Nota de Autora: este fanfic es un AU (Universo Alterno, por sus siglas en
inglés). Esto implica que no se desarrolla en el universo del anime ni del manga. La historia se centra en pleno siglo XXI, y claro
habrán ciertos cambios con los personajes, los cuales
descubrirán poco a poco. Sin nada más que agregar, disfruten la historia.
Sin Rastro.
Por: Meiko Akiyama.
Capítulo 1: “El Robo”
El Shikon No Tama
siempre fue un tesoro muy apreciado. Antes era propiedad de un viejo
millonario, quien se lo había obsequiado a su esposa como regalo de bodas. Al
morir él, su hijo heredó esta valiosa joya. Pero al parecer el joven no
apreciaba ni su belleza ni su valor, de modo que optó por venderla a un museo,
obteniendo por ella una jugosa suma de dinero. Desde entonces, fue propiedad de
un museo muy reconocido en Japón. Sin embargo, los directores sabían que era
muy arriesgado mostrarla al público. Era prácticamente inducir a un robo. De
modo que el Shikon No Tama
permaneció alejado del ojo público durante más de cincuenta años.
Un día, la directora Kaede Matsuyami tomó la decisión de abrir una exposición que
contenía en su repertorio la valiosísima y casi legendaria joya. La ceremonia
de inauguración estuvo repleta de las más destacadas figuras de la ciudad y
muchos representantes de periódicos y medios de comunicación. La velada había
durado más de lo esperado, puesto que todos los presentes deseaban apreciar con
detenimiento del Shikon No Tama.
Se dijo que en tiempos ancestrales, había encerrado inmensos poderes y que muchísimos
demonios luchaban para obtenerla. Pero aquella noche tan sólo era otra valiosa
pieza de colección.
A pesar que durante todo el evento había existido una fuerte
vigilancia policial, comandados por el reconocido Myôga
Higurashi; no había ocurrido ningún incidente ni
ninguno de sus agentes habían visto nada sospechoso. Myôga le había advertido a todo su equipo acerca de lo
importante que era la vigilancia aquella noche. Se sospechaba que los “Inu”
tenían un gran interés en el Shikon No Tama. Myôga llevaba muchos años
de carrera dedicados a capturar aquella organización de ladrones
especializados. Había logrado capturar a unos cinco miembros de la
organización. Pero no pudo sacarles demasiada información, sobre todo porque
ellos no eran conocedores de mucho. Eran apenas “ladrones de bajo rango”. Nunca
había dado con un “pez gordo”. Todos eran chiquillos inexpertos que no conocían
bien quién era su jefe ni los grandes movimientos de la organización. Pero él
guardaba todos sus expedientes con detenimiento, toda la información recopilada
era guardada con sumo cuidado; tan sólo esperaba el día de unir las piezas y
dar finalmente con todos ellos.
Muchas horas después del evento, el salón principal
se encontraba totalmente vacío. Tan sólo se escuchaba el pitido de las cámaras
de seguridad que sonaban cada cinco minutos, indicando que todo se encontraba
en orden. Tres guardias estaban sentados frente al sistema de seguridad jugaban
a las cartas y tomaban cerveza divertidos, muy confiados y revisando en sus pantallas
que no hubiera ningún movimiento extraño o sospechoso.
Lo que aquellos guardias no podían notar era una
pequeña camioneta azul estacionada a unas dos cuadras, en un callejón oscuro y
tenebroso. No había nadie en la parte delantera del vehículo; sin embargo,
había muchísimo movimiento en la parte trasera. Había material de muy alta
tecnología acomodada y ordenada justo en la pared derecha del vehículo. En un
rincón se encontraba un maletín semiabierto, que dejaba entrever un par de
armas especializadas y comunicadores de largo alcance. Y en una especie de
mesita una pizza tamaño familiar, dos cervezas y dos bebidas de cola. El sonido
de un suspiro rompió el silencio en aquel sitio. Una joven de largos cabellos
cafés, recogidos en una alta coleta; y con vestimenta negra, colocó sus dedos
sobre el teclado de un computador. Enseguida se reflejó en la pantalla el salón
principal del Museo, en la pantalla de junto se podía observar perfectamente a
los tres policías charlando animadamente.
