VIOLENCIA DEL FUTBOL
ANTOLOGIA FANTASTICA DE LA VIOLENCIA DEL FUTBOL
ARGENTINO
Crónicas para reírse hasta tener chuchos de
frío
ŽDecíme tu pseudónimo,/ contame
tu condena...¯
Un chapista como Emilio Chávez
Narvaez, de 23 años a fines AGO/91, domiciliado en la
barriada humilde frente al Polideportivo de San Lorenzo de
Almagro, integrante del famoso destacamento La Butte,
teóricamente carecía de medios como para financiar la defensa de
un estudio como el del ex juez federal de Río Gallegos, durante
la última dictadura militar, Federico Pinto Kramer.
La presencia del club, incluso la de su asesor legal, durante todas las
jornadas que duró el juicio oral que terminó con una sentencia
condenatoria de 5 años y 8 meses por el homicidio de Saturnino
Cabrera (MIE 14/12/90, Boca-San Lorenzo, un desocupado de
37 años con tres hijos), no es confirmatorio de nada pero
galvanizó en todos lo que se sospechaba. Después estuvieron los
testigos aportados por la defensa, casualmente unidos por el hecho de que
todos, ya sea de un lado u otro, paraban al costado de la barra brava,
la veían, sólo conocían a sus integrantes por el apodo,
nada que ver, poco y nada que aportar a aquella noche funesta que como
crónica de una muerte anunciada arrancaron tres caños en la
parte más alta de la tercer bandeja, a uno alcanzaron a tirarlo hacia
abajo entre cinco, para justo darle en la testa al socio boquense que
venía queriendo huir de lo que todos advertían, pero al
único que reconoció el único policía de los 400
que supuestamente tenía el operativo policial fue al joven
chapista.
La prueba apabullante en su contra fue un video de Canal 13 que muestra
las escaramuzas previas del entretiempo, donde la barra de Boca, que se
viene desde la otra cabecera por dependencias interiores que normalmente
tienen que estar cerradas, ataca a sus pares desde las plateas altas y se arma
una tremolina con solo una reja de por medio.
Un buzo verde limón fue lo distintivo con Chávez porque
es imposible reconocer los rostros desde semejante distancia. Lo que sí
resultaba posible apreciar, en cabio, fue que no había ni un
policía. Está hasta fuera de cuadro el que fue testigo de
cargo. Otro tanto sucede con la facilidad con que desprenden la gruesa
cañería galvanizada que ni siquiera estaba empotrada.
El único procesado y juzgado fue Chávez. Entre las
ayuditas que pretendieron acercarle estuvo nada menos que el testimonio de un
secretario de juzgado penal, hombre de la misma casa donde se realizaba el
acontecimiento, pelirrojo, impecablemente vestido, que se cruzó de
piernas para tener más comodidad a la hora de colaborar con lo que
sabía. Salvo su currícula y el cargo, lo demás fue a
carbónico: paraba a un costado de la barra, los conocía por
los apodos, los miraba, nada más.
El presidente del Tribunal, doctor José Massoni, se
irguió en su asiento para estar más cerca del micrófono e
inquirió:
-Dígame, doctor, ¿y a usted con qué sobrenombre lo
conocen?
La sala, que estaba colmada, se cayó por la carcajada. Hasta el
propio blanco del pinchazo lo festejó. De ese modo Los gauchos de
Boedo agregaban uno más a otros celebridades del tenor de Dante
Gullo y el principal abogado del conocido como Yomagate, un
impenitente de esas tenidas hasta que empelechó buena y dejó de
correr los riesgos de alguna fotografía impertinente que nunca
falta.
¿Quién estableció esa barbaridad que ser barrabrava
es de pobres y/o marginados?
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