VIOLENCIA DEL FUTBOL


Todos los muertos del fútbol argentino



CRONICAS DE LO QUE SE HA PODIDO Y HAN DEJADO SABER


EN LA ARGENTINA TAMBIEN LE PATEAMOS LA CABEZA AL DANES
por Amílcar Romero
Publicado en la Diario Popular, en los primeros días de abril de 1991, con dos meses de retraso


[Advertencia preliminar: este hecho no fue incluido en el libro Muerte en la cancha por ser totalmente desconocido para el autor. Su hallazgo fue mucho después a la aparición, y de manera absoltamente fortuita. Incluso al consultar a gente de la Asociación Argentina de Arbitros sus colegas lo tenían totalmente olvidado. A tal punto llegó la invisibilización. El título adoptado para esta recopilación proviene de la vieja leyenda circulante en el archipiélago inglés, recogida por la Enciclopedia Británica, en torno a que el primer partido de fútbol que se jugó en las islas fue con la cabeza de un bandolero danés al que acaban de ajusticiar. Como se ve, la idea de que lo siniestro y prohibido es forastero, extranjero, y que a éste hay que exterminarlo, y lo que es más, que con los restos de su muerte hasta se puede jugar y divertirse, es una idea tan ancestral como reiterativa y aflora en diversas manifestaciones, de manera muy particular en el fútbol de todos los tiempos, ya que es su expresión lúdica por excelencia.]


Hace veinte años, en Córdoba, la violencia del fútbol alcanzaba un nivel sin parangón en el mundo con el asesinato a patadas en la cabeza de un juez de línea, hecho que se produjo cuando éste corrió en auxilio del árbitro agredido por todos los integrantes del equipo en ese momento perdedor, y donde el director técnico por lo menos acicateó a sus dirigidos en la agresión mientras la parcialidad gritaba ¡Mátenlo!, luego aplaudiendo, cuando retiraban lo que ya era un cadáver.

La víctima se llamaba Agustín Angel Basso, tenía 43 años, casado, padre de cuatro hijos y hacía pocos meses se había retirado del Ejército con el grado de suboficial músico. El suceso se produjo en La Carlota cuando faltaban pocos minutos para que terminara el SAB 05/02/72, durante la disputa de un partido decisivo para alcanzar las semifinales de un torneo veraniego con un suculento premio en dinero contante y sonante.

Los equipos que no alcanzaron a terminar aquel partido eran Sportivo Rural de Santa Eufemia y Belgrano Juniors de Arias, dos localidades vecinas. A los 24' del primer tiempo, mediante un golpe de cabeza, los nombrados en segundo término se habían puesto en ventaja y poco después, el juez del encuentro, José Angel Fragosa, 42, empleado ferroviario, de la Asociación Riocuartense de Arbitros de Fútbol, al igual que la que resultaría víctima fatal, le tuvo que llamar la atención al director técnico de los perdedores, quien había abandonado su puesto habitual en la mitad de la cancha, ubicándose detrás de su arco para instar a gritos a los suyos para que por medios no precisamente futbolísticos quebraran el dominio adversario.

Este hombre, de 34 años, dueño de un taller mecánico en Santa Eufemia, se había destacado años atrás en el mismo equipo como zaguero central, integrado la selección regional y distinguido por el mote de El Asesino del Area. A su vez, desde varias décadas antes, el Sportivo Rural había cimentado la fama de que en su reducto no sólo era muy difícil ganarle, sino que aquel que osara a cometer la proeza lo pagaba con la casi imposible aventura de salir ileso de los lindes del pueblo.

No faltaba mucho para terminar el primer tiempo cuando a instancias de Basso el juez Fragosa pitó un tiro indirecto a favor de Belgrano Juniors en la boca del área por haber tocado el arquero de Sportivo Rural la pelota con la mano fuera de los límites de ésta. Allí comenzó el drama. Tras los tumultos y protestas de práctica, el zaguero que se convertiría en poseído oficial del ritual criminal insultó al juez por no contar los pasos reglamentarios y ubicar la barrera. La tarjeta amarilla sólo sirvió para que volviera a insultarlo y la roja para ponerle luz verde a la tragedia. Al ver que el plantel de Sportivo Rural en pleno comenzaba a perseguir por la cancha a su colega, Basso corrió en su ayuda pero una certera trompada del irascible defensor lo mandó al suelo y de allí no se levantó más. Por lo menos otro defensor más y un delantero, según otros testimonios también el propio director técnico, lo patearon hasta ultimarlo, sobre todo con golpes en la cabeza.

Para algunas crónicas de la época, la intervención de los dos únicos policías fue tan tardía como inútil. El plantel en pleno de Sportivo Rural, incluido su director técnico, quedaron detenidos e incomunicados. Dos años después tres de los jugadores, de entre 18 y 20 años -un estudiante universitario de agronomía, un tenedor de libros y un peón rural-, fueron condenados a 9 años de prisión. Entre los comentarios destacables que mereció el hecho cabe rescatar que por aquel entonces, a principios de 1972, hace veinte años, fue considerado como el más grave en los últimos tiempos, desde que recrudeció la violencia en las canchas de fútbol, principalmente en el interior del país.


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