VIOLENCIA DEL FUTBOL
Todos los muertos del fútbol argentino
CRONICAS DE LO QUE SE HA PODIDO Y HAN DEJADO SABER
A LA NUEVA LEY ROGANDO Y CON EL MACHETE DANDO
por Amílcar
Romero
Publicada en sección Opinión del Río
Negro el 19/09/91
La ley De la Rúa
prácticamente se despidió con los seis años
recién cumplidos. Se llevó a cuestas 20 víctimas
fatales, más de la mitad consecuencia de la represión
policial, con alrededor de 10 mil detenidos y cerca de 2 mil
heridos de toda consideración, todo dentro de un millar de
hechos de violencia del fútbol que alcanzaron alguna
notoriedad a través de los medios masivos de comunicación. Al
resto, a lo sumergido, sólo queda imaginarlo porque en la
Argentina no hay manera de saberlo ni averiguarlo.
Emilio Bruno Chávez Narvaez, de 23 años, soltero,
changarín de chapa y pintura cuando la demanda del mercado
así lo permitía, con encima alguna cuenta pendiente en el rubro
propiedad ajena y 5 años y 8 meses de prisión por haber
sido encontrado el único autor del homicidio preterintencional
de Saturnino Cabrera (37, desocupado, padre de tres hijos, Boca-San
Lorenzo, 14/12/90), resultó a la postre en agosto de este
año el 6o. barrabrava condenado sólo en virtud de
testimonios de personal policial. Los cinco anteriores habían
recibido penas leves por resistencia a la autoridad y, más que eso,
haber rasgado y dañado las camisas del uniforme.
De los testimonios vertidos en las tres jornadas que demandó el
juicio oral y por lo que dejaron sentado en el veredicto del 28/08/91 dos de
los camaristas (el tercero no se expidió sobre el particular), los
responsables de convertir a un caño de agua de 6,40 metros de
largo, 2 pulgadas de ancho y 20,5 kilos de peso en arma mortal al ser
catapultado desde 25 metros de altura fueron por lo menos 3,
quizá hasta 5 integrantes de la barra brava
sanlorencista.
Además, tal como lo exaltó la defensa para tratar de llevar
algún atenuante para su molino, se ve claramente en el video de
Canal 13 exhibido como prueba, lo certificó un testigo y hasta
lo admitió uno de los jueces, un tal Manzana, capitanejo de la
barra brava boquense, sacó a relucir de abajo de su remera azul un
revólver y efectuó varios disparos, pudiendo haber sido
uno de los causantes de las heridas de bala que exhibieron varios otros
damnificados aquella noche, entre ellos un menor.
El sistema imperante, a pesar de la fogoneada promoción con que
se lo alabara en su momento, volvió a mostrar su impotencia. Un
funcionario ligado a la primer parte de la instrucción de este caso co-
mentó no sin aflicción la cantidad de llamadas, algunas
provenientes de las personas más impensadas, tratando civilizadamente
de incidir acerca de la total inocencia del único inculpado y la
cantidad de responsables colaterales y circundantes que tienen estos
hechos.
Una barra brava tiene, como máximo récord, un total de
tres integrantes como procesados y condenados. Fue en 1967. Homicidio
preterintencional también fue la carátula para el asesinato
de Roberto Basile (Boca-Racing, MIE 03/08/83, una bandeja
más arriba que Cabrera). Sólo que en este caso no
existía el agravante penal de macular el negocio del
fútbol y los condenados pudieron disfrutar del fallo adverso
en libertad condicional. A la noche del mismo día que se
conocía la sentencia definitiva, MAR 03/12/85, la barra brava de
Boca se iba a echar al pecho a Daniel Alejandro Souto,
víctima fatal que iba a tener el dudoso honor de inaugurar la
labilidad de la flamante legislación.
El actual proyecto Levene-Galmarini, posiblemente en vigencia antes de
fin de año, pone el acento en lo contravencional. Se trata de
quitarle espectacularidad al fenómeno y apuntar a lo
cuantitativo, un lado flaco de la época tropicalista que
vivimos. A tal punto que hasta dispone de un lugar especial para la
detención de los que ya habían obtenido fuero deportivo
con la llamada Ley De la Rúa.
