¿Qué importa si cuando salga del mar la encuentro con arena incrustada en las partes más inverosímiles? Pues la sacudo y santo remedio. Lo que no se caiga instantáneamente estorbará un rato hasta que con el movimiento del cuerpo al caminar lo obligue a quedarse atrás. Como un mal recuerdo dejado sin tener la necesidad de sentir que se debe mirar atrás. Para que lentamente se vaya quedando lejos sin posibilidad de regreso. Como tantas otras cosas que es necesario dejar a un lado para que vengan otras mejores, o peores.

Cuando me quité el zapato izquierdo empecé a recordar lo difícil que había sido conseguir este par en especial. Y es que conseguir zapatos para mi siempre ha sido toda una odisea. No solo por el hecho de tener un pie con un tamaño un poco inferior al otro, sino que no es fácil conseguir algo que me haga sentir. Algo con lo que pueda imaginarme usándolo dentro de un tiempo. Estos los encontré después de varios días de búsqueda. Tuve que medirme por lo menos 11 pares de zapatos con anterioridad a estos. Incluso cuando me los probé la primera vez no tenía completa certeza para adquirirlos. Al mirar en el espejo pude notar como era con estos zapatos con los que iba a cerrar un gran negocio o a conocer a alguien importante y eso fue todo lo que necesité para dejar de dudar.

Entonces me di la vuelta para cerciorarme que no hubiera por allí cerca algún merodeador que me fuera a despojar de mis pertenencias en el instante que estuviera lo suficientemente lejos como para comenzar una persecución. Nada, todo estaba tan solo como al momento de mi llegada. A unos kilómetros se podían vislumbrar las luces de algunas de las primeras casas que están antes de llegar al pueblo. Esas casas donde sus habitantes son los primeros en enterarse de las noticias de las otras partes, y que hacen posible la diversa variedad de temas en las noches cuando no hay luz o cuando simplemente no queda nada mas de que hablar. Los árboles apenas si se inmutaban ante la leve brisa nocturna.

Rápidamente me quite el otro zapato y me deshice del pantalón dando pequeños saltos para no perder el equilibrio y caer sobre la arena húmeda. Decidí quitarme la ropa interior ante la remota posibilidad de una persona en las proximidades del sector.

Cuando puse mi pie dentro del agua, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, era como si de repente todo mi ser se hubiera tensionado, parecía que el agua estuviera demasiado caliente, me ardían los dedos y sin querer pero como si algo me impulsara, sumergí el otro pie.
Parpadeé.

Al abrir nuevamente mis ojos observé que el mar no estaba allí y en cambio miles de personas ocupaban su lugar alrededor mío, sus ojos eran uno solo que me observaba detenidamente con rencor, y su boca gritaba: “Hereje!”