-¿Aún no han entrado?- comentó una voz detrás de la
muchacha. Provenía de un hombre de baja estatura, ojos verdes y de cabellos
negros. Al igual que su compañera, su ropa era en colores opacos- ¿Pues qué
están esperando?
-Tranquilo Yakken, ellos
siempre se toman su tiempo y nunca nos han fallado ¿o no?- la chica hablaba muy
segura de sus palabras. Sin embargo, Yakken le lanzó
una mirada de reprimenda. Ella ya conocía perfectamente el significado de ella.
Lanzó un suspiro de fastidio y mientras tomaba un sorbo de su refresco ajustó
un micrófono que llevaba y se colocó los audífonos.
-Chicos… ¿en dónde
se encuentran? Tenemos a un muy desesperado Yakken
aquí en el camión… ¿chicos?-
Por medio de un pequeño micrófono la voz de la
joven se dejó escuchar varios metros más allá. En la azotea del edificio
próximo al museo. Allí dos siluetas se divisaban. Eran dos hombres, también
vestidos de negro; quienes miraban fijamente al Museo como si de su presa se
tratarse.
-Sí Sango estamos aquí linda, no te preocupes tanto
en unos segundos regresaremos a ti…- contestó el joven que llevaba el
comunicador. Tenía los ojos cafés y su cabello lo llevaba recogido en una
pequeña coleta. Su rostro era alegre y amable, pasaría por cualquier
universitario promedio.
-¡No lo digo por
eso! Es tan sólo que Yakken está desesperado porque
piensa que se han perdido en el camino-
-Tal vez si nos hubiéramos encontrado con una linda
chica…- comentó el mismo joven, con una sonrisa pícara. Entonces el micrófono
le fue arrebatado por su otro acompañante, quien también tenía ojos castaños y
cabello del mismo color, pero más corto.
-¡Dile al renacuajo ese que no se preocupe! ¿Cuándo
hemos fallado? Además esta misión será más fácil que otras que hemos hecho
Sango… ¡Que guarde silencio!- exclamó algo exasperado.
-Tranquilo Inu, no ganarás nada con ponerte así…
Sango preciosa, dile a Yakken que no tendrá queja de
nosotros, pero que por favor nos deje hacer nuestro trabajo en paz- terminó por
decir él para después cortar la comunicación.
-Maldito Yakken, tan sólo
porque es la “mano derecha de mi hermano”- pronunció estas palabras con cierto
sarcasmo en su voz- no tiene que creerse el jefe. Cuando regrese a ese camión…
-Tranquilízate, ahora concéntrate en lo que debes-
sonrió mientras le señalaba a su acompañante el imponente edificio del museo.
-De acuerdo Miroku, es hora de completar la
misión…- comentó el llamado “Inu” antes de dar un enorme salto y quedar en la
azotea del otro edificio. A los pocos segundos, Miroku ya le hacía compañía.
-Según el diagrama la entrada directa al salón
principal queda justo en al medio, descendiendo por esta lado- señaló Miroku el
lado posterior, mientras le mostraba a su compañero un arnés.
-Siempre he odiado usar eso…- protestó mientras
tomaba el suyo, que era de color rojo.
-No siempre puedes prenderte de las paredes y
fingir que eres el “Hombre Araña” o algo así…- se burló Miroku, pero se detuvo
al ver la mirada de reprimenda que le lanzaron- vamos Inu-Yasha… no te pongas
sentimental ahora.-
Inu-Yasha suspiró. Por alguna razón, cuando Miroku
le llamaba “Inu”-Yasha lo tomaba a tono burlesco. Le llamaban así para
identificarlo con la organización “Inu”. Puesto que él no era un “miembro”
cualquiera. Su padre había sido el antiguo líder de la organización. Y muerto
él, su hermano mayor, Sesshômaru, se había hecho
cargo del “negocio” familiar. Él, desde los quince supo del trabajo de su
padre. Su madre siempre trató que no se uniera, no quería ver a su hijo
convertido en un vulgar criminal; pero la rebeldía del chico pudo más y desde
que tuvo quince años se unió a la organización. Luego de la muerte de su padre,
estuvo al cuidado de su hermano. Trabajó duro para que le tomaran en cuenta a
la hora de alguna misión, con sudor había conseguido su propio equipo. Con
trabajo y esfuerzo, eran uno de los más reconocidos. Finalmente había
conseguido la tan añorada aprobación de Sesshômaru
porque, aunque su hermano no dijera nada, siempre que eran misiones y clientes
importantes, como esta noche, le encomendaba el trabajo a él y su equipo.
