Violencia del fútbol
El show debe continuar
LUN 12/05/97
A poco de cumplir los 40 años de su presentación en sociedad, la
violencia del fútbol argentino hoy forma parte del paisaje
urbano igual que Caminito o Puerto Madero. Sin embargo, el
país tardó lo suyo para darse por enterado. La escalada
violentista que desataron las barras bravas a partir de setiembre de
1982 tendría que haber sido suficiente para poner en la romana que
había un estado de abierta beligerancia que superaba todo
simbolismo ritual y que este tipo de fenómenos no se conforman con la
velocidad de una tormenta de verano. Así que en medio de dramas mayores
y sociologismos a mano como adjudicarle la paternidad al bolsillo de payaso
del Proceso, tomándolas como una secuela menor y
fundamentalmente entre menores para colmo marginales, con un cuarto de siglo
de retraso no se tardó en morder la banquina de otra cojera nacional de
aún más antigua data: se trataba de un vacío legal
que no permitía accionar como corresponde. Ahora, hoy, 12 años
después de aquellos otros 25 de retraso, se está tratando de
poner a punto la tercera ley especial, en un record que no tiene
parangón en el mundo.
A despecho de todos estos zigzagueos, el calibre de los adjetivos contra
las barras bravas sigue siendo inversamente proporcional a por lo menos un
intento de encontrarle algún indicio a cómo empezó este
otro partido. Además, desde mediados de 1989, ni siquiera la
producción de muerte sigue logrando la repercusión de suceso
escandaloso. Salvo que se den cualidades secundariamente anecdóticas,
como ser el escenario de una Copa América fuera del territorio
argentino o un doble homicidio después de un superclásico, el
resto han sido incorporadas a esa pesarosa habitualidad que tiene lo
fatídico.
Desde el punto de vista cronológico -que no es poco-, la
instauración, instrumentación y profesionalización de las
barras bravas tuvo a bien suceder en nuestro país cuando el desastre de
Suecia, en 1958, convenció a tirios y troyanos que había
que dejar atrás los llamados romanticismos de la identidad
futbolera de la que tanto nos habíamos venido ufanando e instaurar
criterios directamente industriales en lo deportivo, donde el aliento
contra viento y marea (el aguante, que le dicen) pasó a ser
materia tan fundamental y constitutiva como los botines. Hoy, dos campeonatos
y un subcampeonato del mundo, más cantidad de torneos internacionales,
avalan con la contundencia de la Religión de los Resultados la
validez del modelo impuesto de prepo.
Ahora, como la historia no es lineal ni pura, en la tríada que
según Alvin Toffler se sustenta el poder -dinero, violencia e
información, con creciente predominio de ésta- la barra, encima
que siempre fue poseedora de la capacidad necesaria para producir a destajo,
en el momento en que lo necesita, la amoralidad del escándalo, se fue
pertrechando cada vez más de datos tras las bambalinas y que sobre el
césped es presentado como sagrado, por lo que el tercer elemento
contante y sonante -ya sea vía entradas de favor, diezmo a jugadores y
DT, como también sueldos fuera de planilla en empresas de dirigentes,
más otras prebendas en especies tipo viajes transoceánicos-
fluye como una fatalidad natural más.
Por este lado puede venir ese aparente poderío y bill de
indemnidad de las barras; su desarticulación, dada la mímesis
que tienen con lo institucional, podría traer aparejado que con ella
amenace derrumbarse toda la estantería y la sacra ley no escrita
señala que the show must begin. Porque si se le quita el casi
inevitable pasionismo, el fenómeno de la violencia del fútbol no
es tanto por su magnitud, generalmente multiplicada por la histeria de
la propalación, sino por su hondo significado, y en tanto y en
cuanto se tenga presente que el juego es formador de cultura y que entre
algunas otras seducciones y atractivos que no vienen a cuento aquí, al
fútbol, a pesar de los estragos de la hipermercantilización,
siguen sin poder exterminarle su esencia lúdica.
El costo real y el costo social que significa el
mantenimiento de las barras resultan datos tan o más inaccesibles que
un secreto de Estado. Por su parte, las legislaciones especiales han
mostrado que si hay un valor jurídico especial a proteger éste
es el de los beneficios e intereses de Fútbol Espectáculo
SA, aunque traten de camuflarlo con amenazantes indexaciones represivas
que en cualquier momento se pueden entrar a cumplir hasta las últimas
consecuencias, caiga quien caiga.
Porque, si se pretende ser sincero aun a riesgo de caer en el cinismo,
más con fines de semana en un estado prebélico si se contabiliza
la cantidad de incidentes de todo tipo y de uniformados movilizados, torneos
de verano con Los Muchachos fletados a donde sea necesario, el
Fóbal es como la Copa: se mira y no se toca.
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