VIOLENCIA DEL FUTBOL


Todos los muertos del fútbol argentino



CRONICAS DE LO QUE SE HA PODIDO Y HAN DEJADO SABER


DE PRECIPITACIONES Y OTROS RECORDS
por Amílcar Romero

Publicada en sección Opinión del Río Negro, noviembre de 1992

Durante el pasado mes de octubre de 1992, en menos de tres semanas, igual cantidad de víctimas fatales equiparó ya al año en curso con 1990, pero no pudo quebrar el récord en seguidillas que ostenta mayo de 1984, donde la triada se produjo en apenas seis días. Sin embargo, como el tiempo no pasa en vano, sí tuvieron aristas propias los denodados esfuerzos por querer sacarse -literalmente- los muertos de encima.

El barrabrava de Newells, Oscar Laurino (38, DOM 07/10/92), fue abatido casi a quemarropa, desarmado, antes de que comenzara un clásico rosarino cuya recurrencia violentista había merecido el despliegue de 700 efectivos con uniforme y 100 de civil. Casualmente los dos policías involucrados, uno de ellos autor material del disparo homicida, no estaban afectados al Operativo Especial. El denodado corresponsal de un matutino porteño, al ofrecer una transcripción fidedigna de la antológica y disparatada versión extraoficial de los hechos, a mitad de la crónica tuvo un tropezón con Sigmund Freud y dejó constatado para el futuro que los mencionados estaban apostados en ese sector del estadio. Cómo se puede estar franco, ir a un partido de fútbol armado, matar un espectador y estar a la vez apostado es algo que no va dirimir el juez de turno y constituye otro de los pozos negros del conocimiento en que nos hemos sumido.

A Héctor Clérici, comerciante (33, SAB 25/10/92), allegado al club All Boys según cierta nomenclatura en boga, un hincha militante, según la puntillosidad académica de un antropólogo como Eduardo Archetti, le segaron la vida de otro balazo, esta vez procedente de un Peugeot 504, a la altura de Don Torcuato, por la Panamericana, a plena luz diurna. Los comunicadores sociales con fuertes paquetes accionarios en el negocio del fútbol tuvieron instantáneos reflejos para hablar de un asalto rutero más de los que tanto abundan. A pesar de lo dicharachera que se ha puesto la realidad, todavía a muchos les cuesta entender cómo un septeto en banda puede salir con un solo auto, ponerse gorritos de un club de fútbol y encima haber hecho antes un alto para destrozarle a cascotazos los vidrios a un micro que transportaba a otros hinchas del club de Floresta. Si el auge delin- cuencial y la falta de control social han llegado a tal punto la desintegración sería tal que ni siquiera tendría cabida este acto mero acto de escribir una nota, editar un diario, distribuirlo, venderlo y más encima leerlo.

El muerto fue velado en la sede del club y antes del transitado último itinerario, a pulso, se lo llevó a dar una especie de vuelta olímpica por el perímetro de las tribunas en torno del campo de juego. El fútbol no tiene nada que ver con esto, que es una barbarie, proclamó el presidente de la institución, en un para nada indirecto acto de amnistía que le da vigencia a lo descrito por Ernesto Vadinien Crónica de una hinchada, cuando engloba a este fenómeno bajo el cosquilleante concepto de suicidio en defensa propia.

Y ya que salió el tema, por último, Ricardo Prega (34, LUN 27/10/97), decidió esperar el entretiempo del postergado Boca-Central para acabar con su vida desde lo más alto de la tercera bandeja de La Bombonera. Otra vez los oficiantes gastaron más espacio en exhibir los complejos de culpa y limpiarse las salpicaduras de sangre que en dejar sentado que en ese mismo momento, amén de la tremolina sucedida el domingo anterior, antes de la suspensión por lluvia, ambas barras, la visitante con el apoyo logístico de elementos de San Lorenzo de Almagro y el Racing Club de Avellaneda, se estaban aporreando duro y parejo, a despecho de sendos Operativos Especiales impresionantes, cosa de ponerle el marco adecuado a la desesperación irremisible de un compatriota. Sin contar con que un clásico como Emile Durkheim define al suicidio como un fenómeno individual que responde a causas sociales, la psicóloga social Teresa Ferrone le refería a este cronista que para la psiquiatría este tipo de actos constituye la reacción más antisocial de la patología mental y que en las depresiones reactivas termina siendo una demanda social. Pero si la tiranía del espacio impide un mayor despliegue de lo racional y sistemáticamente desplegado por la profesional en torno a la corriente suicidógena que está conmocionando a la mayor concentración urbana del país, al domingo siguiente, en ocasión de River-Gimnasia y Esgrima de La Plata, para ponerle música y rima al francés padre de la sociología moderna y demás especialistas, en medio de una batahola con todo tipo de proyectiles, la aparición en la segunda bandeja, montado en la baranda, de un osado calvo visitante, desató primero el estribillo alertador acerca de que se podía hacer nana, para tras cartón erizar la pelusa de la nuca a cualquiera, con o sin pelo:

Ole lelé, ola lalá,
el pelado es un jubilado
y se quiere suicidar

fue lo que entonaron los locales con macabra alegría, ante la irreprimible sonrisa complaciente de no pocos por semejante despliegue de ingenio repentista y popular.

Retomemos el principio. A dos meses de terminar el año, en menos de tres semanas, igual cantidad de muertes en canchas y aledaños ya ha equiparado a 1992 con 1990 en un total récord de diez víctimas fatales. La cantidad bruta de hechos supera en un 30% igual período del año anterior. De todas maneras, como ya se dijo, no deja de ser tranquilizante que la seguidilla de tres en seis días siga en posesión de 1984.


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