Inu-Yasha y Miroku descendieron ágilmente hasta
llegar al tercer piso, justo a la mitad del edificio. Usaron un delicado
aparato para cortar el vidrio silenciosamente. Una pequeña abertura lo
suficientemente grande como para que pudieran pasar por ella. Una vez tocaron
piso, Miroku tomó su micrófono y lo encendió de nuevo.
-Bien, Sango preciosa, ahora eres mis ojos; guíame-
-Encontrarán una
pequeña escalera a su izquierda. Una vez lleguen allí colóquense los lentes que
les proporcioné. Les dejarán ver las luces infrarrojas que indican las alarmas.
Deben evadir TODAS y cada una. No se les ocurra fallar, una vez estén allí…-
-Claro las alarmas pero ¿y las cámaras de
seguridad?- inquirió Inu-Yasha.
-… yo me hago cargo
de las cámaras, Inu-Yasha, ustedes se preocupan por llegar hasta allá-
Tal como dijo Sango, se colocaron los lentes al
llegar al pie de las escaleras. Inu-Yasha se sorprendió al observar tantas
líneas rojas en aquel cuarto. Sin embargo, nada antes lo amedrentó ante una
misión y hoy no iba a ser la primera vez. Vio cómo la lucecita roja de la
cámara de seguridad se apagaba, producto de alguna manipulación de parte de
Sango, su genio en electrónica y computación. Hizo la seña a Miroku y ambos se
colocaron las máscaras y entraron al salón.
Esquivar tantas líneas fue dificultoso, más bajo la
presión que no podían sobrepasar 10 minutos; que era el tiempo en que Sango
podía interrumpir el sistema de seguridad. Más de diez minutos y estarían
vulnerables. Finalmente, estiró su mano en una posición un tanto incómoda:
ambas piernas separadas y la espalda arqueada hacia delante; y tomó el Shikon No Tama. Era un tanto pequeña, de hecho, más pequeña de lo que había imaginado.
¿Para qué lo querría su cliente? No le importaba, él solamente recibiría una
paga y se quedaría callado. El destino de esa joya le tenía sin cuidado. Hizo
una “V” con la mano izquierda hacia Miroku, indicándole que todo estaba bien.
Justo entonces, escuchó un pitido. Su reloj marcaba el término de los diez
minutos reglamentarios. “Oops” alcanzó a murmurar.
Debía pensar en algo rápido.
En cuestión de segundos, la alarma empezó a sonar.
“Los ineptos policías no tardarán en llegar” pensó Inu-Yasha con rapidez. Jamás
llegarían al pasillo a tiempo para salir por la ventana. ¿Qué hacer? Justo
antes que pudiera imaginar una loca solución, una cuerda se soltó sobre su
cabeza. Miró hacia arriba y divisó una menuda figura.
-Yakken…- murmuró el
joven. Miroku se acercó corriendo y tomó de otra cuerda que Yakken
dejó caer segundos después.
-¡Vámonos!- le indicó su amigo, mientras iba
subiendo con agilidad por la cuerda.
-¡Un segundo!- buscó algo rápidamente en su
bolsillo. Allí, justo en el almohadón en donde había estado antes la hermosa
joya, dejó una estatuilla de bronce de un perro. Es por ello que les llamaban
“Inu”, puesto que en cada robo organizado por ellos, dejaban el algún lugar
visible la estatuilla de un perro. Ese sello personal había comenzado desde el
padre del muchacho y éste, en honor a su memoria, había decidido mantener.
-¡¡Allí están!!- escucharon los gritos varios
metros más abajo, de parte de los policías.
-¿En qué rayos estaban pensando?- gritó Yakken, visiblemente enojado- ¡eso les pasa por no atenerse
al plan! ¡De eso se enterará el Señor Sesshômaru!
