VIOLENCIA DEL FUTBOL
ANTOLOGIA FANTASTICA DE LA VIOLENCIA DEL FUTBOL
ARGENTINO
Crónicas para temblar de risa
Va a comenzar la batalla/ y fierra metralla va
a venir
(Zamba de Vargas)
Desde el SAB 18/08/73, donde junto a
las vías del Roca las tropas aliadas del Quilmes
Atlético Club y Nueva Chicago entraron en batalla con las de
Banfield, en el más impresionante enfrentamiento armado que recuerde la
historia de la violencia del fútbol argentino, que no se
producía algo de semejante magnitud. En aquella oportunidad, aparte del
despliegue en ferretería, que incluyó luparas e
Itakas, también sorprendió la ausencia de víctimas
fatales; en esta otra, donde las pocas armas hicieron mucho, hubo un muerdo de
los de en serio y varios inventados para compensar, tal cual hacen los
árbitros de fútbol con los expulsados y penales.
Fue el SAB 17/11/90, a casi un cuarto de siglo. Los que iban a cargo de
la máquina del tren que por horario tenía que pasar a las 20:30
por el Apeadero Castello no lo podían creer. Habían
salido poco menos de una hora antes de la Estación Buenos Aires,
atrás de la cancha de Huracán y ya en Lugano,
cuando vieron que estaban los bravos de Deportivo Laferrere, supusieron
que podían esperar lo peor, pero el paisaje que empezaron a tener a su
enfrente pintaba como algo mucho peor que lo peor.
Lo que había ocurrido era muy sencillo. Las habladurías hacen
todo después muy complejo. Deportivo Laferre y Almirante
Brown son vecinos dentro de La Matanza, el partido
más grande, más poblado y más pobre del Gran Buenos
Aires. Ambos dos tienen un mismo padrino político,
justicialista, que a pesar de ser hincha de uno les regala a las barras
grandes banderas con colores de los dos y con su nombre pintado y la
candidatura correspondiente.
Laferrere y Almirante Brown se tienen un odio parido.
Este clásico de barras bravas ha llegado a producir las mayores
movilizaciones policiales que se tengan memoria y con los resultados que todos
tienen memoria: le solucionan los problemas a los uniformados, no a los
civiles, que siguen a piñas y ladrillazos.
Aquel SAB 17/11/90 los dos taitas de barrio tenían que
jugar en cancha de Laferrere. Pero ocurrió algo que en la
Argentina es absolutamente normal y deportivo, reviente quien
reviente: el hincha de Banfield, entonces vicepresidente de la
república, pronto gobernador de Buenos Aires e inaugurador de
cuanta obra se le ponga a mano, Eduardo Duhalde, decidió hacer
un acto de su fracción interna Liga Federal en ese lugar a esa
misma hora, por otro campeonato, y secundado por Alberto Pierri,
que es algo así como el Estalisnao López de la zona, pero
de mocasines y Benetton.
Como es lógico, entonces, los dos equipos y sus respectivas huestes se
fueron a jugar lo que tenían que jugar en Deportivo
Español, que queda ahí nomás, en el Parque
Almirante Brown, jurisdicción de la Policía Federal.
Que se arreglaran ellos. En la provincia se dedicaron a mimar a los mandamases
in crescendo. El partido tuvo a bien suceder sin mayores comentarios porque
allí había otra cosa en juego. El Operativo Especial en
Capital Federal se encargó de desviarlos y separlos en
Capital Federal. El resto del mapa es otra y corre por cuenta de otros.
La responsabilidad también tiene fronteras.
Una vez cruzada la General Paz, que se arregle otro: es otro
país. Sabedores como saben todo, que los de Laferrere se iban a venir
por el tren porque los habían desviado para la estación
Lugano, como había uno que pasaba más o menos a las 20:30
por el apeadero, Los Mirasoles, como se autobautizó la barra de
Almirante Brown, aguardó allí.
Esto es un decir. Esa línea ferroviaria que va hasta González
Catán es de trocha angosta y si normalmente viaja como si se
le hubiera instalado arriba un enjambre de las dichosas abejas
africanas, aquella tarde venía resoplando y en cualquier momento se
desarmaba.
Encima, al mejor estilo Far West, por lo desértico del sector
más que descampado, la multitud que se había parado sobre las
vías dispuesta a todo trance no dejarlos pasar daban toda la
sensación de querer cumplir con el cometido o morir en el intento. Como
elemento disuasivo para que empezar a aplicar los frenos y detenerse antes que
la marabunta los aplastara, alcanzaron en la periferia cómo la
infantería terminaba de recoger cuanto objeto lanzable hubiese
por ahí. De tirarles el tren encima, lo que iba a continuar sobre los
rieles iban a ser restos humeantes, si es que no lo descarrilaban.