De este modo no sólo parecen tener cabida las pretensiones policiales,
sino que encuentra particular acogida lo que en la jerga se llama hacer la
estadística, un modus operandi que da pingues beneficios,
sobre todo con la prensa complaciente, para calmar los ánimos
de la opinión pública y que ya ha tenido algún
nefasto emergente con lo sucedido a algún adolescente alzado en
las inmediaciones de un festival de rock.
Sin embargo, el problema de fondo no parece estribar en la buena o mala
voluntad de legisladores, magistrados y policías. Tampoco en el mayor o
menor dominio de la doctrina penal y la filosofía del derecho. La madre
del borrego se empecina en querer empezar a mostrarse cuando en el alegato de
la defensa de Chávez Narvaez se sacralizó la
supuesta irracionalidad imperante por defenderse ante un sempiterno y
no menos irracional ataque del que siempre en estos casos son vícti-
mas los agresores. Por el borde de esa concepción circuló el
voto de uno de los jueces, al construir sobre esa misma base y asegurar que
el barrabrava meritorio, como lo calificó su propia defensa,
tiró el caño de la misma manera que había tirado
cascotes, llevado por la inercia de la espiral violentista de la
situación y sin poderse representar cabalmente, a nivel consciente, los
efectos mortales de su conducta. El propio presidente actual de la
Corte Suprema de la Nación, doctor Ricardo Levene h,
coautor del nuevo proyecto, a propósito del tema ha mostrado su
adhesión a la teoría de Gabriel Tarde, un
criminólogo francés del siglo pasado, quien teorizó
acerca del fenómeno de sugestión que sufriría el
individuo en la masa.
Sin duda, el individualismo ha sido uno de los más caros deseos
de la primer etapa del capitalismo. La palpable masificación
obtenida a esta altura de la sociedad posindustrial como que debería
obligar a reflexionar acerca de algunos replanteos mínimos, más
que nada a la luz de los magros resultados que se obtienen.
El centro de la cuestión insiste pasar por las
discordancias en torno al deporte. Sobre todo al papel
creciente que ocupa en la sociedad actual para saciar la necesidad
escandalosa del ocio. Ya Platón había advertido sobre
la funcionalidad de estas prácticas para celebrar ciertos rituales
festivos y preparar a los jóvenes para la guerra. En
este sentido, del mismo modo que culposamente los dirigentes del fútbol
se escudan en la ubicuidad y universalidad de estas
expresiones de violencia, no es menos cierto como señalan
algunos especialistas, que todos los códigos penales son
particularmente benignos con los llamados delitos deportivos. En otros
términos, ¿cómo condenar aquello que de algún
modo se instiga y se le da espacio?
Las investigaciones de la violencia del fútbol en Europa
también se llevan de punta con los respectivos stablishments,
tal como lo consigna, entre otras miradas críticas, el informe de
The Economist de abril del '89. Según el español Manuel
García Ferrando, hay que desechar todo tipo de
irracionalidad y hablar de la violencia como conducta
instrumental, dado que se opera con total conocimientos de los
medios y en función de claros costos y beneficios. En cuanto a la
dilución crítica que sufriría el yo en estas particulares
circunstancias, para el italiano Antonio Roversi, de la Universidad
de Módena, es factible observar la existencia de un virtual
campeonato paralelo entre los grupos ultras, como se denomina a
las barras bravas, y donde la característica principal es la
dureza para acceder a una fama que se conquista sólo al
precio de actos cruentos.
Además, resulta indudable que la notoriedad atribuida al fanatismo
futbolístico imprime a los grupos rivales de una mayor
competitividad.
En otros términos, la existencia de una violencia con
etiología deportiva, como ya se planteaba un magistrado
argentino en un sonado caso de 1967 [Héctor Tito Souto,
Huracán-Racing, El Chico de la Sombrilla, DOM
07/04/67], hace casi un cuarto de siglo. O, más precisamente, una
violencia deportiva. ¿De qué otra manera leer correctamente
lo afirmado por el ex juez federal del Proceso que
defendió a Chavez Narvaez, cuando lo calificó de
meritorio dentro de la escala jerárquica de la barra
brava, y él mismo se preguntó quién alguna vez no ha
desempeñado, carrera judicial incluida, este rol
iniciático tan común a la condición
humana?
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