-¿Por qué no pruebas tener una vida real y dejar de
ser la sombra de mi hermano?- se exasperó Inu, él detestaba que Yakken les acompañara a las misiones. Era como si su
hermano no confiara realmente en él. No podía tener quejas de su trabajo, nunca
le había fallado, nunca.
-Les recomiendo que terminemos esta discusión en el
auto porque no tardarán en llamar a la estación de policía. Y en menos de lo
que nos esperamos el comandante Higurashi vendrá a
hacernos una visita…- advirtió Miroku mientras saltaba hacia la otra azotea y
les incitaba a seguirle.
-¡Se demoraron demasiado esta vez! ¡Cuando Sango
dice diez minutos son diez minutos! ¿Es acaso difícil eso de entender?- la voz
de Sesshômaru sólo perdía su frialdad cuando se
trataba de criticar una misión de su hermano menor, Yasha; el cual era su
nombre de pila.
-Allí tienes la joya…- Inu-Yasha señaló desafiante
la cajita negra que contenía su “motín” y encaró a su hermano mayor- ¿no es eso
lo que querías?
-Quería perfección, perfección. No que llamáramos
la atención…-
-Igual hubiéramos llamado la atención cuando se
descubriera que la perla había sido robada ¿no crees?- se defendió ácidamente
Inu-Yasha.
Sesshômaru le fulminó a tal punto con la
mirada, que Yakken retrocedió. Cuando Sesshômaru se ponía en esa actitud era peligroso, demasiado
peligroso.
-Déjenme a solas con él- exigió. A los pocos
segundos, la habitación estaba vacía. Tanto Sango como Miroku y el mismo Yakken la habían desalojado. Sabían que la plática entre
los dos hermanos era sólo entre ellos dos. Muchas veces eran demasiado violentas
y nadie quería oírlas y menos presenciarlas.
-¿Qué? ¿De nuevo criticarás mi trabajo?- el menor
se encogió de hombros- soy el mejor, pero quieres reconocerlo, eres demasiado
orgulloso hermano.
-¡Cállate!- dio un manotazo al escritorio- lo único
que quiero es que hagas las cosas bien y no improvises en un plan que ya está
marcado detalladamente. Para eso tenemos a Miroku, para las estrategias, tú
estás para llevar a cabo las misiones peligrosas. ¿No puedes entenderlo? Una
falla más hermanito, y olvidaré la promesa que hice a nuestro padre y volverás
a ese pueblucho. ¿Me has comprendido? No necesito incompetentes en la
organización, ni siquiera uno que lleve mi propia sangre.-
Inu-Yasha permaneció callado. Sabía que su hermano
tenía el poder de mandarle de regreso a su antiguo hogar. Donde vivió los
primeros catorce años de su vida, junto con su madre. Pero ella había contraído
una extraña enfermedad. Por eso ella optó por su último recurso: llevarle donde
su padre. Jamás le habían hablado de él, salvo que tenía un negocio muy
importante en una ciudad lejana.
Cuando conoció a Sesshômaru,
nunca terminaron de llevarse bien. Quizás porque eran hijos de madres
diferentes, él siempre lo vio como un ser inferior. Su padre le hizo prometer
que si algo le ocurría, se encargaría del cuidado de su hermano menor. Así
había hecho hasta ahora, pero siempre bajo la amenaza de devolverlo a su
antiguo hogar.
-Tú perderías más que yo y lo sabes…- concluyó
Inu-Yasha poniéndose de pie- pero si te quieres arriesgar a perder a tu mejor
hombre, por mí no hay problema.
-Recibirás tu paga mañana, hermanito, ahora
retírate- con un gesto nada amable, Sesshômaru le
indicó que se fuera.
Una vez solo, el joven se desplomó en su asiento.
Observó con detenimiento el “tesoro” que había obtenido su hermano horas atrás.
Por lo menos la cuidó bien, no tenía ni un rasguño. Le darían muy buena paga.
