VIOLENCIA DEL FUTBOL
Todos los muertos del fútbol argentino
CRONICAS DE LO QUE SE HA PODIDO Y HAN DEJADO SABER
UBICUIDAD DE LA VIOLENCIA &
Co.
por Amílcar
Romero
Publicada en sección Opinión del Río
Negro, 1993
El democrático florecer de hechos de
violencia del fútbol, incluso dentro de regímenes rigurosamente
controlados como lo eran los de Europa del Este, ha llevado a voceros
nuestros a blandir ese argumento como un verdadero tapabocas. Sin embargo, la
equiparación de valores relativos como absolutos puede llevar a
equívocos poco saludables. Así como es innegable que en casi
todos los césped donde jóvenes profesionales de pantaloncitos
cortos corren tras una pelota redonda, rodeados por vociferante
público, suele haber desórdenes mayúsculos y otras
tropelías, no lo es menos advertir el peligro que entraña trazar
un rasero igualitario por esa singular democracia que tiene la
muerte o las imágenes similares que producen las lesiones
cruentas.
Con respecto a Europa, que es de donde proviene la mayor
información sistemática acerca de la existencia de grupos
organizados, etiología del fenómeno, etc., primero que nada se
debe distinguir que no cuentan en sus panoplias disuasivas y
represivas con armas de fuego. También que en ninguna de las
tragedias que se han producido en los últimos tiempos ninguna de las
víctimas fatales fue a consecuencia del uso indebido o no de la
fuerza legal. Aunque de movida parezca obvio o perogrullesco, la
inexistencia de ese tipo de resultado anula la posibilidad de que las
víctimas sean de sexo femenino y todo lo que esto significa.
Los policías europeos dejan toda la sensación de ser
ciudadanos convencidos de su identidad y roles sociales.
Bajo la respectiva orden, no sólo aporrean a sus contemporáneos
con la mejor contundencia posible, sino que la enjundia no parece ser alterada
-y menos volverse pecaminosa- por la presencia de reporteros
gráficos y camarógrafos de la tevé. Es
más: a éstos no los golpean porque todo parecería indicar
que creen que esos otros profesionales no están haciendo
más que cumplir con el deber de dejar testimonio del
ahínco con que ellos cumplen las funciones pagas con los
impuestos generales.
Las tragedias de la Puerta 12 y la de Sheffield suelen provocar
ciertas confusiones por los elementos análogos en su mecánica,
dinámica y resultados. Así y todo, sin llegar a la
microscopía, se debe tomar en cuenta que una sucedió en 1968 y
la otra en 1989. En las dos, es cierto, fueron elementos desencadenantes
gruesísimos errores policiales. Pero en una se trató de
la equivocación de filtrar el flujo de salida de una multitud,
para permitir una represión selectiva, y en la otra la apertura de un
portón creyendo que con eso se aliviaba la presión de los que
pugnaban por entrar y podían terminar lesionándose.
Las diferencias no terminan allí. El jefe de la policía
de Sheffield estaba en su casa cuando lo anoticiaron del suceso. Lo
primero que hizo, antes de partir y ponerse al frente en el lugar de los he-
chos, fue renunciar. Por su parte, el jefe máximo de la
policía inglesa, sin hesitarse ni saber todavía qué era
exactamente lo que había pasado, respondió con una
automática aceptación. Nadie conjeturó acerca de
motivaciones o intereses políticos subalternos. Por error,
distracción, negligencia o lo que fuere la función
tutelar de velar por el orden público y la seguridad de los
ciudadanos había fracasado. Punto. El honor de nadie estaba en
juego. Pero justamente como podía llegar a estarlo, ante el
inevitable dolor de tener que contar los cadáveres, lo primero que se
debía hacer se hizo. Después vinieron las investigaciones,
reparto de responsabilidades y culpas, sanciones, penas y todo lo
demás.
En noviembre del año pasado, en Mar del Plata, fue juzgado y
condenado el sargento Vicente Arreyes por el homicidio de la menor
Adriana Guerrero, ultimada un poco más lejos que a quemarropa en
setiembre de 1990, al finalizar el clásico local entre
Kimberley y Aldosivi. El acusado había sido desplazado
del conurbano bonaerense a ese destino por contar en su foja de
servicios, entre otras cosas, con un proceso por haber baleado a otro
civil, aunque en este caso de sexo masculino. Durante la inexplicada
largueza de la audiencia oral, que ya fue motivo de otra nota en esta misma
sección (23/11/91), en ningún momento salió a
relucir quién fue el responsable de enviar a un hombre con esos
antecedentes a un lugar que tiene características tan definidas, como
son los espectáculos futbolísticos actuales en la
Argentina en particular y en el mundo en general.
Si bien las investigaciones cada vez más serias sobre el tema
tienden a coincidir a que la etiología del problema
giraría en torno al origen y significado del fútbol, y
que el detonante hay que buscarlo en la hipermercantilización de
su espectacularidad, las diferencias y particularidades se extienden a otros
ámbitos. Con la manifiesta hostilidad gubernamental y de los dirigentes
de fútbol, entre otras actividades públicas para recaudar fondos
y viajar a Italia '90 el jefe de la barra del británico
Arsenal FC sacó un libro que fue un verdadero best
seller. Su título era Steaming in, cuya traducción
cultural a nuestra jerga podría ser ¡Con tuti!, y donde
aparte de regodearse y hacer una verdadera apología del crimen,
replanteaba la alternativa existencial shakespereana en el dilema matar o
ser matado. Se trata de Colin Ward, un carnicero de ahora 35
años, casado, padre de un hijo. En la barriada, merced al
cálculo de la cantidad de chuletas de cerdo que vende, todos saben de
qué vive, cómo vive y la correspondencia que hay entre ambos
términos. En el '86, a raíz del charteo oficioso al
mundial de México, desde un matutino de izquierda de ese
país, el ítalo-argentino José El Abuelo
Barritta, que ya bordea el medio siglo de edad, se autoproclamó
trabajador, peronista y por tal motivo, un perseguido
político. Las autoridades de entonces no le respondieron. Y si
todavía se sigue ignorando cuáles son sus medios de vida, la
flamante Fundación Jugador No. 12 que preside y acaba de
obtener personería jurídica, con fondos igualmente ignotos, se
dedica activamente a la campaña contra el SIDA, a apoyar al Hospital
de Niños de la Capital Federal y a colaborar en la compra de
audífonos para los niños sordos.
En las comparaciones, a veces no demasiado inocentemente, también se
deja de lado las groseras diferencia de población entre la
Argentina y cualquier país europeo, sin contar con que esa
brecha se ensancha al tomar en cuenta el grado de desarrollo,
organización y atracción masiva. Esto quiere decir, si se lo
reduce a simples abstracciones numéricas, que según los casos
cada incidente, víctima fatal, herido o detenido entre nosotros debe
ser multiplicado por dos, tres o cuatro del otro lado del océano.
Recién aquí la tan mentada ubicuidad de la violencia del
fútbol adquiriría su verdadera dimensión. Pero la
escandalosa alarma en esos países sería tal que ya
nos hubiésemos enterado.
Al sumario
principal
Al índice de crónicas de
muerte en la cancha
© Copyright 1996 - Diseño actual: {ANI} - Agencia Noticiosa
Informática