VIOLENCIA DEL FUTBOL


Todos los muertos del fútbol argentino



CRONICAS DE LO QUE SE HA PODIDO Y HAN DEJADO SABER


EL DIA DEL ARQUERO
por Amílcar Romero

Al fútbol argentino las cosas no le van nada bien. Encima, para tras llovido mojado, aquejado por lo que un famoso personaje acuñó como casualidades recurrentes, en un año donde la violencia específica de ese ámbito volvió a bajar todos los récords, incluso en víctimas fatales, de manera absolutamente casual cayó muerto un arquero.

Si nos atenemos estrictamente a la simbología del juego, Vicente Vázquez, de 22 años, guardameta del club Chacarita de Garuhapé, provincia de Misiones, fue fusilado. En todo el país, desde chiquititos, todos dicen -y sabemos qué se quiere decir con eso- fusilaron al arquero o Fulano lo fusiló. Nadie lo ignora. Como se repite hasta el hartazgo, sin pensar, trillando el lugar común, sobre todo los relatores y comenta- ristas deportivos, se dice pena máxima por penal. Y efectivamente el penal, desde el fondo de la historia del fútbol y de la otra, es la pena máxima: se trata, si se piensa en el simple ritual tantas veces repetido, sin mayores abstracciones simbólicas mediante, de un remedo de fusilamiento. ¿Cómo quedan la mayoría de los arqueros después de un penal, en gran proporción bien ejecutados, la pelota en el fondo de la red, con los beneficiados festejando? ¿No queda tirado a todo lo largo, durante unos instantes exámine, mirando sin ver, muerto? ¿Por qué se festeja como una proeza detener o desviar un disparo que desde el punto de vista teórico, dada la distancia en que se ubica la pelota y el ancho y alto del arco, tendría que ser inatajable?

En un partido por la liga local Vicente Vázquez adivinó la intención del ejecutante (¿no se le dice así?) y si bien no resultó simbólicamente muerto como le sucede semana a semana a tantos de sus colegas, al impresionante disparo del rival lo detuvo con el pecho, cayó, claro, porque fue en pleno vuelo hacia uno delos palos, con el último hálito de vida se levantó y quiso correr para festejarlo, pero el impacto en el corazón no lo dejó. Su última caída no fue simbólica. Ante la consternación de todos y las culpas del involuntario verdugo, el arquero Vázquez pasó a constituirse en la 11a. víctima fatal en lo que va del año (un tétrico equipo de fútbol completo, si se quiere), y en la 133a. del listado que se inaugurara junto con la industrialización del espectáculo deportivo.

Debe resaltarse lo desgraciadamente fortuito de este hecho, a tanta distancia de Buenos Aires, coronando un año donde no sólo todos los ítemes de la violencia del fútbol argentino se vieron notablemente incrementados, incluso el de las víctimas fatales, por que lo sucedido a Vázquez corona una temporada donde una de las características sobresalientes fue el haber comenzado y haberse mantenido dentro de los campos de juego una agresividad bastante inusual en un deporte al que precisamente no lo caracterizan las delicadezas. El 26 de se- tiembre último, durante la disputa de Barracas-Defensores Unidos, por el campeonato de Primera C, uno de los jugadores intervinientes debió ser internado por una hemorragia en el oído consecuencia de un choque de cabezas; pocos días antes, en Mar del Plata, durante el encuentro Aldosivi-Alvarado, había sucedido algo similar. El listado es mucho más extenso y variado. El viejo dilema del espacio impide un pormenorizado sumario de la cantidad de fracturas de piernas, tabiques nasales, heridas cortantes y demás que ha habido a lo largo del año. El paraguayo Rubén Cabañas, delantero boquense cuyo uso de los brazos y manos contra la humanidad de los ocasionales adversarios desata verdaderas cacerías humanas y chorros de agresividad verbal, fuera de la cancha y a través de los medios masivos de comunicación, tendría que evitar todo otro comentario. Sin embargo, cuando se creía que lo máximo había ocurrido al término de Defensores de Belgrano-Dock Sud, el pasado 24 de octubre, donde se pegaron todos los protagonistas, los suplentes, cuerpos técnicos y dirigentes, lo del arquero Vázquez pone un tétrico broche donde lo accidental no atenúa, sino que por el contrario hace subir los decibeles de la alarma.

De todos modos, resulta ocioso resaltar que el fútbol está gal- vanizado con excusas para todos los gustos, haya sol o llueva, se gane, se pierda o se empate. Dante Panzeri, cuyas preocupaciones centrales jamás pasaron por este fenómeno de la violencia sino más bien por un abstracto meridiano ético/romántico, ya dejó amargamente dichoque desde hace tiempo estos menesteres son el negocio de unos pocos donde mueren muchos.


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