Ahora tan sólo debía encargarse de contactar con el cliente y acordar un
precio. Pero ésa era tarea de Rin. Una hermosa chica siempre persuadía a los
clientes de pagar más de lo acordado. Y Rin tenía métodos de disuasión muy
efectivos, nunca había fallado. Ella sí era una colaboradora perfecta. Jamás
había tenido queja de ella. Quizás cuando se le insinuaba descaradamente, pero
con ignorarla por unos diez minutos ella desistía. “Eres el único que se
resiste” no se cansaba ella de repetir. Y sí, Sesshômaru
no era de esos que se dejaban llevar por una sonrisa hermosa o un escultural
cuerpo. “Frío como el hielo” le había dicho una de sus últimas amantes. Pero su
vida le había enseñado a ser así. ¿Demostrar sentimientos? En este negocio eso
no era posible. De su padre nunca recibió una palabra amable ni un gesto de
cariño; por el contrario, siempre le trató rudamente. Pero era su forma de
educarle para la vida que llevaría, y jamás lo reclamaría.
El timbre del teléfono le sacó de sus recuerdos de
infancia. Miró el reloj que colgaba de la pared frontal. Indicaba las dos de la
mañana. Justa la hora pactada por el cliente para establecer comunicación. “Bien”
pensó mientras tomaba el auricular “es hora de cerrar este negocio”.
-Tenían cubierto el rostro, comandante, no pudimos
identificarlos- le informó el jefe de seguridad del museo a Myôga
Higurashi, quien le escuchaba atentamente con
semblante serio y anotando todo en su libreta.
-No se preocupe, por lo menos los pudo “ver”.
Muchas veces tan sólo aparece la escena del crimen y ni rastro de ellos. Claro,
uno les distingue por esto- muestra la estatuilla del perro- y como siempre,
ninguna huella digital en la estatua.
Lanzó un suspiro desalentador. Siempre era lo
mismo. Robos perfectos, sin testigos, sin huellas digitales, en otras palabras:
sin rastro alguno. Aunque esta vez los ladrones se dejaron ver, no sabía si
había sido por un error de ellos mismos o si lo planearon tan sólo para llamar
la atención. Myôga sabe perfectamente que no está
lidiando con ladronzuelos inexpertos, son gente inteligente y táctica, que
planea sus jugadas con gran astucia. Las investigaciones parecían progresar en
cada robo, pero siempre terminaban en un punto muerto. Y era cuestión de nunca
acabar.
El sonido de los frenos de un vehículo le hizo
salir de sus pensamientos. Una limosina negra se estacionó pocos metros frente
a él. Enseguida supo de quién se trataba. La señora Matsuyami
descendió del vehículo, con un vestido azul y un pronunciado maquillaje. Del
vehículo también descendió un pequeño niño, con llamativos ojos azules y
cabellos cafés. No debía tener más de unos seis años. Le sonrió amigablemente Myôga y se acercó hasta él.
-¡Tío Myôga!- dijo
saltando a los brazos del comandante. El pequeño le llamaba “tío” de cariño,
puesto que su abuela, Kaede Matsuyami,
y él habían sido grandes amigos desde hace mucho tiempo. Las familias Higurashi y Matsuyami siempre
habían mantenido entre ellos un lazo de fuerte amistad. Es por ello que Shippo sintiera gran cariño por Myôga
y su familia.
-¿Cómo te encuentras, pequeño Shippou?-
preguntó mientras alzaba al niño en brazos- no esperaba que acompañaras a tu
abuela Kaede esta mañana.
-Mis papás salieron de viaje a… a… ¡Australia!-
recordó el pequeño haciendo un gesto gracioso- por eso ahora estoy con mi
abuelita! Ella dijo que vendríamos a verlo y quise
venir!
-Muy buenos días Myôga-
saludó la anciana mujer.
-Buenos días Kaede, lamento
lo ocurrido- se sonrosó de la vergüenza, pero la mujer hizo un gesto de
negación.
-No tienes nada que lamentar, viejo amigo. Lo
ocurrido la noche anterior es más mi culpa que la de cualquier otro. Debí
escuchar a los supervisores cuando dijeron que era mala idea mostrar la perla
en la exhibición. Ahora debo aceptar las consecuencias…
-Les atraparé Kaede, te
lo juro. Aunque se me vaya la vida en ello…- afirmó Myôga
con severidad.