Con la policía custodiando los valores
democráticos en Laferrere, cosa que en el acto de la
ascendente dupla del cinturón capitalino no hubiese disturbios, los
cálculos más bajos dicen que los que se enfrentaron fueron no
menos de 750; los otros calculan que entre 1100 y 1200, la mitad por
bando.
El tren venía parando y el ¡A la carga! de los
mirasoles fue sólo uno con el apearse apresurado de los
albiverdes, que no aflojaron un tranco. Tuvieron tiempo para todo. Incluso
para intercambiar tarjetas de visitas. Algunos dicen que había armas de
fuego, que se escucharon las detonaciones y demás. Incluso las
versiones publicadas hablan de ametralladoras. El caso es que la llegada de
algún personal policial, los testimonios aislados de siempre que hablan
de dos coches particulares con personal de civil y ahora
sí, las detonaciones secas, y Marcelino Oscar Urquiza, de 26
años, casado, una hijita de 4 meses, de profesión bracero
en una corporación privada de recolección de basura de la
zona, cayó con dos proyectiles de guerra en la espalda.
Tenía puesta la camiseta del Depo. Hasta aquí, aunque parezca
cínico, novedades bastante magras, salvo lo descomunal del encontronazo
entre semejante cantidad de efectivos. Lo que puede todavía puede
sobrepasar más lo fantástico es que durante casi
setentidós horas todos los circuitos de la información
hayan estado interrumpidos para que semejante hecho tomara estado
público.
Cuando lo hizo, con un matutino suburbano hecho a destajo por media docena, la
tónica represiva de la nueva época, que no es restar, sino sumar
hasta empachar, había encontrado en estos valientes periodistas
un testimonio sin igual, directo, anónimo (por miedo no dio a
conocer su nombre, menos mal, porque fue una maniobra
defraudación pública que efectivamente no tiene nombre),
lanzó lo siguiente y fue una versión imparable:
-La policía no quiere soltar prenda porque la cosa fue
más grave de lo que se dice. Hay dos muertos más, ambos hinchas
de Almirante Brown. Yo los vi y sé lo que digo.
Parece contundente. Pero es un buzón lleno de lo que en la
jerga periodística se denomina carne podrida y que normalmente
tiene su origen en grupos de poder y servicios de inteligencia.
El diligente y anónimo ciudadano continuó de esta forma:
-A uno de los muertos de Brown lo velaron en la misma casa mortuoria
que a Urquiza, en el km. 26 de la ruta 3. Yo fui al velatorio de mi
amigo -dice por el verdadero y úntico finado, que con amigos
así no necesitaba más enemigos-, pero me equivoqué y
subí al primer piso del edificio, cuando a Marcelino lo velaban en
planta baja. En ese lugar vi un cajón cerrado cubierto por una bandera
de Almirante Brown. Esto fue el lunes [leáse: 18/11/90] y
lo tengo muy presente. Al otro muchacho que falleció, también
hincha de Brown, lo velaron ese mismo día, pero en la casa. Los
dos eran pibes jóvenes, de venticuatro o ventiséis años.
Uno estaba degollado; al otro lo mataron a palazos.
Todo esto tuvo su broche de oro con esa debilidad que suelen mostrar los
magistrados ante los decires públicos y la seriedad de la prensa,
cuando el juez de turno en este caso, doctor Ernesto Rodríguez,
admitió sin ambages lo que sigue:
-A mi juzgado llegaron esas mismas versiones y no se entiende cómo
hacen esos rumores para llegar a esos lugares, si en colectivo, si por debajo
de la puerta o por otros métodos más subrepticios.
¡Todo sic!
Muchos miles de policías movilizados, también miles de
detenidos, piedrazos, heridos, contusos de todo tipo y hasta algún
muerto más, Su Señoría hizo pública
reaparición dos meses después, el 19/01/91, en las
plateas de los aurinegros. Le dijo a un hombre de Crónica:
-Estamos en este estadio para seguir las investigaciones sobre la muerte
del joven que era simpatizante de Laferrere. En todos estos
días, hemos tomado declararaciones a más de sesenta personas.
Nuestra presencia aquí se da para poder completar las investigaciones
que vincularían a miembros de la barra brava de Almirante Brown.
Pero debemos seguir investigando para poder establecer la verdad.
¿Y qué del milagro de las resurrecciones del degollado y
el apaleado? ¿O eran los sospechosos tras los cuales estaba el fino
olfato de la sagacidad judicial?
Secreto del sumario para no entorpecer las diligencias. Así en la
tierra como en el cielo.
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