-Que no se te vaya la vida, Myôga.
Las niñas no soportarían otra pérdida como la de Kotori,
y para el pequeño Sota eres su único pilar.- comentó Kaede
con tristeza.
Kotori había sido la esposa de Myôga. Había muerto hacía diez años, pocos meses después
del nacimiento de su hijo menor, Sota. Un grupo de asesinos la había secuestrado
para intentar manipular al comandante Myôga, quien en
ese entonces apenas iniciaba su gestión como jefe de la policía. Él había
cumplido todas sus demandas, las cuales eran que detuviera las investigaciones
sobre su organización asesina. Sin embargo, algo había salido mal y Kotori Higurashi había muerto a
manos de ellos. Myôga juró venganza y rastreó a los
asesinos durante los primeros seis meses posteriores a la muerte de su esposa.
Finalmente, éstos habían desaparecido sin dejar rastro. El caso se congeló
hasta la fecha; pero él jamás ha perdido las esperanzas de reencontrar su pista
y finalmente encerrarlos tras las rejas.
-Lamento si te traje malos recuerdos, Myôga- comentó Kaede al ver el
prolongado silencio en que se había sumido su amigo.
-No te preocupes, sabes que mi familia es más
importante que mi trabajo- le sonrió con vehemencia a la mujer.
-Pero, volviendo al robo ¿qué has podido averiguar?
Necesito saberlo para presentarlo a la junta directiva del museo, que es en dos
días-
-Lamentablemente nada muy alentador. Sabemos que
entraron por una de las ventanas del segundo piso. Las cámaras no pudieron
registrar su entrada al salón puesto que, aún no sabemos cómo, pero violaron el
sistema de computación y lo reprogramaron. Las cámaras no se reactivaron hasta
diez minutos después. El único video que tenemos de ellos es cuando ya van
subiendo por una especie de arnés hasta la azotea. Y no dura más de quince
segundos. Según testimonio de los guardias, llevaban máscaras en su rostro,
como era de esperarse; y no podrían reconocerles ni tampoco hacer un perfil…-
concluyó el policía.
-Realmente no suena nada alentador- admitió la
mujer, con un gesto de angustia. A la directiva del museo no le agradaría ello,
obtendría serias reprimendas. Después de todo, incluir el Shikon
No Tama había sido su idea inicial.
-¡Comandante!- un joven se acercó apresuradamente
hasta Myôga. Usaba ropa civil, al igual que el
comandante; para diferenciarlo del resto de sus compañeros. Portaba un saco
negro y una camisa blanca. Tenía ojos verdes y cabellos oscuros. Llevaba en su
mano izquierda una libreta y en la derecha un bolígrafo.
-¿Encontraste algo nuevo, Kouga?-
preguntó Myôga a su asistente Kouga,
quien era un alegre muchacho de apenas 20 años; pero que había trabajado
duramente para ganarse el título de su “asistente”. A pesar de su juventud,
tenía demasiada experiencia y era un as descubriendo pistas y atando cabos
sueltos. Myôga le había dado el empleo, además,
porque el padre de Kouga había sido un gran amigo y
compañero suyo; muerto trágicamente en la operación para rescatar a su esposa Kotori. En ese entonces, Kouga
contaba con diez años de edad. En memoria de su amigo, Myôga
decidió hacerse cargo de él. Como el pequeño decidió seguir los pasos de su
padre, decidió darle trabajo en la estación. Las habilidades el joven se destacaron casi enseguida; tenía un potencial realmente
admirable, era como si hubiera nacido especialmente para aquella profesión.
-Al parecer su medio de escape fue una camioneta
estacionada varias cuadras más atrás…- comentó el joven, entregándole unas
fotografías- fueron las fotos que mandé tomar de las huellas de los neumáticos.
Podría averiguar de qué auto se trata específicamente. No es mucho, pero es
otra pista que nos acerca a ellos.
-La única forma que hubieran entrado de aquella
manera es que encontraran primero en la azotea…- concluyó Kouga
horas después, en la oficina del comandante. Ésta era algo espaciosa, pero no
lo aparentaba por la gran cantidad de anaqueles que se encontraban en sus
paredes. Además en pupitre se encontraba lleno de papeles y libretas de
apuntes. Kouga miraba con detenimiento un diagrama
del museo robado. Lanzó un suspiro, sentía la penetrante mirada de su superior
y se sintió presionado.
-¿Y bien Kouga, cuál es el
resto de tu teoría?- preguntó Myôga, sabía que su
joven asistente aún no había terminado de dar sus conclusiones. Por lo general,
siempre acertaba o se acercaba a la verdad.
-Es que… la única manera que hayan llegado a la
azotea tuvo que haber sido ¿saltando desde el edificio de junto?- comentó Kouga nerviosamente. Sabía que su teoría era un tanto
infantil y fantástica, pero era la única explicación que podía dar.
-¡¡Padre!! ¡Traje tu almuerzo!- cuando Myôga escuchó esa voz femenina supo que no podría preguntarle
a Kouga más acerca de su tan bien elaborada “teoría”.
Esa voz tuvo un extraño efecto en el joven: al instante miró fijamente hacia la
puerta y una sonrisa boba se dibujó en el contorno de
sus labios.
Cuando una menuda y linda joven, de largos cabellos
negros y una alegre sonrisa traspasó aquella puerta, los ojos de Kouga se llenaron de un brillo indescriptible. La chica
saludó amablemente a ambos, llevaba un paquete de color azul en la mano
derecha, y al hombro izquierdo llevaba una bolsa roja; desde donde sobresalía
la cabecita de un gato moteado de color crema.
-Se te olvidó tu almuerzo hoy en casa. Mi hermana
nunca cocina para ti, y cuando finalmente lo hace ¡así le pagas!- dijo
severamente, mientras extendía el paquete azul hacia Myôga,
su padre- mi hermana salió a sus prácticas; y yo me decidí a traértelo. Menos
mal que hoy no tengo clases o de lo contrario te quedabas sin comida… por
cierto, hola Kouga- saludó ella amablemente.
-Hola, Kagome…- le respondió él, visiblemente
nervioso.
-No deberías venir tan seguido, me distraes al
muchacho- Myôga colocó su almuerzo sobre el
escritorio. Sus palabras habían hecho que Kouga
acentuara más su nerviosismo y su sonrojo.
-Si sólo venía de pasada- comentó la chica, mirando
su reloj de muñeca- porque quedé de encontrarme con mi hermana, íbamos a llevar
a Buyo al veterinario- el gatito se movió un poco
cuando escuchó la palabra “veterinario” como si se opusiera completamente a la
idea.
-¿Tienen el dinero suficiente, no es así?-
-Claro padre, de lo contrario no iríamos- ella hizo
un guiño, a manera de despedida- nos vemos en casa, no llegues muy tarde.
¿Puedes encargarte de eso, Kouga-kun?
-Seguro Kagome…-
-Domo! ¡Nos vemos!- y así,
tan rápido como llegó, Kagome desapareció por la puerta; dejando impregnada en
la habitación su radiante energía y su bello aroma.
-De modo que ya sabe, señor- Kouga
miró a su superior, quien deleitaba su vista con el apetitoso almuerzo que
tenía frente a sí- no puede llegar tarde a casa esta noche.
-Claro Kouga, no puedo hacer
que quedes mal frente a mi pequeña Kagome…-
Acto seguido, el sonrojo se presentó de nuevo en
las mejillas del joven.
[ CONTINUARÁ ]
Notas de Autora:
aquí me ven con un fanfic de Inu-Yasha. Como ven, es
un Universo Alternativo, lo que me da más libertad para jugar con todos los
personajes.
Es de policías,
ladrones y asesinos. Sé que en este capítulo aún no presento a todos los
personajes de la historia original; pero esta es más una introducción para que
se adentren un poco en la trama.
Este fanfic es para iniciar una nueva era, y le pondré empeño y
dedicación.
Va dedicado
especialmente a tres personas: a Chibi; a quien debía
un fanfic de Inu-Yasha desde hace rato. A Rita,
gracias por tu apoyo incondicional linda, eres un cielo. Y a mi Hikarus… por ser la mejor prima que una pueda tener!.
Para comentarios o
contacto a mei_akiyama@yahoo.com